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Significado en la realidad textual

El presente ensayo trata de señalar que, dentro del discurso literario, existen expresiones sin referencia que aun así son perfectamente significativas, más aún, se puede predicar sobre ellas y generar conocimiento a partir de su utilización. Precisamente el lenguaje, y con ello la literatura, no es un mero instrumento comunicativo, sino un discurso cultural que constituye nuestra realidad social, es el medio por el que aprehendemos, estructuramos y configuramos el mundo, o sea nuestro mundo: el único posible. Lo que se entiende se entiende en cuanto a su humanización gracias al lenguaje.

UNIVERSIDAD DE GUADALAJARA Licenciatura en Letras Hispánicas Significado en la realidad textual Alejandro M. Cámara Frías Introducción a la Semántica Imparte: Cuauhtémoc Banderas Martínez Guadalajara, Jalisco. Lunes, 7 de abril de 2014 Introducción Las teorías referencialistas han sido fuertemente criticadas. De entrada, sus criterios de significación son inválidos en muchos discursos. Decir que un enunciado tiene significado sólo si éste refiere a un fenómeno extralingüístico es, por lo menos, reduccionista. Si se tomara como verdad universal la postura referencial o verificacionista, el discurso literario, por ejemplo, quedaría fuera de todo valor de significación, verdad o realidad. Ni hablar de discursos fundantes como la mitología o la religión. En este sentido, el presente ensayo trata de señalar que, dentro del discurso literario, existen expresiones sin referencia que aun así son perfectamente significativas, más aún, se puede predicar sobre ellas y generar conocimiento a partir de su utilización. Precisamente el lenguaje, y con ello la literatura, no es un mero instrumento comunicativo, sino un discurso cultural que constituye nuestra realidad social, es el medio por el que aprehendemos, estructuramos y configuramos el mundo, o sea nuestro mundo: el único posible. Lo que se entiende se entiende en cuanto a su humanización gracias al lenguaje. Dadas las situaciones que imposibilitan una mayor investigación en torno a mi hipótesis, considero preciso remarcar el carácter embrionario de este ensayo sobre el proceso de significación en la literatura. Baste decir que la lectura fragmentaria de los capítulos de algunos libros y varios artículos en la web, además de mis clases de Semántica, pudieron darme una idea general del terreno de las teorías del significado. Después de escuchar que un enunciado tiene significado cuando es objetivamente verdadero o falso o cuando tiene un denotátum hicieron que en mi cabeza, y estoy seguro que en la de muchos más, se escuchara: “¿y la literatura, dónde queda?”. Para solucionar, provisionalmente, este cuestionamiento, se postula que el discurso literario, concebido en su totalidad, resulta significativo en varias situaciones, ya sea porque su carácter es eminentemente autorreferencial o porque denota a entes ideales. Incluso, adecuando los postulados de la filosofía analítica a la conveniencia de este texto y parafraseando abusivamente a Strawson, se podría ubicar la “significatividad” de la literatura en su intención por construir un mundo otro, paralelo, alterno, dado que Strawson afirma que para que una oración tenga significado basta con que sea posible describir las circunstancias en las cuales su uso dará un enunciado falso o verdadero. En nuestros días, nadie duda de la existencia de una realidad textual. De más está mencionar que estas razones no operan de manera aislada y mucho menos se puede asegurar que el significado se lleve a cabo únicamente mediante las posibilidades enunciadas aquí. Más bien se trata de un intento por describir y explicar de qué manera la literatura nos significa tanto culturalmente hablando. Este es un ensayo de intuiciones, de dubitación también; que la palabra nos lleve a buen puerto. I La praxis humana da sentido al mundo y lo construye socialmente. Como individuos, encontramos un mundo ya organizado y delimitado, al que intentamos integrarnos de manera más o menos afortunada, del mismo modo, podemos intentar transformarlo. Marx (1972) ve la praxis humana como una actividad integral: es sólo a través del pensamiento y los sentimientos que el hombre se afirma en el mundo objetivamente. Y es sólo a través de objetivizaciones de la cultura que el hombre podría entender la realidad. Con esto, obviamente, no se niega que haya algo fuera de nuestro ser-en-el-mundo, pero es el lenguaje lo que, en gran medida, crea y configura la realidad social. De hecho, sin el lenguaje, nos sería casi imposible imaginar nuestro mundo actualmente. El factor que sostiene, jerarquiza y organiza estos elementos sociales es la cultura, entendida ésta como el conjunto de discursos transmitidos y conservados por su valor significativo. Justamente el lenguaje es el elemento primario en la articulación de esta cultura y, así definido, parecieran compartir características esenciales. El hombre, creatura simbólica, reviste de sentido todo lo que queda a su alcance. Como se ha repetido hasta el cansancio, estos límites los marca el lenguaje. El lenguaje puede traducir a su propio sistema casi todos los otros elementos de nuestro mundo cultural. De hecho, por sí sólo, el lenguaje parece ser ya un sistema que tiene en sí mismo una carga de significado. Precisamente la construcción de todo conocimiento y su propagación dependen del lenguaje. A este respecto, Foucault señala en su libro Las palabras y las cosas que el lenguaje “es una mediación necesaria para todo conocimiento científico que quiere manifestarse como discurso” (2011, p. 311). La pretensión de pulir o “purificar” el lenguaje científico para despojarlo de toda singularidad a fin de que pueda convertirse en reflejo exacto de un conocimiento no verbal es vana. Habría que cuestionar, primeramente, si es que existe un conocimiento no verbalizado. II Sentada la concepción de realidad como producto sociocultural podemos ahora acercarnos a las teorías referencialistas del significado de manera crítica. El reduccionismo de esta postura referencial subyace en varios presupuestos o prejuicios. Uno de los más importantes es la idea de una realidad en sí previa al discurso literario, el cual sólo sería su representación o, en el peor de los casos, la distorsionaría. O sea que lo esencial estaría ya antes y después del discurso. De este prejuicio se fundamenta la categorización de los géneros narrativos “realistas” en oposición a los “fantásticos”. Por el contrario, aquí se propone que no existe real un mundo en sí, sino una producción humana dotada de sentido por el hombre por medio de la praxis que, a su vez, se manifiesta en la cultura. La otra presuposición referencialista es la de una correspondencia necesaria e ineludible del signo con algo del mundo real. Para el positivismo lógico es precisamente esta relación entre la proposición y su referente donde se constituye el significado, y lo que puede ser más importante: su valor de verdad: si se puede establecer esta correspondencia, la proposición es verdadera, en caso de que no, es falsa. La visión del referencialismo limitaría a la lengua como mero instrumento de comunicación de los fenómenos que es capaz de entender el hombre, reduciendo al lenguaje a nada más que una herramienta imperfecta del pensamiento. Su pertinencia, sin embargo, no se pretende refutar ni poner en duda, sino señalar que es aplicable sólo a campos específicos, tales como el lenguaje ordinario, en donde el referente del enunciado es de crucial importancia para que se lleve a cabo un proceso comunicativo a través de la lengua. Lo anterior puede servir como punto de partida en la investigación de las maneras bajo las cuales la literatura resulta completamente significativa y hasta polisémica. Pareciera que el enunciado “Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Pedro Páramo”, sin tener una referencia fuera del mismo discurso, significa algo más allá de que un sujeto (un yo) se haya desplazado de un lugar a otro por un motivo. III Superados están los fantasmas positivistas que veían al texto literario ya como biografía sublimada del autor o como reflejo de la sociedad en la que el texto fue producido. Centrémonos ahora especialmente en el discurso narrativo-literario que, por su misma intencionalidad primaria de relatar una serie de eventos, se diferencia de otros discursos literarios. Sin embargo, la verosimilitud sigue siendo de vital importancia. El texto será verosímil en relación con la práctica humana, es decir, el discurso literario no goza de verosimilitud por su relación con otros eventos o con otros valores dentro de su mismo discurso, sino por su relación con un elemento exterior al mismo. De nueva cuenta, la medida es la acción humana fuera del relato. De esta concepción podemos ver emerger un reduccionismo insoslayable. Por otra parte, la literatura no pretende ser en ningún momento reflejo exacto ni doble meticuloso de la realidad social. Iser, citado por Banderas (2013) afirma que “pensar que los textos literarios describen la realidad es una de las ingenuidades más recalcitrantes que se dan en la consideración de la literatura”. Al contrario, el discurso literario, junto con la lengua, conforma una expresión que, de acuerdo a su intención estética, materializa una “realidad” diferente que no obstante posee normas que lo regulan internamente y lo hacen verosímil. El lector generalmente toma “en serio” los enunciados contenidos en una obra literaria sin pensar en que si lo que lee corresponde a alguna situación de la realidad histórica o son meras “ficciones”. La expresión literaria se inserta al mundo humano como uno de sus elementos configurativos que, en relación dialéctica con otros discursos, los modifica, abriendo nuevos caminos para la significación y la objetivización de la cultura. Los enunciados en este discurso pueden poseer igualmente una cualidad referencial, pero actúan y significan al marco de la enunciación misma. Verosimilitud y realidad no deben de confunidrse. La realidad de los textos es siempre constituida por ellos, continúa Iser. Al romper con la visión del lenguaje como una herramienta de comunicación imperfecta, la lengua adquiere una autonomía ontológica. De este modo podríamos describir un proceso de significación que no desecha completamente al referencialismo, sino que lo traslada a una realidad textual. La literatura como mundo posible cabría incluso en la teoría del significado propuesta por Strawson. Éste, citado por Rossi, (1993) dice que basta describir las situaciones en las que el uso de una oración daría como resultado un enunciado falso o verdadero para que ésta tenga pleno significado. Se confirma, entonces, que toda literatura es eminentemente autorreferencial y juega bajo sus propias reglas. Podemos ir más allá y afirmar el significado del discurso literario en cuanto a que su referente bien pueden ser entes lógicos o ideales. La proposición de dos más dos es igual a cuatro no es más que una fantasmagoría, un presupuesto lógico. Así, la literatura puede referir situaciones, objetos, sociedades o personas ideales, favoreciendo igualmente la relación dinámica entre lenguaje, literatura y cultura. Considerado en su conjunto y no como oraciones aisladas, el discurso literario adquiere mayor significación al convertirse en símbolo que no está sujeto a leyes de referencialidad ni vericondicionalidad. En ese momento, la obra de Carlos Fuentes, por ejemplo, se torna en un discurso cultural dentro de un marco social que involucra contextos estéticos y relaciones con otros discursos culturales. Si bien esta relación y significación no se da de manera transparente en la praxis, de todas maneras es aprehendida por medio del lenguaje y perdura como una tradición verbal. IV Los textos de ficción utilizan mecanismos de referencia parecidos a los empleados en contextos no ficcionales del lenguaje. Así, al leer la obra, uno se sitúa dentro del mundo de la ficción, completamente significativo. Las ficciones literarias funcionan como una especie de artefacto cultural dentro de los textos literarios. Entonces, una teoría de la ficción literaria debería fundir la semántica de los mundos posibles con la teoría general (estructural) del texto. La serie de realidades alterna es ilimitada dado que lo posible o verosímil resulta mucho más amplio que lo que entendemos como real, más precisamente la realidad cotidiana en la que el agua hierve, se derrama la leche o se quema un papel. Esta diversidad de los mundos ficcionales es la consecuencia directa de la variedad de las “leyes” de los mundos posibles. La literatura no aspira a ser una representación de nada, más bien podría replicar la esencia o la estructura de la realidad para crear estos otros mundos posibles. Los mundos ficcionales son penetrables desde el mundo real, se llega a ellos partiendo de lo real hasta las entidades posibles no reales mediante caminos semióticos a través de los signos e informaciones del mundo real, o sea, como ya dijimos, la cultura. Podemos deducir de todo lo anterior que la literatura toma una parte de lo real y lo convierte en posibles ficciones produciendo rasgos estilísticos, lógico-simbólicos, ontológicos y, por supuesto, semánticos. Conclusiones Como conclusión, me gustaría recalcar el reduccionismo que supone la visión referencialista al buscar el significado en la referencia. De igual modo, la literatura, más precisamente el discurso narrativo, no se desliga completamente del mundo externo al relato pues debe de ser entendido en términos de verosimilitud. De otra manera sería imposible hacerla inteligible; ya se sabe que la medida para entender nuestro mundo es la misma acción humana. La idea de literatura como cultura objetivizada me parece esclarecedora. La vinculo, de hecho, con el cuestionamiento de Foucault sobre si lo escrito hace siglos era en aquella época lo que entendemos por literatura o si más bien la cultura la ha codificado como literatura según las características discursivas que entendemos como literatura actualmente. Aunque atrevida, la afirmación de que la literatura crea una nueva realidad de la que es, a la vez, referencia, me parece adecuada para la búsqueda del significado en la literatura. Por otra parte, también se puede considerar a la literatura, al discurso literario en su totalidad, como unidad significativa, símbolo independiente a la referencia que opera en la cultura y modifica incluso nuestra realidad cotidiana por su relación dialéctica con esta. Me parece abrumador intentar disertar sobre un tema así, pues pareciera que, en primera instancia, la realidad no es más que una zona parcelada y aprehendida por el lenguaje; pero, al mismo tiempo, se podría caer en un idealismo antropocéntrico al afirmar que la única verdad es el hombre. Hasta que no se esclarezca cómo opera el significado en nuestro cerebro estaremos no estaremos haciendo nada más que presuposiciones. Referencias Banderas, C., Aguilar, L., et al. (2013). “Realidad y fantasía: concatenaciones narratológicas en un cuento de José Emilio Pacheco” en El cuento mexicano de horror. Acercamientos críticos. México: Universidad de Guadalajara. (pp. 117-138). Foucault, M. (1996). “El lenguaje del espacio” en De lengua y literatura. Barcelona: Paidós. (pp. 195-210). Foucault, M. (2011). “Representar” en Las palabras y las cosas. México: Siglo XXI editores. Marx, K. (1972) Manuscritos de Economía y Filosofía. (Antología). Madrid: Cuadernos para el diálogo. Prada Oropeza, R. (1999). Literatura y realidad. México: Fondo de Cultura Económica. Rossi, A. (1993). “Teoría de las descripciones, significación y presuposición” en Lenguaje y significado. México: Fondo de Cultura Económica. (pp. 87-116). Saganogo, B. (Julio de 2007) Realidad y ficción: literatura y sociedad. Estudios sociales. Nueva época. Recuperado de http://www.publicaciones.cucsh.udg.mx/pperiod/estsoc/pdf/estsoc_07/estso c07_53-70.pdf