CANARICULTURA DE CANTO, GENES Y CEREBRO
Atahualpa Fernandez
Membro do Ministério Público da União/MPU/MPT/Brasil (Fiscal/Public Prosecutor); Doctor (Ph.D.) Filosofía Jurídica, Moral y Política/ Universidad de Barcelona/España; Postdoctorado (Postdoctoral research) Teoría Social, Ética y Economia/ Universitat Pompeu Fabra/Barcelona/España; Mestre (LL.M.) Ciências Jurídico-civilísticas/Universidade de Coimbra/Portugal; Postdoctorado (Postdoctoral research)/Center for Evolutionary Psychology da University of California/Santa Barbara/USA; Postdoctorado (Postdoctoral research)/ Faculty of Law/CAU- Christian-Albrechts-Universität zu Kiel/Schleswig-Holstein/Deutschland; Postdoctorado (Postdoctoral research) Neurociencia Cognitiva/ Universitat de les Illes Balears-UIB/España; Especialista Direito Público/UFPa./Brasil; Profesor Honorífico (Associate Professor) e Investigador da Universitat de les Illes Balears, Cognición y Evolución Humana / Laboratório de Sistemática Humana/ Evocog. Grupo de Cognición y Evolución humana (Human Evolution and Cognition Group)/Unidad Asociada al IFISC (CSIC-UIB)/Instituto de Física Interdisciplinar y Sistemas Complejos/UIB/España; Independent Investigator and Theoretician.
“Los errores, como las briznas de paja, corren por la superficie; Quien vaya a buscar perlas debe sumergirse en lo más hondo.” John Dryden
¿Qué factores son los que moldean el canto de nuestros pájaros? En otras palabras, ¿por qué cantan como cantan cada uno de ellos? La historia ha sido testigo de este debate y, tras décadas de confrontaciones estériles, seguimos tropezando con preguntas cuya esencia apenas ha cambiado: ¿hasta qué punto nuestros canarios son criaturas esclavas de su ADN, preprogramados para cantar como cantan?
Sin embargo, dado que hoy sabemos más sobre los genes y el cerebro, el siglo XXI nos invita a liberarnos de estos viejos prejuicios para adentrarnos en un mundo donde el instinto no es lo contrario del aprendizaje, donde, en ocasiones, las influencias ambientales son más irreversibles que las genéticas y donde la naturaleza está diseñada para la experiencia. En los tiempos que corren, es inútil pensar en el canto como producto de genes sencillos y discretos. Nadie duda que los genes pueden conformar la anatomía de nuestros pájaros, pero la idea de que también conforman y determinan el canto es mucho más difícil de aceptar.
¿Por qué? Porque si el genoma es tan complicado e indeterminado como la vida misma - “porque es la vida misma”, M. Ridley -, el simple determinismo es una perspectiva deprimente para los aficionados a la canaricultura de canto. El número de neuronas y el vasto y microscópico tapiz de sus conexiones en nuestros pájaros no solo superan con mucho el número de combinaciones genéticas, sino que los genes, a lo largo de sus vidas, van encendiéndose y apagándose, deshaciéndose y rehaciéndose en constante respuesta al ambiente y a la experiencia y, lo que es más importante, lo hacen porque están «diseñados» para ello.
Es esta compleja interacción, en la que genotipo y ambiente se expresan constantemente el uno por medio del otro, la que determina las complejidades del canto. Tal como explica el neurocientífico Michael Brainard en una investigación publicada en la revista PNAS, “la contribución genética a la canción de un pájaro depende de los detalles de la experiencia de ese pájaro; y esta es una demonstración sorprendente de que la heredabilidad para comportamientos complejos como el canto de los pájaros no es fija, como suele suponerse, sino que puede variar dramáticamente dependiendo de la experiencia de un individuo”.
Ahora bien, si la experiencia afecta los genes y si los genes están a merced del ambiente, la dicotomía herencia-ambiente es una falacia: el aprendizaje no es una alternativa al innatismo, ya que el aprendizaje necesita de mecanismos innatos de aprendizaje, como sucede en el caso del canto de los pájaros (S. Pinker). Es decir, no solo no habría aprendizaje sin una capacidad innata para aprender, sino que el innatismo no podría expresarse sin la experiencia.
Y si nos centramos al que aporta la evidencia, los genes son creados para ser receptivos y vulnerables en extremo a la experiencia, se caracterizan por su flexibilidad ante los estímulos del entorno y, con respecto a la formación del cerebro, si bien las estructuras cerebrales vienen predeterminadas genéticamente, éstas perfeccionan y reacomodan sus conexiones de manera permanente gracias a la experiencia recibida del entorno durante el desarrollo del pájaro: es la plasticidad del cerebro de nuestros pájaros que permite que los acontecimientos de su vida se inserten directamente en el tejido neuronal.
La plasticidad neuronal (o neuroplasticidad) se refiere a la capacidad del sistema nervioso para modificar su estado, esto es, su capacidad de modificar la estructura y/o función como una forma de adaptarse ante las condiciones internas o medioambientales (P. Bach-y-Rita). Esto es posible principalmente gracias a la creación y el control del número de neuronas, la migración de estas células nerviosas y la formación de nuevas conexiones sinápticas. Se trata de una de las características más importantes que presenta el sistema nervioso (la capacidad del cerebro para crear y reformar nuevos senderos neurales) y es “crucial para recuperar o desarrollar una habilidad sensorial, cognitiva o motriz, independientemente de la edad” (O. Sacks).
Esta afirmación, y las pruebas que la apoyan, terminan siendo una obviedad: tener unos genes que conformen un cerebro lo más plástico posible, dado un entorno variable y poco predecible. Los genes no son simplemente la receta de instrucciones mediante la cual se edifica el cerebro de nuestros canarios y su canto: activan o desactivan el ensamblaje de sus conexiones corticales (en las que interviene mucho más que la genética) según los requerimientos del ambiente/experiencia. Se trata de una estrategia inteligente que lleva a cabo el genoma: construir un cerebro de manera incompleta y dejar que la experiencia con el mundo lo refine.
De este modo, muchas de las cuestiones que durante décadas han acaparado el debate sobre la naturaleza del canto sólo han servido para distraernos de las preguntas realmente importantes (y prolongar una polémica ya obsoleta): ¿qué son los genes y para qué sirven?, ¿cuál es la función de los genes en el desarrollo cerebral de nuestros canarios?, ¿qué se entiende por entorno?, ¿cómo activan genes diferentes los distintos mensajeros activados por el entorno?, ¿qué papel tienen los genes a la hora del cerebro producir el canto?
El estudio sistemático del vastísimo tema de las influencias de naturaleza-crianza en el cerebro de nuestros pájaros tiene o potencial de incluir todo lo que la neurociencia sabe hasta ahora acerca de la secuencia de su desarrollo, en todos los dominios vinculados con el canto. No obstante, en honor a la brevedad, lo que sigue a continuación es un resumen muy superficial e incompleto sobre los genes, para tomar una posición que permita al amable lector apreciar el punto de vista científico actualmente consensuado y establecido en referencia a la relación entre los genes y los aspectos de la actividad neuronal relacionada con el canto.
GENES Y PROTEÍNAS
Lo primero que hay que tener en cuenta es que un gen, un segmento de ADN, no produce un canto, ni una emoción, ni siquiera un comportamiento fugaz. Los genes dirigen la producción de las proteínas, es decir, un gen, una secuencia específica de ADN, codifica un tipo específico de proteína. De hecho, los genes están llenos de miles de tipos de proteínas que realizan tareas sorprendentemente variadas. Algunas son proteínas que confieren a los distintos tipos celulares su forma distintiva (“citoesqueléticas”). Algunas son mensajeras: muchos de los neurotransmisores, hormonas y mensajeros intracelulares son proteínas. Son las proteínas las que componen las enzimas que construyen esos mensajeros y que los desmontan cuando están obsoletos; prácticamente todos los receptores de mensajeros de todo el organismo están hechos de proteínas.
Las proteínas son macromoléculas especializadas que contribuyen a crear las células, transportar elementos vitales y poner en marcha las reacciones químicas necesarias. Hay muchos tipos diferentes de proteínas y son ellas las que proporcionan los elementos fundamentales de todo el cuerpo, desde la fibra muscular hasta el colágeno de los globos oculares, pasando por la hemoglobina. Nuestros canarios son, todos y cada uno, la suma de sus proteínas.
Esto explica cómo es que cada célula del cerebro de nuestros canarios, de sus plumas, de su siringe o de su corazón contiene todo su ADN y, no obstante, realiza una función muy especializada. También explica no solo de dónde procede la versatilidad proteínica, sino también cómo una diversidad genética mínima puede tener implicaciones amplísimas. Para que nos entendamos: cada tipo de proteína se construye a partir de una secuencia distintiva de diferentes tipos de bloques de aminoácidos; la secuencia determina la forma de la proteína, y la forma determina la función.
Un «gen» es un tramo de ADN que especifica la secuencia, forma y función de una proteína concreta. Cada uno de los genes de nuestros canarios codifica la producción de una proteína única. Y la pregunta es: ¿Cómo «decide» un gen cuándo iniciar la construcción de la proteína que codifica y si hará una o mil copias? Esta pregunta lleva implícita la idea popular de que los genes son el alfa y el omega, el código de códigos que regula lo que ocurre en el cuerpo (R. Sapolsky). Pues resulta que un gen no decide nada acerca de cómo y cuándo generar su proteína asociada; mejor dicho: los genes no deciden nada, están a la deriva.
GENES Y ENTORNO
En cambio, el entorno activa y desactiva los genes.
¿Qué se entiende por entorno? Puede ser el entorno de una sola célula: una célula con poca energía genera una molécula mensajera que activa los genes que codifican las proteínas que aumentan la producción de energía. El entorno puede abarcar todo el cuerpo: se segrega una hormona que es transportada por la circulación hasta las células diana en el otro extremo del cuerpo, donde se une a sus receptores distintivos; como resultado, determinados genes se activan o desactivan (cuando los genes están activos, son capaces de producir proteínas – este proceso se llama «expresión génica»; cuando los genes están inactivos, son silenciosos o inaccesibles para la producción de proteínas). O el entorno puede adoptar la forma de nuestro uso cotidiano del término, es decir, los acontecimientos que suceden en el mundo que rodea nuestros canarios.
De hecho, cuando algo actúa sobre una célula, desde la posición ventajosa de la célula no importa si el agente en cuestión proviene del interior del cuerpo o de fuera de él. La célula no distingue la fuente de una modificación: desde su perspectiva, todo lo que esté por fuera de su pequeño mundo es “el ambiente”. Si un proceso metabólico en el cerebro requiere testosterona, por ejemplo, a la célula no le importa si el cuerpo produjo la testosterona o si fue inyectada artificialmente en el flujo sanguíneo. En cualquier caso, la testosterona necesaria influye sobre sobre la célula de la misma manera.
Estas diferentes versiones del entorno están relacionadas: las experiencias ligeramente distintas (por ejemplo, vivir en un criadero estresante y/o con alimentación inadecuada) producirán niveles crónicamente elevados de determinadas hormonas que activarán genes concretos en las neuronas, haciendo que esas células sean más excitables, más débiles, etc…etc. Dicho de otro modo, los cambios que eso representa en las capas del cerebro del pájaro van desde las veloces cascadas bioquímicas hasta las modificaciones en la expresión de los genes y la configuración y/o fuerza de las sinapsis.
La otra pregunta es: ¿cómo activan genes diferentes los distintos mensajeros activados por el entorno? No todos los tramos de ADN contribuyen al código de un gen, sino que algunos tramos largos no codifican nada. En cambio, son los interruptores de encendido y apagado que activan los genes cercanos. Solo un 5% de ADN constituye un gen. El 95% restante lo conforman los vertiginosamente complejos interruptores de encendido y apagado, los medios por los que diversas influencias ambientales regulan redes únicas de genes, con múltiples tipos de interruptores en un solo gen y múltiples genes regulados por el mismo tipo de interruptor. En otras palabras, la mayor parte del ADN se dedica a la regulación de los genes más que a los genes mismos. Además, los cambios evolutivos y epigenéticos en el ADN suelen tener más consecuencias cuando alteran los interruptores de encendido-apagado en lugar del gen. Como otra medida de la importancia de la regulación, cuanto más complejo es un organismo, mayor es el porcentaje de su ADN que está dedicado a la regulación génica (R. Sapolsky).
Tres puntos más, pero no menos importantes que los anteriores:
La mayoría de los genes tienen más de un carácter, y nuestros pájaros heredan sus variantes particulares de sus progenitores; estas variantes de los genes codifican versiones ligeramente diferentes de su proteína, y algunas realizan su tarea mejor que otras [algunas de las cosas que aquí se omiten deliberadamente: factores de transcripción, homocigosidad frente a heterocigosidad, rasgos dominantes frente a recesivos…].
Los genes no trabajan solos, sino, más bien, en complejas interacciones entre sí. Para producir un solo circuito neuronal – por ejemplo, uno que realice la función preceptiva elemental de registrar la luz – debe llevarse a cabo una complicada secuencia de eventos genéticos. Por lo tanto, aun si fuera posible que condiciones como el canto estuvieran “programadas” simplemente por eventos genéticos, dichos programas tendrían que ser en extremo complejos e involucrar el trabajo conjunto de muchos más genes.
Los procesos de maduración de los sistemas claves (como el nervioso, hormonal, muscular, etc.) condicionan el normal desempeño de las conductas para las cuales estos son mediadores o efectores; nuestros pájaros necesitan acceder a modelos de canto para imitar o al menos poder escucharse a si mismos para poder aprender a cantar. Durante este aprendizaje las producciones vocales pasan por diferentes estadios de perfeccionamiento hasta llegar al canto cristalizado característico de la especie. A lo largo de todo un período, el canto se va modificando debido a la maduración de la maquinaria muscular y neuronal dependiente en gran medida de factores hormonales. Esta maduración no solo está controlada por patrones preorganizados desde un punto de vista genético, sino también por factores ambientales que hacen con que los distintos pasos del desarrollo puedan darse.
En resumen, los genes almacenan información que codifica las secuencias de aminoácidos que constituyen las proteínas que, a su vez, realizan muchas tareas (es decir, contienen las instrucciones para la producción de esas proteínas, dirigen el proceso de su elaboración y son regulados en formas muy diferentes y complejas); los genes en las diferentes células producen proteínas que representan solo una pequeña muestra de su alcance potencial (lo que equivale a decir que solo un pequeño porcentaje de los genes en una célula son realmente «expresados»); los genes no deciden cuándo están activos, sino que están controlados por señales ambientales; la evolución del ADN tiene que ver más con la regulación genética que con los genes; diferentes entornos causan diferentes tipos de cambios epigenéticos en el mismo gen o interruptor genético. Eso es todo.
Así pues, las señales ambientales han activado un gen y han dado lugar a la producción de su proteína. El siguiente punto clave es que la misma proteína puede funcionar de forma diferente en distintos entornos, generando efectos drásticamente diferentes de la misma variante genética. Estas «interacciones gen-entorno» son tan importantes para el desarrollo cerebral de nuestros canarios que es un tremendo absurdo preguntarse qué hace un gen concreto; más bien hay que preguntarse qué hace en un entorno concreto.
GENES Y CEREBRO
Las proteínas forman la maquinaria interna dentro de las células cerebrales y el tejido conectivo entre las neuronas (células mensajeras del cerebro que utilizan señales eléctricas y químicas para transmitir la información a sus distintas partes; manifiestan su actividad mayoritariamente en forma de potenciales de acción, cuyo perfil está muy influenciado por la dotación de canales de potasio sensibles a voltaje y por el «cómo» actúa el organismo en un determinado contexto). Las proteínas también controlan las reacciones químicas que permiten que las células cerebrales se comuniquen entre sí.
De hecho, el cerebro recibe la influencia de inúmeras moléculas, muchas de las cuales facilitan o inhiben la transferencia de información a través del espacio sináptico intermedio entre neuronas transmisoras y. receptoras. Cada una de ellas presenta una afinidad especial con determinadas proteínas receptoras que se encuentran en la superficie de las neuronas y tiene el poder de activarlas.
Existe también un segundo tipo de moléculas cuya función es reducir la duración de la actividad nerviosa, ya sea mediante la destrucción de la molécula que activa los receptores o mediante su devolución a la fuente. La relación entre una molécula y sus receptores podría compararse con el vínculo entre la forma de una llave y la cerradura que ésta abre. Cuando la molécula se une a su receptor asignado, desata una cascada de reacciones que derivan en la excitación o la inhibición de la actividad neuronal y, en consecuencia, genera un estado cerebral específico que podría constituir la base del canto.
Ahora bien, ciertos genes producen no solo proteínas que a su vez producen neurotransmisores (que son sustancias químicas que transmiten información de una neurona a otra), sino también otras proteínas que son importantes para establecer conexiones físicas que unen varias neuronas en redes. También existen genes que determinan la concentración de cada tipo de moléculas, así como la cantidad y la ubicación de los receptores correspondientes. Es decir, no todos los genes son iguales y, además, se activan en un orden exquisitamente preciso: la expresión de uno activa la expresión del siguiente en un sofisticado algoritmo de retroalimentación o prealimentación (D. Eagleman).
Sin embargo, los genes no codifican partes del sistema nervioso y sin duda no codifican pautas de conductas específicas como, por ejemplo, el canto: ni un Hohlrollen, ni un Knorren, ni un Hohlklingel… (P. Bateson). Son las señales específicas del entorno, físicas o sociales, que engendran cambios en el sistema nervioso del pájaro induciendo nuevos patrones de respuesta a los estímulos externos y la activación de genes específicos. Dicho de otro modo, si bien los genes contribuyen con los ingredientes básicos del canto, no determinan las combinaciones neuronales específicas que cada pájaro aplicará al cantar (evidentemente que hay mecanismos innatos – instintos – que constriñen lo que puede aprender y cantar, es decir, limitar los tipos de experiencias a los que se atiende, así como limitar la gama de posibles resultados).
Por otra parte - y esto es fundamental -, existen tres etapas principales durante el desarrollo cortical: proliferación neuronal, migración neuronal y maduración de las conexiones. La dos primeras etapas, así como la formación de las grandes vías nerviosas, tienen lugar principalmente en el embrión. Pero, la maduración de las conexiones sinápticas ocurre postnatalmente. De esta forma, las neuronas corticales están conectadas entre sí, formando circuitos sinápticos de gran complejidad, cuyas conexiones definitivas se establecen principalmente durante el desarrollo postnatal. Si durante este periodo los circuitos no se forman correctamente, el procesamiento de información cortical se afecta profundamente, dando lugar a una serie de alteraciones neurológicas. Asimismo, si el cerebro no se expone a formas normales de estímulos (sensoriales, motores, ambientales…) éste no se desarrolla normalmente. Es decir, que diversos factores epigenéticos tienen una gran influencia en la formación de los circuitos sinápticos del cerebro de nuestros pájaros.
Es un hecho que las conexiones sinápticas se multiplican o mueren, dependiendo de si son activadas (usadas) o no. Por lo tanto, la estructura física de las células nerviosas y de sus conexiones dentro del cerebro cambia, de una manera sencilla y concreta, a medida que se forman nuevas interacciones con el entorno. Este proceso implica la expresión de los genes. Cuando una neurona activa a otra, estimula a los genes en la segunda neurona para que fabriquen proteínas específicas, lo cual a su vez lleva al crecimiento de nuevas sinapsis en esa célula. Es difícil imaginar algo más determinado por el ambiente que el canto, pero su realización física en el cerebro está mediada por el proceso de transcripción del gen (la función de transcripción de los genes está estrechamente ligada con la «expresión» de los genes – M. Solms y O. Turnbull).
En pocas palabras, la experiencia activa «selecciona», o esculpe, un nuevo patrón de grupos neuronales más complejamente conectados, un reflejo neuronal de la experiencia individual de cada pájaro, de los procedimientos por los que ha llegado a aprender, a categorizar y a perfeccionar su canto. De manera que la estructura fina del cerebro de nuestros pájaros refleja el entorno al que se expone. Para el cerebro de nuestros canarios, el contexto es importante y la red neuronal exige la interacción con el ambiente para su adecuado desarrollo.
Un ejemplo sencillo para entender cómo podrían ser las interacciones gen-cerebro-ambiente: la técnica (neuroquímica) de monitorizar el cerebro de un pájaro mientras canta, basada en las dimensiones de la actividad genética a escala molecular dentro de las células individuales en el cerebro del pájaro. Aquí el protagonista es el entorno, es decir, los factores internos-externos que modulan la expresión génica.
Pero antes recordemos que el ADN está dentro de las células, y los genes son extensiones de ADN. Los genes, como dicho antes, solo dirigen la fabricación de proteínas específicas (este proceso se denomina «expressar»). Cuando un gen se expresa, el ADN que crea al gen se transcribe en un ARN mensajero. El ARN mensajero se utiliza para traducirse mediante una síntesis directa en la proteína [mientras algunos genes, como los que dirigen la producción de las plumas, se expresan en células creadoras de plumas, y consecuentemente las proteínas para producir plumas se fabrican en estas células, otros genes se expresan sólo en tipos específicos de células, y solamente después de un estímulo (interno o externo) específico].
Ahora bien, recientemente se ha identificado un gen cuya producción de proteínas se sintetiza solo cuando el pájaro canta. Los científicos descubrieron que el ARN mensajero y las proteínas producidas por este gen específico, al cual llamaron ZENK (relacionado con la plasticidad neuronal), se expresa siempre que el pájaro escucha o canta su canción particular. Cuanto más oye su canto, más proteínas aparecen en el gen, pero solamente en esas zonas particulares del cerebro aviar involucradas en la producción y aprendizaje de los cantos. (D. Rothenberg)
Es decir, cada vez que el pájaro canta, ZENK tiene antes que ser activado (expresarse) y ser inducido a sintetizar y reemplazar las proteínas que se utilizan en el canto. Esas proteínas (que incluyen algunas hormonas y neurotransmisores, los receptores que reciben los mensajes de las hormonas y de los neurotransmisores, las enzimas que sintetizan y degradan esos mensajeros, muchos de los mensajeros intracelulares disparados por esas hormonas, etc…etc.) son vitales para que el cerebro de nuestros canarios pueda hacer su trabajo, pero no provocan directamente la aparición del canto.
Nota bene: Los estudios han demostrado que el FOXP2 (un factor de transcripción que regula la expresión de otros genes implicados en el desarrollo neuronal y el aprendizaje vocal) desempeña un papel crucial en el desarrollo de la sintaxis de las canciones. El ZENK (que aumenta cuando el ave juvenil escucha cantar un individuo adulto y ayuda a la formación de la memoria), también desempeña un papel esencial en el proceso de adquisición de nuevas canciones. Se sabe que este gen está implicado en la percepción y el reconocimiento de canciones, que se activa durante la fase de aprendizaje y que contribuye a la formación de circuitos neuronales implicados en la producción de canciones. Es decir, cuando un pájaro escucha una canción, se activan neuronas específicas en su cerebro y se expresa el gen ZENK. Esta expresión génica ayuda al pájaro a formar conexiones neuronales que le permiten reconocer e imitar el canto. De ese modo, los genes ZENK y FOXP2 desempeñan funciones fundamentales en la regulación de la plasticidad neuronal y el aprendizaje vocal, mientras que los mecanismos o factores epigenéticos (que regulan la activación o supresión de genes implicados en el desarrollo del canto de las aves y que permiten ajustar los circuitos neuronales y los comportamientos asociados con el canto) contribuyen a la evolución, diversidad y configuración final del canto.
¿Por qué? Pues porque el canto de nuestros canarios no es una «cosa» determinada por patrones genéticos; es un «proceso», un proceso de la actividad cerebral que integra a elementos distintos en una totalidad funcional, mas allá de las moléculas originadas en determinados genes.
NEUROBIOLOGÍA DEL CANTO
Para concluir, sería injusto no considerar el hecho de que gracias a los avanzos de los conocimientos en el ámbito de la neurobiología del canto, hoy sabemos, entre otras cosas: i) que cuándo los genes se activan por obra y gracia del entorno crean y modifican varias estructuras y funciones cerebrales; ii) que el canto involucra una amplia gama de regiones cerebrales (o sea, que las instrucciones para el canto no están alojadas en un único grupo de neuronas, sino en una red interconectada y ubicada en diferentes zonas del cerebro, con funciones diferenciadas) y requiere el trabajo sincronizado de cada parte del cuerpo del pájaro; iii) que el cerebro de nuestros canarios, al igual que los humanos, tiene un lado izquierdo predominante; iv) que al igual que el nuestro, su cerebro está lateralizado y, por eso, tiene «lados» que procesan distintos tipos de información; v) que el cerebro del canario macho tiene un sistema de canto mucho más desarrollado que el de las hembras (desafiando de ese modo el dogma previo de que no hay diferencias entre los cerebros macho y hembra de los vertebrados superiores); vi) que las neuronas son temporales, que se sustituyen las que han muerto; vii) que las neuronas recientes son adjuntadas a muchas partes del cerebro anterior de los canarios, pero raramente a otras zonas del cerebro; viii) que neuronas nuevas son añadidas cada mes del año, pero el número total de neuronas HVC permanece constante en los canarios, incluso cuando el tamaño del HVC aumenta durante la primavera, la época de apareamiento, porque las neuronas viejas mueren
Como explica F. Nottebohm, el nacimiento de neuronas nuevas (la perpetua sustitución de neuronas viejas por nuevas o de rejuvenecimiento espontáneo de los circuitos clave del cerebro que se rehace constantemente a sí mismo) definitivamente tiene algo que ver con aprender y cantar un nuevo canto; si los pájaros no cantan más, el número total disminuye.; ix) que la estructura del cerebro adulto y los cantos que generan son mucho más plásticos de lo que se había pensado, alterándose con los cambios de estación y de función endocrina; x) que el aprendizaje del canto es un proceso diseñado, es decir, que los pájaros aprenden una sílaba un día, olvidan un poco por la noche, y al día siguiente lo cogen donde lo dejaron - el aprendizaje del canto emerge y aparece como un proceso gradual, pero finalmente es revelado como un curso lento que puede dirigir al abrupto aprendizaje de nuevas sílabas (O. Tchernichovski & P. Mitra).
También sabemos que la estructura fina del cerebro de nuestros pájaros refleja el entorno al que se expone, es decir, que la experiencia con el mundo modula casi todos os detalles mensurables su cerebro, desde la escala molecular, pasando por el detallado ensamblaje de las conexiones corticales, hasta la anatomía cerebral global, y que la red neuronal de cada pájaro no solo exige la interacción con el entorno para el adecuado desarrollo de sus habilidades canoras, sino que sus experiencias con el ambiente le van impregnando, hasta llegar al nivel de su expresión de los genes, donde quedan integradas a largo plazo, causando efectos que duran entre días hasta toda la vida.
De este modo, la naturaleza y la crianza están en una interacción dinámica desde los primeros momentos del desarrollo de nuestros pájaros. Los genes participan de manera activa en el proceso de desarrollo y están diseñados para ser flexibles, para responder y ajustarse a las demandas cambiantes del ambiente. En lugar de determinar en qué se convierten nuestros pájaros, los genes son actores en un proceso dinámico, interactivo e imprevisible: imponen lo que podríamos llamar las «reglas del juego» pero no deciden el resultado final.
Los factores externos modulan la expresión génica y la “herencia” se manifiesta a través de muchas formas diferentes mediante circunstancias modificables. El modo en que el genotipo se expresa a sí mismo para formar el «uno» fenotipo está inextricablemente ligado al ambiente singular en el cual se desenvolvió su desarrollo; o mejor dicho: el entorno influye de forma activa en la expresión de los genes de nuestros canarios, en la estructura y/o en la función de su sistema nervioso (que controla entre otras cosas: el aparato fonador, el aparato auditivo y el aparato respiratorio) y, por ende, en el destino de su canto y de su existencia.