Araucaria. Revista Iberoamericana de
Filosofía, Política y Humanidades
ISSN: 1575-6823
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Universidad de Sevilla
España
Iglesias, Javier Adolfo
Alfonso Galindo y Enrique Ujaldón: La cultura política liberal. Pasado, presente y futuro.
Madrid: Editorial Tecnos, 2014. 296 pp.
Araucaria. Revista Iberoamericana de Filosofía, Política y Humanidades, vol. 17, núm. 33,
enero-junio, 2015, pp. 277-280
Universidad de Sevilla
Sevilla, España
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Alfonso Galindo y Enrique Ujaldón: La cultura política liberal.
Pasado, presente y futuro. Madrid: Editorial Tecnos, 2014. 296 pp.
El liberal como héroe
Javier Adolfo Iglesias
Periodista y profesor de Filosofía
Llega este brillante ensayo editado por Tecnos para aportar una comprensión
del liberalismo alejada de tópicos y trincheras, en una época en la que nuestra
vida en común está llena de fórmulas, ideas fosilizadas y debates preconcebidos.
El liberalismo que Alfonso Galindo y Enrique Ujaldón argumentan y exponen en
290 páginas huye de ellos y asume el conflicto, la paradoja y la inestabilidad que
implica la permanente revisión de las creencias individuales y colectivas. Esta
concepción y su práctica política asociada la definen como “el tercer liberalismo”,
pero no tanto como una síntesis de contrarios sino como tercer excluido de pares
conceptuales asociados al liberalismo clásico y sus oponentes no menos clásicos,
como son el totalitarismo o el republicanismo.
¿Cómo comprender que el defendido en este libro es un liberalismo sin dogmas
por aquellos que hacen del estereotipo y el lugar común requisitos imprescindibles
de cualquier debate y crítica en la era del espectáculo de la sociedad multipantalla?
Ni siquiera el derecho a la propiedad, el mercado o el fundamento metafísico de la
libertad son para los autores piedras inamovibles en el ámbito de la justificación.
No hay dioses en este liberalismo, solo constataciones y revisiones de la realidad,
la del individuo y la de los otros con un proyecto de vida en común, porque que
la comunidad y la necesidad de la vida comunitaria sean necesarias no deja de
sorprender a los liberales de cartilla que lean este ensayo.
Hasta que los autores perfilan su propuesta positiva en la segunda parte de
esta obra, recorren conceptos, problemas y plasmaciones instrumentales concretas
del llamado “liberalismo clásico”. Hay tantos liberalismos como concreciones
históricas y de ahí la elección del concepto “cultura liberal”, que los engloba a
todos y a los que une un “aire de familia” a modo wittgensteniano. Este recorrido
histórico realizado en el capítulo I cumple la función más aproximada a lo que
pueda ser un manual de ideas y de historia del liberalismo, un manual excelente
para que los alumnos universitarios se introduzcan mediante la reflexión en
autores como Locke, Adam Smith, Tocqueville o experiencias políticas tan
dispares como la Revolución Francesa y la de los Estados Unidos de América.
A ellas se aproximan desde su problematicidad. A modo de ejemplo sirve esta
Araucaria. Revista Iberoamericana de Filosofía, Política y Humanidades, año 17, nº 33. Primer semestre de 2015.
Pp. 277-280. ISSN 1575-6823 e-ISSN 2340-2199 doi: 10.12795/araucaria.2015.i33.13
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conclusión sobre John Stuart Mill: “Gran parte del liberalismo clásico evolucionó
en la línea de Mill y se alió con la socialdemocracia en la defensa de lo que
posteriormente se llamó el Estado del Bienestar. Pero parece difícil negar que en
ese camino el liberalismo fue perdiendo paulatinamente su propia identidad hasta
diluirse” (p. 60).
En la historia de las ideas es tristemente paradójico que teorías y doctrinas
que son fórmulas, ideas cerradas o diseños disparatados aparezcan como grandes
ideales y horizontes de la humanidad, y sin embargo el ideal del liberalismo
se suele presentar con una fórmula deformada, bien como la del adorador del
mercado, bien como el escondrijo del individualista egoísta. Ya en la introducción
los autores definen lo que significan con “cultura política liberal”, que trasciende
una tradición de gobierno, una forma de Estado e incluso una doctrina económica,
y sin embargo incluye a todas. La cultura política liberal no es “el liberalismo”
al uso, ni se sitúa en un ring mediático de debate con “otras ideas”, como el
feminismo, el ecologismo o el nacionalismo. Afecta a los cimientos del ser
humano y su ser social y, por ende, político.
Pese al amable aroma postmoderno que desprende La cultura política
liberal, hay convicciones, principios y valores en sus páginas. El primero es el
considerar metodológicamente al individuo como el sujeto político frente a otras
supuestas entidades, como el pueblo o la nación. Un segundo es que la libertad
del ser humano se da en comunidad, con y contra el Estado, que de forma neutral
debería garantizar y promover la igualdad jurídica y política del individuo, nunca
la económica. “Se precisa al Estado en orden a garantizar que los individuos
puedan perseguir sus propios fines en el seno de la sociedad civil”, afirman, al
secundar la inevitabilidad de esta forma de organización espontánea y continua
con las comunidades extensas.
Por ello es necesaria la distribución de poderes para evitar la coacción, a
esquivar siempre, incluida la del mercado desregulado por unas empresas que en
realidad buscan el monopolio. Finalmente, entre las creencias de estos liberales
está la del diálogo permanente y la persuasión del mejor argumento como único
criterio de organización colectiva a través de instituciones, normas y leyes.
Este libro no cita ni describe en detalle la actualidad, pero los autores no
eluden problemas candentes como el de la justificación de la representación
política en épocas de su desprestigio, la emigración, la mitificación nacionalista
de la historia a través de la educación o el uso del deporte como adoctrinamiento.
Hay referencias a la globalización y a la crisis financiera de 2009. Digamos que se
puede leer los titulares diarios detrás de las reflexiones de estas páginas.
Aunque no tiene intención polemista, en el libro se deshacen tópicos y
prejuicios sumergiendo al lector en la profundidad. “Porque todos somos liberales
y no lo sabemos”, podría haber sido un subtítulo alternativo. Particularmente en
la España de hoy. Aparentemente no lo parece, pero la referencia en el subtítulo al
presente nos indica que este es un libro necesario, casi urgente hoy día en España.
Llega oportuno para alumbrar conceptualmente problemas que aparecen a diario
Araucaria. Revista Iberoamericana de Filosofía, Política y Humanidades, año 17, nº 33. Primer semestre de 2015.
Pp. 277-280. ISSN 1575-6823 e-ISSN 2340-2199 doi: 10.12795/araucaria.2015.i33.13
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en los informativos, en un momento en el que los conceptos son imágenes en los
mal llamados “memes”; se confunden democracia y calle, internet y parlamento;
en un momento en el que las palabras vuelan como trinos digitales sin apenas
dejar otro rastro que la parodia, el cinismo y la ira. Podemos ser liberales en
nuestras creencias políticas porque ya lo somos en nuestras vidas.
Pero este es un libro denso intelectualmente porque es filosófico; sus autores
son catedráticos de Filosofía y brillantes pensadores activos del tiempo que les ha
tocado vivir y en este sentido no es baladí señalar que de los muchos otros con los que
dialogan, critican y apoyan pertenecen a las últimas décadas, entre ellos, Ackerman,
Blumenberg, Rivera o José Luis Villacañas, profesor de los autores a quien está
dedicada su obra, como señal, símbolo e indicio de su profundidad intelectual.
¿Qué añadir a tanto libro sobre liberalismo con vocación de recetario político y
económico? Bases sólidas de pensamiento, epistemológicas y antropológicas por
unos filósofos que rehúyen cualquier certeza metafísica del liberalismo clásico, el
iusnaturalismo, por citar una. El tercer liberalismo es antidogmático, falibilista y
pragmatista, pues se basa en una epistemología actual que arranca en Wittgenstein
y Popper y que se prolonga hasta Quine, Davidson y Rorty.
El lector se convierte en pensador de la mano de Galindo y Ujaldón, e irá
a lo largo de las páginas de este libro construyendo heurísticamente una frontera
imaginaria liberal, siempre movible, en la que se puede confrontar y situar. A
uno de los lados, y junto a los autores, están la igualdad jurídica y política de
los individuos, las normas y procedimientos, la necesidad de la comunidad y la
unidad política, la neutralidad del Estado y los límites a su poder coactivo, la
mejora de la comunidad mediante la justicia redistributiva puntual, el mercado
como instrumento más justo pero no exento de regularización, el debate y
diálogo permanentes en la toma de decisiones a través de mecanismos como la
representación política y la elaboración de normas revisables. Frente a ellos: la
concepción de un ciudadano republicano virtuoso y participativo por obligación en
la comunidad, la búsqueda de la felicidad colectiva y la determinación de bienes,
valores y fines colectivos por un Estado expansivo y burocrático, la igualdad
económica de todos y la consiguiente infeliz frustración, el apriorismo, el dogma,
la verdad… Enemigos y adversarios del liberalismo que Ujaldón y Galindo
abordan en el capítulo cuarto de La cultura política liberal. El dogmatismo y
el cinismo son las únicas trincheras que se encuentran en este ensayo porque
las amenazas del totalitarismo y la anarquía están siempre ahí, como enseña la
ciceroniana historia.
“No pretendemos ser originales”, afirman los autores. Y sin embargo lo son
al llevar al lector a zonas de oscuridad y sombras donde el pensamiento se detiene
fascinado y también todo lector que se deje llevar sin urgencias. Son momentos en
los que late un cierto pesimismo antropológico y resuenan algunos de los autores
que más alientan estas páginas, desde Wittgenstein a Weber, de Kant a Isaiah
Berlin y Benjamin. Y entonces se entiende que el liberalismo no es una bandera
para agitar con alegría, sino una salida para llevar sin apasionamiento.
Araucaria. Revista Iberoamericana de Filosofía, Política y Humanidades, año 17, nº 33. Primer semestre de 2015.
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Son especialmente densos los apartados dedicados al sentido de la política,
a la relación con la justicia o con la historia. Y con su densidad filosófica llega
su belleza compositiva de forma y contenido: “como los hombres se mueren
y no han sido capaces de conquistar una mediación con los dioses (…) parece
evidente que solo se tienen a sí mismos en orden a adaptarse a este mundo hostil
y perpetuarse. Es justamente tal hecho que exige postular la existencia de una
relación entre el derecho finito y el ansia infinita de justicia (…) En dicha relación
se concreta la actitud genuinamente liberal que venimos reclamando en este
ensayo” (p. 204). La asunción del pluralismo de Berlin, en tanto afecta a valores
y bienes, es el fundamento del individualismo. El ideal de igualdad liberal es que
“todo ser humano tiene el mismo derecho a usar los recursos materiales de los que
disponga para alcanzar los fines que les parecen mejores”.
Por ello no es osado comenzar la lectura de este libro por el final, porque lo
más importante del liberalismo es el ser humano, en la teoría y en la práctica, sin
el cual no hay comunidad, no hay felicidad ni de uno ni de muchos. Es coherente
que el capítulo quinto y final se dedique a intentar trazar un “retrato-robot” del
llamado “individuo liberal”, porque “el tercer liberalismo” que Galindo y Ujaldón
han desbrozado en las páginas anteriores necesita una cierta actitud englobada en un
término, ironía, que los autores toman directamente de Richard Rorty pero que se
remonta a Sócrates y pasa por pensadores tan dispares como Montaigne o Nietzsche.
El término tiene sus riesgos semánticos y por ello se esfuerzan en demarcarlo del
“cínico”. El liberal ironista es casi un héroe que soporta intelectualmente las aporías
y tensiones infinitas de este “tercer liberalismo”, se sabe conocedor de su fragilidad
intelectual y no por ello se refugia en el calor de su hogar dando la espalda a la
comunidad. El individuo ironista, el liberal de este libro, como Galindo y Ujaldón,
participa en su comunidad mediante el diálogo consciente de su “insociable
sociabilidad” y de la “frialdad” de la recompensa de su empeño colectivo. Pero
no hay otra salida, ni para él ni para los suyos. “Solo un individuo irónico es capaz
de asumir esa moderación de las expectativas que promueve el tercer liberalismo.
Solo alguien irónico, esto es, que se haya desprendido de todo sentido absoluto y
de promesas de felicidad completa, puede con-formarse con la palabra compartida
como única fuente de sentido. Solo alguien así, justamente por no esperar ninguna
redención trascendente ni revelación de verdad alguna, puede experimentar el justo
valor de la solidaridad y hacer suyos los sufrimientos de los demás” (p.290).
Como James Stewart en “El hombre que mató a Liberty Valance”, el ironista
liberal no deja de creer en el valor de sus creencias aunque las sepa finitas en su
eficacia; cree en la razón, la palabra y la ley para que la comunidad sobreviva, pero
sabe también que hay dificultades en la realidad que parecen insalvables hasta que
llega Tom Doniphon. Porque sabe y cuenta la dura verdad, el abogado Ransom
Stodard no es un cínico: es un héroe, un tipo de heroísmo ciudadano, cotidiano y
tranquilo, que demanda hoy una cultura política liberal en nuestra sociedad, tal y
como nos la expone reconstruida y actualizada este ensayo imprescindible.
Araucaria. Revista Iberoamericana de Filosofía, Política y Humanidades, año 17, nº 33. Primer semestre de 2015.
Pp. 277-280. ISSN 1575-6823 e-ISSN 2340-2199 doi: 10.12795/araucaria.2015.i33.13