Año de publicación: 2016
Valoración: recomendable, si te atreves
Tengo que confesar que conocí a Eduardo Sáenz de Cabezón por Tiktok,
donde cuenta cosas en torno a las matemáticas, que es lo suyo. Es un tipo con
buena capacidad para comunicar, y creo que también tiene, o tenía, un programa
sobre asuntos científicos en la televisión. Hay en los medios unos cuantos
divulgadores que se dedican, con mayor o menor fortuna, a acercar a la gente al
ignoto mundo de las matemáticas y, claro, es difícil resistirse a la tentación
de intentarlo una vez más, de buscar otro camino para alcanzar aquello que se escapaba entre los dedos cuando se acercaban los exámenes. Así
que lo intentamos con este simpático señor, a ver si hay suerte.
Dice Sáenz de Cabezón que todos llevamos un matemático
dentro, aunque muchas veces esté dormido o vencido por la pereza, incluso
atrofiado por la inactividad, o también, añadiría yo, desaparecido sin dejar
huella. Se trata por tanto de removerlo de su reducto y seducirle para que se
ponga a funcionar. Una vez activado, parece ser, la propia práctica irá
haciéndole crecer y volverse ágil. Al menos en teoría. Por eso el autor se
esfuerza en proponer juegos, pasatiempos, pequeños ejercicios para desperezar
al matemático oculto. Juro que he hecho algunos (dos) y he dedicado algunos
minutos a algún otro (digamos otros dos), pero considero que he fracasado, porque mi
matemático no ha hecho acto de presencia.
La verdad es que da un poco de rabia sentirse incapaz de
razonamientos que, en palabras del divulgador de turno, parecen tan sencillos.
En realidad solo habría que pensar un poco para desentrañar algunas de las
cuestiones, al menos las más sencillas. Pongamos un ejemplo, que creo que es idéntico
al que aparece en el libro:
Creo que la pregunta es cuál de las superficies, círculo o cuadrado, es más grande. Vamos trabajando sobre radios y lados, sacamos triángulos y deducimos semejanzas, obtenemos áreas, diferencias… y resulta que no hay uno, sino varios procedimientos válidos para obtener la respuesta correcta. Es fácil cuando vemos el video donde el profesor explica con rotuladores azules y rojos, nombra un segmento como X y aplica fórmulas (que debieron ser) aprendidas en Primaria. Pero cuando uno ve la imagen en blanco y tiene que ponerse a ello, la cosa no pinta tan bien. Lo mismo que pasaba en el examen.
Critica el libro un sistema educativo incapaz de hacer
mínimamente atractivo el aprendizaje de las matemáticas, en el que solo se
acumula el conocimiento de técnicas cuya utilidad el alumno, naturalmente, no
entiende. Y como estas técnicas se van encadenando una tras otra, basta que uno
de los eslabones falle para que el proceso quede bloqueado y el estudiante se
pase de inmediato al latín, no porque le despierte especial interés la lengua de Virgilio, sino por
mera supervivencia. Ofrece Sáenz de Cabezón algunas ideas para mejorar en la
enseñanza de estas materias, aunque me permito dudar del éxito frente a un
problema al que nadie parece haber encontrado solución, al menos en España, que
yo sepa.
En las matemáticas se manejan cosas como la lógica y cierta capacidad
para la generalización y la abstracción, cualidades que no todo el mundo posee
(o que están ocultas, no sé), y en el sistema educativo se explican mecanismos
y técnicas, que son sobre lo que se examina, pero que no funcionan sin aquellos
presupuestos básicos, que sería por tanto lo que habría que despertar en los
alumnos.
Lo intenta el autor lanzando cuestiones muy sencillas con
las que seducir al profano, y también presentando otras (hipótesis y
conjeturas sin resolver) que ilustran el trabajo de los matemáticos. E
igualmente expone el carácter auxiliar de las matemáticas, cuyos
descubrimientos sirven para resolver cuestiones pendientes en otras ciencias o
abren nuevos caminos dentro de las distintas áreas de este campo. Asuntos en
general bien explicados, en un tono quizá excesivamente coloquial, más adecuado
para los medios audiovisuales donde se desenvuelve Sáenz de Cabezón, y no tanto,
o eso me parece, para un libro.
Pero bien, simpático y con la loable intención de atraernos
hacia esas materias que a algunos nos hicieron sudar tanto y con las que me
temo que, por mucho que le pongamos buena voluntad, difícilmente nos vamos a
congraciar. Pero en todo caso se agradece el intento.