Reseñas / Book reviews
Para Navarro el problema principal es la mala
redistribución de los recursos con los que contamos y para cambiar esta orientación se precisa una democracia real. Una democracia tanto
representativa como directa; toda una demanda revolucionaria en un país donde los partidos
políticos, verdaderas castas, son verdaderos
aparatos con estructuras que controlan la administración del Estado en sus tres vertientes:
ejecutiva, legislativa y judicial. Esa democratización real creará las condiciones para los cambios que se precisan en la economía. Entre
otras propuestas señala, en primer lugar, la
creación de una banca pública, sistemas bancarios predominantemente públicos, actores centrales en el desarrollo económico del país garantizando el crédito y gravando las actividades
especulativas del sector financiero y en segundo lugar el desarrollo de políticas de pleno empleo donde se desarrollen los servicios públicos
del Estado del bienestar y donde la integración
de la mujer sea prioritaria
posterior democracia. Muchos son elementos
que ponen de manifiesto la baja calidad democrática que vive España, donde la continuidad
de la estructura de poder dentro del Estado ha
conducido a la apatía política, al descrédito
hacia los partidos políticos, a la permanencia de
la corrupción y al mantenimiento de los intereses de una minoría enarbolando la bandera del
patriotismo. Una democracia puesta en tela de
juicio en el 2011 por jóvenes que reclamaban
una transformación profunda de las estructuras
del Estado y una manera diferente de hacer
política. Hay alternativas posibles.
Así pues, urge alcanzar el verdadero Estado de
derecho. Se precisa superar el capitalismo
creando una base social con fuerza para transformar la sociedad. Tarea ingente según el autor cuando las propias instituciones tratan de
transformar la frustración de la población en
resignación. Navarro encuentra en el 15-M un
brote de desobediencia civil y pacífica como un
medio efectivo para la participación política y
por consiguiente ideológica. Un instrumento
para denunciar estructuralmente al sistema en
su conjunto. Pero a la vez no renuncia la participación en las instituciones formales como
instrumento para difundir sus ideas, para manifestar que se precisa un nuevo orden social que
pueda enfrentarse y superar el que se nos quiere imponer.
Tras su más que interesante estudio –publicado
en 2008 junto a Tommaso Nencioni- sobre la
actuación de los comunistas españoles en torno
a lo que constituyó un parteaguas histórico,
como fue la condena de la invasión de las tropas del Pacto de Varsovia de Checoslovaquia en
1968, y su posterior obra sobre el PSUC y la
política de alianzas antifranquistas durante la
segunda mitad de la dictadura y el inicio de la
Transición, Giaime Pala centra su último trabajo
en los intelectuales comunistas catalanes. En
concreto, en su a menudo confusa trayectoria a
partir de las diferencias surgidas en la dirección
del PCE –extendidas al PSUC- con motivo del
punto de no retorno al que se llegó entre las
posiciones optimistas de la dirección –con Santiago Carrillo y Dolores Ibárruri a la cabeza- y el
diagnóstico –realista para unos, pesimista para
otros, incómodo a la par que disfuncional para
la mayoría- al que llegaron, en base al análisis
de la evolución socioeconómica de la España de
inicios de los años sesenta, Jorge Semprún y
Fernando Claudín. Mientras que el primero
experimentó en Madrid los cambios derivados
de una progresiva consolidación y bienestar de
una clase media mayoritariamente despolitizada, el segundo, influido por los análisis de Semprún desde el interior, y a través de un debate
iniciado con motivo de una conferencia suya
sobre la problemática agraria –en el marco de
Por último, al autor plantea la cuestión de la
calidad democrática española, de la consolidación de una democracia débil y sesgada como
fruto del camino que se optó en esa transición
del régimen franquista al modelo democrático
liberal. El proceso de cambio se debió al acuerdo de las élites militares, económicas y políticas
del franquismo, a las concesiones de la izquierda y a la propia debilidad de la sociedad española. Ese carácter modélico que se plantea como virtud de nuestra Transición no tuvo en
cuenta las deficiencias que conllevaban para la
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Pala, Giaime, Cultura clandestina: Los intelectuales del PSUC bajo el franquismo. Granada,
Editorial Comares, 2016, 184 pp.
Por David Jorge
(Instituto de Investigaciones Históricas,
UNAM)
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un seminario celebrado en Arrás (Francia) en el
verano de 1963- concluyó que la ruptura del
orden capitalista tras el fin del franquismo se
antojaba harto complicada, y lo que procedía
era aceptar con realismo que lo que tendría
lugar, en el mejor de los casos, sería una suerte
de evolución controlada.
Dado que Semprún estaba al frente del Comité
de Intelectuales del PCE, dicho sector se vio
ineludiblemente afectado y puesto en la encrucijada de decidir su adscripción a las tesis de la
dirección, lo que mandaba la vertical estructura
de un partido comunista, factor acentuado dadas las condiciones de clandestinidad y exilio
del español (tesis recurrida siempre por un Carrillo que alegó su disposición al debate, siempre que éste se limitase a la intimidad del partido, evitando polémicas públicas consideradas
como debilitadoras) o las de aquél que había
contribuido decisivamente a la apertura del PCE
a la universidad (con cooptaciones como las de
Javier Pradera, Enrique Múgica, Ramón Tamames o Fernando Sánchez Dragó) y al mundo de
la intelectualidad (desde Gabriel Celaya en la
poesía, hasta Ricardo Muñoz Suay en el cine,
pasando por otros ámbitos) con una eficacia
reconocida unánimemente. Las divergencias se
antojaban inevitables. La cuestión estribaba en
la posición formal a adoptar, así como en el
convencimiento real con que ésta se produjese
–lo que influiría claramente en las firmezas y
desafecciones en el tiempo-. La repercusión
más notoria de la crisis del PCE en el PSUC fue
la expulsión de dos destacados miembros del
Comité de Intelectuales catalán: Jordi Solé Tura
y Francesc Vicens. Denostación que no fue exclusiva de la dirección española, sino que tuvo
sus apéndices catalanes de apoyo a la expulsión, con Josep Serradell o Gregorio López Raimundo a la cabeza como firmes defensores de
las tesis carrillistas. El segundo de ellos, junto a
su compañera Teresa Pàmies, cuestionaron
abiertamente las tendencias centrífugas de
aquellos intelectuales catalanes que se salían
de la más firme fidelidad a la ortodoxia soviética. La adopción convencida de las tesis gramscianas, y del PCI en general –incluidas a menudo las de Togliatti-, que tanta influencia tenían
entre el PSUC, constituían a menudo un elemento de inquietud entre una vieja guardia que
consideraba que Moscú era el único centro de
referencia del movimiento comunista interna© Historia Actual Online, 42 (1), 2017: 169-193
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cional. Ni que decir tiene que el apoyo a tesis
emanadas de fuentes ajenas al campo socialista
era considerado directamente un error, como
comprobó el historiador Josep Fontana con la
crítica por parte de Pàmies hacia una reseña
favorable que el historiador publicó acerca del
clásico del hispanista Gabriel Jackson sobre la
Segunda República y la Guerra de España.
Al mismo tiempo, la crisis vino a marcar una
nueva línea de acción para dichos intelectuales
catalanes, más apegada al plano estrictamente
cultural, y renunciando a una movilización política que ya había causado frustración tras el
fracaso de las manifestaciones en protesta por
el fusilamiento de Julián Grimau en la primavera de 1963. Una línea que los intelectuales de
Madrid ya venían siguiendo tras la constatación
del fracaso de la Huelga Nacional Pacífica de
1959. Dado que el PCE/PSUC constituía la única
fuerza real de resistencia organizada al franquismo, la alternativa era el abandono de la
misma. Un precio moral demasiado alto para la
mayoría de intelectuales, por mucho que la
crisis Claudín/Semprún produjese una brecha,
que derivaría en crónica, entre estos y la dirección.
Sin embargo, cabe enfatizar que no fue un problema derivado exclusivamente de la dirección
del PCE. Se dieron también buenas dosis de
sectarismo en el PSUC (Serradell, López Raimundo, Pàmies y un largo etcétera, entre el que
se incluye incuso a un Manuel Sacristán que no
titubeó en el momento de examinar severamente, en proceso conducente hacia la pertinente fustigación en forma de autocrítica, y
aislar a aquellos en relación con el excomulgado
Solé Tura).
Una de las meritorias aportaciones de este trabajo es la constatación de que al debilitamiento
de la importancia de los intelectuales del PSUC
contribuyó, de forma importante, la decisión de
la dirección de neutralizar las influencias de
Claudín y Semprún entre las células sectoriales.
Ello se hizo, como detalla Pala, mediante la
desprofesionalización de las mismas, y a través
del establecimiento de células interprofesionales cuya composición garantizase que en ninguna de ellas predominasen las tendencias de los
renegados (hasta entonces, tanto en el sector
de historiadores como en el de médicos se con-
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centraban las simpatías hacia las tesis de Claudín y Semprún).
Un tema central en el libro que nos ocupa es el
del papel del intelectual en política. Y, más concretamente, en el marco de un partido repartido entre las frecuentemente irreales visiones
del exilio y la siempre cruda realidad de la clandestinidad. Unas condiciones clandestinas condicionantes de los debates en el partido –tanto
en sus temas como en sus formas- y, sobre todo, de las condiciones en que éste se producía.
La figura de Sacristán personifica los dilemas,
evolución y amargo desencanto que experimentó buena parte de los intelectuales catalanes según se acercaba el final del franquismo. El
entrelazamiento de factores personales con
frustraciones colectivas fue aislando progresivamente a buena parte de los intelectuales
comunistas, cuyo papel en la organización partidista nunca recuperó el peso previo a la crisis
Claudín/Semprún.
Si bien resulta claro que el estudio está concebido con voluntad de ligereza narrativa, se echa
en falta una profundización en los orígenes del
PSUC, en su papel durante la Guerra de España
y en los años bajo liderazgo de Joan Comorera,
posteriormente denostado mediante acusaciones de titismo. Acusaciones fundamentadas en
el acento nacionalista y la voluntad de autonomía que imprimía al partido y que desde el PCE
optó por cortar, ante el temor al fraccionalismo,
mediante su expulsión en 1949. Se aprecia
también cierto reduccionismo contextual en la
parte inicial del trabajo, donde se mezclan
tiempos y fases diferentes. No se menciona la
reunión clave que Dolores Ibárruri, Francisco
Antón y Santiago Carrillo mantuvieron con Stalin en el Kremlin, en 1948, y a través de la cual
se explica la decisión de poner fin a la lucha
guerrillera y llevar a cabo una labor de inserción
en las estructuras legales del régimen franquista –lo que, con el tiempo, derivaría en el sindicato Comisiones Obreras-. Lo que acontece en
1956 obedece a otras razones. Desde diciembre
de 1955 se ha producido, en la práctica, el relevo generacional en la cúpula del PCE. Las divergencias en torno al ingreso de la España de
Franco en la ONU van a terminar motivando la
cesión de la Secretaría General a Carrillo por
parte de Ibárruri. Se trata de la toma del poder
por parte de los cuadros que durante la Guerra
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de España se curtieron en la JSU, en sustitución
de una vieja guardia claramente desgastada en
sus energías por los vaivenes de la guerra y el
exilio. A ello se une la reflexión en torno al movimiento estudiantil que tiene lugar en la universidad madrileña en febrero de 1956, del cual
Carrillo concluye la necesidad de encauzar la
voluntad de unión de los hijos de los vencedores y de los vencidos en la guerra. Ése será el
verdadero germen de la Política de Reconciliación Nacional impulsada a partir de entonces
por la dirección del PCE, y que cambia de forma
radical la estrategia del partido de cara al futuro
de España. Sí capta bien Pala el relevo generacional que tiene lugar a partir de dicho año
1956.
También se echa de menos, en un estudio de
esta temática, un análisis de las dinámicas, movimientos, grupos y debates existentes en ámbito de la universidad catalana durante aquellos
años. Resulta fundamental el estudio de los
textos publicados en los órganos de expresión
del PSUC, algo que Pala lleva a cabo de forma
muy satisfactoria; sin embargo, no parece suficiente si lo que se pretende abordar es el marco
de la intelectualidad en su conjunto. Cabría
también, desde luego, comparar las posiciones
planteadas en Nous Horitzons con aquellas que
tuvieron cabida en las revistasà delà pa tidoà
he a o à español,à o oà Realidad y, sobre
todo, Nuestra Bandera. Resulta discutible que
elà i elàdeà alidad àdeàNous Horitzons no tenga
o pa a ió à o à i gu aàot aà e istaà ultu alà
delà PCE ,à o oà afi aà Pala.à Basteà e o da à
Nuestras Ideas o su sucesora, Realidad, en cuyas páginas precisamente tuvo su origen parte
de la crisis Claudín/Semprún, lo que convendría
recoger en un libro de la temática que nos ocupa. La polémica surgió en el otoño de 1963, a
raíz de la publicación del primer número de
dicha revista y la inclusión en la misma de un
a tí uloàpo àpa teàdeàClaudí ,àtituladoà Laà e olu ió àpi tó i aàdeà uest oàtie po ,à àlaàposterior réplica del pintor y muralista Josep Renau.
Mientras el primero defendía el arte humanista
–incluyendo la comprensión hacia el arte abstracto, tan mal visto desde Moscú-, el otro abogaba por la ortodoxia del realismo soviético.
Para la dirección del PCE, tal artículo fue una
nueva constatación del desviacionismo en que
consideraban estaba cayendo Claudín, que ya
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había causado alerta aquel verano con su intervención en el ya mencionado seminario.
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tanto rememoraría Semprún-, en los alrededores de Praga.
Ofrece Pala un buen análisis acerca de los orígenes y trayectorias de los principales intelectuales del PSUC. Se detiene fundamentalmente,
como resulta lógico, en uno de sus más notables representantes, el ya mencionado Sacristán. Pero tampoco deja de lado el compromiso
y evolución de otros militantes encuadrados en
el Comité de Intelectuales catalán. Además de
ello, se captan con acierto los disensos generacionales entre quienes habían vivido la guerra y
aquellos nuevos miembros ingresados en la
clandestinidad de los años cincuenta. Divergencias que desde la dirección del partido se interpretaban como fruto de una debilidad ideológica derivada del origen mismo del PSUC,à aà laà
falta de tradición marxista en Cataluña [y] a la
fuerte influencia nacionalista y anarquista entre
laà laseà o e a ,à o oà apu ta aà Lópezà ‘aimundo ante el Comité Central en 1956, año
clave en el viraje estratégico de los comunistas
españoles, tras el ascenso de Carrillo al liderazgo de los mismos y la promulgación de la Política de Reconciliación Nacional. Y, si bien el movimiento anarquista había desaparecido prácticamente del mapa de oposición organizada al
f a uis o,àelàpesoàdeà d adasàdeà a io alisoà u gu s à seguíaà a a doà elà problema
nacional català à pa aà losà di ige tesà delà P“UC.à
También para la dirección del PCE, con Carrillo
instando a luchar por arrancar definitivamente
de las manos de la burguesía nacionalista la
bandera del catalanismo.
Los debates en el PSUC enmarcados dentro de
la cuestión del catalanismo, tanto a nivel político como socioeconómico, así como las frecuentes brechas entre intelectuales/universitarios y
el sector obrero, se ofrecen en el volumen a
través de una buena síntesis explicativa.
En definitiva, el estudio de Pala constituye una
notable contribución al conocimiento de la nada cómoda situación a la que los comunistas
vinculados al PCE y al PSUC tuvieron que hacer
frente tras la crisis de 1963-1965, derivada de
las divergencias planteadas por Claudín y Semp ú ,à a uellosà i tele tualesà o à a ezaà deà
ho lito à aà losà ueà seà efe íaà Pasio a iaà e à elà
Co g esoàdelàPCEà ele adoàe à 9 4àe àelà antiguoà astilloà deà losà e esà deà Bohe ia à –que
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