viernes, 30 de abril de 2021

Tatiana Țîbuleac: El jardín de vidrio

Idioma original: rumano
Título original: Grădina de sticlă
Traducción: Marian Ochoa de Eribe
Año de publicación: 2019
Valoración: recomendable

Hay libros que despiertan interés ya antes de que sean publicados y es indudable que, tras el estelar debut de Tatiana Țîbuleac en «El verano en que mi madre tuvo los ojos verdes», uno estaba pendiente de su próxima publicación. Y me ha encantado encontrar en ella el estilo atrevido, punzante y poético de la autora rumana. Pero también he encontrado esta vez ciertas carencias y algunas notables diferencias entre ambos libros, especialmente en lo tocante a su estructura. Vayamos a ello.

El libro empieza de manera directa, con esa prosa poética, dura y contundente que nos deslumbró a muchos en la primera novela traducido de la autora moldava. Es fácil reconocer su estilo justo al leer la primera frase: «Nazco de noche, tengo siete años. Me llevaría en brazos, dice, pero tiene las manos ocupadas». Porque así empieza el libro, así describe Țîbuleac con perfecta precisión y desconsuelo como la huérfana Lastochka, protagonista de la historia, es recogida por la anciana Tamara Pavlovna de un orfanato en ese nuevo renacer, en esa puerta que se abre lejos del mundo sórdido y frío que conocía hasta la fecha. Pero hablamos de Țîbuleac, y la alegría de sus personajes es corta y efímera, porque quien la acoge en su regazo es esa anciana poco dada a cariños y afectos, alguien de quien afirma, cuando está enojada, que «sus ojos se entornaron, la boca se le achicó, y así, plegada sobre sí misma, parecía una habitación en la que se hubiera apagado la luz». Esa ausencia de luz, esa frialdad emocional, tan característica del estilo de la escritora, es constante a lo largo de la narración y es duro, pero a su vez es lo que buscamos en su obra. Porque es palpable ya desde un inicio la prosa poética y bella de Țîbuleac, es perfectamente reconocible su tacto en describir situaciones duras y tristes.

Con este inicio entramos en el mundo de Tamara, una mujer que se gana la vida, o la sobrelleva, recogiendo botellas de vidrio y vendiéndolas, a la vez que intenta instruir a Lastochka en el oficio, con su rigidez constante en trato y exigencias, porque Lastochka sufre la presión de comportarse de manera educada, de formarse, de ser culta porque, tal y como le inculca Tamara, «aprende ruso, sin él no tienes nada que hacer». Esa es su salida, su futuro, su porvenir. Porque el que no tiene nada ni modo de conseguirlo, solo puede conseguirlo a través de los otros, si logra que los otros se lo ofrezcan por lo que es, o por lo que aparenta. Esa exigencia envuelta de temor se mezcla con el agradecimiento, con cierta veneración inicial hacia Tamara a pesar de su dureza, porque «me habría aferrado a una cuchilla si me hubiera acariciado y me hubiera arrojado pan», porque era alguien que le permitía caramelos, pero «me dejaba coger dos, no uno como al resto de los niños, porque era huérfana y tenía en la boca un gusto mucho más amargo». Así, en esta dualidad emocional y afectiva se desarrolla la vida de Lastochka y se dirige en su narración en primera persona al lector que, en su deseo más íntimo, espera que sean sus padres, confesándonos la incomprensión ante su decisión abandonarla, cuestionándose desconsoladamente «¿En qué lengua debo buscaros? ¿En qué lengua debo perdonaros? ¿Por qué nadie dijo que era mejor que siguierais muertos? Muertos me habríais querido más. Muertos os habría querido más». Así, Lastochka nos confiesa la frustración y el odio que siente ante su pasado, basado en mentiras y falsedades, constatando que no fue sacada del orfanato para tener una mejor vida, sino «que me habían comprado», llegando a afirmar que «a veces pienso que, si os odio un centímetro más, mi odio formará un círculo completo y llegará el amor. Ese centímetro es lo que más miedo me da, por ese motivo lo aplazo todo». Porque si bien el odio y el asco es conocido, no lo es el amor, y ese desconocimiento es el peor de todos los miedos y temores.

De esta manera, Țîbuleac nos sitúa en un mundo poblado de la nada, de miserias y pocas alegrías que, como tesoros escondidos, se encontraban detrás de lo más nimio e impensable. Rodeada de niños en su misma condición, el día a día conforma su mundo de extrema austeridad, de trabajo físico interminable con el sustento como única paga. Y donde no llega más tampoco lo hace el cariño ni la ternura, no hay tiempo ni tampoco aptitudes para ello, porque «nosotros éramos botelleras. Nuestro trabajo consistía en reunir botellas y pagarlas al contado» en un mundo oscuro y sórdido en el que «belleza y luz veía raras veces. Respiraba todo el día alcohol, escuchaba juramentos y contaba monedas» y la constatación desoladora, con el paso del tiempo, de que «pasaban los meses y comprendía que, de un orfanato pequeño, había acabado en uno grande» en el que «las chicas se habían convertido en mujeres. Les habían crecido los pechos, pero no los corazones». 

Estructuralmente, la historia rompe de manera continua la narración en orden cronológico y es un constante salto temporal entre presente (con Lastochka ya mayor) y sus recuerdos del pasado, retazos de una vida que nos ofrece a modo de pinceladas con una estructura terriblemente fragmentada, con capítulos que la mayoría de las veces son una simple página o un par. Este hecho causa que el argumento sea difícil de seguir, con saltos constantes en el tiempo y sin referencias al mismo. Así, uno va recomponiendo la historia sin saber a ciencia cierta el orden en el que suceden los hechos, en ocasiones explicados como meros apuntes con hechos particulares que dan una visión de un mundo triste, aterrador, angustioso, penoso, pero sin saber poco de su evolución. Vemos el dolor y la angustia, pero no vemos de manera clara el camino seguido, aunque sí sus cicatrices y escollos, es ahí radica la magia del estilo de Țîbuleac, en el envoltorio que, brillante y atractivo, se va convirtiendo en arrugado, gastado, deshecho a medida que te acercas a él para encontrar, dentro de él, el más absoluto vacío.

Más allá del retrato emocional de su protagonista, Țîbuleac sitúa la historia en la República Socialista Soviética de Moldavia y, con ello, trata otros aspectos que inciden en la vida de la protagonista y conforman su evolución marcada por el conflicto ruso/moldavo, y la decisión de ir a la escuela moldava, para instruirse así en su lengua, a pesar de su irrelevancia, a pesar de que «lo más bonito en mi cabeza estaba en ruso. El ruso lo escuchaba en la televisión y en la radio. En las calles y en el patio». La lengua de imposición, que la lleva a creer que «pensaba que las palabras se inventaron en ruso y, solo más adelante, desde ahí pasaron a otras lenguas», constatando que la cultura imperante borra y erosiona todo lo que no es ruso; pero ella mantiene su lengua, a pesar de todo, porque es como ella siente; una lengua que en su fuero interno cree tan empobrecida que, al ver por primera vez un libro escrito en rumano la lleva a cuestionarse que «¿Cómo podía una lengua, que era la nuestra, estar escrita con otras letras? Y, sobre todo, ¿para qué?».  

La autora deja constancia también, de manera clara y evidente, de la necesidad de la sororidad en tiempos de dificultades, el soporte encontrado en sus amigas, compañeras, porque quizás es lo único a lo que aferrarse para sobrevivir en un mundo arduo, ingrato y detestable, porque «quería estar con Maricica, con Olia. Quería que vinierais a llevarme al fin del mundo». Unas amigas con similares futuros, a menudo atados a las voluntades de sus maridos, pero también a las luchas contra esos valores tan arraigados por una tradición que no tiene en cuenta sus voluntades y deseos. Querían sentirse vivas porque «sabíamos que éramos mujeres, tal y como lo entendíamos nosotras y como era en aquellos tiempos. Queríamos grandes preocupaciones y dolor de verdad. Que nos sucediera, que nos perturbara algo».

Lamentablemente, el libro va claramente de más a menos, pues partiendo de un tono y una prosa impactante y terriblemente reconocible, a medida que se avanza en la lectura, se va diluyendo el impacto, con menos frases que marcan al lector que, a su vez, va perdiendo el hilo en una narración con esos saltos continuos y fragmentos desubicados hasta el punto en que, superada la mitad, el libro entra en una cierta monotonía, sin un horizonte claro hacia el que un lector pueda vislumbrar claramente la trama de un relato en exceso fragmentado, repleto de breves anécdotas pero poco elementos decisivos; como las propias botellas que recuperan de entre los escombros, las piezas encajan pero es difícil su reconstrucción a partir de los añicos que nos dejan esas perlas escondidas entre un mar de soledad y miserias. Afortunadamente, en su tramo final recupera el tono del inicio y recobramos, parcialmente, la sensación que teníamos en un inicio.

De esta manera, la lectura del libro me deja el libro sensaciones encontradas, pues a pesar de su excesiva fragmentación y una bache hacia la mitad de la lectura en cuento a argumento e incluso impacto emocional donde uno cae en cierta apatía, hay pasajes donde Țîbuleac brilla con esa luz que la hace especial, como cuando la protagonista, dirigiéndose a sus desconocidos padres, confiesa que hubiera querido «preguntaros, por fin, por qué me visteis como una carga si habría cabido en una de vuestras manos». Es en esas frases donde lo hermoso y lo desgarrador se dan la mano, donde la belleza del estilo de la autora se funde y se empapa en la tristeza más absoluta; es en esos pasajes cuando nos conmueve y nos afecta del modo que solo un buen texto puede hacerlo. Porque es, en esos momentos, donde nos reencontramos con la belleza de la literatura.

También de Tatiana Țîbuleac en ULAD: El verano en que mi madre tuvo los ojos verdes

jueves, 29 de abril de 2021

Reseña + Entrevista: "Caracas muerde" de Héctor Torres

Idioma original: Español
Año de publicación: 2012
Valoración: Está muy bien

Dice Héctor Torres en "¿Cómo se les llama a los que nacen en Chivacoa?" que A Caracas no se la habita, se la padece. Y parece que no puede ser de otra forma en una ciudad estrepitosa y salvaje que tiene el dudoso honor de figurar siempre en los primeros puestos de los rankings de ciudades más violentas del mundo, en una ciudad en la que la violencia, la arbitrariedad y el abuso están absolutamente normalizados e institucionalizados, en una ciudad en la que conviven la inquietud, el hastío y el miedo perpetuo con una permanente "huida hacia adelante" y en la que la vida se ha convertido en una ruleta rusa (o, tal vez, venezolana)

Todos estos temas aparecen en los 30 textos, a medio camino entre la crónica y el relato, que componen "Caracas muerde". Crónica y relato entrelazados en los que es fundamental el papel del narrador omnisciente que nos pone en situación, que aporta una serie de datos reales (cifras, estadísticas, noticias...) que dan pie o se entretejen con la ficción para conformar unos textos que hablan de la relación violencia - poder -  Poder, de la paranoia y la esperanza, del miedo y la rabia, de vidas anónimas afectadas, de una u otra manera, por esa angustia cotidiana.

Si tuviera que decantarme por una como principal virtud del libro, diría que esta es la forma en la que el autor lo enfoca. Creo que la estructuración en breves "cronicarrelatos" y la individualización de los efectos de la violencia funcionan a la perfección y dotan al texto de una fuerza mayor de la que tendría si se hubiese optado por algo más "genérico". No sé, parece que impresiona más cuando se pone rostro a la desgracia que cuando de habla de miles de muerto en un terremoto en Irán, ¿no?

Pero "Caracas muerde" tiene otras virtudes. Los textos poseen lo que podríamos llamar una potente voluntad literaria. En ellos se observan diferentes estilos, influencias y mecanismos para acercarnos a la realidad: el tono periodístico, el relato casi borgiano, lo cinematográfico, lo tragicómico,  lo crítico, etc. En fin, pese a que el libro es "monotemático", el punto de vista varía a lo largo del texto y el autor sale airoso de las incursiones que realiza por diversos territorios, en buena medida gracias al ritmo que imprime. 

Vinculado a lo anterior está los diferentes registros que maneja en autor, en los que se combinan el lenguaje "de calle" (con sus venezonalismos, claro, pero sin que la lectura resulte especialmente complicada para el lector ajeno a ellos), aunque no por ello exento de licencias literarias entre las que cabe destaca la metáfora, el aforismo, etc.

Todo lo anterior confiere a "Caracas muerde" su carácter híbrido (en varios sentido) y hace de él un texto mucho más complejo y arriesgado en lo formal de lo que inicialmente podría sugerir. Y si a esto le añadimos la crudeza de las historias narradas, nos queda un libro muy pero que muy recomendable, desde luego.

*****************************

Dicho esto, transcribimos a continuación un pequeño cuestionario al que Héctor Torres ha tenido la enorme amabilidad de contestar y de hacerlo así. ¡Disfrutad!:

ULAD: Caracas ostenta desde hace décadas (o eso al menos creo recordar) uno de los índices de criminalidad más altos del mundo. Aquí imagino que entrarán en juego factores económicos, políticos, “culturales”, etc. ¿Cuál sería, en tu opinión, el peso de esos factores?

H.T.: Es posible que haya en todo eso ciertos valores culturales, como cierto culto a la viveza y a sentirse por encima de las leyes. Eso de que las leyes y el buen comportamiento son para los gallos (gente ingenua). Pero sin duda el peso más importante recae sobre la podredumbre del sistema judicial en todos sus ámbitos. Algo que arrastramos, desde antes del chavismo, de que el cumplimiento de la ley es para los pendejos. Y a eso se le agrega la laxitud de las “autoridades” con respecto a las pequeñas faltas. La incapacidad, por parte del encargado de hacer cumplir la ley, de ver que en la pequeña falta se está generando un hueco en el sistema, que irá escalando hacia faltas más graves y hacia los delitos contra las personas y las propiedades. En Venezuela no hay estrategias claras de seguridad ciudadana. Más bien, demasiado civilizado es un país en el que los policías están atendiendo sus negocios en lugar de proteger al ciudadano. Eso, cuando los ves.

ULAD: Pregunta supongo que recurrente: ¿Cómo ha afectado al chavismo a esos índices? ¿Cómo han “evolucionado” los delitos en la época Chávez – Maduro?

Muchísimo. El chavismo es una versión reloaded de todas las taras que traía Venezuela en el ejercicio del poder. La primera señal de alerta fue la militarización de la función policial. Chávez viene de un cuartel y piensa que el cuartel funciona de forma ideal. Pero, además de que eso es una fantasía propia de un rango medio delirante, la vida en la calle tiene dinámicas distintas que la de los cuarteles. Allí comenzó todo. Luego, la policía se corrompió hasta los huesos, al punto de que difícilmente queda algo rescatable en esas instituciones. Agréguesele a eso las criminales políticas del chavismo de “pacificación” de barrios, acentuado durante el período de Maduro: pactar con las bandas delictivas de los barrios para que la policía no entre en sus territorios, a cambio de que sean ellos los que establezcan el control (usualmente político) de los mismos. Es lo que llaman bajo el eufemismo de “Zonas de paz” Es la desintegración del Estado. De hecho, durante la época en que los secuestros express eran una práctica muy extendida, los testimonios de las víctimas hablan de unas operaciones sospechosamente muy bien organizadas.

ULAD: ¿Cuál es la relación del caraqueño de a pie con la violencia y con la ciudad? ¿Cómo puede sobrellevar el miedo?

H.T.: El caraqueño vive en permanente estado de suspicacia. Cuando estuve en Madrid, en diciembre de 2019, descubrí cuánto ha avanzado el daño en la psique del caraqueño. Cuando caminaba por una calle solitaria, a las 12 de la noche, de vuelta al apartamento en el que me estaba quedando, y sentir una aprensión muy fuerte cuando sentía que alguien venía una cuadra detrás de mí, es una muestra de nuestra profunda relación con la desconfianza y el miedo. Lo que pasa es que el venezolano, en general, suele ser muy sociable y dado al contacto físico y a la alegría. Eso genera un cierto equilibrio. Pero, sí, para el caraqueño ninguna cautela será suficiente.

ULAD: En su caso, pese a todo lo que cuenta en el libro, se observa una mirada empática o “cariñosa” hacia la ciudad y sus habitantes. ¿Puede ser algo así como el recuerdo del primer amor (y perdón por la cursilería)?

H.T.: Jajaja. Nada que perdonar. Yo soy cursi. De hecho, ser cursi es la nueva forma de ser punk, en tiempos en que todo el mundo quiere ser malo. Ahora, con respecto a la pregunta, yo creo que la mirada compasiva es fundamental para entenderse con el mundo exterior, si se trata de intentar comprenderlo. En mi opinión no se puede dar cuenta de los hechos que nos rodean ni de los tiempos que nos tocaron vivir sin intentar comprenderlos. Y eso pasa por una mirada compasiva y, de hecho, le agregaría, con un ánimo melancólico: Aceptar el mundo como es y sentir compasión por los personajes de esa película incesante, que no tienen ni idea de para qué están en el escenario. Solo así siento que afloran esos mecanismos ocultos que hace andar la vida.

ULAD: Yendo al aspecto más literario, me llama mucho la atención la triple condición híbrida de “Caracas muerde”. Por un lado, resulta curiosa la mezcla de crónica y relato (dos géneros con fuerte arraigo en América Latina, además). Al menos para un lector ajeno a Caracas, da la impresión de que la realidad es la base para un desarrollo ficcional posterior (o simultáneo). ¿Cuánto hay de cada uno de los géneros en “Caracas muerde”?

H.T. Todo intento de sujetar la realidad a través de la literatura termina por producir una pieza de ficción. Es inevitable. Al menos, así lo veo. De hecho, cuando somos testigos de un hecho y lo evocamos ya inevitablemente lo ordenamos contaminado por nuestra visión del mundo, que es decir por nuestros valores acerca del mundo. Por eso toda historia, por mucho que quiera apegarse a los hechos, es una representación de la realidad. Un objeto estético que sirva para afianzar la visión que uno tiene del mundo. Aferrarse a la pureza de la realidad es, desde mi punto de vista, inútil, porque desde que lo ordenamos y contamos, el hecho dejó de ser aquello para ser esto. Entonces, si de todos modos ya se va a contaminar de ficción, no veo por qué empobrecer la pieza literaria cuando se le puede enriquecer. Ezra Pound decía que la literatura es el lenguaje cargado de sentido. En todo caso, creo que hay dos tendencias en eso de contar la realidad: atender a un riguroso apego a los hechos o atender a un riguroso apego al efecto. Ya que la literatura, para mí, es una manera de entenderme con el mundo, pues yo no tengo mayor problema en sacrificar los hechos con miras a potenciar el efecto. En ese sentido, como buen fabulador, llega un punto en que no sé cuánto de imaginación y cuánto de testimonio de la realidad pura hay en cada historia que termina en mi cabeza.

ULAD: Por otro lado, pese a ser textos más o menos “monotemáticos”, en ellos observan técnicas que van casi de lo estrictamente periodístico a lo cinematográfico, pasando por lo levemente humorístico. ¿Cómo se fue modelando ese material inicial para darle una forma u otra?

H.T.: Creo que cada texto iba exigiendo su tratamiento. Es un pulso para comunicar un hallazgo al lector, pero teniendo mucha conciencia de que la fórmula de todo texto que será publicado tiene en el lector un elemento fundamental. Entonces, en ese diálogo con el lector imaginario de cada una de esas historias se imponía una estrategia distinta. No ser muy cruel en un momento, o sacudirle la modorra, o atenuar el horror, o ponerlo en perspectiva para que pueda verlo en toda su dimensión… Cada momento exige una forma de decir, así como pensamos la estrategia ante cada situación en que tenemos que comunicarnos con otro: desde pedir un aumento de sueldo hasta decirle al vecino que te tiene harto con la música.

ULAD: Por último, el habla coloquial o el “slang” caraqueño y el lenguaje más “poética” conviven a la perfección en el texto y en gran medida gracias a la posición del narrador a lo largo del mismo. ¿Qué determinó la elección de ese tipo de narrador en concreto?

H.T.: Creo que tiene relación con lo anterior. La voz del narrador inevitablemente tiene una íntima relación con la voz del autor. Yo soy ese punto intermedio en que en efecto vengo de un hogar de una mujer que crió a sus hijos sola, y crecí en esa frontera donde termina la ciudad y comienza la vida sin ley de los barrios. Ese punto medio, que no creció siendo un tipo duro pero tampoco podía darse el lujo de sentirse demasiado protegido. Y creo que, de una forma u otra, eso es característico de la caraqueñidad: las niñas que estudian en colegios de monjas son “malandras” y los muchachos que se crían en barrios pueden ir a la universidad (bueno, podían. El chavismo se encargó de destruir la universidad pública). Entonces, como en ciertos espacios todo el mundo convive más o menos con todo el mundo, todo el mundo se maneja con slang independientemente de su condición socioeconómica o educativa.

ULAD: A lo largo del texto se menciona en varias ocasiones a Borges y casualmente uno de los textos que más me ha gustado es el “Como en un Aleph de pesadilla”, pero también me parece ver cosas de Carver y el realismo sucio estadounidense. ¿Pueden ser estas influencias una metáfora perfecta del carácter bipolar de ciudad?

H.T.: Sí, una observación muy aguda. Es posible. Y eso es Caracas: la vida en todo su esplendor. Esa belleza y ese espanto al cual se refiere Rilke en un solo lugar. En todo caso, Borges es un amuleto de la buena prosa del cual no me he podido zafar. Creo que, indistintamente del tono, en ambos casos hay un apego profundo a la belleza y a la eficacia del lenguaje.

ULAD: Para terminar, ¿la realidad supera a la ficción en Caracas?

H.T.: Sin ninguna duda. En general, creo que Latinoamérica es la región donde la ficción palidece por falta de imaginación. En ciudades de México, Colombia o Venezuela cualquier ciudadano común ha visto en la vida real una violencia que un ciudadano promedio de una ciudad más sosegada solo ha visto en la televisión. Que “las autoridades” saquen de la cárcel a un peligroso delincuente para que le arrebate a otro el control de un barrio, porque se puso demasiado independiente, y que al no lograrlo, tras tres días de intensos tiroteos, lo hayan liquidado, eso supera cualquier fantasía de crónica negra que se le pueda ocurrir a un guionista. Y ese cuento corrió por las redes hace poco en Caracas acerca de un enfrentamiento en Petare. Que sea rigurosamente cierto es irrelevante. La gente lo puede creer y eso basta para que sea realidad.

miércoles, 28 de abril de 2021

María Fernanda Ampuero: Sacrificios humanos

 Idioma: español

Año de publicación: 2021

Valoración: muy recomendable


Al feliz auge que está viviendo en este siglo XXI la literatura escrita por narradoras hispanoamericanas se han sumado con compresible interés algunas editoriales de este lado del Atlántico (de los dos, en algún caso), tanto pertenecientes a grandes grupos como de las llamadas independientes (maś o menos, también en algún caso): Anagrama, Sexto Piso, Candaya... o, como ocurre con este último volumen de relatos de Mariana Fernanda Ampuero, Páginas de espuma, que ya publicó su anterior y celebrada Pelea de gallos

Para quien haya leído este otro libro, decir que tanto el estilo como los asuntos tratados en los cuentos reunidos en Sacrificios humanos son similares: la violencia, efectiva o latente, sufrida por las mujeres; la marginación y el desprecio hacia los diferentes, los desfavorecidos por la Fortuna o los caprichos de la genética; el inierno sórdido que puede ocultarse tras la fachada de la institución familiar; la crueldad que una sociedad desalmada reserva para los más débiles... y, sobre todo, el miedo, el miedo que recorre todos los relatos de este volumen, adoptando una u otra de sus múltiples y cambiantes formas. Porque la mayoría de los cuentos se pueden encuadrar en ese género híbrido, y por ello tan fecundo, entre el costumbrismo y lo fantástico -léase terrorífico- que cultivan con similar excelencia otras escritoras latinoamericanas actuales ("gótico ecuatoriano", en este caso, ya que no me atrevo a calificarlo de "andino", puesto que Ampuero es de Guayaquil, en la costa).

Al igual que en la recopilación anterior, estos relatos están escritos con un estilo contundente, incluso impúdico y violento, si se quiere... la diferencia es que si en Pelea de gallos algunos cuentos, aun siendo notables, se "pasaban un poco de frenada", por decirlo así, y se hubieran beneficiado de un poco de contención a partir de algún momento, en los de este libro, siendo tanto o más vehementes y hasta tremendistas, no sobra ni falta nada. Si alguno no me ha parecido redondo del todo, se debe a algún quiebro de la historia, una dirección narrativa que no ha acabado de convencerme o a que la alegoría que expresaban era demasiado evidente. Pero la adecuación entre forma y fondo es siempre perfecta. Por otro lado, excepto un par de relatos -destaca Sacrificios, escrito en forma de diálogo que mantienen un matrimonio atrapado en el laberíntico parking de un centro comercial-, están todos escritos en primera persona, lo que acentúa la empatía, o incluso identificación que sentimos con las protagonistas. Y pongo "las" porque , también excepto en un par de ellos, Sanquijuelas y Freaks -dos de los mejores, por otra parte-, las protagonistas-narradoras son féminas: inmigrantes desamparadas -Biografía-, niñas o adolescentes -Creyentes, Silba, Elegidos-, sufridas criadas -Pietá-, esposas violadas, maltratadas -Edoth, Lorena-, siempre víctimas o testigos de la violencia que se ejerce contra ellas y sus congéneres , y que es, junto con el miedo, el principal vector que actçua sobre estos relatos. aunque también he de decir que, en mi opinión, el mensaje de este transfondo llega con más efectividad cuando lo hace de forma más sutil. Lo mismo ocurre con el transfondo de conflicto social que también aparece en alguno de los cuentos.

En cualquier caso, quiero dejar claro que todos los relatos de Sacrificios humanos muestran un magnífico nivel literario y una gran madurez como narradora de su autora; si a alguno de ellos le pongo alguna que otra pega, es tan sólo por comparación con la media docena o más -¡de doce!- que resultan excelentes, de una calidad, frescura y autenticidad fuera de dudas. Menos mal que los relatos son cortos y el libro, por tanto, finito, porque tal derroche de talento y buen oficio resulta incluso apabullante.


También de Maria Fernanda Ampuero en Un Libro Al Día: Pelea de gallos

martes, 27 de abril de 2021

Joyce Carol Oates: Del boxeo

Idioma original: inglés

Título original: On boxing

Traducción: José Arconada

Año de publicación: 1987

Valoración: Muy interesante


Si digo que mi primer Murakami fue De qué hablo cuando hablo de correr (o sea, nada de novela), y que mi primer –y único- Octavio Paz no fue un poemario sino un ensayo sobre arte (Apariencia desnuda), sorprenderá menos que mi primer Oates haya sido un libro sobre boxeo. Por lo visto, Joyce Carol Oates, con una buena lista de títulos reseñados en este blog (ver abajo), heredó de su padre la afición por el boxeo, algo bastante infrecuente en una chica, y parece que la ha mantenido incluso más allá de la publicación de este libro (1987) porque, por lo que he visto, hay alusiones a este deporte en algunas de sus muchas novelas.

Siempre que se habla del boxeo (algo a lo que he llamado deporte, pero entiendo que haya quien no trague con ello) surgen posiciones más o menos airadas, calificándolo de brutalidad, salvajada, apología del machismo, y cosas así. Creo que hoy en día hay realmente muy pocos aficionados, la mayoría entusiastas, eso sí, pero es algo que, salvo en círculos muy reducidos, parece llamado a la irrelevancia social si no a su extinción. Por eso creo que este es un libro muy oportuno, quizá no tanto para reivindicar eso que se llamó el noble arte, pero sí para encontrarle otras perspectivas más allá de tópicos y simplificaciones.

No encontraremos aquí ni una palabra de técnica boxística, algo que seguramente a casi nadie interesa ya, aunque estoy seguro que la autora conoce con detalle. Tampoco nada, o casi, en torno a la leyenda negra, o mejor diríamos la realidad negra de ese backstage siniestro que todos tenemos más o menos interiorizado: corrupción, promotores de avaricia insaciable, manejos de los bajos fondos, dopaje, tongos. A la autora no parecen interesarle estas cuestiones, que deja de lado por demasiado conocidas o voluntariamente ignoradas. Se adentra sin embargo en otros aspectos más complejos y mucho más interesantes.

Al margen de que hablemos o no de un deporte (que doña Joyce más bien parece concluir que no), lo deslinda claramente de otras disciplinas que de alguna manera recrean las emociones de los juegos infantiles. Aquí no existe esa evocación lúdica sino el reflejo de un impulso homicida primario, una forma de lucha por la supervivencia que no solo se manifiesta en los púgiles sino que se extiende al público que vocifera alentando el castigo. El boxeo es también un ritual con sus formalidades litúrgicas (el desprenderse del batín, el ring con sus doce cuerdas, los saludos, el lanzamiento de la toalla) y una recreación de la pugna por el dominio de la manada. En este sentido, es incontestable su carga sexista, por mucho que en tiempos recientes haya quien corriese a reivindicar el boxeo femenino.

Se detiene también Oates en algo bien conocido, como es la baja extracción social de los boxeadores, al menos desde principios del siglo XX. Es casi un tópico pensar en el púgil de barrio desfavorecido, un chaval (en EE.UU. casi siempre de etnias marginadas) quizá enredado en la delincuencia, con una familia desestructurada, que busca salir del pozo a la vez que descarga su ira en el cuadrilátero. Pero lo analiza la autora, como casi todo en el libro, desde una perspectiva bastante diferente y mucho más profunda: la rabia del joven castigado por la vida puede ser lo que le empuja a pelear, pero la furia es un desperdicio de energía, poco aconsejable para un buen boxeador si no se canaliza correctamente mediante la técnica y la estrategia. El boxeo viene así a ser la formulación civilizada de esa violencia latente (o no tan latente), su sometimiento a reglas y a la autoridad superior de un árbitro. No es por tanto una metáfora de la vida, como tantas veces podemos escuchar. Es algo distinto de cualquier otra actividad, que aglutina aspectos de muchas de ellas y tiene sus propios parámetros.

Pero no solo se extiende Oates en los aspectos sociológicos o antropológicos de tan singular actividad. Con numerosos testimonios de protagonistas y referencias a combates clásicos, profundiza por ejemplo en la capacidad de sufrimiento, la facultad de encajar sin ser vencido como arma fundamental para esperar el momento preciso de un ataque definitivo. Y en relación con el sufrimiento, no podía faltar una profunda reflexión en torno a la muerte como posible desenlace, no teórico, sino dramáticamente real. Cualquier aficionado al boxeo, por mucho entusiasmo que lleve consigo, tiene siempre un momento de duda al plantearse que uno de los contendientes puede perder la vida. Es lo que sitúa al boxeo siempre alrededor del límite de lo civilizado, de lo humanamente admisible, a veces ligeramente dentro y otras clamorosamente fuera, y la autora tampoco deja de cuestionarse con crudeza este dilema.

Se podrá decir que todo esto es filosofar sobre algo muy obvio, que no merece la pena darle tantas vueltas y buscarle tanto contenido a una cosa tan bestia, que esto es una animalada y que debería estar prohibido y chispún. Bien, es una opinión respetable, pero si uno no está en un planteamiento tan irreductible, tiene alguna curiosidad por lo que ocurre entre esas doce cuerdas y por cómo se puede reflexionar sobre ello con mucho sentido y expresarlo con rigor e inteligencia, el libro me parece una opción muy válida. 

Otras obras de Joyce Carol Oates en ULAD (tranquilos, ninguna sobre boxeo): aquí

lunes, 26 de abril de 2021

Ginés Sánchez: Las alegres

 Idioma original: español

Año de publicación: 2020

Valoración: Muy recomendable


Detrás de este título, aparentemente amable, se esconde un sarcasmo evidente. ¿Quiénes son Las Alegres, una asociación cultural, una banda de música, un club de vacaciones o algo mucho más siniestro? Un acierto más en el manejo de los hilos de esta historia tan escalofriante como intencionalmente política. Su autor, del que no había leído nada hasta ahora y al que volveré más pronto que tarde, toma partido, evidentemente, ya que tanto el enfoque, como la exposición de hechos, elección de personajes etc., expresa su absoluta repulsa a la violencia, cualquier violencia, contra las mujeres. Sin embargo, y esto es uno de sus méritos, consigue construir un relato cuyos materiales no pueden ser más objetivos: descripción de hechos y presentación de documentos (ficticios, naturalmente, ya que no se trata de hechos reales) sin aportar explícitamente su opinión –aunque como digo, no tengamos dudas al respecto–, dejando que sea el lector quien complete lo que se elude, que es bastante. Esto, que parece una contradicción, solo se puede entender leyendo la novela, los recursos que emplea son sencillos, el secreto reside en su manejo.

Ante todo, recomiendo al futuro lector que se tome esta lectura con calma, porque los fragmentos que la componen se encuentran sabiamente descolocados y a él corresponde recomponerlos mentalmente como quien arma un rompecabezas. Tampoco existe orden cronológico, pasado y futuro se alternan aunque sin riesgo de perder el hilo a poco que estemos atentos. Por mi parte, intentaré facilitarles la tarea, ya que en este caso no hay intriga ninguna, al contrario, todo está más que claro, solo se nos pide un poco de esfuerzo extra.

“Porque lo hicimos todo mal. Lo primero lo de no tomarlo en serio. Porque pensamos que la mamá de Martina era ¿qué se yo? Otra loca. Que eso era lo que andábamos pensando aquellos días. Entonces, no lo tomamos en serio. Y ahí fue. Que si lo hubiéramos tomado en serio, entonces todo podría haber sido diferente. Y entonces ellos estarían vivos. Y Martina también. Y que lo que pasaba era que yo no entendía el mundo en el que vivía. Y mire que no faltaban señales.”

La ciudad se va cubriendo de carteles anunciando desapariciones. A veces, no siempre, aparecen los cadáveres. Dos amigos claramente concienciados, intercambian en la oscuridad de un cine –metáfora del drama que se representa en la vida real– noticias de lo que está sucediendo. Otros dos chavales están obsesionados con el porno, practican cierto trapicheo y, empujados por un clima de prepotencia masculina bastante reconocible, deciden engañar a una niña. Las mujeres empiezan a organizarse, una de sus dirigentes apuesta por la acción pacífica –y en el futuro una nieta suya defenderá su memoria– en cambio otra, más joven, defiende la violencia organizada. La hermana de esta sufre abusos por parte de un pariente que supuestamente se encarga de cuidarla. Otro niño presencia atemorizado frecuentes episodios de violencia paterna, la noche en que su madre queda ciega e inválida ambos consiguen huir y refugiarse en una ciudad lejana. Comienzan a aparecer nuevos cadáveres, esta vez masculinos, en esa y otras localidades. El padre culpable siente pánico ante un posible ajuste de cuentas mientras el chico, a pesar de la distancia, vive con la angustia de que les encuentre y acabe de una vez con ellos.

“¿Murieron cuántos hombres?, ¿diez? Diez. Y el Estado consideró la posibilidad de declarar el toque de queda en La Renca, en Lima y en Barrio Sur. –Pero entenderá, Nadia, que no es lo mismo. –¿Se refiere a que Las Alegres eran un grupo organizado? –Sí. –Bueno, tal vez los hombres hayan sido un grupo organizado para sembrar el terror entre las mujeres desde hace cuarenta mil años.”

La violencia de género, parece sugerir Ginés Sánchez, es la única gran injusticia en toda la historia de la humanidad que ha obtenido hasta ahora una respuesta pacífica por parte de políticas, activistas, escritoras o filósofas. Si lo consideramos objetivamente, sin apasionamientos de ningún tipo, no deja de ser curioso: el ser humano jamás se ha comportado con tanta elegancia.

“La cuestión –está diciendo Sofía – es el punto de partida de cada uno de los bandos. Porque uno de ellos actúa como si fuera un ejército en tiempo de guerra. Una guerra no declarada, si se quiere, pero guerra. Y mientras uno actúa así, ¿qué hace el otro? Pues poca cosa, la verdad. Casi que andar pidiendo perdón. Casi que nada más que andar educando al primero. «Oh, ¿es que no veis que eso que hacéis está mal, es que no veis que nos duele?» ¿Y qué sucede como consecuencia de todo esto? Pues sucede que el segundo bando pierde la iniciativa. Más aún, pierde la capacidad de réplica.”

Un título que, preveo, no dejará indiferente a nadie. Por su acción trepidante, su contenido polémico y complejo, porque nos mantiene en constante tensión, nos interpela sin manipularnos y porque, en definitiva, se trata de una apuesta arriesgada y comprometida desarrollada con una técnica impecable.

domingo, 25 de abril de 2021

Tommi Parrish: La mentira y cómo la contamos

Título original: The lie and how we told it
Año de publicación: 2019
Traducción: Santiago García
Valoración: Recomendable



Tommi Parrish debutó en novela gráfica con esta obra que fue nominada en cuatro categorías de los Premios Ignatz 2018: mejor artista, mejor novela gráfica, mejor nuevo talento y mejor historia. Para hacerse una idea del nivel de este galardón no hay más que mencionar la obra ganadora de 2017, ni más ni menos que Lo que más me gusta son los monstruos de Emil Ferris.

Resumen resumido: Clear y Tim se reencuentran accidentalmente en un supermercado años después de haber dejado el instituto y deciden ir a tomar algo para ponerse al día. Será una velada en la que corroborarán lo muy deshilachada que se encuentra su amistad forjada en la adolescencia y donde lo poco que se digan obligará a Tim a lanzar una mirada incómoda hacia su interior que sacudirá sus propios torbellinos.

La mentira y cómo la contamos es una apuesta muy personal, sobre todo en lo estético, a la vez que esgrime una trama de novela psicológica que deja el final un poco en el aire para que sea el propio lector el que reflexione al respecto. Todo ello la convierte en una obra singular, compleja y también ambiciosa. Qué elementos la hacen tan destacable:
  • Una temática controvertida: las dificultades para encajar en el canon de lo que se considera «la vida adulta» en general y en el de «la masculinidad normativa» en particular. Desorientación, auto represión y auto engaño que solo generan dolor enquistado. El hecho de que Clear haya reconocido su propia identidad sexual y tenga unas perspectivas vitales sencillas pero honestas con ella misma hace que Tim se sienta incómodo con la máscara que se ha construido para lidiar con sus propias frustraciones.
  • Una atmósfera de desencanto irremediable que sumerge al lector en una especie de «universo de los perdedores» en el que ni tan siquiera la evocación de la adolescencia resulta gloriosa si no patética. Ni los personajes, ni los lugares que visitan, ni las personas que los rodean emiten nada que pueda identificarse con el éxito, la belleza o la paz mental; Tommi Parrish sumerge al lector, con toda la intención, en un paraje desolador y desprovisto del brilli-brilli y del postureo que rige la vida moderna actual. ¿Cuál es el objetivo? En mi opinión, obligarnos a poner el foco únicamente en lo que sienten y piensan los personajes, y democratizar sus miserias: Clear y Tim no son especiales ni tan solo por parecer más o menos «perdedores» porque su situación es intrínseca a la propia naturaleza humana.
  • Los silencios y los gestos que sustentan el verdadero curso de los conflictos que nutren la narración. La información escrita es la mínima necesaria para que el lector no pierda el hilo, lo que denota una habilidad y control narrativo considerables. Este recurso es propio de un buen artefacto narrativo en general e imprescindible en la novela psicológica en particular.
  • El estilo gráfico. Sin duda el elemento que más llama la atención a primera vista, con ese agolpamiento de colores planos, saturados y poco contrastados, entre los que el blanco del papel apenas aflora, y sobre los que se superponen trazos rápidos y en cierto modo aleatorios, que igual definen detalles importantes del rostro o la gestualidad, como remarcan la cremallera de una mochila que, por lo demás, no se distingue de la espalda que la lleva. Y lo que más sorprende, la formalización de los protagonistas y su entorno: humanoides de cabeza diminuta y cuerpo elefantiásico en el que a menudo resulta imposible percibir rasgo alguno de género y mucho menos de estereotipos de raza o belleza. Una apuesta estética totalmente intencionada que tiene mucho que ver con el punto siguiente.
  • La ambigüedad como concepto que se introduce en la obra de manera omnipresente: en la actitud de los personajes, en su aspecto, en sus conflictos y en el ambiente general que se transpira. La mentira y cómo la contamos transmite un mensaje muy claro que es el de romper con los estereotipos y la normatividad en pos de una diversidad que promete ser liberadora. Pero Tommi Parrish sabe que la diversidad como tal solo existe idealmente; cuando la diversidad se materializa resulta ambigua y la ambigüedad es incómoda porque nos genera inseguridad.
Y para acabar de afianzar todos los esos elementos, la historia integra otra historia en su interior que podría funcionar de manera independiente.

Se trata de una especie de fanzine que Clear encuentra en un momento dado y que lee en dos momentos que se queda a solas. La historia se titula Un paso al interior no significa que lo entiendas y expone en toda su desnudez y crudeza el mensaje que mencionaba antes. Solo que a pesar de lo aparentemente sórdido de la historia, en este caso se vislumbra la esperanza ya que no deja de ser un singular canto al reconocimiento y estima de la propia identidad por poco normativa y ambigua que esta pueda resultar. 

En este caso, el estilo gráfico parte del mismo modelo que en la obra matriz solo que el tratamiento posterior pone el énfasis precisamente en todo lo contrario: trazo negro fino definido sobre fondo totalmente blanco. Al fin y al cabo se trata de una historia ideal.

Así que, como poco, Recomendable porque aunque el tema tal vez no sea para cualquier paladar, lo cierto es que la calidad y coherencia de la historia con el modo en el que está narrada es más que remarcable. Y porque no deja de ser una obra valiente y transgresora que apunta con inteligencia y sensibilidad algunas de las flaquezas más vergonzosas de nuestra sociedad y nuestra condición humana

Posdata: leer dos veces.

sábado, 24 de abril de 2021

Gonzalo Torné: El corazón de la fiesta

Idioma original: español

Año de publicación: 2020

Valoración: muy recomendable

Inauguro lo que puede que sea, convenientemente espaciada, una trilogía de reseñas de novelas que, creo, porque esto solo se confirma cuando uno las lee, abordan de alguna manera no demasiado condescendiente toda la cuestión del conflicto territorial catalán. Ya me va bien que así sea: las convicciones han de pasar por la prueba del ácido con cierta frecuencia. La primera de ellas (no mencionaré aún las otras dos: nunca hay que ignorar al fantasma del abandono) es esta El corazón de la fiesta, que, en algún lugar he leído, se ha descrito como algo así como la novela definitiva del "procés", cosa que uno puede equiparar tanto a la gran novela americana como a una especie de búsqueda de encontrar el equivalente adaptado y forzado de Patria (que mejor, francamente, que no), pero, el autor creo que estará de acuerdo, es mejor no andarse con afirmaciones tan grandilocuentes, que ya sabemos lo de las expectativas que se generan, y empiezo por afirmar, que ya va siendo hora de entrar en materia, que esta novela está, en su mérito literario, en un plano diferente, digamos que más cercano al lector habitual, más alejado de ese lector ocasional que deglute best sellers, cosa que la hace, desde luego, más disfrutable.

Claro que Torné no se ha conformado con poco: misil directo a la línea de flotación recreando a la familia de cierto honorable personaje que ayer celebraba su santo, rey in pectore de Catalunya durante años y años de mandatos y mayorías electorales, legítimas todas ellas por supuesto, carismático líder que se acostumbra de tal manera al cargo y piensa que tanto triunfo electoral y tanto tiempo en el poder constituye cheque en blanco extendido por el electorado y bula para que él, y su entorno inmediato pueda andar por un país petit disponiendo como si todo fuera suyo. Torné recrea en la familia Masclans ese imperio familiar con hijos legítimos y bastardos, nueras, matriarca beata, tacaña, codiciosa y conservadora, de eterna ceja arqueada, allegados, delfines familiares y políticos, y todo el entorno, todos y cada uno de ellos dispuestos con toda naturalidad a hacerse con la mayor cantidad de dinero a costa de lo que sea, a no esconderse en la ostentación de propiedades, a presentar el apellido y la estirpe o la relación de turno como cartas de visita que franquean el acceso ilimitado a cualquier cosa. Reconocerlos es fácil, aunque se juegue al despiste, aquí el patriarca tuvo un desliz de juventud con una señorita escandinava a la que se relegó, y ahora El Bastardo, hijo no reconocido de forma oficial, pero igualmente apuntado al carro del meter mano en la caja pública, en un papel secundario pero nada desdeñable, se ha liado con Violeta Mancebo, a la sazón catalana igual que él, aunque no ostente apellido alguno de las 500 familias, a la que ha prometido disponer, en lo material, de todo aquello que desee, pero la cosa se ha empezado a complicar, los sillones se tambalean y la relación está a punto de estallar. En una primera escena sencillamente memorable, es Clara Monsalvatges, vecina, quién, a través de las paredes de un piso en la zona alta de Barcelona, oye una discusión en que la relación se rompe y, tras estrépito de platos rotos, entra en el piso a ver a su vecina y el relato cambia de narrador. Un recurso magnífico, como una steadycam que irrumpe y dobla la relación: Monsalvatges ha convocado a un ex-novio para asistir a esas sesiones nocturnas de discusiones y ahora ya tenemos, siguiente parte, a Violeta y al Bastardo, pareja protagonista, en medio de las cuitas palaciegas, y la novela se abandona a una especie de ficción política en que todo se duplica y resulta tan identificable. 

Torné mantiene un tono crítico, pero no distante. No parece un advenedizo entregado a la especulación para enganchar al lector sino alguien que se ha documentado lo suficiente, que ha dado los pasos necesarios para especular en firme. Alguien que ha sabido observar el devenir de los hechos desde fuera y desde dentro. No alguien beligerante con la mayoría que es seducida por lo que acaba resultando una ilusión hinchada artificialmente, sino alguien convencido de haber encontrado algunas de las claves del gran engaño. La conclusión acaba siendo dramática: el político cree que su castigo por robar le será condonado o permutado si encuentra un pretexto poderoso, pero hace lo mismo que otros en otros lugares. El juego psicológico, con el desdoble constante de parejas en distintos niveles: Montsalvatges/novio, Violeta/Bastardo, patriarca Masclans/matriarca Masclans, hermano bastardo/hermano legítimo, Violeta/padre, clase alta/clase baja, catalanes de pura cepa/xarnegos es vertiginoso, y Torné empuja a cuestionarse las cosas, circunstancia que a mí entender es, simplemente, imposible recriminarle, que hace que se vaya más allá de la ficción política.

Dos pequeñas pegas menores: una cuarta parte, breve, una especie de reflexión/bajón final a la que no le veo mucho encaje, y el no haber optado en la edición por traducir, aunque sea a pie de página, las profusas palabras y frases en catalán. Dos cuestiones muy disculpables ante una novela magnífica, que lo es tanto porque quien la lea comparta sus premisas como a pesar de que no lo haga.

viernes, 23 de abril de 2021

II Concurso 'Ensada' de reseñas

Está visto que, salvo ciertas excepciones, lo nuestro no es la regularidad, ya saben, esos eventos que se repiten cada año, a fecha fija o poco más o menos, con el mundo contando los días para el gran acontecimiento, programado, organizado con la expectativa del gran día que se aproxima. Esto, ya saben, es un poquillo anárquico, y casi es preferible no hacer memoria de cuánto tiempo hemos dejado pasar. Pero por fin está aquí de nuevo, así que, con la solemnidad que merece la ocasión, y coincidiendo con el Día del Libro, procedemos a una nueva convocatoria del ya célebre 

Concurso ‘Ensada’ de reseñas 

que, siguiendo inveterada tradición, alcanza este año su segunda edición.

Sea pues esta ocasión para que lectores de todo el orbe dejen fluir su verbo ágil y su conocimiento del mundo literario, aportando la reseña de su libro favorito, de aquél cuya lectura terminaron con pesar o del que arrojaron con ira al contenedor de papel y cartón, la obra maestra que ULAD ignoró, o la joya descubierta en un rastrillo, cuyo autor quedó injustamente fuera de los focos.

Cualquiera de esos libros puede ser motivo para que el lector-concursante deslumbre al severo pero pacienzudo tribunal de Un libro al día con una reseña sublime, rompedora, emocionante, erudita o popular, simpática o alegórica, irónica, sensata, hermética, lo que ustedes quieran. Sólo tienen que ajustarse a las bases que, a falta de Notarios cuyas tarifas se ajusten a nuestro presupuesto, exponemos en este medio más o menos fidedigno llamado Blogger, y que reproducimos de las ya publicadas en la convocatoria previa, aunque con alguna pequeña corrección:

1.- Puede participar en el concurso cualquier persona humana, salvo quienes forman o han formado parte del equipo ULAD, con un límite de una reseña por persona.

2.- Las reseñas participantes deben estar escritas en castellano, tener una extensión aproximada de entre 500 y 750 palabras (seremos flexibles, pero no os paséis), y deben enviarse antes del 15 de junio de 2021 a la dirección [email protected], indicando en el Asunto "Para el II Concurso 'Ensada' de reseñas".

3.- Las reseñas podrán tratar sobre cualquier libro, en sentido amplio, es decir, publicado en cualquier formato (piedra, pergamino, papiro, papel, ebook, CD-ROM...), de cualquier género (incluido el cómic), país, lengua y época. El formato de la reseña debería incluir el habitual encabezado estándar ULAD: idioma original, título original, traductor/a (si lo hay), año de publicación, valoración en la escala ULAD (imprescindible - muy recomendable - recomendable - está bien - se deja leer - decepcionante - repugnante).

4.- No se aceptarán reseñas de libros ya reseñados en ULAD. Por eso, se recomienda que los participantes utilicen el buscador que aparece en el blog, antes de ponerse a trabajar para nada.

5.- Los actuales miembros de ULAD elegirán las tres reseñas ganadoras, tomando en consideración la calidad del contenido y de la crítica, y también la corrección formal de la reseña. La decisión final se dará a conocer dentro del mes de junio (poco más o menos). 

6.- Los autores de las tres reseñas elegidas por el equipo ULAD recibirán como un premio consistente en un lote de tres libros, cuyos títulos se irán anunciando cuando sea posible. Las reseñas ganadoras se publicarán en el blog después de anunciado el veredicto.

7.- Si la calidad de las reseñas lo aconseja, y el sanedrín ULADiano así lo decide, se podrá ofrecer a los autores de otras reseñas finalistas la posibilidad de publicarlas en el blog como "Colaboración". No se publicará en ningún caso ninguna reseña sin contactar antes con su autor y obtener su consentimiento expreso.

8.- Estas bases, y la decisión del jurado (o sea, nuestra) son definitivas e inapelables, hasta el fin de los tiempos, amén.


Añadiremos que, si las circunstancias fuesen favorables, el premio se entregará en persona, en fecha a señalar, en un lugar emblemático que pudiera ser el teatro Campoamor de Oviedo, la Sala Dorada del Musikverein de Viena, o un estadio deportivo de dimensiones suficientes, previa presentación de prueba PCR negativa, certificados de vacunación y de antecedentes penales, documento acreditativo del pago de los suministros básicos y declaración responsable de aportar cuota y horas presenciales en una ONG oficialmente reconocida.

Así que, con todo, esperamos ansiosos sus trabajos, amigos. Hasta el 15 de junio nada más, recuerden.

jueves, 22 de abril de 2021

Gerald O’Donovan: Vocaciones

Idioma original: Inglés
Título original: Vocations
Año de publicación: 1921
Traducción: Concha Cardeñoso Sáenz de Miera
Valoración: Entre recomendable y está bien

Vocaciones transcurre en una pequeña ciudad irlandesa fuertemente influenciada por la religión. Narra los avatares de las hermanas Curtin, dos chicas cuyos progenitores, los dueños de una próspera tienda, usarán cada uno para sus respectivos fines. La madre quiere entregárselas a Dios y las incita a volverse monjas en el convento local. El padre, por otro lado, desea casar a una de ellas con un prometedor empleado de comercio para que su negocio perdure.

Ésta puede considerarse una novela coral, ya que el narrador omnisciente se focaliza en el punto de vista de distintos personajes. Aun así, la protagonista indiscutible de la historia es Kitty. La joven quiere «vivir», ser libre para tomar sus propias decisiones, madurar aunque sea a base de ensayo y error, pero se ve acorralada por un sistema que pretende anularla como ser humano. Afortunadamente, tiene un carácter fuerte y decidido, de modo que, al final, logrará sobreponerse a toda influencia externa y labrar su propio destino.   

El tono que empapa el relato es agridulce. Gerald O'Donovan, su autor, acepta las dificultades derivadas del mero acto de existir (aunque provengas de una familia relativamente acomodada y hayas sido criado entre algodones) y por ello empatiza con sus retoños literarios. Incluso Burke, un sacerdote arrogante, manipulador y libidinoso, merece su compasión en una conmovedora escena; imaginaos pues la ternura que le profesa a las vulnerables hermanas Curtin.

Un apartado muy conseguido del texto es el que destina a la crítica social. Vocaciones no sólo arremete contra la instumentalización de la voluntad de Dios, a la que cada uno apela según le conviene; también señala el rol pasivo y dependiente al que la sociedad de inicios del siglo XX relegaba a la mujer, los abusos que se pueden ejercer desde la autoridad (sean bienintencionados o no), las injusticias amparadas con la excusa de la clase social y el poder adquisitivo, etc... 

Asimismo, de esta novela me parecen meritorias su minuciosidad descriptiva y la densidad psicológica de que hacen gala sus personajes. En cuanto a aspectos negativos, quizá podría achacarse una cierta uniformidad al conjunto y que queden cabos sueltos más allá del radio de acción de Kitty. Sea como fuere, O’Donovan tiene una buena pluma y espero que Vocaciones no sea lo único suyo que traduzcan al español.

miércoles, 21 de abril de 2021

Jesmyn Ward y VV. AA.: Esta vez el fuego: Una nueva generación habla de la raza

Idioma original: inglés
Título original: The Fire This Time: A New Generation Speaks About Race
Traducción: María Enguix Tercero
Año de publicación: 2016
Valoración: recomendable

Dice Jesmyn Ward en la introducción que «cambiad las sogas por las balas. Los sabuesos por pastores alemanes. El uniforme gris por el chaleco antibalas. No hay nada nuevo». Porque el racismo sigue vigente, después de años, décadas, siglos. Y llevamos demasiado tiempo viéndolo y denunciándolo. 

Jesmyn Ward, que ya me entusiasmó con «La canción de los vivos y los muertos», cambia de registro en este libro y pasa de la ficción al ensayo, y no lo hace sola, sino que se rodea de otros escritores que, como ella, sienten impotencia y rabia ante lo que sucede. Porque el origen de este libro es el asesinato de Trayvon Martin, pero que podría ser otro caso de los muchos que existen, porque hace un par de semanas murió un niño hispano de trece años a manos de un policía, porque hay otros tantos que mueren a manos de quien tendría que defenderlos. Con este propósito, la autora se acoge a «La próxima vez el fuego», un texto de James Baldwin que la sacudió e impresionó cuando lo leyó, y tuvo claro que debía hacer algo y lo expresa afirmando que «supe que quería convocar a algunos de los grandes pensadores y voces extraordinarias de mi generación para que me ayudaran a esclarecer esto», escribiendo así «un libro que reuniera voces en un espacio (…) y que proporcionara a estos escritores un foro de disidencia en el que poder exigir responsabilidades, dar testimonio, contar». Este es su propósito, y con esta reseña lo hago también mío, contando y difundiendo su relato y su mensaje.

De esta manera, el libro recoge los relatos y experiencias de dieciocho autores (entre los cuales se encuentran la propia Ward) construyendo un relato ecléctico que afronta el tema del racismo desde diferentes aproximaciones, desde la diferencia de estilo y tono de cada uno de los autores, pero con el objetivo claro y único de denunciar injusticias y exponer su visión de un mundo y de un país «en el que hemos pasado mucho más tiempo esclavizados que libres» (algo que ya apuntaba también Coates en su magnífico libro «Entre el mundo y yo»).

La lectura del libro es interesante por la variedad de estilos, pero especialmente de enfoques, que cubren un amplio espectro de areas en las cuales el racismo se expone, aunque cabe decir que, como en todo libro de relatos, cuentos o ensayos, el libro es desigual. Esto es algo habitual, pero más aun teniendo en cuenta que aquí cada relato o experiencia está escrito por un autor diferente con lo que la diversidad es aun mayor. Y, entre todos los ensayos, me quedo especialmente con los siguientes y centraré esta reseña en ellos, pues por si solos ya justifican la recomendación de la lectura de este libro:

  • «Sola en América», de Wendy S. Walters; en este relato la autora nos habla de su regreso a Holt, Nueva Orleans, al antiguo hogar de su tía Louise devastado por el huracán Katrina. Ese viaje a Holt, que fue utilizado a principios del siglo XX como fosa común para pobres e indigentes y durante la segregación se convirtió en un lugar donde enterrar a los negros, causa en la autora un gran impacto, pues nos indica que «mi soledad tenía unas raíces más profundas de lo que sospechaba al principio, (…) venía de una honda sensación entre lo que yo pensaba que era Estados Unidos y la persona que, en ese contexto, yo sabía que era. Mi soledad posterior al viaje a Nueva Orleans parecía proceder de un lugar que antecedía a mi propia memoria». Así, en este relato, la autora nos habla del cementerio africano de Portsmouth en el que se enterraban personas negras y sobre el cual se construyó una calle y, como en un entierro, el paralelismo que uno teje es que, a veces, uno tiene que excavar de manera muy profunda para encontrar los cadáveres encontrando la esencia de uno mismo y de su pueblo al hacerlo. Y, con ello, la autora nos recuerda el pasado de EE. UU. y la esclavitud, y la extiende al presente y a la complejidad en la reconciliación, pues «la empatía es difícil de alcanzar en estos tiempos que corren. Quizá se deba a que, de entrada, todos tenemos dificultades para entendernos a nosotros mismos».
  • «¿Adónde vamos a partir de aquí?», de Isabel Wilkerson, en el que empieza hablando de los casos conocidos y notorios de Eric Garner y Michael Brown, que constatan que «parecemos vivir en un bucle de continuo retorno a la repetición de un pasado que nuestro país todavía no ha afrontado». Este relato, breve pero muy bueno, es un claro alegato a favor de la persistencia, de no rendirse en la lucha, a pesar de las dificultades y de situaciones que parecen el retorno a un pasado no superado: «debemos querernos incluso si —y quizá especialmente si— otros no lo hacen. Debemos conservar la fe incluso mientras trabajamos para que nuestro país esté a la altura de su credo».
  • «Furia blanca», de Carol Anderson, en el que habla sobre las protestas y disturbios de Ferguson, y la necesidad sobre la protesta constante, ininterrumpida, pues el opresor no cede. La autora lo refleja claramente al afirmar que «cada acción de progreso afroamericano recibe una reacción violenta en respuesta». En este relato con evidente intención de denuncia, expone el racismo existente en la administración, a varios niveles, desde los más evidentes a los más sutiles y que afectan igualmente los derechos de los ciudadanos, poniendo como ejemplo que «los conservadores han concebido medidas —como los requisitos de la identificación con fotografía— para bloquear el acceso a los afroamericanos a colegios electorales» (algo que el 25% no lo tiene por tan solo un 8% de los blancos). De esta manera, el relato, muy enfocado a la diferencia económica entre razas y sus consecuencias, finaliza con un resumen de acciones y leyes que han perjudicado a los negros y concluye que «solo entonces Ferguson cobra sentido. Se trata de furia blanca».
  • En «Descifrar el código», la propia Jesmyn Ward (cuyo padre perteneció a los Black Panthers), nos habla sobre los orígenes, sobre las raíces y la importancia del mestizaje. Sobre conocerlos y entenderlos, con el anhelo de «que las personas de color de mi región de EE. UU. pueden decidir abrazar todos los aspectos de su descendencia (…) al tiempo que también pueden decidir pelear con una sola armadura, la de los estadounidenses negros, cuando pelean por la igualdad racial».
  • También muy interesante es el relato «Más negro que tu», de Kevin Young, en el que nos habla del blackface y del redface, de cómo hay quien se pinta la cara para simular que es de otro color. Por ello, de manera irónica nos habla del passing (cruzar la línea racial, que habitualmente va del negro al blanco) así como del passing inverso (blancos que viven como negros) y lo ejemplariza en Rachel Dolezal de quién apunta, con cierto sarcasmo, que «lleva la máscara no para ocultarse, sino para adquirir autoridad sobre eso mismo que dice querer ser. ¡Qué actitud tan blanca por su parte!». Con este relato, la autora nos habla de las personas de piel clara que son identificadas como blancas cuando son realmente negras. Y de ahí que «debería hacer que nos paráramos un momento a reconsiderar qué significa ‘parecer negro’».
  • En «Black and Blue», Garnette Cadogan nos habla de la violencia policial, de la amenaza que supone ser negro en un barrio de blancos donde cualquier movimiento puede entenderse como algo sospechoso y peligroso. Y nos sitúa en un contexto parecido al que retrataba Claudia Rankine en «Ciudadana». El estilo del autor es preciso y directo, rico en detalles y en reflexiones que la llevan a aseverar que «como adulto negro, con frecuencia me devuelven a ese momento de la niñez en que estoy aprendiendo a andar. Vuelvo a vivir en alerta máxima, vigilante» porque «aunque conocer las calles de Nueva York me ha ayudado a sentir la ciudad como mi hogar, la ciudad se me resiste también a través de estas mismas calles. Camino por ellas, unas veces invisible y otras, demasiado visible. Así que camino atrapado entre la memoria y el olvido, entre la memoria y el perdón».

Como se ve en los relatos que destaco en esta reseña, el libro reflexiona sobre el racismo situando sus causas en el centro de la obra y abordándolo desde diferentes perspectivas. Y, a pesar de su irregularidad, la potencia del conjunto adquiere una fuerza que demuestra cuán necesarios son estos libros. Porque, como afirma Jesmyn Ward, «estos ensayos me dan esperanza. Creo que hay poder en las palabras; el poder de afirmar nuestra existencia, nuestra experiencia, nuestras vidas, a través de las palabras (…). Quizá, después de leer el ensayo de Rachel Kaadzi Ghansah sobre Baldwin o el hilarante ensayo de Kevin Young sobre Rachel Dolezal y qué significa ser negro, el lector llore conmovido, y sus lágrimas se transformen en risa y quizá, al hacerlo, sienta afinidad». Qué duda cabe de que así es, y que, tal y como afirma la autora, «espero que al leer este libro cada uno de vosotros tenga la sensación, queridos lectores, de que estamos sentados juntos (…) y de que estamos componiendo nuestra historia juntos. De que estamos escribiendo una epopeya en la cual las vidas negras tienen un valor». Ojalá así sea.

También de Claudia Rankine en ULAD: Ciudadana

martes, 20 de abril de 2021

Hubert Selby, Jr: El canto de la nieve silenciosa

Idioma original: Inglés
Título original: Song of the silent snow
Año de publicación: 1986
Traducción: José Luis Piquero
Valoración: Bastante recomendable

Hay libros y autores que son puente hacia otros libros y autores. A todos nos ha pasado y seguro que ejemplos os sobran. En mi caso, llego a Hubert Selby, Jr gracias a "Nueva York es una ventana sin cortinas", libro con el que el italiano Paolo Cognetti recorre esa parte de la ciudad que queda fuera de los grandes circuitos turísticos y con el que homenajea a algunos de sus escritores fetiche, entre los que se encuentra Selby.

Llego a Selby y escojo un libro recientemente publicado en España, este "El canto de la nieve silenciosa" (precioso título, por otra parte) en el que se reúnen 15 relatos en los que Selby habla del hombre corriente, abocado normalmente al fracaso en medio de una cotidianeidad que suele explotar por el lado más inesperado. Porque tal y como dice en "Hola, campeón", uno de los relatos destacados del volumen:

Es curioso lo sencillo que parece a veces ser feliz, y aun así lo fácilmente que todo se vuelve confuso

En líneas generales, se trata de relatos en los que predomina un poso de amargura, aunque en ocasiones se acerquen a lo tragicómico, en los que los personajes (o es solo un Harry con múltiples caras) marcados por la ansiedad, la extrañeza del mundo y la angustia tratan de aferrarse a lo que sea - un abrigo, un sonido, un trago de vino - con tal de seguir viviendo. Pese a lo anterior, junto a relatos desasosegantes y claustrofóbicos ("El sonido", "El abrigo" o "Estoy siendo buena") que giran sobre sí mismos o relatos de lo cotidiano, del tedio y el hastío ("Un penique por tus pensamientos", "Un poco de respeto" o "Veranillo de San Martín", que son tres de mis preferidos), encontramos hacia el final del libro dos relatos en los que se abre un pequeña ventana de esperanza.

En cuanto al tono de los textos, estos navegan entre el costumbrismo más "tradicional" y el realismo sucio, con toda la gama de grises de por medio, eso sí. Lenguaje sencillo y directo y situaciones de la vida real presentadas de forma cruda, en las que cabe destacar la ausencia total de juicios de valor y la mirada cargada de empatía y compasión hacia los personajes.

Resumiendo: más que interesante descubrimiento (para mi, puesto que Selby ya es relativamente conocido) de un autor al que volveré más temprano que tarde. Si es que algún compañero no lo trae antes de vuelta por aquí...

lunes, 19 de abril de 2021

Kim Thúy: Ru

Idioma original: francés

Título original: Ru

Traducción: Julián Rodríguez

Año de publicación: 2009 (en castellano, 2020)

Valoración: Recomendable alto


Sobre la guerra de Vietnam hemos leído y, sobre todo, visto ya muchas cosas, siempre, o casi, desde la perspectiva norteamericana: el horror de una guerra salvaje, el calor y la jungla enloquecedora, el enemigo taimado y sanguinario, las atrocidades propias y ajenas en una contienda en la que el Tío Sam nunca debió meterse, según entendió un floreciente movimiento pacifista. Lo que ya nos es menos conocido es la suerte que pudo correr la población civil, la tragedia de un país dividido no solo por una frontera sino por un abismo de odios irreductibles, sectarismo primitivo y sangrantes diferencias de clase. Aunque realmente tampoco nos es difícil imaginar algo parecido sin equivocarnos mucho, a fin de cuentas hablamos de una guerra civil, con el desgarro que siempre lleva consigo.

Una de sus consecuencias más habituales –y que también aquí conocemos bien- es el exilio, la huida de quienes se sienten amenazados por la guerra misma o por sus vencedores, esa estampa a veces de familias enteras, otras de niños solos, enviados a cualquier parte donde se supusiera que estarían más seguros. Aunque desconozco hasta qué punto este libro puede incorporar elementos de ficción (que yo creo que ninguno, o muy pocos), parece ser que Kim Thúy pertenecía a una familia bien, incluso algo más que bien, de Saigon, que con el acceso al poder de los comunistas no dudan en escapar para salvar su vida y lo que se pudiera de su patrimonio.

La peripecia resulta, como cabe esperar, bastante terrorífica, con gran número de personas hacinadas en barcos en condiciones deplorables, sin una idea exacta de a dónde van a ir a parar y esperando a cada minuto el ataque de piratas que se entiende que no tendrán muchos miramientos con bienes o personas. Llega finalmente el asentamiento de los refugiados en Canadá, donde reciben buen trato y luchan por iniciar una nueva vida en lugar tan extraño y lejano, donde el frío y la nieve han sustituido de golpe el clima monzónico, las costumbres y el idioma chocan con sus tradiciones, y cualquier trabajo será bueno para intentar salir adelante. El shock de abandonar la tierra, de enfrentarse a una cultura diferente y tener que luchar por sobrevivir, el desarraigo y la estupefacción ante lo desconocido hacen que Kim pierda el habla al tiempo que se asombra ante los cuerpos tan diferentes de aquellos desconocidos occidentales.

Ese es un poco el relato lineal que pudo haber sido Ru de haber tenido el formato digamos convencional de una crónica autobiográfica. En definitiva, algo no muy diferente de lo que hemos podido leer con ocasión de tantas otras penalidades de gentes expulsadas por la guerra o el hambre. Sin embargo, el libro tiene en mi opinión un interés adicional. No se trata de una narración cronológica, sino de una colección de imágenes aisladas, pequeñas píldoras de recuerdos entremezclados que muestran sensaciones, momentos o reflexiones que se acumulan en desorden, como una caja llena de fotos que examinamos de forma aleatoria, sin que todavía hayan llegado a componer un álbum. El conjunto proyecta así un cuadro complejo, a veces contradictorio, por el que discurren la nostalgia, el miedo y los secretos familiares, un collage que va saltando en el tiempo y en el espacio pero que, si nos fijamos en los detalles, está muy bien construido, con hilos a veces poco visibles, en ocasiones buscando los contrastes o dejando que fluyan secuencias sutilmente relacionadas. No creo que esto sea fruto de la simple intuición, me parece que hay detrás mucha reflexión y buenas dosis de talento para organizar un puzle con todo el sentido.

Quizá lo que más llama la atención es el estilo. La primera impresión es la de una prosa que se acerca a lo poético, contenida e intimista, como de quien no quiere transmitir un exceso de emociones ante estímulos tan fuertes como los que se suponen en una situación tan dolorosa. Contemplamos pequeñas inyecciones de imágenes que se ofrecen con solo lo imprescindible para que sea el lector quien por sí mismo evalúe el sufrimiento que llevan consigo. Ese contraste entre el medio y el mensaje es una técnica narrativa que no es nueva en absoluto, pero que la autora pone en práctica con tanta destreza como naturalidad. Ejemplo:

´Las carreteras estaban sembradas de profundas grietas. Los rebeldes comunistas las minaban por la noche y los militares proamericanos desactivaban las minas durante el día. A veces, una estallaba. Entonces, era preciso esperar a que los militares taparan los agujeros y recogieran los restos humanos. Un día, una mujer quedó destrozada, rodeada de flores de calabaza amarillas, diseminadas, desmenuzadas. Sin duda iba camino del mercado para venderlas. Tal vez encontraran también el cuerpo de su bebé al borde de la carretera’.

Al hilo de esa contención (podríamos decir autocontrol) y esa naturalidad la sensación que gana terreno es la de una rara frialdad. Resulta difícil pensar que esas experiencias traumáticas puedan describirse como lo hace Thúy sin que hayan sido asimiladas y digeridas para formar parte del pasado y solo del pasado, algo que forma parte del equipaje, que no se olvida y de lo que se sacan enseñanzas (lecciones que intenta transmitir a sus hijos), pero que no es un lastre, que no condiciona el presente o el futuro. Kim parece revestida de una coraza, tal vez es algo genético, o la fortaleza de quien ha tocado fondo, o que de alguna manera se ha mimetizado absolutamente en el mundo occidental que le acogió: ‘Ya no tenía derecho a llamarme vietnamita porque había perdido su fragilidad, su incertidumbre, sus miedos’.

Es un proceso que estremece un poco, tanto o casi tanto como el relato de los horrores vividos, y trasladado al libro produce un efecto emocionante, ligeramente hipnótico, que le da un valor especial, el de alguien que ni se regodea en el sufrimiento ni hace bandera (exhibición) de la fortaleza y la superación. Sin hipérboles ni adjetivaciones grandilocuentes. Esto ya es mucho, visto lo que se lee por ahí. Si ese aplomo se combina con la destreza necesaria para componer un relato muy personal, preciso y equilibrado, el resultado es un texto que merece realmente la pena. 


domingo, 18 de abril de 2021

Fernanda Melchor: Páradais

Idioma original: español

Año de publicación: 2021

Valoración: Muy recomendable alto


Si se quiere hacer justicia a esta novela, la última de su autora a día de hoy, lo mejor es decir poco y sugerir mucho. Por dos motivos: porque el texto no llega a las doscientas páginas y dar demasiados detalles acabaría por dejar pistas que es mejor descubrir por nosotros mismos y porque se trata de un artefacto literario tan exacto como el mecanismo de un reloj: en cuanto se pone en marcha no hay mucho más que decir. Y lo mejor de todo es que no se nota, que aunque escritas en tercera persona parecen las reflexiones auténticas de un chico pobre, poco instruido y bastante desorientado en general. Podemos creer perfectamente -se entiende, dentro de las convenciones literarias- que es el propio Polo quien nos habla, en primer lugar, por su lenguaje, que revela su país, extracción social y hasta edad y sexo sin ningún género de dudas, pero también, y no menos importante, por esa mentalidad que en su inmadurez apuesta por el “sálvese quien pueda” de los desencantados de nacimiento, de los que observan mucho pero carecen de perspectiva, de aquellos que sin que intervenga la razón, solo a través de su propia furia –hacia su entorno e incluso hacia su persona–, comprenden que han nacido sin futuro y que por sus propios medios pueden no encontrarlo jamás.

No obstante, gracias a la magia de la literatura, su prosa es rica, compleja, descriptiva, colorista, arraigada a la tierra y llena de matices. La impresión de autenticidad se consigue gracias tanto a vulgarismos y expresiones populares como a un dominio excepcional del idioma, aunque lo aconsejable sería no fijarnos en tal cosa y dejarnos arrastrar por ese torrente de palabras. Solo diré que he creído encontrar ecos de Rulfo, García Márquez, incluso de Carpentier; en cualquier caso la huella del viejo boom latinoamericano es indiscutible.

Polo es un joven, hijo de soltera, que vive modestamente en Progreso –barriada colindante con la opulenta urbanización Páradais– en compañía de su madre y su prima. En Páradais ejerce de jardinero, recadero y en general de chico para todo. Su edad exacta, que podemos intuir más o menos, no se nos desvela –y esta es una genialidad más de la autora– hasta casi el último momento. Miseria, miedo, misoginia, ambición e inexperiencia se alían para forzar a este inolvidable personaje a una huida hacia delante que con solo imaginarla da escalofríos. Su carácter es más bien huraño y poco sociable, pero acaba manteniendo una amistad utilitaria con un chaval más joven, Franco, residente en la urbanización, al que no le falta de nada y tal vez por eso se muere de aburrimiento. Algo que a esa edad puede provocar las más delirantes fantasías. El retrato que hace de ambos es sencillamente magnífico, por eso, según avanza el argumento empezamos a barruntar cómo puede acabar tanto despropósito. Pero solo a grandes rasgos, pues Melchor dosifica perfectamente los datos, nos engaña haciéndonos creer que nos lo está contando todo y a partir de cierto momento, a intervalos, nos vamos topando con una sorpresa tras otra. Y es que unas veces hace decir a Polo verdades a medias, otras acabamos dándonos cuenta de que este no es más que un iluso y la realidad es muy diferente, lo que da lugar a que nada sea previsible del todo y la intriga se mantenga hasta el final.

La (cruda) realidad que se nos transmite funciona, por una parte, como metáfora a pequeña escala de una situación social abrumadora (ambición sin límites, pillaje, violencia sexual, crímenes en cadena, agresión a inocentes) y por otra como la puesta en escena de ese panorama tal como se vive en ciertos ambientes (desigualdad extrema, falta de perspectivas, mafias que unas veces se temen y otras se convierten en el único horizonte disponible, ajustes de cuentas). Una pieza que recuerda a cierto género cinematográfico y a la que no sobra ni falta de nada, un engranaje puesto en marcha con solvencia, que avanza sin un solo fallo gracias a la perfección de su técnica y que, a pesar de ello, se centra en lo humano tanto para caracterizar personajes como para manejar los resortes emocionales del lector. Magistral es la palabra.

 

También de Fernanda Melchor: Aquí no es Miami, Temporada de huracanes