Sombra de agua, Joaquín Valenzuela. Griselda García
Editora, 2017, 54 págs.
Por Hernán Schillagi
Imagínese el lector -lector de poesía, para ser más
preciso- que camina por una calle donde se ha montado una feria ambulante, y
que cada paso está marcado por los colores de las frutas, los aromas de las
especias, la suavidad de unas telas, el clamor de ofertas imperdibles, como
también el sabor único de una fritura que nos quema la lengua. Pues bien, abrir
las páginas de Sombra de agua, el último libro de Joaquín Valenzuela (Buenos
Aires, 1971), es una invitación a un recorrido voluptuoso por los placeres que
dan comer, mirar, oír, oler y palpar; pero con la palabra como moneda de
cambio: «y no has probado gota / y aún así / la boca / te amanece aguada de
palabras…».
Griselda García Editora debuta con este hermoso y
cuidado volumen, donde, a modo de caleidoscopio orgánico, cada poema del libro
es un giro que golpea los sentidos; es decir, imágenes sensoriales que hacen
referencia al mundo animal y vegetal se presentan en sinestesia para fusionar
experiencias de una intensidad íntima. La
propuesta de Valenzuela, por tanto, es la de leer en estado de alerta, con «ojos
avispados». Así, la sonoridad en el escandido de los versos nos va tomando;
aparecen cortes imprevistos, encabalgamientos que buscan continuar una línea
melódica y de sentido, repeticiones o rimas internas como señales de guía: «El
agua / salía de una serpiente / de manguerita roja / los canales bordeaban / la
espinaca, el monte de achicoria / tenía perlas y los cestos / dejaban libre al
mimbre…». Sin aviso, por el desborde de
los poemas, el paisaje cambia y, en el mismo poema, los ojos advierten un salto:
«entonces / el jaguar / que preparaba su siesta / afiló el diente / en el
hierro de las cabreadas / y se arrojó sobre nosotros / como gato de entrecasa…».
Selva, bosque y océano se dan cita en una misma casa. Es aquí donde el lector logra
establecer conexiones, lo cotidiano puede verse de una manera tan alucinada como
reconocible. No por casualidad, Doméstico (2009), es el nombre del segundo
libro del autor.
Entonces, la hipérbole se encuentra contenida en el
pequeño envase del poema. La sintaxis, por lo tanto, se disloca para «acomodar»
una realidad profusa, que aventura -como decíamos- una feria/fiesta de los
sentidos. El autor, además, no rescata citas externas para justificarse, tampoco
titula sus textos ni divide en capítulos su obra. Hay desorientación, sí, como
también desafío: «barrer esas hojas es un limpiarse / la frente de baldíos...». Aparecen juegos inusitados de una percepción que está próxima a
revelarse: «chajá gritan de raíz chaj dan / con espolón como si garras / en
pareja pacen que pasean…». Se activa de este modo el «dispositivo Valenzuela»
para decir, una construcción de un lenguaje extraño, un movimiento de piezas identificables,
pero que estallan al menor roce de la mirada, una enunciación que quizás nos
ubique en ese lugar que sugiere María Negroni en El arte del error: «Si hay un
premio en la escritura de un poema, sería este, encontrar un estado 'otro' de
la lengua...».
Joaquín Valenzuela viene buscando desde Actividad física,
su primer libro de 2007, un idioma dentro del idioma, como querían Bustriazo
Ortiz o Jorge Leonidas Escudero. O lo que es mejor, encontrarle las resonancias
al lenguaje que lo refunden desde lo elemental, esa «sombra de agua» que pocos
vemos y escuchamos, que no nos atreveríamos a tocar, ni a oler siquiera; pero que
la vamos a reconocer como cierta cuando nos pase por la garganta para calmar,
como decía Spinetta, la sed verdadera.
***
***
Tres poemas de Sombra de agua
ya que dijo luz en camiseta
al sol, de cuerpo entero. Semidesnudo
ser, tibia punta de flor que trepa
los jos avispados
por si en el panorama saltara
más que en barro, en puntas
de polilla, polen
polen que en nube se disperse
*
se despertó la nena enjambre
querés hacer como que no la escuchás
porque anoche te acostaste tarde
ni siquiera fue anoche, era esta mañana
cuando volvías del brazo de un amigo
como si fueran dos viejos
escapados del asilo de una fiesta
así que este mediodía o quizá tarde
la nena enjambre de tu vecina
la disfrazada princesa
gitana y gracia del edificio
hierve en zumbidos por la escalera
y sube y baja y sube
con el aguijón postizo de esos taquitos
mientras al lado
los albañiles
suben el volumen de la radio meta
cumbia y cortan
ladrillo ladrillo entonces
salís corriendo a ver el mar
que está en la esquina
*
asar fruta, azahares en naranja
asar morrón el rojo, el verde
y de tan alto soltar el jugo
apagarse el fuego. Untar
la papa con la cabeza llena de ajo
ajar los tomates, tomarlos
por el lado en que disparan
sumar mostaza en grano
la pompa de pimienta. Sahumar
con el laurel, con eucaliptus
las olivas asisten
al oro del zapallo, condecoran
como el choclo
trotar alrededor de la parrilla
abrirse de hambre. Entrar
al corte con alas de romero
en flor de anís
en tinta de cebolla