Tras debutar con el formidable remake de “Amanecer de los
muertos”, el cineasta Zack Snyder se puso manos a la obra con “300”, adaptación
de la conocida novela gráfica de Frank Miller. Precedida de una fuerte campaña
publicitaria y unos trailers arrolladores, ésta llegó a los cines en 2007 para
convertirse en pocas semanas en la segunda película más taquillera del año por
detrás de “Piratas del Caribe: En el fin del mundo”. Aunque la crítica más sesuda
se cebó con ella, lo cierto es que los espectadores (servidor incluido) se
mostraron encantados de contemplar el brioso, sangriento y ampuloso espectáculo
que Snyder ofrecía a golpe de cromas.
Como es habitual en la industria hollywoodiense, semejante
éxito no podía quedarse sin su pertinente secuela, de la cual se estuvo
hablando durante largo tiempo. Por aquél entonces, los productores tomaron la
decisión de esperar a que Miller hiciera lo propio con su novela gráfica, es
decir, que escribiera una continuación de su puño y letra para luego ésta ser
llevada a la gran pantalla. Y así es como ha sucedido, aunque esto les haya
llevado más tiempo del que seguramente tuvieran previsto, pues “300 – El origen
de un imperio” llega a nuestras carteleras ocho años después del filme original.
Y lo hace con el desconocido Noam Murro en la silla de director en sustitución
de Snyder, ahora productor.
Aunque se llegó a rumorear la idea de realizar una precuela,
parece que la negativa de Gerard Butler a encarnar de nuevo a Leónidas obligó a
concebir esta segunda entrega como una continuación directa de aquella sin la
presencia del rey espartano. Y si bien esto es así, lo cierto es que la cinta
contiene un poquito de precuela y
secuela a la vez, e incluso parte de la acción transcurre simultáneamente en
el tiempo a los hechos mostrados en su antecesora.
Para situarnos en el contexto, el director nos propone un -algo
largo- prólogo (voz en off mediante) en el que nos presenta rápidamente al
nuevo protagonista, el general griego Temístocles, al tiempo que nos relata los
orígenes del temible Xerxes, un mortal devenido en dios rey. A partir de ahí,
la película desarrolla los intentos de Temístocles de unificar toda Grecia para
combatir al poderoso y numeroso ejército persa, y su lucha constante contra la
armada de dicho enemigo, lo que obviamente propiciará los violentos e impactantes enfrentamientos que el público desea
presenciar.
Si bien ya no tenemos a Snyder tras la cámara, lo cierto es
que su sello sigue presente. Murro, que en su currículum contaba hasta el
momento con tan sólo una comedia dramática a sus espaldas, se ha limitado a
plagiar el estilo de su mecenas, que a fin de cuentas es lo que se le exigía. Y
eso se traduce, además de fidelidad en la particular estética comiquera de su
predecesora, en un constante uso (o abuso, según se mire) de cámara lenta y en
una fijación absolutamente desmesurada por la violencia exhibida y la generosa hemoglobina
(digital) resultante de ella.
En este sentido, es totalmente
continuista y fiel al producto original, tanto en el aspecto visual como
en todo lo demás. Sus pretensiones van ligadas al tipo de espectáculo que
pretende ofrecer, por lo que al guión tampoco se le puede pedir mucho más. Y es
que cuando uno va a ver un blockbuster de este tipo no busca, ni mucho menos,
alimento para sus neuronas; tan sólo mero entretenimiento con el que satisfacer
al crío juguetón e impresionable que todos llevamos dentro.
Acudir a una sala de
cine a disfrutar de un blockbuster es lo más parecido a irse a un McDonald’s a
saciar el hambre. Lo malo es que en esta ocasión la hamburguesa sabe a plástico
y encima te deja con hambre…
En su momento, “300” poseía un look pocas veces visto, y
deudor de otra adaptación cinematográfica de Miller, “Sin City”, aunque alguno
que otro antes que Rodríguez y Snyder ya había osado rodar algo parecido
(¿alguien se acuerda de la fallida “Sky Captain y el mundo del mañana”?). Por
entonces, aquello era algo novedoso y muy atractivo, y eso, unido al culto al
cómic y a la fuerza visual del director, hacía de la primera entrega un espectáculo
único en su especie. Luego vendrían Speed Racer, The Spirit, Watchmen… E
incluso la pequeña pantalla se vería contagiada por el “virus del croma” con series
como “Spartacus: sangre y arena”. Pero más allá de lo visual, la clave de todo residía
en que la película molaba porque los
espartanos molaban; porque Leónidas molaba (un huevo y parte del otro). Pero
aún con toda su espectacularidad (y no es poca), esta secuela no ha conseguido
otra cosa que dejarme frío.
He sido testigo impasible de su sanguinaria violencia y sus cuasi pornográficas explosiones de
testosterona sin atisbo alguno de
emoción o empatía hacia lo que transcurría ante mis ojos. Quizás se deba,
en parte, a lo artificial de su mencionada estética; a lo esquemático y repetitivo de su “trama”
(por llamarla de alguna forma) o al agotador
“non-stop” de acción desenfrenada (no hubiese estado de más dejar que el
espectador se tomara un respiro algo más prolongado entre batallita y
batallita). Pero tales pormenores podrían atribuírsele perfectamente a su
predecesora, y sin embargo aquella sí resultaba un producto sumamente
disfrutable. Entonces, ¿cuál es el problema? Que la sombra de Leónidas es muy
alargada, y que pese a su poderío visual, su estruendoso dolby-surround y
portentosa banda sonora, y sus sangrientas batallas, esta continuación palidece
ante las comparaciones.
Porque aunque Gerard Butler no haya hecho prácticamente nada
destacable tras la cinta que lo catapultó a la fama, es innegable que posee
carisma, y en la piel de Leónidas éste desbordaba la pantalla, lo que
contribuía a hacer del rey espartano un personaje admirado y querido. Su relevo
aquí, el también australiano Sullivan Stapleton, no le llega ni a la suela de
los zapatos. En parte, porque el personaje, aunque es un gran estratega militar
(como se demuestra en las distintas batallas navales entre atenienses y
persas), carece del ímpetu guerrero de los espartanos y de la arrolladora
presencia de su líder. Pero sobre todo, porque Sullivan es un sosainas.
La ausencia de un protagonista digno de mención se compensa,
no obstante, con la fuerte presencia de
una villana de excepción: Eva Green, que encarna a la vengativa Artemisia, comandante
de la armada persa. Pese a lo funesto de sus líneas de diálogo (algo común al
conjunto del guión), la actriz compone una
antagonista de peso (despiadada, inteligente, manipuladora, sexy…), y que
contra todo pronóstico cobra un protagonismo muy por encima del esperado por un Xerxes casi ausente que ni pincha ni
corta en la historia.
Artemisia es el motor de la película, y la que con sus
apariciones logra despertar el interés de un espectador (servidor), totalmente
absorto del vacío espectáculo que se le ofrece. Porque aunque entretiene (eso
no se le puede negar), “300 – El origen de un imperio” no deja ningún poso; no
invita a entrar en su historia sino a contemplarla desde fuera, como si se
tratara de un videojuego al que otro juega mientras nosotros le observamos.
La sensación es muy parecida a la que transmitía “Sucker
Punch”, que ni con toda su parafernalia y espectacularidad lograba arrastrar al
espectador dentro del virtuoso torbellino de imágenes que se desencadenaban.
Aquí ocurre exactamente lo mismo.
Me considero defensor a ultranza del film de Snyder aun
admitiendo sus innegables carencias. Incluso eché el rato con esa burda copia
que era “Immortals”. Sin embargo, no logro mostrarme igual de indulgente con la
película de Murro. Y eso pese que el cambio de aires con respecto al campo de
batalla (de la arena al mar) le sienta de maravilla (las batallas navales son
todo un espectáculo). También los enfrentamientos, aunque exagerados (litros y
litros de sangre por doquier aún con el mínimo cortecito en la piel, y saltos
imposibles dignos del mejor espectáculo circense), están muy bien
coreografiados; el exceso de CGI es el que se presume en un film de estas
características; y hay imágenes realmente impresionantes en un sentido
estrictamente visual. Pero no, no es lo mismo…
Y aun así, creo que la inmensa mayoría de fans del original la
disfrutarán y le proporcionarán la taquilla suficiente para dar luz verde a la
evidente tercera entrega que el desenlace de ésta nos sugiere. A los que no
hemos caído rendidos a sus pies (¿una minoría?), no nos queda otra que deleitarnos con un
revisionado de la “300” original.
Valoración personal: