Uno de los directores británicos más sobresalientes fue sin ninguna duda Michael Powell. Trabajos como Las zapatillas rojas o Narciso negro han quedado como perlas de una filmografía donde la fantasía jugó muchas veces un papel fundamental.
Por ello puede sorprendernos esta película donde podríamos decir que la realidad queda ampliamente sobrepasada, efecto que se consigue al sumergirnos en el terreno de los traumas psiquiátricos y hacerlo sin pudor y sin delicadeza, hasta el punto de quedar Powell excomulgado cinematográficamente hablando por la sociedad de su tiempo.
Por lo que acabo de decirles ya supondrán ustedes, y acertarán, que estamos ante un film de culto. Directores de la talla de Coppola o Scorsese al tiempo que una sociedad nueva y no tan escandalizable, pusieron a Pepping Tom en su lugar y hoy, cuando ya las hemos visto de todos los colores, puede parecer ridículo tanto rasgarse las vestiduras allá en los 60.
Es inevitable compararla con la posterior Psicosis. En la película de Hitchcock el trauma se cocina con un tempo cinematográfico agil y con un suspense excepcional, y la psiquiatría pierde matices. En cambio en el film de Powell los espectadores, como consecuencia de esa cámara fotográfica asesina y omnipresente acabamos formando parte casi delictiva de una historia sin apenas misterio pero que ofrece referencias de voyeurismo, de sexualidad reprimida y de éxtasis liberador, en ese último instante donde la imagen se superpone con la muerte.
Los experimentos científicos que un psiquiatra especialista en miedos realiza de forma permanente con su propio hijo traumatizan a éste hasta el punto de asesinar a sus víctimas captando con su cámara el cénit de su pánico ante la inminencia de la muerte. Un tema duro realizado sin concesiones a la pacatería y eso le costó el puesto a Michael Powell, pero el tiempo, juez y señor, quita y. como en este caso, da razones, muchas y buenas-
Puntuaciòn: 7,80