La Inquisición predicada *
The Inquisition preached
DORIS MORENO MARTÍNEZ
Universitat Autònoma de Barcelona, Facultat de Lletres, Edifici B, 08193 Bellaterra
[email protected]
ORCID: https://orcid.org/0000-0003-2880-9533
MANUEL PEÑA DÍAZ
Universidad de Córdoba, Facultad de Filosofía y Letras, Pl. Cardenal Salazar s/n, 14003
Córdoba
[email protected]
ORCID: https://orcid.org/0000-0002-7218-6137
Recibido: 14 enero 2022 / Aceptado: 4 agosto 2022
Cómo citar: MORENO MARTÍNEZ, Doris y PEÑA DÍAZ, Manuel, “La Inquisición
predicada”, en Investigaciones Históricas, época moderna y contemporánea, 42 (2022),
pp. 155-182.
DOI: https://doi.org/10.24197/ihemc.42.2022.155-182
Resumen: Los inquisidores consideraban que el sermón debía ocupar un lugar principal en las
ceremonias del Santo Oficio. En este estudio analizamos diversos sermones impresos que fueron
predicados en autos de fe, en los prolegómenos de una visita de distrito, y durante las
publicaciones de edictos sobre herejes e índices de libros prohibidos, entre otras ceremonias
organizadas por o para la Inquisición. En uno u otro contexto, la intención de estas prédicas era
recordar a los fieles que formaban parte de una cosmovisión disciplinada, con el fin premeditado
de unificar conciencias y de recordar el objetivo excepcional del Santo Oficio: perseguir la herejía.
Palabras clave: Inquisición, herejías, sermones, censura
Abstract: The inquisitors considered that the sermon should occupy a main place in the
ceremonies of the Holy Office. In this study we analyze various printed sermons that were
preached in autos-da-fé, in the run-up to a district visit, and during the publication of edicts on
heretics and indexes of forbidden books, among other ceremonies organized by or for the
Inquisition. In one context or another, the intention of these sermons was to remind the faithful
that they were part of a disciplined worldview, with the premeditated purpose of unifying
consciences and reminding the exceptional objective of the Holy Office: the persecution of heresy.
Key words: Inquisition, heresies, sermons, censorship
*
Este estudio forma parte de los proyectos: Herejía y sociedad en el mundo hispánico de
la edad moderna: Inquisición, imagen y poder (PGC2018-094899-B-C53) e Inquisición
y redes. Comunidades, actores y poder en el Mundo Ibérico de la Edad Moderna
(PID2021-123816NB-I00), financiados por el Ministerio de Ciencia, Innovación y
Universidades del Gobierno de España.
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Doris Moreno Martínez y Manuel Peña Díaz
Sumario: Introducción; 1. El sermón inquisitorial; 2. Elogio del Santo Oficio; 3. El auto de fe y el
Juicio Final; 4. Herejes y herejías; 5. El hereje censurado; Conclusiones.
INTRODUCCIÓN
El sermón fue un instrumento de comunicación y de transmisión
ideológica de primera magnitud desde época medieval y, aún más, tras el
impulso cuantitativo de la imprenta. Como tal, era una parte esencial del
rito inquisitorial, aunque sólo en los últimos años ha interesado su análisis
de manera específica 1. Miguel Jiménez Monteserín subrayó la necesidad
de una investigación sobre el tema que, para empezar, buscara, recopilara
y analizara los impresos de los sermones y las relaciones de autos de fe,
siguiendo la senda marcada por la historiografía portuguesa 2. El sermón
inquisitorial fue esencial en todos los ámbitos públicos ligados a la
actividad inquisitorial. Así, el predicador y su sermón estaban
condicionados por las circunstancias especiales del contexto y por la
calidad y cantidad del auditorio. Todo dependía de si esos sermones
formaban parte de las ceremonias de un auto de fe 3, de los prolegómenos
1
GARCÍA-GARRIDO, Manuela Águeda, “El discurso doctrinal sobre la herejía: análisis
de un sermón”, Analecta malacitana: Revista de la Sección de Filología de la Facultad
de Filosofía y Letras, 1/29 (2006), pp. 139-158; GARCÍA-GARRIDO, Manuela Águeda,
“El principio de la otredad: extranjeros y heréticos en el sermón de un edicto de fe”,
eHumanista, 6 (2006), pp. 132-152.
2
JIMÉNEZ MONTESERÍN, Miguel, Triunfo de la Católica Religión. El auto de fe de
Cuenca de 1654, Cuenca, Diputación de Cuenca, 2010, pp. 242-243. GLASER, Edward,
“Portuguese Sermons at Auto-da-Fé: Introduction and Bibliography” Studies in Bibliography
and Booklore 2 (1955), pp. 53-58; GLASER, Edward, “Invitation to intolerance: A study of
the Portuguese sermons preached at autos-da-fé”, Hebrew Union College Annual, 27 (1956),
pp. 327-385; el estudio para el siglo XVII de OLIWA, Dominika, “Defending the Catholic
Faith or Spreading Intolerance? The Sermon delivered during auto-da-fé in 17th-century
Portugal as Example of Anti-Jewish Literature”, Scripta judaica Cracoviensia, 10 (2012), pp.
71-83; y para el XVIII DRUMOND BRAGA, Paulo, “Sermões setecencistas portugueses de
autos-da-fé”, Libros de la corte, monográfico 6 (2017), pp. 223-232.
3
TORRES, fray Cristóbal de, Sermón predicado (por orden del Consejo Supremo de la
Santa y General Inquisición) en el auto de fe que celebró el Santo Tribunal de Toledo, en
la Corte de la Magestad Católica, el Rey Don Felipe IIII nuestro Señor: para castigar la
insolencia heretical de Benito Ferrer Catalán, vezino de Campo Redondo, a 21 de enero
de 1624, Madrid, Luis Sánchez, 1624. Hemos consultado dos ejemplares del Fondo
Antiguo de la Universidad de Barcelona, signaturas B-65/3/13 (incompleto) y B-39-5-10.
Un primer comentario sobre este sermón en MORENO, Doris, “Programs of Moral and
Religious Reform: Inquisitions”, en Judging Faith, Punishing Sin: Inquisitions and
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de una visita de distrito 4, de la publicación del edicto de fe y gracia 5 o de
edictos singulares (sobre herejes, índices de libros prohibidos...) 6 o de
ceremonias ordinarias o funerarias organizadas por o para la Inquisición 7.
Desde la segunda mitad del s. XVI, la Inquisición acentuó su presencia
“festiva” gracias a la potenciación de las cofradías de San Pedro Mártir,
con sus celebraciones anuales, acompañadas de sus correspondientes
Consistories in the Early Modern World, en Starr-Le Beau, Gretchen y Parker, Charles
H. (coords.), Cambridge University Press, Nueva York, 2017, pp. 167-179 (ed. española
de MORENO, Doris, Fe y castigo. Inquisiciones y consistorios calvinistas en el mundo
moderno, Madrid, Cátedra, 2020).
Vid. también, FEITLER, Bruno, The Imaginary Synagogue: Anti-Jewish Literature in the
Portuguese Early Modern World (16th-18th Centuries), anexo 2: “The Auto-da-Fé
Sermon in Lisbon on 5 May 1624”, Brill, 2015, pp. 130-185.
Sobre otros sermones de Jacinto Colmenares (1623), Juan de Arriola (1625), Antonio de
Vergara (1672) o Tomás Navarro (1680), predicados en los respectivos autos de fe e impresos
poco después, véase JIMÉNEZ MONTESERÍN, Miguel, op. cit., pp. 239-242. Fray Tomás
de la Sierra, O.P. Sermón que predicó... fray Thomas de Sierra... de la Orden de Predicadores
de Santo Domingo... en el auto de Inquisición que los señores inquisidores de Granada
celebraron segundo domingo de adviento del año 1610, Granada, en casa de la viuda de
Sebastián de Mena, 1611.
4
TORRES Y SALTO, Baltasar de, Sermón predicado a la publicación del Edicto de nuestra
Sancta Fe, que en la Santa Iglesia Colegial y Matriz de la Ciudad de Úbeda se hizo, dando
pricipio [sic] a la visita que el señor Licenciado don Martín Ximénez Palomino Inquisidor de
Córdova hizo en ella, Baeza, Mariana de Montoya, 1612; PÉREZ DE VILLALTA, Sermón…
en un edicto de visita del S. Oficio: donde se tratan los graves daños que resultan de la
comunicación con los herejes, Sevilla, Gabriel Ramos, 1620, sobre este sermón véase el
detallado estudio GARCÍA-GARRIDO, Manuela Águeda, art. cit., pp. 132-152.
5
AYALA, Lorenzo de, Sermón … a los Edictos que el Santo Oficio de la Inquisición publicó,
Valladolid, Juan Godínez, 1599.
6
ARIAS DE ARMENTA, Álvaro, Publicación solen[m]e al nuevo Catálogo expurgatorio
del... D. Antonio Zapata, Cardenal de la Santa Iglesia de Roma… en la amplísima Iglesia
Metropolitana de Sevilla, al Tribunal del Santo Oficio... año de 1632, Sevilla, Simón Fajardo,
1632; CASTRO, Agustín de, Sermón que predicó el Padre Agustín de Castro de la
Co[m]pañía de Jesús, Calificador de la Santa General Inquisición, en la publicación del
Índice expurgatorio de los libros, que se hizo en 18 de enero de 1632 en esta Corte, Madrid,
Viuda de Luis Sánchez, 1632; PERALTA, Francisco de, Sermón que predicó… en la
publicación del Índice expurgatorio de los libros que se hizo en 15 de Julio de 1640, Madrid,
Pedro Tazo, 1640.
7
BARRERA, Alonso de la, Sermón que predicó... Alonso de la Barrera... a las Honras y
exequias, que el Tribunal de la Fee, y Señores Inquisidores Apostólicos hizieron, y
consagraron à... Philippo Quarto, Madrid, en el convento de S. Domingo el Real, 1667.
PACHECO, Diego, Sermón predicado al Real y Supremo Consejo de la Inquisición, s.l., s.e.,
1687.
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sermones 8. La festividad de San Pedro Mártir de Verona era otra ocasión
para no sólo recordar el asesinato del santo sino también loar las virtudes
del Santo Oficio 9 y no debían faltar referencias en los sermones dedicados
a santo Domingo de Guzmán. Como tribunal dedicado a detectar y
perseguir un delito extraordinario, la herejía, la Inquisición era, así,
predicada.
El espacio habitual de emisión de estos sermones era la ciudad, la sede
de los diferentes tribunales, o las villas importantes durante las visitas del
distrito. ¿La excepcionalidad de los actos inquisitoriales o la importancia
de su objetivo, la herejía, suponía una atención más intensa por parte de
los oyentes? Es difícil valorar una respuesta. Como veremos, el canónigo
Baltasar de Torres aducía los murmullos en la iglesia y su poca voz para
justificar la impresión de su sermón. Parece que, en general, durante la
celebración de las ceremonias eclesiales no era habitual el silencio. Y, aún
más significativo, de las numerosas relaciones del auto de fe del 21 de
mayo de 1559, ninguna hace una mención extensa al sermón del dominico
Melchor Cano, figura prominente y bien conocida en la época. El
Inquisidor General Fernando de Valdés escribió a Felipe II el 22 de mayo
de 1559 que “predicó en el acto de ayer el maestro fray Melchor Cano; fue
el sermón de mucha doctrina, prudencia y de gran solemnidad, como se
requería para tal día y lugar, con que quedamos todos muy satisfechos” 10.
El sermón de Cano se basó el el pasaje “Attendite a falsis prophetis”
(Mateo7:15). La selección de noticias que hicieron los autores de las
8
MORENO, Doris y PEÑA, Manuel, “Cadalsos y pelícanos. El poder de la imagen
inquisitorial”, Historia Social, 74 (2012), 107-124. PIZARRO LLORENTE, Henar,
“Espejo de inquisidores. El sermón del carmelita Raimundo Lumbier por la beatificación
de Pedro de Arbués (1664)”, en NIEVA OCAMPO, Guillermo y PIZARRO LLORENTE,
Henar (coords.), Pastores, misioneros, inquisidores, jueces y administradores: el clero
del antiguo régimen, siglos XV-XIX, Salta, La Aparecida (Argentina), 2021, pp. 122-147.
9
GASCO HERNÁNDEZ, Juan Sermón que predicó en el Convento Real de N. P. S. Domingo
de México en 29 de abril, deste año de 1617... a la fiesta grande, y anual, que el venerable
tribunal del S. Oficio de la Inquisición haze, y celebra con regocijo universal à el esclarecido
triunpho de su fundador, y patrón inquisidor general, y apostólico, San Pedro Mártir de
Verona, México, por la viuda de Bernardo Calderón, 1677. PUJADAS, Fray Ramón,
Inquisidor el más zeloso é inquisidor el más constante San Pedro de Verona mártir: Sermón
que en el día 29 de abril de 1795 predicó en el Real Convento de Santa Catalina Virgen y
Mártir de PP. Predicadores de Barcelona... fray Raymundo Pujadas, Barcelona, Imprenta de
Manuel Téxero, 1795.
10
Archivo General de Simancas, Estado 137, fol. 10, cit. En GONZÁLEZ NOVALÍN,
José Luis, El Inquisidor General Fernando de Valdés (1483-1568). II. Cartas y
Documentos, Oviedo, Universidad de Oviedo, 1971, pp. 231-233.
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numerosas relaciones del auto muestra que el público asistente, venido de
toda la comarca, estaba más pendiente de los detalles que se explicasen
sobre los condenados y sus actitudes 11. Y el sermón no se dio nunca a la
imprenta. La publicación de estos sermones se hizo más frecuente a partir
de la segunda mitad del siglo XVI, más vinculada a la exposición pública
de la Iglesia triunfante de la Contrarreforma y al rearme de la imagen del
poder de la Inquisición española en el siglo XVII.
De cualquier forma, los sermones de esta Inquisición predicada eran
un aspecto esencial en el ritual inquisitorial y la ciudad el espacio público
habitual de difusión de sus mensajes. Si a nivel popular la respuesta podía
ser el ruido, el murmullo o rumor, las elites urbanas y regionales podían
tomar buena cuenta de los mensajes que anidaban en estos sermones,
mensajes según sus emisores, de misericordia y juicio, de pasado de
pecado y futuro celestial. En este artículo desgranaremos los contenidos
de estos mensajes y sus formas de modulación contextual a través del
análisis de un conjunto de sermones vinculados a la actividad inquisitorial.
1. EL SERMÓN INQUISITORIAL
El domingo 21 de octubre de 1612, muchos vecinos de Úbeda se
cobijaron bajo las preciosas portadas de la Iglesia Mayor que habían sido
renovadas por iniciativa del obispo de Jaén, Sancho Dávila. Era público y
notorio que el inquisidor Martín Jiménez Palomino había llegado desde
Córdoba para investigar algunas herejías que, al parecer, se estaban
cometiendo en la ciudad. Cuando se comenzó a leer el edicto que advertía
de la inminente visita inquisitorial, la multitud ya abarrotaba el interior de
la iglesia. La expectación era enorme. Todos, el común del pueblo y las
elites ubetenses, esperaban el sermón de un jovencísimo canónigo
magistral de apenas 20 años, recién llegado desde Sevilla, Baltasar de
Torres y Salto 12.
11
Algunas relaciones de este auto de fe fueron publicadas por SCHÄFER, Ernst,
Protestantismo español e Inquisición en el siglo XVI, vol. III, parte A, Sevilla, Editorial MAD,
2014, pp. 7-63.
12
Baltasar de Torres y Salto había nacido en Sevilla en 1591 y, después de ejercer en
Úbeda, marchó en 1613 a Badajoz para ocupar una canonjía en la catedral, denunciado
varias veces por absentista por estar más interesado por sus negocios agrarios en Sevilla
que por su oficio eclesiástico. Murió hacia 1629. MÉNDEZ BEJARANO, Mario,
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El predicador comenzó con una cita erudita que debió despertar algo
más que interés entre los oyentes más cultos: “De Platón Ateniense el no
menos docto que agudo, ojalá tan católico, Erasmo…”. No tuvo complejo
alguno en recurrir a los apotegmas recopilados por un autor -con buena
parte de sus obras condenadas en los índices inquisitoriales- para relatar
una anécdota que Platón había comentado sobre un discurso del cínico
Antístenes: “no podía quedar contento de su oración, no habiendo
satisfecho el gusto de los oyentes”. La cita inicial fue premonitoria.
Era habitual que los predicadores justificasen la impresión de su
sermón con motivos tan generales como ruegos o súplicas de amigos, o
mandatos de superiores 13. Por no privar del gusto a todos los que desearon
y no consiguieron oírle se convirtió en un motivo recurrente para imprimir
el sermón. Baltasar de Torres fue algo más explícito: “por ser ya medio
día, y cansárseme el pecho, por haberle esforzado demasiado, a causa de
la mucha gente, no le pude rematar”. El barroquismo de su sermón debió
convertir la expectación en murmullo. Es posible que la atención de los
oyentes se diluyera pasada la primera media hora, y al cabo de un par de
horas la predicación tuvo que ser interrumpida con la excusa de que iba a
ser impreso: “y habiéndome pedido muchas personas que le querían ver
acabado, no fue posible cumplir con todos, sino poniéndole en estampa”.
Y así sucedió. Nueve días más tarde, el 30 de octubre, lo entregó a Mariana
Montoya, la tipógrafa más destacada en la vecina Baeza, con una
dedicatoria al obispo Dávila 14. El resultado debió ser del agrado de la
máxima autoridad de la diócesis jienense, que en los años siguientes
encargó a la diligente impresora dos obras suyas: Litaniae Incultum Sancta
faciei Chirsti Domini (1613) y Los sermones (1615) predicados en el
obispado por las exequias por la muerte de la reina Margarita de Austria 15.
Diccionario de escritores, maestros y oradores naturales de Sevilla y su actual provincia,
Sevilla, Tipografía Gironés, 1925, t. III, pp. 24-25.
13
Sobre los motivos generales y particulares con los que los predicadores justificaban
imprimir sus sermones véase NÚÑEZ BELTRÁN, Miguel Ángel, La oratoria sagrada de la
época del Barroco. Doctrina, cultura y actitud ante la vida desde los sermones sevillanos del
siglo XVII, Sevilla, Universidad de Sevilla, 2000, pp. 52-56. Sobre las diferencias entre sermón
predicado y sermón publicado véanse las opiniones de la época en HERRERO, Félix, La
oratoria sagrada en los siglos XVI y XVII, Madrid, FUE, 1996, pp. 125 y ss.
14
TORRES Y SALTO, Baltasar de, op. cit.
15
Sobre la escasa pero cuidada producción impresa de Montoya, “una mujer con nombre
propio dentro de una actividad monopolizada (…) por el género masculino”, véase
SÁNCHEZ COBOS, María Dolores, “Mariana de Montoya, una mujer impresora en la
Baeza de comienzos del XVII”, en Cátedra, Pedro M. y López-Vidriero, María Luisa
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La intención de estas prédicas era recordar a los fieles que formaban
parte de una cosmovisión disciplinada, con el fin premeditado de unificar
conciencias, tanto de los emisores como de los receptores, y en beneficio
de la armonía social 16. El dominico Cristóbal de Torres en el sermón
predicado en el auto de fe celebrado en la Plaza Mayor de Madrid el 21 de
enero de 1624 exponía los tres objetivos de su exposición:
Lo primero para prevenir el escándalo de la multitud católica, que no alcanza
a penetrar los altísimos juicios de Dios, ni conoce fácilmente que su bondad
infinita sabe sacar su honra, no solo de la malicia humana, sino de la
obstinación diabólica. Lo segundo, para sacar del mismo veneno triaca, y del
pecado su condenación: y lo tercero (que aún es más excelente) para hallar
estribos y fundamentos de la Santa Fe Católica que profesamos en la pérfida
apostasía de este hombre, entregado a sus deseos infernales 17.
Los inquisidores sabían que el sermón debía ocupar un lugar principal
en las ceremonias inquisitoriales, como se reflejaba en algunos manuales
del Santo Oficio. En teoría, durante las visitas de distrito o de la ciudad,
sólo debía haber sermón en la iglesia en la que se leyese el edicto de
anatema. El predicador debía ser cuidadosamente seleccionado por los
inquisidores “y siempre se procura sea el mejor y más grave clérigo o
religioso, y habiendo ministros se prefieren a los demás, y por lo menos
debe ser conocido y cristiano viejo el que predicare”, dándole tiempo
suficiente para la preparación del sermón, con algunas claras indicaciones
sobre el objetivo último de su ejercicio de oratoria:
y se le advierta que en el discurso del sermón dé a entender al pueblo la
obligación que los fieles tenían a manifestar al Santo Oficio lo que supieren
contra cualesquier personas vivas y difuntas cerca de las cosas contenidas en
dicho edicto, y persuadir a los que acerca de alguna de ellas se sintiere
culpado la grande misericordia que el Santo Oficio usa con los que de su
(dirs.), La memoria de los libros. Estudios sobre la historia del escrito y de la lectura en
Europa y América, Salamanca, Instituto de Historia del Libro y de la Lectura, 2004, t. I,
pp. 365-379.
16
NEGREDO, Fernando, Los predicadores de Felipe IV: corte, intrigas y religión en la
España del Siglo de Oro, Madrid, Actas, 2006, p. 263.
17
TORRES, Cristóbal de, op. cit., f. 3v. Un breve estudio del proceso que dio lugar a este
auto de fe en: MORENO, Doris, “Vida, muerte y fama de un catalán en Madrid (Benito
Ferrer, 1624)”, El telar de la vida: tramas y urdimbres de lo cotidiano. Maneras de vivir
en la España moderna, Gijón, Trea, 2021, pp. 345-55.
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voluntad confiesan sus delitos para que animen a hacerlo, y así mismo la
gravedad de las penas y censuras, en que incurren los que no manifiestan un
día antes del que se ha de leer el edicto 18.
Además, como recuerda Núñez Beltrán, los predicadores se
presentaban como auténticos teólogos exégetas, y extraían del texto
bíblico los versículos pertinentes para sus conclusiones doctrinales,
oscilando entre el sentido literal y el alegórico-espiritual 19.
2. ELOGIO DEL SANTO OFICIO
En la solemnidad de estas ceremonias litúrgicas, los predicadores
exponían el objetivo excepcional del Santo Oficio: perseguir la herejía. Así
lo hizo nada más empezar Baltasar de Torres, al recordar a los asistentes
cuál era la principal razón por la que comenzaba la visita inquisitorial en
la ciudad de Úbeda:
Crece y auméntase nuestra fiesta, enriquecida y honrada con este santo
Tribunal del Santo Oficio de la Inquisición, que en defensa de la sacratísima
fe que profesamos, castiga y corrige, los pérfidos judíos, desenfrenados
moros y desvergonzados herejes que desamparando la fe que recibieron en
el bautismo, volvieron las espaldas a su Dios 20.
Se trataba de reforzar la representación, la imagen del poder del Santo
Oficio haciéndolo comprensible al auditorio, y con ese objeto el joven
canónigo adaptó su sermón al entorno agrario ubetense, en concreto al
aceite, buscando símiles y metáforas en las que coincidiesen sus lecturas
bíblicas con el fin de la visita inquisitorial. La conexión con el escudo
inquisitorial, imagen emblemática del Santo Oficio, también es muy
evidente. Con habilidad pedagógica, el predicador unía la rama de olivo,
tradicional símbolo cristiano de misericordia y elemento asociado a la
representación pública del Santo Oficio, con el mundo olivarero de sus
oyentes. El resultado fue una curiosa construcción oleica de las virtudes
del Santo Oficio ad hoc. Tomó como punto de partida la parábola de la
18
Manual del Santo Oficio, BNE, mss. 6210, ff. 52-53.
NÚÑEZ BELTRÁN, Miguel Ángel, op. cit., p. 431.
20
TORRES Y SALTO, Baltasar de, op. cit., f. 3.
19
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oveja perdida de los evangelios (Lucas 15,3-7; Mateo 18, 12-14). De ese
modo la Inquisición era presentada como el pastor
que dejadas en cobro las noventa y nueve ovejas de su rebaño, viene en busca
de la ovejuela perdida […] para que si alguno mal engañado, se hubiere
dormido en la fe, sin prevenirse del aceite necesario de la caridad; conocido
su engaño, y vista su necesidad, se cure con el aceite de la misericordia, que
en este Tribunal se usa. Hoy tenemos mayor necesidad que otras veces, del
aceite de la gracia, alegróme, porque si la necesidad es grande no es menor
el número de los intercesores 21.
Caridad, misericordia y gracia, todos son aceites que el Santo Oficio
ofreció a los vecinos de Úbeda para guiar en su camino: “antes hallará
siempre viva y luciente la lumbre de fe, lleno y abundante el vaso del
aceite, que es el corazón que está lleno de la caridad, que sobrando ella no
se morirá la lámpara de la fe”. Mediante ese aceite, según el canónigo
Torres, “se sustenta y vive nuestra santa fe, que por eso la sustenta y
defiende este santo Tribunal, que está tan lleno de caridad, que rebosa de
ella y le sobra grandemente, lo que no sucede en otros tribunales, que son
puramente administradores de justicia” 22.
Los predicadores inquisitoriales recurrieron a distintas comparaciones
para destacar la diferencia en el trato a los reos entre el Santo Oficio y el
resto de tribunales. El miedo a la Inquisición se contrarrestaba en el sermón
de Baltasar de Torres con una exaltación del procedimiento y de las
“suaves” condenas que imponía:
Con qué entrañas pues, con qué piedad y misericordia se castigan delitos
muy atroces en este Tribunal, con penas muy suaves, con cuánta benignidad
se va procediendo en todo, con qué humildad, no se alteran ni ensoberbecen
contra nadie, con cuánta modestia y compostura oyen y preguntan, con qué
paciencia y sufrimiento, aguardan y dan plazos, y con qué tolerancia esperan
la razón y descargo del culpado, con cuánto amor y caridad exhortan y
animan al que va errado para que se vuelva a su Dios, con deseo de su bien
y de castigarle con menor rigor que los demás jueces por acá, aunque sean
de cera (como soléis decir) y de azúcar y miel, y aunque sean eclesiásticos,
21
Ibídem, ff. 3-4. El autor o la imprenta citan como fuente en una nota al margen a Mateo c.
12 en lugar de c. 18.
22
Ibídem, ff. 22-23.
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en quien más que en otros debe resplandecer la caridad, han de proceder
conforme a derecho y estar a lo que la ley dispone 23.
El “benevolente” modo de proceder fue otra de las ideas clave en el
sermón de Arias de Armenta predicado en Sevilla durante la solemne
publicación del Índice de 1632 24. Según este jesuita, la imagen del trono
de Salomón, ampliamente difundida en la iconología medieval (1ª Reyes
10,18-20; 2ª Crónicas 9, 17-19), simbolizaba a la perfección la suavidad y
el respeto del Tribunal en su trato con las víctimas:
El oro príncipe de los metales significa las excelencias de este Tribunal,
sobre los demás que tratan materias inferiores, pero las de este Tribunal son
de Fe y Religión, que está sobre todo lo demás […] El marfil blanco, y puro
significa la limpieza de intereses y respetos humanos, con que procede el
Santo Oficio […] Los leones de que estaba guarnecido el Trono significan
la suma vigilancia con que atiende a sus causas [...] digamos como este
animal es blando para los rendidos y terrible con los que se resisten. Así este
Tribunal es blando con los penitentes y severo con los obstinados 25 .
Las metáforas médicas para caracterizar al Santo Oficio como
instrumento de sanación espiritual y social tenían un lugar común en la
asociación de la herejía con la peste o con la lepra y el paralelismo entre la
vida natural y la espiritual. En 1624, el dominico fray Cristóbal de Torres
se basaba en uno de los milagros de Jesús, la sanación del leproso en el
evangelio de Mateo (8:1-4), para presentar al Santo Oficio como
instrumento de sanación individual y colectiva, fuese mediante la
penitencia del arrepentido, fuese por la exclusión “en tinieblas interiores”
del hereje pertinaz:
23
Ibídem., f. 24.
ARIAS DE ARMENTA, Álvaro, op. cit., s/f. Este jesuita nació en Sevilla en 1577. Fue
catedrático y rector de varios colegios, además de Superior de su provincia en Andalucía
y calificador del Santo Oficio. Siendo Asistente General de la Compañía en Roma falleció
el 30 de enero de 1643. Además de este sermón fue autor de obras como Contrato
Espiritual (Baeza, 1632) o Encomia Beatissimae Virginis (Sevilla, 1621). Véase
MÉNDEZ BEJARANO, Mario, op. cit., t.I, p. 36.
25
1 Reyes 10,18-20. Sobre los usos políticos de este símbolo véase MÍNGUEZ, Víctor,
“El rey de España se sienta en el trono de Salomón simbólico entre la Casa de David y la
Casa de Austria”, en Mínguez, Víctor (coord.), Visiones de la monarquía hispánica,
Castellón, Universitat Jaume I, 2007, pp. 19-56.
24
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Establece la ley que ha de gobernar a este santo Tribunal con semejantes
almas, extendiendo su mano, tocándole blandamente, y diciendo: Volo,
mudare, quiero, sé limpio. Extender tiene el santo Oficio la mano y tocar al
hereje, y hallándole reconocido, absolverle de la lepra de su herejía, y con
alguna liviana penitencia dejarle: mas si está obstinado en ella (como lo está
ese hombre, transformado en demonio) la regla que le da el Inquisidor
supremo es echarle como a hijo apóstata del Reino, en tinieblas exteriores,
entregándole a las llamas, cuyo humo cause en sus ojos llanto temporal, que
dé principio al eterno 26.
No podían faltar entre los elogios del Santo Oficio en estos sermones
la apelación a su función como muralla protectora frente a la herejía. En
1599, el franciscano Lorenzo de Ayala predicaba en San Benito de
Valladolid en la ceremonia de publicación de los edictos inquisitoriales y
afirmaba:
Si hubieran podido cercar los Reyes Católicos a España de piedra, como
dicen cercó un rey de la China grande parte de su reino, acabaran la gente y
para el remanente el mismo peligro quedaba de las cercas adentro si una vez
prendía la llama de la infidelidad. Si fuese posible cercarla con muros de oro
y de plata que les traían de las Indias que habían descubierto, la insaciable
codicia de los españoles presentes los hubiera desmantelado y hecho moneda
que llevaran los reinos extranjeros: muraron con mejor defensa a España con
el Santo Oficio de la Inquisición y en pago de su santo celo, nos muestra la
experiencia que parece les hizo Dios en particular la promesa que por
Zacarías (2,5) hizo en común a la Iglesia: Et ero ei murus ignis in circuitu et
in gloria ero in medio eius 27.
En este caso, el predicador conectaba con la audiencia anclando su
metáfora en informaciones comunes entre sus oyentes: la referencia a la
gran muralla China demuestra el interés que por lo oriental podían tener
todos aquellos que leían con avidez las noticias que llegaban de Asia, por
ejemplo, a través de las cartas de los misioneros jesuitas; el oro y la plata
americanos, en relación con la “insaciable codicia” de los españoles ponía
de manifiesto los problemas de la colonización española, una crítica a la
ferocidad de los colonizadores españoles que, sin duda, también
encontraba ecos entre el auditorio de Valladolid. A la postre, el mejor muro
26
TORRES, Cristóbal de, op. cit., f. 2.
AYALA, Lorenzo de, op. cit., f. 16v. Citado en JIMÉNEZ MONTESERÍN, Miguel, op.
cit., pp.122-123.
27
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en la defensa de España no estaba hecho de piedras, oro o plata, sino del
encendido celo inquisitorial por la preservación de la fe. Con esa cita del
profeta Zacarías (2,5) el predicador acentuaba el papel purificador del
Santo Oficio: “Pero el Señor afirma: Yo seré como una muralla de fuego
alrededor de Jerusalén, y en medio de la ciudad mostraré mi gloria”.
Efectivamente, para aquella sociedad sacralizada, la gloria de Dios podía
mostrarse en medio de la ciudad, concretamente, en la celebración del auto
de fe.
3. EL AUTO DE FE Y EL JUICIO FINAL
El auto de fe era uno de los momentos privilegiados en los que el Santo
Oficio podía tejer al mismo tiempo todo su aparato de poder y los mensajes
ideológicos que apuntalaban su razón de ser 28. El rito, de tradición
medieval, y el dramatismo y la teatralidad de su desarrollo, llevado a su
máxima expresión según las circunstancias, buscaban subrayar múltiples
mensajes: potenciar la identidad religiosa, social y política de la
comunidad, y evidenciar el triunfo de la Iglesia sobre la herejía. Era “su”
fiesta, la escenificación en el ágora pública de todo el potencial, real y
simbólico, de la Inquisición 29.
El auto de fe no sólo era el estadio último de un proceso judicial o un
acto ritual eclesial sino también la metáfora de un acto que todos los
cristianos debían enfrentar tras la muerte 30. El canonista Francisco Peña en
28
MAQUEDA, Consuelo El auto de fe, Madrid, Istmo, 1992; CONTRERAS, Jaime, “Fiesta
y auto de fe: Un espacio sagrado y profano”, en García de Enterría, Mª Carmen; Ettinghausen,
Henry y Redondo, Augustin (eds.), Las relaciones de sucesos en España (1500-1700), Alcalá
de Henares, Universidad de Alcalá, 1996, pp. 79-90; MORENO, Doris, “Una apacible idea
de la gloria. El auto de fe y sus escenarios simbólicos”, Manuscrits, 17 (1999), pp. 159-177;
PEÑA, Manuel, “El auto de fe y las ceremonias inquisitoriales”, en González, David (ed.),
Ritos y Ceremonias en el Mundo Hispano durante la Edad Moderna, Huelva, Universidad de
Huelva, 2002, pp. 245-259; JIMÉNEZ MONTESERÍN, Miguel, op. cit., y MORENO, Doris
y PEÑA, Manuel, art. cit., pp. 107-124.
29
Como es sabido, los autos de fe podían tener perfiles distintos según fuesen: auto general
de la fe, celebrado en el espacio público; auto particular, en una iglesia o en la sala del tribunal;
o autillo, en la sala del tribunal y con muy pocos condenados. Los dos primeros, según las
circunstancias, se realizaban con la presencia de autoridades y con todos los elementos del
ritual y el boato necesarios.
30
FLYNN, Maureen, “Mimesis of the Last Judgment: The Spanish Auto de fe”, Sixteenth
Century Journal, 22/ 2 (1991), pp. 281-297.
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sus adiciones y comentarios al Manual de los inquisidores de Nicolau
Eimeric en 1578 describía el auto de fe como la representación del juicio
final. Que esta referencia escatológica era evocada por un público amplio
lo indica el hecho de que hasta el viajero francés Bartolomé Joly, a
principios del siglo XVII, describiera así el auto: “de ese modo se
adelantan hasta la plaza pública [las procesiones de reos y autoridades], de
suerte que viendo ese espectáculo parece ser el gran Juicio Final de Dios
lo que se va a hacer” 31. El auto de fe estaba lleno de “guiños” escatológicos
para un público habituado a las imágenes orales o pictóricas que describían
el momento en el que, tras la muerte física, las almas debían presentarse
ante Dios para rendir cuentas de su vida. Como afirmó Jaime Contreras, se
trataba de una visión metafórica de esa parusía final, el principio de una
acción que concluiría Dios mismo. Los inquisidores se mostraban, en esta
hermenéutica, como instrumentos encargados de empezar a hacer el
trabajo divino: separar el trigo de la cizaña, los justos de los condenados 32.
Tomás de Trugillo, en su obra Thesauri Concionatorum, publicado en
Barcelona en 1583, hacía una recopilación de motivos o temas para
elaborar sermones y dedicaba una sección a los sermones inquisitoriales.
Tema principal era el comentario de la parábola del trigo y la cizaña
(Mateo 13: 24-30), uno de los pasajes clave para abordar el trato que se
debía dar a los herejes en toda la tratadística europea de los siglos XVI y
XVII 33.
La actitud de los espectadores ante aquel espectáculo podía ser
ambivalente: para algunos, la reacción podía ser quizá el miedo, la decisión
de actuar con más prudencia o incluso el disgusto ante la acción
inquisitorial. Muchos otros hablaban del auto de fe como la visión de la
gloria, en la creencia de estar en el lado correcto, consolados por asistir a
la extirpación de la herejía como amenaza social. A la postre, el auto era
la solemnización del “triunfo de la divina providencia” ante “tanta
31
GARCÍA MERCADAL, José, Viajes de extranjeros por España y Portugal,
Salamanca, Junta de Castilla y León, 1999, t. II, p. 741.
32
CONTRERAS, Jaime, art. cit., p. 81.
33
PROSPERI, Adriano, “Il grano e la zizzania: l’eresia nella cittadella cristiana”, en Bori, Pier
Cesare (ed.), L’intolleranza: uguali e diversi nella storia, Bolonia, 1986, pp. 51-86. Sobre el
sermonario de Trugillo véase JIMÉNEZ MONTESERÍN, Miguel, op. cit., p. 243 y ss. Otro
sermonario similar: El Superior predicando, las festividades más autorizadas que celebra la
Santa Madre Iglesia Romana. Tomo primero... por mano del Señor Doctora Don Francisco
de Villa-Real, Madrid, por Diego Martínez Abad, 1699, que incluye un “El Superior
predicando auto de fe en la tercera dominica de Quaresma, al Santo Tribunal de la Inquisición,
en la Parroquial de San Salvador de la Imperial ciudad de Toledo”, pp. 268-297.
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multitud de nobleza y de gente popular”. Porque era la divina providencia
la que permitía la existencia de
semejantes blasfemos, herejes, miembros del Anticristo, tributarios del
príncipe de las tinieblas, vasallos del Rey de la soberbia, etc., para que la
iglesia triunfante muestre su justicia, para que la ira de Dios se manifieste
como testimonio de su omnipotencia... y los celosos se esmeren con
semejante motivos, en actos interiores de Fe, y en protestaciones exteriores...
magnificando a Dios... y dándole gracias de haber atajado esta pestilencia...
echen raíces más hondas en la caridad y merezcan nuevos aumentos de su
gloria 34.
4. HEREJES Y HEREJÍAS
El jesuita Agustín de Castro fue un predicador avezado que, aunque
estuvo condicionado por las circunstancias especiales del contexto de su
sermón sobre el Índice de 1632, desarrolló un elaborado discurso sobre la
herejía y la imperiosa justificación de las acciones represoras de Santo
Oficio: “Qué recatos, qué prevenciones, qué desvelos tiene este Santo
Oficio para conservar la pureza de la Fe, la unidad de la Iglesia, la
subordinación de los miembros a su cabeza”. Para él no había duda, las
tres especies de infidelidades a Cristo eran el paganismo, el judaísmo y las
herejías. Tras una detallada exposición sobre las condenas y las
reprobaciones hacia los luteranos, los anabaptistas y los calvinistas,
incluyó en su listado a los libros, afirmando:
porque si hay cosa en el mundo que pueda ofender la pureza de la Fe, son
libros, que con su publicidad están autorizados con los que los leen, y así es
necesario prohibir unos, expurgar y tildar otros, para separar en ellos la sana
y sincera doctrina de la sospechosa o peligrosa. Asunto de tan grande
importancia, que le tiene legitimado Dios en varios lugares de la Escritura 35.
En el sermón de Úbeda, Baltasar de Torres acentuaba con fuerza
retórica inusitada la capacidad pedagógica doctrinal del Santo Oficio. No
era la espada el eje del discurso sino, como ya se ha dicho, el olivo, la
34
TORRES, Cristóbal de, op. cit., f. 3v.
CASTRO, Agustín de, op. cit., Sobre la predicación de este jesuita abulense, véase
HERRERO, Félix, La oratoria sagrada en los siglos XVI y XVII. III. La predicación de la
Compañía de Jesús, Madrid, FUE, 2001, pp. 593-594.
35
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capacidad del Santo Oficio para ofrecer reconciliación, restauración y, a la
postre, unidad o conformidad con la Iglesia. Apelaba a otra de las
parábolas evangélicas, la de las diez vírgenes (Mateo 25, 1-13), una
parábola del Reino de Dios: las diez vírgenes que tomaron sus lámparas
para recibir al esposo y cinco (las prudentes) tomaron también el aceite
necesario y cinco (las fatuas) lo olvidaron. A medianoche se presentó el
esposo y las vírgenes fatuas pidieron a las prudentes que compartieran su
aceite, pero ellas se negaron y les aconsejaron que fueran rápidamente a
comprarlo al vendedor: ite potius ad vendentes. La parábola no acaba bien
para las fatuas. Mientras ellas estaban comprando llegó el esposo e hizo
entrar a las prudentes en las bodas cerrando la puerta. Las vírgenes fatuas
se quedaron fuera, en la oscuridad.
Los oyentes de aquel sermón debieron entender los matices de
urgencia que el predicador sin duda imprimió en su voz y expresión a
juzgar por las palabras con las que fue desgranando la cadena de herejes
que, como las vírgenes fatuas, no tenían el “aceite de la buena doctrina”.
Esta carencia se podía subsanar si, con diligencia, cuando aún había
tiempo, acudían a la fuente de la buena doctrina, el Santo Oficio. Como
hemos dicho antes, el predicador se mostraba persuasivo al acentuar una
vertiente inusitada del Santo Oficio: su capacidad pedagógica para sanar
la herida herética y restaurar la unidad de la Iglesia. Veamos la relación de
algunos de los réprobos y su esperanza en el Santo Oficio a juicio de este
predicador:
[el idólatra] dijere que se le debe adoración al leño o al metal, o a otra
cualquier criatura, como a verdadero Dios. Ite potius ad vendentes.
[...] Si el pérfido judío, por faltarle aceite de verdadera doctrina, faltare de la
fe, que recibió en el bautismo diciendo, que está esperando al mesías
prometido. Ite potius ad vendentes. Acuda a este Tribunal y le enseñarán,
como no solo es ya ha venido y redimió al mundo con su preciosa sangre y
muerte, mas también que ya no tiene que esperarle, sino como juez riguroso,
que castigue su dureza y pertinacia.
[...] Si el moro bárbaro, por faltarle aceite de verdadera doctrina, quebrando
la palabra, que puso con su Dios, cuando recibió el agua de la gracia, dijere
que fue Mahoma profeta verdadero, y que después de Dios no hay otros sino
a quien se deba crédito y fe. Ite potius ad vendentes. Acuda a este Tribunal,
y le enseñaran que fue Mahoma un embustero diabólico, y toda su bestial
doctrina dañada y falsa.
[...] Si el impío hereje maniqueo, por faltarle aceite de verdadera doctrina,
dijere que hay dos principios de su supremo poder, uno de todo bien que es
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Dios, y otro de todos los males, penalidades y trabajos y desgracias. Ite
potius ad vendentes. Acuda a este Tribunal, y de él saldrá enseñado, como
solo Dios es único principio y causa de todos los bienes, y el que solo permite
por muy justas razones, todos los males y trabajos, sin menoscabo de su
grandeza y bondad.
[...] Si el infernal Lutero, por faltarle aceite de verdadera doctrina, dijere que
no son necesarios sacramentos, ni confesarse más que a solo Dios, y que el
Pontífice Sumo no tiene potestad en la Iglesia. Ite potius ad vendentes.
Acuda a este tribunal y le harán entender la gran necesidad que tiene el fie
cristiano de sus culpas al sacerdote, y valerse de los santos sacramentos,
como de depósitos que son del valor de la preciosa sangre de Cristo nuestro
bien, y el gran poder que dio su Majestad a sus ministros.
Si el rebelde Calvino por faltarle aceite de verdadera doctrina, dijera que no
son necesarias buenas obras al cristiano para salvarse. Ite potius ad
vendentes. Acuda a este Tribunal y le dirán que son tan necesarias al adulto,
que, sin ellas, hallará la puerta del cielo cerrada para él, como las vírgenes
locas.
Si el sucio Melanchton, por faltarle aceite de verdadera doctrina, dijera que
el Evangelio no tiene fuerza de ley. Acuda a este Tribunal y quedará
enseñado como fuera de él no puede nadie salvarse, ni saber la fuerza de la
verdadera doctrina.
Y si todos los demás excomulgados herejes, por faltarles aceite de verdadera
doctrina, dijeren en otros errores y disparates. Ite potius ad vendentes.
Acudan a este Tribunal y verán el engaño manifiesto en que han vivido, y
sacarán doctrina no solo para desengañarse de lo pasado, sino también
advertencias para no errar más 36.
La esperanza en el Santo Oficio que vendía aquel predicador, en el
marco de la visita de distrito, no se dirigía sólo a los herejes mayores, sino
que también podía ser el aceite de la buena doctrina para que “los fieles
cristianos [que] tuvieran ignorancia y dudas y temores. Ite potius ad
vendentes. Acudan a este Tribunal y les enseñarán cómo se han de
sustentar en la fe. Aquí hallarán amparo y defensa, aquí camino llano y
guía, aquí doctrina y enseñanza cierta y aquí la caridad en su punto, porque
es medio eficacísimo de que ha valido Dios para que sus fieles tengan el
patrocinio y gobierno necesario y así puede muy bien decir a boca llena el
cristiano: Que el señor le rige y le gobierna, y por eso puede estar muy
seguro que, no le faltara nada, porque le ha dado en este Tribunal gran
36
TORRES Y SALTO, Baltasar de, op. cit., f. 27-29.
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pasto de verdadera doctrina” 37. La presentación del Santo Oficio como un
tribunal de misericordia lo aproximaba extraordinariamente al tribunal de
la conciencia, la confesión. La relación entre inquisidores y confesores fue
bien estudiada por Adriano Prosperi subrayando, para la Inquisición
romana lo que también vemos en este texto, la conexión de ambos
tribunales:
Por esta vía, incluso el terrible tribunal de la fe se plegó a las penitencias
leves y secretas y perdió casi completamente la función aterrorizadora que
sus fundadores le habían atribuido. Al mismo tiempo, y de forma paralela,
la casuística organizaba la materia de la confesión de forma más conforme a
un tribunal -donde se pacta y se discute y se divide la materia del derechoque como un lugar donde se alivia la pena de la conciencia ofendida. Las
conciencias, con sus secretos, se convirtieron en un campo de acción de
poderes que habían renunciado a la diferenciación inicial porque habían
descubierto que era preferible la persuasión a la fuerza. Las cartas e
instrucciones que circularon en la estructura inquisitorial asumieron, a
menudo, la forma de consejos y sugerencias para confortar, aconsejar,
encaminar a las personas que se dirigían a aquel tribunal. El tono pastoral se
convirtió́ en el dominante frente a la severa conciencia del duro deber y los
truenos de guerra espiritual que habían caracterizado, en cambio, la fase de
formación del Santo Oficio 38.
Volvamos a la frase del jesuita Agustín de Castro en 1632. En su
sermón, la Inquisición era paladín de la “pureza de la fe”, de “la unidad de
la Iglesia” y de la “subordinación de los miembros a su cabeza”. De este
último aspecto se ocupó Cristóbal de Torres en su predicación en el auto
de fe de 1624, celebrado en Madrid. Con un dominio de la retórica muy
notable, el predicador atrajo la atención y la aprobación del público al
iniciar su sermón apelando directamente al reo, recordándole los delitos
cometidos con términos muy duros, subrayando que estaba solo, marcado
por su pecado-delito, frente a todo el pueblo cristiano. De la interpelación
personal el predicador pasó a la reflexión pedagógica. ¿Quién es hereje?
Y respondía:
Es hereje alma sin disciplina, esto es, hijo del reino de la Iglesia arrojado en
tinieblas exteriores. Para ser hereje, es necesario haber recibido la fe de
37
Ibídem, f. 29.
PROSPERI, Adriano, “El inquisidor como confesor”, Studia Historica. Historia Moderna,
XIII (1995), pp. 61-85, cita en pp. 80-81.
38
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Cristo y no basta haberla recibido en sombras y en figuras como la sinagoga,
es precisamente necesario haberla recibido en la ley de la gracia, que consiste
en la manifestación, y cumplimiento de las sombras y figuras con el cuerpo,
y la verdad de las promesas hechas. Y el que fue hijo de este reino eterno,
obedeciendo en la oreja de la fe […] y después con impiedad blasfema
prevaricó, negándole a Dios las orejas, y repudiando la ciencia de sus
caminos (con lo cual pretendió con pertinacia salirse de la Iglesia) perdió la
luz, entró en tinieblas y de católico se convirtió en hereje, porque le faltó la
disciplina.
La disciplina se enlaza aquí con la obediencia a la palabra oída 39.
Efectivamente, el hereje es un indisciplinado, un desobediente, porque
Consiste la disciplina (como dice san Dionisio) en sujetarse a Dios con
firmeza, no presumiendo soberbiamente entender más de lo que Dios le
manifiesta, ni dejando descaecer el corazón a cosas inferiores, sino
gobernándole de manera que se extienda a las verdades sobrenaturales, sin
declinar a una ni a otra parte[...] [Levantando] su entendimiento a entender
las verdades de Dios casta y santamente [...] Y en esto consiste ser Católico,
cautivando el entendimiento a la obediencia de la fe, la cual es la disciplina
y enseñanza sobrenatural que pone Dios en nuestros entendimientos 40.
¿Y qué es entonces un indisciplinado?:
Es este género de gente almas desorejadas, fáltales el oído, que es el sentido
de la disciplina (como dice el Filósofo), son áspides sordos, que han
endurecido las orejas con la malicia, de donde nace decirle a Dios que se
retire, porque están cansadas de su magisterio y de la ciencia de sus caminos,
son entendimientos y voluntades desleales, caballos desbocados, fieras
desenfrenadas, almas presumidas, y consiguientemente madres de los
errores 41.
El hereje es un indisciplinado, un desobediente. Para el predicador, la
raíz de su sordera espiritual es la presunción, la vanidad de hacerse a sí
mismo norma usurpando la posición de Dios mismo:
39
Quizá relacionando esta afirmación con los textos bíblicos de Santiago 1:19-23; Mateo
7:21 y, especialmente, Romanos 2:13: “Porque no quedan libres de culpa los que tan solo
oyen la ley, sino los que la obedecen”.
40
TORRES, Cristóbal de, op. cit., f. 14r. y v.
41
Ibídem., f. 15r.
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La presunción es la madre del error y hay algunas almas tan presumidas de
su ingenio, que les parece que pueden medir con él a palmos toda la
naturaleza divina, y solo tienen por verdad lo que a ellos les parece que lo
es, y por falsedad, lo que no cuadra con su parecer : que (en buen Romance)
es hacerse a sí mismos leyes de la verdad, sin reconocer maestro que pueda
enseñársela: que al cabo es hacerse a sí mismos la verdad primera, y
usurparle a Dios el magisterio y la omnipotencia, sin dar lugar a que Dios
pueda entender, ni hacer mas de lo que ellos alcanzan. De aquí es, que están
atados de pies a cabeza con una cadena de tinieblas[...] Y la ley de creer o
no creer, es parecerles, o no parecerles a ellos verdad o mentira; nada creen
porque Dios lo dice, y la Iglesia lo propone… En conclusión, son almas que
no reconocen maestro, ni quieren aprender… 42.
Para Cristóbal de Torres, esta vanidad de los herejes o indisciplinados
de hacerse maestros de sí mismos esconde, paradójicamente su estulticia
porque
está entregado a la suprema necedad y a las tinieblas palpables de Egipto, el
hombre que niega las verdades de la Fe, porque no se ajustan a su discurso,
ni las puede sujetar con las razones de su entendimiento. Y en esta razón
clara como el mediodía, conozcamos cuán dejado está de la mano de Dios
este miserable: pues siendo un idiota, quiere medir con su ignorancia todo el
ser divino, y los altísimos juicios de la sabiduría de Dios, que están
escondidos en este divinísimo Sacramento 43.
Después de estas explicaciones de carácter teológico doctrinal, el
predicador hizo un nuevo llamamiento al reo para la conversión. Pero
después de un silencio dramático y teatral, Torres se volvió a todos los que
se habían juntado en la plaza mayor de Madrid para exclamar que poco o
nada se podía esperar de tales “indisciplinados”:
Semejantes almas ni se convencen con las razones, porque no las entienden,
ni se doblegan con las persuasiones, porque están trastornados, y miran con
los pies al cielo, para pisarle y con la cabeza y los ojos al infierno, para
despeñarse. La prueba está en las manos. Primero escogen el morir que el
convertirse, y el fin de semejantes almas será el perecer, y sus novísimas
postrimerías es el incendio que ha de permanecer para siempre 44.
42
Ibídem, f. 15v.
Ibídem, f. 17v.
44
Ibídem, f. 29r. y v.
43
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5. EL HEREJE CENSURADO
En el ceremonial de la publicación de los índices prohibitorios y
expurgatorios, los predicadores propusieron, con argumentos historicistas,
exégesis bíblicas y afirmaciones teológicas, el sentido y necesidad del
control de los impresos 45. En la proclamación del Índice de 1632, el jesuita
Arias de Armenta comparó también la labor del Santo Oficio en materia
de censura con la Parábola de los obreros de la viña en Mateo, 20. Bajo la
vigilancia superior de Cristo trabajaban obreros (eclesiásticos) plantando
y regando las viñas. Pero no era suficiente, se necesitaban además otros
peones (inquisidores-calificadores) para arrancar de raíz las malas hierbas:
“Y como el dueño de la viña de nuestro evangelio envió en diferentes horas
peones que la agostasen y podasen, a esa traza Dios nuestro Señor en
diversos tiempos ha enviado quien limpie su Iglesia de libros que la podían
inficionar” 46. El jesuita legitimaba sobradamente la censura y exaltaba la
publicación del nuevo Índice con el símil de la luz solar que vence a las
tinieblas de la noche (herejía):
Es el Sol un general Expurgatorio, que purifica y renueva este mundo
inferior. Y aunque es verdad, que este Oficio de limpiar y purificar la tierra
le conviene al Sol, porque con su calor consume los vapores dañosos, que
podían inficionarla, también se lo podemos dar por el Oficio que tiene de
despejar la tierra de desafueros que él descubre y ataja con su luz, y la noche
cubre y ocasiona con las tinieblas 47.
El riesgo que suponía la circulación de doctrinas heréticas llevó a
Arias de Armenta a valorar cuál era el vehículo de comunicación más
perjudicial para la ortodoxia, si el oral o el escrito. No tuvo duda en señalar
al libro como un potencial hereje por las enormes posibilidades de difusión
de ideas que permitía su circulación: “el Predicador, o Maestro de mala
secta, enseña en un lugar a un auditorio, pero el libro que corre por todo el
45
Un análisis más detallado en PEÑA DÍAZ, Manuel, Escribir y prohibir. Inquisición y
censura en los Siglos de Oro, Madrid, Cátedra, 2015, pp. 19-38.
46
ARIAS DE ARMENTA, Álvaro, op. cit., s/f.
47
Su comentario se basaba en el Salmo 103 (22-3) y de manera más explícita en la cita del
Evangelio según San Juan 3 (20): “Pues todo el que obra el mal odia la luz y no se acerca a
ella, para que nadie censure sus obras”.
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mundo, enseña a todos y en todo lugar”. Así, y como era habitual entre los
moralistas desde mediados del siglo XVI, era necesario tutelar las lecturas
de los jóvenes, y por supuesto, de las mujeres:
En media hora hace más daño un libro de amores, o de cosa semejante, a la
doncella desadvertida de sus daños, que una ruin tercera en muchas horas de
conversación. Y es de reparar que, recatando los padres a sus hijas de
semejantes mujeres, las dejan libremente leer libros tan dañosos.
Para el predicador sevillano existía una simbólica relación entre la
historia de la censura y la sucesión temporal de las horas canónicas. En la
Prima se produjo la quema de libros de magia recogida en los Hechos de
los Apóstoles, 19. En la Tercia acaeció la quema de libros de Arrio por
Constantino, y las posteriores hogueras posteriores ordenadas por
Teodosio, Valentiniano, Marcia y Teodosio el menor. Durante la Sexta
sucedió la quema de libros dictada por Justiniano y el papa León I. Y en la
Nona resumió las destrucciones desde el “primer Índice de libros
prohibidos” del papa Gelasio I hasta el Índice de Trento, pasando por la
quema de libros árabes de Cisneros o las de las obras de Lutero
promulgada por León X. En su último símil entre tiempo y censura
comparó la Inquisición con un reloj y el Índice con su gnomon:
Es el Reloj el concierto de un lugar, y así donde falta, todo es confusión y
desorden. Así donde asiste la Inquisición se halla todo concierto en las cosas
de la Fe y donde le falta todo es confusión de sectas. El Reloj siempre vela,
de día y de noche hace su oficio. Y este Santo Tribunal siempre vela para el
bien de la Iglesia. El Reloj tiene su mostrador, que llamamos gnomon, con
que señala las horas. Y el Santo Oficio tiene como mostrador el Libro que
ahora publica, que no es otra cosa que un gnomon o Índice que señala las
líneas y clases de herejes, sectas y herejías, que debemos saber para huir de
ellas 48.
Su sermón del Índice culminaba con una exaltación de la eficacia
censora del Santo Oficio, y más en Sevilla, donde eran sabidos por todos
los límites de la vigilancia, sobre todo en las visitas de navíos 49:
48
ARIAS DE ARMENTA, Álvaro, op. cit., s/f.
GONZÁLEZ SÁNCHEZ, Carlos Alberto y RUEDA RAMÍREZ, Pedro, “Con recato y sin
estruendo: puertos atlánticos y visita inquisitorial de navíos”, Annali della Clase di Lettere e
Filosofia. Scuola Normale Superiore di Pisa, 5, 1-2 (2009), pp. 473-506.
49
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No es este Tribunal de dormidos, sino de despiertos, vigilantes; porque
¿cómo duermen los que tienen tantas horas de asistencia a su oficio? ¿Los
que publican tantos edictos, y hacen tantos autos contra los delincuentes?
¿Los que apenas se ha cometido el delito, o pronunciado la mala proposición,
cuando ya la saben y castigan? Finalmente, ¿cómo duermen los que cada día
sacan nuevos Índices, con que destierran del mundo los libros de mala
doctrina? 50.
Por último, ese mismo año de 1632 y con el fin de exaltar el carácter
expurgatorio y español del nuevo Índice, el jesuita Agustín de Castro
ofreció en Madrid la clave que justificaba que la censura inquisitorial era
diferente a la romana 51. Castro expuso los fundamentos bíblicos del
expurgo, a partir de un pasaje clave de las Escrituras, cuando Dios se
dirigió a Ezequiel (Ez cap. 2-3) y le mandó comer el libro misterioso que
le había mostrado: “Lo desenrolló ante mí: estaba escrito por el anverso y
el reverso; había escrito: ‘Lamentaciones, gemidos y ayes’”. Para este
predicador jesuita no había ninguna duda alguna sobre los verdaderos
orígenes del expurgo:
Según esto, dar Dios al Profeta a comer un libro escrito por de dentro y fuera,
es decir, que de la mano de Dios ya va hecha la salva, ya va seguro de
veneno, y para que lo esté, es necesario que esté corregido en el reverso, lo
que estuvo errado en el haz. Sana podría ser la doctrina del libro que no está
expurgado; pero para recibirla con seguridad, conviene que lo esté, pues
apenas habría quien escriba que no haga borrón, y tenga que corregir, que
somos hombres. Tome esto Dios por su cuenta, tilden, borren y expurguen
sus ministros, para que envuelta en la sana no aprendan doctrina peligrosa 52.
CONCLUSIONES
El sermón inquisitorial era un elemento clave en la estructura litúrgica
de los actos inquisitoriales, ocasiones en las que se exponía la legitimidad
del Santo Oficio y su función. Como hemos visto, según el contexto, la
naturaleza del acto, la condición del auditorio y la habilidad y competencia
del predicador estos sermones podían tener acentos distintos. Además de
este argumento, la predicación inquisitorial incluía habitualmente la
conceptualización de la herejía – con referencias bíblicas, patrísticas y de
50
ARIAS DE ARMENTA, Álvaro, op. cit., s/f.
PEÑA, Manuel, op. cit., pp. 47-71.
52
CASTRO, Agustín de, op. cit., s/f.
51
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la tratadística inquisitorial- y la caracterización del hereje. Los objetivos
explícitos eran la reivindicación de Dios -en relación directa con el lema
inquisitorial “Exurge Domine et judica causam tuam”, “Levántate Señor y
juzga tu causa” (salmo 73); la condena del pecador hereje, subrayando el
remedio a una enfermedad espiritual y social que amenazaba con
contaminar el cuerpo de toda la comunidad política y eclesial; y la
pedagogía social necesaria de los “estribos y fundamentos de la fe
católica”, apuntalada a partes iguales en la provocación del temor
necesario en el escarmiento ajeno y la adhesión del auditorio a un ritual
sacralizado que anticipaba la esperanza en la feliz vida eterna. Las
Sagradas Escrituras, adaptadas con más o menos acierto por el predicador,
la patrística, la tratadística inquisitorial y la propia tradición parenética de
la iglesia eran una fuente infinita de ejemplos, a veces contradictorios, para
estos propósitos.
En síntesis, los sermones inquisitoriales reforzaban la representación,
la imagen del poder inquisitorial, de su presencia más allá de la sede del
tribunal de la Suprema o de distrito, fortaleciendo al mismo tiempo el
grupo, la comunidad de miembros que componían el Santo Oficio,
otorgando legitimidad a su pertenencia y a su ideología contrarreformista.
Al mismo tiempo, contribuían a reforzar la identidad corporativa y católica
de la comunidad política que se veía reflejada en la acción “sanadora” del
Santo Oficio, advertida sobre los peligros de las prácticas heréticas y
consolada en las metáforas entre los valores de presente vividos en la vida
cotidiana y su perdurabilidad en la eternidad.
La proyección de todos estos mensajes en el entorno urbano buscaba
la adhesión o, por lo menos, la obediencia. En los sermones emitidos en el
marco de las visitas de distrito el buen predicador se esforzaba por conectar
su mensaje con las inquietudes, expectativas y mundo cotidiano de los
oyentes, la mayoría iletrados, como hemos visto en el sermón de Baltasar
de Torres. En otros actos inquisitoriales, en las sedes de los tribunales o en
la ciudad de la corte, los discursos se elevaban con lenguaje y retórica
barrocos, buscando a las elites, recordándoles, como hemos visto, que el
Santo Oficio no era “Tribunal de dormidos, sino de despiertos, vigilantes”.
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