11. La otra guerra del Sargento Tarija
Nicolas Richard
Al amanecer del 14 de junio de 1933, cuando la guerra entre Bolivia
y Paraguay pasaba de su primer año y el Chaco, hasta entonces ajeno,
colapsaba frente al despliegue desproporcionado de los ejércitos, los pocos
vecinos del ínfimo poblado de Sombrero Negro, sobre la banda argentina
del curso medio del río Pilcomayo, observaron perplejos y pavoridos esta
escena inesperada: un tercer ejército, salido de ninguna parte, avanza
silencioso hacia el sur por entre los campos y los bosques, una enorme
transmigración de gentes variopintas –“dos mil indios chulupíes armados
de metralletas”, “una montonera”, “la indiada armada”, según la prensa
de la época–, pertrechados con fusiles, metralletas, uniformes viejos y zapatones recogidos en los campos de batalla. Pero no solamente, porque en
la montonera vienen también muchos “de raza blanca” y viene también un
ingeniero y vienen “indios argentinos” que se entreveraron con los “indios
bolivianos” y vienen mujeres y vienen niños. Vienen, según los testigos de
la época, escapando de la guerra por ese único punto en el que río Pilcomayo se vuelve más fácil de cruzar y se han enfrentado hace pocos días al
ejército boliviano, al que hasta entonces servían. Y ese ejército inesperado
viene capitaneado por un tal “Sargento Tarija”:
Sábese que la indiada, cuyo número se hace ascender a 2.000,
viene mandada por el Sargento Tarija, indio veterano incorporado
hace muchos años a las filas de las fuerzas regulares bolivianas.
(“Los chulupíes huían de la conscripción a que se le quería someter
en Bolivia”, El Liberal, Asunción, 21 de junio. Disponible en https://
otraguerradelchaco.huma-num.fr/items/show/65)
Nunca antes ni después el nombre del Sargento Tarija volvió a tocar la
superficie escrita de este conflicto. Una segunda nota de prensa lo menciona
(“vienen mandados por el Sargento Tarija”, ver infra) y los otros pocos recortes de prensa se refieren anónimamente a este malón o montonera, que
[ 227 ]
Nicolas Richard
tampoco ocupa un lugar señalado en la literatura histórica sobre la guerra
ni, cuestión más sensible, en la literatura disponible sobre historia de los
grupos nivaclés (chulupíes). Así que solo tenemos esas dos notas que mencionan el nombre de Tarija. Esa sola aparición espectacular y fulminante:
de repente, de ninguna parte, en medio de esta guerra total y binaria que
se libran los ejércitos, este personaje disruptivo, oblicuo e ininteligible, el
“Sargento Tarija”, que es pues un “indio veterano” y que viene capitaneando
un ejército formidable, pero igualmente inentendible e improbable. Llegados
a la Argentina, la montonera se disuelve y el sargento chulupí se entrega,
sin ofrecer resistencia, él y sus indios veteranos y sus armas del Primer
Mundo recogidas en la selva. Y luego, el Sargento Tarija desaparece otra
vez, enteramente, sin que se tenga más rastro de él. Esa sola aparición,
un solo hombre, dos menciones minúsculas en la prensa de la época: y de
pronto la guerra entera empieza a verse al revés.
La guerra del Chaco (1932-1935) opuso a Bolivia y Paraguay por la posesión del Chaco boreal, un vasto territorio que se había mantenido hasta
entonces al margen de las soberanías colonial y luego estatal boliviana o
paraguaya, en el que es considerado el principal enfrentamiento armado
en América del Sur durante el siglo XX. La historiografía se ha ocupado
convencionalmente de estudiar la guerra desde su ángulo militar y nacional, desatendiendo la perspectiva de las poblaciones indígenas que habitan
esa territorio (Capdevila et al., 2010; Richard, 2008; Richard et al., 2015;
Richard, Capdevila y Boidin, 2007; Richard, Capdevila y Combès, 2018).
Intentaremos en lo que sigue recomponer la biografía del Sargento Tarija
a partir de un conjunto de entrevistas realizadas en distintas comunidades
nivaclés del Chaco cruzándolas con material de archivo, las más de las veces
recortes de prensa.1
Origen y captura del Sargento Tarija
La historia empieza en la aldea de Ftsuuc (actual estancia Campo Azul),
en las cercanías del fortín boliviano Esteros, 100 kilómetros al este del último criollo de aquel poblado de Sombrero Negro sobre el que volveremos
al final. El incidente decisivo, inicial, traumático, es la captura del niño
Tarija, cuando no pasaba los diez años, a manos de una patrulla de soldados
1. Las entrevistas fueron realizadas en distintas comunidades nivaclés del Chaco paraguayo
entre 2008 y 2012 por Nicolas Richard, Pedro Rojas, Pablo A. Barbosa y Consuelo Hernández V.
Se trata de entrevistas videofilmadas en nivaclé y subtituladas al castellano (Pedro Rojas y
Nicolas Richard, 2013-2014) y forman parte del fondo Otra guerra del Chaco. Un archivo oral
sobre la ocupación del Chaco boreal, que se puede consultar en http://chaco.hypotheses.org.
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La otra guerra del Sargento Tarija
bolivianos. Tres relatos describen este desgarro inicial que es sobre el que
se teje todo el resto de la historia:
Era muy niño cuando se fue con los tucús [soldados]. Con los bolivianos se fue cuando jovencito. Yo le he visto cuando era joven. Él se
crió donde estaban los soldados. De niño se lo llevaron los bolivianos.
Los bolivianos, al Tarija, que era nivaclé. Pero sus padres se quedaron
acá. Se quedaron en su aldea, cerca de Esteros. (Leguán, 2009)
Las dos otras versiones marcan con mayor énfasis la violencia que
acompaña el rapto inicial. En la primera: “Le dispararon a su padre y se
llevaron al niño Tarija a caballo. Los bolivianos mataron a su padre, eso
fue al principio” (Ceballos, 2008a), y en la segunda: “Se lo arrancaron de
las manos a nuestros abuelos […] Se llevaron aquel niño esos tucús […] Se
lo llevaron. Esa gente murió toda” (Ríos, 2008). En cualquier caso, las tres
versiones concuerdan en este hecho esencial: Tarija era un niño nivaclé al
que capturan trágicamente unos soldados para luego llevárselo al fortín. El
primer relato da también otras señas de la identidad de Tarija: su madre
vivió hasta anciana, su padre murió temprano de sarampión y tuvo dos
hermanos, uno al que se identifica como “el suegro de Tamp’asei” y otro, el
más pequeño, Âshâshâ, sobre el que volveremos en otros dos relatos hacia
el final de esta historia y que según muchos testigos vivió “hasta tarde” en
la actual comunidad nivaclé Fischat:
La madre de Tarija era también la madre de su hermano Ashâshâ y
del suegro de Tamp’asei. Tarija era el mayor de los tres. A su padre no
lo conozco. Su mamá sí la conocí, era nivacché [femenino de nivaclé].
Su papá murió. Murió por una enfermedad tsitch’echei [sarampión]
[…] Sus hermanos se quedaron aquí con su madre y a su padre no
lo he visto […] Pero solo murió el hombre, la mujer quedó viva. La
mujer era morena y no muy alta. Era la madre de esos tres. Tarija
era el mayor. No había mujer entre los tres. Tarija fue el primero, el
segundo fue el suegro de Tamp’asei y el último fue Ashâshâ, era muy
chiquitito, el menor de todos, cuando ya estaba muriendo la madre
de los tres. En cambio Tarija ya estaba con los tucús. (Leguán, 2009)
Los hechos transcurren en proximidad del fortín boliviano Esteros, fundado en 1912 sobre la costa norte del río Pilcomayo y que constituyó hasta
entrada la década de 1920 el más avanzado de los fortines bolivianos en el
Chaco. En los relatos, se lo llama comúnmente “la casa grande” o “dos pisos”
y, en efecto, el fortín se distinguía por esta anomalía manifiesta frente a
cualquier otra construcción a cientos de kilómetros a la redonda (imagen 1).
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Nicolas Richard
Imagen 1. Misa en el fortín Esteros, 1928 (Breuer, 1928: 83).
No obstante, el fortín estaba muy aislado. La línea de comunicación
directa a Villamontes por la costa norte del río pasando por los fortines Linares y Guachalla era larguísima, difícil y desolada, de modo que el fortín
dependía en todo para abastecerse de la ruta que iba por la Argentina, al
sur del Pilcomayo, donde un incipiente frente de criollos, comerciantes y
pequeños ganaderos tejían la inmensidad del monte hasta el piemonte salteño. Pero, sobre todo, Esteros estaba ubicado en la zona más densamente
poblada de todo el territorio nivaclé, que se extendía por otros 300 o 400 kilómetros al norte y noroeste, pero cuyas aldeas más importantes se situaban
en proximidad del río. El diario del doctor Arturo Hoyos, que acompañó la
fundación de los fortines bolivianos en el Pilcomayo en la década de 1920,
describe con crudeza la tensión existente entre el fortín y las principales
aldeas nivaclés circundantes:
La posición de fortín Esteros era mala, pues estaba en constante
peligro de inundaciones y además estaba, puede decirse, rodeado de
tribus salvajes a las que los soldados provocaban por cualquier cosa,
apeligrando la vida de todos los que adentro se hallaban. Esto sucedió
también a la raíz de la mala táctica de uno de los jefes, lo que motivó
que los indios mataran algunos soldados quedando mal con nosotros.
En ese tiempo también, con motivo de ciertas barbaridades, fue asesi230
La otra guerra del Sargento Tarija
nado un soldado correo y un Mayor de apellido Guzmán. En Mayo de
1923 el Tte. Coronel M.A. ordenó que se trasladara la Comandancia
de la Gobernación del Sud Este a Fortín Esteros. Antes de eso, en
1921, el 1° de Setiembre, el Delegado Coronel Mariaca Pando con una
gran comitiva llegó a Esteros y allí pasó unas ocho leguas hacia abajo
y encontramos un gran rancho, los indios huyeron quedando tan solo
los viejos, quienes estaban esquivos y huraños. (Hoyos, 1932)
En este contexto de violencia debe entenderse la captura inicial del niño
Tarija.
La vida en el fortín
Sin embargo, una vez en el fortín, la infancia de Tarija fue, a decir de la
gente, una infancia feliz. El niño es adoptado, querido y criado hasta “ser
como un boliviano”. Los distintos narradores insisten en el rol de una mujer
que protegió al niño, que lo alimentó “con leche de vaca” y lo crió hasta que
“lo llevaron para que fuera boliviano”:
Una tucus’ché [mujer boliviana] lo crió desde muy chico. Ahí se crió
hasta que fue grande. Cuando ya fue grande, lo llevaron para que fuera
boliviano. Ya no fue nivaclé, lo dejaron como boliviano y le enseñaron a
leer y escribir. Igual que los de hoy, que saben leer y escribir. Desde esa
vez fue como un boliviano. Pero él nunca se olvidó de nuestro idioma,
porque ya nació con el idioma y aunque creció nunca se le olvidó. De
ahí viene Tarija, era nivaclé. (Leguán, 2009)
Esta otra versión vuelve sobre la mujer que lo adopta y lo cría en el fortín,
pero da nuevas precisiones. Un nombre (“Jilera”, no enteramente entendible en el audio original) y el dato de que vivía con uno llamado “Patrón”.
El nombre “Patrón” aparece en varios otros relatos, siempre asociado a un
poblador o un ganadero, en todo caso un civil y no un militar. Otro marcador
importante es que el niño se crió “con leche de vaca”:
Lo llevaron cuando pequeñito donde una boliviana que se llamaba
Jilera [?]. Ella vivía con uno que se llamaba Patrón. Él le daba leche de
vaca. Ahí creció, ya aprendió a tomar su leche solo. Era un niño muy
inteligente, ya sabía hacer las cosas solo. Cuando el niño se sentaba
solo, la boliviana se ponía contenta: “¡Qué bien que mi hijo ya sea
grande!”, decía la boliviana, “¡qué bueno!”. De niño ya hablaba como
los samtó [criollos]. (Gutiérrez, 2009a)
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Nicolas Richard
Todos insisten en cuán rápidamente el niño Tarija aprendió y se integró
a las distintas actividades del fortín. Es un adolescente, todavía no se hace
soldado propiamente tal, pero colabora en distintas actividades –trompeta,
teléfono, mandados…– que le valen el cariño de sus jefes y compañeros. En
esta versión, Tarija aprende idiomas porque queda a cargo del teléfono del
fortín:
Él iba al fortín, ahí tenía su escuela y los bolivianos decían que
era parte de su personal. Era un niño grande ya. Lo tenían para ir
a buscar cualquier cosa que necesitaban, hasta que un samtó, un
tucús, dijo: “¡Aquí no hay nadie que cuide el teléfono, no hay nadie
para atender ¡Llamen a Tarija!”, dijo. Tarija estaba jugando con otros
jovencitos. Y lo dejaron a cargo del teléfono. Ahí fue aprendiendo más
el idioma de los samtó. Esto se lo escuché a mi amigo Chivaf ’é. Él
le solía encontrar en ese lugar. Entonces, cuando sonaba el teléfono
atendía Tarija y contestaba. Un capitán le había dicho que contestara
el teléfono. Así cuentan. Al principio hablaba poco ese idioma, pero
después de un mes, ya sabía hablar mucho. También hablaba el otro
idioma de los tucús [otro que castellano], porque le llevaron desde
pequeño. (Saravia, 2009a)
En esta otra versión, Tarija se hace querer porque está a cargo de la
trompeta para el rancho:
Él tocaba la trompeta en el pueblo boliviano [fortín] cuando llegaba la hora de comer. Él tocaba la trompeta […] Tarija tenía una
madre que era boliviana, ya era muy anciana. Él traía ropa usada de
los bolivianos a sus hermanos menores, ahí en Esteros. Yo conocí a
la mamá de él. Pero después murió. Los militares comían en Media
Luna. Ahí estaba el fortín boliviano. Tarija tocaba la trompeta cuando
llega la hora de comer y los jefes lo querían mucho. Mucho, mucho lo
querían los bolivianos. Desde chico que estaba con ellos el Tarija. Una
señora boliviana le había criado. Después de muchos años ya nadie
lo reconocía y los que eran realmente bolivianos no desconfiaban del
Tarija. Sabía tocar la trompeta ese Tarija y por eso lo querían mucho.
(Leguán, 2009)
Paralelamente, en la medida en que va ganando la confianza de sus jefes, Tarija muestra su habilidad con las armas. “Al principio era ayudante
nomás pero después ya le daban armas para que practique con los pájaros
y tenía una excelente puntería” (Leguán, 2009). Otro relato describe esta
anécdota con la que el sargento chulupí construye su reputación:
232
La otra guerra del Sargento Tarija
Una vez le dijeron: “¡Dispárale a esa vaca!”. La vaca estaba muy
lejos y era salvaje. A esa distancia los soldados no podían pegarle. Era
de mañanita cuando salieron. Iban siguiendo unas huellas frescas y
cuando vieron la vaca se escondieron. Le pasaron el fusil al nivaclé
para que dispare ¡y le apuntó! Un soldado agarró al animal herido. Ahí
midieron la distancia. Siempre se iban por la costa del Bañado. Una vez
pararon a descansar en un “bobal”, sobre la costa del río. El sargento
quería ponerlo a prueba otra vez. Una garza iba volando bien alto y le
dijeron que le disparara. Él le apuntó y disparó. Y el soldado fue a ver
dónde le había pegado a esa garza. Otra vez, pasó un pájaro chiquito:
“¿Le vas a pegar a ese pajarito?”, le preguntaron. “¿Cuál pajarito?”,
contestó él. “Aquel”, le dijeron, “no creo que le pegues, es demasiado
chiquito”, decían. Y ¡pum! ¡Le pegó! Las plumas nomás quedaron.
Por eso es que después querían llevárselo al cuartel. (González, 2008)
De modo que cuando tuvo la edad suficiente, Tarija “entró al cuartel”. “No
hay otro nivaclé que haya alcanzado el nivel de Tarija”, dice un narrador.
Tarija desapareció por un tiempo –se fue al “territorio de los bolivianos”– y
reapareció un año más tarde convertido en sargento, el Sargento Tarija.
Esa desaparición y retorno es también una transformación, porque el Tarija
que vuelve es ahora “como un boliviano”:
Cuando salió del fortín Esteros, entonces ya era como un boliviano;
ya no era más nivaclé. (Rosa, 2009)
Se llevaron al niño Tarija hasta la “casa grande” [fortín]. Ahí lo
criaron. Dos años después, ya lo usaban para los mandados. Cuando
creció y ya era jovencito, entró en el cuartel como soldado. Los bolivianos se lo llevaron y ahí le enseñaron. (Ceballos, 2008a)
Hasta que entró al cuartel, porque ya era grande. Entró al cuartel
militar. Así contaba mi amigo Yiyâ’âj [Tigre] […] Y se hizo Sargento.
(Saravia, 2009a)
Algo se quiebra dentro del Sargento Tarija
Si hasta entonces la vida de Tarija había transcurrido en torno al fortín,
bajo el cuidado de su madre adoptiva en la casa de “Patrón”, y por tanto no
en contacto directo con las aldeas nivaclés sino a resguardo, en adelante,
ahora como soldado, Tarija participa de las patrullas militares que recorren
el territorio y entra con los soldados en las aldeas. Va con botas, gorra y
uniforme, soberbio, bajo la mirada admirativa pero cada vez más desconfiada de los otros nivaclés:
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Nicolas Richard
Al correr los años, cuando yo era jovencito, lo vimos otra vez […]
En esa época lo nombraron como sargento. Sargento Tarija […] lo vimos de nuevo y escuchamos que lo habían nombrado como suboficial
[…] Desde esa vez a Tarija se lo veía con los bolivianos. Los nivaclé
le veían en Esteros, ya tenía puesto su uniforme boliviano. También
tenía su gorra militar y entraba en las aldeas nivaclé y se sabía que
era Tarija porque hablaba el idioma. –“¡Yo no le tengo miedo a nadie!”,
decía el Tarija ¡Ahora soy un militar boliviano! Los nivaclé se habían
olvidado de él. Hace mucho tiempo que estaba con los bolivianos. Pero
entonces lo reconocieron. (Leguán, 2009)
Pero en la medida en que avanza la década de 1920, el dispositivo militar
se va haciendo cada vez más masivo. Más allá de Esteros, adentro hacia el
Chaco, el ejército abre rutas y funda fortines por todo el territorio nivaclé,
movilizando una masa más importante de soldados que se enfrentaban
también mucho más súbitamente al Chaco. Esos fortines no se construyeron
en el “desierto”, como comúnmente se dice, sino sobre las aldeas indígenas,
confiscando cultivos y ganados, ocupando los pozos, desplazando, asesinando
y violando gente. El objeto principal de los asaltos militares era la obtención de mujeres para llevarlas hasta los fortines. El diario de Arturo Hoyos
describe nuevamente con crudeza la situación:
La indiada era cada vez más perseguida, NUESTROS OFICIALES LES
ASESINABAN A MANSALVA y ultrajaban a LAS POBRES CHINAS QUE ERAN
PASTO DE LA LUJURIA […] las CHINAS ERAN ARRASTRADAS a voluntad,
llevadas a los fortines y hasta Villa Montes, obligadas a la VIDA LIGERA HACIENDO QUE PERDIERAN PUDOR Y DIGNIDAD, lo que antes no
se conocía siquiera en esas tribus […] De esta forma permanecimos
entre los salvajes unos días. No hacíamos caso de los hombres y solo
acariciábamos a las chinas […] Los caciques y compañeros, cada vez
que llegaba la época del algarrobo, recordaban en sus cantares nuestras
tropelías y el ultraje a sus mujeres y nos querían fastidiar nuevamente; ¡pero como sabían lo que los aguardaba si es que se levantaban,
volvían a dominarse y permanecían sumisos! […] Pasábamos así la
vida, embriagando chicas y aprovechándolas. (Hoyos, 1932)
Pero otras veces, según los relatos, esa violencia ni siquiera tenía objeto,
era pura maldad, soldados que se divertían disparando sobre la gente o,
como en esta otra versión, por la espalda a un par de ancianos que se iban
de pesca al río:
Pero los bolivianos mataron a los parientes de Tarija en Ftsuuc.
Los ancianos salieron a pescar por la noche. Y de Esteros vinieron
234
La otra guerra del Sargento Tarija
Imagen 2. 1927, Mujeres nivacché en el fortín Esteros (Gumucio, 2002: 74).
los bolivianos. Como siempre hicieron su recorrida por la costa del
río y ahí los vieron. Vieron a esos ancianos que estaban pescando en
el río. Era de noche y los bolivianos los iban a matar. Iban a matar
esos ancianos. Los bolivianos odiaban a los nivaclé, nos iban a matar
a todos. Los abuelos de nosotros cuidaban esta zona. Los bolivianos
no querían que los nivaclé vivieran en esta zona. Los bolivianos no
los querían en esta parte, porque iban a hacer un fortín […] Tarija
escuchó de los jefes que iban a venir más bolivianos, que iban a ir
ocupando la tierra, que iban a ocupar toda la zona de los nivaclé. Solo
bolivianos iban a quedar en la zona de los nivaclé. Así le escuchó decir
al coronel Peña, en Muñoz, que era jefe de los bolivianos. Ahí había
una “casa grande”, al igual que en Media Luna. Ahí también había
una “casa grande” y muchos bolivianos. Tarija se quedaba callado y
escuchaba nomás. Pero al otro día los militares ya estaban esperando a
los abuelos de Tarija, que venían de la pesca. Siempre se iban a pescar
esos abuelos, todos los días, siempre y al día siguiente ya regresaban
a su aldea en Ftsuuc. Esa vez los bolivianos llegaron a la costa del río
y empezaron a dispararles. Les dispararon de cerca y por la espalda,
los mataron a todos, ahí en donde estaban pescando. Les dispararon
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Nicolas Richard
por la espalda, murieron mientras pescaban. Tarija se puso furioso.
Muy enojado, porque eran sus abuelos. Se le metió un dolor muy
grande adentro. Ya pensó en vengarse. […] Tarija estaba enfurecido
por lo que habían hecho los bolivianos. Había un lugar más adentro,
en que los bolivianos habían matado mujeres y niños nivaclé. Luego
habían quemado sus casas, todas sus cosas y ya venían entrando más
bolivianos desde Esteros y pensaban hacer lo mismo en esta zona, lo
mismo que en Esteros. Los bolivianos venían a atropellar esta aldea
también, esa aldea que estaba en Faaicucat. (Leguán, 2009)
La posición del Sargento Tarija se hacía, pues, insostenible. Él mismo
debía conducir las patrullas militares hacia las aldeas nivaclé acosadas y
asistir impotente a la muerte de sus parientes. La gente no podía entenderlo
y la relación se volvía sumamente complicada:
Los soldados mataban a los nivaclé cuando se iban a pescar. Tarija
los acompañaba, escuchaba que iban a matar a esos nivaclé, pero no
decía nada. Tres veces los mataron a todos; se fueron los nivaclé a
pescar y los mataron. Les dispararon bien. Él llevaba a esos soldados,
porque era como un sargento, era su jefe. Aquella vez Tarija llevó a sus
soldados a la aldea nivaclé. Alrededor había un monte bien tupido. Y
los nivaclé decían: “¡Qué terrible este Tarija, siempre con los soldados!”.
Los nivaclé decían: “¡Agarremos a este Tarija antes que nos maten a
todos!”. Esa fue la última vez. Los bolivianos traían tabaco, yerba, así
tentaban a los nivaclé. Y los nivaclé le decían al Tarija: “¡No vuelvas
más si quieres seguir vivo!”. Tarija les respondió: “¡Hermanos! ¡No se
enojen tanto conmigo! ¡No volveré más por aquí, me iré hacia Paraguay,
me iré por la costa del Bañado!”. (Saravia, 2009b)
El tercer narrador también insiste en el drama íntimo que aprisiona a
Tarija. En este caso, es el recuerdo nunca resuelto del asesinato inicial de su
padre el que sume al sargento chulupí en una profunda melancolía. Tarija
llora por las tardes, solo, incomprendido, despedazándose en la fricción de
sus dos lealtades contradictorias:
Un día lloró. Lloraba por su padre. Un boliviano le preguntó: “¿Por
qué lloras? ¡No estés triste!”. Él lloraba porque se acordaba de su padre. Él tenía siempre eso adentro. Aun cuando grande. Y pensaba: “Ya
me voy a vengar de los tucús… Cuando sea un jefe, los llevaré hacia
Paraguay para que los maten” […] Tarija nunca decía lo que pensaba.
Alguien le preguntó: “¿Por qué lloras? ¿Por quién lloras? ¿O es solo
que tienes hambre? ¿Tienes hambre?”, preguntaba. Pero él lloraba por
su padre. (Ceballos, 2008a)
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La otra guerra del Sargento Tarija
La venganza del Sargento Tarija
Entonces, el Sargento Tarija decidió desarmarlo todo. Él, que era el pivote
de una tesitura que no podía sostenerse más, decide sustraérsele y zafar de
ella. Tarija sabe que el despliegue militar es creciente e imparable y que
el extenso territorio nivaclé está condenado por entero. Sabe también que,
mientras la soldadesca no tenga otra cosa que hacer, animará sus tardes violando mujeres, robando ganado o incendiando aldeas. Sabe, por último, que
el frente paraguayo ha avanzado mucho por el Pilcomayo, tocando territorio
nivaclé en torno a la actual comunidad de Novoctas, cerca de los fortines
bolivianos Cuatro Vientos y Sorpresa, sobre la banda norte de los esteros de
Patiño. El sargento chulupí concluye que el modo más simple de distender
la relación con las aldeas nivaclés es precipitar el conflicto entre bolivianos
y paraguayos para sacarlas de en medio del juego. La guerra entera, desde
esta perspectiva, es “la venganza del Sargento Tarija”.
La forma general de la acción aparece retratada con más o menos detalles
en distintos relatos. Tarija aprovecha la confianza que le tienen sus jefes
y guía una patrulla boliviana aguas abajo por el Pilcomayo hasta dar con
unos soldados paraguayos a los que da muerte. Entonces, guía nuevamente
su patrulla hasta un punto determinado en el que la abandona, a merced
de la revancha paraguaya, y todos mueren. Tarija vuelve una y otra vez
al fortín Muñoz para salir una y otra vez con nuevos soldados que serán
abandonados a una muerte segura:
Aquella vez mató a unos soldados, para que se enojaran los paraguayos. Entonces empezó la guerra […] Los bolivianos querían matar
a los paraguayos. Así que Tarija los llevaba a pelear hasta el fondo y
ahí morían. Después, de vuelta, ocurría otra vez la misma cosa […]
Tarija se fue a pelear. Se fue a la guerra, lo hacía a propósito. Gracias
a él los paraguayos mataban a los bolivianos. Él fue el responsable
de la guerra. Lo hizo porque habían matado a su padre. El siempre
llevaba ese dolor adentro. Por eso decía: “Yo llevé a los bolivianos donde
los paraguayos, para que empezara esa guerra, esa fue mi venganza”.
(Ceballos, 2008b)
Tarija llevaba a los soldados bolivianos hacia los paraguayos. Los
llevaba a un lugar… no recuerdo dónde y los estaban esperando los
paraguayos […] Todos los días se iban y peleaban. Todos los días. Así
escuché esta historia. (Gutiérrez, 2009c)
Tarija volvió a Muñoz y dijo: “Está todo bien”. Y así lo dejaron salir de nuevo. Llevó a diez soldados, les quitó las armas y dejó que los
mataran. Les quitó las armas a propósito a sus compañeros. Volvía y
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llevaba otra vez un grupo ahí mismo. Entonces ya empezó una guerra
grande. (Ceballos, 2008a)
Es decir que, por debajo de la guerra del ejército, Tarija está peleando
otra guerra, más íntima y más determinante, pero también en un punto
más inconfesable: “Hay una cosa que me da un poco de vergüenza si ahora
llegara a saberse. Que nuestro paisano traicionó a los bolivianos, un tal
Tarija” (Saravia, 2009b). La traición de Tarija, que es su venganza, marca
un punto de inflexión determinante en la historia. No solo pues, como se
verá, en la historia particular del Sargento Tarija, sino en la historia más
general de la guerra entera que el sargento chulupí está a punto de desencadenar. Otras dos versiones cuentan con mucho más detalle el modo en
el que ocurrieron los hechos. Más allá de su calidad narrativa, tienen el
interés de que son en algún modo cotejables con incidentes muy similares
que aparecen mencionados en las fuentes militares. Ambas comienzan por
insistir en el alto rango y confianza depositada en el sargento chulupí:
El Tarija era un lhcaanvaclé [jefe]. Los jefes ya se imaginaban que
Tarija podía ser presidente, dicen que sabía pelear, pero era mentira,
engañaba a los jefes. Así hablaban de él mientras peleaban con Paraguay, pelearon mucho los bolivianos. De ahí se llevaron al Tarija de
vuelta a Bolivia. Lo llevaron al desierto donde viven los bolivianos para
nombrarlo presidente. Nivaclé, nivaclé, era el jefe de los bolivianos.
Tarija, Tarija, le decían. (Ceballos, 2008a)
Tarija, decidido a empezar la guerra, obtiene el permiso de sus jefes y
avanza con una patrulla boliviana hasta dar con unos soldados paraguayos:
Y de ahí Tarija se fue hacia Muñoz para hablar con los jefes bolivianos. Les dijo que él también era boliviano. No les contó que habían
matado a sus abuelos. En silencio, como si no hubiera pasado nada,
esa noche se fue a conversar con los grandes jefes bolivianos. Les
dijo a los jefes: “Yo también quiero pelear, mañana mismo salgo con
los soldados”. Pidió que le prepararan las mulas con las municiones.
Vamos a ir a pelear con Paraguay. Vamos a ir por el río, si vamos por
el río vamos a encontrar a los paraguayos, pensó […] Al día siguiente
estaban pescando con anzuelo los paraguayos. Estaban pescando y
no se daban cuenta de nada. Esa vez, Tarija mandó al frente a sus
soldados. Estaban pescando en su canoa los paraguayos cuando los
mataron. Estaba pescando posenjai, tranquilos en el río, cuando
los mataron. “Con esto es suficiente”, pensó Tarija, “que estén felices los bolivianos”. Tenía un dolor muy grande adentro. Estaban
escondidos entre las plantas del río. Mientras los paraguayos seguían
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La otra guerra del Sargento Tarija
pescando posenjai, sin darse cuenta, ahí les dispararon uno a uno y
los mataron. Los mataron a todos. (Leguán, 2009)
Aunque no hubo sobrevivientes, la noticia no tardó en llegar al fortín
paraguayo. En una versión, los paraguayos descubren los cuerpos de los
soldados muertos gracias a los buitres que divisan en el horizonte. En otra,
es la canoa vacía vagando por el río la que anuncia la desgracia:
Luego se supo lo que pasó. Supieron los paraguayos que los habían
matado a todos. Los que se habían quedado en el puesto esperaron a
sus compañeros pero nunca llegaron. A la tardecita tenían que llegar
y ya era de noche y no llegaban. Había uno que decía: “¿Y por qué no
llegan todavía?”. Y mientras, la canoa se iba lentamente por el río.
Ya estaban todos muertos. Esa era la trampa que puso Tarija. Así le
contó a los nivaclé. Le dolía mucho que hubiesen matado a sus abuelos.
(Leguán, 2009)
Cuando mataron a esos paraguayos, sus compañeros que estaban
más cerca de Asunción [aguas abajo] ya supieron. Estaban preocupados porque sus compañeros no habían vuelto aún. Los paraguayos
decían: “¿Por qué las canoas vienen vacías?”. Y se fueron a mirar. Uno
cortó un palo largo, se metió en el agua y pudo agarrar la canoa. Miró
dentro… “¿Qué pasa? ¡Parece que están muertos!”, gritó. El río corría
hacia los paraguayos, así que agarraron las canoas y las llevaron a la
orilla. “¡Nuestros compañeros están muertos!”, gritaban. Y sacaron
los cuerpos de las canoas. (Leguán, 2008)
Como en tantas otras acciones de esta guerra, en un primer momento
los paraguayos no logran saber quién los ha atacado. Hay mucha gente distinta en el Chaco. Los historiadores solo ven paraguayos y bolivianos pero,
a decir verdad, en 1927, de entre todos los responsables posibles (fugitivos,
ladrones de ganado, indígenas macás, nivaclés, pilagás, tobas…), lo más
improbable es que hubiesen sido muertos en acción de guerra por soldados
bolivianos, que eran los únicos con los que hasta entonces aún no se habían
encontrado frente a frente.
No sabían todavía lo que ocurría. Los paraguayos todavía no
entendían. Entonces se preguntaron: “¿Qué pasó? ¿Quién los mató?
¿De dónde salió esta gente que los mató?”. No sabían si eran los argentinos o algún samtó u otro paisano… puede también que fueran los
nivaclé, o los yilhais [enlhet] o los tôvôlhai [macá]… Así que el jefe de
los soldados les dijo: “¡Averigüen quién fue! Aquí los vamos a esperar.
Pasen del otro lado, lleven sus armas y estén atentos. Seguro que van
239
Nicolas Richard
a volver. Sigan sus huellas. Si la huella es de zapatón es soldado, pero
si es huella de pie descalzo, ¡entonces es un nivaclé!”. (Leguán, 2008)
Pasaron del otro lado para buscar las huellas. Estaban mirando las
huellas para saber si iban descalzos o no. “¿De dónde salió esta gente?”,
preguntó el paraguayo, porque son huellas de samtó. ¡El que los mató
llevaba zapatón! ¡Aquí están las huellas! ¡Desde aquí dispararon! Las
miraron con cuidado y supieron que eran bolivianos ¡estaban seguros
que habían sido los bolivianos! […] Los paraguayos vieron las balas
con que les habían disparado. Miren, ¡con estas balas los mataron! Son
bolivianos, ahora sabemos, ¡esos son los que dispararon! (Leguán, 2009)
En la última secuencia, Tarija lleva nuevamente a los soldados bolivianos
hasta donde se han instalado los paraguayos, que vienen ahora armados,
furiosos y dolidos. Se revela también la identidad de las víctimas, pues Tarija
no sacrifica a cualesquiera soldados bolivianos, sino en primer lugar y muy
precisamente a los cinco soldados responsables del asesinato de sus padres:
Tarija estaba enojado con los bolivianos. Él sabía quiénes eran
los que habían matado a sus padres. Eran cinco. Y pensaba: “¡A ellos
los voy a mandar al frente!”. Tarija preparó sus mulas y se fue a avisarle al mayor. Y el mayor le dijo: “Está bien, Tarija, todo bien, anda
nomás” y le dio muchas balas. Era una fila larga de mulas y tomaron
el camino hacia Asunción [aguas abajo desde Muñoz]. Se iban por
donde antes iba el río. Hasta llegar. Llegaron de nochecita y ataron
sus mulas. Eran varios los soldados de Tarija. Mientras los paraguayos ya estaban ahí cerca. Tenían una cosa que ellos usaban, como si
fuera una luz muy grande. Escucharon que estaban hablando y dijo
uno: “¡Escuchen! ¡Parece que son bolivianos!”, y se fueron a espiar,
ahí desde donde se escuchaban las conversaciones. Se asomaron a un
campo abierto y ahí estaban sentados fumando los bolivianos. También
masticaban coca, como es la costumbre de los tucús. “Bolivia”, dijeron
los paraguayos, “Bolivia”, “son collas”. Sargento Tarija pensaba […]
“Yo quiero que mueran los cinco que mataron a mis padres. ¡A esos
voy a mandar al frente!”. Tarija había dicho a esos cinco soldados que
se fueran por ahí, hacia la costa del río. Ahí mismo donde los estaban
esperando los paraguayos. Llegaron a la costa y se acercaron al río,
ahí donde toman agua las vacas. Ahí estaban cuando los paraguayos
les dispararon. Los paraguayos mataron a esos bolivianos, les dispararon ¡pum! ¡pum! ¡pum! Los otros bolivianos se levantaron asustados
y corrieron. Los paraguayos prendieron esa luz grande que tenían y
que usaban para la guerra. “¡Ahí están!”, gritó uno. Trataron de pelear
esos soldados, pero ya no había caso, los mataron a todos. Mientras
tanto, Tarija agarraba su mula y se iba de vuelta al fortín boliviano.
240
La otra guerra del Sargento Tarija
Iba pensando: “¡Mataron a todos esos tucus!, ¡A todos! ¡Por fin! ¡Al fin
han muerto los que mataron a mis padres!”. Y entonces Tarija volvió
al fortín. (Leguán, 2008)
Muchos casos que aparecen mencionados en la documentación escrita de
la época tienen esta misma forma. Por ejemplo, el bien conocido “incidente
Rojas Silva” que en 1927 casi adelantó la guerra cinco años. Tiene esta
misma forma, aunque aparece invertida: aquí, una patrulla de soldados
paraguayos capitaneada por el teniente Adolfo Rojas Silva es traicionada
por el cacique que los guiaba (en las fuentes militares, el “cacique Ramón”)
y dejada a merced de un fortín boliviano, en el que son apresados y donde
termina muriendo el teniente, primer mártir paraguayo de la guerra (Rojas
Silva es un héroe nacional; hay en Paraguay canciones, plazas, escuelas
y fortines que llevan su nombre). La estructura de la acción es la misma
(un cacique guía mañosamente una patrulla militar hasta un fortín enemigo para luego desaparecer y dejarlos morir), ambas escenas ocurren en
el mismo lugar (aguas abajo por el río saliendo desde el fortín Muñoz) y,
por último, en ambas la comandancia paraguaya demora tiempo en saber
(pero ¿lo llegó a saber alguna vez?) si el mártir ha sido muerto en acción
de guerra por fuerzas regulares, o por la traición del cacique Ramón, o por
un asalto de la “indiada”, que iba, como veremos, “con uniformes viejos y
escopetas”. Aquí lo determinante no es saber cuál de estos incidentes (el
asalto al fortín Falcón, la quema del fortín Ayala, la muerte de Rojas Silva,
etc.) es el que mejor corresponde a la secuencia relatada: podría ser alguno
o todos a la vez; lo importante es que todos tienen esta misma forma, que
es la que conviene identificar.
Así, una aparente acción de guerra entre ejércitos binarios termina
abriendo un haz muchísimo más sutil, confuso y subterráneo de razones,
ninguna de las cuales lleva a Asunción o La Paz. En el terreno, los militares
apenas entienden lo que ocurre, desconfían de sus guías, avanzan a ciegas,
reciben informaciones contradictorias y son presa de rumores que, tal y
como los contagios que la sanidad militar intenta controlar, no respetan
ni nación, ni etnia, ni condición social. Pasan mucho tiempo desmintiendo
o aclarando cosas. Por ejemplo, este memorándum enviado desde el fortín
Muñoz en 1931, en el que se debe despejar que el ataque al fortín paraguayo
Falcón de agosto 1930 no ha sido obra del ejército regular, sino “de indios
vestidos con uniformes viejos y armados de escopeta”:
El fortín paraguayo Falcón, Río Verde o Rojas Silva es asaltado y
tomado en la madrugada de este día [30 agosto 1930] por numerosos
indios Chulupis, en represalia de vejámenes, crueldades y victimización de muchos individuos de la tribu, hechos por los paraguayos,
241
Nicolas Richard
porque estos se encuentran en continua guerra a muerte con aquellos.
El Gobierno paraguayo inmediatamente inculpó a las fuerzas bolivianas vecinas, como autoras del asalto. Pero investigado los hechos, muy
pronto se restableció la verdad. Indios vestidos con uniformes viejos
con que les obsequian los soldados bolivianos, por servicios diarios,
y armados de escopetas, eran los asaltantes del [fortín] Rojas Silva.
(Salamanca y Arze Quiroga, 1951: 47)
Del mismo modo, se comunica un año más tarde que “Indios chulupis
dirigiéndose a Presidente Ayala para rescatar algunas de sus chinas que eran
retenidas por soldados paraguayos, recibidos a balazos por estos, atacan y
toman el fortín y lo incendian después” (Salamanca y Arze Quiroga, 1951:
55). De manera que la comandancia del ejército entendió que la situación
estaba saliéndose de control y que a su guerra binaria la empezaba a desbordar esta otra, mucho más complicada. Un telegrama daba orden de que
“todo indio que se encuentre debe ser capturado y enviado a Magariños.
Hay informe de que estos están sirviendo de guías al enemigo” (Rodríguez,
1934) y otro pedía desesperadamente que se les inculcara algún sentimiento
nacional:
Experiencias represalias nativos contra fortines paraguayos aconsejan inconveniencia entregar armas indios lenguas. Inconciencia
estos nómadas peligrosa. Conviene inculcarles intensa y diariamente
mediante adecuado sistema educación cívica enérgica idea ser bolivianos. A fin deben sostener y declarar ante cualquier comisión su
nacionalidad boliviana. (Rodríguez, 1932)
El otro ejército del Sargento Tarija
Pero, entonces, una vez activado el engranaje del conflicto, ¿qué podía
hacer el Sargento Tarija? ¿Cómo seguir, adónde ir, cómo por en medio de
las fuerzas colosales que ha puesto en marcha? No puede volver al cuartel,
ni puede irse a las aldeas, ni en general hay más donde esconderse en ese
Chaco desbocado por el que ahora corren miles de soldados, camiones,
aviones, metralla y morteros.
Entonces, el Sargento Tarija estaba preocupado porque ya habían
matado mucho a su gente. Cuando mataron a los paraguayos, Tarija
fue a esconderse al otro lado del río, se fue hacia Argentina. Cuando
se supo todo esto, Tarija pasó del otro lado y se llevó sus soldados, se
fueron y no los encontraron más. (Osorio, 2009)
242
La otra guerra del Sargento Tarija
Imagen 3. “Dos mil chulupis armados cruzan el río Pilcomayo” (United Press),
El Diario, La Paz, 15 de junio de 1933. Disponible en https://otraguerradelchaco.
huma-num.fr/items/show/58.
Otros dos relatos van en el mismo sentido. En el primero, el Sargento Tarija libera a los nivaclés que estaban conscriptos en el fortín (y a las mujeres
que se prostituían en él) y los intima a desentenderse de esa guerra, contra
la voluntad del ejército que quiere empujarlos al combate. En el segundo,
los jóvenes nivaclés se resisten, pues quieren ir al frente y acompañar a los
soldados, pero Tarija “los manda de vuelta a sus aldeas”:
243
Nicolas Richard
Hasta que pensó que no era tan bueno lo que estaba haciendo.
Entonces le dijo a los nivaclé que estaban en el cuartel que se fueran,
que escaparan porque iba a haber guerra. Ya había aviones. Así les
decía Tarija a los jóvenes y mujeres nivaclé que estaban en el cuartel.
En el cuartel usaban esas mujeres. Los jóvenes recibían instrucciones
de Tarija, porque era el encargado de la trompeta y los hacía formar en
fila. Pero él odiaba a los soldados, porque lo dejaron huérfano, porque
habían matado a su padre. Si fuera por los bolivianos, no habrían
dejado libres a los nivaclé. Pero Tarija era nuestro paisano. Cuando
empezó la guerra dejó libres a los jóvenes nivaclé y les dijo: “No se
metan con los bolivianos”. “Los van a agarrar a ustedes y a obligar.
Yo no quiero que peleen con los paraguayos.” Estos nivaclé estaban
en el cuartel: Tinit, Lhavanqitajh, Urquiza… y también… Shivâtenaj,
Rojería… Ismá, que era de la zona de Oftsejheshiy [fortín Muñoz].
(Ceballos, 2008b)
Pero otros [nivaclés] estaban con los bolivianos, como Ocoj…
Querían irse con los bolivianos, Toyshit’a y Ramón también, el padre
de Dalia. Eran jóvenes. Querían entrar en la guerra, porque ya eran
militares en Oftsejheshiy [fortín Muñoz]. Pero vino aquel lhancume’et
[cautivo] que le decían Tarija y los mandó de vuelta a sus aldeas.
Era una guerra grande, ya venían arrancando los bolivianos y Tarija
decía: “Yo también voy arrancando hacia la Argentina”. Ese Tarija
fue el responsable de la guerra, porque los bolivianos habían matado
a muchos nivaclé […] A aquellos nivaclé que estaban por entrar al
fortín les habían regalado pala, cantimploras y otras cosas, galletas,
picadillo, eso era para el viaje. Decían que había guerra en Boquerón.
Cuando almorzaron, Tarija les dijo: “Hermanos, váyanse a sus aldeas,
yo también me voy a la Argentina, porque los bolivianos están perdiendo”. (Mendoza, 2008)
En la prensa, la alarma se enciende con un telegrama enviado desde el
regimiento de gendarmería argentina de Las Lomitas, el 13 de junio de 1933:
Formosa, junio 13. El Ministerio de Guerra ha sido informado
por el jefe del regimiento de gendarmería, cuyo comando está en Las
Lomitas, sobre la entrada, por la frontera del río Pilcomayo, a la población argentina Sombrero Negro de dos mil indios churpies armados.
Sombrero Negro se encuentra frente al fortín boliviano Margariños
[Magariños].
El telegrama es reproducido en La Prensa de Buenos Aires dos días más
tarde y agrega que, según fuentes de gendarmería, “se trata de un grupo
numeroso de indios bolivianos, provistos de armas de guerra que, persegui244
La otra guerra del Sargento Tarija
dos por tropas del Altiplano, habían cruzado hacia nuestro territorio, por
el Pilcomayo, en las cercanías de Puerto Irigoyen” (“Cruzó ayer nuestra
frontera un grupo de 2.000 indios armados con fusiles de guerra”, La Prensa,
Buenos Aires, 15 de junio de 1933. Disponible en https://otraguerradelchaco.huma-num.fr/items/show/158.). El mismo telegrama es publicado en
El Diario (La Paz), a través de una nota de la United Press (Buenos Aires)
“anunciando que dos mil indios chulupis armados, procedentes del Chaco
boliviano, cruzaron el río Pilcomayo incursionando en territorio argentino”
(imagen 3). Seis días más tarde, El Liberal de Asunción retoma la misma
noticia, pero ampliándola a partir de “fuentes autorizadas” de Formosa y
Asunción. En particular, el artículo aporta esta valiosísima indicación:
MANDA A LOS INDÍGENAS EL SARGENTO TARIJA
Formosa, junio 14. Informaciones oficiales llegadas hoy a esta […]
Sábese que la indiada, cuyo número se hace ascender a 2.000, viene
mandada por el Sargento Tarija, indio veterano incorporado hace
muchos años a las filas de las fuerzas regulares bolivianas, entre las
cuales está conceptuado como un elemento disciplinado y de gran
utilidad, por su conocimiento del medio. (“Los chulupíes huían de la
conscripción a que se le quería someter en Bolivia”, El Liberal, Asunción, 21 de junio de 1933. Disponible en https://otraguerradelchaco.
huma-num.fr/items/show/65)
Así pues, el Sargento Tarija, “indio veterano incorporado hace muchos
años a las filas de las fuerzas regulares bolivianas”, está al mando de una
montonera de “dos mil indios armados” que acaban de cruzar el Pilcomayo. Según agrega todavía la nota, “parece ser que al cruzar el Pilcomayo,
pasando por las líneas de frontera, no los ha guiado otro objetivo que el de
sustraerse a la acción militar”. Límpido. Al día siguiente otros dos periódicos
de Asunción vuelven sobre la noticia. El Orden aporta el antecedente de
un enfrentamiento en las cercanías del fortín Esteros con “tribus de indios
chulupíes” en el que dos soldados habrían muerto: “Cerca del fortín boliviano Esteros, tropas regulares bolivianas mantuvieran un recio combate
con tribus indias chulupíes. Estos habían matado dos horas antes a dos
centinelas bolivianos” (“Los indios chulupíes combaten contra las tropas
bolivianas”, El Orden, Asunción, 22 de junio de 1933. Disponible en https://
otraguerradelchaco.huma-num.fr/items/show/66). La nota llama la atención sobre la gran cantidad de armamento del que disponían y la presencia
de “hasta algunos ingenieros”:
Los indios están muy bien armados, cuentan hasta con ametralladoras que habían obtenido en un malón sobre el fortín boliviano
245
Nicolas Richard
del Kilómetro 4, de donde se incautaron de gran cantidad de fusiles,
proyectiles y ametralladoras depositadas. Están dirigidos y disciplinados militarmente por desertores del ejército del altiplano […] Las
informaciones que llegan de Salta sobre el malón de indios en el Chaco
Paraguayo agregan que los sublevados están muy bien pertrechados
y amunicionados, contando con militares que les dirigen y hasta
algunos ingenieros. Los indios, después de recios encuentros con los
bolivianos, se retiran a sus tolderías del Chaco Paraguayo. El número
de insurrectos se eleva a tres mil.
Los relatos también señalan la gran cantidad de armamento a disposición
de los que huyen con Tarija. En la primera versión este ha sido obtenido
mediante engaño, mientras que en la segunda ha sido recogido tras la retirada de las tropas bolivianas:
El jefe de los tucús [boliviano] decía: “Vengan y vayan contra los
paraguayos”, decía, “aquí tienen sus armas”. Los nivaclé aceptaron
esas armas, pero no fueron a pelear. Salieron corriendo con ellas, se
escaparon. Así fue […] Los antiguos nivaclé siempre mentían a los
bolivianos. Y estos les daban balas a los nivaclé. Pero era un engaño,
porque después se iban y se escondían en el monte. Se iban al monte
y ahí guardaban las armas y las balas. Luego se devolvían corriendo
y decían que los paraguayos los perseguían. Eso hacían los nivaclé y
después guardaban las armas. Le decían al jefe de los bolivianos que
los paraguayos se las habían quitado. ¡Humm! ¡Otra vez! Eso fue así.
(Gutiérrez, 2009b)
Pero muy pronto los bolivianos empezaron a retroceder. Dejaron
muchas cosas, víveres, vacas… Los paraguayos estaban cerca y vigilaban, y después se iban a Asunción para avisar. Sonaba el teléfono,
sonaba, pero nadie contestaba porque ya no había nadie más. Por
esa razón empezó la guerra. Tarija le dijo a los nivaclé: “¡Váyanse
de vuelta!”. Él no quería que siguieran junto a los tucús. “¡Váyanse
y llévense todas estas cosas que dejaron!”, les dijo. Y se fueron hasta
ese fortín abandonado. (Ceballos, 2008a)
En cualquier caso, la montonera de Tarija no tenía otra intención que la
de cruzar la frontera y sustraerse a la guerra. Ni asaltó, ni robó, ni atropelló
a los colonos argentinos entre los que cundía la alharaca. Al contrario, una
vez llegados a la Argentina, Tarija y sus dos mil hombres, la metralleta, los
fusiles, los ingenieros y los indios chulupíes se entregaron a la gendarmería
argentina. La Tribuna de Asunción señalaba que dieron las armas sin resistencia y que fue detenido el “Sargento Tarija, que venía capitaneándolos”:
246
La otra guerra del Sargento Tarija
Han sido desarmados todos los indígenas bolivianos que pasaron
a territorio argentino. Estos no opusieron resistencia alguna, siendo
también detenido el Sargento Tarija que venía capitaneándolos. Sábese que el número de fugitivos es de tres mil y que estaban armados
con fusiles pertenecientes al ejército de Bolivia. (“Llegan a 3.000 los
desertores indígenas bolivianos que pasaron armados a territorio
argentino”, La Tribuna, Asunción, 22 de junio de 1933. Disponible en
https://otraguerradelchaco.huma-num.fr/items/show/67)
El Liberal publica entonces este documento extraordinario, bajo el título
“Los indios chulupíes eran carne de cañón y por eso desertaron”, que es la
entrevista realizada por el corresponsal en Formosa “a un indígena boliviano
de la tribu chulupí, desertado de las filas del ejército del altiplano que pelea
en estos momentos en el Chaco” y en la que desliza una crítica propiamente
política al Sargento Tarija:
El indígena me manifestó lo siguiente: “Yo, como otros hermanos
de raza, nos hemos desertado del ejército boliviano. Nos prometieron
darnos grandes extensiones de campo si peleábamos por los bolivianos y si ganábamos los combates. En vista de que nos engañaba,
muchos hemos desertado de las tropas bolivianas y para poder dejar
las mismas debimos pelear contra ellos. Nos dimos cuenta quizás un
poco tarde de que solo servíamos como carne de cañón, se nos conducía siempre en la vanguardia para combatir contra los paraguayos”.
Con su media lengua, sonriendo trágicamente, me agregó el chulupí:
“Caíamos como pajaritos ante las ametralladoras paraguayas” […] Me
agregó el indio desertor que entre los chulupís militan muchos indios
argentinos que harán unos quince años fueran expulsados y corridos
por tropas nacionales hasta los esteros del Pilcomayo y también hasta
Bolivia […] Por último el chulupí me dijo que hay indios muy ladinos,
los lenguaraces, que no se exponen a las balas paraguayas, pero que
sirven de admirablemente a los bolivianos para traicionar a la raza.
Estos son los que mediante engaños diversos han causado la entrega
de la tribu chulupí. Otros de estos lenguaraces arrepentidos del papel de traidores les hicieron ver que era más conveniente desertar y
pelear con las tropas de Kundt antes ser carne de vanguardia. (“Los
indios chulupíes eran carne de cañón y por eso desertaron”, El Liberal, Asunción, 23 de junio. Disponible en https://otraguerradelchaco.
huma-num.fr/items/show/68)
Al día siguiente vuelve sobre la información señalando que entre los tres
mil “indios armados” hay muchísima población de “raza blanca”:
Anuncian de la frontera que entre los grupos de indígenas bolivia247
Nicolas Richard
nos que han pasado a territorio argentino llegan muchísimos soldados
de raza blanca […] Tal es la cantidad de desertores bolivianos que han
llegado a esta localidad que todos los ranchos se encuentran llenos de
refugiados y constituyen un verdadero problema para las autoridades. (“Más detalles de la fuga de indígenas bolivianos a la República
Argentina”, La Tribuna, Asunción, 24 de junio de 1933. Disponible en
https://otraguerradelchaco.huma-num.fr/items/show/69)
En efecto, el fortín Esteros se sitúa justo ahí en donde el río ya no es tan
correntoso pero todavía tampoco es un pantano, es decir que es casi la única
zona en que puede cruzárselo con alguna holgura. Ahí se ha abierto una
brecha por la que miles de personas (indios veteranos, soldados bolivianos,
tribus chulupíes, un ingeniero, “indios argentinos”, etc.) están pasando del
otro lado del río, hacia territorio argentino. Y no siempre, como en el caso
de Tarija, entregándose sin resistencia. Así, en Asunción el 26 de junio de
1933 El Orden (“Hubo un encuentro entre la gendarmería argentina y los
indios chulupíes”. Disponible en https://otraguerradelchaco.huma-num.
fr/items/show/70) y La Tribuna (“Combatieron fuerzas argentinas con los
desertores indígenas bolivianos”. Disponible en https://otraguerradelchaco.
huma-num.fr/items/show/71) dan cuenta de un enfrentamiento entre indios chulupíes y gendarmería argentina, en el que hubo dos muertos. Según
el primer periódico, venían “mandados por el cacique Casati”:
Buenos Aires, 24. En el Ministerio de Guerra se ha recibido una
comunicación del comandante militar de la frontera del Pilcomayo,
que una patrulla tuvo un encuentro con una partida de indios chulupíes que se negaron a entregar las armas que poseían. Resultaron
varios muertos indios. Luego se dispersaron los restantes, pasando
unos a territorio del Chaco paraguayo y otros se dispersaron. Ya
anteriormente se ha recibido noticias de otros encuentros de menor
importancia en que también hubo bajas. Los indios estaban mandados
por el cacique Casati.
En las semanas siguientes, el periódico El Diario de La Paz (Bolivia) publicará tres notas intentando revertir la mala imagen internacional que este
incidente estaba causando. En una de ellas, “Las empresas azucareras son
responsables de que los indígenas del Chaco tengan armas” (7 de febrero),
señala que los chulupíes no han sido armados por el ejército boliviano, sino
en los ingenios azucareros del noroeste argentino donde acudían anualmente
a trabajar y conseguían armamento. En la otra, “Los chulupis son indígenas
pacíficos de quienes no se puede temer actitud hostil” (7 de enero. Disponible
en https://otraguerradelchaco.huma-num.fr/items/show/160) desmiente
248
La otra guerra del Sargento Tarija
el conflicto entre el ejército boliviano y los grupos chulupíes. Estos últimos
no han podido desertar porque nunca se han integrado al ejército, según
señala. Su presencia en torno a los fortines es parasitaria y la negativa
a seguir alimentándolos con los restos del rancho ha provocado la súbita
estampida. Agrega la última nota citada:
Son sucios, flojos y despreocupados cual ninguno. Los hombres
rehúsan toda labor y tan solo se dedican a la caza o pesca […] así que
dado la escasez de productos silvestres su alimentación es por demás
frugal. Por esta razón rodean los fortines y siguen a las tropas esperanzados en las sobras del rancho, que devoran con avidez. Estos indios,
cuyo dialecto es bastante difícil, comprenden muy escasas palabras
en castellano, pero tienen una rara habilidad para conocer desde lejos
cuando la corneta del fortín o regimiento toca a rancho. Para comer
vencen cualquier dificultad, pero no se les encomiende cualquier trabajo porque de inmediato se pierden en el bosque. Cuando se inició
la guerra y comenzaron a llegar tropas a Muñoz, una gran colonia de
estos indios invadió el fortín haciendo campamentos en sus alrededores
lo que motivó la protesta del director de la misión establecida cerca
del Pilcomayo […] El jefe del fortín procedió a la expulsión solicitada
porque se comprobó que […] padecían de enfermedades contagiosas
tales como la viruela y peor que esto específicas, que eran un peligro
para la tropa.
El exilio del Sargento Tarija
Pero sin duda es la tercera nota publicada por El Diario (“Se atribuye al
Sargento Tejerina el haber encabezado las hordas de indios chulupis”, 7 de
febrero de 1933. Disponible en https://otraguerradelchaco.huma-num.fr/
items/show/72) la que debe llamar más poderosamente nuestra atención.
Ante las noticias de prensa que señalan que los “dos mil indios armados”
van capitaneados por un tal “Sargento Tarija”, el periódico transmite un
comunicado del ejército en el que se desmiente que el “Sargento Tejerina”
haya podido estar implicado en estos sucesos, puesto que se encuentra
en el frente de batalla cumpliendo con su deber. Pero, entonces, ¿por qué
aclarar dónde está el Sargento Tejerina cuando al que se está buscando es
al Sargento Tarija? El Sargento Tejerina fue el soldado boliviano que dio
muerte al teniente paraguayo Rojas Silva en el ya mencionado “incidente
Roja Silva”, cuando el “cacique Ramón” traiciona a una patrulla paraguaya,
abandonándola a merced de los soldados bolivianos del fortín Sorpresa. Por
esa acción, Tejerina fue declarado héroe nacional en Bolivia (hay en Bolivia,
simétricamente a lo que sucede con Rojas Silva en Paraguay, canciones,
249
Nicolas Richard
plazas y escuelas que llevan su nombre). En la única biografía disponible
sobre el soldado Froilán Tejerina, Wilson Mendieta Pacheco (1993) afirma
con documentación en apoyo que Tejerina nació en Padcaya, cerca de Tarija,
que quedó tempranamente huérfano y fue criado por una tía, que se enroló
en el ejército y fue destinado a los fortines Esteros, Muñoz y Sorpresa. El
caso de Tejerina sirvió también como propaganda para las campañas de alfabetización del ejército boliviano; un manual cuya especificidad es proponer
un método de alfabetización en aymara y no en español lleva en 1929 este
título evocador: El alfabetizador del indio: en este libro el Sargento Froilán
Tejerina aprendió a leer y escribir en un mes (Pizarro y G., 1929). Respecto
de su muerte, en cambio, no se conoce más que una “muerte en combate”,
certificada por sus compañeros, pero sin que se encontrara nunca el cuerpo
ni se explicitaran las circunstancias. ¿Son acaso la misma persona? ¿Es
Tarija un eco o una interpretación indígena de Tejerina? ¿O Tejerina, una
versión ideológica y nacionalista de Tarija? ¿Cómo pensar que el Sargento
Tarija y el Sargento Tejerina hayan podido encontrarse en un mismo momento, lugar y acción, sin que al menos, de algún modo, el uno explique o
implique al otro?
En las aldeas no se supo mucho más de él. En un relato, tiempo después
de la guerra, Âshâshâ, el hermano menor de Tarija, buscó infructuosamente
al sargento chulupí en cada uno de sus viajes anuales a los ingenios azucareros. Âshâshâ no hablaba bien el castellano y, para hacerse entender mejor,
decide llamarse él mismo… Tarija. Este segundo Tarija (hermano menor del
original y que vivió “hasta tarde” en la misión de San Leonardo Escalante)
termina encontrando “a unos hijos de Tarija”, que tampoco supieron decirle
nada, exceptuado “que Tarija ya era boliviano y no más nivaclé”:
Mi padre contaba esto. A veces, cuando íbamos a Argentina, él
quería preguntar en castellano, pero no entendía ese idioma. Nos encontrábamos con los bolivianos y ahí, a veces, él quería preguntarles
si habían visto a Tarija […] Cuando llegamos al ingenio San Martín,
él preguntaba por Tarija. Mi padre no se olvidó nunca de ese Tarija.
Una vez, allá en los ingenios, le pareció ver a los hijos de Tarija. Pero
ellos tampoco sabían dónde fue que murió. En todo caso, decían, ya era
boliviano y no más nivaclé. Mi abuelo se llamaba Âshâshâ. Cuando
llegamos a los ingenios [de Salta], él se puso como nombre Tarija,
porque mi abuelo era su hermano menor. Al llegar a Argentina, él se
inscribió como Tarija, a ver si así aparecía el verdadero Tarija […] Así
me contaron. Mi abuelo Âshâshâ se hacía llamar Tarija, a ver si así
encontraba a su hermano Tarija. Pero no lo encontró. (Rosa, 2009)
Un último relato completa esta idea. El Sargento Tarija, según dicen,
250
La otra guerra del Sargento Tarija
cruzó el Pilcomayo hacia la Argentina y se fue a Tartagal (Salta), “donde
lo hicieron general”. Un día, un nivaclé lo reconoce y le habla. Pero Tarija
envía a sus hombres para apresarlo, a él y su grupo. Por la noche, solo y en
silencio, Tarija los visita en el calabozo y tienen este último diálogo:
Cuando terminó la guerra cada uno quedó en su lugar y él se fue
[…] a Tartagal [Salta]. El general dijo: “¡Vos, Tarija, te vas a ir a Tartagal”, y ahí lo hicieron general también. Él ya era como un boliviano,
no sé cuántos años vivió ahí. Pero él no se olvidó del idioma nivaclé.
Cuando le nombraron como general ahí en Tartagal, los nivaclé de
por allá –los arribeños– no conocían a Tarija […] Pero había uno que
era abajeño y que lo reconoció. Así contó después cuando volvió del
ingenio. Así contó: “Ese nivaclé solía descansar en el destacamento.
Ahí se paraba el nivaclé y la policía le dijo: «¡No cruces esa calle que
ya a venir el general!». Y era Tarija. Todos se ponían de pie cuando
venía Tarija. Entonces el nivaclé decía: «¿Este no será el Tarija de antes? ¡Creo que es él!». Lo miró bien, se fijó mucho, mientras él, Tarija,
revisaba su regimiento, hasta que el nivaclé ya supo que era Tarija, lo
reconoció. Las mujeres nivacchéi, cuando lo vieron pasar por la calle,
gritaron: «¡Qué feo que es ese jefe! ¡Es muy feo! ¡Ese jefe es negro!»,
decían. Tenía una herida de bala, por esa herida se lo reconocía. Pero
el Tarija escuchó. «¡Qué barbaridad!», dijo, y se fue a su casa. Mandó
a sus soldados que agarraran a los nivaclé y que los metieran en el
alambrado. Y llevaron a los nivaclé al corral alambrado y los encerraron. Y el amigo nivaclé dijo: «¡Pero si ese también es nivaclé! ¡Me iré a
hablar con él enseguida! ¿Es usted nivaclé?», le preguntó al Tarija. Y
Tarija le respondió: «Sí, yo soy nivaclé». «¿Qué anda haciendo aquí?»,
le preguntó Tarija. «Solo vine a visitarte», le dijo el otro. Y Tarija pidió
a sus hijos que salieran para que pudieran hablar los dos a solas. El
nivaclé le preguntó: «¿Qué haces? ¿Por qué nos encerraste?». «No pasa
nada», le dijo. «Los encerré porque las mujeres dijeron que yo era feo».
Iba a ser que las mujeres le habían dicho feo y Tarija se reía de eso.
«No te preocupes», dijo Tarija, «dentro de media hora ya los vamos a
dejar libres. Pero no se queden a dormir acá en el pueblo, váyanse a
dormir más lejos, al monte». Así fue. Entonces quedaron bien, solo lo
había hecho para asustarlos”. (Saravia, 2009a)
Esta es, pues, la última noticia que alguien tuvo del sargento chulupí.
Ese último instante doble y contradictorio en el que un mismo hombre es
de día el poder de los ingenios –los mandó apresar y a instalarse más lejos,
fuera del pueblo– y de noche la complicidad –los viene a liberar, se ríe y se
declara nivaclé–. Esa última confesión íntima y nocturna –“Sí, soy nivaclé”–
es también como un adiós.
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Nicolas Richard
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