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LA CANTANTE DESHILACHADA DE ROLANDO JORGE

Diario de Cuba

1 LA CANTANTE DESHILACHADA DE ROLANDO JORGE “Lo que está deshilachado debe dejarse deshilachado”, apuntó Wittgenstein (el Ludwig, el de las dos manos, el mismo que se masturbaba en campaña de Primera Guerra mientras escribía los primeros compases del Tractatus) en uno de los cuadernos de apuntes (Circa 1944) que se fueron publicando después de su muerte. El poemario La cantante se va de gira [Miami: Editorial Silueta, 2010] de Rolando Jorge pareciera sostener sus versos (más bien hilachas) en/desde esa sentencia aforística wittgensteiniana. ¿Cómo se explica esto? En este libro armado con ocho cuadernos (Satori; Crónica sobre Saló; La Gracia; Trigal con cuervos; Avalanchas; Escrito con ceniza; Manual para niños rusos; y Diarios de epilepsia) la materia poemática con la que Jorge construye (destruyendo) sus textos jamás se muestra lineal, o terminada, o compacta, sino que se va (des)articulando en hilos desprendidos (siempre permanecen colgando) de lo que sería el poema cerrado en sí mismo. O para formularlo de otra manera: cada poema se compone precisamente de las hilachas (pliegues) del poema que nunca llegará a ser en tanto tal, como “enredo que termina /volando”. De ahí que “lo que está deshilachado debe dejarse deshilachado”. Asimismo, estos filamentos poéticos no expresan ni ocultan un deseo de alcanzar la estabilidad —o acaso sí una estabilidad otra, negadora de antítesis: la de lo inestable—, tampoco el equilibrio clásico ni la escritura definida/encasillable; sucede que el barroquismo (a veces tenso, otras desbordado) es lo que provoca las colisiones léxico-semánticas en esta poesía. Poemas en prosa y poemas en versos que se manifiestan desde un (des)orden tipográfico (ocupación anárquica de la página en blanca; la morfología de la letra que no se adhiere a un tipo único; constantes quiebres rítmicos y tonales) que favorece el plegar y replegarse de la escritura. A veces pareciera que una 2 frase/una palabra crea un despeñadero con aquellas que les siguen, una escisión/abismo entre los eslabones rítmicos que componen la cadena melódica del poema: MALACARA, carretero del diablo, em puja al ingenio sílaba color caña. Algunos textos cercanos al aforismo tampoco llegan a definirse en esa forma genérica ya que el súbito poético los sacude; de ese modo vemos (oímos) que cierto proceso o impulso conceptual (casi filosófico) termina fracturado y/o cruzado por otro proceso (ya propio el discurso poético) dador de otro sentido, de otra sonoridad: y la nada está en ejemplos: base del nó sonido. Debe ser Spinoza. Debe ser la comedora de gatos. Lo mismo sucede con otros versos en apariencia extraídos como de entradas de diarios: “En Palma Street, a dos pies, a cuatro palmos, placer y violaciones”; o de posibles inicios de un relato: Muchacha cuenta que cruzó una mañana naranjal con uniforme de hebilla azul y vio mancha de vacas, pavos y gallinas. Del otro lado del potrero jinetes semidesnudos celebran feria del verano. El presentimiento de haber podido ser violada impone peso y destino a la conversación. Muchacha cruza descampado de naranjal con manchas de pavos, gallinas y cerdos. En otro nivel, Rolando Jorge (¿su sujeto lírico?) dialoga en estos poemas constantemente con su saber libresco, mas no es una conversación 3 (intertextualidad) amigable, ya que el poeta obliga a sus interlocutores —llámense Kafka, Joyce, Vallejo y/o un incontable etcétera— ha renunciar a sus bienes. Así, una conocida frase de una narración del autor de La metamorfosis, se reescribe (consecuencia del hurto) en uno de los poemas: Desvístanlo para que escriba, y si no escribe, mátenlo. Sólo es un poeta, sólo es un poeta. He aquí, en este proceso de apropiación, a un Raskolnikov (quien en un poema de este libro “resuena: ¡soy yo, soy yo!”) que a golpes de hacha le roba a los grandes escritores canónicos, que a fin de cuentas no son más que una ensarta de hermosos usureros (pretenden acumular todo el genio estético) a los que hay que decapitar, para así concederles más tiempo de existencia. “With usura the line grows thick”, sentenció el tío Ezra, cartografiando el desplazar de lo barroco: un flujo en principio lineal que termina bifurcándose en la literatura de Jorge por razones y causas de acumulación prosódicas. Un acervo barroco que igualmente deglute el saber vivencial del escritor: posibles pasajes y/o anécdotas de vida acaban trasmutados en inquietante discurrir sonoro: Guisantes, gandules, abejeo. Mi abuelo siglos antes tenía un gorro (jerife sirio un par de días), ríe tanta locura. Y hablando de discurrir sonoro, cabría entonces resaltar otro de los procesos discursivos que interviene en este libro: aquel que trueca (cruzamiento constante) el motivo visual en materia prosódica. No suele ser Rolando Jorge un poeta hacedor de imágenes, la fragmentación que entreteje su escritura actúa desde/hacia una intelección auditiva. La razón que por lo general se desprende de la retina, ahora pasa (se define en) por una lógica del escuchar. Jorge subvierte la imagen —tanto plástica como meramente poética— en significante, en sentido melódico. Así, pongamos un ejemplo, un óleo que el poeta le roba a Monet, termina manifestándose en un deshilachado repicar de versos: 4 Luego lluvia, Luego carpa y oficina, Blancor de clínica, Cantón en calma. Lejano de los bosques de Viena, por 1917, Wittgenstein (el Ludwig, el de las dos manos, el mismo que se masturbaba en campaña de Primera Guerra mientras escribía los primeros compases del Tractatus) sintió los estruendos de un mundo que se descomponía quizás sin rectificación posible. Un universo deshilachado (deshilachándose) que traspasaba y borraba los límites de su lenguaje; igual sensación (certeza) había experimentado en la misma época tras leer unos versos de George Tralk. La poesía de Rolando Jorge construye poemas desde ese deshilachar irrefrenable. Pablo De Cuba Soria