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LLEGADA DEL CHICO, REPIQUE Y PIANO A LA CIUDAD DE BUENOS
AIRES1
INTRODUCCIÓN
Este trabajo intentará dar cuenta de la fundamental importancia del candombe afrooriental,
emblema de la negritud, en la reconstrucción de un grupo social, cultural y político moreno en la
Argentina a partir del éxodo oriental de los años 70'. Para ello me referiré a mis vivencias junto a un
grupo de vecinos de los barrios Sur y Palermo, este último al cual pertenezco. He tratado de
reconstruir una historia, cada hecho que describo en ella está corroborado esencialmente por los
actores de la misma. Para ello me referiré al contenido del libro “Chico, Repique y Piano: (Breve
historia de la llegada del candombe a la ciudad de Buenos Aires)” Ferreira (2015), de mi autoría.
Es inevitable la autorreferencia habida cuenta que el libro mencionado es mi primera producción
literaria, y sobre todo que no provengo del mundo académico. Mi participación en este foro
“Memorias afro e indígenas: narrativas, resistencias y producciones identitarias de las
singularidades culturales en los Estados-nacionales latinoamericanos", intenta ser un aporte más,
pero firmemente arraigado en el relato de quienes hicimos la historia desde la activa participación
política y cultural en los duros tiempos de la desocupación, las medidas prontas de seguridad y la
represión de la dictadura uruguaya, así como en los años que posteriormente vivimos en Argentina.
Es un intento de hacernos reflexionar, en la realidad cosmopolita de Buenos Aires, sobre la
antecedencia de un grupo de afrouruguayos en la práctica de nuestra cultura, nuestro candombe, en
espacios públicos, narrando y contando hechos que nos ocurrieron. Dejando documentado los
esfuerzos que, juntos hombres y mujeres hicimos para llevar adelante una comunidad de
afrodescendientes en una segunda diáspora, llevando nuestros tamboriles y nuestra cultura e
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Hugo Ferreira
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instalándolas como paisaje permanente en la ciudad de Buenos Aires y en algunas ciudades del
interior a lo largo de toda la República Argentina. Este aporte habla, desde adentro, de la
experiencia vivida, de la dureza de la vida del inmigrante, pero también de la del suelo natal
expulsivo, del período de la dictadura y su política racial y las condiciones de vida de los
antepasados.
Aprovecho este momento para manifestar mi agradecimiento a Roxana Prieto, Hellit Pedrito
Ferreira (h) Tabares; Luis Alberto Jimmy Santos Madruga Santos; Juan Carlos Candamia Prieto
Nazareno, y Washington Carioca Montiel protagonistas de la historia y a Rodolfo Cacho Rodríguez
que colaboró con la desgrabación de los reportajes realizados a los arriba citados y en la corrección
del libro y especialmente a Coriún Aharonian, que me alentó a escribirla y me dio las pautas y me
sirvió de guía para encarar este trabajo, sintetizada en unas palabras que me que me dijo y me
quedaron grabadas; “esa historia merece ser contada, reconstruí los hechos y hace el esfuerzo por
documentarlos”
CONTEXTO
Este aporte comienza poniendo en contexto regional el fenómeno migratorio de buena parte del
pueblo uruguayo a partir de los tempranos años setenta del siglo pasado.
Efectivamente, Latinoamérica fue el escenario de grandes confrontaciones entre el poder
hegemónico imperialista y la voluntad de los pueblos oprimidos. Las revoluciones y
contrarrevoluciones, las guerras y los genocidios a nivel mundial tuvieron su reflejo en nuestro
continente con la consecuencia de masivas migraciones de poblaciones campesinas y urbanas.
Estos movimientos forzados de las víctimas de la violencia estatal nativa y de la violencia
imperialista generaron inevitablemente el desgarro del tejido social y la descomposición cultural de
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los colectivos originarios.
Del mismo modo, las culturas herederas de los pueblos africanos que tanta importancia tuvieron en
la conformación de las identidades de los pueblos americanos, desde New Orleans, pasando por
todo el Caribe y Brasil y llegando hasta Montevideo, sufrieron también el impacto de estos
procesos.
Fundamentalmente durante fines de la década del 60' y principios del 70', por motivos no sólo
políticos, sindicales y económicos sino también raciales, la negritud fue objeto de represión, cárcel,
muerte y exilio a lo largo de todo el continente. En el presente trabajo me centraré en los
acontecimientos y consecuencias en el área del Río de la Plata.
EL CANDOMBE
Hablar del candombe afrooriental es poner en manifiesto un fenómeno que trasciende al ritmo, la
danza y la música. Se trata, en realidad, de la expresión de un conjunto complejo y diverso de
elementos simbólicos propios de comunidades afrodescendientes, de negros y morenos. Cuando
hablamos de candombe, nos referimos a una cultura que vino traída desde el África por los
esclavizados y se fue construyendo a lo largo de 200 años en la ciudad de Montevideo. Definir a los
afrodescendientes me obliga aquí a efectuar un recorte adecuado: me refiero en este trabajo a
aquellos seres humanos que supieron vivir en el continente africano en sociedades agrícolas más o
menos desarrolladas, con sus conflictos tribales, sus guerras y sus alianzas, con sus modos de
producción y de relaciones sociales e intrapersonales, es decir con su cultura propia y su identidad y
sentido de pertenencia. Personas que, en el marco de la expansión colonial, cuando los imperios
necesitaron mano de obra para las explotaciones algodoneras, azucareras, mineras, etcétera, en sus
colonias, fueron víctimas de cacería, secuestro, desarraigo y posterior esclavitud, arrojadas a otro
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mundo en el cual tuvieron que sobrevivir a como diera lugar, en medio de la mayor explotación y
opresión.
El candombe, entonces, es la síntesis de lo que aquellos hombres y mujeres originarios del África
pudieron conservar, alimentar, reconstruir y desarrollar a actores de diferentes culturas africanas[1]
–maguises, nagos, calabaries, congos, benguelas y mozambiques, como un fuego sagrado que les
dio el ánimo y voluntad para soportar la inefable realidad de haber sido convertidos por la fuerza en
esclavos y esclavas en un mundo desconocido y hostil. Forma de comunicación, danza y religión
que mezcla alegrías, sufrimientos y rebeldías y que se fue construyendo al paso de los años en
América Latina.
Mi objetivo al escribir este libro fue el intento de dejar sentado por escrito una parte del recorrido de
los tamboriles afroorientales, en la ciudad de Buenos Aires. Charlando con algunos memoriosos y
memoriosas, que aún quedaron vivos, de los que fuimos parte de ese movimiento sociocultural,
recorriendo archivos, recuperando fotografías, en una época en que estas eran una excepción. Desde
el lugar de quien vivió y vive inmerso en la construcción, desmembramiento y posterior
reconstrucción de la cultura afrooriental en este lado del Plata.
URUGUAY, EL COMIENZO DEL EXILIO
La ciudad de Montevideo, por su proximidad con el puerto, es el lugar donde se concentró la mayor
parte de la población afrodescendiente y morena del Uruguay. Dentro de la ciudad, desde fines del
siglo XIX estaban en distintos barrios, la Ciudad Vieja, el Cordón, la Unión, etcétera y en los
vecinos barrios Sur y Palermo. En la historia del siglo XX, como es público y notorio, en los
conventillos y alrededores de estos últimos dos barrios, se forjaron comparsas exponentes de la
cultura, ya integrada a lo largo de dos siglos al mundo capitalista y sus modos de producción y
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relaciones sociales en estos lares. Así el candombe se convirtió en emblema representativo de la
negritud que habitaba fundamentalmente en esos barrios, y en el Cordón alrededor del conventillo
conocido como Gaboto.
A partir de 1968 la economía uruguaya se desbarrancó a niveles desesperantes, con un impacto
feroz sobre todo en los sectores populares, de aumento de la desocupación y de los precios de los
productos básicos para la subsistencia. Esta crisis tuvo respuesta del campo popular en luchas,
huelgas y protestas obreras y estudiantiles que fueron reprimidas por el Estado con métodos
variopintos. Tanto sea los contemplados por las normas represivas del régimen democráticoburgués, salidas de la constitución o el parlamento, o por los “decretos democráticos
presidenciales”. También recurrieron a los métodos ilegales, cobijando a escuadrones de la muerte
parapoliciales y otras formaciones políticas de choque, como la JUP, CREI, etcétera. El año 1973
fue la ocasión del golpe cívico militar que, con la excusa de “poner orden”, vino a ubicar al país en
sintonía con el resto de las dictaduras latinoamericanas de la época. Todas ellas signadas por la
obediencia debida de las burguesías locales a los Estados Unidos, se plegaron en masa al plan
Cóndor, poniendo a disposición de éste todas las fuerzas represivas del estado. Marina, Ejercito,
Aeronáutica, las policías, organismos de inteligencia, etcétera, pusieron en marcha un plan de
exterminio desde los estados.
En ese contexto, la resistencia popular se manifestaba, como queda dicho, en huelgas y
manifestaciones, obreras y estudiantiles, y tuvo también sus expresiones en el arte y la cultura.
Describo situaciones en las cuales el candombe no estuvo ajeno ni a las manifestaciones de rebeldía
ni a las consecuencias represivas de la misma.
A partir de la prohibición de toda actividad política, sindical y estudiantil, comenzó la persecución
abierta y feroz hacia individuos que participaban de estas: dirigentes, afiliados, simpatizantes o
vecinos de estos. A esta medida se sumó la prohibición de ciertas expresiones culturales, en todas
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las disciplinas artísticas, con la excusa de que “encubrían o promovían la subversión”. Esa
persecución planificada y feroz incrementó de forma exponencial la cantidad de presos políticos
entre los gobiernos “constitucionales” de Pacheco Areco y Bordaberry y la posterior dictadura. Pero
no es menos cierto que esas políticas represivas se combinaron con la interminable crisis económica
y el clima asfixiante en el plano laboral y cultural, generando una corriente migratoria que, a lo
largo de todo el período en cuestión, fue in crescendo de manera incesante en la búsqueda de
mejores perspectivas en el exterior y en muchísimos casos en pos, simplemente, de conservar la
vida y la libertad.
La República Argentina, particularmente la ciudad de Buenos Aires y su conurbano, fue un destino
común para un porcentaje significativo de los autoexiliados por motivos sociales y económicos y
para los perseguidos políticos. Buena parte de esos miles de uruguayos que cruzaron el Río de la
Plata buscando nuevos horizontes, de un mejor porvenir, fueron personas negras y morenas
candomberos quienes, una vez en Buenos Aires, se ganaron la vida y el sustento de sus familias en
diferentes oficios. Sólo fue una minoría la que se relacionó con el ámbito de la cultura en términos
profesionales, pero sin alejarse de su comunidad, manteniendo sus lazos culturales, afectivos y de
pertenencia. En su gran mayoría, mujeres y hombres y niños, familias enteras conservaron
encendida la llama de sus costumbres puertas adentro de los humildes hogares y también en las
calles cada vez que la ocasión así lo permitió, así fuera en forma esporádica y desorganizada.
BUENOS AIRES. EXILIO Y REAGRUPAMIENTO
Fue en ese contexto que un conventillo ubicado en Avda. Rivadavia 1525, pleno barrio de Congreso
de Buenos Aires, bautizado irónicamente El Sheraton por sus habitantes, se constituyó entre los
años 1978 y 1981 en un punto de referencia en el que vivimos, junto con argentinos de provincia,
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muchos uruguayos provenientes de los barrios Sur y Palermo de Montevideo, en su gran mayoría
personas negras y morenas, los varones muchos de ellos tamborileros y las mujeres bailarinas
integrantes de las comparsas Fantasía Negra, del barrio Palermo y Morenada, del barrio Sur que
traían consigo la riqueza cultural propia de sus comunidades. Asimismo, fue el espacio donde
quienes andaban fugitivos o sin domicilio fijo, o familias recién llegadas, sabían que podían
encontrar un lugar para dormir y un plato de comida caliente.
En la cuadra de El Sheraton se fue formando un microclima particular, allí estaban también el Bar
del oriental Tito y su compañera Raquel, que tuvo durante muchos años, un medio-tanque en
Montevideo, en la esquina de Isla de Flores y Yaguarón, y la plomería del argentino Patín Zárate
(que daba empleo a uruguayos afrodescendientes que habitaban o frecuentaban el Sheraton). Tanto
el Tito como Patín que abrieron estos espacios en los cuales la orientalidad y de los barrios negros
convergían de a poco y cada vez más y en los que se fue gestando, al calor de la nostalgia por el
barrio y al son de los tambores, lo que hoy se puede ver desplegado y formando parte del paisaje
cultural porteño y en casi toda la Argentina: la movida contemporánea en la ciudad de Buenos Aires
que emula nuestro candombe.
Corría el año 1978. Cuando la Argentina ganó el campeonato Mundial de fútbol, los habitantes de
El Sheraton nos sumamos a la algarabía popular y salimos a la calle con instrumentos, muchos de
ellos improvisados, con lo que había. Para todos nosotros, el hecho de caminar por la calle tocando
sin temor, ya que al estar estas tan atestadas de gente, era imposible pensar en una represión, en una
ciudad que estaba bajo una dictadura, significó un puntapié inicial para comenzar a dar forma
concreta a la presencia del candombe afrooriental en tierras argentinas. Los primeros años del exilio
habían sido quizás los más largos y penosos de toda la vida, lejos de la familia, de los amigos, del
barrio, de la rambla, etcétera. Pero las actitudes solidarias del pueblo argentino y la que se gestó con
sentido de morenada por afinidades barriales, culturales, fueron fundamentales para templar los
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ánimos. Las tardes de tambores en los patios del conventillo, los festejos de cumpleaños,
casamientos, nacimientos, Año Nuevo en la intimidad de las humildes casas de los barrios de
Balvanera, La Boca, San Telmo, Floresta, Chacarita, Soldati, Lugano y el conurbano bonaerense
nos reencontraban con nuestras costumbres, de tocar, bailar y cantar, alimentando al mismo tiempo
nuestras raíces. Eso sí, de puertas para adentro, cuando salíamos a templar y probar el sonido, a los
vecinos no les gustaba mucho y se metían adentro de sus casas, nosotros por respeto a estos en
algunos casos, tocábamos adentro. Tampoco faltaban los que llamaban a la policía, por tocar
adentro de nuestras casas. Otro de los lugares de agrupamiento, fueron algunas playas de
estacionamiento ubicadas en el centro porteño. Eran espacios muy visibles para los transeúntes que
pasaban por el lugar, entre ellos muchos compatriotas. Estas, eran administradas, y trabajaban en
ellas una gran mayoría de afrouruguayos. En las horas que aflojaba el trabajo, se realizaban asados
y comidas con invitados, estos eran generalmente del barrio, o cercanos a este, conocidos de
comparsas, o murguistas, conocidos del carnaval que se vinieron a Buenos Aires, y pasaban por allí.
Así se iba sumando gente, del mundo del candombe y la murga montevideanos. Generalmente en
las sobremesas, se tocaba y se compartían los pocos tamboriles que había en Buenos Aires, que
estaban en esas playas, cantando viejas canciones de comparsa y se armaban coros murguísticos. De
modo que a esas ganas se le fueron sumando propuestas de tocar en fiestas, eventos, de sumar ritmo
a una ciudad tan necesitada de este. En ese momento, para el argentino común el negro estaba
referenciado en Brasil, el estereotipo; negro+tambor+baile+alegría: Samba Brasileño. Este era bien
aceptado entre los porteños, y para pucherear había que disfrazarse de brasilero, tocando en fiestas
privadas, boliches, en la calle, hasta el famoso espectáculo: “Brasil Canta y Baila”, que se mantuvo
durante años en el Hotel Savoy ubicado en la Avda. Callao, pleno centro de Buenos Aires, donde
cantaba una brasilera que supo ser figura del espectáculo porteño, Yuyú da Silva; la mayoría de los
que tocábamos allí, éramos todos afrodescendientes uruguayos.
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Más adelante, la iniciativa particular de Patín Zarate, maravillado por la música del candombe que
se improvisaba en el bar de Tito y Raquel, y las ganas de Carlitos Da Silva, que trabajaba allí con
Patín, en la búsqueda de conformar, en Buenos Aires, una comparsa de candombe oriental, se
encuentran ante una oportunidad. La Asociación de Amigos de Avda. de Mayo, que integraba Patín,
y que organizaba el desfile de carnaval por esta Avda. es invitado a una reunión a mediados de
enero y se entera de la proximidad de un corso en febrero. En ese mismo momento, arranca para la
plomería y le pregunta a Carlitos Da Silva que trabajaba allí ¿te animas a armar una comparsa, te
doy la plata para las telas? y allá fueron los dos a inscribirla. Ante la pregunta de cómo se llamaba
Carlitos con su impronta contestó; Comparsa de Negros y Lubolos Patindombe. Así fue como en
febrero de 1980 hace su debut la primera comparsa, fundada fuera del Uruguay: Patindombe, creada
por estos dos últimos, un argentino y un oriental. A esta se sumaron afroargentinos, descendientes
algunos de ellos, de afrouruguayos, radicados hace muchísimos años en este país. Esta salida fue
muy importante, muchos salimos del gueto, nos aplaudieron, la prensa nos elogió, fue como decir,
“ojo, acá estamos nosotros, tocamos, bailamos y cantamos, tenemos nuestra cultura”, la hicimos
pública y seguía sumándose gente a la “flota”.
De allí en más el impulso fue expandiéndose en organización y presencia. No fue un camino fácil
en una ciudad militarmente ocupada por su propio ejército y cuya policía se ensañaba
particularmente con los negros, casi siempre de aspecto humilde. No fue sencillo en una sociedad
que podía efectivamente ver con simpatía a estos negros tocar samba brasilero pero que nos miraba
de reojo cuando templábamos los cueros alrededor de fogatas de papel de diario, en la vía pública
para tocar los tamboriles del candombe. Pero a pesar de las detenciones, allanamientos y
temporadas en los calabozos de la policía federal, el candombe afrooriental comenzó a tener cada
vez más presencia en las calles y escenarios de la ciudad, como fueron las primeras llamadas en el
barrio de San Telmo y las que se realizaban en la puerta del conventillo de ese barrio, ubicado en
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Balcarce y Cochabamba, donde vivían varias familias negras y morenas, antiguas moradoras del
Sheraton. Así fue como crecieron las participaciones de “cuerdas de tambores” en recitales de
importantes músicos uruguayos que tuvieron la iniciativa de invitarlas. Rubén Rada en el teatro
Margarita Xirgu y Beto Satragni –a propuesta de Jimmy Santos- en el ex-Teatro Cómico, hoy Lola
Membrives de la avenida Corrientes fueron pioneros en esta saludable costumbre, propiciando así la
difusión del candombe afrooriental en este lado del Río de la Plata. Los primeros cautivados por los
tamboriles del candombe, fueron algunas figuras notorias del rock, como Lito Nebbia, Oscar Moro,
Pajarito Zaguri, León Gieco o Javier Martínez que estuvieron presentes en la presentación del
grupo Raíces y se conmovieron con la cuerda de tambores. Simultáneamente ocurría lo mismo con
músicos del jazz, como Néstor Astarita, el Negro González, Andrés Boiarski, Roberto Fats
Fernández, Benny Izaguirre, Ricardo Lew, por nombrar algunos de los que nucleaba Ruben Rada.
En este sentido, la fundación a comienzos de 1982 de AROJA (Asociación de Residentes Orientales
José Artigas) tuvo un papel destacado no solo en la difusión del denominado Canto Popular
Uruguayo, que comenzó a ganar miles de adeptos aquí en la Argentina. Que organizó un recital
masivo que colmó el Estadio de Obras Sanitarias con uruguayos y argentinos, y que sirvió de
difusión masiva para juntar a los orientales residentes en Buenos Aires alrededor de hechos
culturales, difundir el ideario artiguista y desarrollar, con esas herramientas, alguna forma de
resistencia a la dictadura.
Asimismo las peñas y festivales, en la sede de AROJA, la creación de Por la Vuelta, primera murga
estilo montevideana fuera del Uruguay, fundada por Hugo Hueso Ferreira y Tito Negro Bado, la
gestación de Hijos de Morenada y Fantasía, segunda comparsa de candombe fuera del Uruguay,
fundada por tres afrouruguayos: Carlos Abril Pichi Lasalvia, Juan Carlos Candamia Prieto
Nazareno y Hellit Tabares Pedrito Ferreira (h), integrada por experimentados candomberos
provenientes en su mayoría de Morenada, y Fantasía Negra, a los que se sumaron integrantes de
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Las Lonjas de Gaboto. La irrupción de esta comparsa por la puerta grande, con sus tamborileros,
banderas, estandartes y personajes típicos, en el estadio de Obras Sanitarias y de la mano de Ruben
Rada en 1983, que generosamente la invitó para la apertura y cierre en ese recital que tuvo una gran
repercusión en los medios y en los jóvenes. La figura de Rada se masificó, salió del circuito exiguo
de los músicos de jazz, impactando fuertemente en la masa de jóvenes adeptos al rock, fue un punto
de inflexión de este proceso de expansión y crecimiento cultural y de inserción en la sociedad
porteña, del candombe afrooriental.
En el mismo año del mencionado recital de Rada en Obras, ocurre la fiesta de Re-Inauguración de
Teatro Abierto, evento histórico de la resistencia cultural en la Argentina a la dictadura, en el que
participaron más de 30.000 personas como espectadores, con una cualitativa intervención de
uruguayos radicados en Buenos Aires. Desde Aquiles Fabregat y Julio César Castro, Juceca en la
elaboración de los textos, hasta la participación destacada en un desfile de 40 cuadras por Buenos
Aires, en la que Hijos de Morenada y Fantasía y Por la Vuelta tuvieron una actuación
preponderante como cierre de la misma. A partir de estas apariciones públicas, las llamadas, en San
Telmo a partir de 1983, respetando las fechas que se salía en Montevideo, 25 de diciembre, 1º de
año, 6 de enero y 12 de octubre, se tornan masivas, incrementándose la presencia de familias
uruguayas con hijos argentinos y la presencia de jóvenes argentinos que descubrían una nueva
cultura.
PERO TENÍAMOS EL CANDOMBE
El proceso que brevemente sintetizo en este trabajo se encuentra, como dijera al principio del
mismo, reflejado en sus detalles en mi libro “Chico, Repique y Piano: (Breve historia de la llegada
del candombe a la ciudad de Buenos Aires)” (2015).
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Relatos, anécdotas, entrevistas y fotografías dan allí testimonio de las vicisitudes, penurias y
alegrías que quienes las vivimos debimos atravesar en el Uruguay desde los Expendios de
Subsistencia y la tarjeta azul y la dictadura, y en la Argentina durante los años del exilio.
Muchos de los protagonistas de tales momentos nos encontrábamos, al principio, dispersos en
Argentina. Se trataba de sobrevivir en el día a día y de asegurar, dentro de lo posible, el sustento
propio y de nuestros hijos trabajando de lo que se pudiera y a veces, en algunos casos, en
situaciones de explotación extrema. Y no fueron pocos los compañeros que, empujados por la
angustia de la situación, tuvieron que vivir en situaciones indignas, el difícil acceso a la
documentación y el color de piel, impedía el acceso a un trabajo y tener una vivienda digna. La
migración desde el Uruguay no fue, por supuesto, un movimiento organizado, planificado ni
deseado por los migrantes y, como tal, produjo en sí más quiebres que aglutinamientos. Sobre todo,
en los años de dictadura y los albores de la democracia en Argentina, sufriendo el hostigamiento
cotidiano, de clase y de raza, de parte de las fuerzas policiales.
Se debe sumar a esto la heterogeneidad de pensamientos y de autopercepción que teníamos. Los
distintos -y en algunos casos inexistentes- niveles de conciencia política del fenómeno que nos
absorbía como un huracán, junto con la bronca y el resentimiento hacia un sistema que nos excluía
en nuestro propio país, provocaron que desde el principio nos encontráramos desperdigados, sin un
rumbo ni objetivos en común y con el “sálvese quien pueda” a flor de labios. Podíamos haber
perdido nuestra identidad cultural completamente, no habría sido la primera vez en la historia
humana que sucediera que aquella se diluyera en las aguas del olvido, que genera en los seres
humanos, el exilio de su pueblo.
Pero teníamos el candombe.
TODOS LOS FUEGOS, EL FUEGO
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Entonces, amén de lo testimonial, creo que aquí es preciso destacar por qué fue posible, desde el
fondo de la derrota que significó el exilio, alzar la mirada y construir en otro país un espacio propio
que, sin ser sectario, pudo conservar la identidad, sin deformaciones, y respetando la esencia, en
esos momentos, supo integrarse a la sociedad argentina y cautivarla sin necesidad de maquillajes.
Recuerdo que me preguntaron si estaba loco, porque en plena dictadura, requerido en Uruguay, me
animaba a salir a la calle con el tambor, estando plenamente consciente del peligro que significaba.
Pero el tambor nos juntaba a los del barrio, y para hacerlo sonar en serio precisábamos calle, y
salíamos igual, pero no por estar locos, o ser inconscientes, cuando sonaba la música de los
tamboriles eran irresistibles las ganas de tocarlos, lo hacíamos y lo hacemos con el corazón,
tironeados por una fuerza extraña.
Sostengo que el sonar de los tamboriles afroorientales, trajo añoradas remembranzas, también a los
orientales emigrados, exiliados, a ellos también les tocó el corazón y el tambor les “resonó en la
panza”. Y se sintieron identificados con la cultura que nació con los esclavizados africanos traídos
al Uruguay. Y así la llamada que empezamos un puñadito, ensambló con la revalorización del
propio candombe en Uruguay, con la latinoamericanización de la Argentina y la incorporación de la
percusión a la música popular, con las ganas de expresar el deseo de que se vaya la dictadura en el
Uruguay y el reencuentro de los orientales en la Argentina. La cultura del candombe fue
adquiriendo adeptos en los jóvenes argentinos cautivados por ella. El surgimiento contemporáneo
de nuevos movimientos sociales de afrodescendientes logró, en el caso del Uruguay, en el curso de
la década de 1990, a través de luchas en las arenas políticas nacionales e internacionales de
Organizaciones Mundo Afro, que los estados incluyesen en sus estadísticas la variable de identidad
étnica, afro. Esto ha incidido, en la divulgación, en avances en el reconocimiento de la existencia de
la herencia de esas raíces culturales.
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Los antiguos allá en África, antes de formar parte de los millones de seres secuestrados y
esclavizados, convocaban a la benefactora lluvia con fuegos.
Hay un fuego sagrado entre todos los fuegos.
Hay un fuego metido en la sangre nuestra y es el fuego de la ancestralidad de los tambores.
Cruzó encadenado el Océano Atlántico, fue consuelo de dolores y alimento de rebeldías. Así le
permitió a la raza construir la alegría en medio del desastre cotidiano de servidumbre y trabajo
forzado. Alimentó la esperanza.
Negros y morenos orientales hemos podido reagruparnos en tierras argentinas y volver a hacer
sonar los tamboriles afroorientales, en estas calles, como símbolo de nuestra identidad. Hemos sido
factor de unidad del conjunto de emigrados por razones políticas y sociales. Atrás de los tamboriles
iban desde el más humilde de los anónimos, hasta los artistas más renombrados. Desde el emigrado
solitario, hasta familias enteras.
Sin ese sustento del fuego de los tambores quizás no hubiera sido posible aprovechar la grieta que le
abrió el pueblo argentino con sus luchas a la dictadura genocida, que nos permitiera comenzar a
resurgir con nuestra identidad en los años de plomo en la costa vecina y hermana.
Cierto es que las condiciones políticas y sociales fueron cambiando allí y que la expansión de
nuestra cultura facilitó el interés y acercamiento de muchísimos argentinos y argentinas que
abrevaron de ella, aprendieron nuestros ritmos y nuestras danzas, bien que con resultados dispares,
pero esto último sería motivo de otro debate que no es el caso desarrollar aquí.
Cierto es que fue necesario -y difícil- superar en muchos casos nuestro individualismo y que en ese
rumbo la coyuntura política, la lejanía de nuestro barrio, y las añoranzas, cumplieron un rol
imprescindible. Pero el primer aglutinante, el principal, fue el candombe. Esa fuerza extraña e
inexplicable que nos tira de las venas, que se mantuvo viva por más de 200 años a pesar de las
persecuciones del régimen esclavista, el racismo solapado o abierto y la exclusión social. Que pese
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a una cruel dictadura cívico-militar que se mantuvo en el poder durante 10 años, y que tuvo entre
sus objetivos conscientes y planificados, destruir el candombe. Este igual se mantuvo vivo, por esa
fuerza extraña e inexplicable que nos corre por las venas, que seguramente viene de muy lejos. Y
que aún nos conmueve en lo más profundo, cuando tocamos los tamboriles como se debe, y se nos
suman el arte que despliegan con su danza los personajes típicos que mantienen su esencia y los
cantos de comparsa, esencialmente los compuestos por el gran Pedro Ferreira que nos hace gozar
llorando de alegría.
AGRADECIMIENTOS Y DEDICATORIA
Quiero dejar sentado mi agradecimiento a Alejandra Guzmán, Rodolfo Cacho Rodríguez y Luis
Ferreira, que sin su ayuda y colaboración me hubiera sido imposible presentar este trabajo.
También a la editorial porteña CICCUS que me editó el libro en la Argentina en el 2015 y autorizó
una segunda en coedición con la editorial uruguaya Yaugurú en 2016.
Trabajo dedicado a la memoria del maestro Coriún Aharonián
BIBLIOGRAFIA
Ferreira, Hugo (2015). Chico, Repique y Piano (Breve historia de la llegada del candombe a la
ciudad de Buenos Aires. Buenos Aires), Ediciones CICCUS. 2ª edición editoriales YaugurúCICCUS 2016.
(1) Como han mostrado distintos cronistas y estudiosos desde Isidoro de María a fines del siglo XIX, a los intelectuales
afrouruguayos Marcelino Bottaro y Lino Suárez Peña en los 1920-30, a Lauro Ayestarán e Ildefonso Pereda Valdés en los 1940-60, a
Oscar Montaño y Luis Ferreira a partir de los 1990.
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