USA, 2002. 97m. BN/C
D.: David Lynch P.: Arash Ayrom G.: David Lynch I.: Jeffe Alperi, Robert Chadwick, Catherine E. Coulson, Eddy Dixon
El trabajo de David Lynch es esencialmente un cine emocional, que apela a los sentimientos antes que a la razón. De ahí el motivo por el cual, generalmente, aquellos que se acercan a su obra convirtiéndola en intrincados puzzles en los que encajar todas las piezas suelen acabar renunciando y tildando a esas obras de incoherentes o, directamente, de carecer de sentido. Las películas de Lynch tienen argumento, no nos equivoquemos, incluso una historia que contar y una estructura para hacerlo, pero, por encima de su carácter narrativo, el director norteamericano siempre volcará su atención en las posibilidades plásticas y poéticas de la imagen. El plano y su contenido como medio para llegar directamente al subconsciente del espectador y lugar donde distorsionar su concepción de la realidad, sumergiéndole en espacios y lugares reconocibles pero, a la vez, inéditos. No es extraño, por tanto, que Lynch sea considerado un director genérico y que toda su obra, incluso títulos tan aparentemente alejados como Una historia verdadera, pueda ser catalogada (de manera harto convencional) en lo fantástico.
Y, en este sentido, el recopilatorio The Short Films of David Lynch puede suponer una introducción eficaz al universo de su autor. En él se incluyen los primeros trabajos cinematográficos del autor de Dune a lo que se le suma su participación en films colectivos o programas de televisión foráneos. Intercalados entre los diferentes capítulos el propio Lynch nos comenta el contexto y la gestación de cada título. Un Lynch que, como es habitual en él, se detiene antes en la anécdota de corte biográfico o en los elementos técnicos de construcción que en entrar en posibles explicaciones o significados. Con todo, la primera declaración resulta harto esclarecedora de los caminos por los que ha transitado su cine e, incluso, podría utilizarse como guía: Lynch nos retrotrae a los tiempos en los que era estudiante de bellas artes en la Universidad de Filadelfia y nos relata como, en una ocasión, mientras pintaba un cuadro, tuvo la impresión de que este se movía. A modo de epifanía, una idea se abrió camino con fuerza: quería que sus cuadros tuvieran vida.
Un detalle importante, pues subraya la personalidad de un director sin un pasado cinéfilo a sus espaldas ni siquiera vocación. Con el paso del tiempo, David Lynch ha acabado convirtiéndose en todo un ejemplo de artista renacentista: a parte de su trabajo cinematográfico y televisivo realiza animación, pinta, esculpe, fotografía, dibuja cómics, hace música y diseña y construye muebles. Y todo ello englobado en un universo perfectamente perfilado y coherente que, incluso, se llega a fusionar: la inclusión de algunos de su series realizadas para Internet en el film Inland Empire o los muebles que decoran la casa de los protagonistas de Carretera perdida, precisamente el propio hogar del director.
Los cuatro primeros cortometrajes incluidos en el DVD pertenecen a la primera época de Lynch, antes de estrenar su primer largometraje, Cabeza borradora (aunque algunos, como The amputee, son realizados durante el largo y duro proceso de realización de su ópera prima). Los dos primeros, Six men getting sick (1966) y The alphabet (1968) responden a esa idea de obra pictórica en movimiento, siendo en su mayoría cortometrajes animados con algunos elementos de imagen real. El primero supone una devastadora visualización de las funciones fisiológicas del cuerpo humano presentada en un ambiente crispado y caótico que evidencia sus deudas con la obra de Francis Bacon; por su parte, el segundo supone una crítica al proceso de educación/formación de los niños en clave pesadillesca, con las letras del abecedario siendo introducidas a la fuerza en la mente de una joven pálida enmarcada en un fondo negro con resultados terroríficos.
The grandmother (1970) supone un trabajo más ambicioso, tanto por su duración (media hora) como por su elaboración. La animación sigue presente pero resulta secundaria ante la fuerza de unas imágenes que delatan a un creador que empieza a sentirse a gusto con su nuevo medio de expresión. La importancia principal de The grandmother viene dada por su condición de anticipo de las constantes de Cabeza borradora, especialmente en su visión despiadada de la institución familiar traducida en clave alucinatoria y turbadora con ese niño que vive en medio de un abismo de insondable negritud sobre el que destaca su pálido semblante y que es maltratado por sus padres, de comportamiento más animal que humano, y cuya única ilusión es dar vida a una abuela que le dé todo el cariño que le falta.
El título final de esta primera tanda es The amputee (1974), el cual nace como medio para probar la calidad de dos cintas de vídeo diferentes grabando una misma cosa. El resultado es un plano secuencia en el que una joven al que le faltan las dos piernas escribe una carta en el que desnuda sus sentimientos mientras un enfermero (el propio Lynch) realiza el tratamiento de uno de los muñones con catastróficos resultados. Lo más interesante de ese cortometraje duplicado viene dado por la deficiente calidad de imagen debido al soporte de cinta magnética y que contrasta con el cuidado artístico de los títulos precedentes, subrayando así las palabras de Lynch cuando lamenta la decisión de que el American Film Institute, para quien grabó la prueba, se planteara abandonar el celuloide por el vídeo.
The Cowboy and the Frenchman (1988) es el resultado de la colaboración de Lynch en un programa francés llamado Les français vus par... y que proponía a diferentes directores internacionales dar su visión de los franceses. La aportación del director de Terciopelo azul sirve para evidenciar uno de los elementos menos apreciados pero más tangenciales de su obra: el humor. Un humor absurdo e hilarante, surrealista y que parece regodearse en la idiotez de sus protagonistas y que, por ahora, parece circunscrito a sus trabajo para televisión (los elementos más populares de Twin Peaks o la frustrada serie On the Air) e Internet (la absurdez escatológica de Dumbland) en este caso centrado en el encuentro de un tópico (el vaquero americano inculto y de toscos modales) con otro (el francés con boina y bufanda que lleva en su maletín vino, baguettes, la torre eiffel o caracoles).
Para concluir, la joya del conjunto, Premonition following an evil dead (1995). Con motivo del centenario del cine se puso en marcha un film colectivo, Lumière et Compagnie en el que se retaba a un número amplio de directores a rodar un cortometraje con la cámara original de los hermanos Lumière: de madera y con manivela, su primitivismo llevaba asociadas una serie de condiciones: 55 segundos de duración, con luz natural, sin sonido sincronizado ni montaje. Con estos impedimentos, Lynch huye del plano secuencia que seguirán sus compañeros para narrar una compleja historia de tintes siniestros que transcurre en diferentes espacios y tiempos, utilizando un cartón negro para mover la cámara de un escenario a otro y dar la ilusión así de un montaje inexistente. Una pequeña pieza mayor que confirma el carácter artesanal e inquieto de un autor que no puede evitar crecerse ante las dificultades.
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