Revista Economía, Teoría y Práctica, No. 37, Segundo Semestre, UAM-I, México, 2012.
Título completo:
“El economista y el sociólogo: Pensamiento relacional como paradigma”.
Afiliación institucional del autor:
Universidad de Guadalajara, Centro Universitario de la Ciénega, División de Estudios
Jurídicos y Sociales, Departamento de Política y Sociedad, Jalisco, México.
Datos personales:
Título: Dr. en Ciencias Sociales (SNI-I)
Nombre: Sergio Lorenzo Sandoval Aragón
Nacionalidad: Mexicano
Domicilio: Av. Universidad Núm. 1115, Ocotlán, Jalisco, México, Código Postal 47810
Tel/fax: 01 (392) 92925420, Ext. 8396
Teléfono particular: 01(33) 10-57-68-67
Cel/Móvil 01 (33) 33 10 95 40 24
e-mail:
[email protected];
[email protected]
Palabras claves:
Historia del pensamiento económico, sociología económica, heterodoxia, pensamiento
relacional, reflexividad, crítica.
Clasificación JEL:
B50, B52, B59, Z13.
Currículum vitae
Oriundo de Guadalajara, Jalisco, México (28 de julio de 1963). En 1991 obtuvo el título
de Licenciado en Filosofía por la Universidad de Guadalajara. En ese año inició una
Maestría en Investigación en Ciencias de la Educación, con una importante formación
sociológica; obtuvo el grado de Maestro en 1993. En 1998 ingresó a un doctorado en
programa interinstitucional (UdeG y CIESAS) durante el cual (2000) realizó una breve
estancia en el Collège de France y la EHESS (París) con los Profesores Pierre Bourdieu
y Franck Poupeau (Centre de Sociologie Européenne). En 2003 obtuvo el grado de
Doctor en Ciencias Sociales (Sociología). Profesor invitado en la Chaire de Études
Mexicaines de la Universidad de Toulouse (Francia).
Desde 1990 ha ejercido la docencia y ha realizado investigación en diversas
instituciones superiores públicas y privadas locales. Desde 2007 es miembro del SNI,
Nivel I. Actualmente es Profesor Investigador en la Universidad de Guadalajara.
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Revista Economía, Teoría y Práctica, No. 37, Segundo Semestre, UAM-I, México, 2012.
RESUMEN
Este artículo contribuye a una reflexión acerca de las razones del distanciamiento entre
las ciencias sociales, particularmente la sociología y la economía, en su proceso
histórico de institucionalización y autonomización, que acabaría por oponerlas y por
limitar su potencial explicativo. Se sostiene que la opción entre diferentes perspectivas
epistemológicas ha estado estrechamente relacionada a unas determinadas posturas
políticas y que ello puede explicar las divergencias teóricas entre esas ciencias; para
ilustrar esto, se analiza un caso práctico del contexto francés. Asimismo, se argumenta
acerca de las ventajas explicativas del paradigma relacional, y se explica cómo la
inserción de la economía y la sociología en el mismo permitiría su reunificación,
superando aquel pernicioso distanciamiento. También se exponen dos teorías, una
sociológica y otra económica, que ejemplifican semejante unificación.
Palabras claves: Historia del pensamiento económico, sociología económica,
heterodoxia, pensamiento relacional, reflexividad, crítica.
Clasificación JEL: B50, B52, B59, Z13.
ABSTRACT
This article contributes to a reflection about the reasons for the gap between the social
sciences, particularly sociology and economics in their historical process of
institutionalization and autonomization. This gap has opposed both disciplines and has
limited their explanatory power. It is argued that the choice between different
epistemological perspectives has been closely related to a certain political positions and
that this relation can explain the theoretical differences in these disciplines. To illustrate
this, it is analysed a case study of the French context. It also argues about the
advantages of the relational paradigm and explains how the inclusion of economics and
sociology in this paradigm would allow their reunification, surpassing that pernicious
gap. Also it exposes a sociological theory and an economic theory, which exemplify
such unification.
Keywords: History of economic thought, economic sociology, heterodoxy, relational
thinking, reflexivity, criticism.
JEL Classification: B50, B52, B59, Z13
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Revista Economía, Teoría y Práctica, No. 37, Segundo Semestre, UAM-I, México, 2012.
El economista y el sociólogo:
Pensamiento relacional como paradigma
Sergio Lorenzo Sandoval Aragón*
I believe the embeddedness argument to have very
general applicability and to demonstrate not only that there is
a place for sociologists in the study of economic life but that
their perspective is urgently required there.
Mark Granovetter (1985)
Introducción.
El propósito de este artículo es contribuir a una reflexión acerca de la tesis de la
(re)unificación de las ciencias sociales, particularmente de la sociología y la economía,
así como de las razones por las que presumiblemente se ha dado el distanciamiento
entre éstas 1 . Según esa tesis, en algún momento del proceso histórico de
institucionalización y autonomización de estas ciencias, se habría experimentado
también una divergencia en entre ambas respecto de la forma en que conciben sus
respectivos objetos y que acabaría no sólo por oponerlas, sino también por limitar su
potencial explicativo2 . Se ha argumentado que semejante distanciamiento tiene su
origen y explicación en sus respectivas bases ontológicas y antropológicas, esto es, la
forma como la economía y la sociología conciben a los seres humanos: una
esencialmente individualista, la otra de naturaleza relacional (Tilly, 2000:29 y ss.).
En efecto, la ciencia de la economía ha sido erróneamente identificada tout court
con una perspectiva individualista, mientras que la sociología ha sido identificada
frecuentemente con una perspectiva relacional, pero ciertamente no se debe olvidar que
ni toda la economía ha sido individualista, ni toda la sociología relacional. Sería más
*
Profesor investigador en el Departamento de Política y Sociedad de la División de Estudios Jurídicos y
Sociales en el Centro Universitario de la Ciénega, Universidad de Guadalajara, Jalisco, México.
1
El autor agradece a Carlos M. García González y a Jesús Ruíz Flores por sus valiosos comentarios, y a
Beatriz A. Gallardo N. por su ayuda en la corrección de estilo. No obstante, la versión final del texto es
enteramente responsabilidad del autor.
2
A esto se refiere Robert Boyer cuando afirma que “resulta evidente que la voluntad de construir una
economía totalmente separada de las demás ciencias sociales –con excepción de la exportación de sus
herramientas de análisis o de sus métodos– erosionó la pertinencia del análisis de los investigadores
contemporáneos” (Boyer, 2010:12). Una postura equivalente, pero referida a la sociología, es la de Pierre
Bourdieu, como se ve más adelante en este mismo artículo.
3
Revista Economía, Teoría y Práctica, No. 37, Segundo Semestre, UAM-I, México, 2012.
adecuado representarse el campo de las ciencias sociales de manera análoga a un
continuum entre las perspectivas individualista y relacional, y en el que se pueden fijar
posiciones más o menos tendientes a una u otra perspectiva, de manera relativamente
independiente de asociaciones previas entre nombres propios de científicos, escuelas,
teorías e, incluso (o quizá principalmente) disciplinas enteras (como son los casos de la
economía y la sociología). Al respecto se ha advertido que, de manera sorprendente,
suele obviarse el hecho de que, lógicamente, lo que representaría la antítesis del
individualismo no es la perspectiva relacional, sino el colectivismo, particularmente
bajo la forma de una teoría de sistemas; visto así, el problema no se dirime sólo entre
individualismo y colectivismo, sino entre una perspectiva substancialista y una
relacional (Tilly, 2000: 31)3. Esta forma de ver las cosas puede explicar porqué algunas
teorías pueden pasar por relacionales cuando en último análisis no lo son 4 . El
distanciamiento teorético de la sociología y la economía se debería, pues a un complejo
error categorial (en el sentido de: Ryle, 2005). Ahora bien, semejante error categorial
se debe en parte a la deficiente práctica de una actitud reflexiva.
En efecto, quizás la propiedad más relevante del pensamiento relacional es su
reflexividad, la cual puede ser definida como la “necesidad de orientar continuamente
los instrumentos de las ciencias sociales hacia el investigador, en un esfuerzo por
controlar mejor las distorsiones introducidas en la construcción del objeto” (Ghasarian,
2008:252).5 Esto significa que una parte importante de la tarea de las ciencias sociales
consiste en tomarse a sí mismas como objeto6. El ejercicio de la reflexividad puede
adoptar innumerables formas, pero sin lugar a dudas una de las más dramáticas es
cuando su aplicación permite al mismo razonamiento relacional demostrar su ventaja
explicativa frente a otras perspectivas teóricas, como se trata de mostrar más adelante
3
Si bien Tilly (2000) destaca el aspecto esencialista del individualismo, esto se debe al énfasis que hace
en las “desigualdades categoriales”. Hay que recordar que la esencia traduce, en el concepto, a la
substancia.
4
Tal puede ser el caso de la teoría de F. A. von Hayek sobre el “falso” y el “verdadero” individualismo
(1958: 6 y ss.). Otro ejemplo son las teorías del “capital social”, que han gozado de cierto auge y que han
servido para legitimar políticas de estado, y que aunque parecen reconocer su importancia, en realidad
implican una imagen muy deformada y parcializada de las estructuras sociales (Marrero, 2006).
5
Conviene advertir que esta concepción de la reflexividad no tiene nada que ver con la que ha
popularizado George Soros (1999) en su discurso autolegitimador.
6
El significado prístino del término “teoría” (θεωρειν) es “punto de vista”, perspectiva, enfoque. Así, una
de las formas como ha sido expresado el pensamiento relacional-reflexivo es como análisis del “sistema
de los puntos de vista” (Bourdieu, 1999b:9). Como advierte Ghasarian: “La idea nietzscheana de una
conciencia ‘perspectivista’, de acuerdo con la cual los ‘hechos’ son interpretaciones constituidas y todos
los puntos de vista son subjetivos, tiene muchos puntos en común con la reflexividad crítica en las
ciencias sociales” (Ghasarian, 2008:251).
4
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con el análisis de un caso práctico.7 De aquí que en lo subsiguiente, en este trabajo, se
prefiera la expresión compuesta “relacional-reflexiva” para hacer referencia a la
perspectiva que se propone como alternativa a la individualista-substancialista.
Empero, por útil que parezca este esquema, no explica por sí solo por qué la
sociología y la economía llegaron a estar tan polarizadas y por qué eventualmente
algunos teóricos, en ambas disciplinas, se han acercado más que otros a una u otra
perspectiva. Semejante explicación tendría que provenir necesariamente del análisis
histórico de las ciencias, aunque bajo una perspectiva determinada. Como ha señalado
Fritz K. Ringer, al hablar de la historia social del conocimiento hay que desconfiar de la
perspectiva “que sostiene que las ideas son causas incausadas” para adoptar, en cambio,
una perspectiva relacional y reflexiva que tome en cuenta, no la influencia per se entre
ideas o pensadores, sino el conjunto de posiciones y trayectorias de los productores de
ideas en el campo intelectual o científico, así como sus luchas (simbólicas) por imponer
unas determinadas ideas, y la inmersión del campo intelectual o científico en una
sociedad y una cultura dadas, además del grado de autonomía de dicho campo en
relación con otros ámbitos, particularmente el del poder político (Ringer, 2010: 197200). De este modo, se estará en condiciones de señalar, si no el único, sí el más
importante factor no científico de polarización en las ciencias sociales. Así pues, el
primer continuum “individualista )-relacional” habría que combinarlo con otro definido
por su mayor o menor autonomía en relación con la política (Lebaron, 1997).
En este trabajo partimos de dos supuestos, el primero de los cuales es que dicho
factor no científico es de naturaleza estrictamente política, es decir: la adopción de una
perspectiva más individualista o una perspectiva más relacional ha sido, al mismo
tiempo, una opción epistemológica y política; sólo de esta manera se pueden explicar las
divergencias teóricas en las ciencias sociales, particularmente en la sociología y la
economía, no obstante que desde hace mucho los historiadores han advertido que el
poder político ha representado una fuerza heterónoma frente a la cual estas ciencias han
tenido que ir construyéndose trabajosamente su autonomía teórica (Deane, 1993).8
7
Otra forma, no menos dramática, es la que podría ensayar cualquier científico social al tomarse a sí
mismo como objeto, tal y como hizo Pierre Bourdieu en su Esquisse pour une auto-analyse (Bourdieu,
2007).
8
Lo cual no descarta la eventual coincidencia, nunca perfecta, de teóricos de inspiración relacional con
posturas políticas que en última instancia fundan su legitimación en una visión poco relacional de la
realidad económica y social. Es el caso de la tesis de la “tercera vía” cuyo autor, el sociólogo inglés
Anthony Giddens, recibió de Pierre Bourdieu una de las más ásperas críticas: “consejero de comunicación
del príncipe” lo llamó el sociólogo francés, “tránsfuga del mundo universitario al servicio de los
5
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La historia de la política y de la filosofía moral (Schneewind, 2009, Held, 2001)
nos enseña que hay dos fuerzas antagónicas en cuya tensión se engendran las diferentes
realizaciones del Estado como máxima institución social y que no sería posible
circunscribir a ningún par de etiquetas o nombres9. Lo que sí se puede decir, es que
corresponden a dos tendencias que difieren en su respuesta la pregunta esencial sobre
cuál debería ser la función del Estado respecto de la distribución de los bienes entre los
individuos. En este pregunta leemos, entre líneas, conceptos como “derechos”,
“justicia”, “igualdad” y “democracia”; el problema es que cada uno de estos términos ha
tenido un significado diferente en una u otra postura o fuerza antagónica, pero ambas
los esgrimen constantemente. Como sea, se acepta que históricamente la ciencia
económica se ha diferenciado y autonomizado de la economía política, lo mismo que la
sociología de las “ciencias políticas” (Deane, 1993: 152). En realidad, la discusión de
las relaciones entre los fines puramente cognoscitivos de las ciencias sociales y los fines
puramente prácticos, cuya formulación más elocuente fue dada por Max Weber en los
textos que componen El político y el científico, de 1910 (el título del presente trabajo es
una paráfrasis del mismo), es un tema que está muy lejos de haber sido resuelto.10
El segundo supuesto puede ser mucho más polémico que el primero, ya que
consiste en la idea de que la perspectiva relacional no sólo es epistemológicamente más
útil que la individualista, sino que también lo es políticamente.11 De hecho, no deberían
sorprender las ventajas explicativas, e incluso políticas, de dicha perspectiva relacional
por dos simples razones, ambas de orden histórico y epistemológico: primero, porque la
noción misma de ciencia social, sobre todo cuando pensamos en sociología, implica
lógicamente no sólo a los individuos sino a las estructuras de las relaciones entre ellos,
por lo tanto tiende a una visión más comprehensiva de toda la sociedad y, por ende, más
afín a una concepción de lo político. Segundo, porque ya desde inicios del siglo XX al
menos los historiadores y filósofos de la ciencia (destacan Ernst Cassirer en Alemania y
Gaston Bachelard en Francia) habían advertido que, en su evolución histórica, las
dominantes, cuya misión es poner en términos académicos los proyectos políticos de la nueva nobleza del
Estado y de la empresa.” (Bourdieu, 2000).
9
En la historia se les ha dado varios nombres: conservadurismo y progresismo, derecha e izquierda,
Antiguo Régimen y Nuevo Régimen, liberalismo y regulacionismo, dictadura y democracia, capitalismo
y socialismo, pero al final todas estas etiquetas siempre han resultado ambiguas o imprecisas.
10
Así, por ejemplo, a pesar de las muchas afinidades (y amistad) entre J-C Passeron y Pierre Bourdieu,
ellos siempre discreparon en este respecto (véase Passeron, 2003: 34-35).
11
Aunque no se comparte la tesis como tal, parece que en este sentido iría la intuición de Hayek respecto
de la relación entre lo que él llamó el “verdadero individualismo” y su concepto de “socialismo” (Hayek,
1958).
6
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ciencias en general progresivamente y en lo fundamental tienden a superar una fase
substancialista y esencialista para adoptar formas relacionales.12
Pero ¿en qué se funda esta utilidad política? Las ciencias sociales tienen por fin
último elaborar una verdad científica acerca del mundo social, mientras que las ciencias
políticas y la política misma constituyen un espacio de luchas también por la verdad
sobre el mundo social, pero en constante tensión con una lucha por el poder,
particularmente sobre el Estado y su capacidad de controlar la acumulación y
redistribución de recursos de todo tipo. Es por esto que las ciencias sociales están
constantemente influenciadas por las fuerzas políticas a través de innumerables
mecanismos de poder temporal (por ejemplo: el condicionamiento del financiamiento
de la investigación a determinadas temáticas impuestas como “prioritarias”). Empero, es
posible que conocimientos elaborados por las ciencias sociales funcionen como “ideas
reguladoras” que orienten la práctica política: dada su construcción metódica, racional y
factual (Bourdieu, 2002: 9-10). Ya Weber había advertido esta coincidencia entre
ciencia social y política, así como la necesidad de diferenciar entre buscar el
conocimiento y la emisión de juicios sobre lo social (De L’Estoile, 2003:138). Ergo, se
puede postular que la perspectiva relacional-reflexiva puede orientar mejor la práctica
política porque explica mejor el mundo social.
Este esquema es del todo legítimo y de ninguna manera nos instala en una
concepción idealista de la historia de las ideas, ni en un positivismo histórico radical,
aunque ciertamente es de naturaleza estrictamente histórico. No se pretende entonces
desarrollar una teoría epistemológica vacía de hechos históricos (esto es, deshistorizada)
y aislada de las estructuras sociales, aunque tampoco parece fructífero reducirlo todo a
las “condiciones históricas” obviando la especificidad los procesos de producción
científica. Cabe precisar que no se pretende llevar a cabo una minuciosa reconstrucción
histórica de la génesis y evolución de la economía y la sociología, de hecho ni siquiera
se ensaya un bosquejo, sino solamente se destacan algunos puntos clave de esa historia
(con el auxilio de algunos autores) que permiten llegar a algunos planteamientos útiles.
Por otro lado, es sabido que la historia social de las mismas ciencias sociales no se ha
escrito completamente, por lo que se tiene que partir de lo que la historia y la sociología
del conocimiento han logrado con tanto esfuerzo.
12
Intuición que confirmarían, entre otros, Jean Piaget, Thomas S. Kuhn y Michel Foucault, cada uno a su
manera.
7
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I. Economía y sociología: La política como principio histórico de diferenciación.
El historiador Robert Darnton, en su brillante ensayo titulado Los filósofos
podan el árbol del conocimiento: la estrategia epistemológica de la “Enciclopedia”,
explica que la verdadera novedad de la Enciclopedia, obra cuyas peripecias históricas
Darnton ha estudiado profundamente, radicaba no tanto en su contenido como en la
“estrategia epistemológica” adoptada por sus célebres autores, es decir, la forma como
clasificaron los conocimientos. La forma, como tal, no era novedosa: se trataba de otra
clasificación en “árbol” más, como tantas inspiradas en la obra de Porfirio, filósofo
neoplatónico del siglo III d.C. Empero, en esa ocasión, “los enciclopedistas
reconocieron que el conocimiento significaba poder, y al deslindar el mundo del
conocimiento, se propusieron conquistarlo” (Darnton, 1987:211). Es decir, al
reorganizar la clasificación de los conocimientos de la época (subordinando la teología
a la última rama o derivación posible, por ejemplo), al mismo tiempo se cifraba una
postura política. Desde entonces, como advirtiera Foucault, la relación entre el
conocimiento y el poder sería cada vez más estrecha, particularmente bajo la forma de
economía política (Foucault, 1992).
Con el ascenso del capitalismo, como observó agudamente Max Weber, se fue
consolidando un cuerpo de funcionarios, especialistas y científicos formados en las
universidades a la vez que el conocimiento técnico y científico se fue volviendo cada
vez más útil y, por ende, más necesario. Actualmente, el sociólogo John B. Thompson
ha advertido cómo los cambios en el mundo del trabajo en las sociedades industriales
occidentales, el surgimiento del sector de servicios y de industrias dependientes del
conocimiento, así como la revolución tecnológica y de las comunicaciones,
transformaron el contexto social de la política. De la política partidista basada en las
grandes doctrinas de reivindicaciones de las clases sociales (“política ideológica”), se
pasó a una política basada en la confianza y la credibilidad (“política de la confianza”) y
ésta, cada vez más, depende de plataformas políticas apoyadas o legitimadas
científicamente, particularmente por la economía (Thompson, 2003:293). En última
instancia, el papel originario de los economistas como asesores o consejeros en materia
de economía política, aún con su progresiva autonomización (Deane, 1993:152-153),
nunca ha desaparecido. Es por esto que se afirma que la naturaleza de las causas de la
divergencia en las ciencias sociales, particularmente en la sociología y la economía, es
en gran medida política, aunque se exprese como un error categorial en el plano teórico.
8
Revista Economía, Teoría y Práctica, No. 37, Segundo Semestre, UAM-I, México, 2012.
Es bien sabido que, en orden de aparición histórica, la economía antecede a la
sociología (Collins, 1996:32), pero es menos conocido el proceso de aparición del
pensamiento económico y la forma como se fue diferenciando del sociológico (Deane,
1993), desde Adam Smith, pasando por Marx, Pareto, Simmel, Veblen, hasta Weber,
Sombart y Schumpeter (Giner, 2004). Como recordara alguna vez el economista
norteamericano Kenneth E. Boulding (1970), Adam Smith fue un profesor de filosofía
moral, y en esa fragua fue hecha la economía, de ahí que Smith, al igual de Bentham, la
considerara la más moral de las ciencias. Históricamente, el aspecto “moral” fue
paulatinamente relegado por la economía mientras, que era profundizado por la
sociología (así pasamos del concepto de división social del trabajo de Marx, al de
división del trabajo social de Durkheim). Un momento clave en este proceso histórico
de diferenciación de las disciplinas, es el que corresponde al debate en la primera mitad
del siglo XIX entre la economía “política” y la economía “social”. La primera se
interesaba en el valor estrictamente económico del trabajo, la producción y el mercado,
mientras que la segunda se interesaba particularmente en las condiciones de la vida
obrera. “Esta distinción no es únicamente el producto de una división del trabajo
intelectual. Es el resultado, en lo esencial, de un conflicto político que a lo largo del
siglo XIX no dejó de oponer” a la burguesía industrial (que accedía al poder político) y
a la aristocracia conservadora (Lenoir, 1993:57); esta oposición dio lugar a la noción de
“problema social” y éste a su vez, replanteado científicamente, a la sociología, pasando
por la exaltación weberiana de la economía como ciencia wertfrei (“libre de valores”),
con la consecuente (y errónea) delegación exclusiva del estudio de “lo social” a la
sociología (Lenoir, 1993:58).
El advenimiento de las dos Grandes Guerras de la primera mitad del siglo XX
significó un largo paréntesis en el desarrollo de la sociología autónoma. Después de la
muerte de Durkheim en Francia y de Weber en Alemania, el epicentro de la sociología
se movería a los Estados Unidos de Norteamérica dando origen a las teorizaciones de
Talcott Parsons y Robert Merton, el interaccionismo, la fenomenología social y el
metodologismo estadístico representado por Paul F. Lazarsfeld (Collins, 1996), y no
será sino hasta la década de 1960 que comenzarán a surgir nuevos grandes sistemas
teóricos en Francia, Alemania e Inglaterra principalmente, a partir de diversas corrientes
de pensamiento filosófico, sociológico e incluso económico, que durante esos años
subsistieron en la marginalidad tanto en Europa como en América.
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Revista Economía, Teoría y Práctica, No. 37, Segundo Semestre, UAM-I, México, 2012.
El caso francés resulta paradigmático al respecto y clave para nuestro análisis.
De manera similar a la suerte que corriera la obra de Max Weber en Alemania, aunque
más radical, a la muerte de Durkheim su pensamiento fue objeto de duros ataques y
descalificaciones por parte de grupos ultranacionalistas y conservadores, en una suerte
de “Restauración” en el mundo intelectual, pero persistió bajo la forma de una modesta
tradición de los etnólogos durkheimianos, entre los que destacó Marcel Mauss. La
filosofía subjetivista tuvo ocasión de reinstalarse particularmente con Jean-Paul Sartre,
quien dominaría el panorama intelectual hasta finales de la década de 1960, cuando
nuevas formas de filosofía y el resurgimiento de la sociología aparecieron en escena
para desplazarlo. La nueva sociología francesa tuvo varias raíces: el encuentro de esa
tradición etnológica durkheimiana y el marxismo con la teoría estructuralista,
proveniente de la lingüística, con Claude Levi-Strauss; el redescubrimiento de una
vertiente de la fenomenología alternativa a la de Sartre, representada por Maurice
Merleau-Ponty (otra vertiente de la fenomenología fue la de Alfred Schütz, que daría
frutos en los Estados Unidos de Norteamérica); la revaloración de la epistemología
histórica de Bachelard, Canguilhem y Veullemin, así como el surgimiento de la “nueva
historia” inspirada por la noción de larga duración de Fernand Braudel. De esa
oposición a la “ortodoxia universitaria” surgieron los nombres de Michel Foucault,
Jacques Derrida y Pierre Bourdieu, entre muchos otros (Pinto, 2002:15).
En cuanto a la ciencia económica, la década de 1960 resultó también crucial,
particularmente el “mayo del 68” fue un momento crítico en la subsiguiente dinámica
del campo de la disciplina en Francia. Como en otras naciones, después de la Segunda
Guerra Mundial, la “reconstrucción” de Francia fue más bien una reestructuración en
todos los órdenes, proceso en el cual ganarían en hegemonía la definición de políticas
de derecha y la instalación de una poderosa tecnocracia identificada con la ortodoxia
neoclásica, en coexistencia con dos grandes tendencias “críticas” del capitalismo, una
de inspiración católica y otra marxista. Después de mayo del 68, cada una de estas
tendencias críticas sufrieron una crisis, una en sus fundamentos religiosos, la otra en sus
fundamentos ideológicos, para resurgir a mediados de la década de 1990 ahora como un
“movimiento de economistas para salir del pensamiento único”; en esta configuración
del campo de los economistas franceses queda claro que las posturas científicas, son al
mismo tiempo posturas políticas, y que instituciones e individuos se clasifican
principalmente según ese doble criterio (Lebaron, 1997:21-25). Empero, lo más
relevante es advertir que una parte de la economía francesa contemporánea “no
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ortodoxa” es también la más cercana a la sociología relacional-reflexiva, como se
explica en este trabajo más adelante.
II. El giro hacia la perspectiva relacional-reflexiva en las ciencias sociales.
Así pues, arribamos a dos tesis, la primera de las cuales afirma que en la historia
moderna determinadas formas de conocimiento científico han sido utilizadas por el
campo del poder (político), mientras que la otra, implícita en la primera, afirma que la
estructura de las relaciones entre las ciencias, puede ser afectada o modificada por la
relación entre ellas y el campo del poder. Así, se afirma que no sólo la diferenciación
entre las disciplinas científicas de la economía y la sociología obedecen a un principio
político, sino también la relativa subordinación fáctica de la segunda respecto de la
primera: la economía, o mejor dicho, ciertas formas de teoría económica, suelen
detentar un “poder temporal” respecto del resto de las ciencias sociales13.
Aquí se utiliza la noción de “poder temporal” en el sentido que lo entendía
Pierre Bourdieu; éste, al estudiar las relaciones de fuerza o dominación en los campos
de producción cultural (particularmente en el mundo académico-científico), identificó a
aquellos agentes e instituciones que casi siempre, debido a una relación de
subordinación y heteronomía con el poder político y/o económico, ocupan posiciones
dominantes al interior del campo, pero que generalmente poseen un capital específico
endeble (capital propiamente científico). En el otro extremo, estarían los agentes e
instituciones con un gran capital científico que, al ser ampliamente reconocido como
legítimo por la comunidad de sabios, opera como un capital simbólico “trascendente”,
por ejemplo, cuando una teoría adquiere el nombre de su creador (Bourdieu, 1999a,
2008). Se debe reconocer, empero, que aunque el servicio de legitimación científica de
la política es más claro respecto de la economía (en tanto “economía política”), también
se ha dado respecto de la sociología (v. gr. la tesis de “la tercera vía” o la “teoría del
capital social”).
Ahora bien, no se podría dejar de hacer notar lo siguiente: en la medida que la
teoría social se aleja de los modelos esencialistas e individualistas y se convierte o se
complementa con una perspectiva relacional y comprehensiva (reflexiva), no sólo
ofrece mejores explicaciones de la vida social, sino que más gana en autonomía.
13
La Real Academia Sueca de Ciencias decidió incluir también a la sociología y otras ciencias en el
Nobel de Economía hasta 1995, sin embargo, sólo reconoce las contribuciones de dichas ciencias a la
economía.
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Aunque los casos históricos de heteronomía en la ciencia suelen tomarse de regímenes
totalitarios (tal es el caso de la doctrina Djedanov durante el Soviet), la vulneración de
su autonomía ha adoptado diversas formas en otros países y épocas (Sandoval, 2011).
Así como antes se advirtió que no toda la economía ha sido individualista
(substancialista) ni toda la sociología relacional, también hay que precisar que dentro de
la economía han existido innumerables escuelas y teorías que han manifestado una gran
autonomía respecto de los poderes constituidos.
Basta con revisar someramente las teorías clásicas para constatar que hubo ahí
muchas intuiciones que fueron luego olvidadas o relegadas. Se ha advertido en este
sentido, el papel de los marcos institucionales (particularmente el referido al Estado)
que ya había sido advertido por los clásicos (Marengo y Pasquali, 2009:79; Gandlgruber,
2010:16) pero que ha permanecido como una forma de análisis menor marginado de las
grandes corrientes. Charles Tilly tenía muy claro que el mismo Adam Smith consideró
en sus análisis del mercado las condiciones sociales estructurales o institucionales, tales
como las categorías clasificatorias de los grupos sociales, pero señaló que “la revolución
neoclásica (…) desvió la atención económica de las categorías para centrarla en los
individuos y los mercados (…) El paso centenario de las ciencias económicas desde las
descripciones relacionales hasta las individualistas simplificó el trabajo de los analistas,
al precio de la pérdida de la verosimilitud” (Tilly, 2000:42-44). La historia de la
disciplina está pletórica de casos. Por ejemplo: “John R. Commons (1934), injustamente
ignorado, insistió hace sesenta años en que la ciencia económica debía comenzar sus
análisis
con
las
transacciones,
no
con
los
individuos.
Los
economistas,
desgraciadamente, no le hicieron caso (…) El análisis con fuerte énfasis en lo relacional
sigue siendo un movimiento minoritario en el conjunto de las ciencias sociales” (Tilly,
2000:31).
Sin embargo, las teorías prevalecientes en economía no pueden dejar de hacer
referencia a lo que denominamos, con Charles Tilly y Pierre Bourdieu, una concepción
relacional (Tilly, 2000:33-34; Bourdieu y Wacquant, 2005). Así, por ejemplo, en 1991
Ronald Coase recibe el Nobel por su descubrimiento y clarificación del significado de
los “costos de transacción” y los derechos de propiedad para la estructura institucional y
el funcionamiento de los mercados. En realidad, existe un gran número de corrientes o
escuelas económicas reconocidas que de una u otra forma adoptan una perspectiva
relacional, pero que tratan de diferenciarse de las teorías predominantes y se clasifican
como alternativas heterodoxas (Gandlgruber, 2010).
12
Revista Economía, Teoría y Práctica, No. 37, Segundo Semestre, UAM-I, México, 2012.
Sobre todo despúes de la crisis de 2008, se incrementa el interés por esas otras
formas de pensamiento económico. Como ha dicho el economista de la escuela
regulacionista francesa, Robert Boyer, “es una buena oportunidad para presentar la
macroeconomía de inspiración regulacionista” la cual, entre otras características, asume
que “no se puede concebir una teoría económica pura, porque las esferas sociales,
políticas y económicas se mezclan en la construcción de las formas institucionales y sus
transformaciones. De hecho, la macroeconomía regulacionista es parte de un programa
de investigación en términos de economía política en el sentido de los grandes autores
clásicos” (Boyer, 2010). Esto es, la clave de esta escuela es que adopta una perspectiva
sistemáticamente relacional de los fenómenos económicos y sociales.
Ahora bien, tomar en consideración en nuestro análisis a éste representante de la
economía regulacionista, tiene un sentido preciso, pues representa un claro ejemplo de
acercamiento con el campo de la sociología, particularmente con la desarrollada por el
sociólogo Pierre Bourdieu. El mismo Boyer sostiene que las homologías entre la
sociología de Pierre Bourdieu y las investigaciones inspiradas en la teoría de la
regulación son sorprendentes, a pesar de las diferencias entre sus respectivos objetivos y
nociones básicas (Boyer, 2003). Es entonces la adopción de una perspectiva
epistemológica relacional en lo que consiste la ventaja del regulacionismo económico y,
al mismo tiempo, lo que permite establecer lazos de colaboración con la sociología, sin
que ninguna de las dos ciencias se confunda con la otra. En este trabajo se considera
que la postura teórica más acabada en ese sentido está representada por la sociología de
Pierre Bourdieu. Se podría afirmar que no sólo es un referente indispensable, sino que
representa en un paradigma alternativo, como se muestra más adelante.14
III. Una sociología económica relacional y reflexiva.
Con sus investigaciones en la entonces colonia francesa de Argelia, a finales de
los años cincuentas y principios de los sesentas, surgieron las primeras formulaciones
que hizo Bourdieu de su crítica a las teorías económicas neoclásicas y, en general, a
toda forma de teoría en ciencias sociales que omita en sus fundamentos las dimensiones
14
Los conocedores del pensamiento de P. Bourdieu advertirán que éste llegó a denominarlo como
“constructivist structuralism” o bien “structuralist constructivism” (Bourdieu, 1993:127), lo cual es del
todo coherente con lo que el mismo sociólogo denominó explícitamente “pensamiento relacional”
(Bourdieu y Wacquant, 2005: 319). Afirmaba que “el aporte principal de lo que bien puede llamarse la
revolución estructuralista ha consistido en aplicar al mundo social un modo de pensamiento relacional,
que es el de la matemática y la física modernas y que identifica lo real no con substancias sino con
relaciones” (Bourdieu, 1993: 129, sin cursivas en el original).
13
Revista Economía, Teoría y Práctica, No. 37, Segundo Semestre, UAM-I, México, 2012.
histórica y relacional de sus objetos. Analizó la paulatina incorporación de los argelinos,
acostumbrados a una economía y una sociedad tradicionales agrarias, a una economía y
unos mercados laborales regidos por la lógica capitalista (Bourdieu, 2006). Después de
casi cuatro décadas de intenso trabajo, durante los cuales sometió a rigurosos análisis
una gran diversidad de temas, Pierre Bourdieu concentró en un solo volumen su crítica a
la teoría económica dominante. Dio a éste libro el provocador título de Las estructuras
sociales de la economía (Bourdieu, 2001).
Sostuvo que para comprender realmente las acciones e instituciones económicas,
es necesario “construir modelos históricos capaces de dar cuenta con rigor y parsimonia
de las acciones e instituciones económicas tal como ellas se dan a la observación
empírica” pues “el mundo social está enteramente presente en cada acción económica”.
Según esto, la teoría económica que critica parte de una “amnesia de la génesis” del
campo económico mismo y, por ende, también de las disposiciones económicas de los
agentes, de la historia colectiva que se reproduce en las biografías individuales y que
hace aparecer a los fenómenos económicos como universales, naturales y ahistóricos.
Para la construcción de su objeto, esta teoría económica parte, pues, de una ruptura
social tácita o implícita y de una abstracción de la práctica real; confunde,
parafraseando a Marx, “las cosas de la lógica con la lógica de las cosas” (Bourdieu,
2001:13-19).
En frontal oposición a los presupuestos del individualismo metodológico y de
las teorías de la decisión racional, Bourdieu afirmó que los sujetos inmersos en un
campo económico actúan y piensan de manera “conforme” a la racionalidad económica,
sin que necesariamente “tengan la razón por principio”. Proponía entonces construir una
“economía de las prácticas económicas” que tendría su principio en las disposiciones
aprendidas por los agentes en virtud de una larga exposición a las regularidades de la
economía, a partir de las cuales se producen prácticas no necesariamente “racionales”,
sino “razonables”, esto es, orientadas por el “sentido práctico” de estrategias (noteóricas y “cómodas”) “adaptadas a las exigencias y urgencias de la acción” (Bourdieu,
2001:20-21). Dicho sea de paso, esto es lo que explicaría los resultados de numerosos
estudios históricos y experimentales que demuestran que la exposición prolongada y
sistemática a la racionalidad económica tampoco garantiza totalmente que los agentes
(por ejemplo, expertos financieros) actúen totalmente de acuerdo a ella (Viale, 2009).
El error del economicismo o de la “economía económica”, que consiste en
universalizar, naturalizar y deshistorizar los fenómenos económicos (lo que da lugar a la
14
Revista Economía, Teoría y Práctica, No. 37, Segundo Semestre, UAM-I, México, 2012.
creencia en el homo æconomicus como individuo racional, interesado y egoísta), tiene
su origen, según Bourdieu, en las mismas condiciones de producción de la teoría
económica y constituye una variante de un “error intelectualista” o error de percepción
propio de los mundos “escolásticos”. Para que el trabajo intelectual fuera posible,
explica, los sabios debieron gozar de las condiciones adecuadas para ello, esto es,
sustraerse de las urgencias y las necesidades mundanas; para ello, se precisaron de
ciertas condiciones económicas, materiales y sociales que aseguraron la posibilidad de
la actividad intelectual (lo que Aristóteles denominó la skolé). Con la evolución de los
mundos “escolásticos” (filosofía, teología, ciencias, artes, etcétera), la conciencia de
esta originaria y necesaria toma de distancia con el mundo, objetivamente una relación
con el mundo privilegiada, llegó a ser obviada u olvidada en virtud de una represión
inconsciente (en sentido freudiano), represión que se ha manifestado en el pensamiento
teórico principalmente bajo la forma de una atribución del punto de vista escolástico al
mundo y al común de los individuos (Bourdieu, 1999a: 41 y 252-265).
Este sería precisamente el error de la teoría económica dominante en la
actualidad: que se proyectan artificialmente en la mente de los individuos los esquemas
abstractos (definidos como “racionales”) que el economista ha debido construir para
tratar de explicar el mundo económico, lo que constituye una verdadera petición de
principio. En consecuencia, el reto del economista sería, como apunta Charles Tilly en
consonancia con Bourdieu, al menos de inicio, “bosquejar un modelo que ponga de
relieve rasgos destacados de su objeto, pero que nunca se confunda con la realidad”
(Tilly, 2000: 41-42). Partiendo de esta crítica de la filosofía del agente, de la acción, del
tiempo y del mundo social que sustenta las teorías económicas dominantes, y tratando
de elaborar una mejor definición de la “razón económica”, Pierre Bourdieu se dio a la
tarea de expresar los principios de lo que él llamó una “antropología económica”
(Bourdieu, 2001: 219-252), que enseguida se tratará de enunciar sintéticamente.
Para realizar sus análisis, Bourdieu partió de una teoría del espacio social que
tenía como propósito practicar una ruptura con las nociones preconstruidas de “sociedad”
comúnmente utilizadas. En lugar de iniciar de manera irreflexiva y acrítica
presuponiendo una idea determinada de “sociedad”, comenzó con el concepto altamente
abstracto de espacio social, al cual definió como una estructura de yuxtaposición de
posiciones sociales (identificadas con individuos o, por ejemplo, instituciones), que a su
vez se definen como “posiciones en la estructura de la distribución de las diferentes
especies de capital” (Bourdieu, 1999a: 178). En este espacio se pueden diferenciar, a su
15
Revista Economía, Teoría y Práctica, No. 37, Segundo Semestre, UAM-I, México, 2012.
vez, configuraciones o ámbitos específicos de relaciones entre agentes o instituciones
(que pueden ser empresas) en los que están en juego diversas formas específicas de
capitales (económico, cultural, científico, político, simbólico, etcétera). Estos ámbitos
son denominados campos y de alguna manera se corresponden con ámbitos o esferas de
la vida social reconocidos (arte, ciencia, política, religión, sistema económico, deporte,
etcétera) y sus respectivas instituciones (academias, institutos, estados, partidos, iglesias,
empresas, clubes, etcétera) y agentes (artistas, científicos, políticos, clérigos,
empresarios, financieros, deportistas, etcétera). Éstos, en virtud de su mayor o menor
autonomía respecto del espacio social y otros campos, poseen sus propias “reglas del
juego”, sus propias luchas y objetos de lucha15.
El campo económico es, pues, un campo entre otros. Son las empresas, que
actúan como agentes, y sus relaciones mutuas, las que lo crean, son “fuentes de
generadoras de campo” pero que, al mismo tiempo, son definidas por su posición en el
mismo y por el volumen y estructura de sus diferentes tipos de capitales: financiero
(real o potencial), cultural (que se compone de capitales tecnológico, jurídico y
organizativo e informativo), comercial, social y simbólico (entendido como “crédito” o
confianza en la firma). Es la distribución de todas estas propiedades la que determina la
estructura del campo en cada lugar y momento histórico considerados en un análisis
económico dado. Y es también lo que determina el mercado y la formación de precios:
“No son los precios los que hacen todo, sino el todo el que hace los precios” (Bourdieu,
2001: 225).
Esto último se debe a que, ciertamente en última instancia, las decisiones
económicas están determinadas por el campo. El verdadero sujeto de la economía es el
campo económico mismo y no un hipotético homo æconomicus. El principio
fundamental es que la razón económica es la expresión de la relación entre un habitus y
un campo, esto es, entre un sistema de disposiciones socialmente constituidas en
relación con un campo (económico), y las estructuras objetivas de ese campo, también
socialmente constituidas. La noción de habitus es el recurso teórico que precisamente
permite superar la noción ortodoxa de homo æconomicus como individuo racionalutilitario, la cual se revela entonces como una “ilusión bien fundada” (como decía
15
Uno de los instrumentos de análisis de los campos usados por Bourdieu, fue el análisis factorial de
correspondencias múltiples, desarrollado por el matemático franco-libanés J-P Benzecri en la década de
1960 y que vino a resolver problemas de análisis estadístico enfrentados por el propio Bourdieu por los
mismos años (por ejemplo, en Bourdieu y Darbel, 2003). Para un análisis detallado del papel de las
estadísticas en la sociología de P. Bourdieu y su relación con la econometría y la demografía, ver
Desrosières (2003).
16
Revista Economía, Teoría y Práctica, No. 37, Segundo Semestre, UAM-I, México, 2012.
Durkheim): constituye una “hipótesis irrealista” que puede parecer convalidada “en
razón de la correspondencia estadística, empíricamente establecida, entre las
disposiciones y las posiciones [en el espacio social], los agentes forman (…) esperanzas
razonables, es decir, ajustadas a las posibilidades objetivas, y casi siempre controladas y
reforzadas” directamente por controles colectivos (Bourdieu, 2001: 242). Empero, muy
al contrario de lo que pudiera pensarse, el habitus no es un principio de reproducción
perfecta o de inmovilismo histórico: todo lo contrario, debido a la enorme complejidad
y dinamismo del campo económico, es un principio de cambio y transformación (Boyer,
2003a: 275). De hecho, estos conceptos han sido aplicados con éxito en el estudio de la
historia del mundo de las empresas (Fridenson, 2003).
A partir de estos principios es que Bourdieu llegó a proponer una “integración”
o “hibridación” de la sociología y la economía. Recordando la arbitrariedad de la
distinción fundamental “entre el orden de lo económico, regido por la lógica eficiente
del mercado y destinado a las conductas lógicas, y el orden incierto de lo ‘social’,
habitado por la arbitrariedad ‘no lógica’ de la costumbre, las pasiones y los poderes”,
para imaginar la reunificación de una ciencia social artificialmente dividida. Empero,
advierte, “esta ciencia social reunificada, capaz de construir modelos de los que ya no se
sabrá si son económicos o sociológicos, tendrá sin duda muchas dificultades para
imponerse, a la vez por razones políticas y por razones que obedecen a la lógica propia
de los universos científicos” (Bourdieu, 2001: pp. 237-238).
Si bien la sociología de Bourdieu ha sido objeto de críticas y descalificaciones
por parte de los mismos sociólogos a causa del uso que hace de la analogía económica
(Lebaron, 2007:84-85), es posible convencerlos de la pertinencia y utilidad de esta
opción teórica cuando se explica que “la dimensión simbólica de las realidades sociales
se vuelve el instrumento, que deriva de la tradición durkheimiana, que permite a
Bourdieu mantener constantemente un punto de vista radicalmente sociológico en su
esfuerzo por generalizar un discurso económico que no sea ya puramente económico”
en virtud del “doble movimiento de economización formal de su análisis del orden
simbólico y de interpretación simbólica de los fundamentos de la realidad económica”
(Lebaron, 2007:94).
No obstante, puede resultar aún más difícil convencer a los propios economistas,
máxime porque la economía ha ganado prestigio en el mundo contemporáneo, tanto
científica como políticamente, amén de la relación históricamente conflictiva con la
sociología, con la que se disputa la verdad legítima del mundo social. Los economistas
17
Revista Economía, Teoría y Práctica, No. 37, Segundo Semestre, UAM-I, México, 2012.
pueden rechazar la propuesta de la sociología económica en virtud del divorcio
aparentemente irreconciliable entre sociólogos y economistas, debido a la mutua
ignorancia, ya sea ésta activa (es decir, por que se teme que su reconciliación conlleve
la pérdida de los privilegios, reales o imaginarios, pecuniarios o simbólicos, para ambas
partes), o pasiva (debido al “tribalismo académico”). Y cuando se logren pasar las
fronteras, quizá porque ya es inevitable, entonces esta sociología deberá librar su batalla
también en el mismo territorio de la economía, y como en toda batalla (abusando quizá
de la metáfora), tendrá aliados y adversarios. Pero, a diferencia de las guerras en las que
se gana por el argumento de la fuerza, al tratarse del campo científico, aquí la batalla se
debe ganar por la fuerza del argumento. En lo que a este trabajo concierne, se propone
la sociología económica de Pierre Bourdieu como referente clave para progresar en la
solución del error categorial fundamental, asociado a los vaivenes políticos, y así
contribuir a la reunificación de las ciencias sociales.
IV. El sociólogo, el economista y los campos científicos. Un caso práctico.
Sin lugar a dudas, la mejor manera de ilustrar las ideas antes desarrolladas será
recurriendo a algún caso práctico. Enseguida se expondrá, pues, la crítica que el
economista francés Olivier Favereau ha dirigido a la sociología de Pierre Bourdieu
(Favereau, 2005). A riesgo de simplificar demasiado, se puede decir que según
Favereau la sociología de Bourdieu es análoga de la economía ortodoxa, a pesar de que
pretende criticarla; según esto, mientras que Bourdieu creía haber construido sus teorías
contra la economía neoclásica, en realidad están construidas de manera que solamente
podrían ser una crítica contra el modelo clásico, y esto de manera análoga a la crítica
que hiciera la economía neoclásica, desdeñando o ignorando los avances de la economía
que Favereau llama “heterodoxa”. La sociología de Bourdieu reflejaría “literalmente”,
dice Favereau, “una u otra versión de la ortodoxia económica (…) en una forma
invertida, como en un espejo” lo cual, según él, explicaría simultáneamente
“semejanzas formales y divergencias aparentes” entre la sociología económica de
Bourdieu y la economía neoclásica (Favereau, 2005:317). Así, la sociología de
Bourdieu constituiría una “ortodoxia alternativa” y no una alternativa a la ortodoxia.
En conclusión: Favereau cree defender una postura teórica totalmente ajena a las
posturas ortodoxas codificadas en la analogía entre las “fallas de reproducción”
(Bourdieu) y las “fallas de coordinación” (economía ortodoxa) y sostiene que, en ambos
campos teóricos, el problema es que se parte de “un modelo de individuo perfectamente
18
Revista Economía, Teoría y Práctica, No. 37, Segundo Semestre, UAM-I, México, 2012.
ajustado y, por ende, exclusivamente dedicado, a su modelo de orden colectivo” por lo
que haría falta “una nueva concepción del individuo, intérprete y no solamente
calculador, capaz de tener posiciones éticas y realizar juicios críticos”, más
“democrático”, y las ciencias sociales deberían “centrarse en los fenómenos de
coordinación parcial, que volverían a llevar a la teoría económica a la senda del
realismo cognoscitivo/colectivo, y los de reproducción parcial, que permitirían
discriminar entre dinámicas de aprendizaje colectivo más o menos democráticas”
(Favereau, 2005:359). Y aquí decimos que Favereau “cree” defender una postura del
todo diferente a las dos “ortodoxias”, por varias razones.
Primeramente, habría que tomar en cuenta la lectura que el propio Robert Boyer
hace de la obra de Bourdieu. Boyer (2003a, 2003b) explícitamente ha hecho referencia
al texto de Favereau como uno entre otros que lamentablemente han realizado una
lectura apresurada y parcial de la obra de Bourdieu: “Un análisis más atento, y fiel a la
letra como al espíritu, abre muchas otras perspectivas” (Boyer, 2003b:65), pues la
“declinación” o “transposición” sociológica de ciertas nociones claves de la economía
(capital, mercado, interés, etc.) si bien resultan muy útiles, hacen correr a Bourdieu el
riesgo de incomprensión por parte de los economistas. Empero, al parecer el sociólogo
asumió dicho riesgo pues “practica así el equivalente del arte del judoca: importar una
noción clave en el análisis dominante de las sociedades contemporáneas para mejor
hacer surgir la lógica de las interacciones en el seno de un campo”. Como sea, concluye
Boyer, tomar la teoría de Bourdieu “por una variante de la teoría neoclásica estándar
(…) sería omitir sus numerosos aportes” a la economía (Boyer, 2003a:270),
particularmente a la economía institucionalista y, más puntualmente, a la escuela
regulacionista (Boyer, 2003b:73). Cabe destacar que Boyer no hace todas estas
afirmaciones en el vacío, sino a partir de un análisis minucioso de la evolución de la
obra de Bourdieu, además de su propia experiencia como economista, explicando cómo
el cambio o transformación social tiene un lugar central en la obra del sociólogo, a
diferencia de lo que Favereau cree. “Le concept d’habitus, que d’incompréhensions!”
(“El concepto de habitus, ¡cuántas incomprensiones!”) exclama Boyer (2003a:273).
En segundo lugar, no se puede pasar por alto que la crítica que hace Favereau,
en tanto teoría, puede ser del todo explicada por un análisis del campo de los
economistas franceses ¡precisamente bajo la lupa de la sociología de Pierre Bourdieu!
En efecto, cuando afirma Favereau que “un economista heterodoxo no se reconoce en el
cuadro que pinta Pierre Bourdieu de su comunidad profesional” (Favereau, 2005:31219
Revista Economía, Teoría y Práctica, No. 37, Segundo Semestre, UAM-I, México, 2012.
313), en realidad no está adoptando un punto de vista comprehensivo de esa comunidad,
cosa que sí lleva a cabo Boyer (2003b:68), sino más bien está hablando un punto de
vista entre otros, desde su particular posición y condición en esa comunidad. Ahora bien,
esta comunidad se puede analizar precisamente como un campo social, el campo de los
economistas.
Toca al economista devenido sociólogo de la escuela de Bourdieu, Frédéric
Lebaron este análisis, en su revelador artículo titulado La denegación del poder: el
campo de los economistas franceses a mediados de los años 1990 (Lebaron, 1997). En
este artículo, Lebaron explica la génesis y estructura de lo que Favereau llama la
“comunidad profesional” de los economistas, es decir, en lenguaje sociológico, el
campo de esa profesión. Así, aplicando la teoría de los campos sociales, Lebaron
describe “una débil autonomía del campo, la jerarquía de las dotaciones sociales, la
oposición entre poder espiritual y técnico y poder político y económico” y explica que
“apoyándose en la exploración de esta estructura y de sus relaciones de fuerza, que se
traducen en formas de consagración específicas, se puede en efecto dar cuenta del
principio de las tomas de posición científicas y políticas de los economistas que reside
en el espacio de sus relaciones objetivas” (Lebaron, 1997:5). Es en este sentido que
afirmamos que el texto de Favereau expresa perfectamente su posición en el campo.
En la figura 1 se muestra un diagrama elaborado a partir del texto y del diagrama
original construido por Lebaron a partir de un análisis estadístico de correspondencias
múltiples, tomando en cuenta las propiedades pertinentes de los individuos (1997:10).
En éste diagrama podemos ubicar claramente las posiciones que Boyer y Favereau
ocupan en el campo: como se puede observar, ocupan posiciones más bien opuestas,
pues el cuadrante derecho corresponde a las posiciones dominantes en el campo
profesional, mientras que en el izquierdo están las dominadas. Con más precisión: “Las
elecciones teóricas aparentemente más alejadas pueden obedecer, en el campo de los
economistas, a lógicas homólogas bastante inconscientes, como la oposición entre una
economía orientada a la investigación y una economía aplicada a la decisión burocrática
y política: los neoclásicos (sobre todo los más matemáticos) y los economistas críticos
(con más diplomas, a menudo salidos de las grandes escuelas), pueden oponerse a los
economistas del poder sin concordar, empero, científica y políticamente.” (Lebaron,
1997, p. 17 y 19).
20
Revista Economía, Teoría y Práctica, No. 37, Segundo Semestre, UAM-I, México, 2012.
El campo de los economistas franceses
a mediados de los años 1990
(A partir de: Lebaron, 1997:10)
Aristocracia y Gran Burguesía
“Grande porte”
Capital Heredado
Grandes corporaciones,
Grandes empresas, Puestos
gubernamentales, Alta
Tecnocracia
Grandes Escuelas
Especialidades
temporalmente
dominantes
Prestigio Intelectual
(Matemáticas)
París
Provincias
Universidades
Especialidades relativamente
desvalorizadas
(Desarrollo, Trabajo, Historia,
Epistemología)
Pocos puestos profesionales
(universitarios)
“Petite porte”
Capital Acumulado
Pequeña Burguesía
Figura 1
De este modo, los poderes intelectual y técnico, así como los poderes político y
económico, pueden coincidir en ese espacio, sin que sus tomas de posición teóricas y
políticas coincidan: al igual que Boyer, regulacionista e institucionalista, “los
economistas ‘neoclásicos’ más prestigiosos, el primero de entre ellos Edmond
Malinvaud (antiguo director de la Previsión, antiguo director general del INSEE,
director de estudios honorario en la EHESS y profesor en el Collège de France), están
igualmente situados en este polo del campo [y] deben al menos una parte de su
notoriedad a sus publicaciones en importantes revistas americanas […] autoridad
científica y experiencia burocrática” (Lebaron, 1997, p. 13 y p. 16).
21
Revista Economía, Teoría y Práctica, No. 37, Segundo Semestre, UAM-I, México, 2012.
Al menos en ese artículo, empero, Lebaron no proporciona datos precisos de los
individuos analizados, así que se ha realizado una sencilla búsqueda por cuenta propia
de los respectivos currículos de Favereau y de Boyer.
Olivier Favereau: profesor universitario, de origen pequeño burgués, de
provincias, formado por una Universidad y no por una “Grande École”, carrera
profesional
limitada
como
profesor
(investigación
académica),
con
algunas
participaciones en grupos técnicos y comisiones (Ministerio de Educación), cultiva la
economía del trabajo y “social” que, al menos a finales del siglo XX, eran
especialidades subordinadas. Ingreso al campo por la agregation profesoral y una
trayectoria de larga duración (la “petite porte”), y no por la consagración debida a la
relevancia de su obra o actividad profesional en el campo. En conclusión, Favereau
ocupa una posición “dominada” en el campo de los economistas franceses.
Robert Boyer: Fuerte autoridad intelectual, representante de la escuela de la
regulación, director de investigación en el CNRS y director de estudios en la EHESS,
cercano a las teorías marxista y neokeynesiana, abierto a las demás ciencias sociales (la
“grande porte”); en conclusión: Boyer ocupa una posición “dominante” en el campo de
los economistas franceses; como intelectual, habría que decir, con Bourdieu, que Boyer
tiene una posición homóloga a “la fracción dominada de la clase dominante” y según
los propios análisis de Bourdieu (2008), esta posición sería también homóloga a la de
los sociólogos en general. No resulta extraño, pues, que Boyer publique en la revista
fundada por Bourdieu (ARSS) y que coincida en lo fundamental con éste en lo que
respecta a su “antropología económica” (Boyer, 2003b). “En el polo intelectual, los
agentes están relativamente desprovistos de poderes de decisión propiamente
económicos y están, en revancha, dotados de una autoridad fundada sobre su obra, sus
investigaciones. Ejemplar de esta posición, Robert Boyer” (Lebaron, 1997:13).
Ahora bien, recordando que “las posiciones [en el campo de los economistas]
condicionan, en un doble movimiento, la lógica de las elecciones científicas y la de las
inclinaciones propiamente políticas” aunque “es la posición en el campo la que funda
con más seguridad las tomas de posición políticas y no a la inversa” (Lebaron, 1997, p.
19), debemos concluir que el análisis de Favereau no podía escapar a estas
determinaciones. En efecto, según el estudio de Lebaron, y nuestras propias inferencias,
Favereau no estaría tanto debatiendo con Bourdieu como con Boyer o, mejor dicho,
con la fracción de economistas dominantes y esto desde su postura doblemente
dominada en el campo (temporal e intelectualmente), autodenominada como
22
Revista Economía, Teoría y Práctica, No. 37, Segundo Semestre, UAM-I, México, 2012.
“heterodoxia económica”; todo lo cual explica su lectura de Bourdieu, inevitablemente
deformada, o filtrada, por su posición en el campo; su crítica es más bien académica
(teoricista, alejada tanto del campo empírico como de la argumentación matemática) y
claramente inclinada hacia el discurso político16.
Esto explica muy bien el interés por identificar la sociología de Bourdieu con la
economía ortodoxa o estándar, lo que de hecho cree lograr al tomarlas a cada una como
la imagen especular de la otra, única forma en que puede, dada su posición en el campo,
entender la tesis de Bourdieu de la economía inversa de los bienes simbólicos: “El
desafío que las economías fundadas sobre la denegación de lo ‘económico’ plantean a
cualquier clase de economicismo reside precisamente en el hecho de que sólo funcionan
y pueden funcionar en la práctica –y no únicamente en las representaciones- al precio
de un rechazo constante y colectivo del interés propiamente ‘económico’ y de la verdad
de las prácticas que el análisis ‘económico’ devela” (Bourdieu, 2010:153, cursivas
añadidas). ¿No es acaso esto lo que Favereau concibe como “fenómenos de
coordinación parcial, que volverían a llevar a la teoría económica a la senda del
realismo cognoscitivo/colectivo, y los de reproducción parcial, que permitirían
discriminar entre dinámicas de aprendizaje colectivo más o menos democráticas”
(Favereau, 2005:359)? Y cuando Bourdieu afirma que “el comercio de arte, comercio
de las cosas en las que no hay comercio, pertenece a la clase de prácticas en las que
sobrevive la lógica de economía precapitalista” (Bourdieu, 2010:153) ¿no es también
equivalente el artista, por ejemplo, al “individuo, intérprete y no solamente calculador”
que permitiría “ensanchar las lagunas de la reproducción (lejos de legitimar las
relaciones de fuerza capitalistas)” que Favereau concibe?
Ahora bien, a pesar de que todo lo anteriormente explicado, se podría sostener
que la principal causa de la lectura “negligente” que Favereau hace de la sociología
económica de Bourdieu, obedece al carácter estrictamente teoricista de su
argumentación, esto es, que no toma en cuenta las ventajas explicativas de esa
sociología cuando ha tratado con objetos empíricos “situados y fechados” cosa que, hay
que insistir, Boyer sí toma en cuenta. Al parecer, aunque de una manera muy elaborada,
Favereau cae en la típica lectura deformada de la teoría, que consiste, básicamente, en
practicar una especie de reducción de los conceptos, reducción que opera,
necesariamente, aislando a los conceptos del sistema conceptual completo. A fin de
16
Y al respecto haría falta analizar la forma específica del capital político que representan estas tomas de
posición políticas, particularmente bajo la forma de un “capital militante” (Poupeau, 2007: 39).
23
Revista Economía, Teoría y Práctica, No. 37, Segundo Semestre, UAM-I, México, 2012.
cuentas, se trata del viejo truco (falacia) del “hombre de paja”: reducir al oponente a una
caricatura, contra la cual es fácil arremeter. Por esto, hace ya muchos años, Bourdieu y
sus colegas establecieron la distinción entre conceptos “operatorios” y “sistemáticos”:
“Al rigor analítico y formal de los conceptos llamados ‘operatorios’ se opone el
rigor sintético y real de los conceptos que se han llamado “sistemáticos’ porque su
utilización supone la referencia permanente al sistema total de sus interrelaciones”
(Bourdieu, 1979:54); los conceptos operatorios son a los sistemáticos, lo que el objeto
pre-construido es al científicamente construido (Lenoir, 1993).
De ahí que Favereau cometa el error de reificación aunque, hay que reconocerlo,
de una manera muy original: ¡se lo atribuye al mismo Bourdieu! Dice Favereau: “Si los
campos se presentan en la forma de conjunto de relaciones y si la gramática de esas
relaciones es dada por la estructura del espacio social ¿cuál puede ser el contenido de su
autonomía? La única respuesta posible, sin contradicción, es: un contenido sustancial, a
falta de relacional” (Favereau, 2005:309). Sin embargo, si Favereau cree ver muy claro
ese error, también hay que reconocer que cuando uno analiza (que no sólo “leer”) los
trabajos con base empírica, como los reunidos en Las estructuras sociales de la
economía (Bourdieu, 2001), se comprende más claramente la naturaleza relacional de
los campos y es difícil dejar de ver la enorme capacidad explicativa de la teoría de los
campos, así como el hecho de que no tiene nada que ver con el pensamiento
sustancialista. Es justo decir, empero, que quizá la verdadera veta a explotar y analizar
en el trabajo de Favereau vaya más en el sentido de la postura que Jean-Claude Passeron,
colega y amigo de Bourdieu, mantuvo respecto de la incompatibilidad entre la actividad
propiamente científica y la acción propiamente política (Passeron, 2003:34); pero ese
análisis, cuyas características e implicaciones no pueden sino sólo columbrarse ahora,
sería materia de otro trabajo.
V. Pensamiento relacional-reflexivo: ¿un paradigma triunfante?
El análisis de esta crítica de un economista (Favereau) a la sociología
económica de Bourdieu, a la luz, por un lado, de la respuesta que otro economista
(Boyer) le da y, por otro, del análisis que un economista devenido sociólogo (Lebaron)
hace del campo específico (y su lógica interna), al que ambos economistas pertenecen,
así como lo que el propio Bourdieu argumentara en su momento, permite contar, no
tanto con una apologética de éste último, sino más bien con un esquema analítico que
facilitará comprender mejor en qué sentido se ha afirmado que sus teorías pueden
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apuntar hacia “un nuevo paradigma” unificador de la sociología y la economía
(Sandoval, 2010).
Y se podría afirmar que representa un referente fundamental no sólo para los
científicos latinoamericanos, sino para toda sociología y la economía más allá de esta
región del planeta, pues, como ha dicho Robert Castel, “Pierre Bourdieu representa un
paradigma, si no es que el paradigma, de la postura sociológica” (Castel, 2003:347).
Léase bien: Castel no habla ad hominem, es decir, no habla de Pierre Bourdieu en tanto
individuo, si no más de lo que su pensamiento representa. Y lo que representa no es una
teoría en particular, sino el paradigma de la postura sociológica (de hecho, de las
ciencias sociales en general). No se propone, empero, que se acepte como dogma
semejante afirmación sino, como todo en la ciencia, partir de ella para someterla al
escrutinio y al veredicto de los hechos.
Se ha advertido que los defensores de la “descolonización del saber” sociológico
y económico de América Latina tienen razón al advertir acerca de los peligros, en todo
caso absurdos o malentendidos, de seguir tratando de “pensar” esta región del planeta
desde un sistema de categorías de pensamiento deudoras de la cultura europea, y tienen
también razón en proponerse encontrar lo que de “original” puede aportar la sociología
hecha en América Latina (Sandoval, 2010 y 2011). Es precisamente por eso que la
referencia a Bourdieu resulta relevante, de hecho, necesaria: porque promete ser un
paradigma. Y su fortaleza como paradigma radica en que no sólo constituye una teoría o
un conjunto de teorías sociológicas más, sino en su implacable (e impecable )
reflexividad. En resumen: no es una teoría lo que se propone probar, sino un paradigma
que tiene como principio la crítica y la vigilancia epistemológica de las mismas teorías
sociológicas y los sistemas de categorías de pensamiento desde los que las primeras se
elaboran17.
La crítica de las categorías teóricas se erige en la más fundamental e
indispensable tarea de cualquier científico, social o no. Como lo ha demostrado
agudamente el filósofo contemporáneo John R. Searle (1997), la mejor manera de
entender la realidad social es poniendo de relieve su naturaleza construida, esto es,
institucional y relacional, idea que se ha podido aplicar con gran éxito en la teoría
17
Esto es lo que sostiene Bourdieu cuando afirma: “Si pareció necesario mostrar que muchos de los
logros de la ciencia económica son perfectamente compatibles con una filosofía del agente, de la acción,
del tiempo y del mundo social completamente diferente de la que producen o aceptan por lo común la
mayor parte de los economistas, no fue para hacer sacrificios a una especie de pundonor filosófico, sino
únicamente para intentar reunificar las ciencias sociales, con un esfuerzo por devolver a la economía a su
verdad de ciencia histórica” (Bourdieu, 2000:243).
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económica por Bruno Gandlgruber (2010:59-61) quien, dicho sea de paso, aborda una
amplia gama de teorías institucionalistas y evolutivas distintas a la regulacionista, pero
afines a la misma, y reconoce la importancia que algunas sociologías - entre las que se
adivina la de Bourdieu- han tenido en las teorías institucionalistas (Gandlgruber,
2010:29). Así, se augura un futuro prometedor para las ciencias sociales. En lo que
respecta a la economía, la perspectiva relacional-reflexiva ya ha dado frutos, desde la
macroeconomía (los trabajos del propio Boyer), hasta la economía de las actividades
más acotadas, como por ejemplo la economía campesina (Rosas y Barkin, 2009). En la
sociología destacan los trabajos de los ya citados Charles Tilly, Patrick Fridenson o
Loïc Wacquant. Haría falta, claro está, llevar a cabo una revisión exhaustiva de la
bibliografía latinoamericana, por ejemplo, para dar cuenta del avance de este paradigma
en nuestra región.18
Si bien se argumenta que es la adopción de una perspectiva relacional lo que
permitiría a la sociología y a la economía superar sus limitaciones explicativas
intrínsecas e, incluso, concebir su (re)unificación, también se reconoce que la
perspectiva individualista clásica ha desempeñado el papel de interlocutora en el
proceso de construcción de las ciencias sociales, mismo que puede verse como un
proceso por el que el individualismo se ve paulatinamente superado. Es decir, la
perspectiva relacional no se opone al individualismo (bajo todas sus formas) como su
antítesis, sino como momento de resolución de la oposición ante una concepción
colectivista de la sociedad por el cual aquel, el individualismo, encuentra su verdad.
Epílogo: brevísima digresión epistemológica.
Pero ¿cómo es posible que dos ciencias sociales diferentes compartan un mismo
paradigma, el relacional-reflexivo? ¿No corren el riesgo de confundirse? ¿Cómo y
dónde se origina un paradigma como el relacional-reflexivo? A reserva de ampliar esta
idea en otro trabajo, se propone retomar el modelo organizativo de las ciencias
desarrollado por Jean Piaget19 en la que se diferencian cuatro niveles o estratos: uno
sobre el “dominio material” de cada ciencia, que se refiere a su objeto. En un segundo
nivel, el “dominio conceptual” referido a las teorías y conocimientos acerca del dominio
material. Enseguida, un tercer nivel correspondiente al “dominio epistemológico interno”
18
Tarea que está iniciada por el autor (Sandoval, 2010 y 2011) y que en su oportunidad se dará a conocer.
El modelo de Piaget es mucho más amplio; aquí sólo se hace referencia de manera muy general a su
esquema clasificatorio de las ciencias. Para mayor precisión, ver: Jean Piaget (1979 y 1987).
19
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de cada ciencia, que consistiría en el análisis crítico de sus fundamentos. Y un cuarto
nivel del “dominio epistemológico derivado” donde se analizarían las relaciones entre
las diferentes ciencias y donde se verificaría la posibilidad de compartir los esquemas
cognoscitivos más fundamentales. Entonces, se sostiene que la forma de pensamiento
relacional, entre otras (como la individualista o “atomística”), pertenecería
principalmente a ese nivel “epistemológico derivado”.
De esta manera se explica que diferentes disciplinas científicas, como la
sociología y la economía (definidas por su dominio material), compartan una u otra
misma base epistemológica, o incluso que diferentes teorías (dominio conceptual)
dentro de una misma disciplina se asienten en diferentes paradigmas (dominios
epistemológico interno y epistemológico derivado). El hecho que el paradigma
relacional da muestras de explicar mejor que otros uno o más dominios materiales
correspondientes a diferentes disciplinas, no implica que se confundan o que una
absorba a la otra, sino sólo eso: que tenemos una mejor comprensión del mundo y por
ende, como descubrieron los autores de La Encyclopédie, un mejor dominio del mundo.
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