Zalacaín el aventurero, en edición de Austral, es una de esas novelas que era lectura obligada en el colegio allá por los años ochenta. No lo leí entonces y he disfrutado ahora mucho con su lectura. Una novela muy vivaz con un personaje, el Martín Zalacaín del título, arrojado y vivaracho, al que no se le pone nada por delante.
De extracción baja, Martín logrará llegar a lo más alto, ganarse la vida, labrarse un porvenir, conquistar a su amada, una muchacha con posibles.
A falta de progenitores, un tal Tellegorri, a la sazón tío suyo, obrará como mentor espiritual de Zalacaín. Tellegorri es alguien con mala fama, pero con buen corazón.
El contexto es la guerra carlista, pero Zalacaín sabe moverse bien entre diversas aguas sin tomar partido por nadie, más empeñado en hacer fortuna con el comercio.
La sucesión de aventuras bélicas y amorosas, algunas muy disparatadas, el continuo movimiento del enérgico joven, las detalladas descripciones del paisaje y paisanaje por parte de Pío Baroja, y su brevedad, convierten la narración en una lectura muy absorbente, cuyo final, todo hay que decirlo, resulta un mazazo.