Hay libros que uno siempre tiene en mente y que nunca (o casi nunca) lee. La Ilíada y la Odisea los dos grandes poemas de Homero (o de quien sean, pues su autoría no parece confirmada al 100% y parece que pudiera ser una obra mancomunada o bien Homero plasmó por escrito lo que venían siendo cantos dispersos a los que logró dar una unidad inédita hasta entonces) son dos de esos libros que me propuse leer antes de las elecciones municipales y que finalmente he conseguido acabar. Los dos.
Ciertos libros tienen mucha fama, incluso demasiada, pero luego no los lee nadie o no tienen tantos lectores como se merecerían. Me juego medio meñique a que estos dos libros de los que hablo han sido leídos en mi país, España, por menos lectores que los que leyeron El código da Vinci, por citar uno.
Puestos a comparar diré que me ha gustado nucho más La Odisea (12.110 versos hexámetros), pues me resulta éste mucho más divertido y aventurero que La Ilíada (15.869 versos hexámetros), que lo encuentro más reiterativo, con una estructura más monolítica, la cual se va replicando de canto en canto hasta su final con la entrevista entre Aquiles y Príamo cuyo hijo ha muerto a manos del primero.
Así hablo (Príamo) y le infundió (a Aquiles) el deseo de llorar por su padre. Le tocó la mano y retiró con suavidad el anciano. El recuerdo hacía llorar a ambos: el uno a Héctor, matador de hombres, lloraba sin pausa, postrado ante los pies de Aquiles; y Aquiles lloraba por su propio padre y a veces también por Patroclo…
Homero, Ilíada 24.507-511
La Ilíada no narra toda la guerra de Troya, sino un breve lapso de tiempo que no llega a los dos meses, en el que finalmente muere Héctor al desatar la furia de Aquiles, que renuncia a su inmortalidad para pasar a la posteridad como un mortal de aureola divina (leeros Aquiles en el gineceo de Gomá) y los asediadores logran tomar la ciudad. Uno de ellos es Odiseo o Ulises, quien tras acabar la guerra, siendo él el artífice de introducir el caballo de madera que le dará fama inmortal, decide volver a su casa, en Ítaca.
El asedio les ha durado 10 años y en volver a casa desde Troya, le llevará otros diez años, toda una odisea. Una travesía que según leo por ahí se podía haber realizado en unos tres meses sin problemas.
Creía que el regreso de Ulises sería un reguero de anécdotas innumerables. Me equivocaba. A Ulises le suceden unas cuantas cosas, sí, pero casi las podemos contar con los dedos de una mano: su huida del cíclope Polifemo, su desoír de las sirenas, su escapada de Circe, su visita al Hades, etc. El libro son 400 páginas y pasada la 200, Ulises llega al hogar y el resto es consumar su venganza que bebe (pero a la inversa) de cualquier producción coreana tipo Old boy (no se hace ascos a la violencia más explícita).
Ulises quiere retornar a su casa, reencontrarse con su mujer Penélope, que lo espera después de 20 años, sin flaquear ésta, tejiendo matinalmente y destejiendo con nocturnidad y alevosía un sudario y con su hijo Telémaco, que ve impotente desde su más tierna infancia hasta su adolescencia como los galanes del pueblo van achicando su patrimonio, instalados todos ellos en la casa de su madre diariamente, mientras la pretenden y tratan de convencerla de que se espose con alguno de ellos, convencidos de que Ulises ha muerto allende los mares.
A mitad de la novela, Ulises llega al añorado hogar gracias a la diosa Atenea que le echa un cable trasmutándolo bajo el (reversible) aspecto de un viejuno harapiento, hasta que logre poner las cosas en su sitio. Esto es: matar a todos aquellos que se han aprovechado de su hacienda e importunado a su amada en su ausencia. Porque Ulises será facundo en ardides, pero a la hora de manejar la espada, la lanza y el cuchillo no se queda atrás.
No es difícil no disfrutar con la poesía inflamada de Homero, con sus epítetos, con su grandilocuencia, con su poesía épica casi febril, que merece ser leída en voz alta, recitada, sea uno un aedo o no, porque este texto pide a gritos ser declamado y sobre todo leído.
Ahora bien, los más perezosos, a quienes un hexámetro homérico os asuste casi tanto como a un político hablando de justicia social, podéis comenzar leyendo La Ilíada de Baricco.
El 15 de noviembre del pasado año vi y disfruté muchísimo en el Teatro Bretón con la particular versión de La Odisea perpetrada por El Brujo, que fue el acicate definitivo para leer finalmente a Homero.
Ahora veo el mar y pienso en el ponto vinoso y espero con ansia viva que alguna diosa de blancos brazos derrame sobre mí el regalo del sueño, camino de la piltra.
Y si leer no es lo vuestro, os dejo un audio de la Fundacion Juan March, una conferencia de Emilio Crespo Güemes, Homero y la épica. La Ilíada frente a la Odisea.
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