28 enero, 2019

Autobiografía de un dulce Ángel del Demonio, Lucy Luciferina, orgullosa hija de Satanás



¿Porqué ponerme Angélica Lucía si no me iban a bautizar? y luego.., ¿para qué demonios enviarme a una escuela primaria de monjas? ¡Y con monjas mercedarias que más bien eran mercenarias! Obcecadas defensoras de la fe y más dueñas de la ley divina que Dios mismo, algo que defendían con una vehemencia que rayaba en la locura. Su orgullo era ser: Ordo Beatæ Mariæ Virginis de Redemptione Captivorum, entiéndase dicho latinazgo como: La Orden Real y Militar de Nuestra Señora de la Merced y la Redención de los Cautivos, pero en la realidad, eran una orden sin misericordia alguna.

Cuando me descubrieron sin bautizar todo el infierno se desató, automáticamente pasé de ese nombre tan puro y divino de Angélica Lucía al condenado Ángel del demonio, Lucy Luciferina, engendro del mal como mote póstumo y se me marginó castigándome por horas de rodillas y rezando el rosario a mitad del patio, para servir de ejemplo a las alumnas zombis que deambulaban, sin ton, ni son la escuela... ¡como si esos medievalismos me salvarán el alma...!

La verdadera piedad llegó al descubrir y honrar mi propia naturaleza, esa identidad que ellas acusaban con ferocidad llenas de terror. Sí, simplemente un día me asumí con orgullo, como un demonio, es decir, adoré mi propio daemonium interno que en griego significa genio y mi mente comenzó a crear dudas, cuestionamientos lógicos, argumentos irrefutables que aventarles a la cara con cada insulto tonto que me decían. Lo que las enfurecía aún más, y al no poder responderme nada, el castigo se volvió más severo, ya que terminaron por enviarme a oír misa, para aburrirme, 3 veces al día. Un tiempo que descubrí que podía usar para leer ciencia o cuentos, fingiendo que estaba atenta leyendo el libro del coro donde escondía mi libro de lectura.






La ciencia es algo que la religión detesta, claro, mis libros “científicos”, siendo solo una niña, eran de las muchas aventuras de Julio Verne o el de cazadores de microbios que me enseñaron a pensar con lógica y orden, algo de lo que toda religión carece y así, descubrí cómo fortalecer mi propio Lucifer, ese lux de luz y ferre de llevar, es decir, Lucifer es llevar la luz y por eso, la ciencia es totalmente luciferina porque lleva la luz del conocimiento para disipar la oscuridad del fanatismo, algo a lo que es alérgica la mojigatería. Luego descubrí que podía divertirme imaginando que el padre monigote pasaba más aventuras y estropicios en el altar por las reliquias que el pobre Quijote en toda la Mancha... pero ¿de qué otra forma se podría haber sobrevivido a aquellas sobredosis misísticas?

Sí, lo reconozco, realmente soy hija de Satanás, me asumo como una clara oposición a la ignorancia y su estupidez adjunta, y, no, no soy un engendro, lo único que es un engendro absurdo es el fanatismo y, bueno, si sobreviví esa primaria, sólo fue porque tuve la suerte de nacer en una época, que de quemarme viva, hubiera sido un infanticidio penado por ley y todas esas vampirescas monjas emperifolladas de rosarios habrían ido a parar a la cárcel, sólo por esto salvé mi lindo pellejito de un adorable Ángel del Demonio, Lucy Luciferina, orgullosa hija de Satanás.


(L'l, 24 enero 2019)