Luchas por
la hegemonía:
proyecto
emancipatorio
y Constitución
en Chile
ALEJANDRA BOTTINELLI,
MÍA DRAGNIC GARCÍA,
OLAF KALTMEIER
Y MARCELO SANHUEZA
(EDS.)
Luchas por la hegemonía : proyecto emancipatorio y
Constitución en Chile / Acosta, Alberto ... [et al.] ; Editado
por Alejandra Bottinelli ... [et al.]. - 1a ed. - Ciudad
Autónoma de Buenos Aires : CLACSO ; Guadalajara :
CALAS, 2024.
Libro digital, PDF
Archivo Digital: descarga y online
ISBN 978-987-813-718-6
1. Hegemonía. 2. Chile. 3. Constitución. I. Acosta, Alberto, II.
Bottinelli, Alejandra, ed.
CDD 320.5622
Otros descriptores asignados por CLACSO:
América Latina/Chile/Constitución/Movimientos sociales
Arte de tapa: Ezequiel Cafaro
Imagen de tapa: obra sin título de Javier Barraza
Corrección de estilo: Emi Martín
Diseño del interior y maquetado: Eleonora Silva
Luchas por la hegemonía
Proyecto emancipatorio
y Constitución en Chile
Alejandra Bottinelli, Mía Dragnic García,
Olaf Kaltmeier y Marcelo Sanhueza
(eds.)
30.8.2021
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Chile: esperanza, derrota y futuro radical
David Díaz Arias
Hace algunos años, el sociólogo Aníbal Quijano se preguntaba por
qué si América Latina había vivido procesos más sangrientos y dictaduras más acechantes que el proceso vivido en Chile después de
septiembre de 1973, seguía siendo tan significativo para el continente conmemorar y discutir sobre Chile antes y después de aquel año
(Quijano, 2014, p. 625). Quijano no ofreció una respuesta clara a esa
autopregunta, pero sí dio las bases para pensar en la tremenda esperanza global que despertó la democracia chilena en 1970 y el impacto, entonces, que tuvo su derrota por medio de un golpe militar tres
años después.
Algo similar a lo indicado ocurrió en 2022 con el proceso constitucional chileno. En este ensayo se explora la esperanza que Chile
despertó al respecto, pero, para hacerlo, observa la influencia que
Chile ha tenido en otras democracias latinoamericanas desde el siglo
XIX. De esa forma, se podrán enmarcar mejor los sentimientos que
el proceso constitucional chileno tuvo en la región. Por lo anterior,
en este ensayo quisiera completar la explicación de Quijano, pues
pienso que se queda corta con respecto al papel que ha tenido Chile
en el continente y porque, justamente, al ampliar la explicación en
términos históricos, se percibe mejor por qué ha sido tan importante
mirar a Chile desde tantos puntos del continente.
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David Díaz Arias
De entrada, hay que decir que este acercamiento no debe interpretarse como una apología a Chile: sus historiadoras, historiadores,
científicos sociales, artistas, feministas, etc. han probado abundantemente los silencios y las exclusiones que se produjeron desde la
época colonial en esta tierra y los límites que tuvo el proceso de construcción del Estado y la nación chilenos, así como las exclusiones étnicas y sociales que propició. Es decir, se han derribado una serie de
mitos sobre Chile desde hace ya varias décadas, pero también se debe
apuntar, pues todo hay que decirlo, muchos de esos mitos tuvieron
una realidad histórica en la que se pudieron sostener. De esa constatación es la que parto en estas reflexiones.
Chile como ejemplo
Chile, es decir, la experiencia histórica chilena o su particularidad,
ha impactado tremendamente a América Latina desde el siglo XIX y
quizás los chilenos mismos no están enterados de esta influencia. Es
posible, sí, que el pesado título de ser el primer laboratorio mundial
del neoliberalismo sea básicamente lo que la mayoría de chilenos y
chilenas citarían si se les preguntara por la influencia de su país en
el mundo (Valdés, 1995). Pero Chile, a quienes los gurús económicos
del norte han presentado por décadas como un modelo de desarrollo económico al cual imitar, es mucho más grande y ha sido mucho
más determinante en otros impactos de tipo cultural, político y social que incluso lo definen mejor en su pasado y en este presente.
Es por eso que el proceso de parto de una nueva Constitución en
Chile durante 2022 fue tan importante y, por eso, los ojos de diversos
países de América Latina se posaron sobre Chile. Es decir, lo que resultaba de esta coyuntura histórica no solo determinaría el modelo
de país chileno, sino que tendría una influencia muy fuerte en la producción de modelos diferentes de país en la región latinoamericana
en general.
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Chile: esperanza, derrota y futuro radical
Por supuesto, en términos democráticos Chile fue una influencia
fuerte en América Latina hasta 1973. Múltiples elogios desde viajeros
o políticos de Europa, México, Centroamérica, el Caribe y algunos
países de Suramérica se pueden destacar desde el siglo XIX como se
advierte en el libro clásico de Hernán Godoy Urzúa El carácter chileno
(1981). Esos elogios visualizaban algo en Chile que lo volvía un ejemplo. Para esclarecerlo, se puede visualizar el impacto de Chile en la
Costa Rica de inicios del siglo XX.
Chile en el trópico
Hay un concepto histórico en Costa Rica que se refiere directamente
a Chile; se trata de “los chilenoides”. Ese vocablo es el nombre con
que se conoce a un grupo de jóvenes costarricenses que a finales del
siglo XIX y principios del siglo XX estudiaron en Chile.
En 1897, el gobierno chileno le ofreció al costarricense cinco becas
completas para que igual número de jóvenes cursaran estudios en su
Instituto Pedagógico. En 1901, una oportunidad parecida se les abrió
a otros muchachos y muchachas costarricenses. Estos profesionales
retornaron a Costa Rica cuando despuntaba el siglo XX y se convirtieron, en los siguientes años, en intelectuales, editores, productores,
escritores, científicos y políticos que influyeron tremendamente en
la organización de la educación costarricense y en la formación de
la clase trabajadora urbana, a la cual intentaron influir creando una
universidad popular, editando revistas y alentando espacios de enseñanza sobre socialismo, anarquismo, y comunismo (Garrón, 1989,
p. 14). Su impacto en todas esas esferas fue determinante.
En 1934, el gobierno de Chile invitó al entonces secretario de Educación costarricense, Teodoro Picado, a la II Conferencia Interamericana de Educación que se realizó en Santiago (Picado Michalski,
1934). Picado quedó tan impactado del modelo educativo chileno que
realizó la petición oficial para que se enviara una misión educativa
a Costa Rica, con el propósito de evaluar su sistema pedagógico y
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sugerir cambios que ayudaran a modernizarlo. Esa misión fue tan
importante para este pequeño país centroamericano que permitió
que se abriera la Universidad de Costa Rica en 1940, que había sido
cerrada por políticos liberales en 1887.
Entre 1940 y 1943 Costa Rica experimentó la creación de las instituciones más importantes para su seguridad social (Díaz Arias,
2015), y en eso, nuevamente, Chile tuvo un papel importante, pues el
presidente Rafael Ángel Calderón Guardia (1940-1944) envió en 1941
al médico Guillermo Padilla a Santiago para estudiar el sistema de
salud chileno, que se consideraba en esos momentos un ejemplo de
organización y democratización de la salud.
Estos pocos ejemplos, que se podrían ampliar en sus dimensiones geográficas, sirven en esta exposición para anotar su tesis principal: por razones históricas, Chile avanzó por vías sociales y políticas
normativas que posibilitaron que se convirtiera en un taller para la
puesta en práctica de reformas sociales y culturales cuyo impacto
fue decisivo en otras latitudes.
Chile ejerció una tremenda influencia democrática hasta 1973 y,
aunque el golpe de Estado de aquel año entorpeció esa influencia, es
importante anotar que la presión interna obligó a Pinochet a dejar
el poder después de un plebiscito y que la creación de la Comisión
Nacional de Verdad y Reconciliación, mediante el Decreto Supremo
Nº 355 del 24 de abril de 1990, fue también resultado de la necesidad democrática interna chilena. Chile, se podría decir, abrió la caja
de Pandora en que venían los monstruos más feos de la Guerra Fría,
pero también fue un país en que esos monstruos pudieron ser redefinidos gracias a las acciones populares (Ferrara, 2021). La impunidad,
empero, no siempre se pudo superar.
Es cierto, también, que desde finales de la década de 1970 Chile se
convirtió en un modelo de reforma neoliberal radical con el que se
congratulaban los organismos financieros internacionales y los tanques de pensamiento conservadores. Había que imitar a Chile, era la
fórmula que se regaba por todas partes adonde acudían personeros
del Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial. La reforma
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emprendida por los Chicago Boys en este país fue la que se recomendó en todas partes: disminuir programas sociales, aplicar reformas
tributarias regresivas, crear nuevas fórmulas de medición de la pobreza, realizar reformas educativas que entendieran a las escuelas
como empresas privadas en competencia, reformar el sistema de salud para rebajar la inversión estatal y emprender la privatización de
los sistemas de pensiones. Asimismo, a principios de este siglo la izquierda chilena era presentada por analistas políticos fuera de Chile
como una izquierda modelo que había renunciado a toda pretensión
revolucionaria y con la que se podía pactar (Castañeda, 2006).
Esta exposición del Chile neoliberal es lo que hizo tan llamativo
el proceso de levantamiento social que, desde 2019, se llevó adelante
para echar abajo ese modelo. Es decir, en ese momento las movilizaciones sociales chilenas le dijeron al mundo que no era cierta tanta propaganda neoliberal, que las lesiones al tejido social eran muy
profundas y que ese modelo no era viable ni para los humanos ni
para el planeta (Navarrete y Tricot, 2021).
La esperanza fallida y el mundo
Por todo lo anterior era tan importante, para el mundo fuera de
Chile, el proceso constitucional vivido en 2022. Las movilizaciones
chilenas que comenzaron en octubre de 2019, y el incendio social al
que llevaron, contagiaron otros espacios, hasta convertirse en un enjambre volcánico en explosión en todo el continente.
Con las movilizaciones chilenas se produjo una esperanza compartida de que otro mundo era posible. Por causas diversas, hubo
movimientos sociales en Ecuador, Argentina, Puerto Rico y Bolivia.
Esos movimientos fueron liderados por jóvenes, pero también tuvieron contenido de clase y emprendieron reivindicaciones de género
y étnicas. En Colombia, a partir del 21 de noviembre de 2019, comenzaron las movilizaciones contra una serie de reformas económicas y
contra la corrupción; hubo paros, cacerolazos y marchas en Bogotá
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todos los días hasta finales de enero del 2020. Otras partes del país se
encendieron, como Medellín, donde la lucha era muy activa en las
calles. En Costa Rica, jóvenes estudiantes de secundaria y universidad tomaron los espacios públicos capitalinos y fuera de San José e
interrumpieron el tránsito y luego se refugiaron en algunas partes
de los campus universitarios como signo de protesta. Su ejemplo era
la desobediencia chilena. Así encontró a América Latina la pandemia por COVID-19 a inicios de 2020.
El proyecto constitucional chileno de 2022 volvió a actualizar la
imagen de este país como taller en América Latina. La discusión que
despertó ese proyecto, la composición de la Convención Constituyente que lo escribió, los conceptos que expuso fueron una especie de
síntesis de las luchas del pasado con las del presente. Es decir, ese
proyecto y su producción fueron, a nivel mundial, el primer intento de enfrentar a los siglos XIX y XX con el siglo XXI en sus visiones de mundo, sus identidades, sus nociones de lo político y otros
conceptos.
Es cierto que múltiples veces se han producido nuevas constituciones en América Latina desde el siglo XIX (Gargarella, 2014), pero
lo que ocurrió en Chile en 2022 fue un hito, porque superó la simple
actualización y los acuerdos de cambios consensuados de grupos
ganadores de un proceso político, porque fue revolucionario en el
acto de repensar el Estado y sus instituciones, pero también porque
replanteó las concepciones sobre la cultura, el lenguaje, la organización social, las visiones sobre las minorías étnicas, la concepción
de la infancia, las necesidades de quienes tienen algún impedimento
físico, la valoración plural del concepto de lengua oficial y la concepción de la relación entre la humanidad y la naturaleza.
En ese sentido, no fue extraño el “miedo al cambio” con que algunos grupos políticos chilenos observaron ese proceso de producción
de un nuevo pacto político-social. Pero, visto desde fuera, al mirar la
historia chilena, más bien el ejemplo de abanderado fue lo que colocó a Chile en el contexto continental. Por eso, el temor de las élites
latinoamericanas era que ese proyecto constitucional ganara y que
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Chile: esperanza, derrota y futuro radical
creara un ejemplo revolucionario a seguir en sus países. La derrota del movimiento del “Yo Apruebo” en septiembre de 2022 también
significó el triunfo de las élites neoliberales en América Latina, que
utilizaron esa derrota para decir que el pueblo chileno no quería
cambiar su modelo de desarrollo.
El diario español El País interpretó el triunfo del “Yo Rechazo”
como una derrota de la izquierda latinoamericana (Manetto y Quesada, 2022) y como si fuera un presagio de futuros fracasos de esa
tendencia a nivel continental. El periódico argentino La Nación subrayó que el triunfo del rechazo había sido “aplastante” y como un un
verdadero freno a los anhelos refundacionales que surgieron a partir
del estallido social de 2019 (García, 2022). Y así, similares afirmaciones se expusieron a lo largo de América Latina, de forma tal que la
derrota del texto constitucional chileno alimentó la falsas nociones
e interpretaciones sobre el proceso que llevó a presentarlo como algo
“malo” y a afirmar que los chilenos estaban conformes con el modelo
neoliberal-pinochetista. La esperanza fallida llevó a que las campanas de los templos conservadores hicieran eco y usaran a Chile, nuevamente, como un ejemplo de lo que se debía hacer desde su visión
de mundo: rechazar los cambios sociales y revolucionarios.
Historia radical
La derrota de la esperanza en Chile no puede ser entendida como el
resultado de una sociedad conservadora que se niega al cambio, sino,
por el contrario, como la consecuencia de décadas de propaganda en
contra de las transformaciones. Las movilizaciones de 2019 intentaron romper con esa rémora, pero el parto no ocurrió. Pero ese nacimiento de algo nuevo parece inevitable y necesario para sobrevivir a
la dictadura del pensamiento único y a la persistencia del virus individualista que carcome nuestra sociedad desde hace varios lustros.
Y el pasado puede darnos ejemplos de que esto también es posible; el pasado importa no solo porque nos permite ver lo que fue, sino
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porque en esas experiencias se encuentran también ejemplos de que
la desigualdad, y la exclusión también se pueden vencer con un esfuerzo colectivo.
Al plantear su propuesta por una “historia radical” en 1970, el
historiador estadounidense Howard Zinn (1970) pensaba que el pasado estaba vivo en su misión de cuestionar la idea de que las cosas
siempre han sido como son y aseguraba que, aunque la historia no
podía proveernos de una total confirmación de que una sociedad mejor era inevitable, sí podía darnos evidencia de que una sociedad así
es algo concebible. La importancia de la historia, así, trasciende su
conocimiento e involucra la presencia de esa indomable idea de que
seremos mejores y estaremos mejor. Si la derrota del “Yo Apruebo”
logra realmente posicionarnos en ese carril de la historia, podremos
vencer las pandemias sociales que han crecido descontroladamente
en las últimas décadas: la violencia, la injusticia, la persecución a las
minorías y la incomprensión. Por eso, Chile sigue siendo esperanza.
Conclusión
Chile ha sido espejo para América Latina en diferentes momentos
históricos. Durante el proceso constitucional de 2022, ese ejemplo se
expuso de manera revolucionaria al crear la sensación de que existía
una alternativa a la sociedad capitalista global y a esta época cargada
de egoísmo, desigualdades, sobreexplotación, abuso del espacio, consumo, desinterés por el ambiente y producción de basura. Eso fue así
porque en una parte de las solidaridades e identidades que ocurren
en Chile se esculpen en la resistencia a ese modelo de vida y consumo
neoliberal.
Aunque la constitución no se aprobó, Chile dejó claro que el capitalismo salvaje neoliberal es inaceptable. Por eso, seguimos contemplando lo que ocurre en esta nación, porque sus movimientos
de lucha social abren una nueva perspectiva para mejores futuros.
Como lo ha señalado el intelectual anarquista Simon Springer: “La
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fragmentación y la individualización le hacen el juego a la modalidad neoliberal, y, por lo tanto, si queremos tener éxito para destronar
esta visión del mundo debemos intentar unirnos” (2017, p. 6). Justamente, a eso es a lo que aspiran todavía los chilenos que produjeron
el estallido social de 2019. Ese es el peso de la Historia que traen en
sus hombros desde ese momento.
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