Patrimonio de la represión: usos y reflexiones1
Loreto López G.2
Lo que intentaré hacer es ilustrar el camino que recorren ciertas memorias para
adquirir luego una forma institucionalizada al transformarse en patrimonio,
centrada en el caso de las memorias de la represión o más bien de las violaciones
a los derechos humanos perpetradas por agentes del Estado durante la dictadura
de Pinochet en Chile. Con el fin de presentar algunos problemas relativos a las
disputas por la memoria del período, y los usos a los que pueden ser sometidos
los nuevos patrimonios –de la represión-.
No voy a detenerme en las discusiones en torno a la construcción del patrimonio,
pues desde ya verán que mi opción para tratar el tema, lo asume como algo
construido y deliberadamente activado por sujetos o grupos sociales movidos por
ciertos intereses. Es decir, el patrimonio no preexistiría a aquellos sujetos, y
estaría luego sometido a ciertos usos y alentado por ciertos encuadres y debates
nacionales e internacionales.
del patrimonio como un tipo especial de vínculo con el pasado, susceptible de ser
realizado o construido desde cualquier espacio social donde se emprenda la
búsqueda de identidad y la consagración de la herencia.
Presentación
Desde 1995 a la fecha, Chile ha logrado ingresar cinco patrimonios a la lista del
Patrimonio Mundial de UNESCO.3 Estos logros internacionales junto al proceso
desencadenado para conseguirlos, parecen dar cuenta de una nueva percepción
respecto a la importancia del patrimonio como carta de presentación para los
países, en especial para casos que como el chileno, reingresan a la vida
internacional desde un contexto democrático.
A su vez, dichas proclamaciones motivan a la comunidad local hacia la búsqueda
de sus patrimonios, ya no sólo desde el punto de vista de la protección y
conservación de lo existente, de aquello que ya ha sido identificado como
patrimonio, sino también en torno a posibles bienes o prácticas que a veces
escapan a la noción clásica que ha dominado el escenario patrimonial en Chile
desde la construcción de la República hasta nuestros días.
Así, diversos tipos de patrimonios irrumpen en la escena nacional, atendiendo a
una nueva reflexividad sobre el pasado, la herencia y la identidad. No sólo el
1
Ponencia presentada en el VIII Congreso Argentino de Antropología Social, 19-22 septiembre de
2006. Salta-Argentina.
2
Antropóloga, Universidad de Chile
3
Isla de Pascua, Iglesias de Chiloé, Valparaíso, Oficinas salitreras Humberstone y Santa Laura, y
Campamento minero de Sewell.
1
patrimonio inmaterial plantea un desafío en la comprensión del patrimonio, más
allá de sus fronteras materiales e inmutables, sino también otros que siendo
formalmente clásicos manifiestan un carácter revolucionario en su sentido, como
ocurre con los lugares de la memoria vinculados a las violaciones a los derechos
humanos perpetradas durante la dictadura, pues escapan a la idea del patrimonio
como lugar vacío de conflictos.
Como nunca antes, el patrimonio comienza a ser apropiado por diversos sectores
que entienden en él una forma de legitimar su identidad e historia, presentándola
públicamente bajo la forma de un bien común llamado patrimonio.
No es que esta vinculación entre patrimonio e identidad no haya sido entendida
antes, es evidente que los sectores mejor representados en la construcción
patrimonial en Chile, a saber la Iglesia católica, el Estado, las Fuerzas Armadas,
así como las elites políticas, culturales y económicas (las oligarquías de antaño),
trabajaron rápidamente en la consagración de sus herencias en tanto patrimonio
nacional.
Sin embargo, el actual contexto democrático y las transformaciones ocurridas al
interior del propio campo del patrimonio, hacen insostenible continuar sacralizando
una herencia parcial como el patrimonio de todos los nacionales. Una comunidad
nacional debe poder verse reflejada y proyectada en sus patrimonios, como forma
de fortalecer su identidad, pero es importante aceptar que aunque el patrimonio se
construye, aquella construcción no puede hacerse sobre la negación de las
diversas herencias y pasados, o del olvido de experiencias “ingratas” que escapan
al canon “heroico y feliz” del patrimonio, pero que proveen de sentido a la
sociedad, pudiendo ser ofrecidas públicamente para la reflexión crítica del pasado.
El caso de las memorias de la represión y sus consecuentes patrimonios es
ilustrativo del proceso de disputa y construcción patrimonial.
Las formas que las memorias de las violaciones a los derechos humanos han
encontrado para visibilizarse, legitimarse y consagrarse públicamente en Chile han
debido sortear una serie de obstáculos, dirigidos a desconocerlas, en el peor de
los casos, o a privatizar, restringir o minimizar su alcance, en el más común de
ellos. Aún así, el “trabajo de la memoria” llevado a cabo por los “emprendedores
de la memoria” a decir de Elizabeth Jelin, ha logrado abrirse paso como nunca
antes había ocurrido en la sociedad chilena ante episodios que provocaron una
fisura al interior de ella, significada hoy desde diversas versiones y posiciones,
pero ineludible a pesar de las amnistías y los apremios dirigidos a sacrificar la
memoria por el bien superior de la unidad y la paz social.
Recuperación de sitios de detención, erección de memoriales y monumentos,
marcas territoriales señaladas por rituales conmemorativos en fechas
emblemáticas o por hitos que intervienen discretamente la materialidad del lugar,
han sido los caminos seguidos por agrupaciones de sobrevivientes, ex detenidos y
familiares de detenidos desaparecidos. Estas iniciativas han sido apoyadas por
2
sectores de la sociedad civil, para articular y convocar las memorias de la
represión, intentando construir y consolidar luego un patrimonio de la represión.
El paso de las memorias a los patrimonios, supone un nuevo posicionamiento de
las memorias a nivel público, así como un salto cualitativo respecto del tratamiento
y uso al que serán sometidas. Ya no se trata de servir de referente para procesos
judiciales, recuperar información para el presente o sostener la veracidad de una
experiencia del pasado que convoca a una determinada colectividad involucrada
en aquella experiencia, sino que supone transformar las memorias de la represión,
unidas a determinadas fechas y lugares, en un bien público a disposición de la
sociedad en su conjunto.
Este proceso abre una serie de interrogantes relativas a los encuadres a los que
responden esas iniciativas o “activaciones patrimoniales” en torno a fechas y
lugares, las potencialidades reflexivas contenidas en ellas, la opción política de
la(s) identidad(es) unida(s) a esos patrimonios, así como el rol que pueden cumplir
en el procesamiento del pasado (y en particular en la problematización de la
responsabilidad colectiva ante el fatal legado que dejó la violencia y la eliminación
ejercida por una parte de la sociedad contra otra).
La memoria y la construcción de patrimonios
Puesta al servicio de la resistencia en los años dictatoriales, el poder testimonial
de la memoria de la represión construida desde las víctimas de violaciones a los
derechos humanos, dio cuenta de una realidad que fue sistemáticamente negada
y rechazada por las fuentes oficiales de información empeñadas en emprender un
acto de doble borradura sobre quienes estaban siendo intervenidos, eliminados o
desaparecidos de la vida nacional: negar los procesos de negación, desaparecer
las prácticas de desaparición.4
De esta manera, los testimonios y prácticas destinadas a develar una nueva
verdad sobre los hechos que estaban aconteciendo en el país durante la
dictadura, se convirtieron en un espacio de denuncia y resistencia, tanto a nivel
nacional como internacional.5 Ahí, la memoria actuaba como un valioso soporte
para retener y divulgar información detallada sobre los sucesos que
experimentaban las personas portadoras de los recuerdos, que sin embargo
debían mantenerse en una red silenciosa de complicidades y solidaridades.
Las memorias que se construyeron y operaron durante la dictadura estaban
orientadas por urgencias inmediatas dirigidas a registrar circunstancias de
4
“Desde entonces se puede comprender fácilmente por qué la memoria se ha visto revestida de
tanto prestigio a ojos de todos los enemigos del totalitarismo, porque todo acto de reminiscencia,
por humilde que fuese, ha sido asociado con la resistencia antitotalitaria.” Todorov, 2000:14.
5
Al respecto, resulta emblemático el caso del temprano testimonio Tejas Verdes de Hernán
Valdés, publicado en el año 1976 en España, el que fue rápidamente traducido a varios idiomas en
los años que siguieron.
3
detención, ejecución y desaparición de quienes estaban siendo perseguidos. Y
que además, recibían el influjo del dolor y abatimiento provocado por el fin de un
período inédito en la historia nacional (y del mundo).6
Los archivos de derechos humanos, que el año 2003 fueron declarados por
UNESCO patrimonio mundial en el Programa Memoria del Mundo,7 podrían
representar una de las formas emblemáticas de operación y de configuración de la
memoria de la represión durante la dictadura, al concentrarse en documentos
judiciales, declaraciones y testimonios en procesos de búsqueda, entre otro tipo
de registros.
Sin embargo, tras la recuperación de la democracia puede decirse que las
orientaciones para la configuración de la memoria fueron cambiando. El nuevo
contexto democrático no sólo abrió la posibilidad de demandar verdad y justicia
para las víctimas, sino que inauguró un escenario donde paradojalmente las
memorias unidas a las violaciones a los derechos humanos debieron sortear la
resistencia de enfoques, posiciones e intereses que veían en ellas una amenaza,
más que una oportunidad, para el desarrollo y consolidación de la democracia
recuperada.
En este sentido, el discurso de la reconciliación popularizado en Chile durante el
primer gobierno democrático y las promesas del fin de la transición, del segundo,8
intentaron poner obstáculos al trabajo de la memoria, en un gesto que pretendía
reiterar la llamada “vía chilena de reconciliación política”, basada en acuerdos de
amnistías y pactos de silencio y olvido. Pero la bondad de los acuerdos cupulares
que caracterizaron a la historia chilena frente a otros episodios de violencia y
represión, no han surtido efecto en el contexto actual, pues las condiciones
6
Atendiendo a las características que concurren en la definición de la memoria, entendida como la
recuperación del pasado orientada por marcos que permiten significar eventos y experiencias a
partir del presente, organizándolos en una constelación de olvidos y recuerdos. Para Maurice
Halbwachs, la memoria colectiva se encuentra orientada a partir de ciertos “marcos sociales”, ahí
radica el nivel social y cultural de la memoria, a través de los cuales las memorias individuales
logran actualizarse: todo recuerdo individual requiere de la complicidad con otros, de lo contrario
corre el riesgo de ser clasificado como alucinante. Los marcos sociales, es decir normas que
indican qué se debe recordar y cómo, tales como principios, valores, juicios que operan en el
presente sobre el pasado, organizando, seleccionando, jerarquizando e interpretando, hacen
posible el vínculo entre el individuo y el colectivo, y sin duda la persistencia de la identidad, o bien
la identidad como posibilidad. “(…) la memoria es, en todo momento y necesariamente, una
interacción de ambos (supresión y conservación). El restablecimiento integral del pasado es algo
por supuesto imposible (…) y, por otra parte, espantoso; la memoria, como tal, es forzosamente
una selección: algunos rasgos del suceso serán conservados, otros inmediata o progresivamente
marginados, y luego olvidados.” Todorov, 2000:16.
7
Compuestos por documentación archivada y recopilada por la Agrupación de Familiares de
Detenidos Desaparecidos, la Comisión Chilena de Derechos Humanos, la Corporación CODEPU,
la Corporación Justicia y Democracia, la Fundación de Ayuda Social de las Iglesias Cristiana
(FASIC), la Fundación de Protección a la Infancia Dañada por los Estados de Emergencia (PIDEE),
la Fundación de Archivos de la Vicaría de la Solidaridad y la Productora Nueva Imagen.
8
Apresurándose al devenir histórico, y tal vez desconociendo la complejidad del tema, el
presidente Aylwin declaró que la tarea de su gobierno sería alcanzar la “reconciliación nacional”,
“cerrando” el problema de las violaciones a los derechos humanos.
4
nacionales e internacionales no favorecen la alternativa del olvido jurídico y social
para conseguir la “paz social”.
Inmersa en un nuevo escenario internacional de carácter global, la sociedad
chilena ha debido aceptar, muchas veces con renuencia, las señales que le
indican la imposibilidad de continuar indiferente ante las transformaciones
culturales que consagran la ética de los derechos humanos como una ética
universal, con la consecuente dificultad de “dar vuelta la página” frente a la
herencia del pasado. La detención de Pinochet en Londres el año 1998, advierte el
contexto al cual Chile debe adaptarse “poniéndose al día” lo más pronto posible,
no sólo en la ratificación de acuerdos y convenios internacionales que tienden a
promover y garantizar el respeto a una serie amplia de derechos, sino también
olvidando interpretaciones que culpaban al “marxismo internacional” de las
fatalidades del ex dictador, visión que algunos de sus adherentes quisieron
popularizar.
La legitmitimación que UNESCO hace de las memorias de las violaciones a los
derechos humanos como una memoria universal, junto a una naciente justicia
supranacional y a las obligaciones contraídas por el Estado chileno al firmar o
ratificar convenios que protegen los derechos humanos, en contra de prácticas de
olvido cada vez más intolerables en el nuevo escenario global, han contribuido
también a promover el trabajo de la memoria en torno a las violaciones a los
derechos humanos en Chile durante la dictadura.
Por otra parte, puede decirse que el eje de los conflictos que ha escondido la
historia chilena respecto de otras amnistías e indultos en períodos anteriores, es la
tensión que provoca en la sociedad la persistencia de memorias que por el sólo
efecto de la ley no logran albergar el pretendido olvido. Esta situación señala
además la complicidad entre la actividad historiográfica y el poder que impone el
olvido, pues se deduce que muchos de los episodios anmistiados, parecen haber
sido omitidos de los relatos oficiales, con el fin de sanar el trauma, develando así
los delicados vínculos entre historia y política.9
9
Esta relación es objeto de una revisión crítica por la corriente de la historia social chilena, de la
cual Gabriel Salazar es uno de sus más importantes representantes, señalando que “La memoria
política de los chilenos debe ser, por tanto, revisada e intervenida. Reestructurada según criterios
cívicos y democráticos, a objeto de rescatar y reconstruir el gran ‘capital humano’ que ha perdido”
(Salazar, 2005:21) producto de un relato historiográfico oficial que ha narrado como democráticas
tradiciones autoritarias, arbitrarias y represivas que difícilmente hoy pueden ser aceptadas como
afiliadas a valores y actitudes democráticas, pues desde el origen de la nación hasta mediados del
siglo XX impidieron la efectiva participación ciudadana, consagrando su ausencia en la vida política
del país. “(...) en Chile, al ser celebrada y mitificada la estabilidad y recurrencia del ‘orden’
establecido por los estadistas Portales, Alessandri y Pinochet, y al heroificarse a sus restauradores,
no se ha hecho otra cosa que exaltar como valores patrióticos el autoritarismo, la arbitrariedad
gubernamental y la represión de los derechos cívicos y humanos de los chilenos, y condenar al
olvido o a la negación fáctica los valores propios de la sociedad civil, la ciudadanía y la
humanización.” (Ídem: 19)
5
De esta manera, las omisiones que cierta historiografía y memoria social han
cometido, contribuyeron a construir y consolidar un conjunto de mitos sobre la
“tradición chilena”, como la excepcionalidad de una tradición constitucionalista y la
ausencia o minimización de la violencia y la brutalidad en la historia nacional.10 Es
por ello que la reconciliación en este último período, aunque también en otros,
emerge como consigna política o meta simbólica, más que como una realidad
tangible.11
Ante un contexto nacional contradictoriamente adverso,12 la recuperación del
pasado dictatorial en su cara represiva, ya no podía aludir únicamente a la
búsqueda de justicia por las vías jurídicas, sino que se amplió al necesario
10
El llamado “mito de la excepcionalidad chilena” ya ha sido propuesto y revisado por algunos
autores. Por ejemplo, uno de los “mitos” o “verdades a medias” que ha persistido para conformar
una autoimagen del país, ha sido la idea de la excepcionalidad chilena en el contexto
latinoamericano, sin embargo el golpe de Estado de 1973, provocó un cierto aire de familiaridad
con los demás países de la región, delatando “(...) que éramos, a fin de cuentas, astillas del mismo
palo.” (García de la Huerta, 2003: 156). “La excepcionalidad atribuida a los militares chilenos, por
ejemplo, llevó a algunos a pensar que eran una especie de civilistas de nacimiento, que jamás
llegarían a atentar contra un gobierno constitucional.” García de la Huerta, 2003: 157. “Se puede
suponer con verosimilitud que la patente ingenuidad respecto del discurso y del quehacer que
mostró la Unidad Popular se basó en uno de nuestros mitos políticos identitarios, la creencia en la
excepcionalidad de la experiencia política chilena.” Moulian, 1997: 162. “Es un hecho evidente que
el mito de la diferencia constitucionalista chilena no fue narrado por la historiografía del siglo XIX
(...) El mito de la excepcionalidad constitucional y el orden republicano chileno se narró en pleno
siglo XX, especialmente hacia la década de 1920-1930, en momentos en que el país atravesaba
por una profunda crisis económica y política, siendo obstruida la reforma por la élite parlamentaria
y habiendo sido golpeada la institucionalidad por sucesivos cuartelazos militares de signos políticos
disímiles, pero todos bastante críticos al régimen político oligárquico, y cuyas tendencias oscilaban
entre un reformismo conservador hasta un reformismo socialista. En estas circunstancias, un grupo
de historiadores conservadores, encabezados por Francisco Antonio Encina, construyen el mito
portaliano de la excepcionalidad histórica chilena, la que habría sido sustentada por un
ordenamiento autoritario republicano, capaz de conjurar la ‘anarquía’ impuesta por los gobiernos
liberales de la década de 1820, los que supuestamente se habrían visto incapacitados de otorgarle
estabilidad al país, siendo derribados por una seguidilla de cuartelazos dirigidos por caudillos.”
Illanes, 2002: 165-166.
11
“Había, como nunca antes en la historia del país, una resistencia intensa y visceral en algunos
sectores al olvido social y jurídico, un rechazo a la impunidad por delitos ‘políticos’ cometidos
durante un período de polarización y represión política. Si bien no era la primera vez en que en el
país la represión política se realizaba mediante asesinatos y desaparecimiento de personas por
agentes del Estado, muchos chilenos crían que esta práctica represiva era inédita. Tampoco lo era
la tortura en 1973, ya fuera en las cárceles o cuarteles, en lugares destinados a ‘interrogatorios’ de
los servicios de Inteligencia e Investigaciones, o en el propio entrenamiento de las fuerzas
armadas. La tortura ha sido parte de la formación de marinos y soldados en América latina, en
Chile, y en muchos países del mundo. No obstante, en la historia del país jamás existió resistencia
tan prolongada a alguna anmistía, como en el caso de la ley 2.191 de 1978. Nunca antes el olvido
jurídico, por delitos de funcionarios del Estado, civiles o uniformados se había resistido con tanta
pasión.” Loveman y Lira, 2002:18.
12
“(...) para muchos ha resultado incomprensible que, una vez dadas las condiciones, hace una
docena de años, no haya sido publicado (Tejas Verdes. Diario de un Campo de Concentración en
Chile) en el país que le dio origen. La verdad es que ha habido débiles intentos y fuertes
oposiciones. No de los militares o de la derecha, que hace ya algún tiempo han perdido todo miedo
a las palabras, sino de grupos de presión (o de omisión) de lo que tímidamente me atrevería a
llamar el actual poder político.” Valdés, 1996:3.
6
reconocimiento público de lo ocurrido entrando en pugna con otras memorias
sobre el período. No se trataba entonces de una memoria que circulara
únicamente por los pasillos de los tribunales como triangulación de testimonios
dirigidos a elucidar la verdad de los hechos, el destino de los detenidos
desaparecidos, o a conseguir condenas y reparaciones, sino de una empresa más
compleja como situar a aquella memoria en tanto espacio legítimo para abordar y
reflexionar sobre el pasado, el presente y el futuro del país.
Si se considera que la memoria contribuye a estructurar la experiencia y asegura
la continuidad de tradiciones de una colectividad, operando entonces como un eje
para la construcción de identidad, el poner a disposición de la ciudadanía la
memoria de las violaciones a los derechos humanos construida por las víctimas de
aquellas violaciones, sus familiares y amigos, interpela a la sociedad chilena a
convocarse y verse reflejada en aquella memoria, pero no tanto desde un sentido
compasivo o solidario, sino desde la posibilidad de incorporarla como parte de la
historia nacional (oficial) y una identidad compartida.
El desafío en este punto, supone reflexionar acerca de qué memoria es la que
convocará a la sociedad chilena, problema que abordaremos más adelante al
aproximarnos a los retos del procesamiento del pasado.
La importancia de los lugares de memoria
Si los testimonios, relatos y el propio “cuerpo de los condenados”, fueron el
espacio donde se convocaron las memorias de las violaciones a los derechos
humanos durante la dictadura, tras la recuperación de la democracia otros nudos
han concurrido en la configuración de estas memorias.
Del espacio privado del cuerpo, el testimonio personal, la conversación y la
práctica terapéutica, las memorias de la represión saltaron al espacio público de
los actos y conmemoraciones activadas en fechas identificadas como
significativas, así como al lugar de los memoriales, monumentos y marcas
territoriales que tejen la topografía del terror legada por la dictadura.
Fechas y lugares, hitos temporales y espaciales, fueron adquiriendo importancia
en la medida que el olvido, la ignorancia y la indiferencia amenazaban con
sepultar el pasado reciente “dando vuelta la página”, e impidiendo a la sociedad
chilena integrar en su memoria los aspectos “indeseables” de la dictadura que
contribuían a relativizar la lectura exitista de la “gran obra” constitucional,
institucional y económica heredada por el gobierno de facto.
Era necesario entonces buscar hitos que permitieran convocar a las memorias
emblemáticas de la represión sufrida por las víctimas, y que pudiesen ser
apropiados por otros sectores de la sociedad, no necesariamente considerados
como “herederos directos” de aquellas memorias.
7
Así, la proliferación de “lugares de memoria” como anclaje para el recuerdo se
tradujo en la recuperación de sitios –ex centros de detención, específicamente- y
en la edificación de memoriales. Es importante considerar que los lugares actúan
en una primera instancia como “nudo convocante” para las memorias,13 y no
necesariamente se constituyen inmediatamente en patrimonios, como se verá más
adelante.
Se entiende entonces, que un lugar de memoria (no solo sitios, sino también
fechas), responde a la intencionalidad de establecer una marca significativa “(...)
cuando en un sitio acontecen eventos importantes, lo que antes era un mero
‘espacio’ físico o geográfico se transforma en un ‘lugar’ son significados
particulares, cargado de sentidos y sentimientos para los sujetos que lo vivieron.”
(Jelin y Langland, 2003:3)
Deriva además del trabajo de un colectivo: los “emprendedores de memoria”,
integrado por sobrevivientes, familiares y amigos de víctimas, así como
organismos de derechos humanos y partidos políticos, que invierten voluntades y
recursos en la transformación de un espacio en lugar, en lugar de memoria de la
represión en este caso, sobre los sitios donde ocurrieron las violaciones a los
derechos humanos (en la mayor parte de los casos).14 A estos emprendedores
nacionales, se unen además agentes internacionales que no sólo apoyan el
trabajo de memoria efectuado, sino que también orientan el camino a seguir
promoviendo el intercambio entre experiencias de distintos países y la
coordinación internacional en este ámbito.15
13
“(...) hay que conceptualizar cuales son los nudos convocantes de la memoria y el olvido, para
ver con mayor claridad los actores sociales y las situaciones que van creando y hasta exigiendo
puentes de memoria, ligando lo suelto y lo emblemático en la sociedad. Hay tres tipos de nudos nudos que son grupos humanos, nudos de "hechos y fechas" y nudos que son sitios o restos
físicos-, que van convocando múltiples memorias y exigiendo que se construya puentes hacia la
memoria y el olvido colectivo.” Stern, 2000:13. “Los nudos convocantes de la memoria son los
seres humanos y las circunstancias sociales que exigen que se construyan puentes entre el
imaginario personal y sus memorias sueltas por un lado, y el imaginario colectivo y sus memorias
emblemáticas por otro.” Ídem :22.
14
“(…) un lugar de memoria es una ‘unidad significativa, de orden material o ideal, a la que la
voluntad de los hombres o el trabajo del tiempo convirtieron en un elemento simbólico de una
determinada comunidad’. La idea de fabricación, de producción del lugar subyace a la definición.
(...) Una vez que el lugar es producido, es difícil abolirlo. Salvo en los casos de amnesia
espontánea de un grupo, esto no puede llevarse a cabo sin la destrucción física del lugar, cuando
se trata de un lugar material.(...) En la expresión lugares de memoria hay que entender la
preposición con el significado más de una pertenencia o una procedencia –son lugares que
pertenecen a la memoria, que son producto de ella, que viene de ella- que como una simple
indicación de localización: los lugares en los que la memoria encarna. Si hay lugares que parecen
sobredeterminados por la memoria, más destinados que otros para acogerla, es porque ésta ya
trabajó allí y depuso, con el correr del tiempo, capas sucesivas de sedimentos de memoria hasta
tal punto que a veces satura de sentido estos sitios particulares.” Candau, 2002: 112-113.
15
Al respecto, el caso del Parque por la Paz Villa Grimaldi es emblemático, puesto que mantiene
vínculos con distintos organismos e instituciones dedicadas al rescate de la memoria y el
procesamiento del pasado traumático en distintos países, como Memoria Abierta en Argentina, la
Fundación Ana Frank en Holanda, por ejemplo, a la vez que participa de instancias internacionales
8
Aunque la mayor parte de los centros de detención correspondió a dependencias
e instalaciones propias del funcionamiento institucional de las Fuerzas Armadas,
Carabineros e Investigaciones, otros se establecieron deliberadamente en sitios e
inmuebles que fueron adquiridos (a veces apropiados a la fuerza) para fines de
detención y tortura, y que posteriormente en los años previos a la transición
democrática, fueron abandonados, traspasados a otros propietarios y a veces
destruidos. Son justamente ese tipo de sitios, que no quedaron en manos de la
institucionalidad pública, los que han sido objeto de recuperación por parte de
sobrevivientes junto a ciertos sectores de la sociedad civil, y han sido
transformados en lugares de memoria.
Como ya se mencionó, es importante destacar que el trabajo de la memoria
encarnada en el proceso de recuperación de un sitio y su traducción en lugar de
memoria, ha debido sortear una serie de obstáculos. Por una parte, con frecuencia
los propios sitios susceptibles de identificación y recuperación han sido sometidos
a una estrategia de desaparición o encubrimiento ya sea por demolición
(destrucción física del lugar), ocultamiento (otra actividad o circunstancia
desvincula al lugar de su identidad como centro de detención), apropiación (por el
traspaso a otro dueño se impide la acción pública en el lugar), simulación (se
disfraza la identidad del centro al cambiar, por ejemplo, su numeración),
aislamiento (cuando existen barreras geográficas o de accesibilidad) o
desconocimiento (sin registro de la ubicación del centro ni relación con su
identidad como centro de detención y tortura).( Silva y Rojas, 2005: 133)
En la capital del país, ejemplos emblemáticos de demolición han sido los casos de
la casa de José Domingo Cañas (ex Cuartel Ollagüe) y Villa Grimaldi (ex Cuartel
Terranova), mientras la simulación se ha efectuado sobre el inmueble de Londres
38, que hoy lleva por numeración el número 40.
Por otra parte, ya que la mayoría de los recintos y centros de detención operaron
en instalaciones institucionales de propiedad del Estado, tras la finalización de la
dictadura éstas regresaron a sus funciones normales, encubriendo las labores
extraordinarias a las que estuvieron destinadas durante la dictadura a través de un
proceso que podría llamarse de “normalización”.16
En Chile, son pocos los recintos o centros de detención actualmente noinstitucionales, que han sido recuperados, puesto que en propiedad de
particulares el proceso de recuperación y resignificación se inicia a la vez como
de coordinación como es la Coalición Internacional de Museos en Sitios Históricos de Conciencia
(http://www.sitesofconscience.org).
16
En Argentina se ha suscitado un proceso de recuperación por parte del Gobierno de la Ciudad
de Buenos Aires, de un sitio que desde la dictadura que se instauró luego del Golpe de Estado de
1976, había pertenecido a las Fuerzas Armadas. El predio e instalaciones donde actualmente se
ubica la Escuela Superior de Mecánica de la Armada (ESMA) ha sido devuelto a las manos de la
ciudad, y pronto se convertirá en un museo de la memoria, previo desalojo del personal militar que
en ese lugar desempeña funciones.
9
una disputa entre privados: el propietario por una parte y la agrupación de
sobrevivientes y familiares de detenidos desaparecidos del lugar, por otra, hasta
que la interpelación al Estado para que tome parte y se involucre en la disputa,
surte efecto y las autoridades públicas toman cartas en el asunto.
Así ocurrió con Villa Grimaldi, ex Cuartel Terranova durante la dictadura, que de
ser una propiedad particular antes del Golpe pasó luego a manos de la Dirección
de Inteligencia Nacional (DINA), posteriormente a la Central Nacional de
Informaciones (CNI), luego al Servicio de Vivienda y finalmente a una empresa
constructora que, tras arrasar con el sitio, proyectaba edificar un conjunto
habitacional. Sin embargo, gracias a un amplio movimiento ciudadano compuesto
por familiares de las personas detenidas desaparecidas y ejecutadas,
sobrevivientes, pobladores de las comunas de Peñalolén y La Reina, sacerdotes y
religiosas, organizaciones de derechos humanos, personalidades del mundo de la
cultura y la política, coordinado con instituciones del Estado, fue posible recuperar
el sitio en los primeros años de la democracia, rescatándolo de su desaparición
final y definitiva.
En este caso se contó con el apoyo del Estado quien, a través del Ministerio de
Bienes Nacionales, expropió el sitio que hoy es de propiedad pública, y permitió
que el año 1994 las puertas del otrora centro de detención fueran abiertas a la
ciudadanía, el que posteriormente fue transformado en el Parque por la Paz Villa
Grimaldi, inaugurado y abierto a la comunidad el año 1997.17
En la línea de la construcción de lugares de memoria, pero desde otro ángulo, las
recomendaciones respecto de la adopción de medidas de reparación de carácter
simbólico derivadas del Informe Verdad y Reconciliación,18 se concretaron, entre
otras formas, en el desarrollo de una Política de memoriales al interior del
Programa de Derechos Humanos del Ministerio del Interior.
Si bien ya existían varios memoriales financiados o no con aportes del Estado,
cuando comenzó a operar el Programa de Derechos Humanos en el año 2001,
17
Al momento de la recuperación la mayor parte de las instalaciones originales del centro de
detención no existían, pues habían sido deliberadamente arrasadas, de manera que las
alternativas de intervención espacial consideraban o bien la reconstrucción exacta del lugar, o bien
una reinterpretación espacial, como finalmente se hizo, lo que ha significado debates en torno a las
formas de representación de la memoria y la experiencia del lugar.
18
“(...) las recomendaciones de la Comisión Rettig estuvieron dirigidas a abordar el tema de la
reparación tanto hacia los familiares de las víctimas, como también hacia toda la sociedad,
entendida ésta como el restablecimiento del Estado de Derecho y la restauración del honor y la
dignidad de las víctimas a través de la justicia. La reparación del daño moral y material, por lo
tanto, se ha expresado en distintos planos: a través de avances en el establecimiento de verdad y
justicia, a través de medidas que atienden necesidades sociales de las víctimas y sus familiares,
con medidas de prevención y socialización de una cultura de respeto de los derechos humanos en
el ámbito de la educación formal e informal, en la generación de un espacio público para el debate
y difusión del tema; y en la adopción de medidas de carácter simbólico. Las formas de reparación
tienen una diversidad de expresiones, que se materializan según la capacidad de movilización y
conciencia que adquiere la sociedad en su conjunto.” Mejías, 2005.
10
esta repartición pública ha continuado con la tarea de reparar a las víctimas
acogiendo las solicitudes de diversas agrupaciones de sobrevivientes, familiares y
amigos de víctimas de violaciones a los derechos humanos, con el fin de
establecer lugares destinados a recordar a las víctimas, disponer de espacios para
la conmemoración y la visbilización de las memorias de las violaciones a los
derechos humanos.
A raíz de que los memoriales se erigen en respuesta a la solicitud y planteamiento
de agrupaciones de sobrevivientes y familiares de víctimas de violaciones a los
derechos humanos, y en el marco de un conjunto de políticas de reparación, el
Estado no ha emprendido de forma autónoma y premeditada una política de
memoria dirigida a la sociedad chilena en su conjunto, sino que ha respondido a
los agravios que en otros momentos agentes del Estado ejecutaron contra
ciudadanos chilenos. Es decir, los memoriales responden a una visión restringida
de la memoria donde la motivación fundamental parece estar centrada en poner la
memoria al servicio de la reparación de las víctimas.
De esta manera, la construcción
recuperación de sitios, por una parte,
otra, parece seguir un camino que
perteneciendo a la constelación de
memoria.
de lugares de memoria a través de la
y gracias a la edificación de memoriales, por
en algún punto se bifurcará aunque sigan
iniciativas vinculadas con el trabajo de la
De la memoria al patrimonio de la represión
El trabajo de la memoria construida a partir de la experiencia de las violaciones a
los derechos humanos ocurridas durante la dictadura, se ha intensificado a medida
que han transcurrido los años de democracia, a pesar de que en los primeros
momentos la resistencia a aceptar la legitimidad de esa memoria atentó contra su
viabilidad pública.
Si bien el Estado ha respondido a este trabajo definiendo algunas acciones
públicas, su incorporación ha sido lenta y cautelosa, manteniéndose a la zaga del
movimiento ciudadano. Esta distancia entre el poder estatal y la sociedad civil,
representa uno de los puntos críticos cuando los lugares de la memoria y las
memorias mismas de la represión aspiran a convertirse en patrimonio de la
nación.
La intención de que las memorias convocadas alrededor de los centros de
detención recuperados y los memoriales erigidos, sean consideradas y tratadas a
través de ellos, con un status patrimonial, supone no sólo legitimar la posibilidad
de que aquellas memorias aparezcan y circulen públicamente, sino que además
son susceptibles de recibir un trato diferencial respecto de otras memorias, más
aún cuando demandan el reconocimiento y garantización pública por parte del
Estado –“reconocimiento legítimo por la sanción aprobatoria del Estado” (Jelin y
Langland, 2003:3)-.
11
Aquí es importante considerar primero que toda aseveración acerca de la
existencia de un patrimonio, supone poner en práctica un criterio de distinción
sobre ciertos bienes (o prácticas) dirigido a valorizarlos por sobre otros, es decir el
valor del bien no radica en él mismo sino en la mirada que lo distingue y lo
valoriza, de ahí entonces que el patrimonio no preexista a aquel juicio de valor.
Este supuesto trasunta entonces que tan importante como el bien mismo, lugares
en este caso, son los criterios de selección y el grupo social que ha puesto en
marcha esos criterios. Actualmente es muy difícil sostener que los patrimonios
tienen un valor intrínseco y que no responden a un proceso de naturalización de
aquel valor.
Luego, lo anterior tiene relación con los problemas de filiación simbólica que
revisten a la construcción del patrimonio, es decir con qué símbolos, imágenes o
modelos busca una comunidad emparentarse y constituirse como heredera. Y de
ahí qué personajes, episodios o materialidades vale la pena recordar, conmemorar
o conservar. Por cierto que este problema, tiene su símil en la narrativa
historiográfica: ¿qué rescatar, qué describir, qué transmitir?.
En otras palabras, los patrimonios orientados y activados en este caso por las
memorias de la represión, se encuentran en relación no sólo con unos
determinados hechos ocurridos en los lugares, sino más aún con un proyecto
identitario que pretende ser validado y aceptado socialmente, e incluso
reproducido; en síntesis considerado un bien común para la sociedad.
De lo anterior se desprende que las filiaciones identitarias que sostienen al
patrimonio de la represión, deben ser cuidadosamente escogidas si se espera que
tengan una recepción positiva al interior de la sociedad, y luego que para lograr
aquello es necesario contar con una cuota de poder que permita lograr el objetivo,
pues “(...) no activa (patrimonios) quien quiere, sino quien puede” (Prats, 1997:33)
Para comprender mejor el problema de las filiaciones y su aceptabilidad pública,
es interesante pensar cómo en muchos casos las identidades políticas de las
víctimas son sacrificadas por otras que permiten proyectar mejor una nueva
identidad en el contexto democrático. Por ejemplo, la concepción de los derechos
humanos tiende a restar identidad política a los sujetos en la medida en que sólo
se detiene en el concepto de persona humana, que como tal es sujeto de
derechos básicos, más allá de su credo, raza u opción política: los seres humanos
necesariamente son considerados en abstracto y a partir de la idea de individuo y
no en su pertenencia a un grupo o en su existencia histórica concreta.19
19
En el caso argentino, frente a la necesidad de condenar los actos de terrorismo de Estado se
opta por “obviar” la identidad política de las víctimas de ese terrorismo de Estado, como si el hecho
de pertenecer a organizaciones armadas cuestionara la idea de que eran víctimas del accionar del
terrorismo de estado. Se construye una imagen de víctima reforzando su inocencia a partir de una
negación de su condición de militante armado: el que está armado o conoce de armas, parece
decir el discurso de la justicia basada en los derechos humanos, es menos “víctima” o es también
responsable de lo que le sucedió: justificaría el terrorismo de Estado. Se opta, entonces, por
12
Así, para que puedan ser asumidas públicamente como bien común, las memorias
de la represión en su versión institucional ya sea patrimonial, histórica o
museográfica, deben proponer una identidad basada en la ejemplaridad y no en la
literalidad de las experiencias,20 escogiendo marcos que permitan una conexión
más generalizada con la memoria. Sin embargo, esto no anula la posibilidad de
futuros conflictos por los sentidos del pasado o del propio patrimonio que
representa aquel pasado, pudiendo significar un “(...) eje de negociación y conflicto
–entre víctimas ‘directas’ y sociedades más ‘amplias’, entre espacios y lugares
concretos y ‘literales’ y sentidos ‘ejemplares’- está en el corazón de la relación
entre memoria e identidad de grupos y actores sociales, estableciendo cuán
amplio o limitado va a ser definido el ‘nosotros’ que rememora y conmemora.”
(Jelin y Langland, 2003:15)
Es por ello que los vínculos con el poder público son tan importantes, no
únicamente para lograr visibilidad pública, sino para intentar resguardar los
lugares, ya no de la destrucción física sino de la intervención simbólica e
ideológica.21
En los últimos años varios lugares que durante la dictadura fueron centros de
detención han sido declarados Monumento Nacional, a través de la Ley N°17.288
de Monumentos Nacionales22. Pero ello no significa que el Estado se involucre
activamente en la gestión de esos lugares y tampoco que pasen a formar parte de
una política pública de memoria, puesto que aún existen resistencias a emprender
una tarea de esa envergadura. De hecho, pareciera que la sociedad civil, y en
particular los emprendedores de memoria de los patrimonios de la represión,
tuviesen mayor confianza en aquellas estrategias oficiales de construcción de
patrimonios, que el propio Estado que las ejecuta.
considerar a las víctimas no como militantes que habían asumido consciente y deliberadamente la
opción de la lucha armada, sino como idealistas, románticos, inocentes y heroicos. Pernasetti,
2005.
20
“(...) no hay mérito alguno en ponerse en el lado acertado de la barricada, una vez que el
consenso social ha establecido firmemente dónde está el bien y dónde el mal; dar lecciones de
moral nunca ha sido una prueba de virtud. Sin embargo, hay un mérito indiscutible en dar el paso
desde la propia desdicha, o de la de quienes nos rodean, a la de los otros, sin reclamar para uno el
estatuto exclusivo de antigua víctima.” Todorov, 2000:13.
21
“La memoria como garantía de identidad puede ser objeto de lucha por parte de los grupos que
intentan imponer su propia versión (sus propios sentidos) del pasado (...) la acción se orienta al
presente, pero al mantenimiento de las nociones establecidas, de los marcos sociales que le dan
sentido a la memoria de ese grupo que se siente amenazado o que se encuentra disputando su
legitimidad. Las banderas que se levantan, aunque hagan referencia a la memoria, en realidad son
una forma de reforzar un modo particular (del grupo) de entender los vínculos sociales sus
normas.” Pernasetti, 2005.
22
Tales como la Cárcel de Pisagua, los Hornos de cal de Lonquén, el Estadio Nacional, los
inmuebles de José Domingo Cañas 1367 y Londres 38 (ex Cuartel Yucatán), el Parque por la Paz
Villa Grimaldi (ex Cuartel Terranova), el inmueble de calle Santa Teresa 037 (Nido 20) y el patio
29 del Cementerio General.
13
El patrimonio de la represión y la profundización de la democracia
Cuando se piensa qué proyecto identitario es el que los patrimonios de la
represión ofrecen a la sociedad al ponerse a disposición como un bien público,
qué visión del pasado y que reflexión para el presente y el futuro, es importante
recordar que la constitución de aquel proyecto se ha configurado al calor del paso
del tiempo y de los debates, tanto nacionales como internacionales, en torno a la
memoria y su importancia para la consolidación de la democracia.
Desde el punto de vista de los usos de las memorias y los patrimonios, es muy
posible advertir que durante varios años ciertos sectores de la sociedad chilena
que fueron víctimas directas de las violaciones a los derechos humanos, e incluso
organismos y agentes que enarbolaron la defensa de aquellos derechos durante la
dictadura, han asumido que les corresponde ser “garantes de los derechos
humanos” en el país.23
Esta identificación como los únicos autorizados a hablar y debatir acerca de
aquellos derechos y sus transgresiones resultó un arma de doble filo, pues operó
al servicio de la identidad de las víctimas por una parte, pero también a favor de
otros proyectos identitarios (ideológicos y políticos) que han buscado acorralar y
constreñir la ética de los derechos humanos a ciertos grupos y experiencias,
impidiendo su irradiación a la sociedad chilena en su conjunto.
De esta manera, un patrimonio que pretenda formar parte de la memoria colectiva
nacional no puede seguir sosteniéndose en exclusiones que demandan actitudes
compasivas, solidarias o reparativas por parte de quienes no vivieron en carne
propia las violaciones a los derechos humanos. Así, el patrimonio es concebido
únicamente como un elemento ilustrativo respecto de una alteridad de la cual
quien contempla el patrimonio no forma parte, e impide que las nuevas
generaciones, por ejemplo, vean en él una herencia compartida.
A partir de otras perspectivas, es posible asumir que el problema trasciende las
legitimidades y garantías de grupo, y que por lo tanto involucra a toda la sociedad
chilena, en ese caso el recuerdo no opera automáticamente para detener la
reiteración de los errores y garantizar el “nunca más”, sino que debe ser puesto en
el contexto de ciertos marcos de sentido y lecturas que interpelen a la sociedad y
a las generaciones, promoviendo una revisión del pasado que permita apropiarse
de los patrimonios (es decir una nueva política patrimonial).
En esta línea, el procesamiento del pasado no supone únicamente la recuperación
de aquel para el presente, sino la reflexión en torno a los aprendizajes sociales
23
Esta visión puede representar otro prisma para mirar la versión del “sacrificio necesario”
planteado por las memorias emblemáticas de la salvación, pero ahora desde el punto de vista de
quienes sufrieron las violaciones a los derechos humanos, donde su sufrimiento sería la plataforma
para internalizar los derechos humanos en la sociedad chilena, es decir habría valido de algo.
14
posibles de ser extraídos desde las experiencias pasadas y la forma en cómo ellos
reditúan en la consolidación de la democracia.
Es evidente que una primera revisión crítica que plantean los patrimonios de la
represión, en su aspiración a ser considerados patrimonios nacionales, es a las
memorias políticas oficiales que han gobernado la interpretación del pasado
nacional, en función de ciertos proyectos políticos y culturales. “Que en una nación
coexistan por largo tiempo una memoria y una conciencia políticas de esa
naturaleza (basadas en una escala invertida de valores sociales, representadas
por hechos y figuras autoritarias, arbitrarias y represivas) no es una cuestión de
menor cuantía histórica, por el contrario, un tema estratégico atingente a su éxito o
fracaso como nación.” (Salazar, 2005:20)24
Por una parte, como se ha visto, no es posible sostener la bondad de reprimir la
memoria de las violaciones a los derechos humanos en función de la
consolidación de la unidad y la paz social, suponiendo que ello no tendrá
consecuencias en los procesos de profundización democrática, y por otro suponer
que aquella memoria debe permanecer como patrimonio propio y restringido de un
sector de la sociedad, ambas alternativas desvirtúan la potencialidad de la
memoria para enfrentar un futuro compartido.25
Asumir el pasado como propio, no significa sólo acumular y retener citas, héroes y
efemérides, sino que supondría que los ciudadanos aprendieron a
responsabilizarse tanto por los hechos del pasado como por los del presente, pero
ello involucra además el desarrollo de una nueva conciencia democrática, es decir
de una actitud reflexiva y proactiva con relación a los hechos que ocurren en la
sociedad y sobre todo a las acciones que emprenden las autoridades.
Al respecto es elocuente la pregunta de Karl Jaspers sobre la situación alemana:
“¿Tenemos que responder nosotros los alemanes por las atrocidades que hemos
sufrido por parte de alemanes o por aquéllas otras de las que nos hemos librado
24
“La mitificación y heroificación de los personajes nombrados (O’Higgins, Portales, Alessandri e
Ibáñez) –y otros que no cabe consignar aquí- ¿ha respondido a una necesidad colectiva de todos
los chilenos, o sólo a la necesidad particular de un grupo determinado?. La interpretación
predominante del período 1810-1837 (señalado como el “tiempo madre” de la construcción
nacional) ¿es una interpretación historiográficamente probada y teóricamente consolidada, o fue y
es sólo una oportunista construcción ideológica tendiente a justificar, tras la máscara encubridora
de ‘la patria’, la imposición abusiva de los intereses y conveniencia de un grupo particular de
chilenos a toda la nación?.” Salazar, 2005:24.
25
El caso chileno manifiesta aquí algunas similitudes con la situación alemana de postguerra,
donde el privilegio de la unidad de la Alemania Federal frente a las amenazas del bloque soviético,
habrían frenado el proceso de desnazificación y revisión del pasado, temiendo fracturas al interior
de la sociedad alemana, las que igualmente se produjeron cuando las generaciones jóvenes
interpelaron a las mayores acerca de un pasado compartido y marcado por el horror del
holocausto. En el caso chileno, la resistencia a “enfrentar el pasado aclarándolo” aún persiste, el
temor a la disidencia, al conflicto y a revisar actuaciones personales por parte de las elites políticas
y dirigenciales, han dificultado que el procesamiento del pasado sea percibido como una
oportunidad más que como una amenaza para la democracia. Habrá que esperar el paso del
tiempo, para realizar esta tarea pendiente.
15
milagrosamente? Sí, en tanto que hemos tolerado el surgimiento de un régimen tal
entre nosotros.” (Jaspers, 1998: 80)
La única salida que el filósofo ve para impedir la reiteración de los errores del
pasado y trabajar seriamente por el “nunca más” es que los ciudadanos y sus
autoridades se hagan responsables, que reconstruyan la comunidad no sólo en el
presente sino hacia el pasado y el futuro.26
Este punto es particularmente relevante cuando se pretende construir un
patrimonio de la represión y ponerlo a disposición pública, pues el patrimonio
fundamentalmente establece filiaciones identitarias hacia el pasado manifiestas,
expresadas o representadas por el patrimonio en el presente. Si los sujetos de hoy
no pueden identificarse con la experiencia de la víctima en tanto tal, puesto que el
contexto actual es democrático y no represivo, habrá que buscar anclajes que
permitan que los integrantes de la sociedad puedan ver en el patrimonio no sólo
un vestigio del pasado, sino que un medio de interpelación en el presente: ¿cómo
fue posible lo ocurrido?, ¿qué haría yo en esas circunstancias?, ¿cómo me
involucro hoy con esa herencia?, etc. 27
El problema de las responsabilidades sigue siendo un tema escasamente
abordado en el debate sobre el pasado reciente del país, a pesar de que los
gobiernos han promovido políticas de reparación desde el Estado a nombre de
todos los chilenos, así se entiende que todos deben hacerse cargo de reparar a
las víctimas, a través de las acciones del Estado.28
Si las generaciones se encuentran “implicadas y atrapadas” por los hechos del
pasado, quienes buscan el “borrón y cuenta nueva” sólo desean la debilidad de la
comunidad nacional, pues es necesario cargar tanto con lo bueno como con lo
malo, y esa actitud refuerza el sentimiento colectivo de la comunidad previniendo
su fractura.29
26
Aquí son importantes las precisiones que Hannah Arendt hace sobre el concepto de
responsabilidad colectiva derivada de la culpa política, donde todos los ciudadanos de un Estado
son responsables de las consecuencias originadas por las acciones de ese Estado (el Estado
criminal es una carga para los ciudadanos), lo cual es posible si dos condiciones se encuentran
presentes: a) el sentirse responsable por algo que uno no ha hecho porque se es parte de un
colectivo que ningún acto voluntario de un miembro puede disolver (lo que lo diferencia de las
sociedades de negocios o las aglomeraciones circunstanciales de personas, que pueden ser
disueltas); b) cuando todas las comunidades políticas (naciones) y no únicamente los gobiernos
representativos (Estados) asumen la responsabilidad por los hechos del pasado o las acciones de
sus predecesores.
27
La perspectiva que divulga la Fundación Ana Frank trabaja en esa línea, mientras en la Alemania
nazi unos delataban otros asumían la opción personal de proteger a los perseguidos, es decir
siempre es posible plantear la interrogante.
28
“La culpa, tanto en sentido moral como en sentido jurídico, se imputa a personas particulares,
mientras que los ciudadanos de una comunidad política deben ‘responder’ de las vulneraciones de
la dignidad humana practicadas o incluso legalizadas en ella.” Habermas, 2001: 53.
29
La debilidad del “nosotros” que detectaba el Informe de Desarrollo Humano del año 2002 no
redunda sólo en una escasez de referentes simbólicos compartidos, sino en la debilidad de un
compromiso colectivo y de una mayor conciencia que permita resguardar la dignidad e integridad
16
Así, pensar en las memorias de las violaciones a los derechos humanos y los
lugares de memoria activados por esas memorias, como patrimonio, y como
patrimonio nacional, implica el desafío de identificar una herencia en la cual la
diversidad de chilenos puedan identificarse, no sólo con la resistencia a la
dictadura, con el sufrimiento de las víctimas, sino más allá, con los procesos y
fatalidades que desencadenan la reiteración del mal y la necesidad de dar un salto
cualitativo en la integración de los derechos humanos como parte de una cultura y
actitud cotidianamente democrática con la cual se comprometen como comunidad
política, sin la necesidad de consagrar en ello tradiciones y filiaciones ancestrales
o esenciales.
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