ALGUNOS DE LOS MÁS BELLOS VERSOS VALLENATOS
LUIS CARLOS RAMÍREZ LASCARRO
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La música vallenata, como toda expresión humana, cambia con el tiempo,
aunque a veces se pretende que algunas formas o códigos, de algunas épocas
específicas, queden detenidas en el tiempo, olvidando que las aguas estancadas
se pudren.
En las letras de la música vallenata, a grandes rasgos, podemos ver que en sus
inicios predominaban letras regularmente sencillas, de lenguaje directo y con
pocas muestras de introspección y lirismo, lo que paulatinamente cambió,
porque el centro se fue desplazando al Yo, coincidiendo esa preeminencia del
lirismo en las canciones de la música vallenata con la que se denomina época
de oro de esta expresión, llegando luego a caerse, en no pocas ocasiones, en
un sentimentalismo enfermizo que se hizo moda y casi caricatura, para volver en
tiempos más recientes a un lenguaje que, más que directo y sencillo, ha llegado
a ser ramplón y chabacano. Esto, sin que dejen de encontrarse, en las épocas
recientes, canciones de lenguaje sencillo, pero muy eficaces y encantadoras o
de un hondo lirismo, aunque sean en mucha menos cantidad que en las épocas
en las que fueron la moda y el canon.
Pareciera, sin embargo, que la industria, en cuanto a las letras, mas no a las
sonoridades, está teniendo un viraje a un lenguaje un tanto más cuidado, aunque
no igual al que muchos anhelan con nostalgia. No volveremos a tener –y es
normal– un Rosendo Romero, un Octavio Daza o un Fredy Molina. No podemos
esperar canciones como las de ellos y, menos, como las de Alejo o Luis Enrique,
pero sí, confío, iremos teniendo de nuevo un lenguaje cada vez más poético y
que se sintonice con los tiempos actuales y venideros.
Me gusta buscar versos o estrofas que destaquen entre sus pares, no solo en la
música vallenata, y hago el ejercicio de desligar estos versos de la música,
buscando ver cómo se sostienen sus imágenes desprovistas de todo lo que le
aportan la interpretación e instrumentación. Me propongo hacer, a continuación,
un pequeño recorrido por la historia moderna, grabada, de la música vallenata,
mostrándoles los que son, para mí, algunos de los más bellos versos vallenatos,
aunque no son, por supuesto, los únicos, ni los mejores, pues el criterio de que
su belleza se sostenga por sí sola, leyéndose en silencio, puede no ser válido ni
suficiente para algunos o muchos.
El recorrido lo haré revisando canciones que tocan en su temática la dualidad:
amor/desamor, que son las más abundantes en el cancionero vallenato, y
buscando encontrar versos, a lo sumo estrofas, cuyas imágenes, aunque puedan
ser construidas en un lenguaje llano, sean muy bellas y dicientes, alejadas de
los lugares comunes y que logren, desprovistas del respaldo musical, como dije
antes, tocar mi sensibilidad, que no sólo se dejen cantar sino leer con fruición.
El primer verso que debía incluir con orgullo se le atribuye a Don Toba: porque
quiero morir bajo tus ojos, lamentablemente debo reconocer que a don Tobías
Enrique sólo le puedo aplaudir la música y la letra de las estrofas de su
inmortal Mírame fijamente, pues el coro, a donde pertenece el verso que tanto
me gusta, pertenece a la canción Mírame siempre de Pedro Puche y José
Padilla.
Visitando el cancionero de los pioneros en la lírica poética vallenata me
encuentro los siguientes versos: dime si el sol te enamora, para bajarlo del
cielo, del cósmico y metafísico Juancho Polo Valencia. Son bastante arrogantes
estos versos, si se quiere, atrevidos, y sin embargo de una luminosidad
sobresaliente no sólo entre otros raros versos, incomprensibles, aunque
funcionen en la estrofa y en la canción Mujer de adorado pelo, tales como: amor
guardiando de aroma. Adriano Salas, por su parte, en El cóndor sin pluma nos
regala el verso tu dejaste en mi alma un lampo azul de centella, en el cual no se
sabe si es más poderosa la desolación que transmite o la imagen empleada para
lograr ese cometido.
El maestro Leandro Díaz, en su gran cercanía con la naturaleza, parecida a la
de Adriano y que, frecuentemente manifiestan en sus canciones, nos comenta
con una sencillez pasmosa que Cuando Matilde camina, hasta sonríe la
sabana. Del amplísimo y variado repertorio del maestro Calixto Ochoa siempre
me resuenan esas pupilas que brillaban Como gotas de sereno en noches de
luna clara. En la voz de varios artistas vallenatos he oído los versos del
misterioso Julio Arzuaga en la bruma, como espuma, nuestro amor se
disolvió, aunque debo reconocer que la versión que más me gusta de este bolero
es la del bárbaro del acordeón Aníbal Velásquez y, finalizando el recorrido por
los pioneros del romanticismo vallenato, de mi polifacético paisano Julio Erazo
Cuevas, les debo compartir Un pedazo de mi alma, que va muriendo de frío.
El sensibilísimo Freddy Molina abrió el camino por donde transitaría luego
Gustavo Gutiérrez y, ampliando los horizontes, una legión de compositores
posteriores que cambiarían para siempre los motivos líricos y el temple anímico
de las canciones vallenatas. Molina, con la fuerza del Guatapurí tutelar le dice a
su luz de esperanza que, por más fuerte que este sea, Mi gran pasión le iguala
el ímpetu de su corriente. Tavo Gutiérrez tiene un enorme repertorio, dentro del
cual siempre me produce estremecimiento ese doloroso susurro: Quiero decirte
al oído cuanto en la vida mi dolor será, confesando una tristeza tan onda, una
ausencia tan devastadora como la que expresa Durán Escalona al decir que los
ausentes son sombras del alma, o sombras de amor. Las antípodas de los idilios
los condensó magistralmente doña Rita Fernández en un par de hermosísimos
versos: Un cielo colmado de estrellas, en noche veranera, fuiste tú para mí…
Hoy solo eres sombra perdida, vagando en recuerdos de ayer.
Un tiempo después, alimentados de muchas lecturas y levantados sobre la
herencia de sus predecesores, una pléyade de compositores dueños de un
lirismo bastante refinado, consolidaron el paradigma de la canción romántica
vallenata, con versos tales como ese en el que el doctor Fernando Meneses, en
una Canasta de ensueño, dice a su amada: De tormentos hago
flores, agigantándose con su amor y contrastando con la agonía del amor
expresada, posteriormente, pues trinan pájaros cantores cuando el amor va
naciendo, buitres amenazadores vuelan sobre corazones si el amor está
muriendo. El poeta de La Gloria, nuevamente de la mano del Binomio, nos
ofrece, en las dos estrofas finales de Muere una flor, dos versos que condensan
la terrible desolación que causó la pérdida de ese amor, del cual, al parecer, fue
testigo: En la penúltima… y ardiendo desvanece su luz de pasión y en la última: y
así el lucero de su cielo se extinguió.
El abanderado, Mateo Torres, al ver partir a su amada, no sólo convierte, en su
silencio, en llanto a su amor, sino que nos regala esta delicada y dolorosa
imagen: Vi diluir en mis pupilas empañadas mi embeleso, llena del mismo
vitalismo con el que expresa su amor total, de tal manera que llega a decir en
cada gota de sangre que tengo cabalga un recuerdo. ¿Será de esa que se le
metió como la luz que atraviesa el cristal?
El poeta de Villanueva ha compuesto la que, quizá, sea la más bella metáfora de
la música vallenata habida y por haber: si tu mirada tiene el filo de una espada,
mi corazón es un ejército al querer. Sublime. No menos rutilante es la imagen de
reemplazarle el nido a una mirla por un gajo de luceros. Asociada al firmamento
está la terrible sentencia del gran Yeyo Núñez, quien dice a la mujer que
desprecia su amor: eres estrella del cielo, que no tenía vida y que no tenía luz.
Con una imagen, un poco más bucólica, pero también asociada al firmamento,
la maestra Rita Fernández le dice, con un dolor acentuado por la magnífica
interpretación del Binomio, a aquél, quien pasó a ser sólo una sombra perdida,
que un día un cielo colmado de estrellas en noche veranera fuiste tú para mí.
Empleando astros del firmamento, como la juglaresa samaria, pero en el sentido
opuesto, el maestro Luis Egurrola dice a su amada, en la voz del Cacique: desde
aquí en esta noche no hay luna, mi luna eres tú… queriendo dejar esos caminos
de viejas heridas.
Volviendo a Yeyo Núñez, en la canción El más fuerte, nos regala una compleja
metáfora unitaria que exige total atención para separar la alusión de la derrota
del Juez Sansón, al perder su cabellera, con el despecho que a su pesar no da
pie contundente al olvido del amor perdido al autor, en la cual siempre me
resuena el verso: de que sirve tener lo más fuerte del mundo y vivir sin tu amor.
Luis Egurrola recurre en Una aventura más a los pájaros, como elementos que
le permitan sus penas, al decir, por la voz del Jilguero: pero al fin fue tu vuelo tan
corto y tu olvido más fuerte que yo. En contraposición, el gran Octavio Daza, al
volver a su pueblo, se deja guiar por un ave hasta su amor, diciendo y la paloma
voló, como mostrando el camino. El maestro Adolfo Pacheco recurre a un
mochuelo para hacerlo la perfecta ofrenda de amor a su amada que, como aquél
es, entre más viejo más fino.
El doctor Hernán Urbina, un dedicado ensayista, tiene entre sus muchas y muy
bellas canciones, una Página de oro que sólo te dirá por última vez, cuanto
quise y cuanto pudo romper tu desdén entre nosotros… queriendo, como
Marciano en Mar de olvido, borrar de ti el más mínimo recuerdo, que si te veo ni
me acuerdo, se así una desconocida.
En la misma línea de dolor desbordante se inscribe el que, para mí, es el rey del
despecho vallenato: el Chiche Maestre, cuando dice en la voz del Cacique a ese
amor imposible te amaré hasta que mueran los cielos, más allá del cielo en esa
hermosa canción donde también pide a Dios que le arranque ese amor, por el
bien de ella, contrario al amor dañino, al cual con tanta rabia desea eternidad pa’
que puedas mirar tu propia estrella, pa’ que nunca te mueras y tengas tiempo de
podé’ arrepentirte ante tu espejo, porque es tu vanidad ser la más bella. Un amor
a quien no quiere más que decirle, como Nando Marín, tu eres como un mar sin
olas… como una parranda sin un acordeón.
El profe Nando, también tiene, sin embargo, uno de los más bellos poemas de
amor que podamos encontrar en la música popular: La creciente. Podría
transcribirse aquí entero, pero me quedaré con la magia de los versos con los
que finaliza, diciendo: a todo río le pasa la creciente, menos el amor que llevo en
mi alma.
Siguiendo los pasos de Nando Marín y otros grandes de la época dorada,
Corrales y Geles han cultivado un lirismo que se acerca en muchas ocasiones al
lenguaje cotidiano y busca interpretar el sentir de las nuevas generaciones,
convirtiéndose en una especie de bisagra entre las glorias de la época de oro y
las nuevas generaciones, siendo, de alguna manera, los iniciadores del estilo
compositivo predominante en la extinta Nueva Ola.
Omar Geles dice a su musa, en la voz de Silvestre, que ella es la que puede
pintar con mil colores, mi mundo a blanco y negro, y en la voz del desaparecido
Martín Elías le dice que es la única mujer que puede organizar mi mundo en dos
cuadritos. Fabián Corrales, por su parte, dice a su amada, al volverse a
encontrar, fugazmente: quiero al momento de amar estrecharme a la muerte.
Franco Argüelles, aunque es contemporáneo de los anteriores, descolló tiempo
después como compositor, caracterizándose por manejar en sus canciones,
como los anteriores, un lenguaje menos elaborado que muchos de sus
predecesores, sin dejar de producir, por ello, piezas cargadas de emoción,
belleza y sentimiento, como El amor se impone, donde dice: Después de mi
vida vienes tu, después de tu vida vengo yo mostrando a su amada la fuerza de
su amor, pidiéndole ven a ser la confidente de mi soledad…
inventándome senderos de felicidad.
Casi llegando a la actualidad encontramos el fenómeno de La nueva ola, que
vino a significar una nueva ruptura en la historia del vallenato. Música que,
contrario a lo que se cree o acepta, es la más adaptable de las músicas populares
del país. Renovación, que en su momento causó mucho resquemor y que era,
sin embargo, natural, considerando varios antecedentes, incluso entre los grupos
más tradicionales, pero eso es materia de otro escrito.
Lo lamentable es que esa frescura que trajo la nueva ola, sobre todo en lo rítmico,
ya no tiene espacio, prácticamente, en el mainstream de la cultura popular
actual, dominado por los ritmos que genéricamente se conocen como urbanos y
que han venido a imponer una nueva tendencia y unificación, para poder
mantenerse en el top internacional.
Dos de los miembros del que suelo llamar trío de oro de la nueva ola
desaparecieron trágicamente en accidentes automovilísticos, dejándonos
canciones de gran factura, conjugando ritmos refrescantes y un lenguaje juvenil
con letras cargadas de sentimiento, las más de las veces.
Leo Gómez, el segundo de ellos en fallecer, dice en Culpable de tu amor,
canción que se oye aún más bella en su versión acústica: Voy a convertir mis
noches en canciones… Kaleth, la figura más descollante de este movimiento,
muestra un amor total al decir: Ella es mi todo, mi comienzo, desenlace y mi
fin, en un tema lleno de romanticismo. No obstante, en la canción que lo lanzó al
estrellato, en medio de un ritmo vertiginoso soltó los versos que me hicieron
admirarlo, como letrista, apenas pude escucharlo: sin ti yo no puedo estar, me
siento el rey de la soledad, soy el patrón y el dueño de ná’, es como estar en
ningún lugar…
Los oximorones que empleó me sorprendieron gratamente y eran, de algún
modo, una muestra del nuevo sentido que él y sus compañeros de generación le
estaban dando a nuestra música. El doctor Lucho Alonso completa el trío de oro
de la nueva ola, manteniendo su vigencia con canciones tan bellas como Tu
verás si me crees, interpretada recientemente por Rafa Pérez. Una de las
canciones que más me gusta de él es Mis cinco sentidos, por el juego de
palabras el coro, el cual termina: Así viven mis cinco sentidos, solamente en
contacto contigo… y ¡así es que vivo yo!
Mención aparte me merecen Carlos Vives y Martín Madera, dado que no sólo
componen música vallenata y que sus experimentaciones llevaron, en su
momento, a otro nivel de internacionalización y posicionamiento nuestra música.
Madera, quien irrumpió en el ámbito vallenato con la novedosa corazón.com,
en el exitosísimo álbum Déjame entrar, nos regala estos versos: Déjame entrar
en tu silencio, déjame ver en tus recuerdos.
Vives, por su parte dice, en La foto de los dos: los besos que tanto nos dimos
fueron como el agua. En su voz, pero de la autoría del Pitufo Valbuena, en Diez
razones para amarte, nos dice: No me sobra espacio para nadie, soy sólo tuyo,
en una de las más bellas canciones que ha grabado en los últimos años.
En los años más recientes, a pesar del giro a que han obligado las
circunstancias, para que los grupos puedan mantenerse sonando en las
emisoras y las discotecas, además de tratar de conservarse vigentes en medio
de la avalancha de lo urbano, podemos encontrar canciones que, aunque su
sonoridad es un poco diferente a las de la nueva ola, conservan aún el mismo
tipo de lenguaje cotidiano, conectado con las juventudes, que son, al fin de
cuentas, quienes siempre han llenado los conciertos, en todas las épocas, como
en A metros de mi vida, donde Rolando desliza una estrofa digna de un bolero
o una ranchera bien corta venas:
Abraza bien fuerte tu soledad,
besa bien delicioso a tu maldad
y hazle el amor a tu ambición.
No soy mendigo de tu a amor fatal,
hoy decidí marcharme a otro lugar
y sacudir tu miserable amor.
Esta canción, como muchas otras de las últimas generaciones, se desestima por
los puristas debido a sus fusiones y su ritmo. Muchas canciones nuevas son
buenas, efectivas, funcionan, aunque no estén cargadas de un lirismo
deslumbrante, como las de otras épocas. Para eso basta oír Llegaste tú o Diez
mil veces tú de Diego Daza, Tú verás si me crees de Lucho Alonso, Tú me
gustas mujer de John Mindiola y la más bella y más desconocida de todas las
que me gustan de años recientes: Los recuerdos de mi niñez de Luifer Cuello,
en la cual conserva el sonido que lo hizo figurar en los inicios de la nueva ola,
por lo que, aunque fue grabada el año pasado, pareciera haber visto la luz hace
unos quince años.
Hasta aquí este breve recorrido por la letrística de la música vallenata, queda en
ustedes, queridos lectores, sacar su propia selección, quizá coincidente en
algunos versos con la mía. También podrían no coincidir en nada. ¿Cuáles son
para ustedes los más bellos versos de la música vallenata?