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Análisis Narrativo de Lc 24, 13-35
El texto elegido para analizar según dicha metodología será el conocido como los discípulos
de Emaús (Lc 24, 13-35). Por ser el presente trabajo un ejercicio concreto de análisis,
prescindiremos de la teoría del análisis narrativo: historia, postulados, corrientes, etc.1
1. Los límites del relato
La delimitación del texto es un factor capital de la producción de sentido, puesto que
selecciona para el lector ciertos acercamientos y excluye otros. Para desglosar en una obra literaria
(macrorelato) un episodio narrativo particular (microrelato) deberemos analizar cuatro variables.
El tiempo
Este criterio toma en cuenta los cambios cronológicos. El inicio es claro: “ese mismo
día...” (24, 13). El final, sin embargo no lo es tanto ya que comúnmente se corta el texto en el v. 35;
pero si seguimos estrictamente el criterio temporal notaremos que el v. 36 engancha lo anterior:
“todavía estaban hablando de esto...”; por lo que será necesario analizar las otras variables.
El lugar
Este criterio ve las modificaciones espaciales. El inicio: “...iban a un pequeño pueblo
llamado Emaús, situado a unos diez kilómetros de Jerusalén. En el camino hablaban...” (24,
13b-14a) no muestra donde están con exactitud sino desde donde y hasta donde se desplazan; pero
esto es una variable locacional. El final esta vez es claro y forma una especie de inclusión: “En ese
mismo momento, se pusieron en camino y regresaron a Jerusalén” (24, 33)
Los personajes
Este criterio toma en cuenta los cambios producidos en el conjunto de actores del relato, las
entradas y salidas de escena de los mismos. Según esto, nuestra delimitación es clara en el
comienzo: “Ese mismo día, dos de los discípulos iban...” (24, 13). En cuanto al final encontramos
un doble cambio de personajes: “Entonces los ojos de los discípulos se abrieron y lo reconocieron,
pero él había desaparecido de su vista” (24, 31). Este podría ser fácilmente el final de la narración y
coincidiría con el clímax narrativo. Sin embargo, hemos elegido como conclusión del relato cuando
vuelven a Jerusalén y se encuentran con resto de discípulos: “...se pusieron de camino y regresaron
a Jerusalén. Allí encontraron a los Once y a los demás que estaban con ellos, y estos los
dijeron...” (24, 33-34a)
El tema
Este último criterio es adicional. Un tema puede desempeñar la función de principio
unificador del relato y mantener su unidad a través de cambios de lugar o tiempo. En nuestro texto,
en el comienzo que proponemos hay un evidente cambio de tema: del testimonio de las mujeres
acerca de la resurrección de Jesús (24, 9-12) se pasa a los dos discípulos que van en camino a
1
Para una visión general del aspecto teórico cfr. D. MARGUERAT; Y. BOURQUIN, Cómo leer los relatos bíblicos.
Iniciación al análisis narrativo. Santander, Sal Terrae, 2001
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Emaús (24, 13). El final propuesto también tiene un cambio de tema, aunque las primeras palabras
sirven de enganche con el texto de Emaús: “Todavía estaban hablando de esto, cuando Jesús se
apareció en medio de ellos y les dijo...” (24, 36).
2. El mundo del relato
El narrador
Llamamos narrador al que cuenta la historia, es la voz que guía al lector en el relato. En
nuestro relato, el narrador está ausente del relato, ya que no se nombra a sí mismo en primera
persona; y es omnisciente porque conoce más de lo que es descripto; por ejemplo: “Mientras
conversaban y discutían, el mismo Jesús se acercó y siguió caminando con ellos. Pero algo impedía
que sus ojos lo reconocieran” (24, 15-16). Y también: “Cuando llegaron cerca del pueblo adonde
iban, Jesús hizo ademán de seguir adelante” (24, 28).
3. Historia contada y enunciación
3.1 La historia contada
Se compone en seis cuadros que establecen así la secuencia narrativa.
Primer cuadro: Introducción. Presenta a los personajes y su situación (interna y externa).
Segundo cuadro: Se acerca Jesús a caminar con ellos pero no lo reconocen. Ante la pregunta
de Jesús hacen una larga descripción de sus vivencias interiores.
Tercer cuadro: Jesús los reprocha por la dureza para entender lo sucedido y, aún sin
reconocerlo, les explica las Escrituras.
Cuarto cuadro: Jesús hace ademán de seguir adelante pero ellos lo invitan a quedarse a
cenar.
Quinto cuadro: En la cena, al partir Jesús el pan, los discípulos lo reconocen aunque él ya ha
desaparecido de su vista.
Sexto cuadro: Regresan a Jerusalén contentos y al encontrarse con el resto de los discípulos
les comentan lo sucedido.
3.2 La enunciación
Detectar la enunciación realizada por el autor es observar de qué manera expone el
acontecimiento y por qué procedimientos guía al lector en esta comunicación narrativa.
Desde el mismo comienzo del encuentro de Jesús y los dos discípulos en el camino a
Emaús, el lector sabe que ese personaje que se les acerca para conversar es Jesús. También, y es lo
que establece la tensión narrativa que culminará en el clímax del reconocimiento, el lector sabe que
los dos discípulos ignoran que es Jesús. El narrador le informa al lector que algo impedía que sus
ojos lo reconocieran. Por eso, el lector no se reconoce en la situación de los dos discípulos que se
encuentran tristes y defraudados por lo sucedido, porque el lector ya sabe que es el mismo Jesús
resucitado quien está caminando con ellos, escuchándolos y explicándoles las Escrituras. También
el lector podría sorprenderse y admirarse de la paciencia de Jesús que escucha el largo discurso
pesimista de los discípulos.
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Pero ¿desde dónde surge la voz que narra el relato? En nuestro texto, el narrador se sitúa
fuera de la historia contada; no aparece en ella, está ausente. Por eso decimos que es un narrador
extradiegético (externo a la historia contada) y heterodiegético (ausente de la historia que cuenta).2
4. La trama
Para que haya relato, hace falta una historia. La estructura unificadora de la historia se llama
trama. La trama clásica -comentada ya por Aristóteles en su Poética- se estructura en dos partes: el
nudo y el desenlace. Aristóteles ve que la trama se articula en torno a un cambio acerca del destino
del héroe hacia la felicidad o hacia la desgracia. Se llega así a una arquitectura piramidal. En la base
, un obstáculo o dificultad a resolver. En la cima, una acción transformadora que hace pasar a su
resolución o no. Y nuevamente abajo, el desenlace.
Modernamente se amplió este esquema básico aristotélico en un esquema quinario, el cual
se ha impuesto como modelo canónico con el cual se puede medir toda trama:
1. Situación inicial (o exposición)
2. Nudo
3. Acción transformadora
4. Desenlace
5. Situación final
Analicemos la trama narrativa de nuestro texto elegido según este último modelo:
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La diégesis (o historia contada) es el universo espacio-temporal desplegado por el relato. Cfr. Ibid., 46
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Situación
inicial
Ese mismo día, dos de los discípulos iban a un pequeño pueblo llamado
Emaús, situado a unos diez kilómetros de Jerusalén. En el camino hablaban
sobre lo que había ocurrido. Mientras conversaban y discutían, el mismo Jesús
se acercó y siguió caminando con ellos. Pero algo impedía que sus ojos lo
reconocieran.
Nudo
Él les dijo: "¿Qué comentaban por el camino?". Ellos se detuvieron, con el
semblante triste, y uno de ellos, llamado Cleofás, le respondió: "¡Tú eres el
único forastero en Jerusalén que ignora lo que pasó en estos días!". "¿Qué
cosa?", les preguntó. Ellos respondieron: "Lo referente a Jesús, el Nazareno,
que fue un profeta poderoso en obras y en palabras delante de Dios y de todo el
pueblo, y cómo nuestros sumos sacerdotes y nuestros jefes lo entregaron para
ser condenado a muerte y lo crucificaron. Nosotros esperábamos que fuera él
quien librara a Israel. Pero a todo esto ya van tres días que sucedieron estas
cosas. Es verdad que algunas mujeres que están con nosotros nos han
desconcertado: ellas fueron de madrugada al sepulcro y al no hallar el cuerpo
de Jesús, volvieron diciendo que se les había aparecido unos ángeles,
asegurándoles que él está vivo. Algunos de los nuestros fueron al sepulcro y
encontraron todo como las mujeres habían dicho. Pero a él no lo vieron". Jesús
les dijo: "¡Hombres duros de entendimiento, cómo les cuesta creer todo lo que
anunciaron los profetas! ¿No era necesario que el Mesías soportara esos
sufrimientos para entrar en su gloria?"
Acción
transformadora
Y comenzando por Moisés y continuando en todas las Escrituras lo que se
refería a él. Cuando llegaron cerca del pueblo adonde iban, Jesús hizo ademán
de seguir adelante. Pero ellos le insistieron: "Quédate con nosotros, porque ya
es tarde y el día se acaba". El entró y se quedó con ellos. Y estando a la mesa,
tomó el pan y pronunció la bendición; luego lo partió y se lo dio
Desenlace
Entonces los ojos de los discípulos se abrieron y lo reconocieron, pero él había
desaparecido de su vista. Y se decían: "¿No ardía acaso nuestro corazón,
mientras nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?".
Situación
final
En ese mismo momento, se pusieron en camino y regresaron a Jerusalén. Allí
encontraron reunidos a los Once y a los demás que estaban con ellos, y estos
les dijeron: "Es verdad, ¡el Señor ha resucitado y se apareció a Simón!". Ellos,
por su parte, contaron lo que les había pasado en el camino y cómo lo habían
reconocido al partir el pan.
Llamamos quicio al momento central de la trama. Es el momento en que las cosas cambian y
generalmente -como en nuestra narración- coincide con la acción transformadora. Pero podríamos
decir que hay un doble quicio en los discípulos de Emaús, ya que si bien la acción transformadora
es la explicación de las Escrituras por parte de Jesús en todo lo que se refieren a él; también es un
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quicio el gesto de partir y dar el pan ya que justamente esto es lo que posibilita el develamiento de
sus ojos y por lo tanto el reconocimiento de que esa persona que había pasado el día con ellos era el
mismo Jesús.
Un último análisis que debemos hacer sobre la trama es ver que tipo de trama es. Existen
dos clases:
Trama de resolución. Es cuando la acción transformadora introduce esencialmente un hacer
y, por lo tanto se sitúa en el nivel pragmático.
Trama de revelación. Es cuando culmina en una obtención de conocimiento.
En nuestro texto también se da un doble tipo de trama, ya que si bien se tiende a ver
fácilmente la trama de revelación en los ojos abiertos de los discípulos que reconocen a Jesús al
partir el pan; luego de esa revelación los discípulos se ponen en camino a Jerusalén, justamente de
donde habían salido con el semblante triste, y al reunirse con los once apóstoles les anuncian ese
encuentro con Jesús resucitado y cómo lo habían reconocido al partir el pan. Este final se sitúa en el
hacer; más específicamente en el hacer apostólico: anunciar a Jesús resucitado.
5. Los personajes
Tras haber explorado la trama, que permanece más bien oculta, pasemos a una dimensión
más visible como son los personajes. De hecho, nuestro mismo relato es conocido por la mención
de sus protagonistas, los discípulos de Emaús.
Pero qué criterio utilizar para clasificar a los personajes es la gran pregunta. A lo largo de la
historia han habido muchos. El mismo Aristóteles en la obra más arriba citada los reducía a dos
únicas categorías: el vicio (típico de la tragedia) y la virtud (típico de la comedia).
Saltando varios siglos, Vladimir Propp estableció en 1928 una clasificación de los
personajes más centrada en su función que en sus rasgos de carácter. Él lo hará en base al análisis
de los grandes personajes típicos del cuento maravilloso ruso; su clasificación engloba siete esferas
de acción: el Agresor, el Donante, la princesa y su padre, el Mandador, el Héroe, el Falso Héroe y el
Auxiliar. La semiótica francesa seguirá de hecho sus huellas en el esquema que propondrá.
5.1 Personajes redondos y planos
Un personaje redondo es una figura construida con la ayuda de varios rasgos y
frecuentemente asume un papel protagonista en el relato. Podría ser en nuestro texto Jesús. Si bien
en nuestro microrelato no aparecen suficientes características como para considerarlo redondo,
debemos dar un paso atrás y tener una mirada global del macrorelato, es decir de la totalidad del
evangelio según san Lucas. Es en este último sentido en el que consideramos a Jesús como un
personaje redondo. En la narración de los discípulos de Emaús el macrorelato está supuesto; en
efecto es una de las últimas narraciones del evangelio.
Personajes planos son las figuras que resumen un solo rasgo. En nuestra narración, son los
discípulos que se encuentran camino a Emaús. De ellos no se dice ni siquiera sus nombres. Sólo que
iban camino a Emaús con el semblante triste. El estar tristes y defraudados en su esperanza -como
después le explicarán al que camina con ellos- es el único rasgo que los caracteriza al comienzo del
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relato. Sin embargo, en el desenlace del relato este rasgo será diametralmente opuesto, pero seguirá
siendo una única característica.
5.2 El punto de vista evaluativo
La identificación del lector con los personajes del relato no se efectúa con total libertad
porque en cierta forma está dirigida por el narrador. Para alcanzar este fin, el narrador cuenta con un
mecanismo permanente de la lectura: la evaluación de los personajes. El abanico de sentimientos
que puede experimentar el lector por un personaje o grupo de personajes pueden reducirse
esquemáticamente a tres: empatía (para con aquellos personajes que son semejantes a él, le
conmueven o representan un ideal), simpatía (supone una identificación menos intensa, menos
fuerte) y antipatía (cuando un personaje contradice el sistema de valores del lector). El caso de la
indiferencia es siempre posible pero no genera identificación ni repulsión.
En nuestro texto, los dos discípulos camino a Emaús generan simpatía, es decir, una
identificación, no extremadamente intensa porque conocemos el final del relato, con el sentirse
defraudados ante la muerte de Jesús y la gran expectativa que había suscitado en aquellos que
esperaban la liberación definitiva del pueblo por medio del Mesías. Jesús, con su paciencia para
escuchar primero y para explicar las escrituras luego genera indudablemente empatía.
5.3 Decir y mostrar
Cómo son presentados los personajes por el narrador es lo que establece la diferencia entre
el decir (telling) y el mostrar (showing). En el primero el narrador dice sin describir, es decir,
presenta a un personaje diciendo lo que es; en el segundo describe sin decir, es decir, muestra lo que
hace. Este aspecto de la narratología moderna ya lo había analizado Platón en la República
hablando de la diferencia entre diégesis (el autor cuenta una escena a su manera) y mímesis (ofrece
una transcripción directa de las palabras o acontecimientos).
Nuestro texto es evidentemente mimético, pertenece al mostrar porque describe y muestra lo
que hacen y dicen los personajes.
5.4 Posiciones del lector
La cuestión es esta: ¿qué posición ofrece el narrador al lector en relación con los personajes?
Las posibilidades son tres: o bien el lector sabe más que los personajes (posición superior), o bien
sabe lo mismo (posición igual), o bien sabe menos (posición inferior). Esta observación trivial
esconde un procedimiento sumamente sutil de estrategia narrativa. Para analizar esto nos situaremos
en el plano de la enunciación (cómo se cuenta) y no tanto en el del contenido de la historia contada.
Nuestro relato, justamente, ilustra de manera magistral este procedimiento. En el comienzo:
“Mientras conversaban y discutían, el mismo Jesús se acercó y siguió caminando con ellos. Pero
algo impedía que sus ojos lo reconocieran” (24, 15b-16) el narrador confía al lector una
información que escapa totalmente a los personajes quienes ignoran la identidad del caminante que
se les une; pero, a partir de ese momento, el lector la conoce. Y todo el dramatismo del relato gira
en torno a esta divergencia entre la información dada al lector y la negada a los discípulos. Si
suprimiéramos dicha divergencia, todo el relato se viene abajo.
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Más adelante, la situación se invierte: “Y comenzando por Moisés y continuando en todas
las Escrituras lo que se refería a él” (24, 27). ¿Cuál es el contenido de esta catequesis bíblica? En el
plano de la historia contada, los discípulos lo saben porque son sus beneficiarios. Pero en el plano
de la enunciación, los lectores lo ignoran. La frustración que genera este procedimiento de retención
de información no desaparecerá hasta la segunda parte de la obra de Lucas, es decir, el libro de los
Hechos de los Apóstoles, donde los discursos de los apóstoles la expondrán.
Pero la historia de Emaús no ha llegado a su fin. El autor termina con dato que sitúa al lector
en una posición igual a los personajes: “cuando llegaron cerca del pueblo adonde iban, Jesús hizo
ademán de seguir adelante” (24, 28).
El lector parte con un conocimiento que no tienen los personajes del relato, lo cual tensa el
dinamismo dramático. Si este primer desequilibrio fija el tema del relato, un segundo -en
detrimento del lector- viene a ahondar la necesidad de saber más; cuando el grado de información
de los discípulos y el de los lectores coinciden es para asistir al eclipse del Resucitado en el
momento de la cena: “Entonces los ojos de los discípulos se abrieron y lo reconocieron, pero él
había desaparecido de su vista” (24, 31). Lectores y discípulos quedan, pues, igualados ante el
misterio.
5.5 Las focalizaciones
Los textos nunca son más que la emanación del narrador, y únicamente revelan lo que el
narrador ha querido transmitir. Pero ¿a través de la mirada de quién ha decidido el narrador
hacernos ver los acontecimientos? Esta pregunta se responde mediante el estudio de la focalización,
o también conocida por otros narratólogos como perspectiva narrativa.
En la retórica narrativa el narrador puede adoptar tres tipos de focalizaciones:
Focalización interna: corresponde al plano próximo porque da acceso a la interioridad de un
personaje.
Focalización externa: corresponde al plano fijo porque coincide con lo que vería un
observador.
Focalización cero: corresponde al plano amplio porque supera el marco temporal y espacial
de la escena.
Nuestro texto elegido es una mezcla de las tres focalizaciones. Focalización externa porque
narra lo que cualquier lector podría observar por sí mismo: dos personas caminan tristes, un tercero
se les acerca y los tres continúan caminando y conversando hasta que llega la noche y los tres
entran a una casa para cenar. Focalización cero en el comienzo cuando el narrador dice que es el
mismo Jesús quien se les acerca aunque había algo en los dos caminantes que impedía que lo
reconocieran, por lo tanto el narrador dice más de lo que saben los personajes de la historia contada,
traspasando los límites del tiempo y del espacio de la escena. Y focalización interna en el
desenlace: “Entonces los ojos de los discípulos se abrieron y lo reconocieron, pero él había
desaparecido de su vista. Y se decían: «¿No ardía acaso nuestro corazón, mientras nos hablaba en el
camino y nos explicaba las Escrituras?»” ya que es un modo narrativo por el cual el narrador hace
partícipe al lector de la interioridad de un personaje.
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6. El marco
La acción de los personajes, en el interior de la historia contada, se desenvuelve dentro de un
marco determinado: en un tiempo, en un lugar y en un entorno social concretos; y pueden revestir
un valor fáctico, un contenido metafórico o ambas cosas.
El marco inicial de nuestro textos está en el primer verso: “Ese mismo día, dos de los
discípulos iban a un pequeño pueblo llamado Emaús, situado a unos diez kilómetros de
Jerusalén” (24, 13).
El marco temporal del relato se aplica no a la enunciación, sino a la historia contada; es
decir, que el plano donde nos situamos es el del tiempo contado, que es el tiempo interior a la
historia contada. “Ese mismo día” nos conecta con el texto precedente que, como ya nos hemos
referido más arriba, nos narra el testimonio de las mujeres en el día de la resurrección -el primer día
de la semana-. Y como el texto de Emaús termina cuando “ya es tarde y el día se acaba”, el marco
temporal de nuestro texto elegido es el de un día entero, el mismo día de la resurrección, el
domingo, primer día de la semana.
El marco geográfico del relato forma, como ya lo hemos señalado, una inclusión en nuestro
relato: “...iban a un pequeño pueblo llamado Emaús...” (24, 13) Y “...se pusieron en camino y
regresaron a Jerusalén” (24, 33). Es un ida y vuelta cargado de simbolismo. Con la mención de irse
de Jerusalén y al final, después del encuentro con Jesús resucitado, volver a Jerusalén el contenido
metafórico carga de sentido a dicha locación, veamos porqué:
“Después les dijo: «Cuando todavía estaba con ustedes, yo les decía: Es necesario que se cumpla todo lo que
está escrito de mí en la Ley de Moisés, en los Profetas y en los Salmos». Entonces les abrió la inteligencia para
que pudieran comprender las Escrituras, y añadió: «Así estaba escrito: el Mesías debía sufrir y resucitar de
entre los muertos al tercer día, y comenzando por Jerusalén, en su Nombre debía predicarse a todas las
naciones la conversión para el perdón de los pecados. Ustedes son testigos de todo esto. Y yo les enviaré lo que
mi Padre les ha prometido. Permanezcan en la ciudad, hasta que sean revestidos con la fuerza que viene de lo
alto»” (24, 46-49).
El estudio del marco social del relato de Emaús no es indispensable ya que si bien a través
de un análisis diacrónico con ciencias históricas podríamos llegar a decir mucho sobre Emaús y
Jerusalén en el siglo I, sobre cómo era el camino que los unía, etc. resultaría irrelevante en nuestro
texto desde el punto de vista del análisis narrativo. No cambiaría el eje temático, ni las tensiones, ni
el clímax de resolución.
7. El tiempo narrativo
Cuando un narrador dice «pasaron tres años», está señalando un período que es el tiempo de
la historia contada; su discurso, por el contrario, es muy breve: sólo tres palabras. Si el mismo
narrador se refiere por extenso al encuentro de dos personajes y detalla de modo minucioso sus
reacciones, estará haciendo lo inverso: un breve instante ha sido narrado en mucho tiempo. Este es
el estudio de la temporalidad narrativa y consiste en analizar la relación entre el tiempo narrado,
que es el tiempo de la historia relatada, y el tiempo narrante, que es el del relato.
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En nuestro texto se puede apreciar este juego claramente. Tanto la situación inicial como el
nudo no tienen grandes diferencias entre el tiempo narrante y el narrado. Sin embargo desde la
acción transformadora hasta la situación final el tiempo narrado es mucho mayor al tiempo narrante.
Es decir que comprime en pocas frases períodos de tiempo más largos: “Y comenzando por Moisés
y continuando en todas las Escrituras lo que se refería a él. Cuando llegaron cerca del pueblo
adonde iban, Jesús hizo ademán de seguir adelante” (24, 27-28). En estos dos breves versículos que
se leen rápido está contenida toda esa catequesis bíblica de la que hablábamos más arriba, y cuyo
contenido los lectores desconocemos, y la llegada a las cercanías del pueblo donde se dirigían.
Igualmente sucede al final: “En ese mismo momento, se pusieron en camino y regresaron a
Jerusalén. Allí encontraron reunidos a los Once y a los demás que estaban con ellos...” (24, 33).
Esta compresión es incluso mucho mayor a la anterior. En este sólo versículo comprime todo el
camino de regreso -de igual distancia obviamente que el de ida-, la llegada y el encuentro con el
resto de los apóstoles.
Duración y velocidad del relato
La velocidad del relato es el análisis de la cadencia del relato. Podríamos observar cuatro
velocidades: La pausa descriptiva, la escena (velocidad normal), el sumario (velocidad rápida) y la
elipsis (salto en el tiempo).
Nuestro texto tiene una velocidad de escena al comienzo y en el nudo, llegando a un sumario
en la acción transformadora, y produce una elipsis (salto en el tiempo) hacia el desenlace y final.
Conclusión
Hemos recorrido la narración del encuentro de los discípulos de Emaús con Jesús resucitado
desde el punto de vista narrativo. Y hemos descubierto y disfrutado el gran arte con el que el
evangelista Lucas escribe. Acostumbrados a hacer análisis filológicos, morfológicos, sintácticos, de
crítica textual, historia de las formas, de las tradiciones, de la redacción y toda la batería de
herramientas diacrónicas que posee el método histórico crítico, hemos prescindido de todo ello para
volver al texto tal cual nos llega para analizarlo como obra literaria mediante el método sincrónico
de la narratividad. “Leer la Biblia nunca será tarea fácil; su peculiar relación con nuestras
complejas historias culturales y religiosas siempre reclamará la necesaria atención de especialistas
cuyas investigaciones exigen las destrezas del historiador, el filólogo y el teólogo. Pero la Biblia
también es literatura, a menudo de la más alta categoría; gran parte de ella fue escrita por poetas
y escritores que, pese a estar con frecuencia enredados en los particulares prejuicios e ideas
preconcebidas de sus propias culturas, continúan hablando con una voz universal que responde a
lecturas hechas con sensibilidad e imaginación literarias, fomentando con frecuencia tales
lecturas, aunque los estudiosos prefieran creer que otros instrumentos críticos desentrañarán mejor
el misterio de sus páginas”3.
3
D. JASPER, “Lecturas literarias de la Biblia”, en J. BARTON (ed.), La interpretación bíblica, hoy, Santander, Sal
Terrae, 2001, 52