Nuevas consideraciones en torno a la Cleopatra del Esquilino de la
Centrale Montemartini de Roma
Silvio Strano
Università Roma Tre
[email protected]
Fecha de recepción del artículo: mayo 2008
Fecha de publicación: julio 2008
Resumen
Este artículo es un estudio sobre la iconografía de Cleopatra VII Philopator, hoy conocida gracias a las efigies monetarias y a los pocos retratos de bulto redondo llegados hasta nosotros. La atención se centra en la discutida
interpretación de la Cleopatra/Venus Esquilina de la Sala Caldaie de la Centrale Montemartini de Roma. Los resultados de esta investigación han permitido demostrar la identificación propuesta de la réplica como imagen divinizada de la última reina tolemaica, aquí representada como Isis-Afrodita. Además, el autor propone una datación
diferente de la obra, individúa el probable patrocinio, así como también, el lugar de su originaria localización.
Palabras clave: Escultura clásica, Cleopatra VII, Venus Esquilina, Isis, Afrodita.
Abstract
This essay is a survey about the iconography of Cleopatra VII Philopator, today well known thanks to the coin images and to the few portraits in full relief handed down to us. Attention is concentrated on the debated interpretation
of the Cleopatra/Venus Esquiline found in the Sala Caldaie of the Centrale Montemartini in Rome. The result of this
survey has allowed the suggested identification of the replica to be confirmed, as divinized image of the last Tolemaic Queen portrayed here as Isis-Aphrodite. Moreover the author proposes a different dating of the work, identifies the possible commission and also the site of its original positioning.
Keywords: Classical sculpture, Cleopatra VII, Venus Esquiline, Isis, Aphrodite.
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Nuevas consideraciones en torno a la Cleopatra…
1. La iconografía de Cleopatra en los repertorios numismáticos y escultóricos
La iconografía de Cleopatra VII Philopator era conocida
substancialmente gracias a las efigies sobre monedas
(figs. 1-8), a los retratos conservados en Berlín (figs. 9-
«[…] Cleopatra, aunque vencida, quedó glorificada
por el hecho de que sus adornos están consagrados en nuestros santuarios y porque se le ve áurea
en persona en el templo de Venus».
10) y en el Vaticano (figs. 11-12), y al más reciente descubrimiento del retrato de la soberana egipcia procedente de la colección de Maurice Nahman (fig. 13).
Dentro del panorama iconográfico transmitido por los
innumerables testimonios monumentales de la antigüedad clásica llegados hasta nosotros, los cuños monetarios de época helenística, ocupan una posición particularmente importante. A falta de relevantes testimonios
monumentales de la escultura de bulto redondo relativos a los dinastas helenísticos, los cuños representan,
para el arqueólogo y el historiador del arte clásico, un
instrumento de análisis imprescindible para la identificación iconográfica de dichos soberanos. Y estas efigies
acuñadas adquieren aun mayor importancia si concurren fenómenos históricos como esa damnatio memoriae a la que fue sometida Cleopatra VII. La imagen de
la soberana, transmitida por una notable cantidad de
Casio Dión (Historia Romana, 51, 22, 1) habla así de la
estatua áurea de la soberana egipcia mandada realizar
por César para el templo de Venus Genitrix y que, a
distancia de más de dos siglos, continuaba siendo admirada y venerada en Roma en el templo de la divinidad olímpica1 .
Desde la recuperación de las primeras esculturas antiguas de mármol, la imagen de Cleopatra VII ha sido
objeto de particular atención entre los estudiosos y coleccionistas de antigüedades clásicas in primis y el
mundo académico sucesivamente. A menudo, ha sido
motivo de polémicas y animadas discusiones dentro del
mundo académico y científico, ocupados en la afanosa
búsqueda de su imagen con el fin de localizar, dentro
del vasto corpus de esculturas clásicas, las peculiares
características fisonómicas de la última y más célebre
soberana de Egipto. Una soberana que —y esto no
puede ser pasado por alto—, derrotada por Octaviano
efigies sobre monedas y dracmas en bronce y plata de
Alejandría, Ascalon, Orthosia, Antioquía y denarios del
Asia Menor que representan sobre el reverso también a
Marco Antonio, se distingue por su calidad artística de
los primitivos cuños procedentes de otras ciudades.
Estas monedas representan a Cleopatra VII con la caen el 30 a.C. e inevitablemente condenada a una dam- beza descubierta con el consueto tocado en Melonennatio memoriae, pasó a la historia como indiscutido frisur con el cabello recogido en un moño sobre la nuca
y con la diadema coronando la cabeza, que alude a la
emblema de corrupción y perdición.
venda real llevada por los dinastas del último período
1
2
Apiano refiere que, durante la estancia de Cleopatra en Roma tolemaico .
(desde el 46 hasta el 44 a. C.), huésped en las posesiones de César
en Trastevere, el dictador hizo realizar y colocar una imagen de la
reina cerca de la imagen de culto en el templo de Venus Progenitora.
Buscaba de este modo legitimar, a los ojos del pueblo romano, la de
otro modo ultrajante relación con la soberana extranjera. Venus efectivamente, no es sólo la protectora del pueblo romano, sino también la
divinidad de la que desciende la Gens Iulia, la familia de César. En
Guerras Civiles, 2, 10, se lee:
A éste propósito hay que decir que ninguna de las reinas tolemaicas, al menos en la documentación iconográfica oficial, podía llevar la diadema real con la cabeza descubierta, con excepción de Cleopatra VII y Berenice II: esta última, sin embargo, no en calidad de reina
«De Cleopatra levantó la bella imagen junto a la diosa, la que
aún hoy está cerca de ella».
2
KRUG 1964; KRUG 1994: 374-378.
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de Egipto, sino como reina de Cirene. Escasos son los tada por el tradicional cubrecabezas llevado por las
testimonios iconográficos concernientes a las otras reinas egipcias, y por los mismos soberanos macedosoberanas con el nombre de Cleopatra. Sobre estas, nios, con el buitre y por la corona roja del Bajo Egipto.
las referencias se limitan casi en su totalidad a la iconografía egipcia presente en estelas votivas y/o en los
relieves de los templos. Berenice II fue en todo caso la
primera reina alejandrina efigiada aún viva en los retratos junto al marido, en razón probablemente de la regencia asumida por Ptolomeo III Evergetes durante la
guerra con Siria. Cleopatra III, al contrario, fue la primera de las reinas tolemaicas en ser representada sola,
sin la presencia del esposo.
En otras ocasiones lo es por los cuernos de carnero, la
tradicional corona de Geb, y el más conocido emblema
de la realeza faraónica: el Uraeus. Cleopatra VII fue la
única reina tolemaica representada, aún viva con el
Pschent, y a ser calificada en la titulación real, también
mientras estaba viva, como reina del «Alto y el Bajo
Egipto»3 .
Fig. 2. Cleopatra VII. Tetradracma de plata de Ascalon. 38-37 a. C.
Fan Museum Trust (Londres, Reino Unido). Inv: BMC Ascalon 20.
Fuente: WALKER; HIGGS 2000.
Fig. 1. Cleopatra VII. Dracma de bronce. 69-30 a. C.Hunterian Museum (Glasgow, Reino Unido).
Fuente: WALKER; HIGGS 2000.
Las señales de reconocimiento irrefutable de las efigies
monetarias son las siguientes: el cuello más bien delgado, el occipucio saliente, la frente pequeña y arqueaLeitmotiv iconográfico común a todas las soberanas
da, la nariz aguileña, el labio inferior carnoso y saliente a
alejandrinas, con excepción de Berenice I, Arsinoe II y
diferencia del superior afilado; todas características
Cleopatra VII, es la corona de Hathor: un atributo distinfisonómicas heredadas del fundador de la dinastía. Las
tivo de las reinas egipcias ya a partir del Reino Medio
imágenes monetarias han permitido además a los nuque, caracterizado por el disco solar y por los cuernos
mismáticos trazar varios grupos iconográficos organibovinos, es ahora enriquecido con dos largas plumas.
zados en dos tipos fundamentales, que han recibido
Berenice I divinizada lleva la corona de Isis: sustancialuna bien precisa cronología: el tipo llamado alejandrino
mente parecida a la anterior pero sin las plumas. Arsinoe II, y a veces Cleopatra VII, lleva en cambio una
corona creada post mórtem para la primera y consisten- 3 QUAEGEBEUR 1978: 245-261; LA ROCCA 1984: 23-42; QUAEte en la acostumbrada corona real. A veces es comple- GEBEUR 1989: 45-48.
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Fig. 3-4. Cleopatra y Marco Antonio. Denario de plata. 32 a. C. British Museum (Londres, Reino Unido).
Fuente: WALKER; HIGGS 2000.
Fig. 5-6. Marco Antonio y Cleopatra. Tetradracma de plata. 37-32 a. C. ca. Weill Goudchaux Collection (Londres, Reino Unido).
Fuente: ANDREAE 2006.
Fig. 7-8. Marco Antonio y Cleopatra. Tetradracma de plata. 37-32 a. C. ca. Weill Goudchaux Collection (Londres, Reino Unido).
Fuente: ANDREAE 2006.
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y el sirio-romano4 . El primero, acuñado en Alejandría a aguileña. El tratamiento del dato fisonómico de estas
partir del 51 a. C. —año del comienzo del reinado de monedas muestra similitudes con los retratos de la
Cleopatra VII—, se perpetuó casi inalterado hasta la Roma republicana introducidos en Oriente por un grupo
muerte de la soberana acontecida en el 30 a. C. El segundo tipo, acuñado por primera vez en Antioquía alrededor del 37 a. C., continuó como el primero hasta el
final del reino de Cleopatra: sobre el reverso aparece
aquí siempre la efigie de Marco Antonio. Sin embargo,
en el estado actual de nuestros conocimientos, este
último tipo iconográfico no presenta ningún correlato en
la escultura de bulto redondo. Sin embargo, son evidentes las afinidades iconográficas y fisonómicas de la
reina con las efigies monetarias alejandrinas de su padre Ptolomeo XII Aulete: comunes son el mentón pequeño, los labios carnosos, la larga nariz aguileña, los
grandes ojos y las cejas inclinadas, la frente estrecha y
ligeramente curvada; todos ellos son rasgos verificables
también en los retratos de mármol de los dos soberanos5 .
de retratos dinásticos tardo-helenísticos. Dichos retratos, identificados por R. R. R. Smith como Philorhomaioi, representan aquellos soberanos clientes de Roma sumisos a la hegemonía política y militar de la urbe
durante el último período de la república, y se caracterizan por reproducir los modelos artísticos entonces en
boga en la futura capital del imperio6 . La acentuación
del dato individual, subrayado aquí por la edad avanzada de los personajes efigiados y por los peinados más
bien cortos, recuerda la unión con el viejo y conservador ideal masculino romano, como expresión y emblema de poder.
En cambio, las monedas acuñadas a partir del 37-36 a.
C. y pertenecientes al grupo sirio-romano, muestran
una buena parte del torso de la soberana cubierto por la
clámide —típico atributo masculino, con el intento quizás de evocar en el observador antiguo la autoridad de
la soberana efigiada— y adornado por un collar de perlas. El tocado en Melonenfrisur presenta un mayor número de reparticiones de los mechones; la diadema
real es aquí mucho más sutil con respecto a los cuños
alejandrinos, a los retratos del Vaticano y a los del Museo Nacional de Berlín; los rasgos de la cara son ahora
más delgados y austeros: el mentón anguloso, los labios finos, la nariz de punta aguda y marcadamente
buenas condiciones, con la excepción de dos pequeñas abrasiones. El moño partido ha sido reintegrado;
los añadidos en la parte posterior izquierda de la cabeza, la oreja izquierda y la punta de la oreja derecha, han
sido eliminados, y también en la línea de las actuales
tendencias museísticas, se deshizo el montaje de la
cabeza sobre un busto moderno de mármol. En la
unión entre el cabello y la diadema, son visibles huellas
de una coloración rojiza que, con toda probabilidad, fue
utilizada antiguamente como base para el sucesivo
dorado del pelo. La penetración de esta coloración en la
piedra fue favorecida por la incauta disposición del retrato en el suelo de los almacenes del museo, y por el
4
En lo que se refiere a los retratos escultóricos, la efigie
del Museo Nacional de Berlín (figs. 9-10)7 , de procedencia desconocida y desde finales del siglo XVIII en la
colección Despuig, se conserva en líneas generales en
BRUNELLE 1976: 98-118; TOYNBEE 1978: 86; BALDUS 1996:
237; TRAVERSARI 1997: 44.
5
6
BALDUS 1996: tab. 41, fig. 1-2. Véase el retrato de Ptolomeo XII del
Museo del Louvre, Inv. N. 3449. Cfr. a este propósito KYRIELEIS
1975: 76-78; 178 I 1, tav. 69, 1-3.
7
SMITH 1988: 104.
50-30 a. C. Mármol pario. Alt. 27 cm. Staatliche Museen zu Berlin,
Antikensammlung (Berlín, Alemania). Inv. n. 1976.10.
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tratamiento con ácido empleado para la limpieza de la Por su parte, el retrato del Vaticano (figs. 11-12) presenobra8 .
ta leves señales de deterioro en la parte izquierda, causadas por los agentes atmosféricos9 . La melena, dañada sobre la frente, presenta una protuberancia en la
parte anterior que, sin embargo, está partida. La nariz,
añadida en una restauración de finales del siglo XVIII,
ha sido eliminada. Sobre la superficie apenas desgastada de la mejilla izquierda se percibe un grumo probablemente debido a la mayor dureza con respecto al
resto de la piedra, en su conjunto más blanda10 .
Fig. 9. Retrato de Cleopatra. 50-30 a. C. ca. Mármol pario. Alt. 27 cm.
Antikenmuseum (Berlín, Alemania). Inv. 1976.10.
Fuente: VIERNEISEL 1980.
Fig. 10. Retrato de Cleopatra. 50-30 a. C. ca. Mármol pario. Alt. 27
cm. Antikenmuseum (Berlín, Alemania). Inv. 1976.10.
Fuente: VIERNEISEL 1980.
8
Al respecto, cfr: BOVER 1845: 100, n. 53 (lo describe como retrato
de Lucila); VIERNEISEL 1980, 5-33; GIULIANI 1980, 74, n. 44;
FITTCHEN 1983, 170, tab. XXIX, n. 5-6; LA ROCCA 1984: 31, fig. 46;
SIMON 1986: 87, tab. 3; LA ROCCA 1988: 308, n. 144; SMITH 1988:
35, 97-98, 133, 169, n. 68, tab. 44; STEWART 1990: 233, 323, fig.
881; KRUG 1994: 374-378; MORENO 1994, II: 730, 749, fig. 902,
919; GRENIER 1997: 18; TRAVERSARI 1997: 44, fig. 5-6; GRIMM
1998: fig. 125; ANDREAE 1998: 250; MORENO 1999: 115, fig. 151;
HIGGS 2000: 159, III. 4; ANDREAE 2001: 216-217.
Fig. 11. Retrato de Cleopatra. 34-30 a. C. Mármol. Alt. 39 cm. Museo
Gregoriano Profano (Ciudad del Vaticano, Vaticano). Inv. 38511.
Fuente: original del autor.
9
46-30 a. C. Mármol pario. Alt. 39 cm. Museo Gregoriano Profano
(Roma, Vaticano). Inv. n. 38511.
10
Cfr: CURTIUS 1933: 182-192; LIPPOLD 1956, III, n. 567, tab. 54;
BIEBER 1961, 94-95, fig. 366-367; RICHTER 1965: III, 269, fig. 18631864; KYRIELEIS 1975: 125, 128, 185, n. 1, tab. 107, 8-9; LA
ROCCA 1988: 306-308, n. 143; SMITH 1988: 35, 97-98, 133, 169, n.
67, tab. 44; STEWART 1990: 233, 323, 325, fig. 879; MORENO
1994, II: 746, fig. 924; MORENO 1999: 114-115, fig. 147, 154.
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Fig. 13. Retrato de Cleopatra (Cleopatra Nahman). ¿34-30 a. C? Mármol. Alt. 21,7 cm. Colección privada (Londres, Reino Unido).
Fuente: original del autor.
2. La Cleopatra del Esquilino
Fig. 12. Retrato de Cleopatra. 34-30 a. C. Mármol. Alt. 39 cm. Museo
Gregoriano Profano (Ciudad del Vaticano, Vaticano). Inv. 38511.
Fuente: original del autor.
Las excavaciones efectuadas a finales del siglo XIX en
el Esquilino, en el área de los así llamados horti Lamia-
ni13 , sacaron a la luz una magnífica colección de obras
Por último, el retrato procedente de la colección de maestras de la escultura helenística y romana, de una
Maurice Nahman (fig. 13)11 , desaparecido hace más de de las habitaciones subterráneas del criptopórtico, en el
cincuenta años, fue vendido el 20 de abril de 2005, en perímetro de la destruida villa Palombara.
la Christie's de Londres. La cabeza de mármol blanco
conserva huellas de emplaste que permitía definir con
13
El jardín imperial, sito entre las actuales plaza Vittorio Emanuele y
mayor esmero el peinado. El conjunto de los caracteres
plaza Dante, fue estudiado en las excavaciones emprendidas por la
estilísticos permite adscribir la obra al entorno alejandriComisión arqueológica municipal de Roma entre 1874 y 1881. El sitio
no de finales del reino de la Cleopatra VII12 .
fue localizado alguna década antes del principio de las excavaciones.
11
30 a. C. ca. Mármol blanco. Alt. 21,7 cm. Colección privada eu-
ropea.
12
Cfr: GOUDCHAUX 2005: 45-53; GOUDCHAUX 2006: 126-129,
cat. n. 4. fig. 82, 85, 86.
En efecto, el análisis de las fuentes permitió establecer, ya en 1826, la
exacta colocación de estos jardines en el plano de la Roma antigua
levantado por Nibby y De Romanis. Por aquel entonces, el área
estaba ocupada por las villas Palombara y Altieri. Cfr: NIBBY 1938, II:
320-327; FRUTAZ 1962, II: tab. 84; CIMA 1986, 37-58; HÄUBER
1988: 35-64.
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Estas esculturas estaban allí dispuestas desde antiguo,
en espera de los trabajos de restauración encargados
por el emperador Majencio y nunca completados por la
muerte del princeps en puente Milvio en el año 312. Y,
entre ellas, se hallaba el espléndido desnudo femenino
motivo de este estudio, dado a conocer a la opinión
pública con el título —hoy controvertido— de Venus
Esquilina (figs. 14-17). Como podrá observarse en las
imágenes, faltan ambos brazos; de la mano izquierda
se conservan los dedos, visibles sobre el pelo recogido
tras la nuca, y también han sido extraídos los retoques
de la nariz y el seno derecho que habían sido añadidos
tras la recuperación de la escultura. Estas últimas modificaciones fueron introducidas con motivo de la exposición titulada Le tranquille dimore degli dèi, exhibida en el
Palazzo dei Conservatori y patrocinada por el Ayuntamiento de Roma en 198614 . La pieza fue publicada por
primera vez por Carlo Ludovico Visconti, y catalogada a
continuación en la literatura arqueológica como Afrodita
Anadyomene15 . Alessandro Della Seta no titubeó en
reconocer en ella a la diosa olímpica en el baño, en el
acto de alzar el cabello sobre la nuca con la mano izquierda y de fijar el peinado con una venda alrededor
de la cabeza16 .
14
Fig. 14. Cleopatra del Esquilino. 37-41 a. C. (época de Calígula).
Mármol pario. Alt. 1,55 m. Centrale Montemartini (Roma, Italia). Inv. n.
1141.
Fuente: original del autor.
Cfr: DELLA SETA 1930: 603-608; CARPENTER 1941: 30-35;
LIPPOLD 1950: 134-135; MUTHMANN 1951: 108-109, tab. 18, fig.
42; BORDA 1953: 82, fig. 18; GLORI 1955; PARLASCA in HELBIG,
SPEIER, II, 1966: 304-305, n. 1485; ZANKER 1974: 58, nota 3, tab.
50.6, 51.1; DELIVORRIAS 1984: 61, n. 500, tab. 49; USAI 1986: 202;
HÄUBER 1986: 79-82; HÄUBER 1988: 35-64; FUCHS 1993: 242243, fig. 263-264; MORENO 1994, II: 746-752, fig. 915, 917-918, 929,
926; SCHMIDT 1997: 207, n. 147; MORENO 1998: 5-10; MORENO
1999: 112-121, fig. 143, 147-148, 150, 152; HIGGS 2000: 151;
ANDREAE 2001: 211-233, fig. 204-205; MORENO 2003: 401-424,
fig. 35-51.
15
16
VISCONTI 1875: 16-28, tab. III-V.
DELLA SETA 1930: 603-608.
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Figs. 15-16. Cleopatra del Esquilino. 37-41 a. C. (época de Calígula). Mármol pario. Alt. 1,55 m. Centrale Montemartini (Roma, Italia). Inv. n.
1141.
Fuente: original del autor.
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De este modo, recuperaba la iconografía de la Afrodita Asimismo, atribuía «all’incapacità dello scalpello di
de Cirene, en cuya propuesta reconstructiva el mismo questo artista classicheggiante», la pérdida de los caautor había interpretado un gesto análogo (figs. 18- racteres distintivos y precipuos de la más célebre esta19)17 . El estudioso cerraba la discusión acerca del tua de la Afrodita de Cirene con «un parziale, inconsehallazgo del Esquilino intepretando el alábastron de guente e mendace arcaicizzamento», para concluir que
apoyo de la toalla adornado por hojas de papiro y ro«[…] la risultante è stata un’opera banale, che ha
deado por el Uraeus como mera expresión de una mosminuito di ogni sua espressione, svuotato di ogni
da egiptizante, falta de cualquier valor simbólico, y rebasua bellezza quella che, sulle orme di Prassitele, era
jando la obra a una mera reelaboración de una estatua
pure stata una grande creazione dell’arte ellenistica:
helenística imputable a la segunda mitad del siglo I a. C.
il nudo femminile impersonato in Afrodite.»18
o quizás más tardía.
Consideraciones de carácter estético-artístico indujeron
a Licinio Glori a ocuparse nuevamente de la pieza a
mitad del siglo pasado19 . Tras un minucioso análisis, el
estudioso propuso una interpretación que ponía completamente en tela de juicio las teorías propuestas por
Della Seta, e identificaba la estatua —hoy custodiada
en la Sala Caldaie de la Centrale Montemartini— como
la última reina de Egipto. En la hipótesis de Glori desempeñó un papel fundamental el examen de la singular
anatomía de la escultura. En efecto, aceptando como
punto de partida la cronología propuesta por Della Seta,
y observando en la leve deformación del vientre las
señales de una reciente maternidad y en los tobillos las
articulaciones fuertes de una mujer mediterránea, el
historiador y lingüista, propuso reconocer la imagen
divinizada de Cleopatra VII Philopator. Pero al margen
de unas apreciaciones como estas, que podrían resultar más discutibles, la identificación fue fundamentada
además por las particulares características iconográficas del monumento que evidenciaban, en el raro peinado a melón (Melonenfrisur), en la presencia de los
Fig. 17. Cleopatra del Esquilino (detalle). 37-41 a. C. (época de Calígula). Mármol pario. Alt. 1,55 m. Centrale Montemartini (Roma, Italia). diez bucles coronando la frente, y también en la diadeInv. n. 1141.
ma real —herencia de las primeras reinas tolemaicas
Fuente: original del autor.
Berenice I y II y Arsinoe II—, la efigie de la última de los
17
DELLA SETA 1930: 463-470, fig. 156-157; BIEBER 1961: 98, fig.
396-397; BRINKERHOFF 1978: 62-66, tab. 43-44; VASORI 1979: I,
1, 170-176, n. 115; MANDERSCHEID 1981: 101, n. 273, tab. 35;
DELIVORRIAS 1984: II, 56-57, n. 455, tav. 43; CANDILIO 1991: 94,
n. 18; FUCHS 1993: 245, fig. 267; MORENO 1994: II, 714, fig. 880.
18
19
DELLA SETA 1930: 608.
GLORI 1955.
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faraones transmitida por los tipos monetarios.
Figs. 18-19. Afrodita de Cirene. Copia romana del s. II d. C. de un original del s. I a. C. Mármol. Alt. 1,49 m. Museo Nazionale Romano (Roma,
Italia). Inv. 72115.
Fuente: ANDREAE 2006.
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En este punto, resulta inmediata la comparación con el cida— que reclamó nuevas reflexiones sobre la tipoloretrato femenino n. 567 (fig. 11-12), en un primer mo- gía de la obra22 .
mento situado sobre un cuerpo no pertinente de sacerdotisa de la Sala a Croce Greca del Museo Pio Clementino, y hoy definitivamente separado y trasladado al
Museo Gregoriano Profano. En efecto, dicha pieza ya
fue identificada en 1933 por Ludwig Curtius como el
retrato de la última reina tolemaica ejecutado por un
escultor al servicio de César20 . Sin embargo, la comparación resulta poco eficaz a causa de los añadidos modernos padecidos por el retrato. Además, faltaba aún a
la lista, por estar por aquel entonces en manos privadas, el retrato de la soberana que sería adquirido en
1976 por los Staatliche Museen zu Berlin (fig. 9-10), y
único ejemplo de escultura exenta que tiene la nariz. En
consecuencia, no es de extrañar que la literatura arqueológica siguiente recuperara la originaria identificación de la pieza, reconociendo en la escultura el tipo del
Afrotita Anadyomene y relegando en el olvido la identificación propuesta por Glori.
Con motivo de la exposición titulada Le tranquille dimore degli dèi patrocinada por el Ayuntamiento de Roma
en 1986 y alojada en el palacio de los Conservatori, el
monumento volvió a las candilejas atrayendo de nuevo
la atención de los estudiosos21 . La ocasión fue favorecida, además, por el hallazgo de algunas fotos de una
réplica fragmentaria de la escultura (fig. 20) hasta aquel
momento inédita —y hoy desdichadamente desapare-
20
21
CURTIUS 1933: 82-92.
La escultura ha sido protagonista de una nueva exposición, titulada
Kleopatra und die Caesaren, alojada en el Bucerius Kunst Forum de
Hamburgo (24 de octubre 2006 – 4 de febrero 2007). Cfr. el catálogo
de la exposición: ANDREAE 2006. Más recientemente, la escultura
ha sido alojada en la Expo de Zaragoza 2008. Cfr. a este propósito
CIMA 2008.
Fig. 20. Fragmento de una réplica de la Cleopatra del Esquilino. Proveniente del mercado anticuario de vía Margutta. Localización actual
desconocida.
Fuente: DAI in Rom, negativ-Nr. 66.2517A-2521A.
Eugenio La Rocca había reconocido en la estatua, y en
las dos Musas halladas con ella, un único grupo realizado en edad julio-claudia o durante el principado de
Calígula23 . Por su parte, y confutando esta interpretación, Christine Häuber creyó la obra un Einzelstück y
Neuschöpfung datado en el siglo II d. C.24 . Su hipótesis
se hallaba en total consonancia con Fritz Muthmann25 ,
quien —hasta por la alta calidad de la manufactura—
sugirió la procedencia de la estatua de un importante
taller africano, probablemente de la misma Alejandría.
22
23
24
25
Foto Inst. Neg. Rom 66. 2517 A – 2521 A. Cfr. HÄUBER 1988: 48.
LA ROCCA 1986: 94, nota 241.
HÄUBER 1988: 35-64.
MUTHMANN 1951: 104-109.
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La exposición, sabiamente organizada, quiso proponer de Musas formarían parte de un grupo constituido por
la identificación, y en algunos casos la reconstrucción y más figuras dispuestas tal vez en semicírculo, como
las vicisitudes, de las esculturas sacadas a la luz duran- resultaría de la particular conformación de los plintos
te las excavaciones de finales del siglo XIX en el área cortados oblicuamente, y anteriores a la estatua objeto
de los llamados horti Lamiani (fig. 21), mencionados de estudio.
con anterioridad. Así, según Häuber, las dos estatuas
Fig. 21. Esquilino, área de los horti Lamiani.
Fuente: LANCIANI 1899-1901.
Para la estudiosa alemana, la obra sería una creación
de la producción artística de edad adrianea-antonina y
resultado de una concepción ecléctica. Este eclecticismo plástico estaría subrayado sobre todo por la superposición de elementos estilísticamente discordes, concentrados en el apoyo de la escultura constituido por el
alábastron, los cuales habrían sido vaciados de cualquier valor simbólico. La obra fue identificada por la
estudiosa como perteneciente al tipo estándar de la
Afrodita Anadyomene helenística. Sin embargo, presentaba como particularidad la superposición de una
cabeza clásica sobre un cuerpo de gusto helenístico. El
artista habría esculpido independientemente una cabeza de claras reminiscencias masculinas —volviendo a
proponer los cánones del arte plástico del estilo severo— unida «mit einem knabenhaften, gleichsam klassisch überformten und geglätteten Körper»26 . La fisonomía —añade Chr. Häuber— podría ser descrita al
mismo tiempo como infantil y femenina, eliminando de
este modo cualquiera indicación a la edad de la protagonista. El artista habría obrado pues de modo completamente artificioso, yuxtaponiendo detalles derivados de
modelos estilísticos diversos. Si la cabeza manifestaba
claros influjos del estilo severo, los cánones plásticos de
edad helenística se hacían patentes en el tratamiento
del cuerpo. Por otro lado, mientras la cabeza presentaba de manera inequívoca los rasgos propios de la ado26
HÄUBER 1988: 46.
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lescencia, el cuerpo presentaba una conformación más los elementos que aluden al mundo cultual egipcio coambigua. Sin duda ninguna, este representaba una mo mera expresión de un gusto egiptizante privado de
edad más madura, y sin ninguna duda también, domi- sus valores políticos y religiosos originales, Chr. Häuber
naban las formas femeninas; sin embargo, tampoco
estaba ausente un cierto aire andrógino, motivado por
la presencia de rasgos que recuerdan el físico de un
cuerpo masculino en edad juvenil.
Y esta singular tendencia de estatuas compuestas,
encuentra otra referencia evidente en la estatuita en
forma de Afrodita Diadumene, entonces en la colección
Clercq27 . También en este caso, el trabajo del artista se
caracteriza por una particular predilección por una factura ecléctica, a través de la yuxtaposición de una cabeza
clásica —copia, en este caso, de un original griego que
reproduce la iconografía del tipo Safo— sobre un cuerpo de gusto helenístico. El artista daría pues particular
valor y visibilidad a los elementos individuales derivados
de un indeterminado número de arquetipos, evitando la
fusión de los mismos, con el objetivo de hacerlos ple-
cuenta la estatua entre las representaciones de la diosa
olímpica en el baño, despojada sin embargo no solamente de sus ropajes, sino también de su principal carácter iconográfico28 . La estudiosa cataloga definitivamente entre la producción artística romana del siglo II,
surgida junto a la producción escultórica griega y a
aquella del clasicismo romano, y cita a los atletas de
Stefanos únicamente como modelo arquetípico generador.
Häuber no llega, sin embargo, a una identificación funcional de la obra. A su entender, el lugar del hallazgo
sugeriría una función ornamental dentro de los jardines
a los que nos hemos referido o, una probable destinación a un monumento funerario situado, bien dentro de
los mismos horti, bien a lo largo de la via LabicanaPrenestina. De hecho, asociados a esta vía, al igual que
namente reconocibles. Por lo tanto, a través de un con- a la via Tiburtina, se continuó erigiendo monumentos
traste de diversas referencias formales que conforman sepulcrales durante todo el período imperial.
la figura, la composición escultórica transmite al espectador actual una impresión desconcertante, en la medida en que le resultan ajenos los arquetipos formales
empleados. Y, sin embargo, esa misma representación
anatómica también brinda al observador atento la posibilidad de penetrar en la idea de erotismo típico de
aquella época; un erotismo, eso sí, convenientemente
traducido por ese proceso de idealización característico
del arte clásico oficial.
Admitiendo la interpretación de Della Seta y de toda la
bibliografía siguiente — excepción hecha del revolucionario y ya olvidado ensayo de Glori— e interpretando
27
Ehmem. Paris Slg. De Clerq. Estatuita procedente de Siria. Cfr.:
DE RIDDER 1906: 21-24, n. 19, tab. 3; LIPPOLD 1950: 200, n. 16;
DELIVORRIAS 1984: II, 1, 61, n. 499.
Fig. 22. Cleopatra Selene. Finales s. I a. C. Mármol blanco. Alt. 31 cm.
Museo Arqueologico (Cherchel, Argelia). Inv. S 66 (31).
Fuente: WALKER; HIGGS 2000.
28
HÄUBER 1988: 63.
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Fue Paolo Moreno quien, en 1994, propuso de nuevo la La coincidencia del dato fisonómico puso en tela de
identificación del simulacro como imagen divinizada de juicio la identificación de la escultura con la diosa Afrodila última reina tolemaica, y adelantó su datación en ta en el baño. El análisis formal de la obra coincidió con
tiempos no sospechados por Glori29 . Tras un cuidadoso análisis de los retratos de Berlín, de los Museos Vaticanos y de Cherchel (fig. 22)30 —este último ahora ya
ampliamente excluido en favor de la identificación con
Cleopatra Selene—, y citando de nuevo las efigies de la
soberana sobre los cuños monetarios, el estudioso
reconoció en el rostro de la mujer la fisonomía de la
más célebre reina tolemaica.
los planteamientos de Chr. Häuber, y permitió reafirmar
la adscripción de la escultura a la tendencia estilística
en boga en Roma a partir de la mitad del siglo I a. C.,
que encontró en Paxiteles a su maestro indiscutido. La
comparación con el Atleta Albani (fig. 23), obra de Stefanos, y con los grupos escultóricos atribuidos a la escuela del más ilustre discípulo de Paxiteles31 , permitió
reconocer en el escultor el artífice más atendible del
arquetipo.
La iconografía de Cleopatra ha sido motivo de polémicas y animadas discusiones entre los estudiosos, a
causa del exiguo número de testimonios monumentales
llegados hasta nosotros, y continua aún hoy creando
divisiones y opiniones encontradas dentro del mundo
académico y científico. En este clima, la estatua del
Esquilino (fig. 14-17) ocupa un lugar de primer plano,
representando el objeto artístico más controvertido en el
ámbito de las imágenes individuadas como posibles
representaciones de la última reina tolemaica. En apoyo
de la identificación propuesta a mediados del siglo pasado por Glori, y convalidada solo recientemente por
Moreno, concurren las contribuciones de dos ilustres
estudiosos. Giovanni Traversari32 , en un artículo titulado «Nuovo ritratto di Cleopatra VII Philopator e rivisitazione critica dell’iconografia dell’ultima regina d’Egitto»,
confirma tal interpretación, volviendo a proponer de
modo sumario las observaciones y las argumentaciones aducidas por P. Moreno. Más vasta e incisiva es la
reflexión de Bernard Andreae33 .
Fig. 23. Stefanos. Atleta Albani. 50 a. C. ca. Mármol blanco. Alt. 1,44
m. Villa Albani (Roma, Italia). Inv. n. 906.
Fuente: MORENO 1994.
31
Véase sobre todo la comparación con el grupo del Orestes y Elec-
tra del Museo Arqueológico de Nápoles.
29
30
32
MORENO II, 1994.
33
LANDWEHR 2000.
TRAVERSARI 1997: 44-48.
ANDREAE 2001: 211-233, fig. 204-205.
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La comparación con la más célebre Afrodita de Cirene
(fig. 18-19), ya propuesta por Della Seta, permitió a
Andreae destacar las evidentes diferencias entre la
ria, come le regine divinizzate già riconosciute
nell’opera di Dedalsa o nella statuetta di Rodi. Non
siamo sul mare, bensì davanti a un’acqua ferma,
nella quale la donna si specchia attentamente fin
quasi a squilibrarsi. […] Accanto c’è la cassetta dei
profumi, sormontata da un vaso in forma di alábastron: anche qui dunque, come per l’omonima antenata, un piano asciutto segnalato dal necessario per
la toletta.»34
escultura de la divinidad grecorromana del amor y la
estatua del Esquilino. La primera propone rigurosamente el tipo de la Anadyomene emergida del mar, donde el
mismo apoyo en forma de delfín inmortalizado en el
acto de tragar un pececillo, además de representar una
clara alusión a la extensión marina, provee un evidente
dato cronológico por la tipología representada. La segunda, en cambio, además de evidenciar unas características formales que la reconducen al tipo estándar de
la Anadyomene helenístico-romana —reconocibles en
la posición de los brazos levantados en el acto de componer los largos mechones de cabello, en la misma
inclinación de los hombros y en la leve torsión del busto—, presenta otros elementos iconográficos que resultan ajenos a la representación de esta divinidad y refieren un personaje y un significado bien diferente.
En efecto, distinta parece la finalidad del gesto de la
mujer: el pelo no está aquí desatado, sino recogido en
un tocado singular que no encuentra parangón en ninguna representación femenina romana. El peinado,
fijado por una venda envuelta alrededor de la cabeza,
enmarca el óvalo de la cara con una secuencia regular
de bucles que coronan la frente y se resuelve con un
moño sobre la nuca. Nótese que sobre el moño se
conserva un fragmento de la mano izquierda intentando
sujetar la espesa cabellera. Por lo tanto, más que retorcer el pelo empapado de agua salada, la mujer levanta
los brazos en el intento de fijar con ambas manos el
peinado después del baño. El momento inmortalizado
por el artista es pues diferente, como diferente y relevante para los fines de la identificación propuesta aparece el lugar en el que ocurre la ablución de la mujer:
El resultado del análisis estilístico de la obra permite
excluir la pertenencia de la escultura al estilo alejandrino
—como la identificación del personaje representado
pudiera sugerir— y revaloriza la intuición de Moreno,
confirmada en su tiempo por Paul Zanker35 . En efecto,
también este especialista había situado la escultura en
la órbita cultural romana y, más precisamente, a la esfera de Stefanos, cuyos atletas recuperan los modelos
escultóricos inmediatos. Es bien visible, como marca
del taller de este escultor, una factura que remite indiscutiblemente al Estilo Severo. Su comparación con la
producción escultórica de la época tomada como modelo —baste citar, como ejemplo, el Apolo Onfalo36 —
permite individuar un Leitmotiv conductor, que se concreta, en la rendición de un cuerpo delgado, piernas
esbeltas y cabeza insólitamente pequeña, con respecto
a las dimensiones totales del cuerpo. No obstante lo
dicho, la singular posición asumida por las figuras vuelve a evocar los modelos plásticos del primer clasicismo
mientras la dirección convergente de las rodillas en
concomitancia con el alargamiento casi excesivo de las
piernas, les otorga una postura algo artificiosa. Contraste reconocible —añade Andreae— también en el motivo de la cabeza delicadamente inclinada que otorga a
las figuras una expresión contemplativa, en oposición al
ancho tórax y a los hombros poderosos. El refinado
34
35
«La figura è dunque colta in un momento di vita
quotidiana e con un’acconciatura di capelli provviso-
36
MORENO 1999: 112.
ZANKER 1974: 201.
ZANKER 1974: 81.
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tratamiento de la musculatura, y la estilización de las la perfecta anatomía del cuerpo femenino solo al alcantransiciones entre las diferentes partes del cuerpo re- ce de la naturaleza de esta diosa. Todo aparece perfecfuerzan —a mi entender— esa tendencia idealizadora tamente equilibrado y funcional para la creación de una
que confiere todo su sentido a la compleja confluencia belleza ideal elevada a su máxima potencia. La estatua
de tradiciones escultóricas diversas y al carácter sin del Equilino, al contrario, presenta singulares imperfecciones: la rodilla izquierda avanzada con respecto a la
duda afectado de las posturas.
derecha de un modo poco natural; el talón de la misma
Esa misma faceta ideal de los jóvenes atletas de Stefa- pierna levantado para favorecer el acercamiento de
nos es visible también en la estatua del Esquilino. Pero ambos miembros; los muslos redondos y más bien
la ejecución del desnudo femenino se enriquece con un anchos; las articulaciones robustas; el busto pequeño y
algo de sobrehumano que eleva el simulacro a los los senos extraordinariamente divergentes. No hay
honores divinos. Bajo esta óptica, los elementos simbó- parangón posible entre su anatomía y la de la diosa de
licos cumplen indiscutiblemente la función de inmortali- la belleza.
zar el personaje efigiado, haciendo del mismo objeto de
veneración. Desde el punto de vista formal, nos hallamos frente a la representación de una Anadyomene a
las que se asocian connotaciones egipcias. De ellas
habrá que partir para justificar no solamente las diferencias entre la escultura y la Afrodita de Cirene, sino también la identificación propuesta en este trabajo.
Y diferencias similares son también reconocibles en la
visión posterior de ambas esculturas. Mientras en la
una —la Afrodita de Cirene—, nos hallamos ante la
versión escultórica de un concepto sublime de belleza,
en la otra —la estatua del Esquilino—, el trabajo del
artista parece confirmar que es la representación de
El acercamiento de las dos copias —realizadas a un
siglo de distancia la una de la otra—, además de manifestar las mismas características formales vinculadas a
la anatomía del cuerpo femenino, la postura asumida y
la individuación —en una primera lectura— del mismo
modelo iconográfico, reproducen, cada una por su
cuenta, un mismo tipo escultórico que puede fecharse
en el período inmediatamente sucesivo a la mitad del
siglo I a. C.: ese naturalismo singular del arte tardohelenístico. Si los originales de la Afrodita de Cirene y la
estatua del Esquilino fueron elaborados en el mismo
período, las diferencias que se revelan claramente de la
comparación de ambas obras, tendrán que ser interpretadas no ya desde el punto de vista estilístico, sino más
bien al rasero de un diferente contenido. En comparación con la estatua del Esquilino, la belleza de la Afrodi-
unas características individuales lo que lleva ventaja. En
este último caso, las nalgas aparecen duras y fuertemente inclinadas con respecto a la línea de las anchas
caderas; los hoyuelos de Venus evidencian, con la juntura de la columna vertebral entre las nalgas, el curso
asimétrico de la postura; el largo surco de la espina
dorsal por fin y los estrechos omóplatos, alcanzan la
línea interrumpida de los hombros anchos y angulosos.
Al contrario, el dato anatómico de la Afrodita de Cirene
confirma, también en la visión posterior, la coherencia
formal vinculada a la perfección divina. Cada línea del
cuerpo es sinónimo de perfección; una perfección sin
embargo no construida o estudiada en teoría. En este
caso, el artista parece haber fundido en una única imagen las partes más bellas de modelos reales, limando el
tono demasiado personal de cada una de ellas, con el
objetivo de transcenderlas en un paradigma ideal de
ta de Cirene aparece absoluta: cada detalle remarca belleza.
que de lo que aquí se trata es de la representación de
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A partir de aquí, es necesario reincidir una vez más en gos como elemento distintivo de la última soberana de
las puntuales comparaciones con las efigies de la última Egipto38 . Bajo la diadema se disponen pues los bucles
reina tolemaica sobre las monedas, y con los retratos en caracol que recuerdan el peinado de Cleopatra
de los Museos Vaticanos y de Berlín, como definitiva transmitido por los retratos y por las efigies sobre los
confirmación de la identificación propuesta. Para ello, se cuños monetarios ampliamente citados en este trabajo.
podría comenzar por sacar a colación la cabeza de
pequeñas dimensiones, en estilo egipcio, del Brooklyn
Museum of Art de Nueva York (fig. 24) 37 .
Fig. 24. Cabeza de reina tolemaica. 50-30 a. C. Caliza. Alt. 12,7 cm.
Brooklyn Museum of Art (Nueva York, Estados Unidos). Inv. 71.12.
Fuente: original del autor.
En la estatuilla, la forma de los bucles sobre la frente es
sorprendentemente parecida a la de la estatua del Esquilino. La reina viste una peluca bipartida de bucles
arcaizantes calamistrados del denominado tipo libio,
sobre la que se coloca la diadema real con triple
Uraeus; este último interpretado por algunos egiptólo-
Fig. 25. Estatuilla de reina tolemaica. 51-30 a. C. Mármol. Alt. 61,8 cm.
The Metropolitan Museum of Art (Nueva York, Estados Unidos). Inv.
89.2.660.
Fuente: original del autor.
Una parecida disposición en cascada de los bucles
Cfr. ASTHON 2000: II, 7, 122. La autora reconoce la imagen de sobre la frente se halla, además de en los retratos anteCleopatra VII en estilo egipcio, por la presencia del triple Uraeus, que riormente citados de Cherchel (fig. 22) y de Berlín (figs.
37
ella interpreta como atributo distintivo de la última reina tolemaica.
Andreae admite tal juicio. Pero no existe ningún elemento científico
que confirme tal identificación.
38
ASTHON 2000: 102-108.
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9-10), en donde los bucles fueron realizados de modo Andreae mantiene, además, una extrema cautela al
rudimentario, también en otra estatuilla egiptizante de hacer coincidir la réplica aquí indagada con el original
reina tolemaica con cornucopia, custodiada en el Me- encargado por el dictador para el templo de Venus Getropolitan Museum of Art de Nueva York (fig. 26) 39 .
Sin discutir la identificación de Sally-Ann Asthon, Andreae percibe una evolución estilística en el tocado de
Cleopatra, desde las más antiguas representaciones de
la soberana, hasta el voluminoso peinado de la estatua
del Esquilino. Por lo tanto, analizando sucesivamente
los cuatro retratos citados, partiendo de la obra objeto
de nuestro análisis (figs. 14-17), para pasar luego, diacrónicamente, al pequeño retrato de Brooklyn (fig. 24),
a la estatuita del Metropolitan Museum (fig. 25) y por fin
al retrato de Berlín (figs. 9-10), el estudioso nota como
el cabello se vuelva progresivamente más fino y el aspecto total del peinado ligeramente modificado: única
constante inalterada, los bucles que coronan la frente
que permitirían así conectar los cuatro retratos en cuestión.
nitrix, afirmando que el arquetipo de la estatua del Esquilino, pudiera también encontrar colocación dentro de
los jardines del dictador, heredados tras su muerte por
el pueblo romano. Ya que la historiografía de edad imperial habla de una sola estatua áurea encargada por el
dictador y destinada al santuario de la divinidad olímpica, creo oportuno disentir de la hipótesis sobre el emplazamiento del simulacro original de la escultura objeto
de este artículo. Si la hipótesis de Andreae fuera verosímil, nos encontraríamos no frente a una, sino ante dos
representaciones de la reina: un acontecimiento semejante difícilmente hubiera pasado inadvertido a la mirada atenta de los historiadores antiguos. La comparación
con la réplica fragmentaria —hoy desaparecida— procedente del mercado de antigüedades de via Margutta
(fig. 20) y sobre todo con la copia del Louvre (figs. 2627)40 , de la que se conserva sólo el torso, confirma la
coincidencia de estas dos últimas réplicas.
En realidad, no tenemos ningún dato científico que nos
permita identificar, incluso débilmente, los dos retratos
en estilo egipcio con la imagen de la última soberana
alejandrina. A mi juicio, se tratan de representaciones
de reinas tolemaicas que —tomando como excusa el
motivo del peinado recurrente en la iconografía de algunas de ellas—, considero oportuno citar en este artículo únicamente para circunscribir una vez más la cabeza del ejemplar del Esquilino (fig. 17) en la órbita de
los retratos dinásticos tolemaicos y, por lo tanto, para
una ulterior confirmación de la identificación propuesta.
39
Cfr. ASTHON 2000: II. 6., 121. La presencia del triple uraeo sugiere
una vez más a la estudiosa la identificación con Cleopatra VII, pero su
hipótesis adolece de los mismos problemas que la imagen anterior. Y,
de hecho, otros autores proponen que la reina representada sea
Cleopatra II o III. Cfr.: NEEDLER 1948-1949: 137, 139-40; BOTHMER 1960: 145-146, n. 113.
Sin embargo, distinto aparece el peinado de la mujer en
la copia del Louvre, como se deduce del pequeño
fragmento de un mechón de cabellos que se conserva
sobre la parte posterior del cuello de la protagonista, y
40
Procedencia desconocida. Adquirido en Brindisi por M. Franck, fue
vendido en 1939 al Museo del Louvre. Faltan la cabeza, ambos brazos y la parte inferior de las piernas de las rodillas hacia abajo. Ausentes el apoyo de la escultura y la cajita de los perfumes con el plinto.
Visible en la sección del hombro izquierdo el estucado en yeso de un
agujero de pieza. Cfr.: CHARBONNEAUX 1943: 35-48; PASQUIER
1985: 50-51; HÄUBER 1986: 79-82, fig. 52; HÄUBER 1988: 48-49, n.
61, fig. 12, 1-3; MORENO 1994: II, 746-750, en particular 750, fig.
914, 916; MORENO 1999: 112-121, en particular 121, fig. 146; ANDREAE 2001: 211-219, en particular 212.
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de la reina fueran excluidas de la —de otro modo inevitable— damnatio memoriae41 .
Fig. 26. Torso de Cleopatra. S. I. Mármol. pario Alt. 96 cm. Musée du
Louvre (París, Francia). Inv. MA 3438.
Fuente: original del autor.
ya interpretado por Moreno como escamotage técnico
para garantizar la estática de la cabellera. Al referirse a
la estatua de Cleopatra querida por César para el templo de Venus Genitrix, los historiadores de edad imperial, usan los términos kalé (bella) y Krisé (áurea). Según Plutarco (Antonio, 86, 9), tras la victoria de Octavia- Fig. 27. Torso de Cleopatra. S. I. Mármol. pario Alt. 96 cm. Musée du
Louvre (París, Francia). Inv. MA 3438.
no, el egipcio Arquibio, pagando una considerable su- Fuente: original del autor.
ma de dinero, consiguió del vencedor que las estatuas
Y aún en el 373 d. C. tenemos noticia en File de la restauración del dorado de una estatua de la soberana
41
A pesar de la promesa de Octaviano, casi todas las estatuas de la
reina padecieron la tan temida suerte.
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sacada del tronco de un sicomoro —gran árbol del que apoya sobre la pierna derecha, mientras la izquierda
se sacaba la madera para los sarcófagos egipcios— está doblada ligeramente; el busto está inclinado delipor un escriba de Isis42 . Con esta referencia, Moreno cadamente hacia la derecha; la cabeza doblada mira
propone para la escultura del Esquilino un arquetipo de
madera dorada inspirado en la técnica egipcia. Esto
confirmaría algunas particulares características de la
obra que, de otra manera, serían difícilmente explicables, como
«l’intaglio netto delle dita dei piedi e le rose della
cassetta, ricavate con un intaglio che ha scarso paragone nei marmi. I vuoti che restavano tra le braccia e la testa sono difficili a realizzarsi nella pietra,
tanto che la scultura, pur così ben conservata ha
perduto gli arti. Arduo infine lo sbalzo del risvolto dei
capelli all’occipite: il copista dell’esemplare al Louvre
aggiunge sul dorso una discesa di ciocche per garantire la statica della chioma»43 .
en la misma dirección.
El apoyo, constituido por un vaso en forma de alábastron está adornado con una cobra y por hojas de papiro
que coronan la parte alta del objeto. Todo ello apoya
sobre una pequeña caja, a su vez adornada por pequeñas flores, que se dispuso de manera oblicua con
respecto a la base. Sobre el vaso está por fin la toalla
utilizada por la dama apenas salida del agua que, siguiendo suavemente el perímetro del apoyo y de la caja
de los perfumes, llega hasta el plinto de la escultura.
La dama, efigiada como Isis-Afrodita, tiene el pelo recogido sobre la nuca y ceñido por la venda —la diadema
La soberana está representada en el acto de ceñirse la real ahora adaptada a las exigencias iconográficas del
cabeza con una venda de tejido. Completamente des- sujeto. El óvalo de la cara está enmarcado por una
nuda, la mujer calza las sandalias típicas de la más serie regular de diez bucles en caracol que recuerdan, a
célebre divinidad femenina del panteón egipcio, Isis, y primera vista, los mechones ensortijados en corona
de las sacerdotisas que ofician su culto. La figura, se también presentes en los demás retratos de la soberana. Asimismo, la estructura de la cara vuelve a evocar
42
Cfr. Con este proposito GRIFFIT 1937: I, 104, 215, II, tab. LVI, Ph.
los modelos del estilo severo, puestos de moda alrede370. A continuación, el lector dispone del texto en demótico y su
dor del 470 a.C., que influyeron en la producción artístitraducción:
ca romana en torno a la mitad del I siglo a.C. Lo que fue
«t wšt n P –te [’ S] –nfr p sh md – ntr [n ‘ S˙t] (2) sy n Hr-ntr-ytfe p
(sh) md – (ntr) s ’S˙t rn [n mw˙t-f] (3) T -šr˙t-Hr-pa-’S ty bh Wsr Hr
sabiamente adaptado por el artífice a un cuerpo vincu’S˙t ntr˙w ‘ye˙w… (4) Pr-šnte p hw ’bt-4 ’ he ss 20 e-y thbe a t mt
lado a los cánones artísticos propios de los códigos
(?) w’b (5) ’y – y ’r šms˙w n Wsr š d˙t n h-sp 90 Tswgl’ (6) d e-y a ’r
’w˙t ‘o˙t nfr˙t mte-y ’r n-t šms˙w a pe-w (7) rte a h (?) t rnp˙t n rn-s
figurativos de tradición helenística. Las dimensiones de
wh-y hd t ttw˙t (8) n Glptre n nb mt˙t m‘ ‘nh qbhe (9) Hr-ntr- p sh
md –ntr pe».
la cabeza —cerca de un sexto de la altura total— aparecen desproporcionadas con respecto a las dimensio«La obediencia de Petesenufe, pterophorus [de Isis], (2) hijo de
nes totales de la figura, más bien exiguas en su conjunHarentylf, pterophorus (?) de Isis, el nombre [de su madre ] es (3)
Tshenharpaese, a la presencia de Osiris, Horus e Isis, [en] granto. Tales dimensiones, además quizás de resaltar el
de oro (4) Pershente: el vigésimo día de Choiak, soy ungido para
la fiesta de la purificación (?) (5) devolviendo para siempre favodato individual del personaje, podrían responder tamres a Osiris, en el nonagésimo año de Diocles (6) que yo pueda
bién a la colocación prevista de la estatua sobre un
cumplir con una gran y buena adoración, y yo haré por ti (fem.!)
favores de cada género (7) (?)en el año mencionado. He revestizócalo bastante elevado para ser admirada desde abado de oro la representación (8) de Cleopatra; una palabra sincejo. Plutarco (César 49, 2) refiere que, en el 48 a. C.,
ra, (9) en honor de Harentyoft, el pterophorus, mi padre!». (La
traducción al castellano es mía.)
43
MORENO 1999: 120.
Cleopatra se hizo introducir con gran secreto —envuelta en una alfombra— en palacio, y así presentarse ante
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César para huir de las milicias de Ptolomeo XIII. Este, trocinada por el Ayuntamiento de Roma44 , Peter Higgs
azuzado por el eunuco Potino, por el soldado Aquila y —en abierta polémica con Moreno— presentó, en una
por el rétor Teodoto, quería librarse definitivamente de breve publicación titulada Alla ricerca dell’immagine di
la hermana y esposa. Moreno encuentra en la peripecia
otro interesante dato que confirma su hipótesis de identificación. Tal estratagema solo habría sido posible gracias a la pequeña estatura de la reina, lo que, una vez
más, coincidiría con las singulares proporciones de la
estatua.
Cleopatra VII, ritratti classici in marmo45 , un artículo tan
sintético cuanto —a mi entender— ajeno a los más
elementales fundamentos de la investigación científica.
Con un título polémico, Fine dei giochi. Venere con un
serpente, el autor quería expresar de este modo su
contrariedad ante la identificación propuesta del simulacro, y contradecir de este modo la interpretación de
Moreno. Sin embargo, ante el análisis ampliamente
documentado de Moreno, Higgs basaba sus refutaciones en unos argumentos tan extremadamente genéricos que podrían ser también aplicados al retrato de
Berlín, cuya identificación era ya admitida sin discusión
por la comunidad científica.
Los resultados de la presente investigación han permitido convalidar la identificación propuesta de la réplica
indagada. Su comparación con las efigies numismáticas y con los retratos de los Museos Vaticanos, de Berlín, y ahora ya con el retrato Nahman, ha permitido
identificarla como imagen divinizada de la última reina
tolemaica, aquí representada en forma de Isis-Afrodita.
En este sentido, la estatua sería emblemática expresión Por un lado, Higgs no reconoce en el rostro de la protade la contaminación de cultos y ritos distintos, fruto del gonista la coincidencia de puntuales características
sincretismo cultural y religioso presente tanto en Roma fisonómicas con las efigies monetarias y monumentales
como en Alejandría; un fenómeno que debe ponerse
en íntima relación con las motivaciones políticoreligiosas de la progresiva asimilación realizada por los
Tolomeos —y de la última soberana alejandrina— de
las divinidades del panteón griego y egipcio. A partir de
aquí, el análisis de los detalles de la escultura, ahora
revestidos de la simbología político-religiosa, y la atenta
valoración del dato topográfico tras las excavaciones de
finales del siglo XIX en el área de los horti Lamiani, me
han permitido bajar la datación de la obra, identificar el
probable patrocinador del ejemplar del Esquilino y, en
última instancia, localizar el lugar de su ubicación originaria.
Con motivo de la exposición Cleopatra, Regina d’ Egitto, organizada por el British Museum de Londres y pa-
que reproducen la imagen de la última reina tolemaica
y, en consecuencia, interpreta en el rostro de la escultura la presencia de rasgos idealizados «come conviene
a una dea». Por otro, Higgs añade cuanto sigue:
«Inoltre la modellatura fredda e dura della faccia
tradisce il cosiddetto stile severo in voga nella scultura greca tra il 480 e il 460 e che tornò di moda nella Roma augustea»46 .
Con esta afirmación, el autor demuestra no solo haber
leído distraídamente los ensayos publicados por More44
La exposición, hospedada en Palazzo Ruspali en primicia mundial
(12 de octubre 2000 – 25 de febrero 2001), fue acogida sucesivamente por el British Museum de Londres (12 de abril – 26 de agosto 2001)
y por el Field Museum de Chicago (18 de octubre – 4 de marzo
2001).
45
46
HIGGS 2000: 144-151.
HIGGS 2000: 151.
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no, sino incluso desconocer la literatura arqueológica
que, antes y después de él, se ocupó del monumento.
La cuestión debatida —y que parece haber pasado
el mismo modo también las más hermosas de sus
criadas, en trajes de Narcisos y Gracias, unas estaban sobre la barra del timón, otras sobre los pendones. Perfumes maravillosos se esparcían a lo largo
de las riberas al paso del barco, levantándose del
incienso que a menudo allí se quemaba […]».
desapercibida al autor inglés— no reside en la presencia o ausencia de aspectos propios del estilo severo en
el rostro de la mujer; un hecho bien reconocido por los
estudiosos y que ha sido atribuido a aquella particular
tendencia que, como hemos subrayado varias veces,
caracterizó la producción artística romana alrededor de
la mitad del I siglo a. C.
Es evidente que Higgs no considera la escultura una
copia sino un original de edad augustea. Incluso admitiendo la validez de la observación, resulta muy difícil
comprender qué probaría semejante datación en apoyo
del mentís de la identificación propuesta. El autor opina
por fin que una ulterior dificultad provendría de las fuentes históricas:
También por Plutarco (Antonio, 59), conocemos que la
reina gustaba de presentarse como Nueva Isis, perpetuando así la tradicional propaganda político-religiosa
estrenada por el fundador de la dinastía y de la que nos
ocuparemos más adelante. Puesto que la estatua sobrevivió hasta al menos el siglo III d. C., cuando fue
vista por Casio Dión, el autor añade que el retrato de la
reina impopular podía haber sobrevivido sólo si no se
trataba de un tradicional retrato de soberano. De hecho,
en Casio Dión (Historia Romana, 51, 22, 1), leemos:
«[…] Cleopatra, aunque vencida, quedó glorificada
por el hecho de que sus adornos están consagrados en nuestros santuarios y porque se le ve áurea
en persona en el templo de Venus».
«nessuna sosteneva che la regina fosse rappresentata sotto forma di dea».Y añade:
Por lo tanto, creo oportuno remachar en este trabajo
que la asimilación, la identificación y la consiguiente
deificación de los monarcas helenísticos, a partir de
Alejandro Magno, no fue un fenómeno ajeno a los so-
«Per quanto ci risulta, Cleopatra potrebbe anche
essere stata rappresentata nella forma tradizionale
dell’ellenismo, ossia drappeggiata»47 .
Higgs descuida evidentemente el dato histórico documentado por Plutarco (Antonio, 26, 2) quien, al referirse
al encuentro de la soberana egipcia con Antonio acontecido en Tarso en el 41 a. C. escribe:
«Remontó el río Cidno sobre un buque con la popa
de oro, con las velas de púrpura desplegadas al
viento. Los remeros lo empujaban contracorriente,
bogando con remos de plata al sonido de una flauta, a la que acompañaban gaitas y laúdes. Ella estaba recostada bajo un dosel adornado de oro, peinada como las Afroditas que se ven en los cuadros
y una flota de esclavitos, parecidos a los Amores
pintados, de pie a los dos lados la abanicaban. En
beranos de la dinastía tolemaica. Baste con recordar las
representaciones de Ptolomeo I Soter como Dionisio
transmitidas respectivamente por el bronce de Baltimore48 , y por el relieve en bronce de Hildesheim49 , del
mismo soberano como Helio en el relieve de una copa
hoy custodiada en los Staatliche Museen zu Berlin50 o,
48
Jan P. Lombros d’Athènes et de M. Giovanni Datteri du Caire, Vente
Paris 17-19. Cfr. KYRIELEIS 1975: 7, tab. 7, 1-2.
49
HIGGS 2000: 151.
Roemer-Pelizaeus-Museum, inv. 1120. Alt. 8,3 cm x 5,8 cm. Cfr.
KYRIELEIS 1975: 8, tab. 7, 3 y nota 19.
50
47
Walter Art Gallery, inv. 54.598. Alt. 10,5 cm. —Collection de Feu M.
Berlín, Vaseninventar 5832. Fondo de una copa de barniz negro,
procedente de Egipto. Cfr. KYRIELEIS 1975: 9, tab. 7, 4.
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aun, Ptolomeo Soter-Pan como resulta del retrato de Con su subida al trono, el rey se convierte en «un hompequeñas dimensiones de Dresde esculpido en granito bre en el papel de dios, sucesor del dios Horus en la
egipcio. El fundador de la dinastía abrió pues el camino tierra sobre el trono del [dios] Geb»53 . En este sentido, y
a aquel fenómeno de divinización de la persona del
soberano que, de acuerdo con la tradicional política
faraónica, desembocó sucesivamente en lo que he
definido como un fenómeno de sincretismo religioso, y
que adquirió la forma de un acercamiento de los reyes
a las divinidades del panteón greco-egipcio. Esta política era útil a la propaganda político-religiosa de los Lagidas que —como dinastía extranjera— necesitaban, por
un lado, legitimar su preeminencia política sobre la tierra
del Nilo, mientras que, por el otro, —y justamente en
virtud de sus orígenes greco-macedonios— mantener
las características propias de una monarquía de tipo
helenístico.
por su directa relación con la teoría aquí propuesta,
creo oportuno mencionar al menos de pasada la mitología egipcia de la Enéada heliopolitana, en la que se
pueden individuar cinco generaciones sucesivas de
divinidades. Todas las versiones del mito del estado
egipcio concuerdan en reconocer que, antes de los
soberanos mortales, la tierra fue gobernada directamente por los dioses. Y la familia divina que ocupa el
centro de tal mito es aquella señalada más a menudo
como depositaria de los valores monárquicos. La asimilación del faraón al hijo de Osiris, y la consiguiente
transmisión de la autoridad divina, constituirá pues un
motivo iconográfico recurrente en la estatuaria real y un
tema fundamental de su producción literaria. Un aparaLa ideología faraónica mantuvo como constante la refe- to cultural semejante no podía ser ignorado ni siquiera
rencia a los orígenes divinos del estado, o al menos de infravalorado por los nuevos soberanos de Egipto.
las figuras de los soberanos más ortodoxos, y «condu- Hacía falta ante todo encontrar un consenso interno
ce gli Egizi a concepire le istituzioni come realtà immu- apto para legitimar la presencia de la nueva dinastía
tabili»51 . Un principio inalterado al menos hasta el IV extranjera en la cúspide del poder político. Por lo tanto,
siglo a. C.; momento en que acontece la primera domi- una de las tareas prioritarias que se presentaban al
nación extranjera: la dominación persa. Pero, incluso en nuevo soberano era el respeto escrupuloso de las instituciones religiosas autóctonas, lo cual debía manifesestos casos,
tarse tanto en el mantenimiento de una liturgia milenaria
como en el favorecimiento de ese mismo papel que
«[…] el prestigio que rodea la figura del faraón es
útil a esta vocación de eternidad, tanto en el interior
había desempeñado el grupo sacerdotal en el complejo
como en el exterior del país. […] Los sucesivos
aparato administrativo consolidado por milenios de hisconquistadores de Egipto reconocen la especificitoria faraónica. Esta visión particular del orden divino,
dad de la monarquía faraónica, se esfuerzan por
comprenderla, por administrar mejor, por preservar
formulada en Heliopolis en época muy antigua y sucelos aspectos más peculiares, manteniendo los rassivamente ampliada, mantuvo sus características fungos que principalmente puedan reforzar la autoridad
52
damentales hasta la época romana: el emperador Dereal» .
cio (249-251 d. C.) fue el último en presentar una ofrenda al dios Khnum en el pronaos del templo de Edfu
cerca de tres mil quinientos años después del primer
testimonio de la soberanía egipcia.
51
VALBELLE 2002: 97.
52
VALBELLE 2002: 97. (La traducción es mía.)
53
SCHNEIDER 1997: 323.
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Y es justo en este contexto, en virtud de una tradición ficos, tal y como numerosos vestigios atestiguan. La
milenaria consolidada, que toma cuerpo y se afirma nueva Isis helenística presentará ahora también atribucada vez más la propaganda político-religiosa lagida, tos tradicionalmente ligados a divinidades olímpicas
dirigida a la progresiva asimilación de los soberanos a como queda documentado por la producción literaria
la esfera divina. Durante tres siglos, Egipto será gober- redactada en lengua griega:
nado por una dinastía que es a la vez extranjera y se
«Dediche, papiri, inni aretalogici accostano o assimipresenta estrechamente unida al país. La grecidad de
lano il suo nome a quello di dee greche, la invocano
la nueva dinastía era además:
con nuove epiclesi e le attribuiscono prerogative a
lei fino ad allora estranee. Questo processo di elle«qualificante sul piano politico: i sovrani del tempo,
nizzazione rappresenta un momento di fondamenquali che siano le loro origini e quali che siano le tratale importanza nella storia e nella diffusione di Iside,
dizioni dei territori in cui si sono insediati, appoggiapermettendole di conquistare dapprima i Greci
no alla diffusione dell’umanesimo ellenico il loro diritd’Egitto, che sembrano aver accordato i loro favori
to al dominio, la loro funzione di eredi di Alessandro.
più alle divinità nilotiche ellenizzate che agli abitanti
Alessandria deve perciò essere un centro di irradiadell’Olimpo, in seguito gli abitanti delle terre greche,
zione dell’ellenismo, e i Tolomei si son fatti un imche venerano così divinità la cui origine egizia è sì
pegno costante —nel variegato svolgersi della loro
nota, ma è in qualche modo nascosta da un’ allure
politica— di favorire la funzione di centro culturale
ellenica»56 .
della loro città, che con istituzioni come il Museo e la
Biblioteca e l’ospitalità offerta ad artisti a poeti a
Evitaré en este trabajo detenerme sobre los principales
scienziati assume il colore di vera capitale dell’ellefactores responsables de la helenización de la diosa
nismo»54 .
egipcia. Bastará sencillamente con hacer hincapié en el
hecho de que la atribución de elementos distintivos helénicos revela claramente el intento de difundir el culto
de la diosa en los ambientes griegos, teniendo en cuenta obviamente las antiguas prerrogativas de su origen.
Sin embargo, lo que más interesa aquí es el sincretismo
Isis-Afrodita, ampliamente difundido ya desde el principio de la época tolemaica, testimoniado por una dedicatoria griega de Abu el-Matamir y por algunas inscripciones tracias de Delo, y facilitado por la intermediación de
Hathor —no lo olvidemos: diosa egipcia de todas las
mujeres, del eros y de la fertilidad— que, a partir de la
época faraónica es asimilada a Isis, a la que concede
Con la llegada de los Tolemeos, Isis aparece en el cen- sus atributos fundamentales: el disco solar y los cuertro de un indiscutido proceso de helenización que se nos bovinos.
expresa en la transformación de sus modelos iconográParticularmente útil es subrayar que la iconografía de
Isis-Afrodita, conocida sustancialmente gracias a la
54
En el caso de la última soberana de Egipto, y análogamente a cuanto se había averiguado para alguna de las
anteriores reinas tolemaicas, esta política se concreta
en el acercamiento de la reina a Isis, la más célebre
divinidad femenina del panteón egipcio y precisamente
madre de Horus o, ya desde el Nuevo Reino, «de todos
los dioses»55 . Cleopatra VII reproduce pues esta precisa lógica político-religiosa, con mayor razón en un momento histórico en el que parecía más necesario reforzar la autoridad real, amenazada desde hacía tiempo
por una inevitable decadencia.
DONADONI 1994: 536.
55
MÜNSTER 1968; BERGMAN 1968: 132-133.
56
MALAISE 1997: 86.
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difusión de estatuillas y terracotas sobre todo de época el observador antiguo, un mensaje propagandístico
romana, se caracteriza por la desnudez total, o casi implícito en la representación de la imagen divinizada
total, de la figura; un rasgo que es un préstamo directo de la última soberana de Egipto, efigiada como Isis-
Huelga detenerse en lo que constituye ya un lugar común en el análisis de la obra de arte clásica: hasta qué
punto las artes representaron los valores dominantes y
en este sentido respondieron también con presteza a
las necesidades del poder político. Basta con recordar
el valor fundamental que reviste la producción figurativa
en edad augustea. Las imágenes de poetas y artistas
influían políticamente sobre el observador de la época
Afrodita. Y particularmente atrevidas debieron ser las
connotaciones políticas de la obra en una época de
transición como fue precisamente el último período de
la república.
Ya en el mundo griego el desnudo servía para celebrar
virtudes y calidades sobrehumanas. La desnudez y la
figura erguida representaban dioses y héroes; en suma,
una inveterada tradición iconográfica de la que se nutrió
sin duda la estatua objeto aquí de comentario. Por otro
lado, la obra opera la clara asimilación del personaje
efigiado a una «doble divinidad»: Isis-Afrodita. Hay que
recordar a este propósito la incoherencia de cualquier
manifestación dirigida a la exaltación personal con la
tradición romana y, además, su particular aversión —al
menos hasta la muerte del dictador— a toda forma de
deificación. Sin embargo, puesto que la estatua se
mantuvo hasta el último período de la Antigüedad sin
evocando un mundo feliz, ya apaciguado por el soberano; un emperador, culminación de un Estado que se
confundía con la ecúmene. Y, de hecho, este reflejo
plástico y literario de una hipotética edad de oro contribuyó a preparar y a legitimar el —de otro modo traumático— paso de la república al imperio. Desde este punto
de vista, los detalles en apariencia más insignificantes
adquieren un preciso valor simbólico de potencia extraordinariamente eficaz.
padecer ningún revés importante, el mismo Casio Dión
(Historia Romana, 51, 22, 1), cónsul en el 229 d. C.,
pudo tener conocimiento de ella. Pero lo importante
aquí es que este historiador no expresó ningún juicio
peyorativo al contemplarla; de lo cual puede inferirse
que, estableciendo como referencia ante quem la época de la erección del simulacro, el pueblo de Roma ya
había sido sometido desde hacía tiempo a un proceso
de helenización.
Los detalles puestos como adorno del apoyo de la estatua del Esquilino alcanzan pues otro significado y otro
valor; ambos muy alejados de la banal y restrictiva lectura meramente estilística sobre la que algunos arqueólogos e historiadores del arte antiguo han puesto todo el
énfasis. En efecto, la tentativa de enjuiciar su presencia
únicamente como simple expresión de una moda egip-
De hecho, el primer desnudo apareció en Roma, ya
durante la primera mitad del II siglo a. C. con la erección
de una magnífica estatua de bronce —el Flaminio o
también llamado «príncipe helenístico»— que tuvo que
suscitar no poca indignación en aquella época. Recordemos que, todavía en torno al año 150 a. C., la desnudez estaba considerada por muchos romanos una
de las representaciones de la divinidad olímpica. Si la
asimilación de la reina a la doble divinidad Isis-Afrodita
también tuvo un efectivo cotejo en la producción iconográfica, como las fuentes me inducen a creer, parece
oportuno concluir que la efigie de la soberana divinizada
satisficiera las precisas exigencias iconográficas propias
de los códigos figurativos sincréticos que evocaban los
atributos distintivos de ambas divinidades.
tizante menoscabó su significado político, simbólico y
religioso. Sin embargo, la escultura debió de evocar, en
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señal de impudicicia e inmoralidad57 . Por consiguiente, de tabique ancho; la frente pequeña; el labio inferior
la estatua conmemorativa era, desde la Antigüedad, la carnoso y saliente con respecto al superior más fino
estatua togata: era el atributo de la toga el que calificaba que denuncia un evidente grado de prognatismo hereal sujeto en sus funciones políticas o sacerdotales. La
clase aristocrática no permitía ninguna exaltación personal ni mucho menos la celebración de dotes sobrehumanas, como mínimo mientras el Senado logró mantener el control de la situación. César debió de tributar
su homenaje a la reina, colocando la estatua en los
horti de su propiedad más allá del Tíber. El suyo fue un
atrevido gesto político. El dictador creía con eso legitimar a los ojos del pueblo romano su, de otro modo
ultrajante, relación con la soberana extranjera, al asociarla y asimilarla a una antigua diosa nacional —Venus—, de la que descendía además su misma familia
—la Gens Iulia. ¿Quizás con la intención de preparar la
mentalidad romana a fin de convertir el Estado en una
monarquía de tipo helenístico?
dado del fundador de la dinastía —reconocible también
en las otras representaciones de los dinastas tolemaicos— y, por fin, el singular peinado «a melón». Todos
estos rasgos subrayan la afinidad entre la cabeza de la
estatua del Esquilino y las representaciones monetarias
y monumentales, que apuntan hacia la última soberana
de Egipto. Unos rasgos que, además de representar
unas características anatómicas peculiares, constituyen
la expresión de una belleza para nada idealizada «come conviene a una dea». De nuevo, alusiones al dato
individual y a la imperfección pertinente a la representación de lo humano. En este caso concreto: los hombros
anchos angulosos y poderosos, las piernas con las
articulaciones fuertes de una mujer mediterránea, la
leve deformación del vientre que traiciona las señales
de una reciente maternidad, y los senos divergentes.
El Uraeus que envuelve el jarrón, como remoto emblema del poder faraónico, indica pues la majestad del
personaje representado y vaticina, al mismo tiempo, el
trágico fin de la soberana. Las sandalias son un motivo
recurrente y distintivo de la iconografía de Isis y de las
sacerdotisas que ofician su culto. Las rosas de adorno
de la caja de los perfumes, queridas tanto por la divinidad egipcia como por la diosa griega del amor, constituyen el trait de union entre las dos divinidades, y facilitan por fin su sincretismo.
A la luz de lo que expuesto, pues, nos encontramos
ante una representación de Cleopatra VII. En síntesis, a
esta interpretación nos conduce el análisis de los testimonios literarios, en concomitancia con el dato histórico-antropológico del que los Lagidas, fueron hábiles
continuadores. Por otro lado, también apuntan en la
misma dirección las coincidencias fisonómicas: la nariz
Por su parte, el elemento topográfico emergido durante
las excavaciones de finales del siglo XIX, y hasta ahora
ignorado, abre nuevos ámbitos de reflexión susceptibles de ulteriores profundizaciones. Por lo pronto, constituye un elemento particularmente interesante que
permite proponer una nueva hipótesis relativa a la ubicación originaria, y constituye una ulterior demostración
de la identificación propuesta. En las proximidades de la
antigua vía Labicana, que delimitaba al norte los horti
de los que hemos hablado al inicio del presente análisis, fueron localizados los restos de un templo egipcio
privado: el conocido bajo el nombre Isium Metellinum58 .
De este templo habla Trebelio Pollio en la Historia Augusta, y su nombre deriva con toda probabilidad de P.
Caecilius Metellus Pius, quien, junto a Silla, fue investido con los honores de cónsul y encargó la restauración
58
57
PLUTARCO, Cato Maior, 20.
LANCIANI 1893-1901: I 7; COARELLI 1982: 53-58; HÄUBER
1990: 43-54.
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o la construcción de este santuario de Isis. El culto de la tradición helenística, el princeps fue indudablemente el
diosa egipcia está testimoniado en Roma a partir de principal intérprete de la
finales del siglo III-principios del siglo II a. C., y docu«legittimazione della sua sovranità e del suo essere
mentado por el poeta Quinto Ennio (239-169 a. C.).
divino tramite il ripristino delle tradizioni faraoniche.
Este último, que fue uno de los mayores divulgadores
E’ in questo contesto che bisogna considerare
de la cultura griega en ámbito romano, cita en su tragel’interesse particolare che Caligola mostrò per i culti
dia Telamo e Telephus a los intérpretes de oráculos en
egizi»60 .
los misterios de Isis —Isiaci coniectores— junto a los
Desde esta óptica, en virtud pues de una progresiva
augures, los arúspices, los astrólogos y los intérpretes
aprobación estatal del culto isíaco, y a causa de la afinide los sueños59 . De este modo, el poeta nos alerta,
dad «insólitamente marcada» del emperador con las
cuanto menos, sobre la familiaridad de los romanos con
tradiciones egipcias, parece fácil concluir que el mismo
el culto isíaco; un culto que estuvo alternativamente
Calígula fue el promotor de la refundación o al menos
sometido a períodos de relativa tranquilidad y a mode la restauración del Iseo Campense, destruido por
mentos de feroz represión.
voluntad de Tiberio, y del mantenimiento y la frecuentación de los otros lugares consagrados al culto isíaco. Es
Solo con la llegada de Calígula (37-41 d. C.) se asistió a
en este contexto, en el que debe considerarse el templo
un decisivo cambio de dirección. A diferencia de sus
al que nos hemos referido, situado en las proximidades
predecesores, el emperador dirigió su atención a Oriende los muros servianos y, por lo tanto, en un área directe, reivindicando con orgullo su descendencia de Marco
tamente unida a los jardines que, con Tiberio, entraron
Antonio, antes amante y luego marido (36 a. C.) de la
a formar parte de la propiedad del estado imperial.
soberana egipcia. En virtud de sus apariciones como
Nueva Isis, y durante su estancia en Roma como
Y justo la proximidad del santuario egipcio al lugar del
huésped de César (46-44 a. C.), Cleopatra VII contribuhallazgo de la escultura —los horti Lamiani— podría
yó muy probablemente a la divulgación del culto de la
proporcionar un elemento cuyo valor debe examinarse
divinidad egipcia. Apelando a su descendencia de Ancuidadosamente; algo que bien podría ser la pieza pertonio, el princeps se consideraba un soberano egipcio, y
dida capaz de completar la reconstrucción de aquel
quería incluso trasladar la capital del imperio de Roma a
rompecabezas todavía incompleto que es, dentro del
Alejandría de Egipto. Él fue promotor de la reanudación
mundo académico y científico, objeto de polémicas y
del culto de los soberanos faraónicos en la tradición
animadas discusiones. A la luz de todo ello, se podría
filtrada por la Realpolitik tolemaica, como queda confiraventurar una datación un poco anterior de la réplica
mado por la boda con su hermana Drusila y por el ritual
del Esquilino, colocándola dentro del principado de Cafaraónico representado con motivo del nacimiento de la
lígula. Este fue el emperador que utilizó como ningún
hija. Considerándose un «dios-emperador» según la
otro su descendencia del triunviro y manifestó su com59
pleta adherencia a la tradición faraónica de derivación
El paso se encuentra también en Cicerón (De divinatione, I, 132):
tolemaica. Desde este punto de vista, se podría apuntar
«[...] non habeo dinique nauci Marsum augurem, non vicanos
al mismo princeps como patrocinador de la réplica aquí
haruspices, non de circo astrologos, non Isiacos coniectores, non
interpretes somniorum; non einim sunt hi aut scientia aut arte divini sed superstiziosi vates impudentesque marioli […]».
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indagada, localizando por fin en el santuario Metellinum les y arqueológicos de que disponemos, y de los eleel lugar de su originaria colocación. Si eso correspon- mentos estilísticos, me induce a creer que la escultura
diera a la realidad del dato histórico, quedarían por acla- de la Sala Caldaie de la Centrale Montemartini, más
rar los motivos de su traslado dentro de los horti impe- que una Venus con una serpiente —como quisiera
riales hallados durante las excavaciones de finales del Higgs— es la imagen divinizada de la última reina tolemaica, como copia del simulacro áureo encargado por
siglo XIX.
César para el templo de Venus Genitrix durante la esLa lectura comparada del dato histórico-antropológico, tancia de la reina en Roma.
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