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Razón Española nº 191 (2015), p. 336-344. Artículo de Pierre Vermeeren, traducido y anotado por Carlos Ruiz Miguel
2002
Desde el pasado 27 de octubre-por tomar como punto de partida la llamada a consulta del embajador marroquí en Madrid-las relaciones entre España y Marruecos atraviesan una crisis que deja perplejo. Contra toda lógica, cada día que transcurre aporta una escalada más. Dos Estados antiguos, consolidados, están, más allá de legítimas diferencias de intereses, enzarzados en un pulso que, según los marroquíes, enfrenta a un rey con un presidente de gobierno. Con la ocupación del islote del Perejil, Marruecos ha dado a la crisis una inflexión grave, innecesaria que, a tres meses de unas elecciones legislativas, anuncia tiempos peores si no se encuentra una solución rápida. Dos incomprensiones dificultan el tratamiento de este último enredo que ni Madrid ni-al parecer-Rabat deseaban. Marruecos comprende mal que los presidentes o jefes de gobierno de países democráticos respondan de sus actos ante sus parlamentos, sus opiniones públicas e incluso sectores económicos que puedan verse circunstancialmente perjudicados. Los países democráticos no suelen considerar que el rey marroquí, que ejerce como jefe absoluto de gobierno pero a quien la Constitución convierte en irresponsable de sus actos, pueda permitirse el lujo, y lo hace, de poner en peligro las ayudas exteriores a su país, el trabajo de 100.000 o 200.000 marroquíes y cualquier otro interés, para conseguir su meta momentánea. Marruecos, igualmente, demuestra una notable incapacidad para entender que su discurso político y explicativo de ciertos actos de Estado y de Gobierno puede funcionar-cada vez menos-para consumo interno pero no en sus relaciones con Estados democráticos y modernos. La invitación que le han hecho tanto el presidente de la Comisión Europea como la Presidencia de la UE a que se retire sin demora de Perejil y restablezca el statu quo anterior, constituye el primer aviso a Mohamed VI de que es imperativo que distinga entre comportamientos en cuestiones internas de su país y las normas que rigen en tratos internacionales. La ocupación del islote del Perejil viola el Tratado de Amistad, Buena Vecindad y Cooperación de 1991, mediante el cual los dos países se comprometían a no recurrir a la fuerza para solucionar sus diferencias. La explicación oficial marroquí de esa ocupación, luchar contra el terrorismo y la inmigración ilegal, sólo puede causar hilaridad. ¿Se puede seriamente pretender que una docena de "mojaznis" (fuerzas dependientes del Ministerio del Interior) en tiendas de campaña, sin agua, teléfono ni luz eléctrica, pueden combatir eficazmente, desde un islote de difícil acceso y aislado lo que no logra su Policía, su Gendarmería, su Marina y su Ejército desde puertos bien equipados y protegidos como Tánger o Laiún? A los tres años de reinado, Mohamed VI ha defraudado las esperanzas depositadas en él como motor de la transición democrática que su país necesita. Las mujeres, doblemente frustradas por el incumplimiento de promesas reales y por la anacrónica negativa a su emancipación de una parte importante de la sociedad, muy influidas por el discurso islamista, presionan para que sea reformada la Mudawana (Estatuto Personal y Familiar) como primer paso para su equiparación en libertades y derechos con los hombres. Un grupo reducido de periodistas y periódicos se esfuerzan por rescatar del olvido a los responsables de pasadas torturas y de "airear" los escándalos financieros más llamativos del régimen anterior como el de la entidad Crédito
Marruecos es un país de grupos multiétnicos con una rica cultura y civilización. A lo largo de su historia, ha recibido visitantes tanto del este (fenicios, judíos y árabes), del sur (Moros y habitantes de África Subsahariana) y del norte (romanos y vándalos), quienes han impactado la estructura social de Marruecos. En el país conviven, además, distintos tipos de religiones, tales como el paganismo, el Judaísmo, el Cristianismo y el Islam.
Revista de Historia Naval nº 162, 2023
Como el que hablaba en prosa sin saberlo, el marqués de Santa Cruz, a quien tocó vivir en una interesante época de transición entre el Mediterráneo y el Atlántico, entre el remo y la vela y entre el combate al cañón y el abordaje, escribía historia sin ser demasiado consciente de que lo hacía. Sus victorias, frente a enemigos a veces superiores y en escenarios muy diferentes, nos enseñan mucho sobre el arte de la guerra. Pero todavía podemos aprender más de sus dudas y sus vacilaciones. Audaz en Malta y brillante en Lepanto, es probable que fuera en la campaña de las Azores y, sobre todo, en la batalla naval de la isla de San Miguel donde, sin caminos trillados que pisar, mejor nos explicó lo que supone ser un gran soldado.
Brújula óptima para tomar el pulso a la vitalidad de las relaciones hispano-marroquíes, la traducción nos muestra que, pese a las supuestamente privilegiadas relaciones -históricas, políticas, económicas y humanas-, durante las décadas transcurridas desde la independencia de Marruecos en 956 los flujos de traducción resultan más bien limitados. Hasta el año 2006 se han traducido al castellano unas cien obras de autores marroquíes. De acuerdo con esta cifra, podría parecer que hay una importante presencia de autores marroquíes traducidos al español, pero esa aparente abundancia es sobre todo fruto de fenómenos editoriales como Tahar Ben Jelloun o Fátima Mernissi, con veinte y diez obras respectivamente. En realidad, la presencia de las expresiones literaria y ensayística marroquíes en el panorama bibliográfico español es escasa, evidenciando unas relaciones inmaduras y descompensadas.
2014
Capítulo III. Los flujos migratorios entre España y Marruecos y su influencia en la difusión
‘Viejos son, pero no cansan’. Novos estudos sobre o Romanceiro, coord. S. Boto, J. A. Cid, P. Ferré et al., Coimbra-Madrid-Faro-Lisboa, 2020, pp. 698-712.
Las distintas versiones del romance «Caballero, si a Francia ides» que emergen en los manuscritos del siglo XVI proceden de un corte realizado en el romance juglaresco «Asentado está Gaiferos» a fines del siglo XV o primer cuarto del siguiente, todas ellas conservadas en cancioneros musicales hasta que Timoneda incluyó un bello arreglo cortesano en su Rosa de amores; a su vez las versiones musicales fueron objeto de tres glosas abundantemente documentadas en manuscritos e impresos, prueba de su excelente acogida en los medios literarios. Además de poner las versiones musicales en el centro de la atención de los poetas, el análisis de estas versiones revela no pocos aspectos interesantes en la sociología del romancero durante este siglo.
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