Stoa
Vol. 11, no. 22, 2020, pp. 10–32
ISSN 2007-1868
VIDA HUMANA Y VOCACIÓN
Human life and vocation
J OS É L ASAGA M EDINA
UNED y Fundación José Ortega y Gasset
[email protected]
RESUMEN : Si comprendemos el núcleo del proyecto teórico de Ortega como el intento
de pensar una filosofı́a más allá del idealismo, tendrá su experimentum crucis en el
éxito o el fracaso a la hora de descubrir, más allá del yo-conciencia o subjetividad,
una forma del yo que, sin negar la evidencia de que se da en primera instancia como
conciencia de sı́, descubra por detrás de esa constitución inicial, una realidad más
compleja. Como ingrediente de la vida humana, en articulación con el mundo, es el
yo un proyecto o programa de vida libre que se revela como vocación. Se trata de
que nuestra vida, que “se nos da sin hacer”, debe, o mejor, tiene que adquirir una
determinada figura de existencia. El imperativo de Pı́ndaro, que preside la ética de
Ortega, “llega a ser el que eres”, encierra ese mandato de ejecutar en la circunstancia
la llamada que nos cursa nuestro destino, de dar vida al “personaje” ideal que cada
cual lleva dentro.
PALABRAS CLAVE :
Ortega y Gasset ⋅ realidad radical ⋅ ética ⋅ vocación ⋅ destino
ABSTRACT: If we understand the core of Ortega’s theoretical project as the attempt to
think of a philosophy beyond idealism, its experimentum crucis in success or failure,
beyond the self-consciousness or subjectivity, a form of the self that, without denying
the evidence in the first instance as self-awareness, discovers behind that initial constitution , one more reality of the window. As an ingredient in human life, in articulation
Recibido de 3 de marzo de 2020
Aceptado de 29 de marzo de 2020
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with the world, it is the project or program of free life that is revealed as a vocation.
It is that our life, which ı̈s given to us without doing”, must or better, has to acquire
a certain figure of existence. The imperative of Pı́ndaro, which presides over Ortega’s
ethics, ”becomes who you are”, encloses that mandate to execute in the circumstance
the call that our destiny takes us, to give life to the ideal çharacter”that each one has
inside.
K EYWORDS: Ortega and Gasset ⋅ radical reality ⋅ ethics ⋅ calling ⋅ destination
1
Lo que llama Ortega a partir de 1930 “yo-vocación” como ingrediente de la
vida humana en su dimensión metafı́sica, es decir como realidad radical que
acontece, es el motivo de reflexión de lo que sigue.
¿Qué realidad subyace a ese algo de nuestra vida que designa el término
“vocación”? Sin duda, hay que situarla en el horizonte de una antropologı́a
filosófica sin espı́ritu o si se prefiere, sin sujeto.
Las posibles respuestas a la pregunta qué es el hombre, tienen entonces
que asumir que no sirve ninguno de los recursos teóricos que el platonismo
ha promovido a lo largo de la historia occidental, en especial el recurso a un
alma, sede del conocimiento. Tampoco a sus hipóstasis tales como “razón”
o “espı́ritu” en cualquiera de las acepciones que dichos términos han tenido
en las filosofı́a moderna desde el cogito, el sujeto trascendental kantiano y
el espı́ritu hegeliano. Más allá del platonismo, solo hay dos caminos que la
filosofı́a occidental ha tenido que explorar para no seguir haciendo trampas
con la categorı́a de sujeto.
(1) Pensar el serio la identidad animal subyacente a lo humano, que siempre estaba ahı́, es verdad, pero maquillada religiosamente o “explicada” cientı́ficamente o sublimada, etc.
(2) Aceptar que nuestro yo es una construcción histórica y social que
depende, en última instancia, del lenguaje y de las elaboraciones culturales que la humanidad ha ido segregando, cuyo origen remoto está
en el mito y en cualesquiera otras formas de memoria social.
El yo-proyecto-vocación, el ingrediente que junto con la circunstancia o
mundo forma parte de la realidad radical que es “mi vida”, es la respuesta
de Ortega al problema de la identidad humana, a ese sı́ mismo que parece
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estar presente en todos los actos de nuestra vida, a veces, solo, la mayor
parte del tiempo en compañı́a del otro o rodeado de la “gente”. La pregunta
metafı́sica por el sujeto carece de sentido en una filosofı́a que concibe la
realidad última como un fluir de acontecimientos que tienen un comienzo y un
fin inaprensibles, misteriosos, absurdos (sin sentido), como son el nacimiento
y la muerte: este una leyenda que me cuentan; aquella una caı́da de telón que
no llego a vislumbrar. Pero sı́ tiene razón de ser preguntarse por quién es ese
sı́ mismo que habita su vida. Y a esa pregunta responde Ortega con su teorı́a
del yo-vocación.
2
Hay que reconocer que hay muchas descripciones de la estructura de la vida
humana como realidad radical y de sus categorı́as. No siempre son coincidentes, fueron escritas con cierto toque de improvisación y acaso no estén bien
argumentadas. Es una de las insuficiencias del ensayismo —o no suficiente
sistematismo— de Ortega. Sin embargo dejó en sus análisis datos y argumentos como para reconstruir un modelo de esa complejı́sima realidad que es
“mi vida”. En su esquemática estructura de yo/circunstancia o mundo, aquella
contiene todo cuanto hay, en el sentido de que cualquier cosa que uno pueda
mentar o representarse, aparece necesariamente como una realidad radicada
en la realidad radical (e insustancial) que es el acontecimiento de mi vivir:
“La vida, que es siempre de alguien, es para ese alguien lo absoluto. Todo lo
demás que existe llega al través de su vida, dentro de su vida” (IV, 302).1
De ahı́ la conveniencia de distinguir los planos de realidad que podemos
establecer en cada uno de los ingredientes de nuestra vida.
Respecto de la circunstancia, Ortega distingue en varios lugares, pero especialmente en “Ideas y creencias” tres planos
- el plano de la cultura formada por lo que llama ahora Ortega “mundos interiores”. Estos mundos interiores se componen de ideas, en el
sentido de “ocurrencias” o “representaciones. No están en el mundo
sino en la cabeza de las gentes
- el plano de las creencias, suelo de nuestra vida, desde el que actuamos
y que es a lo que llamamos convencionalmente “realidad”; están en el
1 Todas las citas se dan por Obras completas, 2004-2010, Madrid, Taurus-Fundación José Ortega y
Gasset, correspondiendo el romano al volumen y el árabe a la página.
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mundo bajo la forma de usos sociales e interpretaciones inconscientes
que funcionan como si fueran la realidad misma
- y por debajo un plano al que llama Ortega de “realidad enigmática”,
esto es, de cosas o “algos” antes de toda interpretación. A este plano
lo denomina “circunstancia desnuda”.2
En lo que respecta al yo, el otro polo de realidad al que Ortega se refirió
en un texto primerizo como “fondo insobornable” 3 pero que a partir de ¿Qué
es filosofı́a? llama proyecto de vida o “vocación”, también hay que distinguir
tres aspectos o dimensiones. Según Rodrı́guez Huéscar,
1) El proyecto en que se está ya al encontrarse uno viviendo, el cual no es “nuestro”
en ningún sentido, pues ni yo lo he hecho o “inventado”, ni me constituye (...), sino
que he sido alojado en él por otros (mis padres, educadores, la sociedad, etc.); 2)
el proyecto que yo forjo, invento o elijo: el proyecto que se hace; y 3) el ‘proyecto’
que se es y que podemos nombrar de diversos modos: destino personal, vocación,
“fondo insobornable”, misión individual, etc.4
En lo que sigue nos vamos a interesar, exclusivamente, por ese “proyecto
que se es” o que me constituye, y que, por definición, está situado más allá de
mi voluntad, deseos y estimaciones.
3
En 1932, año en que Ortega abandona la polı́tica y vuelve a la filosofı́a, redacta
uno de los ensayos más complejos y decisivos de su filosofı́a. Como siempre,
fue un texto de circunstancias, escrito bajo la presión del tiempo, pues la
revista alemana, Die neue Rundschau que se lo habı́a pedido necesitaba sacar
el número en la fecha del centenario de Goethe. Hablamos de “Pidiendo un
Goethe desde dentro”.
José Ortega comenzaba su carta al editor alemán de la Die neue Rundschau, que le invitaba a participar en el homenaje a Goethe, espetándole que
2
Por ejemplo, véase En torno a Galileo: “circunstancia desnuda, compuesta de puros y desazonadores enigmas. . . ” (VI, 416). Todas las citas se dan por Obras completas, 2004-2010, correspondiendo
el romano al volumen y el árabe a la página.
3 Lo caracteriza como un “yo profundo”, contrapuesto a un yo convencional, fruto de la educación.
Véase II, 216 y 224 y ss.
4 La innovación metafı́sica de Ortega, Madrid, Publicaciones del Ministerio de Educación y Ciencia,
1982, p. 171.
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“no estamos para centenarios”. Reflexionar sobre la presencia del clásico que
cumple cien años está bien, a condición de situarlo en nuestro presente: la
crisis europea, crisis de nuevo formato. Por primera vez en los tres últimos
siglos no lo era de crecimiento. Las sombras no venı́an del futuro; el europeo
“desespera precisamente del pretérito”. Goethe debı́a ser convocado ante un
tribunal de náufragos. La metáfora de la vida como naufragio y la cultura como esfuerzo natatorio aparece por primera vez aquı́ y guarda una importancia
relación con su interpretación del yo-vocación.
¿Cómo acercar a Goethe a la circunstancia del naufragio europeo caracterizado poco antes como inducido por la “rebelión de las masas”, es decir, por
el fracaso de las minorı́as? Ortega nos da la pista en el tı́tulo de su ensayo: reparemos en lo que significa ese “desde dentro”. Nada sustancial de suyo, una
especie de dedo ı́ndice que señala una dirección a nuestra atención: miremos
no el dentro de un hombre, que nos conducirı́a a sus entrañas simbólicas, a
su corazón, alma o carácter, en resumen, a sus vivencias restauradas, sino al
interior de una vida, un yo y su mundo; no el interior de un ente sino el de un
drama, no el dentro de una cosa sino de un acontecimiento, “no el dentro de
Goethe sino el dentro de su vida, del drama de Goethe”, donde “vida” significa concretamente “... la inexorable forzosidad de realizar el proyecto de
existencia que cada cual es.” (V, 125).
A mi juicio, una de las dificultades mayores para comprender la metafı́sica
orteguiana reside en el error en que se cae al confundir su vida con el hombre
que la habita, en este caso la vida de Goethe con el hombre “Goethe”. Su vida
es algo que hizo no un hombre sino un yo en una circunstancia.
Insistiré: “Hombre” es el término que designa una entidad biológica, un
animal perfectamente identificado por las taxonomı́as al uso, un miembro de
una especie, cuya esencia general viene dada por tales o cuales caracterı́sticas.
Mientras que una vida es una unicidad irrepetible, articulada en un yo y el
mundo que habita. Del yo hay biografı́a; del “hombre” biologı́a, de su cuerpo
y psicologı́a de su “alma”. En un texto posterior, en su ensayo biográfico sobre
Vives, describe Ortega la vida humana como “un drama, porque de lo que se
trata en toda humana existencia es de cómo un ente que llamamos yo que es
nuestra individual persona y que consiste en que se hace proyectos para ser,
de aspiraciones, en un programa de vida —acaso siempre imposible— pugna
por realizarse en un elemento extraño a él, en lo que llamo la circunstancia”
(IX, 511).
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De lo dicho se sigue que el yo no es el hombre. Lo reitera en otros lugares.
En el Goethe le advierte a su corresponsal:
Ese yo que es usted (...) no consiste en su cuerpo, pero tampoco en su alma,
conciencia o carácter. Usted —le dice Ortega a su interlocutor alemán—se ha
encontrado con un cuerpo, con un alma, con un carácter determinados (V, 124).
Cuerpo y alma forman parte de la circunstancia, entendida formalmente
como el sistema de facilidades y dificultades que encuentra ante sı́ un yo
para hacer su vida. De ahı́ que, para trasmitir a su lector esta difı́cil idea que
propone del yo personal, insista Ortega en subrayar que el “sı́ mismo” no
consiste en ninguna de las facultades intelectuales con que la tradición suele
identificarlo: la razón o la voluntad. Estas son potencias psicológicas de las
que se sirve el yo para llevar a cabo el proyecto que es.
Este proyecto en que consiste el yo no es una idea o plan ideado por el hombre y
libremente elegido. Es anterior, en el sentido de independiente, a todas las ideas que
su inteligencia forme, a todas las decisiones de su voluntad. Más aún, de ordinario
no tenemos de él sino un vago conocimiento. Sin embargo, es nuestro auténtico ser,
es nuestro destino (...) somos indeleblemente ese único personaje programático que
necesita realizarse (V, 125).
¿Qué proyecto es ese? Aquı́ comienzan las dificultades en torno a uno de
los ingredientes más escurridizos de la filosofı́a orteguiana.
1) Si soy un proyecto es que no soy todavı́a, al menos no plenamente, con
la consabida identidad que nos presta el sentido común. Quizá no sea tan
evidente que nuestro yo, el de cada cual, es único, idéntico y transparente.
Cada uno de nosotros, suponemos, tiene una identidad, pero es posible que no
se entregue ni a la introspección ni a las categorı́as de la tradición racionalista,
incluidas las de la ciencia natural, pensadas para plasmar meras cosas. Pero
nuestra vida no es cosa, sino acontecimiento, un ahora que viene de y va hacia,
un instante presente que bascula entre un ya no y un todavı́a no. Tendrı́amos
que decir, más bien, que no existo sino en tanto que me esfuerzo por llegar a
ser.
2) Ese yo ha dejado de ser la famosa “cosa pensante” cartesiana o la mónada leibniziana; tampoco es el teatro psicológico de Hume, el hueco en donde
comparecen las ideas impulsadas por sus leyes de asociación, ni la estructura
trascendental del yo puro kantiano ni mucho menos la conciencia individual
objetivada en espı́ritu que se despliega en el tiempo para realizar su propia
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sustancia. Es posible que no posea más realidad que la que tienen los proyectos concretos que el ser humano hace a cualquier hora del dı́a; la realidad que
tiene un propósito cuyo sostén es la intención que revela o el deseo y la voluntad en que se objetiva; también las palabras que lo describen, las imágenes
que lo acompañan, los instrumentos con que cuenta para su ejecución, en fin,
la decisión de llevarlo a cabo y las dificultades que pueden dar al traste con él.
Pero en la descripción que acabo de hacer no aparece el elemento más misterioso de ese “proyecto”: que no es elegido por uno mismo entre un elenco de
posibles proyectos, que no es “programado”, sino que le llega a uno de algún
sitio y se le impone. (Lo que proyecta no es “proyectable”).
3) Vivir es tener que realizar un proyecto, que uno no elige libremente y
que es por tanto, “forzoso”. En efecto, si la vida es formalmente drama como
se dice en el curso En torno a Galileo (VI, 387), o un “puro acontecimiento de
carácter dramático”, como dice en otras ocasiones. La descripción clásica de
nuestra vida como drama, en donde se subraya ese elemento del destino que
tratamos de explicar ahora, está en la lección IX de ¿Qué es filosofı́a? Ahı́ se
la describe como la experiencia de ser arrojado a un escenario en donde se está
representando una obra para la que no nos han preparado, aun cuando tenemos
que responder: “Un sı́mil esclarecedor fuera el de alguien que dormido es
llevado a los bastidores de un teatro y allı́, de un empujón que le despierta, es
lanzado a las baterı́as, delante del público. Al hallarse allı́, ¿qué es lo que halla
ese personaje? Pues se halla sumido en una situación difı́cil. . . En sus lı́neas
radicales, la vida es siempre imprevista. No nos han anunciado antes de entrar
en ella —en su escenario, que es siempre uno concreto y determinado—, no
nos han preparado” (VIII, 356).
De acuerdo con esta coincidencia de estructuras entre “nuestra vida” y
una representación teatral –más adelante se hace extensiva a la novela— la
mejor manera de caracterizar al yo es identificarlo con un personaje, como
los personajes del teatro o de las pelı́culas, que interpreta un actor, donde el
actor es el hombre o la mujer de carne y hueso, al que la gente se dirige con
nuestro nombre. No somos uno sino al menos dos: el yo-actor que responde
de la interpretación en el escenario de la vida, inserto en un cuerpo que le
ata a la circunstancia de “las tablas” y el personaje que tiene que interpretar
el primero y que le es impuesto. Si el actor es el yo-ejecutivo, que vive en
el rompeolas de lo social, sometido a sus influencias, el personaje es el yoensimismado, inspirador de un proyecto que el actor tendrá que luchar por
realizar a golpe de esfuerzo y decisión, aunque quizá no pueda nunca, bien
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porque el mundo no le deje, bien porque el actor no acierte a interpretar las
reclamaciones de su personaje.
El paralelismo entre vida y obra de arte en que Ortega parece moverse no es
nuevo. El precedente más claro es Goethe y sobre todo Nietzsche.5 Pero creo
que se mueve aún en el horizonte romántico de la idea. Por el contrario, Ortega
evita identificar al yo ejecutivo o al yo ensimismado con el “autor” de la vida.
Escapa ası́ al error de atribuir al yo el papel de sujeto que planea, más o menos
conscientemente, su proyecto vital. La propia vida es totalidad y “sujeto”. El
yo es un invitado, no el dueño de la casa. Dicho de otra forma, el proyecto de
vida no está escrito el ningún libro ejemplar, como cree el fatalista. El texto se
va escribiendo a medida que se vive. La vida es la escritura y no al revés. No
somos los autores de nuestra existencia. El libre arbitrio del yo personal no es
una libertad soberana, aunque sı́ responsable. Nuestras propias intenciones y
proyectos nos desorientan en ocasiones y el viviente tiene que preguntarse, en
cualquier momento del dı́a, “¿qué camino seguiré?”.6
De entre todos los términos que emplea Ortega en los varios ensayos que
dedicó a profundizar en su teorı́a del yo, tales como proyecto, personaje programático, programa de vida, anticipación, reclamación, tarea, misión, exigencia de ser, trayectoria vital, figura imaginaria o inexistente aspiración, el
más completo y preciso, del que se sirve, ya en “Pidiendo un Goethe. . . ”, es
el de vocación, entendiendo el término en su sentido etimológico, como una
voz que nos reclama a cumplir un “programa de existencia”. En el siguiente ensayo biográfico que escribió Ortega desde el exilio argentino en 1940,
“Juan Luis Vives y su mundo”, dio la más completa, aunque también la más
misteriosa, descripción de la vocación:
El yo de cada uno de nosotros es ese ente extraño que, en nuestra ı́ntima y secreta
conciencia, sabe cada uno de nosotros que tiene que ser. Esa ı́ntima conciencia
constantemente nos dice quién es ese que tenemos que ser, esa persona o personaje
que tenemos que esforzarnos en realizar, y nos lo dice con una misteriosa voz
interior que habla y no suena, una voz silente que no necesita palabras, que es, por
rara condición, a un tiempo monólogo y diálogo, voz que como un hilo de agua,
5 A tı́tulo de ejemplo mencionemos que Nietzsche elabora la idea de una “productividad originaria”
del yo en su Tercera Intempestiva: Schopenhauer como educador: “Cada uno de nosotros lleva dentro
de sı́ una productividad original, única, que es el núcleo mismo de su ser (. . . ) A los más tal cosa
les resulta insoportable, porque, como ya quedó dicho, son perezosos, y porque toda singularidad va
acompañada de una cadena de esfuerzos y sobrecargas” (Ed. de Jacobo Muñoz, Madrid, Biblioteca
Nueva, 2000 p. 49).
6 “Entre los pocos papeles que dejó Descartes a su muerte hay uno, escrito hacia los veinte años, que
dice: Quod vitae sectabor iter? Es una cita de unos versos de Ausonio. . . ” (V, 297).
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asciende a nosotros de un hontanar profundo, que nos susurra el mandamiento
de Pı́ndaro: “llega a ser el que eres”; una voz que es llamada hacia nuestro más
auténtico destino; en suma la voz de la vocación, de la personal vocación (IX,
445).
Puede que sea la más completa pero no es más satisfactoria que otras descripciones anteriores o posteriores. Y es que estamos en el lı́mite de lo que
puede ser descrito con imágenes, metáforas o conceptos. Que nuestra conciencia o intimidad es un juego de voces –no sabemos cuántas con exactitud,
pero desde luego, al menos dos—, es algo que la sabidurı́a occidental ha aceptado desde que Sócrates hablara a los atenienses de su daimon.7
Para llegar a alguna claridad hemos de retener dos datos: la referencia a
Pı́ndaro y la descripción de la vocación como una llamada o reclamación
“hacia nuestro más auténtico destino”. (Repárese en que allı́ donde se habla de
la “vocación” surge espontáneamente el término “autenticidad”. Más adelante
volveremos sobre ello).
4
La vocación es un concepto vacı́o, puro continente que se llena en la concreción de cada vida. Hay que reconocer que apenas se puede ir más allá de las
metáforas con que describe esa consistencia del yo como vocación. El problema, uno de los problemas, es el de saber cuál de todos esos modelos imaginarios de “yo” con los que soñamos despiertos es nuestro verdadero yo. Dicho
de otro modo, ¿cómo reconocer al “personaje” si los gestos, las palabras, las
decisiones son del “actor” que interpreta en medio del mundo-escenario, rodeado de los otros? Al actor pertenece la exterioridad behaviorista, los hechos
que es posible observar, registrar, recordar. Es la dimensión factual y pública
que tiene toda vida humana. Pero las intenciones, la inspiración, el sentido
final de nuestros actos son del personaje y son casi siempre equı́vocos. En
ocasiones resultan más opacos para uno mismo que para alguien que observe
nuestra vida desde fuera. El auto-engaño nunca está descartado. Para responder a esta decisiva cuestión de cómo reconocer al personaje auténtico que
7
Pero el daimon, como el alma de Agustı́n es una cosa o una “cuasi-cosa” como le gusta decir a
Ortega. De ahı́ que tenga tanta importancia la novedad que este introduce en su doctrina del yo: su
des-entificación, si se me permite la expresión: “Cuando miro (. . . ) esa supuesta intimidad mı́a, lo que
hallo es mi paisaje psı́quico, pero no mi yo. Este no es una cosa, sino un programa de quehaceres, una
norma y perfil de conducta”. (IV, 426).
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hemos de interpretar Ortega observa desde la trayectoria de Goethe: “Sólo
sus sufrimientos y sus goces le instruyen sobre sı́ mismo” (V, 130).
Por tanto, el sı́ mismo solo se aclara a posteriori en el choque con lo
que va pasando. Es la resistencia de la circunstancia, los imprevistos que
el azar depara a nuestros planes, lo que le revela a uno mismo la deseada
identidad que aspira a ser. En un breve texto, “Goethe, el libertador”, Ortega
rechaza expresamente la interpretación agustiniana de la verdad interior que
no habı́a sido del todo cuestionada por las novedades que trajo consigo la
modernidad, al fin y al cabo fundada sobre el cogito cartesiano; no cuestiona,
pues, la necesidad de “ensimismarse”, pero se trata tan solo de una condición
necesaria, no suficiente. Pues “nuestro fondo es más abismático de lo que
suponı́amos. Por eso no hay forma de capturar nuestro ✭✭yo mismo✮✮ en la
intimidad. (. . . ) Si yo pudiera vivir dentro de mı́, faltarı́a a lo que llamamos
vida su atributo esencial: tener que sostenerse en un elemento antagónico
(. . . ) en las circunstancias”. Y añade con cierta ironı́a que el único ser que
se permite el lujo de estar siempre “dentro de sı́ mismo” es Dios. . . que “se da
el gusto de ser sı́ mismo”. Y concluye: “Pero la vida humana es precisamente
la lucha, el esfuerzo, siempre más o menos fallido, de ser sı́ mismo. . . ” (V,
147). (Prestemos atención a esa leve alusión al fracaso).
La vida es constitutivamente quehacer y ese sı́ mismo que ocupa nuestra
intimidad no es una cosa, una sustancia, un alma. Es más fácil decir lo que no
es la vocación pero que necesita para manifestarse, algo ası́ como sus condiciones de posibilidad desde la estructura del yo viviente: los instrumentos del
yo:
“Porque eso que llamamos nuestro ✭✭yo✮✮ y que es el protagonista en el drama de
cada vida no es el alma. El alma es sólo un aparato inmaterial, psı́quico, con el
cual vivimos, como vivimos con nuestro cuerpo y con las cosas que nos rodean
y de que hacemos utensilios para nuestra vida: el alma es nuestra máquina de
pensar, con sus ruedecitas que llamamos sensación, memoria, entendimiento, y
es nuestro automóvil para obrar, con su motor que llamamos voluntad, que quiere
esto o aquello, que no quiere ni esto ni aquello; automóvil que, a la postre, funciona
merced a esa maquinita de preferir que todos llevamos dentro y que simbolizamos
en un como relojito de carne que está visceralmente al lado izquierdo de nuestro
cuerpo —que constantemente está prefiriendo una cosa a otra, desdeñando la una
y enamorado de la otra—, con su incansable y patético tic-tac, tic-tac. ¡Nuestro
corazón y la máquina de preferir!” (IX, 445)
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No creo que Ortega usara ingenuamente el concepto de máquina. Me parece claro que desea indicar que alma, corazón espı́ritu son nombre que indican funciones dentro del todo de nuestra vida. La única fuente de sentido
(biográfico) es por tanto, la vocación. Y si la vocación no es, aunque dependa
de esa compleja máquina psı́quica de nuestra vida que es nuestra alma, quizá
haya que decir que es algo tan poco sólido, desde un punto de vista sustancial,
como un estilo (en el sentido artı́stico del término).
5
La “vocación” puede ser entendida como un modelo de búsqueda de una
incógnita que permanece oculta en el fondo de la propia intimidad, pero adonde no se llega mediante introspección, sino actuando en lo otro que yo, en el
mundo, y volviendo desde la alteración en las cosas y en los prójimos, al ensimismamiento en donde, ahora sı́, meditamos acerca del grado de “verdad
personal” que nuestras acciones nos revelan.
La conexión entre vocación y destino, estaba ya en Meditaciones del Quijote (1914) que “la reabsorción de la circunstancia es el destino concreto del
hombre” (I, 756).
“Vocación”, “reclamación”, “llamada” son términos metafóricos que proponen buscar el sentido de nuestra existencia en el interior de ella no de nuestra intimidad. En última instancia, dicha llamada no consiste sino en sentir o
experimentar un deseo de ser bajo una determinada figura y estilo de vida;
pero en el bien entendido de que no basta con la idea, sino que nuestra vida
exige su ejecución: no imaginar que se es, sino serlo efectivamente. Deseo y
frente a él resistencia de la circunstancia que nos facilitará la empresa, la alterará, la dañará o, incluso, impedirá. Por eso nuestra vida es simultáneamente
libertad y destino. Este no es la fuerza divina o azarosa, exterior e inconmensurable, que doblega las vidas humanas, sino, por un lado, la coerción que la
vocación ejerce sobre mi vida “tienes que ser. . . ”; y por otro el mundo que
heredo como sistema impuesto de facilidades y dificultades. Ello hace que la
vida humana sea radicalmente libre, tanto que es puro quehacer y decidirse a
ser. Para vivirla contamos con los recursos que nos ofrece la sociedad en que
nacemos; también los modelos de vida que poetas, filósofos, fundadores de
religiones han inventado. Ortega menciona una amplia lista de los programas
vitales que la civilización ha ido fabricando, desde el “bodhisatva” hindú al
gentleman inglés, pasando por el aristócrata homérico del siglo vi, el buen
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republicano y el estoico de Roma, el asceta medieval, el humanista del Renacimiento, el hidalgo español del xvi, el honnête homme francés del xvii, el
poeta-pensador-romántico de la Alemania del xviii-xix, etc.8 La vida humana ha necesitado siempre de una “inspiración” extra-natural. Para Occidente
la filosofı́a platónica y el cristianismo proveyeron de una respuesta lo suficientemente poderosa como para ajustarse a los cambios históricos hasta la
modernidad. Desde el xvii el modelo de vida casa peor con la trascendencia
y se vuelve, en consecuencia mundano, legitimado socialmente. Lo que las
nuevas figuras de vida modernas ganan en trasparencia lo pierden en seguridad. Se quedan si “aura” y se vuelven frágiles. Las profesiones y oficios, el
arte, la polı́tica se convierten en los proveedores de contenidos para los proyectos de vida. Aportan una especie de urdimbre material a la vocación. Pero
solo eso. Es importante no confundir la vocación de que habla Ortega con las
vocaciones profesionales.9
6
Es posible que Ortega pensara la doctrina de la vocación como respuesta a la
crisis de la modernidad que habı́a detectado en profundidad en La rebelión de
las masas. En el Goethe conecta ambos asuntos: el de la crisis europea como
crisis de todo clasicismo y el de la necesidad de inventar nuevos programas
de vida, como Goethe inventó el suyo (aunque fracasara en su ejecución).
La crisis de nuestro tiempo, la de los 30, era social y polı́tica pero también
de proyectos de vida.10
8 Véase el capı́tulo VI de Meditación de la técnica, titulado “El destino natural del hombre.- Programas de ser que han dirigido al hombre. . . ” (V, 578). Todos los modelos que aquı́ se comentan, se basan
en la tradición y, por tanto en experiencias vividas de generaciones pasadas. Después del modelo del
“burgués” europeo del XIX que no llega a consolidarse como modelo, la ejemplaridad se desplaza hacia el futuro: surge el mito del “hombre nuevo”, invitado que hace acto de presencia en todas las crisis
profundas. No por casualidad fue San Pablo quien acuñó la metáfora por primera vez en la coyuntura
de la crisis del mundo antiguo que vio nacer al cristianismo.
9 “La ✭✭vocación✮✮ de Ortega no coincide con el uso estándar de esta palabra en el lenguaje contemporáneo. Ese trasunto de teologı́a protestante secularizada, o a medio secularizar, que cristaliza en
la noción moderna de Beruf tal y como la interpretó Max Weber, no se compadece del todo con lo
que Ortega quiere señalar como la ✭✭vocación✮✮ de alguien”. Max Stern, “Sobre la filosofı́a moral de
Ortega y las dificultades de su recepción”, Isegorı́a, 7 (1993), p. 146. El propio Ortega teme que se
le malentienda en esta dirección: “Si por vocación no se entendiese sólo, como es sólito, una forma
genérica de la ocupación profesional y del curriculum civil, sino que significase un programa ı́ntegro
e individual de existencia, serı́a lo más claro decir que nuestro yo es nuestra vocación” (V, 126).
10 Quizá convenga recordar que “hombre-masa” es el que no tiene un programa de vida ni concibe su
existencia como esfuerzo por realizarlo.
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¿De qué repertorio de ideales disponı́a un joven europeo después de la
Gran Guerra para dar sentido a su vida, para cargar la suerte del entusiasmo,
más allá de la satisfacción de las necesidades, la búsqueda de placeres, la
burla de las ideas recibidas y el rechazo de todo lo que sonara a norma u
obligación? Con las religiones en franca retirada, las filosofı́as de la historia
liberal y hegeliana desarboladas desde la crisis finisecular y el darwinismo
“ciencista” como única verdad oficial que ve la vida humana como una breve
y pasajera configuración molecular destinada a evaporarse sin dejar rastro,
quedaban las mitologı́as para consumo de masas o las construcciones de la
comunidad de sangre o de tierra: el irresistible mito del “hombre nuevo” que
tantas versiones conoció, a derechas e izquierdas, en los años de entreguerras.
Creo que es este el contexto en el que tenemos que situar la teorı́a del yovocación: una alternativa —no colectiva, o colectivista, no nacionalista— al
nihilismo.11
La vida no es sólo azar y destino, sino ensayo y búsqueda. Como el novelista imagina las vidas posibles de sus personajes, ası́ cada cual ensaya para su
vida tales o cuales proyectos. Recordemos que “El imperativo de autenticidad
es un imperativo de invención”.12 Claro que la vida está sometida a fuerzas
cósmicas e históricas que sobrepasan las propias capacidades, el ridı́culo poder del individuo aislado. Pero el destino que de verdad cuenta es el destino
interior: la fidelidad que el actor mostró al proyecto que tenı́a que ejecutar:
llegar a ser en la realidad de nuestra existencia el personaje que ya somos en
el programa-argumento de nuestra vocación: “llega a ser el que eres”.
11 En efecto, una alternativa, porque no sólo nos ayudarı́a no reconocer la inanidad de un yo que ha
perdido los privilegios de su origen divino como alma o espı́ritu, sino que la búsqueda y cumplimentación de una vocación que tan solo está inscrita en nuestro vivir azaroso y en el esfuerzo por
“salvar” las circunstancias se convertirı́a en una exigencia de sentido que valdrı́a para neutralizar el
nihilismo originado en la desaparición de la creencia en que el sentido de las cosas humanas, en suma,
la continuidad del mundo, está asegurado por no se sabe bien qué dioses o fuerzas históricas. Esto
parece situarnos ante la conclusión de que no hay más sentido del que seamos capaces de inyectar en
nuestras vidas mediante la disposición a buscarlo y crearlo. Un autor que podrı́a compartir con Ortega
este punto de vista es Jan Patočka. Véase sus Ensayos heréticos, que han sido traducidos de nuevo:
el hombre debe estar “dispuesto a renunciar a la inmediatez del sentido y adoptar el sentido como
camino”. Madrid, Encuentro, 2016, p. 119, Tr. de Iván Ortega Rodrı́guez.
12 “El imperativo de autenticidad es un imperativo de invención. Por eso la facultad primordial del
hombre es la fantası́a, como ya decı́a Goethe, ignoro si dándose plenamente cuenta de ello. Inclusive
lo que se llama pensar cientı́fico no es psicológicamente sino una variedad de la fantası́a, es la fantası́a
de la exactitud. La vida humana es, por lo pronto, faena poética, invención del personaje que cada cual,
que cada época tiene que ser” (IX, 137). El texto corresponde al Prólogo para alemanes, redactado en
1934 pero que no publicó en vida. Repárese en que la lectura de la autenticidad como “imperativo de
invención” es referido inequı́vocamente a la teorı́a del yo como vocación.
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VIDA HUMANA Y VOCACI ÓN
7
Ortega señala en varios lugares que el citado lema de Pı́ndaro constituirı́a el
imperativo central de su ética:
“La mayor parte de los hombres traiciona de continuo a ese sı́ mismo que está
esperando ser y, para decir toda la verdad, es nuestra individual personalidad un
personaje que no se realiza nunca del todo, una utopı́a incitante, una leyenda secreta
que cada cual guarda en lo más hondo de su pecho. Se comprende muy bien que
Pı́ndaro resumiese su heroica ética en el conocido imperativo llega a ser el que
eres” (V, 305).
Por otro lado, es evidente que la ética que Ortega prometió escribir alguna
vez tendrı́a poco que ver con las éticas derivadas del enfoque idealista que
cuelga el deber y la virtud de un imperativo racional. Para Ortega, como para
Aristóteles, la ética se tenı́a que basar en la realidad; pero no en la realidad de
una “naturaleza humana” sino en la realidad de los ingredientes estructurales
de “nuestra vida”. Y es en tal sentido que la vocación resulta ser el concepto
clave de la ética por su función metafı́sica como “yo” real de nuestra vida. El
bien, se dice en la cita, es cumplir con el imperativo pindárico, es decir, ejecutar la propia vocación. No hay vida plena como no hay en este mundo vida
bienaventurada. Pero el mandato habla de intentarlo. Traicionar la propia vocación no tiene más castigo que el de “desrealizar” nuestra propia existencia,
“entonces, te quedas sin ser nada”, dice Ortega en algún lugar.
La vocación es el momento sintético de la teorı́a del yo, en donde Ortega
finge que pueda haber una voz que nos dice esto o lo otro sobre lo que debe
ser nuestra vida como realización de nuestro propio yo. Pero las cosas son
más complicadas.
Cuando en los cursos de 1930 empezó a elaborar la analı́tica del yo como
proyecto vital —no emplea aún el término “vocación”— reconoce la complejidad del asunto. Para empezar, no se auto-percibe unidad alguna”: “En
realidad mi yo futuro —dice Ortega— se compone de un cúmulo sumamente cuantioso de caracteres e ingredientes. Es más, algunos de ellos me son a
mı́ mismo desconocidos, quiero decir, no he pensado claramente que los soy.
Otros, procuro taparlos a mis propios ojos” (VIII, 434)
Y también reconoce que el lenguaje —“las palabras siempre genéricas”—
no puede captar los matices que constituyen mi identidad individual cuando
24
LASAGA
asumo roles en la circunstancia: el amor, la profesión, la paternidad, la amistad, la pertenencia a un grupo o a una comunidad, etc. Y aún añade que “hay
en la vida una tendencia natural a eludir el plantearse en serio y totalmente la
cuestión de ✭✭¿quién soy yo?✮✮ como futuro” (Ibid.).
Eso que llamamos “yo” se desdobla en un “actor” que encarna a un “personaje” ideal, sacado de un libreto sin autor que se escribe a medida que se
actúa. Ya lo hemos dicho.
La etimologı́a del término “vocación” no debe engañar. Nadie llama a nadie. No hay voces. Lo que has puesto con tus “invenciones” y hecho con tus
“ejecuciones”, eso es lo que encuentras en tus “ensimismaciones”. Y, entre
unas cosas y otras, el misterioso yo construye y destruye y vuelve a construir
su propia imagen. . . a ciegas. Esto es lo que ocurre, según el modelo propuesto al principio, en el plano de la vida-enigma. Pero algo de eso se deja traslucir
en forma de “bienestar” o “malestar” ı́ntimos en los planos más superficiales
de nuestra existencia, como son el de nuestra vida-creencia y el de nuestras
ensoñaciones. En estos el yo-actor se adelanta siempre al primer plano de la
escena, es decir, de la vida colectiva, con la réplica lista, réplica que procede
del tejido de creencias vigente en nuestra sociedad, de nuestros hábitos sociales, aprendizajes y nuestras habilidades biográficas adquiridas en lo que llama
Ortega “experiencia de vida”.
La intimidad creada por el ensimismamiento solo se llena con “experiencia de vida”. El yo va y viene del pasado, con el recuerdo, al futuro, con la
imaginación proyectiva, buscando orientación para sus decisiones y posteriormente reflexiona sobre sus actos, justificando lo hecho y lo omitido. Vocación
es salvar la circunstancia de acuerdo con un yo soñado que remite a un personaje que deberı́a ser un “mejor-yo”. Pero solo acepta el envite de “salvar
la circunstancia” quien la acepta, quien comprende que la vida humana es
esencialmente limitación, asunción del propio destino. Porque el destino es
la finitud de la libertad, como el escepticismo es el destino de la finitud gnoseológica de la que tanto hablaba Gaos.
8
En la cita que abrı́a el parágrafo anterior se insinuaba la dimensión ética
del lema de Pı́ndaro. Esa fue la primera función que asumió en el discurso
orteguiano. Pero al cruzarse con el tema del yo-vocación, adquirió el espesor
metafı́sico que hemos comentado más arriba: llega a ser el que eres describe
VIDA HUMANA Y VOCACI ÓN
25
antes un “es” que un “debe”. Casi podrı́amos decir, con Rodrı́guez Huéscar,
un “debe” que es un “es” y viceversa.13 Dejada de lado cualquier lectura
esencialista del lema de Pı́ndaro, en el sentido de que pudiera referirse a una
entelequia aristotélica que desplegara en el tiempo su energeia, llegando a ser
en acto, nos queda la interpretación ética del llega a ser el que debes ser de
acuerdo con un ideal de vida, ideal acordado desde la tradición, los códigos
culturales, la racionalidad práctica y sus imperativos, etc.
Y aquı́ se plantea el problema de si predomina la interpretación metafı́sica
sobre la ética o al revés. Dicho de otra forma, ¿podrı́a ser incompatible la
lectura ética del imperativo pindárico con la interpretación metafı́sica? Desde
que Aranguren publicara La ética de Ortega14 se considera que la moral del
esfuerzo deportivo que predomina en los veinte y la ética de la vocación
que surge en los treinta serı́an más o menos incompatibles. Pı́ndaro encajarı́a
mejor en el modelo deportivo y no tanto con la versión “existencial” de la
vida destinada al cumplimiento de una vocación. Pero no hay duda de que
el motivo del poeta griego encaja a la perfección en la teorı́a orteguiana de
la vocación. Las tensiones, entonces, estarı́an no entre ética y metafı́sica sino
entre una ética vitalista del esfuerzo deportivo y una ética del cumplimiento
de un programa de vida.
Las primeras formulaciones de la ética vitalista, dependiente siempre de
las tesis metafı́sicas de Meditaciones del Quijote, las formula en dos artı́culos
relativamente breves, “Muerte y resurrección” (1917) e “Introducción a un
don Juan” (1920). En la primera formula el imperativo de “ser fiel a uno
mismo” que adelanta el principio ético por excelencia, el pindárico, al que se
mantiene fiel hasta el final de su obra. Este imperativo de lealtad a las propias
vivencias se entiende mejor por lo que niega: se opone a las morales utilitarias
heredadas de los ambientes positivistas y al idealismo ético kantiano en lo
que tiene de abstracto. La forma de dar contenido al principio de fidelidad
consistirá en recuperar la ética del arquero aristotélico, actualizada. El énfasis
se sitúa, antes que en la prudencia, en la magnanimidad y en la ilusión. De ahı́
que conceda tanta importancia a la idea de “esfuerzo deportivo”. El ánimo y
13 Aludo
de pasada a la tesis de Antonio Rodrı́guez Huéscar en su libro póstumo Ethos y logos cuya
tesis central queda resumida en los siguientes términos: “. . . éthos y lógos son, no solo inseparables
sino, en cierto sentido, indiscernibles: el lógos, en rigor y en verdad, es decir, en concreto, tal y como
funciona en la vida espontánea e inmediata (. . . ) surge, se mueve y actúa dentro de una estructura
ética, más aún, pertenece intrı́nseca y esencialmente a esa estructura” (Madrid, Uned, 1996, pp 44-45,
nota 56).
14 Madrid, Taurus, 1958.
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LASAGA
el coraje para salvar la circunstancia junto a la frescura y la ligereza del juego:
la extraña sı́ntesis entre la virtud de don Quijote y la virtud de don Juan. Esa
primera sı́ntesis la resume Cerezo cuando escribe
Se trata de una ética del conatus, del apetito de perfección, donde la inspiración y
aspiración para alcanzarla conjugan la ética con la estética, la seriedad del deber
autoimpuesto, libérrimo, con la ligereza del arte.15
Las siguientes palabras de Ortega no hacen sino corroborar la interpretación de Cerezo:
A las obras verdaderamente valiosas solo se llega por la mediación de este antieconómico esfuerzo: la creación cientı́fica y artı́stica, el heroı́smo polı́tico y moral,
la santidad religiosa son los sublimes resultados del deporte (III, 195).
Más allá del tono algo provocador de la cita, Ortega piensa detrás del sustantivo deporte la raı́z metafı́sica de la vida humana que en su indeterminación
de ser más (o menos16 ) que naturaleza es libertad de ser. Si ordenamos las tesis
de la razón histórica, tomando la de vida humana como libertad (o indeterminación) de ser como la originaria de toda su filosofı́a, no erraremos en la tarea
de analizar si la ética del deporte y la ética de la vocación son consistentes.
La ética del esfuerzo deportivo ha quedado asociada en algunos crı́ticos
con un modelo moral más o menos irracionalista, de corte nietzscheano: valores vitales y creaciones superfluas, más allá de la necesidad y de las morales
del trabajo; en resumen, una ética del talente lúdico y caprichoso. Aranguren,
que es la fuente donde han bebido la mayorı́a de los crı́ticos de este enfoque,
planteó en su folleto La ética de Ortega la siguiente pregunta: “Cómo ha de
entenderse la vida según Ortega: como quehacer moral, responsable, auténtico, o como deporte y juego?” (op. cit., p. 31).
La pregunta sugiere que o una cosa o la otra: o autenticidad o deporte. ¿Pero es que el deporte y el juego no son quehaceres morales que pueden ser responsables y auténticos? Para responder afirmativamente tan solo tenemos que
desplazar el sentido habitual que damos a los términos juego, deporte y entenderlos como metáforas de la libertad, contingencia e indeterminación que
15 “La
ética de la alegrı́a creadora”, en José Ortega y Gasset y la razón práctica, Madrid, Biblioteca
Nueva/Fundación José Ortega y Gasset-Gregorio Marañón, 2011, p. 219.
16 Aludo de pasada a la hipótesis del animal enfermo que Ortega describió en un “mito” a la platónica
en un texto tardı́o: “El mito del hombre allende la técnica” (1952) pp 811 y ss. Véase mi comentario
en “Nostalgia de lo animal”, Cuadernos hispanoamericanos, Madrid, enero 2020, pp 3 y ss.
VIDA HUMANA Y VOCACI ÓN
27
caracterizan estructuralmente a la vida humana de cada cual. Ortega estaba al
cabo de la calle del fracaso histórico de las morales del deber y del cálculo utilitario, es decir, del fracaso histórico de los ideales de la modernidad, incluida
su versión más decorosa: la Ilustración y sus proyectos emancipadores.
Todo gira en torno a lo que entendamos por “autenticidad”. No es posible
entrar hasta el fondo de las cuestiones que plantea, más allá de lo que ya ha
sido dicho en el análisis de la vocación. Añadamos que el alcance del término
en Ortega es doble: metafı́sicamente equivale a un imperativo de creación
porque como insiste en muchos lugares, la vida se nos da pero se nos da
sin hacer; éticamente significa fidelidad a la inspiración del programa vital,
esfuerzo en su cumplimiento y justificación en su fracaso.
Hay una cita, de las más usadas, en que Ortega no solo resume su idea
de moral, sino que establece un vı́nculo entre la ética de la ilusión y la de la
autenticidad:
Me irrita este vocablo ✭✭moral✮✮. Me irrita porque en su uso y abuso tradicionales
se entiende por moral no sé bien qué añadido de ornamento puesto a la vida y
ser de un hombre o de un pueblo. Por eso yo prefiero que el lector lo entienda
por lo que significa, no en la contraposición moral-inmoral, sino en el sentido que
adquiere cuando de alguien se dice que está desmoralizado. Entonces se advierte
que la moral no es una performance suplementaria y lujosa que el hombre añade
a su ser para obtener un premio, sino que es el ser mismo del hombre cuando está
en su propio quicio y vital eficiencia. Un hombre desmoralizado es simplemente
un hombre que no está en posesión de sı́ mismo, que está fuera de su radical
autenticidad y por ello no vive su vida y por ello no crea ni fecunda ni hinche
su destino. Para mı́ la moral no es lo que el hombre debe ser, pero por lo visto
puede prescindir de ser, sino que es simplemente el ser inexorable de cada hombre,
de cada pueblo. Por eso, desde siempre y una vez más en mis conferencias últimas
de Buenos Aires, cuando anunciaba yo un posible curso de Ética —que ya no sé
bien si haré— proclamaba como imperativo fundamental de la mı́a el grito del
viejo Pı́ndaro: genoi’ hoios essi —llega a ser el que eres (IV, 304).
Defendemos pues que la ética del “esfuerzo deportivo”, “práctico”, es una
especie de prefiguración de la ética de la vocación.
El concepto de vocación, al que concedemos el puesto de honor en la ética
de la segunda navegación, centrada en las categorı́as —caracterizadas como
“existenciales” por algunos comentaristas— de la autenticidad y la justificación17 , no aparece suficientemente descrito hasta que Ortega desarrolla la me17 El concepto de autenticidad es suficientemente comentado en el texto. En cuanto al de justificación,
me conformo con indicar que es el complementario de la autenticidad entendida como cumplimiento
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LASAGA
tafı́sica de la vida humana a partir de los cursos de ¿Qué es filosofı́a? (1929)
y ¿Qué es conocimiento? (1929-30), donde aparecen las verdaderas innovaciones, siendo los cursos del 33-34, Unas lecciones de metafı́sica, el intento
de organizar en forma de sistema los hallazgos intuidos en años anteriores. Y
para entonces Ortega habı́a dejado de estar interesado en hacer una ética.18
Veamos a continuación el rendimiento ético de la idea de vocación a la
hora de regular la acción humana.
Partiendo del hecho —que suele pasar inadvertido a muchos analistas—
de que la llamada de la vocación no procede exclusivamente de un misterioso
“interior”, sino “conjuntamente, de la secreta solicitud de la circunstancia”, es
decir, de lo que hacemos e interpretamos en el mundo, la vocación juega en
Ortega, concluye Cerezo,
el papel de determinación intrı́nseca necesaria, que Kant concedı́a al imperativo
categórico. Sólo por ella la vida escapa a la arbitrariedad, al estar anclada en una
necesidad moral. La vocación es lo contrario tanto del simbolismo romántico de la
mera disponibilidad vital como al necesitarismo naturalista. 19
Completamente de acuerdo. Y creo que la cosa es tan grave que sin ese
anclaje en la vocación la filosofı́a toda de Ortega se queda en nada. ¿Pero no
sobra la palabra moral? ¿No puede ser esa necesidad de cualquier otro tipo:
estética o polı́tica? ¿No serı́a mejor hablar de “necesidad metafı́sica”?
Hay que concederle a la vocación el fondo de misterio que le pertenece.
Y hay que concedérselo porque la vocación es el nombre que da Ortega a lo
impensado e impensable que hay en el yo, equivalente a lo impensable que
hay en el mundo y que colabora en las educciones de sentido que permiten
nuevas re-orientaciones en las cosas. Cuando habla Ortega de que por debajo
del plano de las creencias, al fin y al cabo interpretaciones (ideas) solidificadas
por el uso y el éxito, la vida humana es un puro enigma hay que tomarlo en
serio.
de la vocación. La justificación del hombre ante sı́ mismo, la exigencia de hacer balance de las propias
decisiones y de sus consecuencias, es una necesidad interna a toda vida: “El que ha caı́do en la cuenta
—descubrimiento esencial filosófico— de que la vida humana, toda vida humana, no puede existir sin
justificarse ante sı́ misma, en el sentido rigoroso de que esa justificación constituye un componente
esencial —imprescindible de toda vida—, posee una clave para muchos secretos de nuestra existencia”
(V, 37).
18 En 1928 y 1929, en las lecciones de Buenos Aires y en ¿Qué es filosofı́a? promete escribir una
ética. Pero en la cita que acabamos de dar más arriba, tomada de “Por qué he escrito ✭✭El hombre a la
defensiva✮✮” de 1930 duda ya de intentarlo.
19 “Pathos, éthos, lógos”, Revista de Estudios Orteguianos, nº 24, 2012, p. 101.
VIDA HUMANA Y VOCACI ÓN
29
En el ya citado opúsculo sobre la ética de Ortega, Aranguren ve como una
limitación grave el formalismo de la vocación, vinculado a “un formalismo
ético de la autenticidad que Ortega no llegó nunca a elaborar ı́ntegramente ni,
por tanto, a contrastar en sus aporı́as (op. cit., p. 47). Ortega fue consciente
del riesgo de que se interpretara su ética de la vocación como un formalismo.
Pero no lo es a poco que reparemos en que la vocación se cumple en los actos
de vida y se auto-regula en la exigencia de justificación ante uno mismo, que
es la única manera de ir acertando que cada cual tiene. Además, concibe su
ética como una ética “material” de la felicidad. En efecto estamos ante una
ética de fines. Cabe reformular el ideal concreto, especı́fico y único de cada
vida humana, diciendo que es aquel fin que nunca puede ser subvertido en
medio, el único fin necesario. No respetarlo, implica falsificar la propia vida.
Por tanto, felicidad no es sino el cumplimiento de la propia vocación
Hay una vocación general y común a todos los hombres. Todo hombre, en efecto, se
siente llamado a ser feliz; pero en cada individuo esa difusa apelación se concreta
en un perfil más o menos singular con que la felicidad se le presenta. Felicidad es la
vida dedicada a ocupaciones para las cuales cada hombre tiene singular vocación
(VI, 273).
En cuanto a si Ortega exploró las aporı́as de su doctrina de la vocación, hay
una que ha sido muy comentada, empezando por el propio Aranguren, quien,
sorprendentemente, no la juzgó tal. La aporı́a en cuestión es comentada en el
Goethe: ¿Puede haber vocación de ladrón? Y Ortega no duda en contestar que
sı́. Peor enel ben entendido que se trata de un ejemplo para mostrar la dimensión pre-moral de la vocación: “nuestro destino ético será siempre discutible,
como todo lo que es ✭✭intelectual✮✮”, y ası́ la radicalidad de nuestra vocación,
identificada con un destino absoluto: “El hombre cuya entelequia fuera ser
ladrón tiene que serlo, aunque sus ideas morales se opongan a ello, repriman
su incanjeable destino y logren que su vida efectiva sea de una correcta civilidad” (IV, 130). Pero añade en nota: “El problema decisivo es si, en efecto,
el ser ladrón es una forma de auténtica humanidad” (Ibid.). ¿Qué quiere decir esto? Tan solo que posiblemente no pueda ser auténtica una vocación de
ladrón. Indirectamente, el problema que aquı́ queda implı́cito es el problema
del mal en un sentido más profundo que el del mal moral cuyo origen está
siempre en la vulneración intencionada de los códigos morales.
Esta pregunta, que plantea una dificultad bien real, no tiene respuesta simple. Ser ladrón, como ser prostituta podrı́an ser formas de encarar con autenti-
30
LASAGA
cidad la circunstancia. Pensar que hay una instancia externa a la vida personal
que pueda imponerse es inconsistente con los radicales que atribuye Ortega a
la vida. Otra cosa son los códigos éticos, que las convicciones religiosas o las
convenciones e imposiciones sociales, las mores, puedan imponer al yo. En la
dimensión colectiva o pública de “nuestra vida” no rige la autenticidad sino
el decoro.
¿Puede haber una verdadera vocación para hacer el mal, para infligir dolor, por ejemplo, a inocentes? Creo que simplemente no se pueden responder
a estas preguntas porque la razón, siempre limitada por los principios lógicos, no traspasa su propio horizonte. El problema del mal puede y debe ser
pensado pero no pueden establecerse principios basados en leyes fundadas en
conocimientos probados.
¿Qué supuestos culturales y que experiencias de vida precisamos para enfrentar el problema de una definición de “mal moral”? Para Ortega podrı́a
decirse, porque él lo dice, que el mal moral es no encajar cada cual en su propio destino; y que eso es fuente de otros males.20 Si para encajar en el propio
destino hay que prostituirse o matar inocentes, solo cabe decir que la vida humana como realidad radical contiene la dimensión social –nuestra vida colectiva, tan real como el de la vida individual—, que condiciona el cumplimiento
de la vocación, como lo condiciona el azar. El conflicto entre el proyecto personal y las imposiciones sociales siempre está servido, y en épocas de crisis,
mucho más. La vida no es un teorema lógico. Quizá cuando Ortega escribió
en Del Imperio romano ciertas descripciones de la convivencia humana no
estaba pensando solo en las “novedades polı́ticas” que habı́an traı́do consigo
los años treinta sino también en sus propios descubrimientos metafı́sicos21 : la
indigencia que caracteriza a lo real; o dicho en otros términos, “la oscuridad
20 “La esencia del pecado (tanto en ética como en estética: querer ser tenido por lo que no se es” (II,
239). Es un texto de juventud, “Ideas sobre Pı́o Baroja” de 1912. En Misión de la universidad (1930)
no dice otra cosa: “El pecado original reside en esto: no ser auténticamente lo que se es. . . Solo puede
crear una apasionada resolución de ser lo que estrictamente se es” (IV, 327). Y más tarde se aclara
qué quiere decir esto de ser auténtico: “Limitarse es la verdad, la autenticidad de la vida. Por eso
nuestra vida es destino. (. . . ) La vida auténtica consiste en la alegre aceptación del inexorable destino,
de nuestra incanjeable limitación” (IV, 338).
21 “La sociedad, conste, es tan constitutivamente el lugar de la sociabilidad como el lugar de la más
atroz insociabilidad, y no es en ella menos normal que la beneficencia, la criminalidad. Lo más a que
ha podido llegarse es a que las potencias mayores del crimen queden transitoriamente sojuzgadas,
contenidas, a decir verdad, sólo ocultas en el subsuelo del cuerpo social, prontas siempre a irrumpir
una vez más de profundis (VI, 103) Y poco después: “El derecho presupone la desesperanza ante
lo humano. Cuando los hombres llegan a desconfiar mutuamente de su propia humanidad, procuran
interponer entre sı́, para poder tratarse y traficar, algo premeditadamente inhumano: la ley” (VI, 107)
VIDA HUMANA Y VOCACI ÓN
31
del corazón humano” (Hannah Arendt). No es, pues, el imperativo categórico
lo que pudiera limitar los desvarı́os de la vocación sino el código penal.
Robar o prostituirse son ya quehaceres determinados socialmente y prohibidos desde ese mismo orden de normatividad. Son usos sociales. La vocación
se mueve en otro orden de realidad vital.22
Pero Cerezo insiste en situar a Ortega en la hermosa tradición ilustrada,
de la que, me da la impresión, nuestro filósofo comenzaba a despedirse. Y lo
sitúa cuando afirma ya casi al final de su ensayo:
Como referı́ al principio, los sentimientos de satisfacción interna o de desagrado
ofrecen pautas orientativas acerca del valor interno de nuestro quehacer vital. Pero
creo que es preciso ir más lejos y contrastar crı́ticamente el sentido de nuestro
quehacer, de un lado con la exigencia inapelable que nos llega del fondo de la vida
social, reclamando como necesaria una determinada figura de existencia y del otro,
con nuestro originario poder/querer para llevarla a cabo” (op. cit. p. 106).
La estrategia de Cerezo de intentar “apresar” la vocación en las redes de la
necesidad racional-práctica para tener un lugar donde encajar un bien moral
que obligue al ser humano, como antes le obligaba Dios y más tarde el Imperativo de la Razón, es sugerente pero creo que equivocada. No hay armonı́a
interna en el esquema general de una vida humana. No encajan los planos,
aunque podrı́an. Entonces cabe hablar cabalmente de vida feliz o plena. Las
fuentes del sentido son personales y únicas. También misteriosas. Al mismo
tiempo que salvan la vida humana en las grandes estructuras de la existencia
histórica colectiva, el sentido se malogra y los ruidos destruyen la supuesta
melodı́a originaria. Ni hermoso espectáculo del cielo estrellado, al que solo
podemos mirar de reojo por miedo a caernos, ni ley moral en nuestro corazón.
Sólo naufragio y enigma, enigma y naufragio. Y, claro está, esfuerzo deportivo.
22 Ya hemos argumentado que la razón no puede entrar a juzgar lo que pertenece al plano enigmático
de nuestra vida. Podemos hacer un paralelismo con uno de los problemas clásicos de la metafı́sica: Ası́
como la razón no puede demostrar la existencia de Dios, tampoco puede determinar los contenidos
de la vocación ni la decisión ı́ntima por la que un sujeto acepta su mandato, su imperio. Vocación
entendida como el “fondo insobornable” de un yo o como “llamada” de una metafórica “voz silente”
es una X situada más allá de aquello a lo que la conciencia con sus descripciones y reflexiones
puede intentar acceder. Es por tanto, en terminologı́a kantiana, una realidad nouménica; y en términos
orteguianos, la vocación pertenece al mismo plano pre-creencial de la realidad enigmática.
32
LASAGA
Bibliografı́a
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Cerezo, P., (2011), “La ética de la alegrı́a creadora”. En José Ortega y Gasset y
la razón práctica. Madrid: Biblioteca Nueva/Fundación José Ortega y GassetGregorio Marañón, pp. 127-170.
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Lasaga, J., (2020), “Nostalgia de lo animal”. Cuadernos hispanoamericanos. Madrid.
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Biblioteca Nueva.
Ortega y Gasset, J., (2004-2010), Obras completas, 2004-2010. Madrid: Taurus-Fundación José Ortega y Gasset.
Rodrı́guez, H. A., (1982), La innovación metafı́sica de Ortega. Madrid: Publicaciones
del Ministerio de Educación y Ciencia.
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