LA VOCACIÓN EN LOS EVANGELIOS
JOSÉ MORALES
SUMARIO: 1. LOS PRIMEROS DISCÍPULOS DE JESÚS. 2. LLAMADA DIRECTA. 3. LLAMADA PERSONAL. 4. UNA INVITACIÓN IMPREVISIBLE. 5. LA EFICACIA DE LA LLAMADA. 6. EL NÚCLEO DE LOS DISCÍPULOS: LOS DOCE. 7. LA LLAMADA PARA EL SERVICIO DEL REINO. 8. LLAMADA DE JESÚS Y ELECCIÓN DIVINA. 9. LA URGENCIA DE LA
ACEPTACIÓN. 10. SEGUIMIENTO SIN CONDICIONES. 11. SEGURIDAD Y RIESGO. 12.
LA VOCACIÓN COMO GRACIA. 13. ELEGIDOS EN EL HIJO.
1. LOS PRIMEROS DISCÍPULOS DE JESÚS
La llamada de los discípulos ocurre, según el Evangelio, en el mismo inicio del ministerio público de Jesús de Nazareth. Apenas ha comenzado su predicación del reino de Dios cuando Jesús se dispone a llamar y llama a los primeros seguidores.
San Marcos, el más antiguo de los evangelistas, describe con lacónica sencillez, después de un breve prólogo (1, 14-15), la vocación de los
cuatro primeros discípulos.
«Bordeando el mar de Galilea vio a Simón y Andrés, hermano de
Simón, que extendían las redes en el mar, pues eran pescadores. Jesús les
dijo: “Venid conmigo, y haré de vosotros pescadores de hombres”. La expresión “pescadores de hombres” no es un juego de palabras, se refiere
principalmente a la tarea de salvar a los hombres apresados por la tempestad del mundo 1. Al instante, dejando las redes, le siguieron.
1. Ch.W. SMITH, Fishers of Man, HThR, Sl, (1959), 188; J. MANEK, Fishers of Man,
«Novum Testamentum» 2, (1950), 138-141; W. WUELLNER, The Meaning of «Fishers of
men», Philadelphia 1967.
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«Poco adelante, vio a Santiago, el hijo de Zebedeo, y a su hermano Juan, que estaban en la barca arreglando las redes; y los llamó. Y ellos,
dejando a su padre Zebedeo en la barca con los jornaleros, se fueron tras
él» (16-20; cfr. Mt 4, 18-22).
Con estilo y tono semejantes narra San Marcos en el capítulo siguiente la vocación de Mateo. «Al pasar vio a Leví, el de Alfeo, sentado
en la mesa de los impuestos, y le dice: «Sígueme. Él se levantó y le siguió : (2, 14; cfr. Mt 9, 9 y Lc 5, 27-28). Las tres historias de vocación
son semejantes y participan del mismo género literario 2.
Las escenas evangélicas de vocación recuerdan los relatos del Antiguo Testamento que nos describen el llamamiento de los profetas de Israel. «Los pasajes de seguimiento en Marcos están fuertemente influenciados por la vocación de Eliseo, realizada por mediación de Elías, en 1
R 19, 19-21» 3. Las coincidencias literarias sirven admirablemente para
indicar la semejanza de las situaciones espirituales. Profetas y discípulos
son destinatarios de una llamada rápida —«al pasar»—, poderosa e inesperada que va a cambiar el rumbo y el sentido de sus vidas.
Los sencillos elementos del relato evangélico consiguen formar sin
aparato alguno una escena de gran intensidad. Se ordenan todos en último término a destacar el extraordinario poder de la llamada de Jesús,
que es lo determinante en cada una de las situaciones descritas.
Puede sorprender tal vez la facilidad y soltura con que se produce un
hecho tan importante para la existencia de los futuros discípulos y Apóstoles. Se diría que por unos momentos se ha suspendido la vigencia de las
formas y convencionalismos que suelen proteger en el trato humano el
mundo personal, y también el egoísmo de los individuos. Se observa en la
conducta de Jesús y de los que acogen su llamamiento una superación de
modos y actitudes meramente sociales. Caen por tierra los resortes y mecanismos que los hombres emplean frecuentemente para defenderse de lo
importante cuando llega a sus vidas y se han propuesto esquivarlo.
Jesús requiere de los llamados una atención a sus palabras que no
es denegada y ni siquiera aplazada para otro momento más oportuno. Los
2. Cfr. W. STENGER, New Testament Exegesis, Grand Rapids, Michigan 1993, 66-67.
3. M. HENGEL, Seguimiento y carisma, Santander 1981, 31; J.P. MEIER, The Disciples
of Jesus: Who were they?, «Mid-Stream» 38, (1999), 129-135.
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discípulos no sugieren condiciones y mucho menos las establecen. Tampoco piden una modificación de circunstancias. El tiempo y el lugar son
decididos por Jesús y aceptados por ellos sin cualificación alguna.
Las cosas se desenvuelven con tanta suavidad exterior que parecen
preparadas e incluso ensayadas de antemano. Es muy posible que la escena haya sido estilizada por el Evangelista al ser incluida en su relato,
pero no hay ningún motivo para dudar de su fidelidad respecto a los hechos en lo fundamental.
La llamada que se narra en estos episodios puede haber sido muy
probablemente la coronación de encuentros anteriores con Jesús, el momento crítico que ha sido precedido de significativas invitaciones preparatorias, la hora de la verdad provocada finalmente por Jesús y entendida como desenlace por los interesados. Pero esta llamada tiene un
carácter único y marca en cualquier caso un punto culminante en la relación del Maestro con los discípulos 4.
El hecho de este Jesús, que dice a cada uno «sígueme», se reviste de
sentido vocacional. Lo que parece un suceso igual que otros a los ojos de
espectadores corrientes que no pueden percibir su sentido, es un acontecimiento del todo singular e irrepetible para los discípulos. La llamada
es experimentada por ellos como llamada de Dios.
Lo expresa vivamente el texto de la vocación de Pedro que leemos
en San Lucas. Los detalles añadidos por el tercer Evangelista al relato de
San Marcos citado más arriba sitúan la llamada del Apóstol en el marco
de la pesca milagrosa.
Jesús se encuentra en la barca y, confiados en su palabra que les
anima a continuar, Simón y sus compañeros han capturado una gran
cantidad de peces. «Al verlo Simón Pedro, cayó a las rodillas de Jesús, diciendo: “Aléjate de mí, Señor, que soy un hombre pecador”. Pues el estupor se había apoderado de él y de cuantos con él estaban, a causa de
los peces que habían pescado... Jesús dijo entonces a Simón: “No temas.
Desde ahora serás pescador de hombres”. Llevaron a tierra las barcas, y dejándolo todo, le siguieron» (5, 8-11).
4. Cfr. R. SCHNACKENBURG, Das vierte Evangelium und die Johannesjünger, «Historisches Jahrbuch» 77, (1958), 21-38; D.G. Van der MERWE, Towards a theological understanding of Johannine discipleship, «Neotestamentica» 31, (1997), 339-359.
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Como quien se deslumbra de noche ante un paisaje iluminado súbitamente por la luz cegadora de un relámpago, Simón se da cuenta en
un segundo de que ha sido testigo de una acción de Dios, imprevista y
formidable. Ha visto un milagro. Siente que la tierra, el fondo de la barca en este caso, le falla debajo de los pies. La presencia de Dios en Jesús
se le hace inequívoca y la percibe con todas las energías y todos los aspectos de su ser 5.
En el mismo instante de ver a Dios en Jesús advierte Simón con
claridad única su propia condición pecadora, así como lo indigno que
es de estar junto al Maestro oyendo su palabra y recibiendo sus dones.
La de Simón Pedro es la misma experiencia religiosa de Isaías ante la
majestad divina. «Se conmovieron los quicios y los dinteles a la voz del
que clamaba, y la Casa se llenó de humo —escribe el profeta—. Y dije: “¡Ay de mí, que estoy perdido, pues soy un hombre de labios impuros...”. Entonces voló hacia mí uno de los serafines con una brasa en la
mano... y tocó mi boca y dijo: “He aquí que esto ha tocado tus labios:
se ha retirado tu culpa y tu pecado ha sido expiado”. Entonces oí la voz
del Señor que decía: “¿A quien enviaré?” Dije: “Heme aquí: envíame”.
Dijo: “Ve y habla a ese pueblo...”» (6, 4-9). «La llamada del profeta implica una consagración y una preparación para la palabra profética que
llega» 6.
Precisamente en el momento de la pesca milagrosa, cuando Simón
ha descubierto quién es Jesús y sabe también mucho mejor que antes
quién es él, oye la llamada del Maestro y se decide a seguirle.
El llamamiento de Saulo en el camino de Damasco es igualmente
una llamada de Jesús. Las circunstancias son muy diferentes de las que
acompañan la vocación de los primeros discípulos. Pero los elementos
fundamentales del episodio y sus signos son los mismos.
Lo que se desarrolla con normalidad cotidiana en los Evangelios sinópticos adquiere rasgos dramáticos en el caso de Pablo. El perseguidor
de cristianos tiene que ser alcanzado por Cristo en su desgraciada carrera, y dirigido con energía divina por un nuevo camino.
5. Cfr. R. MICHIELS, La conception lucanielnne de la conversion, ETh 41, (1965), 4278.
6. J. LINDBLOM, Prophecy in Ancient Israel, Oxford 1965, 192.
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La escena descrita en Hch 9, 3-5, es interpretada más tarde por el
mismo Pablo en la Carta a los Gálatas, donde habla de «Aquél que me
separó desde el seno de mi madre y me llamó por su gracia» (1, 15). San
Pablo ve aquí su llamada en analogía a la de algunos profetas, como Jeremías (1, 5) e Isaías (49, 1), suscitados también por Dios para anunciar
entre otras cosas su plan de salvación para las naciones gentiles 7. También en el camino de Damasco tiene lugar un hecho incomprensible para los acompañantes de Saulo, pero inequívoco para el futuro Apóstol de
las gentes. Los compañeros «oían voces, pero no veían a nadie» (Hch
9, 7) o, según otra versión, «Veían la luz pero no entendían las palabras»
(id. 22, 9).
Lo importante es que la visión y la voz de Jesús glorioso, obedecidas por Saulo, han hecho confluir los hilos dispersos de su vida en la unidad coherente de la nueva situación querida por Dios. Como Simón se
cambió en Pedro, Saulo de Tarso ha devenido Pablo.
2. LLAMADA DIRECTA
La iniciativa del llamamiento en los relatos evangélicos de vocación no sólo proviene de Jesús sino que es Él mismo quien llama directamente a los que van a ser sus discípulos.
Los interesados sienten su llamada como una acción definitiva de
Dios a través de Jesús. Es principalmente en el momento de su vocación
cuando ellos han sido capaces de identificar el carácter y condición divinos del Maestro. Tanto el origen de la vocación como su declaración histórica al hombre que la recibe son en los Evangelios acciones divinas en
el sentido más propio de la palabra.
En el Antiguo Testamento Dios confía con frecuencia solemnemente a un intermediario distinguido —por ejemplo, a un profeta— el
encargo de llamar a otro hombre para el servicio de los fines divinos.
Ocurre así con Samuel, que por mandato expreso de Dios llama a Saúl
7. Cfr. A.M. DENIS, L’election et la vocation de Paul, faveurs cèlestes. Étude thèmatique
de Gal 1, 15, «Revue Thomiste» 57, (1957), 405-428.
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(1 S 9, 14 s.) y a David (1 S 16, 1 s.); y con el profeta Ajías, que llama
a Jeroboam (1 R 11, 31,5). Ocurre también con Elías, que llama y apodera como profeta a su discípulo Eliseo (1 R 19, 15-18), etc.
La llamada de Jesús, en cambio, no es encargada a una tercera persona. La realiza personalmente el mismo Jesús en virtud de su poder mesiánico.
Lo vemos en los relatos que narran la vocación de Pedro y Andrés,
Juan y Santiago, Leví, etc. En ocasiones alguien es invitado por un discípulo a conocer a Jesús y llevado hasta Él, pero esa invitación no es llamamiento. Será el Señor quien llame directamente al nuevo candidato
después de haberle conocido.
«Fijándose en Jesús que pasaba», Juan el Bautista dice a dos discípulos: «“He ahí el Cordero de Dios” 8. Los dos discípulos le oyeron hablar así y siguieron a Jesús. Jesús se vuelve y al ver que le seguían les dice: “¿Que queréis?”. Ellos le respondieron: “Rabbí” —que quiere decir
“Maestro”— ¿dónde vives? Les responde: “Venid y lo veréis”. Fueron,
vieron donde habitaba y se quedaron con él aquel día» (Jn 1, 36-39).
No se trata de una llamada hecha por Juan, que transfiera a continuación sus discípulos a Jesús de Nazaret. Se trata de una llamada original de Jesús, que inaugura de ese modo una nueva y definitiva etapa en
la vida de los dos jóvenes. En el discipulado de estos hombres —primero respecto al Bautista y luego con Jesús— hay una clara solución de
continuidad.
Lo mismo viene a suceder, según el relato de San Juan con Andrés
y Pedro. «Andrés se encuentra al amanecer con su hermano Simón y le
dice: hemos encontrado al Mesías»... y le llevó donde Jesús. Jesús, fijando su mirada en él, le dijo: «Tú eres Simón, el hijo de Juan; tú te llamarás “Cefas” —que quiere decir piedra». «Jesús le habla como revelador» 9.
En un momento que debió ser anterior a la escena descrita por San
Marcos en el capitulo primero de su Evangelio, Andrés invita a su hermano a comprobar por sí mismo lo que le dice y a hacer la experiencia
8. Cfr. A. GEORGE, Le paralléle entre Jean-Baptiste et Jesus en Luc, Mélanges Rigoux,
Gembloux 1970, 147-172.
9. R. SCHNACKENBURG, El Evangelio según San Juan, vol. I, Barcelona 1980, 348.
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directa de Jesús. Pero Simón no será llamado hasta encontrarse con Cristo y recibir de éste la invitación a seguirle.
La situación se repite con Felipe, que lleva a Natanael a la presencia del Maestro después de decirle: «Hemos encontrado a aquel de quien
escribieron Moisés en la Ley y también los profetas: Jesús, el hijo de José, el de Nazaret» (Jn l, 45). El diálogo que sigue entre Natanael y Jesús
(1, 47-51) equivale a la llamada del Apóstol.
El modo directo de llamar Jesús se indica simbólica pero claramente en las palabras sencillas de Marta a su hermana después de la
muerte de Lázaro. «Fue a llamar a su hermana María y le dijo al oído:
“El Maestro está aquí y te llama”. Al oírlo, ella se levantó rápidamente,
y se fue donde Él» (Juan 11, 28-29). Es siempre Jesús el sujeto de la acción, aunque en este caso la llamada no significa como es lógico el llamamiento mismo de la vocación.
El hecho de la iniciativa y llamada personal de Jesús se hace patente cuando alguien que no ha sido llamado intenta alcanzar por sí
mismo la condición de discípulo. «El que había estado endemoniado
le pedía quedarse con él. Pero no se lo concedió, sino que le dijo: “Vete a tu casa...”» (Mc 5, 18-19), que era como decirle: «Vuelve con tu
familia» 10.
No es extraño que sea el mismo Jesús quien llame. Porque la llamada es primeramente en el Nuevo Testamento una llamada de infinita
misericordia a participar en los bienes de la salvación eterna, que son el
mayor don divino del «que os llamó de las tinieblas a su luz admirable»
(1 P 2, 9). No se trata de una simple invitación a superar una situación
personal difícil, a conocerse mejor, a dar testimonio de la verdad o a demostrar la excelencia de unos determinados principios. Está sencillamente en juego el destino último y definitivo de la persona.
La llamada de Jesús coloca al hombre directamente ante Dios; es
una llamada de la que el hombre no puede disponer por su cuenta en el
sentido de que no puede originarla ni ignorarla. Indica que la vocación
no es tanto camino del hombre hacia Dios como un amoroso y compasivo inclinarse de Dios hacia el hombre.
10. Cfr. C.S. MANN, Mark, «The Anchor Bible» vol. 27, New York 1986, 280.
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3. LLAMADA PERSONAL
Jesús no llama a multitudes ni a grupos en cuanto tales. Su llamada se dirige siempre a personas concretas y éstas perfectamente localizadas en el espacio y en el tiempo. Los Doce han sido llamados primero
como discípulos uno a uno. De ahí deriva sin duda el visible interés de
los Evangelios sinópticos por transmitir cuidadosamente la relación
completa y los nombres de estos seguidores más próximos de Jesús (cfr.
Mc 3, 16,5; Mt 10, 2,5).
Los que forman al grupo amplio de discípulos llegarían también
individualmente a establecer su relación con el Señor, que se mueve sin
cesar entre la gente.
Algunas de las mujeres que siguen al Maestro (cfr. Lc 8, 1s.) habían sido curadas, cada una de ellas y por separado, «de espíritus malignos y enfermedades» 11.
«La llamada de Jesús a seguirle es intransferible. Según los Sinópticos acontece en virtud del propio poder mesiánico» 12.
Jesús se muestra en todo momento atento a las personas y conoce
mejor que nadie el carácter irrepetible de cada una. Puede adivinarse que
ha penetrado los rasgos íntimos y los aspectos misteriosos de la individualidad. Incluso cuando tiene delante a una muchedumbre, Jesús está
viendo y considerando personas individuales, que son —como si se tratara de un conjunto de encuentros independientes unos de otros— objeto de su palabra, su solicitud, su perdón y su poder de curar. «Poniendo él las manos sobre cada uno de ellos, los curaba» (Lc 4, 40).
«Al ver a la muchedumbre, sintió compasión de ella, porque estaban vejados y abatidos como ovejas que no tienen pastor» (Mt 10, 36).
No es una compasión genérica. Esta muchedumbre no es una masa anónima sino un grupo numeroso de personas, cada una de ellas conocida,
tenida en cuenta y amada por Jesús.
11. Cfr. E. STAGG, Woman in the world of Jesus, Philadelphia 1978; R. RYAN, The
Women from Galilee and Discipleship in Luke, BTB 15, (1985), 56-59; J. DEWEY,
Women in the Synoptic Gospels, «Bib. Theol. Bulletin» 27, (1997), 53-60.
12. M. HENGEL, Seguimiento y Carisma, Santander 1981, 32; M.A. CONNOLLY, The
Leadership of Jesus, «Bible Today» 34, (1996), 74-82.
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La curación del hombre de la mano paralizada, un hombre salido
de una multitud que se acrecienta y disminuye alternativamente es un
testimonio elocuente y conmovedor de la compasión de Cristo por el individuo y de su justa ira hacia quienes no quieren comprender el valor
de una persona (cfr. Mc 3, 3-5).
Jesús condena el falso celo de los que recorren «mar y tierra para
hacer un prosélito» y cuando por fin lo han conseguido le olvidan con
un abandono que compromete su destino eterno (cfr. Mt 23, 15). El Señor recuerda igualmente a quienes le escuchan que en determinadas ocasiones un hombre puede significar más que el Sábado, porque el Sábado ha sido hecho para él y no viceversa (cfr. Mc 2, 27).
A lo largo del ministerio público y en base al conocimiento que
posee de cada persona, Jesús llama y trata de modo distinto a gentes distintas. El estilo diverso, el tono del lenguaje y la gradualidad de los llamamientos y relaciones con Jesús que encontramos en el Evangelio, indican que el Señor considera con agudeza, tacto y respeto las
peculiaridades de los hombres y mujeres que pueblan el relato y mantienen algún contacto con él 13.
Jesús contempla con mirada de eternidad a estos hombres y mujeres concretos, y precisamente por esta razón su comportamiento con cada uno de ellos desborda de humanidad y de tierna diferenciación. Se diría que Jesús discrimina en el mejor y más noble sentido de la palabra.
El Señor ve siempre unidos la vocación a un destino último y las circunstancias temporales más triviales e ínfimas.
Entre Jesús y cada persona existe en el Evangelio una relación con
características propias. El Jesús que habla y trata con su madre parece diferente al Maestro que se relaciona con discípulos, seguidores y conocidos. En realidad la diferencia no está en el Señor sino en los otros, que
tienen una personalidad y un camino distinto hacia Jesús y con él.
La relación de Jesús con Pedro es diferente a la que mantiene, por
ejemplo, con Juan, a quien se llama «el discípulo amado». El Señor no se
repite en ningún caso. Lo que dice a cada persona no ha sido dicho antes
a nadie. Es algo completamente nuevo, creado en el momento de decirlo.
13. Cfr. J.K. RICHES, The Social World of Jesus, «Interpretation» 50, (1996), 383-93.
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Jesús identifica y define a Natanael como «un verdadero Israelita»
(Jn 1, 47) 14 y después de la Resurrección se preocupa de fortalecer la fe
vacilante de Tomás (cfr. Jn 20, 24s.).
Conoce bien a Judas, ve venir su traición y procura hacerle reaccionar incluso cuando las cosas ya no tienen remedio humano (cfr. Lc
22, 48). Idéntica actitud personalizada al máximo advertimos en el Señor respecto a María Magdalena (cfr. Lc 8, 2; Jn 20, 11s.) y al buen ladrón. «La respuesta que le da Jesús, que se revela aquí de nuevo como el
redentor de los pecadores, sobrepasa el ruego del malhechor arrepentido» 15 (cfr. Lc 23, 39s.). No puede olvidarse tampoco la estrecha amistad
que le une con Lázaro y sus hermanas. «Jesús amaba a Marta, a su hermana y a Lázaro», escribe San Juan (11, 5),
La presencia de Jesús en estas vidas y la comunicación que los interesados han establecido con él supone para cada uno un encuentro ineludible con su vocación. Lo hacen a través de un conocimiento más hondo de Dios y también de un conocimiento verdadero de sí mismos,
provocados por el Maestro.
Estos hombres y mujeres han descubierto en el momento de la llamada los rasgos importantes de su ser, han conocido la verdad sobre su
propia vida, han comprendido su destino y saben ya de una vez para
siempre quiénes son. Es como si su existencia se hubiera resumido o
concentrado en un solo instante: el instante en el que se deciden a escuchar el llamamiento de Jesús sin dilación alguna. Es un segundo de tiempo en el que el mundo, las cosas y las personas no importan o por lo menos pasan transitoriamente a ocupar un segundo plano.
La mención del momento y de las circunstancias de la llamada indican bien a las claras su carácter individual. El encuentro decisivo con
Jesús ha dejado una huella. Permanece firme un recuerdo que sobresale
en la secuencia de sucesos que forman la vida externa de la persona.
Los detalles de la ocasión son retenidos sin esfuerzo alguno y perviven en la conciencia con singular relieve. Algunos de los primeros recuerdan la hora del día en la que conocieron a Jesús y hablaron con él
14. Cfr. G. QUISPEL, Nathanael under Menschensohn, «Zeits f.d. Neut.wis.» 47,
(1956), 281-284.
15. J. SCHMID, El Evangelio según S. Lucas, Barcelona 1968, 501.
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(cfr. Jn 1, 39) y no han olvidado tampoco que arreglaban las redes y se
hallaban con el padre cuando fueron llamados (cfr. Mc 1, 16.19) 16.
La memoria tenía que registrar para siempre los pormenores de un
hecho que desvela la unidad radical de la existencia y la divide al mismo
tiempo en dos mitades.
4. UNA INVITACIÓN IMPREVISIBLE
La llamada de Jesús no es simplemente el resultado final o la consecuencia prevista de una búsqueda religiosa por parte de los hombres
que la reciben.
Cualquiera puede y debe ciertamente buscar a Dios y preguntarse
sobre el modo de hacer la voluntad divina y de encontrar el sentido último de la propia existencia. Pero nadie es capaz de anticipar el llamamiento divino o de saber con certeza que su trayectoria espiritual se dirige al encuentro de una vocación.
Dios se hace presente a la persona llamada de manera imprevisible
y, con frecuencia, sorprendente. La voz divina se deja oír en Jesús de modo inesperado. Es el mismo estilo de actuación que hemos observado ya
en el Antiguo Testamento. La voz de Dios sobreviene. Dios establece soberanamente cuando lo desea y en libertad creadora absoluta su relación
con el hombre 17.
Puede decirse que, en el caso de la llamada vocacional, Dios no
avisa. Este carácter misterioso, súbito e indisponible de la voz que llama
es un signo más de la transcendencia de Dios. La voz de lo alto puede
sonar en cualquier momento.
Bajo cierto aspecto, la vocación es desde luego el desenlace de un
desarrollo espiritual en la persona llamada. Puede hablarse de un periodo formativo de la vocación durante el cual Dios ha preparado la men16. Cfr. J. HANSON, The Disciples in Mark’s Gospel, «Hor. Bib. Theol.» 20, (1998),
128-155.
17. Cfr. H.H. ROWLEY, The Biblical doctrine of election, London 1950, 95-120; A.J.
DROGE, Call Stories in Greek Biography and the Gospels, SBLSP, 22, (1983), 245-257;
P.S. MINEAR, The Salt of the Earth, «Interpretation» 51, (1997), 31-41.
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te, el corazón y los sentimientos del futuro discípulo. La vocación tiene
en este sentido una historia previa.
Vemos así que las personas que se encuentran con el Mesías niño
y le reconocen eran las primicias espirituales del pueblo judío, hombres
y mujeres como Zacarías e Isabel, José el esposo de la Virgen María, Simeón y Ana, que esperaban la redención de Israel, acostumbrados de por
vida, con ayuda de la gracia, a buscar la verdad y a obedecer sus conciencias.
Los llamados por Dios a conocer la llegada del Reino y recibirlo
con prontitud y alegría se habían preparado asimismo, tal vez sin saberlo, para la venida de Cristo a sus vidas. Lo sugieren con suficiente claridad las palabras y acciones de la familia de Betania, de José de Arimatea
y Nicodemo, de Cornelio, etc.
Lo mismo se observa en la vida de la mayoría de los discípulos inmediatos de Cristo y futuros Apóstoles, que eran cuanto menos hombres
imbuidos de una religiosidad normal según el espíritu y los preceptos de
la Ley de Moisés. Ellos han sido iluminados también acerca de la verdad
por la vida y las palabras de Jesús desde el momento en que le han conocido y tratado.
San Pablo ha sido llamado y se ha convertido en el camino de Damasco, pero no deben descartarse en su vida anterior experiencias sobre los
cristianos mismos que perseguía y su comportamiento, que habrían preparado de lejos su conversión. Saulo pudo muy bien estar entre los que fijaron su mirada en el protomártir Esteban y «vieron su rostro como el rostro de un ángel» (Hch 6, 15) y haber sido testigo involuntario del amor,
paciencia y alegría de los cristianos objeto de su persecución fanática.
Y sin embargo hay que decir que la vocación llega de modo absoluto, sin condicionamientos ni preparación obligada de ninguna clase.
Lo expresa muy bien el mismo Pablo cuando tiene en nada sus méritos
religiosos y títulos legales según las prescripciones mosaicas. «Circuncidado al octavo día..., hebreo, hijo de hebreos, en cuanto a la Ley, fariseo; en cuanto a la justicia, irreprensible. Pero lo que era para mí ganancia lo he juzgado una pérdida a causa de Cristo» (Flp 3, 5-7).
Pablo simboliza y encarna en sí misma una magnífica y hasta envidiable situación religiosa. Pero este patrimonio ha dejado de interesar796
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le. No lo estima causa de su vocación y lo considera del todo irrelevante una vez recibida su llamada como cristiano.
La historia previa de la vocación no hace prever necesariamente
que Dios llamará ni resta originalidad al momento preciso en que Dios
llama y el hombre llamado oye su voz.
La vocación es en último termino independiente y separable de su
preparación histórica. Dios nunca actúa condicionado.
La llamada en cuanto tal no cuenta con precedentes. Se produce
ante el asombro de uno mismo y de los demás, que creían tal vez haber
entendido la regularidad y penetrado las leyes de los caminos divinos. La
aparente uniformidad y normalidad de la Providencia de Dios no deja
nunca de reservar y de producir sorpresas.
El Señor ha sugerido la enseñanza de que Dios actúa sin tener en
cuenta criterios y pautas humanos. «Cuando des un banquete —dice—
llama a los pobres, a los lisiados, a los cojos, a los ciegos...» (Lc 14, 13).
No vemos venir la voluntad divina ni podemos imaginarnos sus decisiones respecto al destino de las personas 18.
San Pablo se hace eco de esta gran verdad cuando escribe a los Corintios: «¡Mirad, hermanos, quienes habéis sido llamados! No hay muchos sabios según la carne ni muchos poderosos ni muchos de la nobleza. Ha elegido Dios más bien lo necio del mundo para confundir a los
sabios. Y ha elegido Dios lo débil del mundo para confundir lo fuerte.
Lo plebeyo y despreciable del mundo ha escogido Dios; lo que no es, para reducir a la nada lo que es. Para que ningún mortal se gloríe en la presencia de Dios» (1 Cor l, 26-29).
San Josemaría Escrivá de Balaguer llama la atención sobre este hecho en tono de diálogo personal cuando escribe: «Te reconoces miserable. Y lo eres. —A pesar de todo— más aún: por eso te buscó Dios.
Siempre emplea instrumentos desproporcionados: para que se vea que la
“obra” es suya. A ti sólo te pide docilidad» (Camino 475).
Dios no juzga según apariencias ni hace acepción de personas (cfr.
Hch 10, 34; 1 P l, 17).
18. Cfr. K.S. KRIEGER, Die Zöllner: Jesu Umgang mit einem verachteten Beruf, «Bib.
Kirch» 52, (1997), 124-130.
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Lo cierto es en cualquier caso que la vida de todo hombre y de toda mujer supone un conflicto interior y un avance hacia una confrontación crítica que tarde o temprano se producirá. En esa crisis, la persona
encontrará su camino y abrazará la verdad o comenzará a separarse de
ella.
5. LA EFICACIA DE LA LLAMADA
El lector del Evangelio se sentirá necesariamente admirado por la
eficacia de la llamada de Jesús. El Señor llama a los discípulos y estos
le siguen sin dilación ni aplazamiento algunos. Le siguen de inmediato. «Les dice: “venid conmigo y os haré pescadores de hombres”. Y
ellos al instante, dejando las redes, le siguieron» (Mt 4, 1.9-20; cfr. 4,
22) 19.
Las palabras mismas de Jesús que mueven al seguimiento son como una invitación imperativa que parece contar con una respuesta pronta y casi la dan por supuesta. Jesús espera la reacción afirmativa de los
que llama, y la obtiene.
Escribe Tomas de Aquino que «la voz de Cristo poseía una fuerza
por la que no solamente movía el corazón exteriormente sino también
por dentro. La de Jesús se llamaba voz no sólo por su sonido sino porque inflamaba con su amor las entrañas de sus fieles» (In Ioann. 19 lect.
16, n. 1).
La palabra del Maestro no se asemeja a la de ningún otro. Los discípulos lo habían experimentado, como todos los demás oyentes de Jesús, desde el momento que le conocieron. «Entró en la sinagoga y comenzó a enseñar. Y quedaron asombrados de su doctrina, porque les
enseñaba como quien tiene autoridad y no como los escribas» (Mc 1, 22;
cfr. Mt 7, 28). «La postura de Jesús es única y sin ejemplos ni precedentes dentro del Judaísmo» 20.
19. W. CARTER, Mat. 4, 18-22 and Matthean Discipleship, «Catholic Bibl. Quarterly», 59, (1997), 58-75.
20. J. JEREMIAS, Teología del Nuevo Testamento, vol. I, Salamanca 1974, 247; J.S. UKPONG, Jesus and the exercise of Authority, «African Christian Studies» 12, (1966), 1-16.
798
LA VOCACIÓN EN LOS EVANGELIOS
Jesús no se limita a apoyar sus palabras en la tradición, sino que
habla por sí mismo. «Habéis oído que se dijo a nuestros antepasados...
Pero yo os digo...» (Mt 5, 21) 21.
Está claro para los que van a seguir a Jesús que su Maestro no es
un rabino corriente. Han entendido gradualmente que entre él y los rabinos y escribas no existe solamente una diferencia de grado, como la
que puede haber entre un intérprete de la Ley y otro de mayor o menor
personalidad y ciencia. Jesús enseña como quien posee un especial poder
para hacerlo y un título único y excepcional para ser escuchado por cualquier persona a la que se dirija.
Su palabra guarda una relación inconfundible y directa con la palabra de Dios y no resulta posible —al menos no resulta fácil— sustraerse a su influjo. Los discípulos y la muchedumbre no barruntan que no
tienen delante a un Rabí, aunque inicialmente se dirijan a él con ese término a falta de otro mejor (cfr. Jn 1, 39; Mt 26, 25).
El estilo de la enseñanza general que Jesús imparte a todos los
oyentes con el atractivo y el poder de su singular autoridad forma el marco de la llamada personal que dirige a unos pocos.
El Maestro de la doctrina interesante y lúcida ofrecida a la multitud ha convertido ahora su palabra en un mensaje particular destinado
solamente a una persona. La impresionante autoridad de Jesús se ha concentrado sobre una vida. Gravita entera sobre la existencia de un hombre a través del mandato-invitación que le dice: «Sígueme».
Se ha producido una nueva situación. Conocimiento y voluntad
actúan juntos para identificar y acoger la llamada. La disposición y el deseo de querer oír facilitan la comprensión de la invitación de Jesús y ayudan a aceptarla en total disponibilidad.
Aunque la llamada de Jesús es suave y fuerte al mismo tiempo,
no puede decirse que sea arrolladora hasta el extremo de eliminar o
suspender la libertad del hombre llamado. La palabra de Jesús arrastra la voluntad de la persona no porque la ignore sino porque la gana.
21. Cfr. id. El paralelismo antitético, 27s.
799
JOSÉ MORALES
Los llamamientos divinos del Nuevo Testamento solicitan la obediencia libre del sujeto interpelado por Dios. Los futuros Apóstoles obedecen la llamada del Señor. San Pablo explica apasionadamente al rey
Agripa: «No fui desobediente a la visión celestial» (Hch 26, 19). El mismo libro de los Hechos nos dice que, al oír la predicación apostólica,
muchos «obedecían la llamada de la fe» (6, 7).
Jesús quiere como don y regalo voluntarios del discípulo lo que sin
duda podría haber tomado por la fuerza. Los hombres y mujeres llamados aceptan a Dios con la obediencia de la fe y gracias a la persuasión íntima que la gracia divina opera en sus corazones. La voz exterior y la voz
interior han coincidido, se han hecho una sola palabra en el fondo del
alma, y el discípulo se da cuenta de que debe seguir sin dilaciones la llamada de Jesús.
El hombre no se siente simplemente urgido en este caso por la
atracción poderosa de un precepto abstracto que solicite su adhesión intelectual. La llamada evangélica no es un seco e inapelable mandato imperativo entendido como principio o ley que venga a gobernar la vida.
Al seguir la llamada, la persona no se limita a obedecer una norma
estática de validez absoluta. Hace mucho más. El hombre y la mujer que
aceptan el llamamiento de Jesús han percibido el valor de la vida de Cristo y se sienten invitados no sólo a la obediencia sino también y sobre todo al reconocimiento y a la participación.
«Maestro, ¿dónde vives? Les respondió: Venid y lo veréis. Fueron,
vieron donde vivía y se quedaron con él» (Jn l, 38-39). El mandato de
seguir a Jesús no es sólo un requerimiento solemne y poderoso. Es también una exhortación y una invitación a entrar en la existencia de Cristo, que es la verdadera existencia humana, la única que merece en realidad tal nombre.
Una vez conocido el Señor de cerca, todos los valores que se concentran en su vida se hacen sencillamente evidentes e irrefutables para los futuros discípulos. Perciben éstos que la llamada que reciben contiene y lleva
en sí misma su propio fundamento, que es un dato último más allá del cual
no se puede ir. Porque un valor de estas características no se puede demostrar. Puede solamente encontrarse. Sin olvidar que el Señor ha dicho a través del profeta Isaías: «Me he dejado encontrar de quienes no preguntaban
por mí; me he dejado hallar de quienes no me buscaban» (65, 1).
800
LA VOCACIÓN EN LOS EVANGELIOS
La decisión de seguir a Jesús y permanecer con él es asunto de toda la persona. Tiene que ver con sus convicciones, sus deseos íntimos y
sus sentimientos más vivos. No es un impulso irracional pero tampoco
deriva únicamente de la razón. Es una decisión sensata, apasionada y
prudente en grado sumo. La persona actúa en base a una convicción y
seguridad que son diferentes y se encuentran más allá y por encima de
los argumentos y razones que las han producido.
El discípulo advierte que su decisión de seguir a Jesús ha sido una
decisión afortunada. Está seguro de haber acertado y de que su vida discurre por el camino justo. La libertad ha dejado opciones menores y ha
sabido retener la importante, «lo único necesario» (cfr. Lc 10, 42) 22.
Y sin embargo hay que decir que aunque el seguimiento de la llamada de Jesús tiene carácter de decisión se puede describir mejor aún como abandono en las manos de Dios. Decisión y abandono indican que
la actitud del discípulo que marcha tras el Maestro es a la vez activa y pasiva.
El discípulo barrunta que no tiene en realidad que elegir porque
mas bien ha sido elegido. Ha sido en efecto Jesús quien ha dicho: «No
me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os he elegido a vosotros y
os he destinado a que vayáis y deis fruto, y sea un fruto que permanezca» (Jn 15, 16).
La doctrina de la elección divina es fundamental tanto en el Antiguo
como en el nuevo Testamento. «La elección de Israel se renueva en la elección de la Iglesia, en la de los hombres llamados por Jesús» 23. Lo vemos en
los llamamientos de San Pedro, San Mateo y San Pablo, que nos sirven admirablemente como muestra de lo que sucede en todos los demás.
San Pedro sigue a Cristo para ser «pescador de hombres»(Mt 4, 19)
pero en realidad no sabe con exactitud lo que le ocurre. Experimenta ya
de algún modo en su juventud lo mismo que Jesús le predecirá, para el
final de su vida: «cuando llegues a viejo, extenderás tus manos y otro te
ceñirá y te llevará adonde tú no quieras» (Jn 21, 18).
22. Cfr. M. BOVER, «Porro unum est necessarium», XIV Semana bíblica española, Madrid 1954, 383-390; J. SCHMID, El Evangelio según San Lucas, Barcelona 1968, 283.
23. Cfr. H.H. ROWLEY, The Biblical doctrine of election, London 1950, 15.
801
JOSÉ MORALES
Cuando deja su mesa de recaudador tampoco Leví logra entender
del todo el sentido último de lo que le acontece. Y Saulo, tan seguro poco antes de sí mismo y de su ciencia religiosa, tiene que preguntar tembloroso: «¿Quién eres, Señor? ¿Qué quieres que haga? (Hch 9, 5; 22,
10). Pablo es el prototipo del pecador salvado casi a pesar de él mismo
por expreso deseo de Dios 24.
Todos han vivido el abandono de la obediencia, entendida en su
significado mas radical, y de la fe que la mueve.
La llamada de Dios revela y al mismo tiempo oculta su destino al
hombre. Se le dice únicamente lo necesario para comenzar a andar detrás de Jesús. «Por la fe, Abraham, al ser llamado por Dios, obedeció y
salió para el lugar que había de recibir en herencia, y salió sin saber a
dónde iba» (Hb 11, 8). Son palabras de un autor cristiano inspirado, que
señalan la fe y la confianza de Abraham como precedente bíblico capital
de las disposiciones más necesarias para el seguimiento de Cristo.
La prontitud en seguir la llamada de Jesús, resaltada muy deliberadamente por los autores sagrados en las escenas de vocación del Nuevo Testamento, indica que se trata de una iniciativa que la persona debe
secundar sin dilación.
Indica asimismo que Dios elige gratuitamente, es decir, sin condiciones y que espera también un seguimiento sin condiciones por parte
del hombre y la mujer elegidos.
Expresa finalmente la conversión que se ha operado en el llamado,
sin lo cual no le habría sido posible escuchar el llamamiento de Jesús.
La voz del Señor ha hecho que la persona termine un silencioso
proceso de transformación espiritual. El hombre ha «entrado en sí mismo» (Lc 15, 17) finalmente y ha podido así dejar entrar al Señor, des-
24. Escribe San Agustín: «Las elegidas son las voluntades de los hombres. Mas la voluntad no puede ser movida de ningún modo si no se le brinda algo que la gane y atraiga el ánimo, lo cual no está en el poder del hombre. ¿Qué pretendía Saulo sino apoderarse, arrastrar, maniatar y matar cristianos? ¡Qué rabia y furia y ceguera se acumulaban
en su voluntad! Y sin embargo, derribado con una sola palabra que oyó del cielo, sobrevínole también una visión para que, amansada su ferocidad, su mente y su corazón
se doblegasen y sometiesen a la fe; y en un instante, de admirable perseguidor del Evangelio se hizo más admirable aún predicador del cristianismo» A Simpliciano I, ii 22.
802
LA VOCACIÓN EN LOS EVANGELIOS
pués de oír sus palabras. «Sé ferviente y arrepiéntete. Mira que estoy a la
puerta y llamo. Si alguno oye mi voz y me abre la puerta, entraré en su
casa y cenaré con y él conmigo» (Ap 3, 19b-20). Ha sido invitado a la
gran Cena y ha aceptado la invitación (cfr. Lc 14, 16s.). Se ha producido un giro interior y le ha sido posible cruzar una frontera del espíritu.
Ha repudiado un pasado pecador y nacido a una vida nueva 25.
6. EL NÚCLEO DE LOS DISCÍPULOS: LOS DOCE
Los grupos. de personas que son llamadas al Evangelio y lo acogen
en sus vidas se congregan en torno a Jesús como en círculos concéntricos.
El núcleo de discípulos está formado por los Doce. Estos hombres
son el centro de la comunidad que acepta el mensaje de Jesús y que al
hacerlo suyo pertenece ya desde ese momento al Reino de Dios 26.
«La expresión los doce procede sin duda de la época primera después de la Resurrección, como designación corriente de los discípulos,
elegidos por el mismo Jesús real e histórico» 27.
Jesús distingue claramente entre los Doce y el resto de los discípulos. «Por aquellos días —escribe san Lucas— se fue al monte a orar y pasó la noche en la oración de Dios. Cuando se hizo de día llamó a sus discípulos y eligió doce de entre ellos, a los que denominó también
apóstoles» (6, 12-13).
No se puede, sin embargo, restringir a los doce el número de discípulos llamados por Jesús para servir al anuncio del Reino. Los Doce
han sido entresacados de un grupo más numeroso de discípulos. Y más
tarde se nos dice en efecto que «designó el Señor a otros setenta y dos, y
los envió de dos en dos delante de él, a todas las ciudades y lugares por
donde había de pasar» (Lc 10, 1).
25. Cfr. P.J. ACHTEMEIER, «And he followed him»: Miracles and Discipleship in Mark
10, 46-52, «Semeia» 11, (1978), 115-145.
26. Cfr. J.P. MEIER, The Circle of the Twelve, «Journal Bibl. Literature», 116, (1997),
635-672.
27. J. SCHMID, El Evangelio según San Marcos, Barcelona 1967, 114; Cfr. R. PESCH,
Das Markus Evangelium 1, Freiburg 1976, 203-204.
803
JOSÉ MORALES
Diferentes de este segundo grupo son a su vez los demás múltiples
seguidores del Maestro de Nazaret.
Los Doce son en cualquier caso la porción decisiva de entre los discípulos. «Aparecen ya en la antigua confesión de fe de 1 Co 15, 5» 28. Los
componentes del grupo se mencionan nominalmente cuatro veces en el
Nuevo Testamento: aparecen en los tres Evangelios sinópticos (cfr. Mc
3, 16-19; Mt 10, 2-4; Luc 6, 14-16) y (Hch 1, 13) cuando san Lucas
habla de la reconstitución numérica del grupo con la elección de Matías como sustituto de Judas Iscariote.
La expresión los Doce deriva del tiempo inmediato a la Resurrección del Señor y es la designación usual de los primeros apóstoles, elegidos por el mismo Jesús histórico. Esta expresión constituye una prueba
fehaciente y sencilla de la historicidad de la elección de los doce discípulos por Jesús.
Lo señala también poderosamente la inclusión sorprendente de Judas en su número (Mc 14, 10.20.43: «uno de los Doce»), que sería difícilmente explicable si el hecho de la elección del grupo hubiera sido una
construcción y un añadido tardíos.
«Instituyó a los Doce —escribe san Marcos— y paso a Simón el
nombre de Pedro; a Santiago el de Zebedeo y a Juan, hermano de Santiago, a quienes puso por nombre Boanerges, es decir, hijos del trueno; a
Andrés, Felipe, Bartolomé, Mateo, Tomás, Santiago el de Alfeo, Tadeo,
Simón el Cananeo, y Judas Iscariote, el mismo que le entregó» (3, 13-19).
La lista de Apóstoles recogida por Marcos, que es la más antigua
del Nuevo Testamento, no solamente transmite los nombres de los Doce sino que señala también los cambios de apelación efectuados por Jesús. Los Doce son presentados de este modo como creación espiritual del
Señor con vistas a la predicación e instauración del Reino que viene con
Él y que se anticipará en la Iglesia.
San Mateo consigna de manera algo diferente la misma relación de
Apóstoles. «Los nombres de los doce Apóstoles —dice— son: primero
Simón, llamado Pedro, y su hermano Andrés; Santiago, el de Zebedeo y
28. J. JEREMIAS, Teología del Nuevo Testamento, vol. I, Salamanca 1974, 272.
804
LA VOCACIÓN EN LOS EVANGELIOS
su hermano Juan; Felipe y Bartolomé; Tomás y Mateo el publicano; Santiago el de Alfeo y Tadeo (Judas de Santiago: Lc y Hch 1, 13); Simón el
Cananeo y Judas el Iscariote» (10, 2-4).
La particularidad de esta lista (cfr. Hch 1, 13) estriba en que los
nombres de los Doce se disponen en pares. La mención y distribución
de apóstoles y discípulos en pares desempeña un papel importante en
el Nuevo Testamento. «Llamó a los Doce y comenzó a enviarlos de dos
en dos dándoles poder sobre los espíritus inmundos» (Mc 6, 7). San Lucas relata que «designó el Señor a otros setenta y dos y los envió de dos
en dos delante de sí, a todas las ciudades y sitios por donde él había de
pasar». 29
En otras ocasiones Jesús envía también a dos discípulos para llevar a cabo determinados cometidos o encargos (cfr. Mc 11, 1; 14, 13).
Es una costumbre que sobrepasa el marco del discipulado evangélico.
La encontramos ya en Juan el Bautista (cfr. Lc 7, 8) y más tarde en los
episodios relacionados con la conversión del romano Cornelio (cfr.
Hch 10, 7). También los cristianos de Joppe envían a dos discípulos a
Lida para llamar a Pedro con motivo de la muerte de Tabita (cfr. id. 9,
38).
La disposición en pares de los nombres de los Doce alude especialmente a su vocación de enviados y a su misión inmediata de anunciadores del Reino llegado con Jesús. Los dos enviados de cada grupo se
refuerzan mútuamente en su testimonio. Porque en realidad únicamente Cristo puede actuar y de hecho actúa solo como enviado singular del
Padre. Solamente Cristo es sencillamente el Apóstol (Hb 3, 1) que puede usar este titulo con toda la plenitud de su sentido. Los discípulos lo
adquieren de Jesús y lo llevan por derivación.
Los Doce son el círculo de discípulos más próximo a Jesús. Son los
íntimos del Maestro, los hombres a quienes éste ha llamado y considera
«amigos» (cfr. Jn 15, 15). «Instituyó a Doce para que estuvieran con Él».
Es un hecho notorio y todos saben en efecto que estos hombres «habían
estado con Jesús» (Hch 4, 13).
29. Cfr. S. JELLICOE, St. Luke and the Seventy-Two, «New Test. Studies» 6, (1959-6),
319-321.
805
JOSÉ MORALES
A ellos corresponderá la responsabilidad de ser testigos cualificados de la Resurrección de Cristo (cfr. Hch 1, 22) 30 y «de realizar este
testimonio mediante el «ministerio de la Palabra» (id. 6, 4). La elección
de que han sido objeto y el papel determinante que van a desempeñar
en la Iglesia naciente se traducirá en una posición especial dentro del
reino futuro, una vez llegada la renovación mesiánica. «Jesús les dijo: Yo
os aseguro que vosotros que me habéis seguido, en la regeneración,
cuando el Hijo del hombre se siente en su trono de gloria, os sentareis
también vosotros en doce tronos para juzgar a las doce tribus de Israel»
(Mt 19, 28).
7. LA LLAMADA PARA EL SERVICIO DEL REINO
El resto de los discípulos llamados por Jesús durante su ministerio
público forman un grupo relativamente amplio de hombres y mujeres
estrechamente vinculados a la vida del Maestro. No solamente son allegados y «conocidos» del Señor (cfr. Lc 22, 49). El mismo Jesús no vacila en considerarlos y llamarlos públicamente sus verdaderos familiares.
«¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos? Y mirando en torno
a los que estaban sentados en círculo a su alrededor dice: “estos son mi
madre y mis hermanos”» (Mc 3, 33-34) 31. «La familia escatológica debe
sustituir a la familia terrena» 32.
Estos discípulos reciben una predicación y una instrucción especiales y más intensas por parte de Jesús, y sólo a ellos desvela el Maestro
el significado escondido de sus parábolas (cfr. Mt 13, 36 5.; 18, 1s.).
Tendrán junto con los Doce la gozosa obligación de anunciar el evangelio del Reino y el privilegio de ver a Cristo Resucitado (cfr. 1 Co 15, 6).
Constituida la comunidad cristiana de Jerusalén, serán considerados, en
palabras de San Pedro, como «los hombres que anduvieron con nosotros
30. Cfr. J. MUNCK, Paul, The Apostles and the Twelve, «Studia Theologica» (Lund),
3, (1949), 96-110; J. CAMBIER, Le critère paulinien de l’apostolat en 2 Cor 12, 6 s. «Biblica» 43, (1962), 481-518.
31. Cfr. V. BENASSI, «Chi è mia madre, chi sono i mei fratelli?», «Marianum» 18,
(1956), 347-354; J. LAMBRECHT, The relatives of Jesus in Mark, «Novum Testamentum»
16, (1974), 241-258.
32. Cfr. J. JEREMIAS, Teología del Nuevo Testamento, Vol. I, Salamanca 1974, 201.
806
LA VOCACIÓN EN LOS EVANGELIOS
todo el tiempo que el Señor Jesús convivió con nosotros, a partir del
bautismo de Juan hasta el día en que nos fue llevado» (Hch 1, 21-22).
Cuando Pedro habla a Cornelio de la Resurrección de Jesús y afirma que su aparición fue «no a todo el pueblo, sino a los testigos que
Dios había escogido de antemano, a nosotros que comimos y bebimos
con él después que resucitó de entre los muertos, y nos mandó que predicásemos al pueblo» (Hch 10, 40-42) no se refiere solamente a los Doce sino a todos los discípulos que conocieron como ellos al Maestro.
El llamamiento de Jesús parece revestir a veces la forma de una invitación general a su seguimiento. Un ejemplo de esta clase de exhortación se encuentra en el Evangelio de san Mateo: «Venid a mi todos los
que estáis cansados y agobiados» (11, 28).
Semejante sentencia del Señor no es indicativa de su modo normal
de proceder en la cuestión del discipulado, porque, a diferencia de otros
líderes de su tiempo con mensajes de renovación o de carácter escatológico, Jesús no llamó nunca al pueblo como conjunto a seguirle. Pero
aunque Jesús sólo llamaba a individuos, no fundó, como el Maestro de
Justicia de los Esenios, una comunidad del resto santo, aislada hacia
afuera. Jesús siguió abierto a todo Israel.
La frase de Jesús citada por san Mateo nos aproxima en su verdadero sentido a la noción de pobre que tiene el Señor. Expresiones como
«todo el mundo se va detrás de él» (Jn 12, 19) aluden simplemente a la
gran popularidad del Maestro de Nazaret.
Hay que afirmar que, sin lugar a dudas, Jesús llamó siempre a personas concretas una a una, y que nunca llamó a muchedumbre o grupos
en cuanto tales. Lo indican claramente las llamadas “sentencias de seguimiento” de los Evangelios sinópticos. Dice Jesús «El que ama a su padre o a su madre más que a mi no es digno de mí. El que ama a su hijo
o a su hija más que a mi no es digno de mi. El que no tome su cruz y
me siga no es digno de mi. El que encuentre su vida, la perderá; y el que
pierda su vida por mi, la encontrará» (Mt 10, 37-39; cfr. Lc 14, 25s.)
En otro lugar leemos: «Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame; ...¿de qué le sirve al hombre
ganar el mundo entero si pierde su alma?» (Mc 8, 34.26). Jesús llama a
gente determinada. Se dirige sólo a individuos.
807
JOSÉ MORALES
Este llamamiento hecho exclusivamente a individuos no significa,
sin embargo, que Jesús haya querido formar un grupo separado del conjunto del pueblo y cerrado al resto de la comunidad judía. Jesús y sus
discípulos permanecen en todo momento abiertos al entero Israel.
Los discípulos de Jesús no tienen que romper los vínculos con su
familia, como hacían, por ejemplo, los esenios de Qumran, ni constituyen un circulo esotérico de hombres ritualmente puros e iniciados en
misterios arcanos.
La personalización del llamamiento se armoniza perfectamente en Jesús con una extraordinaria universalidad, de modo que el Evangelio viene
a colmar la separación abismal existente en el judaísmo entre los eruditos y
los ignorantes, entre los sabios y la masa despreciada (cfr. Jn 9, 24s.).
Es el mismo Jesús quien lo expresa no sólo con su comportamiento sino también con sus palabras cuando exclama: «Yo te bendigo, Padre,
Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios y
prudentes, y se las has revelado a los pequeños» (Lc 10, 21; cfr. Mt 11,
25). «Los últimos serán primeros y los primeros, últimos», dice en otra
ocasión. (Mt 20, 16) y desconcierta especialmente a los oyentes confiados y seguros en su propia justicia cuando les advierte: «Los publicanos y
las rameras se os adelantan en el Reino de los cielos» (Mt 21, 31). «No he
venido a llamar a justos sino a pecadores» (Mt 9, 13; cfr. Lc 5, 32).
A diferencia de la denominada conversión filosófica del paganismo, donde el impulso o carisma se consideran cualidades divinas que
habitan naturalmente dentro del hombre, todos los hombres y mujeres
llamados por Jesús están convencidos de que es Dios y únicamente Dios
quien regala la gracia,opera la conversión y concede las energías para entregarse a la causa de Jesús y del Reino 33.
8. LLAMADA DE JESÚS Y ELECCIÓN DIVINA
La llamada de Jesús logra transmitir a todos los interpelados por Él
la conciencia de una elección divina cierta. La aceptación de la llamada
33. Cfr. M. HENGEL, Seguimiento y Carisma, Santander 1981, 54; F. TAEGER, Charisma, Stuttgart 1957, 60.
808
LA VOCACIÓN EN LOS EVANGELIOS
engendra, por tanto, sentimientos de gozo. Para quienes la declinan es,
sin embargo, ocasión motivo de tristeza. «El que oye la Palabra. y. al
punto la recibe» lo hace «con alegría», escribe san Mateo (13, 20), que
ha hecho personalmente la experiencia. San Lucas nos dice de Zaqueo el
publicano que, llamado por el Señor, «se apresuró a bajar y le recibió con
alegría» (19, 6). Pero el joven rico, invitado directamente por Jesús a una
vida más perfecta, «se marchó triste porque tenía muchos bienes» (Mt
19, 22), que no estaba dispuesto a dejar.
La gran satisfacción íntima y más duradera de los discípulos es la
seguridad moral de haber sido elegidos por Dios. «No os alegréis de que
los espíritus malignos se os someten; alegraos de que vuestros nombres
están escritos en los cielos» (Lc 10, 20).
San Pablo ha esbozado en sus escritos una vigorosa teología de la
elección en la que se entrecruzan misteriosamente los designios eternos
de Dios y la libertad humana situada y operante en el tiempo.
La elección divina es en cualquier caso para el Apóstol el punto de
partida y el dato básico que debe ser tenido en cuenta a la hora de plantear adecuadamente el tema del destino del hombre. «Nos ha elegido en
Él —escribe Pablo a los Efesios— antes de la creación del mundo, para
ser santos e inmaculados en su presencia, en el amor, eligiéndonos de antemano para ser sus hijos adoptivos por medio de Jesucristo, según el beneplácito de su Voluntad» (1, 4-5).
Para san Pablo, la vocación o llamada divina es siempre eficaz e inmutable. «Los dones y la vocación de Dios son irrevocables», dice a los
Romanos (11, 29). San Pedro recoge la misma idea cuando en el día de
Pentecostés dirige a los judíos las siguientes palabras: «La promesa es para vosotros y para vuestros hijos, y para todos los que están lejos, para
cuantos llame el Señor Dios nuestro» (Hch 2, 39).
Los elegidos se hallan seguros en Dios aunque la elección es también fuente de compromisos y de riesgos 34. Los elegidos son hombres
y mujeres de quienes habla Jesús cuando afirma: «Yo les doy vida eterna y no perecerán jamás, y nadie las arrebatará de mi mano» (Jn 10,
28).
34. Cfr. H.H. ROWLEY, The Biblical doctrine of election, London 1950, 95s.
809
JOSÉ MORALES
No es posible que sucumban (Jn 24, 12) y Dios se demuestra dispuesto a abreviar incluso en su favor los días difíciles en la historia del
mundo (cfr. Mc 13, 20) para evitar que puedan perecer por fracasar en
su vocación. El curso de la historia está sometido a los designios providentes de Dios y se ordena en último término a asegurar la incolumidad
de los elegidos.
Pero la ejecución de los planes divinos para cada persona se realiza
temporalmente y pasa necesariamente por la libertad humana. Los elegidos y llamados no dejan en ningún momento de ser criaturas libres
que deben no resistir, que deben aceptar activamente el llamamiento de
Jesús, que podrían en definitiva no colaborar, y que no tienen desde luego una certeza física o absoluta de su perseverancia.
Observa el Señor que María, la hermana de Lázaro y Marta, «ha
elegido la mejor parte, que no le será arrebatada» (Lc 10, 42). Es una
afirmación que contiene varias dimensiones y planos de realidad, porque
contempla el caso de María desde Dios y desde ella misma. La suerte y
el destino que nunca le serán arrebatados se encuentran en las manos del
Señor y tienen garantizados una permanencia y una dirección salvadora.
Al mismo tiempo se nos dice que la joven mujer ha elegido, es decir, ha
decidido con libertad el curso de su vida junto a Jesús. «Creyeron cuantos estaban destinados a la vida eterna» (Hch 13, 48).
La predicación de Pablo y Bernabé en Antioquía de Pisidia consigue sus frutos y muchos gentiles aceptan la Palabra de Dios. La frase
que resume el efecto benéfico y final de la acción de los dos predicadores cristianos viene a decirnos que aquellos gentiles de buena voluntad
creyeron porque estaban destinados por Dios a la vida eterna; pero podemos también entenderla legítimamente con el sentido de que estaban
destinados a la vida eterna porque creyeron el mensaje de los Apóstoles.
Es el mismo hecho misterioso escrutado desde dos observatorios distintos. Es la vocación contemplada desde Dios o desde la persona humana libre.
Es muy probablemente en este contexto donde han de interpretarse las oscuras palabras «muchos son llamados, mas pocos escogidos»
(Mt 22, 14), que permiten atisbar algo del enigma sobrecogedor que forman en bloque la elección divina, la respuesta humana y el destino definitivo de la persona.
810
LA VOCACIÓN EN LOS EVANGELIOS
Sólo Dios conoce lo que se contiene en el libro de la vida (cfr. Flp
4, 3; Ap 20, 12). Corresponde al hombre en buena ley no inquirir ni
preguntarse más de lo debido y prudente por misterios que escapan a su
capacidad y a su mirada, y esforzarse en cambio «con temor y temblor»
(Flp 2, 12) por alcanzar su salvación última. Porque «no se trata de querer o de correr», sino sobre todo se trata «de que Dios tenga misericordia» (Rm 9, 16).
San Pedro invita a los cristianos a acercarse a Cristo «piedra viva,
desechada por los hombres, pero elegida y preciosa ante Dios», y les dice a continuación: «también vosotros, como piedras vivas, entrad en la
construcción de un edificio espiritual» (1 P 2, 4-5).
El texto habla de la participación de los cristianos en el destino de
Cristo, elegido de Dios por excelencia (vide infra) y piedra angular del
templo definitivo de Dios. Habla también de los cristianos como piedras
contadas y dispuestas de antemano para la construcción de ese mismo edificio espiritual, pero piedras vivas y por lo tanto libres. Se está afirmando
de algún modo la conjunción de elección divina y libertad humana.
9. LA URGENCIA DE LA ACEPTACIÓN
La llamada de Jesús de Nazaret a sus discípulos se presenta a estos
con cierto carácter perentorio. Es una invitación imperativa. Quienes la
reciben adquieren conciencia de que el seguimiento exigido representa
un deber y es al mismo tiempo un don, un don divino que se tiene la
obligación de aceptar.
«Al pasar vio Jesús a Leví...y le dice: “Sígueme”» (Mc 2, 14). Mateo ha tomado una decisión que en un recaudador de tributos era social
y políticamente irrevocable 35. En otro lugar leemos: «Jesús, fijando en él
su mirada, le amó y le dijo: “Sólo una cosa te falta: vete, vende lo que
tienes...; luego, ven y sígueme”» (id. Lc 21). El sumario requerimiento
del Señor tiene algo de inapelable. La persona invitada se da cuenta de
35. Cfr. C.S. MANN, Mark, «The Anchor bible», vol. 27, New York 1988, 229; B.M.
Van IERSEL, La vocation de Levi (Mc 2, 13-17 pas). Tradition et rèdaction, De Jesús aux
Évangiles, II, 1967, 212-232.
811
JOSÉ MORALES
algún modo que se ha encontrado con el mensajero mesiánico y que seguirle no significa sino seguir a Dios mismo. Ha entrado en acción la Palabra divina, que sitúa al hombre ante una opción decisiva, después de
haber traspasado su espíritu y haber creado en él una situación de innegable autoconocimiento y de íntima claridad.
La Palabra coloca al hombre ante sí mismo, con Dios como testigo. Es un momento de verdad absoluta. «Ciertamente es viva la Palabra
de Dios y eficaz, y más cortante que una espada de dos filos. Penetra hasta las fronteras entre el alma y el espíritu, hasta las junturas y médulas; y
escruta los sentimientos y pensamientos del corazón. No hay para ella
criatura invisible a los ojos de Aquél a quien hemos de dar cuenta» (Hb
4, 12-13).
Esta experiencia ayuda a entender la prontitud con la que los hombres de buena voluntad y entrenados en la sinceridad consigo mismos
atienden el llamamiento.
Un hombre y una mujer sinceros no pueden no escuchar, reconocer, y admitir la llamada divina, porque no están acostumbrados, como
tantos, a silenciar su conciencia y negar la evidencia interior.
Las palabras de Jesús que describen en una parábola las excusas de
los que no quieren asistir al banquete nupcial, que es el Banquete del
Reino, traducen cierta tristeza y desilusión. Es el pesar por el destino de
hombres que sin aducir razones mentirosas —«el primero dijo: he comprado un campo...; otro dijo: he comprado cinco yuntas de bueyes...;
otro dijo: me he casado») (Lc 14, 15s.)—hablan, sin embargo, con mala conciencia. No han oído ni querido reconocer la voz exterior de quien
les invita, porque tampoco desean oír la voz interior de Dios que les habla en lo íntimo.
La llamada de Jesús plantea a la persona un asunto urgente. Nada
sería tan imprudente como diferirlo, asignarle un rango secundario de
importancia, o considerarlo una cuestión simplemente interesante. Las
palabras del Maestro desean ser operativas de inmediato. Quieren decir
lo que dicen y el discípulo ha de actuar sin dilación. El momento único
creado por la invitación se asemeja de alguna manera a la convocatoria
del tránsito a la otra vida que, una vez producida, no admite ni siquiera
el aplazamiento de un segundo.
812
LA VOCACIÓN EN LOS EVANGELIOS
El ahora del llamamiento adquiere suma transcendencia. Es como
si la existencia del hombre se hubiera concentrado en el instante de la
llamada de Jesús. El presente se configura como resumen de la vida de
la persona y la penumbra en que siempre se hallan el pasado y el futuro
se acentúa todavía más.
«Mirad, ahora es el tiempo favorable; ahora es el día de salvación» (2
Co 6, 2). Se encierra aquí mucho más que la filosofía humana del «carpe diem» horaciano, porque la prudente actitud pagana de aprovechar el
tiempo breve del que se dispone se origina y desarrolla dentro del sujeto y está impregnada de sano aunque limitado pragmatismo.
En la invitación evangélica es el más allá escatológico lo que irrumpe en la vida de la persona, manifestando la unidad estrecha que forman
el tiempo y la eternidad.
«Como dice el Espíritu Santo: “si oís hoy su voz, no endurezcáis
vuestros corazones”» (Hb 3, 7; cfr. Salmo 95, 7.11). «He aquí que estoy
a la puerta y llamo. Si alguno me abre, entraré y cenaré con él, y él conmigo» (Ap 3, 20).
«Yo con él y él conmigo». La situación se individualiza al máximo
y la respuesta personal es ineludible. Para el hombre y la mujer llamados,
el encuentro con Jesús —cuyo sentido es bien interpretado por las palabras invitadoras del Maestro— es un momento de extraordinaria lucidez
espiritual. Es como un río de claridad que viene a iluminar la conciencia y a facilitar la respuesta favorable de la voluntad.
«Caminad mientras tenéis luz, para que no os sorprendan las tinieblas» (Jn 12, 35). Jesús parece llamar cuando las disposiciones son más
propicias. Podría no haber una segunda llamada o podría venir ésta en
una situación menos positiva o fácil para la escucha.
La llamada del Señor es siempre misericordiosa y nunca amenazadora, pero recuerda implícitamente el juicio venidero —donde Jesús es
también protagonista— y manifiesta la tensión que existe entre la vida
presente y la vida futura.
La vocación no sólo se presenta con carácter urgente sino también
con un llamativo aspecto de radicalidad. El atractivo y la suavidad de Jesús se hacen compatibles con un lenguaje y unos gestos decididos y con
frecuencia severos.
813
JOSÉ MORALES
«Si alguno quiere venir en pos de mi, niéguese a sí mismo, tome su
cruz y sígame» (Mc 8, 34). El entero pasaje de san Marcos encabezado
por estas palabras reúne un grupo de sentencias de Jesús en las que se expresa inequívocamente la necesidad del seguimiento incondicional 36.
Lo mismo se dice en otros lugares que, en medio de una gran diversidad de circunstancias, manifiestan claramente que la existencia de quien
sigue a Jesús está determinada en su conjunto por una amable exigencia.
«Se acercó un escriba y le dijo: “Maestro, te seguiré a dondequiera
que vayas”. Dícele Jesús: “Las zorras tienen guaridas y las aves del cielo nidos; pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza”» (Mt 8, 1920). Se trata de compartir la vida de Jesús y de remover cualquier obstáculo que pueda dificultarlo. El llamado no acepta sólo el don de Dios
sino a Dios mismo que se le hace presente en Jesucristo.
Es evidente que Jesús no es un simple maestro que se presenta ante sus discípulos con una enseñanza más o menos importante y que se
contenta con que ellos se limiten a aceptarla. Siempre que el Señor emplea la palabra discípulo lo hace de modo que se entienda que se refiere
no a seguidores de una doctrina sino a imitadores de una vida.
Tal como Jesús lo exige, el discipulado del Evangelio no es un seguimiento para el estudio de la Ley o la expresión de simpatía personal
hacia una causa. El discipulado creado por Cristo se ordena por entero
al servicio y ayuda del Maestro en su misión. Constituye una institución
y realidad completamente originales, que poco tienen que ver con las tradiciones y usos rabínicos.
El seguimiento de Jesús por los discípulos llamados equivale a una
confesión de fe por parte de éstos, porque al ir tras Él de modo incondicional están afirmando en definitiva que Jesús de Nazaret es el Cristo
de Dios, el Mesías.
El Señor y su misión invaden la vida del discípulo y puede decirse que la totalizan, haciendo relativas todas las demás misiones y dedicaciones particulares o sectoriales. La intervención de Jesús en la vi36. Cfr. T. AERTS, Suivre Jésus, EThLov 42, (1966), 476-512; J.G. GRIFFITHS, The
Disciple´s Cross, NTS 16, (1970), 358-64; E. BEST, Discipleship in Mark: Mark 8, 2210, 52, «Scottish Journal of Theology» 23, (1970), 323-337.
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LA VOCACIÓN EN LOS EVANGELIOS
da de los discípulos, que queda transformada y recomienza, por así decirlo, a partir del llamamiento, manifiesta un carácter creativo. Es decir, hace secundarias las normas y costumbres tradicionales del Judaísmo y por encima de ellas coloca al discípulo ante una situación nueva.
«Lo mesiánico es redescubrimiento de lo que es original y conforme a
la creación. Implica el reconocimiento inquebrantable y radical de
Dios» 37.
Que la misión recibida por los discípulos en la vocación no sea una
tarea más junto a otras, hace que estos hombres no consideren su nueva
condición como algo extrínseco a su vida 38.
Los discípulos de Jesús lo son desde luego ante los demás, pero lo
son sobre todo ante sí mismos y para sí mismos. Perciben su misión como algo irrevocable, como núcleo de su destino personal. No es para
ellos una circunstancia pasajera y anecdótica, o como un papel que deben desempeñar en la vida durante un tiempo. La vida ha adquirido para ellos absoluta unidad y si pensaran en sí mismos podrían decir que
han encontrado su propia y auténtica persona.
10. SEGUIMIENTO SIN CONDICIONES
La imperativa llamada que Jesús de Nazaret dirige a sus discípulos
tiene el poder de eliminar condicionamientos y suspender obligaciones
anteriores, o por lo menos de colocar a unos y a otras bajo una luz y un
planteamiento nuevos.
«Otro de los discípulos le dijo: “Señor, déjame ir primero a enterrar a mi padre”. Dícele Jesús: “Sígueme, y deja que los muertos entierren a sus muertos”» (Mt 8, 21-22; cfr. 9, 61s.). Los dos versículos de san
Mateo presentan una breve escena en la que el mismo Señor desarrolla
para este caso las consecuencias que se contienen en su invitación a seguirle. Cuando Jesús pedía a su seguidor sobreponerse al 4.º mandamiento y a las obras de misericordia, lo exigía de la misma manera en
37. Cfr. M. HENGEL, Seguimiento y Carisma, Santander 1981, 104.
38. Cfr. D. RHOADS, Mission in the Gospel of Mark, «Curr. Theol. Miss.» 22, (1995),
340-355.
815
JOSÉ MORALES
que solo Dios en el AT obligaba a los profetas a obedecer en lo referente al anuncio de su juicio próximo.
El sígueme de Jesús provoca en la vida del discípulo un comienzo
absoluto, según el cual podría decirse que el hombre y la mujer llamados dejan de tener un pasado condicionante. El discípulo ha devenido
una persona sin ataduras. Porque, de un lado, no debe permitir que viejos lazos permanezcan en su vida, y de otro la gracia de Dios le introduce ahora en una situación de auténtica libertad que le permite alejarse de
todo condicionamiento terreno.
Ante la llamada del Maestro se relativizan los vínculos humanos
más nobles y desaparecen los lazos perniciosos y encadenantes al mal.
Nos dice, por ejemplo, san Marcos que Jesús había arrojado de María
Magdalena «siete demonios» (16, 9).
Oír el llamamiento equivale a descubrir el tesoro por el que debe
dejarse todo lo demás: «El Reino de los cielos es semejante a un Tesoro
escondido en un campo que al encontrarlo un hombre, lo vuelve a esconder y por la alegría que recibe va, vende todo lo que tiene y compra
aquel campo» (Mt 12, 44).
Sólo el Reino y Jesús que lo trae deben representar para el discípulo un valor absoluto. El Señor lo advierte y hasta lo dramatiza con palabras que pueden parecer radicales. «El que ama a su padre o a su madre más que a mí no es digno de mi; el que ama a su hijo o a su hija más
que a mi no es digno de mi» (Mt 10, 37; cfr.10, 35).
Son términos que recuerdan inevitablemente el comportamiento
de Jesús niño, que se separa de María y de José y permanece en Jerusalén para atender a los asuntos de su Padre del cielo. «Porqué me buscábais? ¿No sabíais que yo debía ocuparme en las cosas de mi Padre?») (Lc 2,
49). Jesús proclama deberes especiales de Hijo respecto a su Padre y
una consiguiente total independencia de las criaturas para poder cumplirlos.
«Es natural suponer —escribe Hengel— que la severidad de Jesús
sobre la incondicionalidad del seguimiento no se entiende bien desde la
perspectiva de su actividad como maestro. Semejante radicalidad solo
puede explicarse bajo el punto de vista de su poder único como heraldo
del Reino próximo. En vista de esta proximidad apremiante, no hay
816
LA VOCACIÓN EN LOS EVANGELIOS
tiempo que perder y es necesario seguirle sin dilación, renunciando a todas las consideraciones y vinculaciones humanas» 39.
Cuando Jesús exige a un discípulo que deje momentáneamente como en suspenso el cuarto mandamiento de la Ley y las obras de misericordia (cfr. Mt 8, 21-22: «deja que los muertos entierren a sus muertos»),
lo pide del mismo modo en que solamente Dios obligaba a los profetas
del Antiguo Testamento a anunciar el juicio inminente y vivir conforme
a este anuncio (cfr. Ez 4, 9-15; Os 1, 2s.; Is 20, 1-6). En ambos casos se
proclama la disolución escatológica de los vínculos familiares.
Jesús y el Evangelio parecen situarse justamente en la posición contraria al conformismo que es típico de cualquier sociedad más o menos
normalizada y llena de costumbres, hábitos, rutinas, prejuicios y tradiciones. Es ésta una normalización social que asigna a cada uno una función determinada y tiende a inmovilizar en ella a las personas, de modo
que cualquier comportamiento no previsto provocará necesariamente la
resistencia, la incomprensión y a veces el escándalo.
El Evangelio, respetuoso en principio con el orden de este mundo,
que viene también de Dios, modifica, sin embargo, profundamente muchos criterios y cometidos terrenos. «Ya no hay judío ni griego; ni esclavo
ni libre; ni hombre ni mujer», escribe san Pablo a los Gálatas (3, 28). «La
frase subraya fuertemente la igualdad de todos en Cristo Jesús» 40. Las estadísticas humanas y ley de los grandes números —que son determinantes cara conocer y estimular las acciones de los hombres— dejan ahora de
tener importancia. El comportamiento del reducido grupo que oye la llamada de Jesús y acepta la venida del Reino es el hecho que mejor caracteriza la época histórica en la que Jesús vive. La vida cotidiana de la mayoría de hombres y mujeres contemporáneos reviste importancia secundaria.
11. SEGURIDAD Y RIESGO
El conocimiento de la llamada de Jesús por el discípulo provoca
necesariamente en éste una aceptación de Jesús (cfr. Mt 9, 9) o una ne39. Cfr. M. HENGEL, Seguimiento y Carisma, o.c., 29.
40. H. SCHLIER, Lettera ai Galati, Brescia 1965, 180.
817
JOSÉ MORALES
gativa al seguimiento (cfr. Mc 10, 21s.; Lc 14, 15s.). No hay término
medio posible, porque no prestar atención a la llamada o aplazar la decisión para otro momento equivalen en el Evangelio a rechazar la vocación. La Palabra urgente de Dios en Jesucristo pide contestación inmediata. Todo aplazamiento es una negativa 41.
Aceptada la llamada del Señor, el discípulo comienza un camino
que se caracteriza por la seguridad y la certeza, pero que está expuesto
también a la inestabilidad y a las sorpresas de las tentaciones del mundo
y de las debilidades humanas..
Una manifiesta tensión se aprecia entre el inicio de la vocación y
su realización final en el Reino definitivo. La tensión se origina en los
riesgos asumidos por el discípulo y que éste debe sortear a medida que
se presentan durante su vida con Jesús. Mientras el discípulo está en camino cabe la triste posibilidad de que, como Judas, traicione su llamada
o de que interrumpa sin más el seguimiento de Jesús (cfr. Jn 6, 66). San
Pedro conoció por experiencia propia el drama de la debilidad y todos
los discípulos llegaron por un tiempo a abandonar al Maestro cuando
más necesidad tenía de ellos (cfr. 10 14, 50).
«Seguir a Jesús», «correr hacia la meta», «afianzar la vocación» son
expresiones equivalentes usadas por el Nuevo Testamento para referirse
a la vida de los que han recibido una llamada y lo saben. Estos hombres
saben también que cuando Dios ha llamado una vez sigue llamando para hacer posible la fidelidad en todas las etapas del camino 42.
La vida terrena de Jesús está marcada por una impresionante solicitud hacia sus discípulos. El Señor está empeñado en la perseverancia
de cada uno de ellos y lo demuestra continuamente. La mirada de Cristo alcanza y ve mucho más lejos que la de los hombres jóvenes que le
acompañan, demasiado seguros a veces en sus propias fuerzas e inexpertos todavía en el gran combate entre el bien y el mal. Jesús quiere defender y de hecho defiende a los suyos para que no les afecte la misteriosa y gradual disminución o criba del número de llamados (cfr. Mt 22,
14), que ocurre silenciosa y sin detenerse hasta el final del tiempo.
41. Cfr. R. BUSEMANN, Die Jüngergemeinde nach Markus 10, Bonn 1983.
42. Cfr. J. BUTTS, The Voyage of Discipleship, «Early Jewish and Christian Exegesis»,
New York, (1987), 199-219.
818
LA VOCACIÓN EN LOS EVANGELIOS
La fidelidad de los discípulos es la primera preocupación del Maestro, junto al anuncio del Reino. «También vosotros queréis marcharos?» (Jn 6, 67). Las palabras entre afectuosas y terminantes de Jesús, dirigidas a los Doce después de que «muchos de sus discípulos se volvieron
atrás y ya no andaban con él» (id.6, 66), están cargadas de amor y celo
por su perseverancia. Son en realidad una nueva y eficaz invitación para
que todos continúen su camino con Él.
Jesús se ha empleado a fondo como Buen pastor para que ninguna de sus ovejas le sea arrebatada. «Yo les doy vida eterna y no perecerán
jamás, y nadie las arrebatará de mi mano» (Jn 10, 28). El Señor descubre a san Pedro, con palabras que éste no puede entender del todo, algo
del misterio sobrecogedor de su destino personal y de las potencias sobrehumanas que lo amenazan o lo protegen. «¡Simón, Simón! Mira que
Satanás ha solicitado el poder cribaros como trigo; pero yo he rogado
por ti, para que tu fe no desfallezca» (Lc 22, 31).
Llegada la hora triste de la pasión, Jesús sigue pendiente de Pedro,
que acaba de negarle tres veces y podría volver definitivamente la espalda
a su vocación. «El Señor se volvió y miró a Pedro» (Lc 22, 61). Una mirada compasiva y consoladora del Maestro ha estimulado a Pedro y remediado en un instante la difícil situación espiritual y humana del Apóstol.
Jesús llama «amigo» a Judas en el momento culminante de la traición (Mt 26, 50). Es como si quisiera hacerle reaccionar, aunque sabe
que su propia suerte personal está echada y las consecuencias de la traición son ya irreversibles.
El Resucitado confirma finalmente con sus apariciones la fe vacilante de los discípulos (cfr. Jn 20, 19s.; l Co 15, 5-8), se ocupa especialmente de fortalecer a Tomás (cfr. Jn 20, 24 5.) y envía sobre todos la
«Promesa» del Padre (Lc 24, 49), es decir, el Espíritu como don absoluto que, en continuidad con la llamada primera, les capacitará para llevar
a cabo su misión.
12. LA VOCACIÓN COMO GRACIA
En las manifestaciones de Jesús sobre la vocación de sus discípulos
se nota un cierto contraste. De un lado les invita al seguimiento, les
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JOSÉ MORALES
acostumbra a perseguir metas elevadas y les anima en las inevitables dificultades. De otro lado, se esfuerza en que comprendan que las raíces de
su vocación se hunden en la profundidad de un misterio divino, que tienen una idea solamente aproximada de sus pocos merecimientos y que
su debilidad última para alcanzar la meta que les ha propuesto haría fracasar la empresa si no fuera por la ayuda inmensa que han recibido y reciben de Dios 43.
«Desde los días de Juan el Bautista hasta ahora, el Reino de los cielos sufre violencia y los violentos lo conquistan» (Mt 11,12). El Reino es un
objetivo previsto para los fuertes y para los que han aprendido en humildad a hacerse violencia a sí mismos. Las palabras de Jesús contienen
un tono de estímulo que permite interpretarlas como un reto a la libertad y noble ambición espiritual humanas. Los discípulos han de escoger
entre la vida y la muerte (cfr. Dt 30, 19) y entrar» por la puerta angosta» (Mt 7, 13) si desean seguir a Jesús.
Pero el Señor les recuerda también que la gracia de acompañarle
hasta el Reino está totalmente fuera de su alcance por la misma naturaleza de las cosas.
«No sabéis lo que pedís. ¿Podéis beber el cáliz que yo he de beber,
o ser bautizados con el bautismo con que yo voy a ser bautizado?» (Mc
10, 38). Los jóvenes apóstoles desconocen aún el costo de seguir a Jesús,
y no perciben que cáliz es aquí sinónimo de sufrimiento 44, como en Mc
14, 36. No saben el riesgo que corren si el Señor tomase sus generosas
palabras al pie de la letra y les hiciera recorrer el camino tal como ellos
se lo imaginan en su optimismo sin experiencia. No conocen la peligrosa naturaleza de sus deseos si Jesús no los llegara a purificar e hiciera posibles. De hecho no han comprendido del todo al Señor y sólo el tiempo y la paciente ayuda del Maestro lograrán que lo consigan.
Mientras tanto se abatirán con frecuencia por su falta de poder sobre los demonios (cfr. Mc 9, 28s.), por el retraso de la parusía (cfr. id.
43. Cfr. J.P. BURCHILL, Discipleship is Perfection: Discipleship in Matthew, RR 39,
(1980), 36-42.
44. C.S. MANN, Mark, «The Anchor Bible», vol. 27, 412; Cfr. S. LÉGASSE, Approche
de l’Episode prévangelique des Fils de Zébédée (Mc 10, 35-40 pas), «New Testament Studies» 19, (1972-73), 161-176.
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LA VOCACIÓN EN LOS EVANGELIOS
13, 33s.), por las persecuciones (cfr. id. 14, 17) y sobre todo por el aparente fracaso humano de Jesús (cfr. id. 14, 50), que parece sucumbir ante las insidias de sus enemigos.
A pesar de todo, Jesús acepta el «podemos» de Santiago y de Juan
(cfr. Mc 10, 39-40), que les llevará como discípulos a la meta deseada,
aunque por una vía muy distinta de la que podían suponer sus ingenuas
previsiones. A la vista del pasaje evangélico hay que decir, sin embargo,
que «no es presunción afirmar possumus!. Jesucristo nos enseña este camino divino y nos pide que lo emprendamos, porque Él lo ha hecho humano y asequible a nuestra flaqueza» 45.
Es evidente que las palabras de Jesús y las discusiones que provocan
no se orientan ni se mueven dentro del terreno ordinario donde podía ser
usual y estar autorizado el debate religioso en el seno del Judaísmo. Jesús
lleva a cabo en realidad una cierta impugnación de ideas y planteamientos religiosos, y en ocasiones no elude la confrontación abierta.
Era inevitable que así ocurriera si tenemos en cuenta que el Señor
se manifiesta con suma libertad respecto a la Ley mosaica y a las costumbres de sus contemporáneos judíos. Jesús no se presenta únicamente como un intérprete de la Ley, sino que viene a disponer de ella, porque de otro modo no podría llevarla a su verdadero y pleno
cumplimiento (cfr. Mt 5, 17).
No sólo permanece ajeno al espíritu y métodos de erudición rabínicos y adopta la costumbre excepcional de predicar al aire libre, sino
que su mensaje se caracteriza, como hemos visto, por un rigor que sorprende incluso a los más incondicionales.
Esta severidad de las condiciones y exigencias del Señor con los
que ha llamado para su seguimiento solamente se explica desde la misión al servicio del Reino que esos hombres reciben. Aunque lo realicen
en otro plano, los discípulos deben ofrecerse y entregarse a su tarea con
la misma intensidad que Jesús. Deben anunciar también el Reino próximo de Dios y el acontecimiento salvador que contiene.
Los discípulos adquieren de este modo, sin haberlo pedido y ni siquiera imaginado, una participación directa en la misma obra de Jesús y
45. JOSEMARÍA ESCRIVÁ DE BALAGUER, Es Cristo que pasa, n. 15, Madrid 331997.
821
JOSÉ MORALES
se convierten no solo en sus mensajeros sino en íntimos colaboradores a
los que el Señor llama amigos, porque les ha dado a conocer todo lo que
ha oído a su Padre (cfr. Jn 15, 15).
Existe entonces una estrecha relación entre la llamada al seguimiento, el apoderamiento para predicar el Reino, y el envío. La elección
de los discípulos por Jesús se orienta al servicio, lo cual no excluye, sin
embargo, que se trate de un singular privilegio.
13. ELEGIDOS EN EL HIJO
Los discípulos de Jesús, y todos los que después de ellos son llamados a seguirle en el curso de la historia, reciben de Dios la elección y
la vocación no solo a través del Hijo sino en el Hijo. Es decir, llegamos
a ser hijos de Dios en el Hijo único, que es «primogénito entre muchos
hermanos».
Es ésta una verdad de enorme alcance que declara solemnemente
san Pablo al comienzo de la Carta a los cristianos de Éfeso: «Dios nos ha
elegido en Cristo antes de la creación del mundo, para ser santos e inmaculados en su presencia, en el amor, escogiéndonos de antemano para ser sus hijos adoptivos por medio de Jesucristo» (1, 4-5).
El hombre y la mujer, en cuanto personas elegidas y, llamadas y
salvadas por Dios, se encuentran básicamente referidos a Jesús a partir
de su mismo ser de criaturas. Porque Jesús es el primer llamado por el Padre, es el primogénito de la Creación (Hb 1, 6) y el primogénito de la
Redención (Rm 8, 29; Ap 1, 5). Es Dios quien habla en la Sagrada Escritura cuando leemos: «De Egipto llamé a mi hijo» (Os 11, 1; cfr. Mt
2, 15). En el anuncio a María dice el arcángel: «Lo que nacerá de ti será
llamado Santo, Hijo de Dios» (Lc 1, 35).
Jesucristo es en realidad el único que merece el nombre de Elegido.
«La elección de Jesús antecede y preside a toda otra elección» 46. Él tiene
también una vocación, la vocación por excelencia, en cuya naturaleza está el ser extendida a todos los elegidos por Dios desde la eternidad. «Des46. J.L. ILLANES, Mundo y Santidad, n. 102, Madrid 1984.
822
LA VOCACIÓN EN LOS EVANGELIOS
de toda la eternidad Dios ha pronunciado su Verbo, en el que estaba dicho que los santos tendrían en Él la vida eterna» 47.
San Pablo formula el misterio de la elección de los hombres en Jesucristo como parte esencial de la historia la salvación, que describe con
las siguientes palabras: «Sabemos que en todas las cosas interviene Dios
para bien de los que le aman; de aquellos que han sido llamados según
su designio. Pues a los que de antemano conoció también los predestinó
a reproducir la imagen de su Hijo, para que fuera Él el primogénito entre muchos hermanos; y a los que predestinó, a esos también los llamó;
y a los que llamó, a esos también los justificó; a los que justificó, a esos
también los glorificó» (Rm 8, 28-30).
Según la Sagrada Escritura, Dios es nuestro Padre no en base a la
común naturaleza humana, sino precisamente en base a la elección (cfr.
Os 11, 1; Jr 31, 20), que tiene lugar en y a través de Jesucristo.
Jesucristo, Elegido de Dios, es un tema central del Nuevo Testamento. «Se dejó oír una voz de la nube, que decía: Este es mi Hijo, el
elegido; escuchadle» (Lc 9, 35). Es ésta misma la revelación que ha recibido Juan el Bautista y que no cesa de anunciar: «Yo le he visto y doy
testimonio de que éste es el Elegido de Dios» (Jn 1, 34).
Se trata de una noticia gozosa que supone, sin embargo, un juicio
para los que habiendo percibido de algún modo la personalidad singular de Jesús, no se deciden a aceptarle. Son los mismos que dirán injuriosamente delante del crucificado: «a otros salvó; sálvese a sí mismo, si
es el Cristo, el elegido de Dios» (Lc 23, 35).
La elección y vocación de Jesús no sólo hacen posibles las nuestras
sino que nos capacitan en la práctica para seguirle como Maestro incomparable, que es arquetipo, no ideal sino concreto y tangible, de nuestras acciones y de nuestros sentimientos como cristianos.
La elección del Señor hace para él una feliz tarea en su vida terrena el ir por delante de los discípulos hacia su fin. Les ha precedido en la
elección eterna y les precede también en los episodios, decisiones y esfuerzos temporales donde se manifiesta esa elección para el servicio de
Dios y de los hombres.
47. TOMÁS DE AQUINO, Comentario al Evangelio de San Juan, n. 1384; (ed. Marietti).
823
JOSÉ MORALES
«Algunos harán la guerra al Cordero, pero el Cordero, como es Señor de Señores, y Rey de Reyes, los vencerá en unión con los suyos, los
llamados, los elegidos y los fieles» (Ap 17, 14).
Jesús quiere ejercitarse desde el mismo comienzo de su vida pública en resistir y vencer las tentaciones que pretenden apartarle de su
misión. Tiene prisa por ir al desierto, morada de los demonios para los
antiguos judíos 48, para medirse con Satanás en una batalla que será decisiva para su camino terreno y para el destino de los que van a seguirle 49.
«El Espíritu le impulsa al desierto» (Mc 1, 12) para que venza la
tentación del maligno precisamente en el lugar donde había sucumbido
antes el pueblo elegido. El desierto deja ya de ser un marco de oprobio
y de vergüenza y se convierte de este modo en un lugar de elección y de
victoria de Dios. La escena de las tentaciones de Jesús, tal como es recogida por san Mateo (4, 1-11) y san Lucas (4, 1-13) tiene probablemente a la vista las pruebas sufridas por los Israelitas durante su larga marcha hacia la tierra prometida a través de la península del Sinaí (cfr. Dt 6,
13s.; 8, 3; 34; Ex 17, 1s.).
La imaginación de los cristianos experimenta cierto vértigo ante el
hecho misterioso de que Jesús fuese «probado en todo igual que nosotros, excepto en el pecado» (Hb 4, 15). Jesús conoció la tentación, y podernos afirmar que la conoció con mucha más hondura e intensidad que
cualquier otro hombre. Porque los hombres cedemos ante ella con frecuencia y dejamos por tanto de experimentarla en toda su fuerza desatada y acumulada. La tentación no necesita muchas veces desplegar y hacer sentir toda su energía sobre nosotros, porque antes de que lo haya
hecho hemos claudicado ya ante ella.
Pero no ocurrió así con Jesús. El Señor le plantó cara a la tentación, la probó en toda su intensidad una y otra vez y la venció siempre.
Por eso quiere y puede «compadecerse de nuestras flaquezas». Jesús no
sólo fue tentado igual que nosotros sino que fue tentado por nosotros, es
decir, en favor nuestro y para nuestro beneficio definitivo.
48. C.S. MANN, Mark, «The Anchor Bible», vol. 27, 203.
49. Cfr. B. G ERHARDSSON, The Testing of God’s Son, London, 1966.
824
LA VOCACIÓN EN LOS EVANGELIOS
La energía espiritual incomparable que fluye de la vida de Jesús capacita al discípulo para seguir sus huellas (cfr. 1 P 2, 21) y llegar hasta
donde las solas fuerzas humanas no alcanzan.
El cristiano comparte en vida, de modo místico pero real, el destino de su Señor. Muere al pecado, en imitación de la muerte de Jesús, y
resucita con Él en el Bautismo a una vida nueva.
Todo prefigura y anticipa la realidad futura en la que Jesús, que ha
resucitado «de entre los muertos como primicias de los que durmieron»
(1 Co 15, 20) hará posible nuestra propia resurrección. «Si nos hemos
hecho una misma cosa con Él por una muerte semejante a la suya, también lo seremos por una resurrección semejante» (Rm 6, 5).
¡Elegidos en el Elegido, nuestro destino temporal y eterno se cumple en el mismo destino de Cristo, Unigénito y Primogénito de Dios Padre. La Iglesia expresa en su Liturgia sentimientos que equivalen a una
verdadera confesión de fe en la suerte final de sus hijos. Lo indica muy
bien una oración entre muchas incluida en la Liturgia de las Horas: «Te
damos gracias, Señor, porque nos has elegido como primicias para la salvación, y nos has llamado a participar en la gloria de Nuestro Señor Jesucristo (Preces de Vísperas, Feria IV, Semana III).
José Morales
Facultad de Teología
Universidad de Navarra
PAMPLONA
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