Eje Histórico
Por Maximiliano Molocznik y Gustavo Morillo (lunes 1 febrero 2009)
La difícil aceptación de la modernidad
Gustavo Morello
L
a propuesta de este eje histórico es analizar el proceso histórico de la distribución de las riquezas y buscar propuestas para el futuro asumiendo la memoria de los pueblos.
Dentro de esta perspectiva, yo les quiero proponer un mapa histórico de la iglesia en los últimos 50 años, como para brindarles una orientación sobre escenarios, tendencias y actores que les ayuden en las reflexiones que llevarán a cabo en los talleres.
La riqueza es la riqueza material. Pero también es la posibilidad de elegir herramientas en libertad, de decidir qué caminos tomar y cómo hacerlo. Quiero repasar con Ustedes lo que considero han sido los procesos más importantes para que los cristianos en Argentina seamos más libres, que tengamos más elementos y oportunidades para elegir.
Creo que en los últimos cincuenta años el pueblo de Dios en Argentina protagonizó dos procesos importantes que nos hicieron más ricos. Uno, el proceso conciliar: desde el inicio del CVII en 1962 hasta Medellín en 1968; el otro, el proceso del terrorismo de estado desde 1973 hasta 1983.
1. La matriz integrista
La Argentina moderna nació bajo la hegemonía liberal, por eso en las últimas décadas del siglo XIX lo religioso dejó de ser un factor de relevancia social pública. El catolicismo quedó fuera del mito liberal y la iglesia fuera del sistema de poder. Pero la crisis de la hegemonía liberal, a partir de las primeras décadas del siglo XX, posibilitó el surgimiento de un catolicismo revanchista y reaccionario que hizo de su marginación un rasgo identitario: el catolicismo argentino será, durante el siglo XX, profundamente antiliberal.
La percepción en la entreguerras era que el sistema liberal estaba agotado. La crisis de las ideas e instituciones políticas liberales ubicó al nacionalismo como una referencia ideológica que ayudó a la cohesión social y a la identificación nacional. Desde esta perspectiva, el catolicismo se trasformó en un signo de nacionalidad. La fuerza del mito de la nación Católica consistió en permitir una lectura del pasado, un posicionamiento en el presente y un proyecto futuro. El tiempo, la historia y sus protagonistas, se ubicaban en un plan divino sobre Argentina.
Con el Congreso Eucarístico Internacional de Buenos Aires, en 1934, dio comienzo esta una nueva etapa en la historia de la Iglesia argentina. La Iglesia ganó la calle, se hizo presente de un modo masivo y dejó atrás el complejo de inferioridad a la que la había sometido el pensamiento liberal. Se convirtió en una realidad que había que atender por su capacidad de movilización.
La Iglesia, con escasa presencia institucional en la sociedad civil, tomó parte en la discusión sobre el proyecto de país. Consideraba que el problema del deterioro de las instituciones liberales y el laicismo requería luchar contra ese orden y construir un orden católico. El individualismo liberal había sido un desvío que Argentina tenía que abandonar para retomar la senda de su catolicismo.
Las encíclicas sociales marcaban el rumbo que el orden cristiano, y el mundo, debían seguir.
En los años que van del 30 al 45 ese intentó de construir un país católico. El catolicismo reinventó una tradición nacional católica desde la cual intentó definir la argentinidad. Surgió el mito de la nación católica, según el cual el catolicismo era la única y verdadera ideología nacional que estructuraba toda la argentinidad. Un mito que se fundó sobre otro: el de un pueblo católico. Este pueblo estaba amenazado por ideologías extranjeras, infiltraciones apátridas. Este mito de bases confesionales tenía mucho de voluntarista, ya que por su debilidad en la sociedad civil, la iglesia no podía proponerse como garante de relaciones sociales armónicas. La debilidad propia y la marginación del sistema institucional hicieron que el catolicismo intentase imponer su proyecto de cristianización social a través de la conquista del estado. La iglesia se preocupó más por reconquistar el estado que por un fortalecimiento del catolicismo en la sociedad civil.
Este modo de ser católico es conocido como “catolicismo integral”. Es un catolicismo que se propone la colonización católica de todos los ámbitos de la vida y elaborar respuestas propias frente a los problemas sociales, sin tener en cuenta ni dialogar con otras fuerzas o tradiciones de pensamiento. Así, el proyecto integral surge con el objetivo de diferenciarse (y rechazar) otras posturas. La apuesta es crear una Argentina católica, restaurando los verdaderos valores.
El nacionalismo aparece como el referente político obligado de esta perspectiva teológica. La ‘defensa de la argentinidad’ es invocada ante cualquier otra idea que amenaza. La discusión política en estos grupo pasaba por optar entre algún nacionalismo, pero el nacionalismo no se discutía. Los enemigos eran el liberalismo, el protestantismo, la revolución francesa, el socialismo o el judaísmo.
El marco filosófico-teológico era el de un neotomismo reaccionario al modernismo de principios de siglo. Intentó crear una nueva Cristiandad, reconfigurando la sociedad y el orden político según entendían esos pensadores la ley de Dios. Desde este marco teológico se involucran en cuanto debate había en el país: educación, teatro, moda, relaciones internacionales; frente a todo esto la iglesia tenía la única solución verdadera. La apuesta política del “integrismo” pasaba por la creación de un régimen que impusiese por la fuerza el imperio de la ley divina por sobre el estado y los hombres. En este proyecto, el ariete de conquista estatal era el Ejército, que por ser una institución previa al estado liberal podía apelar a una “nacionalidad” neutral. El proyecto eclesial era reconquistar el estado para que con sus herramientas el estado defendiese al catolicismo.
Hubo un intercambio de roles entre las instituciones religiosas y las militares. Defender esta versión del catolicismo era defender la esencia nacional. De ahí que el estado se transformara en custodio de la ortodoxia católica. Mientras que los militares se transformaron en teólogos del catolicismo nacional, importantes sectores católicos se militarizaron.
La filiación católica se constituyó en un rasgo excluyente de la identidad nacional, se superpuso la categoría de católico con la de ciudadano. Quien estaba fuera de lo nacional-católico, estaba fuera de toda legitimidad.
El mito de la nación católica fue una forma de fundamentalismo: una identidad religiosa asumida como rasgo identitario fundamental de una comunidad secular. La defensa de la propia civilización justificó la deshumanización del enemigo, del que no creía en ese proyecto comunitario. El catolicismo es alma del ser nacional, lo argentino es católico y lo no católico no es propiamente argentino. La negación de la dignidad de la ciudadanía a quienes no cabían en estos límites “católicos” fue el caldo de cultivo de la represión. Los enemigos, deshumanizados, eran traidores a la patria, un peligro para el alma de la nación.
Como lo religioso se proyectaba sobre lo político, y en la concepción de Cristiandad no había espacio para la tolerancia, la política tampoco sería plural. Se trasladó a la política el espíritu de cruzada religiosa. Las instituciones democráticas, encaradas justamente de gestionar el conflicto, quedaban desvirtuadas; el conflicto social, natural en la sociedad política, aparecía como algo indeseable.
El sentimiento anti-liberal hizo que muchos simpatizaran con el surgimiento del peronismo, como un proyecto de país distinto del liberal-laicista. No pocos católicos vieron en Perón el líder que liberaría a las masas de la alienación del liberalismo, el socialismo y el comunismo. Junto con la seducción de un “Proyecto Nacional, Popular y Revolucionario”, el peronismo adhirió y en muchos casos intentó implementar la incipiente Doctrina Social de la Iglesia. Para muchos, Perón puso en obra lo que la Iglesia pensaba. La preocupación del peronismo por los más necesitados fue vista con simpatía por muchos cristianos argentinos. Por su parte, el mito de la nación Católica, secularizado, fue parte de la identidad peronista.
La iglesia no sólo fue cruzada y estuvo al medio de los conflictos de los años ’50, sino que los actores postulaban o rechazaban el catolicismo como modo de identificarse políticamente. Grupos católicos, inspiraos en Maritain, intentaron disputar a Perón su “catolicismo social” fundando la Democracia Cristiana. La iglesia fue uno de los protagonistas de los conflictos sociales que atravesaron el país en los ’50. Por eso no sorprende que la continuidad del conflicto ‘posperonismo’ haya impactado en las filas del clero.
2. El impacto del Vaticano II
El Concilio Vaticano II rompió el molde ideológico de la “nación católica” y dejó mal parado a sus guardianes. La iglesia argentina no estuvo preparada para el proceso de apertura iniciado desde Roma. A raíz de la teología conciliar Roma permitió el pluralismo religioso y tolerante al interior del catolicismo. Pero permitir no es aceptar. La tentación de controlar el estado en un solo movimiento e imponer el integrismo religioso seguirá vigente por mucho tiempo.
El conflicto surgido al interior de la iglesia por los cambios teológicos introducidos por el Concilio se tradujo en un problema de legitimación del poder. Por eso el eclesial fue uno de los ámbitos más virulentos de los conflictos sociales y políticos de la Argentina en los ’60 y ’70.
El anuncio de Juan XXIII del 25 de enero de 1959 convocando a un Concilio fue acogido tímidamente en la mayoría de las diócesis de América Latina, significó un cambio importante respecto de los concilios anteriores en dos aspectos: uno, por la creación de una comisión para el apostolado de los laicos y, dos, la elección de obispos encargados de diócesis, es decir con un trabajo pastoral concreto, como miembros de las comisiones. Si bien en un primer momento predominaban los simpatizantes con tendencias conservadoras, también aparecieron los nombres de los antiguos perseguidos de la Nouvelle Theólogie.
Las autoridades eclesiásticas argentinas de los años ’60, formadas en el neotomismo teológico, el integrismo social y el nacional catolicismo, no estaban preparados para la teología que se empezaba a discutir en círculos teológicos europeos y argentinos. La actitud de la jerarquía fue la de clausurar cualquier debate imponiendo su autoridad. Cuando el Concilio Vaticano II legitimó la teología “sospechosa”, el desconcierto fue absoluto. Confiados en la capacidad de confabulación de los curiales romanos en orden a “controlar” los ímpetus renovadores, los obispos argentinos evitaron poner a sus diócesis en “estado de concilio”. Mientras la prensa católica no se ocupó de la convocatoria al concilio, el episcopado no le dedicó ninguna carta pastoral ni se ocupó del tema en sus asambleas. Sólo en unos pocos seminarios y diócesis hubo debates. Un grupo de profesores se congrega en Buenos Aires en torno a Pironio, otra gente se vinculó con Mejía en la revista “Criterio”; algo similar ocurrió con Devoto en Goya, y en torno a Angelelli y el Hogar Sacerdotal en Córdoba.
El Concilio se inauguró el 11 de octubre de 1962, se clausuró el 8 de diciembre de 1965 y contó con la presencia de 2500 “padres conciliares”. En la asamblea se reunieron obispos de los cinco continentes, con un peso importante y desconocido hasta entonces de las “Iglesias jóvenes”.
Las resoluciones del Concilio fueron surgiendo de la tensión entre progresistas y conservadores.
Los conservadores, numéricamente más débiles, estaban apoyados por la Curia Romana; el grupo progresista contaba con el aval de los obispos de los países “de misión” y el ímpetu de unos 300 expertos convocados para trabajar en distintas comisiones. Estos teólogos presentaron a los obispos las nuevas tendencias teológicas, redactaron algunos borradores, mantuvieron contactos directos, dictaron conferencias, etc.
La reflexión teológica recibió aportes desde distintas situaciones. El Vaticano II dio un impulso definitivo al diálogo ecuménico e interreligioso dentro de la Iglesia católica. A su vez consagró el principio de libertad religiosa y la separación de la Iglesia y el estado haciendo ver las ventajas que el catolicismo obtendría de semejante actitud.
El Concilio incorporó a la reflexión eclesial, desde una perspectiva más inductiva, los temas relacionados con la secularización y la pobreza. Asumiendo los problemas del hombre se buscaron alternativas que tuviesen que ver con lo específico cristiano. Surgieron nuevos ámbitos teológicos, tales como la teología política y la teología de la liberación. Esta reflexión, más en sintonía con las condiciones históricas, cambió las perspectivas de abordaje de los problemas sociales: más que hablarle al mundo se trató de escucharlo.
Posiblemente el fruto más importante de todo este esfuerzo fue el replanteo de la propia identidad católica. Una parte importante de la Iglesia era consciente de que esta renovación no se podía hacer con las antiguas estructuras eclesiales. Era necesario, si se pretendía dialogar con el mundo contemporáneo, no sólo rejuvenecer la teología sino también las estructuras concretas de acción de la Iglesia, renovando la organización desde la función de los obispos hasta en la vida parroquial.
La iglesia manifestó la conciencia de ser un grupo más dentro de la sociedad, aceptando a ésta como una realidad secular y pluralista. Se tomó conciencia de que la autoridad eclesial puede tener un ascendiente moral importante, pero no es una autoridad aceptada por todos como tal. Además, se reconoció que el laico cristiano tiene una función orgánica en la vida de toda la Iglesia. Esta misión se revaloriza y se lo anima a actuar en todos los ámbitos de la vida. En definitiva, el Concilio fue la reconciliación de la iglesia con el espíritu de la modernidad, el reconocimiento de que el mundo es autónomo de ella y de que la iglesia lo acepta tal como es.
No es exagerado decir que recién en el Vaticano II se superaron las matrices culturales grecolatinas.
La Iglesia comenzó a pensarse como “no necesariamente europea”. Este movimiento intelectual ayudó a que las Iglesias periféricas generen un intento propio de reflexión teológica, muy vinculado a lo particular y concreto de las situaciones de cada región. Este impulso será fundamental para explicar las posturas cristianas revolucionarias en América Latina. Ellas surgieron de la reflexión teológica sobre la realidad social de la región.
3. El Catolicismo posconciliar
Si bien hasta los ‘60 América Latina no tuvo una producción teológica importante, muchos de los seminaristas de este continente que durante los ‘50 estudiaron en Europa se interesaron vivamente por la traducción de las obras de la Nueva Teología, por generar reflexión en centros de estudios, convocar reuniones de investigación, etc. Esta dinámica motorizó el comienzo de una reflexión teológica latinoamericana. El proceso, sin embargo, se dio en coordenadas distintas a las europeas.
Mientras la teología europea añoraba re-encontrarse con las grandes mayorías, en América Latina las masas populares ya ocupaban un lugar prioritario en el ámbito de la Iglesia. Esto marcó una diferencia importantísima en las líneas teológicas. Mientras que del otro lado del Atlántico la indiferencia y el ateísmo fueron los motores de la reflexión; aquí, el inmenso peso de un pueblo creyente y empobrecido demandaba una respuesta de la iglesia y la teología a sus problemas.
Cuando se clausuró el Concilio ya se hablaba de una encíclica sobre la cuestión social. Por eso no sorprendió que Pablo VI escribiera Populorum progressio, metiéndose de lleno en el problema del Tercer Mundo. La recepción de esta encíclica en América fue importantísima. Populorum Progressio afirmaba que si bien el progreso de la economía permitiría atenuar las desigualdades sociales, hay más contrastes y diferencias entre la opulencia y la miseria. Mientras algunos tienen cada vez más poder, otros viven y trabajan en condiciones miserables. El riesgo que se corre es el de una transformación violenta.
Seis meses después de PP apareció el Mensaje de 18 obispos del Tercer Mundo, apadrinado por Helder Cámara, obispo de Recife. El documento afirmaba que los pueblos del Tercer Mundo eran el proletariado de la humanidad, explotado por las naciones más ricas. Sostenían que si un sistema político dejaba de asegurar el bien común, la Iglesia no solo debía denunciar la injusticia, sino también colaborar con un orden de cosas más justo. El socialismo era más justo que el capitalismo, porque “el verdadero socialismo es el cristianismo integralmente vivido”, el sistema que mejor adaptaba los requerimientos morales del Evangelio. La religión no era opio del pueblo sino fuerza de los débiles.
Esta declaración de los 18 obispos tercermundistas preparó el camino a lo que sería la reunión del episcopado latinoamericano en Medellín. Esta segunda Asamblea, reunida del 26 de Agosto al 6 de Setiembre de 1968, se hizo intérprete de la queja de los miserables del continente. La conferencia se caracterizó por generar espacios de diálogo con los otros cristianos invitados a la conferencia, o entre los universitarios y líderes obreros que se juntaban en distintos lugares de la ciudad colombiana para debatir lo que se trataba dentro de la Asamblea.
Su influencia fue decisiva en la historia de la Iglesia en América latina: por primera vez la jerarquía tomaba conciencia oficialmente de la gravísima situación de injusticia social a la que señaló como violencia institucionalizada. El cambio de estructuras que América necesitaba no vendrá sin una profunda reforma del sistema político que pusiese en el bien común su única finalidad, sin la formación de una conciencia social preocupada por los problemas comunes.
Medellín amplificó las tensiones del catolicismo argentino, especialmente en lo social y político.
Finalizada la reunión, los Episcopados nacionales fueron aplicando a sus países las conclusiones de Medellín. El 20 de abril de 1969 se reunió el Episcopado Argentino en la localidad bonaerense de San Miguel. En el documento publicado se afirma que si la historia ha creado estructuras injustas en el país, la liberación cristiana también debe abarcar las estructuras económicas, culturales, políticas.
Inspirados en el Evangelio, los cristianos se comprometen en la defensa de los derechos de los pobres y se comprometen a colaborar con todos los que trabajen para eliminar la marginación y la injusticia, las desigualdades hirientes. Para realizar su tarea evangelizadora, la Iglesia debe compenetrarse con el pueblo, con sus costumbres y riquezas, e iluminarlas desde el Evangelio; al igual que Jesús, debe acercarse especialmente a los pobres y oprimidos.
Resumiendo, el proceso del Concilio hizo que la Iglesia de América Latina tomara conciencia de los problemas sociales no como desajustes de coyuntura sino como problemas estructurales. La caridad y la beneficencia no bastaban. El orden social necesita un cambio de fondo, y era un deber del católico luchar por él.
4. Los Sesenta en el catolicismo argentino
El impacto del Vaticano II en la iglesia local fue institucional y psicológico. El desconcierto episcopal fue acompañado por la desorientación de la dirigencia argentina que había sostenido el nacional catolicismo. Los adherentes a la “nación católica” se resistieron a incorporar el concilio, ya que eso significaba renunciar a la tutela sobre el “alma nacional” y redefinir la naturaleza del catolicismo argentino: ser el sustento de una sociedad civil pluralista. La legitimación automática de las fuerzas armadas a través del magisterio católico, se hizo imposible luego del Concilio Vaticano II. La novedad fue que quienes se opusieron al mito nacional católico lo hicieron invocando su adhesión al catolicismo.
Mientras la jerarquía se había esforzado en bloquear las posiciones de los renovadores, el Vaticano las hacía “doctrina oficial”. La consagración de la ortodoxia de la línea renovadora paralizó y desconcertó a la jerarquía local, porque con esto minó los cimientos neotomistas del integrismo patrio desde el que parecía un aliado incondicional: Roma. Este aval papal legitimó los planteos reformistas de amplios sectores de la iglesia argentina la jerarquía se vio obligada a una renovación que no quería. Lo que para unos obispos era un despertar de inquietudes teológicas y de un evangélico compromiso social, para otros era una herejía, un error que amenazaba con destruirlo todo. La polarización eclesial fue consecuencia de la incapacidad de la jerarquía de dar espacios y cauce institucional a los planteos renovadores del Vaticano II. La radicalización conservadora, en vez de atenuar la virulencia del clero progresista, no hizo más que exasperarlo y aumentar sus críticas.
Las Fuerzas Armadas y la burguesía nacionalista buscaron refugio ideológico en estos sectores reaccionarios de la iglesia y, a cambio, pusieron a disposición de los obispos sus recursos de poder civil, económico y militar. En el contexto de conflicto entre posiciones progresistas y conservadoras, FF. AA. e iglesia se unieron contra una amenaza común. La alianza de las jerarquías eclesiales y militares hizo del conflicto “católico” un problema “civil”. El catolicismo fue también una forma de nombrar el conflicto, un lenguaje político de “sustitución”.
Los grupos renovadores eran muy diversos: desde los que respetaban la naturaleza jerárquica y la moderación política anteponiendo la renovación espiritual, pasando por un sector que entendía la renovación como un modo de revitalización del imaginario nacional católico hasta un grupo decididamente rupturista, que planteaba una transformación institucional profunda y una participación fundamental del laicado en la pastoral y el diálogo con pensamientos contemporáneos.
La renovación estaba conformada por “evolucionistas” y “radicales” según la gradualidad de sus planteos y el impacto de los mismos en la iglesia y sus relaciones con el mundo.
Bajo el título de catolicismo posconciliar convergieron una serie de grupos muy heterogéneos, con intereses y experiencias disímiles, pero coincidentes en la búsqueda de una reformulación de la identidad y la misión cristiana. Los protagonistas cristalizaban un modo de traducir el evangelio a la realidad social y política del país. Su gran influencia no fue tanto “numérica” como “cultural” ya que encarnaron un modo nuevo de vivir y pensar la fe católica.
Una nota importante sobre este tipo de catolicismo: los cristianos se preocuparon no sólo de la práctica litúrgica y religiosa, sino también por el compromiso social. Las organizaciones juveniles comenzaron a trabajar en villas y barrios marginales, descubriendo un mundo distinto. Muchos jóvenes tuvieron su primer contacto con la pobreza a través de los grupos católicos que trabajaban en las villas miseria y en las misiones que se organizaban al interior. En general se sentían muy identificados con Jesús, con su amor a los pobres y su Evangelio, aunque no tanto con las prácticas del catolicismo. Se sentían convocados por el compromiso cristiano más que por su inclusión en la Iglesia.
Mientras que la renovación se congregaba en torno al MSTM, con unos 410 miembros activos; el clero castrense, el más grande de América Latina con sus 210 capellanes, aglutinaba la facción integrista.
5. Los católicos y el terrorismo estatal
La radicalización revolucionaria de creyentes cristianos fue cierta y también es verdad que muchos militantes católicos confundieron principios teológicos con estrategias de acción política inmediata.
Los conflictos dejaron los templos para expandirse en el mundo social y político y, en un movimiento pendular, retornar demoledoramente sobre el mundo católico.
La politización del clero y el laicado condujeron no sólo a la fractura del mundo católico en general, sino también a la implosión del sector progresista: su paulatino aislamiento de las bases, las constantes sanciones disciplinarias de la jerarquía, y la ruptura de Perón con Montoneros, los fue dejando a la intemperie cuando el terrorismo estatal arrasó con el país.
La iglesia argentina de los 60 y 70 está atravesada por heridas en todos los niveles (clero, obispos, laicos) y ámbitos (teológico, político y social); hay católicos asesinados y asesinos, mártires y martirizadores. Este maniqueísmo se reflejará en la conferencia episcopal. Los obispos sabían lo que estaba pasando y algunos estaban sinceramente angustiados, incluso hubo protestas públicas que impactaron en la sociedad. Pero no actuaron con firmeza. Las razones son varias. Entre ellas, que como el conflicto era entre dos pilares de la nacionalidad, lo que había que corregir se hacía en familia, secreta y discretamente. La convicción de los represores de estar de actuando en defensa del orden occidental y cristiano y del ser nacional y católico, coincidió con el perfil de las víctimas de la represión: los militantes del el progresismo posconciliar. Segundo, la jerarquía argentina privilegió el cuidado de su influencia pública prescindiendo de conflictos que la hicieran “tomar partido”, aún a costa de callar frente a la tortura y la desaparición. Finalmente, la presión vaticana por mantener la ‘unidad a toda costa’ hizo que los obispos optaran por el silencio, mientras que los obispos más integristas y el discurso más combativo fuesen paulatinamente reemplazados por obispos conservadores y llamados a la reconciliación social, la exhortación al diálogo y la flexibilización pastoral. En lo teológico esto significó la relectura del Vaticano II, no ya en clave de liberación, sino de “Teología de la cultura”.
Frente a este comportamiento institucional surgió una militancia católica por los derechos humanos que va a marcar los primeros pasos de las organizaciones de derechos humanos (Serpaj, 1974; APDH, 1975; MEDH, 1976; Madres, 1977; CELS, 1979); y que a su vez será modificado por esta experiencia. Muchas de estas contribuciones empezaron desde una pastoral clásica (rezos, rosarios, misas) que sirvieron para acompañar a las familias. El contacto personal con el sufrimiento abrieron a los referentes católicos a una dinámica social novedosa. Poco a podo ayudaron ofreciendo lugares de reunión, recursos, relaciones, organización, etc. Este catolicismo, que recurrió sin éxito al estado o a los obispos, se terminó transformando en un cristianismo de la sociedad civil, que asumió su misión activamente. Además, el acompañamiento de otras iglesias cristianas lo transformó en ecuménico y plural.
La derrota de Malvinas terminó con el PRN y con el integrismo católico. Lo que queda hasta hoy, es un integrismo intolerante y virulento, pero residual, sin anclaje político social fuerte. No deja de ser paradójico que este catolicismo nacionalista y militarizado haya sido derrotado por las armas de una potencia liberal y protestante.
6. El catolicismo en democracia
Durante el período democrático, la Iglesia se asumió como el interlocutor que representa a la sociedad frente al estado. En su auto comprensión, la Iglesia no es una voz sectorial, sino social.
Cuando la voz de la Iglesia coincidió con el humor social, la Iglesia efectivamente representó. Pero cuando su voz no es representativa (desaparición de personas, salud reproductiva, educación), surgen ruidos que la Iglesia en tanto que actor social, no termina de entender. Creo que esto se da porque se mantiene la matriz integrista: el catolicismo es sinónimo de argentinidad; desde allí se hizo la crítica al neoliberalismo.
No se asume como una minoría social, como un sector. La iglesia padece cierto individualismo institucional. En algunos temas se cuida a sí misma frente a otros colectivos, pretendiendo defender el bien común; hay un recurso constante a la unión del cuerpo, pero a veces pareciera que se defiende más la visión corporativa de una jerarquía, que a su vez, es elegida al margen de las iglesias locales.
Y aquí otro tema recurrente en el período democrático. La iglesia ha sido crítica del establishment político, pero tal vez haya faltado, de parte de la autoridad eclesiástica, una autocrítica seria a su propia labor como dirigencia social en Argentina. Si bien se pidió perdón por la actuación de algunos miembros de la iglesia en la época de la dictadura, no se evaluaron las actitudes específicas de la jerarquía en esos años, ni se examinó la conducta de los obispos en tanto dirigencia nacional.
Me refiero con esto a la falta de propuestas alternativas concretas de los organismos católicos, la falta de una reforma que haga más austera la vida de la iglesia, la representatividad de los mismos obispos, la participación genuina de la gente en los procesos de tomas de decisiones. En cierto modo, cuando los obispos critican a la dirigencia interpretan el sentir de un basto sector social, pero se olvidan de que ellos mismos son una dirigencia social especialmente importante en la dinámica argentina.
La iglesia dejó de ser fuente de legitimidad al fortalecerse los procedimientos democráticos. Pero sigue siendo una institución creíble. Esta ascendencia se puede entender por tres razones: primero, también fue víctima de la represión, aunque el comportamiento de la jerarquía del momento haya sido lamentable; segundo, frente al “Estado Desertor” la iglesia asume el rol de contención social, de modos diversos, desde el asistencialismo a programas estructurales, pero con sincera preocupación por los pobres; tercero, frente a la crisis de representatividad, la iglesia es mediadora en conflictos sociales, en reclamos sindicales y políticos, en pedidos de justicia, reclamos de tierras, asentamientos marginales, etc.
Que la iglesia siente a la dirigencia política y social a dialogar no es poco; pero es “asistencialismo” político, el equivalente a dar de comer al hambriento. La colaboración fecunda con la democratización efectiva tiene que pasar por una conversión en las propias estructuras eclesiales: es allí en donde se pueden formar ciudadanos, los modos de participación laical en las estructuras pastorales puede ser un semillero de actitudes democráticas. Mucha gente participa en algún grupo de iglesia, algunos hablan de un 40% sobre el total de gente que participa, tal vez conformen la primera minoría de militantes de ONG. El problema está en el trato cotidiano que la gente recibe: la arbitrariedad del encargado, el paternalismo sacerdotal, la falta de memoria histórica de los que llegan y la inercia institucional de los que ya están. Nuestro “modo político” de proceder en las parroquias, en las escuelas, en la universidad, suele ser arbitrario, paternalista, no democrático. Si estas estructuras de funcionamiento cotidiano no se modifican, ¿cómo enseñarle a la gente que no vote mesianismos políticos, caudillos demagógicos, paternalismos corruptos? Las instituciones políticas son el fruto de una trama de intereses, son la cristalización de una lucha, del momento histórico de una sociedad. Las instituciones reflejan la vida social. El problema es, entonces, nuestra vida en común. Creo que una profundización en los modos de participación eclesiales contribuiría, indirecta pero sólidamente, a la construcción de la comunidad.
7. Conclusiones
1. Las iglesias no son un actor político homogéneo. Hay una presencia cristiana diversa en múltiples espacios sociales y políticos.
2. El interlocutor político primero no siempre es el estado, la sociedad es un sujeto plural que también está en el juego.
3. La participación de actores cristianos en las demandas sociales puede ser un modo de dar contenido a la democracia.
4. Las iglesias conviven y compiten con otros oferentes de sentido.
5. Las iglesias siguen siendo facilitadotas de recursos socio políticos, tanto a las bases como a las elites.
6. Amenaza: La irrelevancia social de lo religioso,
7. Oportunidad: la oferta personal de sentido: el respeto por la conciencia del otro, una propuesta de construcción comunitaria que defienda toda vida y no imponga proyectos de felicidad.
8. Bibliografía
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Mallimaci, F (1992) ‘El catolicismo argentino desde el liberalismo integral a la hegemonía militar’ en AA. VV., 500 años de cristianismo en Argentina, Centro Nueva Tierra – CEHILA, Buenos Aires, p. 197-365.
Morello, G (2003) Cristianismo y Revolución. Los orígenes intelectuales de la guerrilla argentina Córdoba, Editorial de la Universidad Católica de Córdoba (EDUCC).
---(2004) ‘20 años de democracia: La iglesia en Córdoba’ en Studia Politicae, 02 verano 2004, p 147-178.
---(2007) ‘El Concilio Vaticano II y su Impacto en América Latina: a 40 Años de un cambio en los paradigmas en el catolicismo’, Revista Mexicana de Ciencias Políticas y Sociales, XLIX, 199, enero-abril 2007: 81-104.
Zanatta, L (1998) “Religión, nación y derechos humanos. El caso argentino en perspectiva histórica” en Revista de Ciencias Sociales 7/8, Quilmes, Universidad Nacional de Quilmes, p. 169-188.
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Distribución de la riqueza para la vida de los pueblos:
Un aporte desde el pensamiento nacional,
popular y latinoamericano
Selección de textos y documentos: Prof. Maximiliano Molocznik
Arturo Jauretche (13/11/1901-25/05/1974) inició su lucha en el campo popular a mediados de la década del 20 adhiriendo al yrigoyenismo. A partir de ese momento y hasta su muerte fue un militante infatigable entreverado en los acontecimientos más importantes de su época, siempre en la vereda de "mis paisanos", como él decía, jugándose una y otra vez contra las minorías oligárquicas. Participó activamente en "la resistencia radical" posterior a 1930 y en varias oportunidades sufrió cárceles y resguardó su vida pasando a la clandestinidad.
Hacia 1935, se constituyó en uno de los fundadores de FORJA (Fuerza de Orientación Radical de la Joven Argentina) para reivindicar, desde allí, las banderas yrigoyenistas ante la creciente claudicación de la dirección del Partido Radical controlada por "los alvearistas". Durante diez años, "vivió para FORJA" -según la consigna que él mismo lanzara- denunciando, junto con Raúl Scalabrini Ortiz. la sumisión semicolonial de la Argentina respecto al imperio británico .Al emerger el peronismo -disuelta FORJA en diciembre de 1945- pasó a colaborar con el nuevo movimiento, al cual juzgó una continuación del yrigoyenismo auténtico, que la cúpula radical había traicionado.
Fue presidente del Banco Provincia de Buenos Aires entre 1946 y 1950, sosteniendo luego, desde el llano, su adhesión al gobierno timoneado por Perón, aunque manteniendo algunas disidencias. Sin embargo, producido el golpe militar del 16 de setiembre de 1955 fue uno de los primeros en denunciar su carácter reaccionario. Entre 1955 y 1958 desde Líder, El 45, y la revista Qué, fustigó severamente al gobierno usurpador.
Después de apoyar el acuerdo del peronismo con Frondizi, volvió a replegarse hasta el verano de 1961 en que se lanzó a la campaña electoral por la senaduría porteña, fracasando en el intento. A partir de ese momento, Jauretche concentró su labor en la tarea ideológica destrozando, en agudas polémicas, los mitos forjados por la clase dominante en historia, economía. literatura, etcétera. Enseñó entonces, a "pensar en nacional", es decir a desarrollar una concepción opuesta a aquella que había impuesto la clase dominante, tarea en la que se convirtió en maestro indiscutible. El medio pelo en la sociedad argentina, Manual de zonceras argentinas y Los profetas del odio y la yapa, completaron su labor ensayística fundamental que había iniciado mucho tiempo atrás, pero que ahora alcanzaba, a partir de 1966, un notable éxito que lo convirtió en best setter, en la medida que se operaba la nacionalización de las clases medias.
En los años siguientes, colaboró notablemente con sus ideas y su permanente compromiso, a la marea social que quebró el poder oligárquico el 11 de marzo de 1973. Entonces sostuvo que para el peronismo resultaba insoslayable el "transvasamiento generacional", coincidiendo con los jóvenes en el planteo del "socialismo nacional".Angustiadamente vivió los sucesos políticos desarrollados a partir de junio de 1973, hasta que el 25 de mayo de 1974 falleció de un infarto, en Buenos Aires, dejando no sólo el ejemplo de su conducta sino enseñanzas fundamentales para la construcción de un pensamiento revolucionario en la Argentina.
Norberto Galasso, Buenos Aires, febrero de 1998
El pensamiento colonial
Superestructura cultural
A la estructura material de un país dependiente corresponde una superestructura cultural destinada a impedir el conocimiento de esa dependencia. Los Profetas del Odio, Pág. 32. 1957.
Colonización mental o cultura nacional
El establecimiento de una verdadera cultura lleva necesariamente a combatir la "cultura" ordenada por la dependencia colonial (...) Desde el principio, nuestra "inteligentzia" identificó con cultura los valores universales consagrados por los centros de poder, con exclusión de toda otra cultura...(Pero) Bajo esa apariencia de valores universales se siguen introduciendo como tales los valores relativos correspondientes sólo a un momento histórico o lugar geográfico, cuya apariencia de universalidad surge exclusivamente del poder de expansión universal que les dan los centros donde nace con la irradiación que surge de su carácter metropolitano. Tomar como absolutos esos valores relativos es un defecto que está en la génesis de nuestra "inteligentzia" y de ahí su colonialismo. Los Profetas del Odio. Pág. 146/147. 1957.
Colonialismo intelectual o sabiduría popular
La incapacidad para ver el mundo desde nosotros mismos ha sido sistemáticamente cultivada en nuestro país. No pretendo desdeñar los factores lógicos que hacen gravitar lo universal sino señalar como se ha evitado la compensación natural con lo propio y la síntesis equilibrada en la expresión de nuestra personalidad. De aquí que el iletrado se desoriente mucho menos que el culto cuando trata nuestros problemas en concreto. No lo digo en elogio del analfabetismo, como apuntará maliciosamente alguno, pero si en demérito de la mala ilustración. Los Profetas del Odio. Pág. 159, 1957.
Educación colonial
La escuela nos enseñó una botánica y una zoología técnicas con criptógamas y fanerógamas, vertebrados e invertebrados, pero nada nos dijo de la botánica y la zoología que teníamos delante. Sabíamos del ornitorrinco, por la escuela y del baobab por Salgari, pero nada de baguales ni de vacunos guampudos. e ignorábamos el chañar, que fue la primera designación del pueblo hasta que le pusieron el nombre suficientemente culto de Lincoln... ¿Cómo extrañar entonces que mirásemos despectivamente las cigüeñas de nuestros bañados, al compararlas con las muy literarias y europeas que anidan en las torres de las iglesias? ¿Cómo comparar el indígena zorro, que acabábamos de trampear, con el respetable "Maitre Renard", mencionado en la escuela? De esa formación han salido las Navidades con nieve y los Papá Noel de nuestros niños y las primaveras abrileñas de nuestros poetastros. Conocíamos el Yan Tse Kiang y el Danubio, pero la escuela ignoraba el Salado de Buenos Aires, que nace allí, en las lagunas donde buscábamos las nidadas del juncal... ¿Cómo nombrar la laguna del Chancho, en esa escuela donde el chancho era cerdo? ¿Qué decir de una historia a base de héroes de cerería tan absurdos como los niños modelos propuestos por los libros escolares y que nos obliga o a buscar nuestros héroes con valores humanos en la literatura de ficción o en la historias de otros países? Los Profetas del Odio. Pág. 168, 1957.
Economía
En lugar de discutir lo fundamental, es decir, si construimos una economía nacional o una economía de dependencia, se da por supuesto que aquella no existe o es inconveniente, se discute dando por sentado que lo único posible es la economía dependiente Y el debate se convierte en una discusión para ver cual de los dos contradictores es más útil a la economía dependiente en la cual están de acuerdo los dos. Diario Mayoría. 25/1/1960.
El dirigismo tiene el sentido que le da el que dirige ya que siempre hay dirigismo. Sólo que se llama dirigismo cuando dirige el Estado. Y se llama libertad económica, cuando dirigen los grupos monopolistas particulares, que en los países coloniales o semicoloniales no son muy particulares, porque a su vez, están dirigidos por la política del imperio dominante... Política y Economía, Pág. 15. 1977.
Se nos presenta una falsa opción entre dirigismo y libre empresa. No es así. siempre hay dirigismo, nacional o extranjero. Y de quien aplique ese dirigismo, surge la condición libre o colonial de un país. Diario Mayoría. 17/1/1960.
A ellos (los intereses dominantes que venden al exterior) les interesa la pobreza, la decadencia y la miseria del país, porque les interesa el bajo costo de producción exclusivamente, para poder seguir la carrera de los bajos precios que imponen desde afuera Peón barato y población urbana mísera es su ideal, porque su única finalidad es bajar costos, para exportar a bajo costo, es decir, eliminando la competencia del mercado interno de consumo Política y Economía, Pág. 81.197
Rol del Estado
Usted, almirante, que admira ese tapiz de gobelinos, que tiene en las manos esa porcelana de Sabrás, de Buen Retiro o de Capo di Monte debe saber que no son el producto de la libre empresa, sino de empresas del estado o de los príncipes, que hicieron primero el sacrificio de crear a pérdida la industria. Le deben haber contado lo de las joyas de la Reina Isabel, en la leyenda de Colón y sabrá entonces que América se descubrió y se conquistó con la inversión a larga distancia del Estado y no de los particulares, que vinieron después. ¡Pero si usted mismo, señor almirante, es una inversión del estado a larga distancia! A usted mismo le toca decidir si es útil o no. Política y Economía, Pág. 138. 1977.
Raúl Scalabrini Ortiz: un intelectual
comprometido con lo nacional
Cuadernos para la emancipación
Todo parecía dispuesto para que Scalabrini Ortiz fuera "uno de ellos" y por consecuencia, un triunfador de lo que ''ellos" llaman triunfo. Hasta por nacimiento pudo ser lo que "e//os" llaman un intelectual puro, es decir, un intelectual sucio del renunciamiento a los deberes de la inteligencia... Pero él marcó su absoluta desvinculación con la "inteligentzia" a lo largo de su vida con su obra y con su conducta, tomando el camino que los intelectuales eluden, negándose a la dictadura de las capillas y los intereses, para desnudar, por contraste y por denuncia, la traición de los intelectuales a su propio destino y al país.
Esto le prefiguraba la condena al ostracismo del renombre, a la que fue conciente y deliberadamente, porque tuvo que optar entre cuidar el triunfo ya logrado, haciéndose bufón de los mecenas o cumplir con su conciencia de argentino. Generalmente, hoy, al intelectual no se le plantea este dilema, porque no conoce, como Scalabrini conoció de entrada, la alternativa obligada de la "inteligentzia".
Nuestro intelectual se va metiendo sin darse cuenta, en el barco de los intereses creados de "la cultura" y cuando se acuerda, está enterrado hasta la verija y ya no puede salir. Por eso, más que un tránsfuga o un desertor, es un esclavo que lame la cadena. Raúl Scalabrini Ortiz no corrió ese peligro porque el día que vio claro tomó posición. Se puso la carta del país y se jugó por ella. No es fácil hacerlo sabiendo la condena que viene. (... )Pienso ahora en aquellos Cuadernos de FORJA, en aquel primitivo "Argentina, base y arma del abastecimiento británico", las carillas que fuimos dando a publicidad juntando centavito tras centavito en la verdad que sembramos en miles de esquinas, cada día con nuevos aportes, con nuevas enseñanzas que el infatigable luchador nos daba y pienso en la certidumbre de la victoria de su causa, en la conciencia del país que le ha pagado, a cambio del negado renombre, con la gloria de un nombre ya definitivo.
A cambio del renombre literario que le quitaron, ese nombre argentino que se escribe así: Raúl Scalabrini Ortiz. Dejemos el renombre a los otros, a los literatos de la "intelligentzia", a los que usan la pluma para hacer cosquillas en las plantas de los pies de los mecenas... Ocupémonos de los hombres, porque nos ocupamos del país.
Arturo Jauretche
El Imperialismo Inglés
El capital no es más que energía humana acumulada y dirigida..Los capitales británicos son el resultado de la capitalización a favor de Gran Bretaña de la energía y laboriosidad de los ciudadanos argentinos y de la riqueza natural del suelo que habitan (...) Los únicos capitales que los ingleses invirtieron en nuestro país fueron los sobornos. De Ferrocarriles, factor primordial de la independencia. La Plata. 16/06/37.
El orden semicolonial
La oligarquía impuso un orden jurídico de estructuras extraordinariamente liberales para el poderoso y extraordinariamente tiránico para quien se halla el desmunido de riquezas. Citado por Cooke, J. W. Apuntes para la militancia. 1973. Pág. 41
El capital extranjero
Todo lo material, todo lo venal, transmisible o reproductivo, es extranjero o está sometido a la hegemonía financiera extranjera. Extranjeros son los medios de transportes y de movilidad. Extranjeras las organizaciones de comercialización y de industrialización de los productos del país. Extranjeros los productores de energía, las usinas de luz y gas. Bajo el dominio extranjero están los medios internos de cambio, la distribución del crédito, el régimen bancario. Extranjero es gran parte del capital hipotecario y extranjeros son en increíble proporción los accionistas de las sociedades anónimas. De Política Británica en el Río de la Plata. 1940. Pág. 11 y 12.
Saqueo
Computé los elementos primordiales de la colectividad y verifiqué con asombro inenarrable que todos los órdenes de la economía argentina obedecían a directivas extranjeras, sobre todo inglesas (.. ) A partir de 1853 la historia argentina es la historia de la penetración económica inglesa (...) Ferrocarriles, tranvías y teléfonos y por lo menos el 50% del capital de los establecimientos industriales y comerciales es propiedad de extranjeros, en su mayor parte ingleses (...) Todo esto explica por qué en un pueblo exportador de materias alimenticias puede haber hambre. Es que ya al nacer el trigo y el ternero no son de quien lo sembró o los crió sino del acreedor hipotecario, del prestamista que adelantó los fondos, del banquero que dio un empréstito al Estado, del ferrocarril, del frigorífico, de las empresas navieras... de todos menos de él. De Política Británica en el Río de la Plata. 1940. Pág. 37.
La lucha antiimperialista
Usted habrá luchado alguna vez contra una chinche, en algún hotel y habrá observado que difícil es matarla cuando todavía no ha chupado sangre. Usted la aparta entre los dedos... pero ella continúa como si le hubiesen hecho una caricia. En cambio, si ha comido y tiene la panza hinchada, basta con una pequeña presión para exterminarla. Bueno, hay que seguir la política de la chinche flaca... Entonces, podrán intentar rodearlo de honores y privilegios, podrán intentar enriquecerlo, o aislarlo para que se ahogue en la esterilidad del esfuerzo pero nada de eso tiene acción si uno sigue la política de la chinche flaca.
Todas las Jerarquías de este país de un modo y otro obedecen las inspiraciones que provienen de los intereses imperialistas... Para situarse en la línea de fuerza del magnetismo nuevo es indispensable estar limpio de ambiciones y codicias. Por eso quienes primero abrirán las sendas de los hechos nuevos serán los humildes, los desmunidos, los trabajadores. Para estar junto a ellos, latiendo en el ritmo de su pulso, los que no somos naturalmente ni humildes ni trabajadores, sólo tenemos una norma posible: la política de la chinche flaca. De Bases para la Reconstrucción Nacional.
Las ideas dominantes
Supongamos que un espectador escucha por primera vez la ejecución de una sinfonía. Se asombrará -si observa con cuidado- la disciplina estricta que rige ese aparentemente caótico mundo de sonidos. Hay allí un orden y un plan al que se subordinan todos. Cada uno maneja individualmente su instrumento pero todos obedecen los dictámenes de un texto que sólo es inteligible para los músicos. Quien manda allí no está presente. Muy semejante es el espectáculo intelectual y de la técnica de la política. Cada político maneja un instrumento de sonoridades, timbres y voces particulares. Cada uno es distinto de los otros, independiente y aparentemente libre de ejecutar lo que se le ocurra. Pero esa es una ilusión falaz que sólo puede engañar al que ignora las leyes de un concierto político. Parecen libres, como los músicos de la orquesta. Pero si están en la orquesta es porque están concertados, es decir, armónicamente combinados en las ulterioridades de la sinfonía política. Soplan la flauta, no cuando quieren, sino cuando les corresponde. Un articulo inocente, un editorial sin trascendencia, un antecedente aportado por un jurista, un ensayo, una opinión colateral, son modelaciones que se sincronizan en la gran voz de la publicidad, cuya resonancia ahoga el genuino clamor de la necesidad nacional. De El Federalista. 10/12/55.
La sabia organización de la ignorancia
Todo lo que nos rodea es falso e irreal, falsa la historia que nos enseñaron, falsas las creencias económicas con que nos imbuyeron, falsas las perspectivas mundiales que nos presentan, falsas las disyuntivas que nos ofrecen, irreales las libertades que los textos aseguran. De Política Británica en el Río de la Plata. 1940. Pág. 11.
La colonización mental
La inteligencia americana nada vio, nada oyó, nada supo. Los americanos con facultades escribían tragedias al modo griego o disputaban acerca de las últimas doctrinas europeas. El hecho americano pasaba ignorado para todos. No tenía relatores, menos aún podía tener intérpretes y todavía menos conductores instruidos en los problemas que debían encarar. Volver a la realidad es el imperativo inexcusable. Para ello es preciso exigirse una virginidad mental a toda costa y una resolución inquebrantable de querer saber exactamente cómo somos. Bajo espejismos tentadores y frases que acarician nuestra vanidad para adormecernos, se oculta la penosa realidad americana. Ella es, a veces, dolorosa, pero es el único cimiento incorruptible en que pueden fundarse pensamientos sólidos y esperanzas capaces de resistir a las más enervantes tentaciones. De Política Británica en el Río de la Plata. 1940. Pág. 10 y 12
La ruptura con la ideología dominante
Era necesaria una virginidad mental a toda costa. Era preciso mirar como si todo lo anterior hubiera sido extirpado. La única probabilidad de inferir lo venidero yacía bajo espesas capas de tradición, en el fondo de la más desesperante ingenuidad. De Tierra sin nada. Tierra de profetas, Pág. 22.
Historia falsa
Los historiadores no eran historiadores, eran novelistas. Habían urdido una trama que llamaban historia nacional en que los próceres eran todos los que sirvieron incondicionalmente a los intereses británicos y los truhanes, aquellos que de alguna manera se opusieron a esas maniobras. De Bases para la Reconstrucción Nacional. 1957. Pág. 475.
Protectores
La historia oficial argentina es una obra de imaginación en que los hechos han sido deliberadamente falseados y concatenados de acuerdo a un plan preconcebido que tiende a disimular la obra de la intriga cumplida por la diplomacia inglesa, promotora subterránea de los principales acontecimientos ocurridos en este continente. La historia que nos enseñaron desde pequeños, presuponía que el territorio argentino flotaba beatíficamente en el seno de una materia angelical. No nos rodeaban avideces ni codicias extrañas. Los procesos de absorción, que ocurrieron en todas las épocas, del más pequeño por el más fuerte, del menos dotado por el más inteligente, no ocurrieron entre nosotros de acuerdo a la historia oficial. Los conductores de más garra y menos pudicia, los conductores de los imperios más grandes de que haya noticia, se amansaban milagrosamente en nuestra contigüidad y se avenían a trabajar sin retribución por nuestro propio bien. Canning fue nuestro amigo desinteresado, Palmerston y Guizot también, Disraeli y Gladstone nuestros protectores, casi. De Política Británica en el Río de la Plata. 1940. Pág. 52
Estatuas
Para eludir la responsabilidad de los verdaderos instigadores, la historia argentina adopta ese aire de ficción en que los protagonistas se mueven sin relación con las duras realidades de esta vida. Las revoluciones se explican como simples explosiones pasionales y ocurren sin que nadie provea fondos, vituallas, municiones, armas, equipajes. El dinero no está presente en ellas, porque rastreando las huellas del dinero se puede llegar a descubrir a los principales movilizadores revolucionarios. De Política Británica en el Río de la Plata. 1940. Pág. 52
La revisión
Una historia construida con tales aberraciones es un magnifico retablo para formar el ámbito de ese ídolo insaciable que se denomina capital extranjero. Esa historia es la mayor inhibición que pesa sobre nosotros. La reconstrucción de la historia argentina es urgente, ineludible, impostergable. De Política Británica en el Río de la Plata. 1940. Pág. 53
Unidad Latinoamericana
La tendencia a la aglutinación, que el imperio de los hechos va extendiendo sobre las fronteras de la rutina y de los prejuicios, tiene un fértil campo en nuestra América que tanto queremos. La determinación y la astucia de la voluntad extranjera parceló la América de origen indo latino en fracciones políticamente orgullosas de ser teóricamente autonómicas y en ese mosaico de pequeñas comunidades inermes, el imperialismo financiero campeó inconvenientes sobre los pueblos. Quizás no esté lejano el día que la República Argentina deba renunciar a la propiedad de su ciudad madre, para que ella ascienda de nuevo y sea la capital de la Confederación Latinoamericana. De Cuadernos de FORJA. 1937.
Lo desunido y despegado es característicamente americano en estos cuatro siglos transcurridos hasta el punto de inducir en la creencia de que es determinado y bien premeditado por los que aprovechan esa desunión. América no tiene voz genérica porque lo que asume esa representación es una impostura de que se valió lo europeo. Unos primeros y otros más tarde, fue la táctica. Azuzar una parcialidad americana contra la restante, enardecer un localismo o una discrepancia, fue método de conquista que nos revelará lo histórico y que veremos utilizar constantemente como arma de la explotación europea. Olvidar el problema de los otros es traicionar su propio problema porque la expoliación sube como una gangrena por el cuerpo americano. Qué. 2/10/56
Un estilo de vida
Caballero argentino, casado, de 44 años, con amplias relaciones, estudios universitarios, técnicos, una vasta cultura general, científica, literaria, filosófica, con experiencia general y profunda de nuestro ambiente económico y político, ex-redactor de los principales diarios, autor de varios libros premiados y de investigaciones aceptaría dirección, administración o consulta de empresa argentina, en plata o en proyecto, en los órdenes industrial, comercial o agrario. Dirigirse a Raúl Scalabrini Ortiz, calle Vergara 1355. Vicente López. Aviso en Ofrecidos, La Prensa 13/1/42
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