Me miraré en tus ojos
como quien busca un faro
que guíe la deriva
de todos mis naufragios.
Luís Eduardo Aute
Era una noche de
minutos eternos, de silencios huecos. Él, escapó de entre las sabanas y la
observo desde la puerta, mientras el humo del cigarrillo revolvía los rincones.
Ella siempre olía
a secretos, era un pixel en blanco y negro y de bajo contraste. Ella doblaba sus
bordes de manera que nadie la viera, para hacerse pequeña como una piedra.
Ella, era huésped de su propia vida.
Él decía que su
sabor era como un Cabernet Sauvigñon, fuerte y amargo, pero creía en su Merlot,
suave y dulce. Ella traía consigo el frío en los huesos y en su piel, jamás sentía
la calidez. Ella era la ola espumosa que te cabrea y la arena que te aleja
hacia la distancia.
Él sabía que el
tiempo era un aliado, y dejarlo pasar era su mejor baza. Cuando ella era tempestad,
él era brisa. Cuando ella mostraba su cuerpo firme como el acero, él se arqueaba
sobre viento posándose como el bambú.
Ella deseaba que
al doblar la esquina, su mundo hubiera cambiado. Pero él sabía, que la
vida no le ofreció la oportunidad de olvidar el pasado, y también sabía, que
a veces, la vida es una venganza lenta, y agónica.
Tras su última calada,
apagó el cigarrillo y se deslizo bajo las sabanas sorteando el humo que frente
a él, seguía arrogante. Bajo las sabanas y siguió tejiendo silencios, esperando encontraran su esquina…
y cambiar su mundo.
Relato leído en el III Certamen literario SeBreve. Zaragoza 20/10/2012