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viernes, 6 de septiembre de 2024

Eduardo Sáenz de Cabezón: Inteligencia matemática

Idioma original: castellano

Año de publicación: 2016

Valoración: recomendable, si te atreves

 

Tengo que confesar que conocí a Eduardo Sáenz de Cabezón por Tiktok, donde cuenta cosas en torno a las matemáticas, que es lo suyo. Es un tipo con buena capacidad para comunicar, y creo que también tiene, o tenía, un programa sobre asuntos científicos en la televisión. Hay en los medios unos cuantos divulgadores que se dedican, con mayor o menor fortuna, a acercar a la gente al ignoto mundo de las matemáticas y, claro, es difícil resistirse a la tentación de intentarlo una vez más, de buscar otro camino para alcanzar aquello que se escapaba entre los dedos cuando se acercaban los exámenes. Así que lo intentamos con este simpático señor, a ver si hay suerte.

Dice Sáenz de Cabezón que todos llevamos un matemático dentro, aunque muchas veces esté dormido o vencido por la pereza, incluso atrofiado por la inactividad, o también, añadiría yo, desaparecido sin dejar huella. Se trata por tanto de removerlo de su reducto y seducirle para que se ponga a funcionar. Una vez activado, parece ser, la propia práctica irá haciéndole crecer y volverse ágil. Al menos en teoría. Por eso el autor se esfuerza en proponer juegos, pasatiempos, pequeños ejercicios para desperezar al matemático oculto. Juro que he hecho algunos (dos) y he dedicado algunos minutos a algún otro (digamos otros dos), pero considero que he fracasado, porque mi matemático no ha hecho acto de presencia.

La verdad es que da un poco de rabia sentirse incapaz de razonamientos que, en palabras del divulgador de turno, parecen tan sencillos. En realidad solo habría que pensar un poco para desentrañar algunas de las cuestiones, al menos las más sencillas. Pongamos un ejemplo, que creo que es idéntico al que aparece en el libro:

Creo que la pregunta es cuál de las superficies, círculo o cuadrado, es más grande. Vamos trabajando sobre radios y lados, sacamos triángulos y deducimos semejanzas, obtenemos áreas, diferencias… y resulta que no hay uno, sino varios procedimientos válidos para obtener la respuesta correcta. Es fácil cuando vemos el video donde el profesor explica con rotuladores azules y rojos, nombra un segmento como X y aplica fórmulas (que debieron ser) aprendidas en Primaria. Pero cuando uno ve la imagen en blanco y tiene que ponerse a ello, la cosa no pinta tan bien. Lo mismo que pasaba en el examen.

Critica el libro un sistema educativo incapaz de hacer mínimamente atractivo el aprendizaje de las matemáticas, en el que solo se acumula el conocimiento de técnicas cuya utilidad el alumno, naturalmente, no entiende. Y como estas técnicas se van encadenando una tras otra, basta que uno de los eslabones falle para que el proceso quede bloqueado y el estudiante se pase de inmediato al latín, no porque le despierte especial interés la lengua de Virgilio, sino por mera supervivencia. Ofrece Sáenz de Cabezón algunas ideas para mejorar en la enseñanza de estas materias, aunque me permito dudar del éxito frente a un problema al que nadie parece haber encontrado solución, al menos en España, que yo sepa.

En las matemáticas se manejan cosas como la lógica y cierta capacidad para la generalización y la abstracción, cualidades que no todo el mundo posee (o que están ocultas, no sé), y en el sistema educativo se explican mecanismos y técnicas, que son sobre lo que se examina, pero que no funcionan sin aquellos presupuestos básicos, que sería por tanto lo que habría que despertar en los alumnos.

Lo intenta el autor lanzando cuestiones muy sencillas con las que seducir al profano, y también presentando otras (hipótesis y conjeturas sin resolver) que ilustran el trabajo de los matemáticos. E igualmente expone el carácter auxiliar de las matemáticas, cuyos descubrimientos sirven para resolver cuestiones pendientes en otras ciencias o abren nuevos caminos dentro de las distintas áreas de este campo. Asuntos en general bien explicados, en un tono quizá excesivamente coloquial, más adecuado para los medios audiovisuales donde se desenvuelve Sáenz de Cabezón, y no tanto, o eso me parece, para un libro.

Pero bien, simpático y con la loable intención de atraernos hacia esas materias que a algunos nos hicieron sudar tanto y con las que me temo que, por mucho que le pongamos buena voluntad, difícilmente nos vamos a congraciar. Pero en todo caso se agradece el intento.



jueves, 31 de agosto de 2023

Jesús Mosterín: La naturaleza humana (In Memoriam Emilio Prado)

La semana pasada, los componentes del blog recibimos la peor de las noticias imaginables: Emilio Prado, que se unió a nuestro equipo en abril de este año, había fallecido. Una noticia terrible, inesperada, dolorosa, que nos dejó sin aliento y sin palabras.

Aunque no tuvimos la ocasión de conocer a Emilio en profundidad, le habíamos cogido mucho cariño, pues su sencillez, sentido del humor y pasión por la literatura eran sumamente contagiosas. Sus reseñas destacaban por su espontaneidad, así como la versatibilidad  de sus intereses (igual leía novelitas pulp que ensayos sesudos, tal como compaginaba el 'death metal' con el jazz).

Emilio dejó programadas varias reseñas para este blog, muchas de ellas del género de terror, al que era muy aficionado. Hemos decidido publicarlas tal y como las dejó, a lo largo de los próximos meses, como forma de honrar su memoria, y porque creemos que a él le habría gustado que se leyesen. En esta primera reseña incluimos también, con permiso de su familia, una fotografía que nos mandó recientemente, en la que se le ve compartiendo un tiempo de lectura en un programa de voluntariado.

Descansa en paz, Emilio, nunca te olvidaremos.
 


 
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Idioma original: español
Año de publicación: 2006
Valoración: Muy recomendable

Jesús Mosterín fue un polímata español cuyo rasgo más característico de su pensamiento y obra podría decirse que era la concepción que tenía sobre la simbiosis existente entre filosofía y ciencia; en La naturaleza humana, desde ambos campos del conocimiento humano, Mosterín trata de crear una obra de divulgación accesible para todos los públicos.  

Comienza el libro con un breve capítulo mayormente filosófico sobre el tema del título, aunque pronto deja este enfoque de lado para centrarse en una faceta más biológica: evolución, vida y existencia del alma, siempre desde un punto de vista estrictamente científico, focalizan el primer cuarto del libro.

En esta primera parte, más allá del tema, un detalle que me llama gratamente la atención desde el punto de vista literario es el de poner en claro ciertos términos que se usarán a lo largo del libro y que se podría decir que son creados ex profeso para evitar ambigüedades; por ejemplo, “humán” por “ser humano”, o diferenciar entre experimentar y “experienciar”. Estupendo ejemplo de que el lenguaje se crea a medida que se crean necesidades y claro reflejo de la determinación del autor.

La parte central del libro toma la forma de divulgación científica en su concepción más directa con capítulos dedicados a los primates, genes, mente, lenguaje, cultura, hombres y mujeres. Están excelentemente desarrollados, mantienen fácilmente el interés a lo largo de la lectura y son muy instructivos, el autor no peca de superficial en ningún momento. Estos episodios pueden ser considerados como magníficas puertas de entrada si nos interesa el tema en cuestión y queremos profundizar en él con bibliografía más específica.

A partir de aquí los temas a tratar ya dejan un espacio más abierto a la ética y a la moral, cosa que Mosterín aprovecha sin pudor. No se cohíbe de expresar su opinión sobre temas controvertidos y la fundamenta; en el capítulo de Reproducción y eugenesia, por ejemplo,  no rehúye en ningún momento los tabúes sobre el tema y se muestra a favor de la llamada eugenesia positiva, asimilándola al uso de vacunas. En Muerte y eutanasia, por otra parte, también muestra su apoyo claro a la llamada muerte digna. Se debe remarcar que en estos capítulos la divulgación más pura se deja de lado para utilizar un tratamiento más parcial, más especulativo y no tan contrastado, por decirlo así.

En los capítulos finales es donde, desde mi punto de vista, se baja un poco el nivel; es una lástima que un libro tan bien construido, con un derroche de información tan bien plasmada y explicada de modo muy ameno, acabe con especulaciones sobre lo terrenal y lo divino, dándole pábulo a teorías halladas en un punto medio entre las corrientes New Age y las religiones panteístas tradicionales. No me cuela que el autor argumente que se limite a enumerarlas, más bien aboga por ellas de forma más o menos velada.

Estos últimos episodios, así como la introducción paulatina de opinión donde antes había información, en la segunda mitad del libro, es que lo me detiene de darle la calificación de imprescindible; considero algo sibilino que, tras unos cuantos capítulos de verdades irrefutables y axiomáticas, se introduzca poco a poco la visión del autor de ciertos temas de modo que pueda interpretarse también como un hecho contrastado. No lo considero ilícito, puesto que además mis opiniones personales son muy próximas a las de Mosterín, pero sí que me hubiera parecido más honesto advertir de cuando se especula o cuando se está informando.

Así y todo, considero que es una obra muy recomendable y que puede funcionar tanto como lectura “lineal” como fuente de referencia.

viernes, 11 de agosto de 2023

Steven Pinker: En defensa de la Ilustración


Idioma original:
inglés
Título original: Enlightenment now
Traducción: Pablo Hermida Lazcano
Año de publicación: 2018 
Valoración: Entre muy recomendable e imprescindible

Steven Pinker es una figura sobradamente conocida, autor de numerosos superventas en el ámbito de las ciencias sociales (La tabla rasa, Los ángeles que llevamos dentro), ganador del Pulitzer, colaborador en el New York Times y profesor de psicología en la Universidad de Harvard.

Este libro en particular viene con altas expectativas: en la contraportada una cita de Bill Gates dice: “El mejor libro que he leído nunca”. Bueno, veamos.

Comencemos por el subtítulo, puesto que, en contra de lo que suele suceder en este tipo de libros de ensayo dirigidos a venderse por millones, no es en absoluto sensacionalista (ya saben, “la partícula de Dios”, “el origen de todo”, “los secretos del universo”...) y se ajusta al contenido: Por la razón, la ciencia, el humanismo y el progreso. El bueno de Pinker ya nos explica desde el principio la estructura de su obra: dividida en tres partes, la primera se titula simplemente “Ilustración”, la segunda “Progreso” y la última “Razón, ciencia y humanismo”.

Pinker utiliza la primera parte de su obra para darnos contexto sobre la Ilustración, explicarnos qué es, y porqué es tan importante: a su juicio, los principios de la Ilustración son los que han llevado a la humanidad al crecimiento vertiginoso de bienestar y progreso experimentado en el siglo XX por casi todos sus miembros, y son los que nos deben llevar a un futuro todavía más prometedor. Consta esta primera parte de tres capítulos en los que el autor establece su tesis: dedica la segunda parte, el verdadero ensayo en sí, a demostrarla.

Esta segunda parte es, sin duda, donde radica el meollo de la cuestión: Pinker se ha dedicado a recopilar muchísima información que nos muestra en forma de datos y gráficos, con la que nos apabulla y nos ilusiona. El mismo autor reconoce que, para la mayoría de nosotros, nos resulta especialmente confuso discernir entre millones, miles de millones o millones de millones, por lo que se esfuerza en mostrar un contenido claro y de fácil comprensión.

Divide la información en distintas categorías y profundiza en cada una de ellas en cada capítulo; por lo variado y exhaustivo del análisis, merece la pena mencionarlos aquí: Progresofobia, Vida, Salud, Sustento, Riqueza, Desigualdad, Medio Ambiente, Paz, Seguridad, Terrorismo, Democracia, Igualdad de derechos, Conocimiento, Calidad de vida, Felicidad, Amenazas existenciales y El futuro del progreso. En cada uno de estos episodios aquí listados hay un estudio comparativo entre épocas y países según el tema a tratar: todos ellos nos indican que, como conjunto, nunca hemos estado tan bien.

Su parte final está dedicada a defender las tres bases de la Ilustración que, en opinión de Pinker, deberán ser las bases del futuro: Razón, Ciencia y Humanismo, dedicando otro capítulo a cada una de ellas.

¿Cuál es el mensaje de este libro? El optimismo. Un principio que defiende a lo largo del ensayo es la lugubridad y pesimismo de muchísimos autollamados intelectuales que se dedican a profetizar una y otra vez el fin del mundo, así como añorar pretendidos pretéritos tiempos gloriosos: Pinker derrota una y otra vez la tesis de “aquellos buenos viejos tiempos”, mostrando datos que demuestran que no todo tiempo pasado fue mejor.

Como nota curiosa, en el proceso de escritura de este ensayo se produjeron las elecciones de EEUU de 2016, en las que salió elegido Donald Trump como nuevo presidente. Para curarse en salud y evitar que cundiera el pánico, Pinker nos decía en el libro que, a pesar de los presumibles retrocesos futuros llevados a cabo por el nuevo gobierno republicano en materia de libertades sociales y medioambientales, debemos mirar al futuro con un objetivo más amplio y no centrarnos en el momento presente para analizar la historia. A pesar de la visión de color de rosa que nos vende Pinker a lo largo de todo el libro, se deja trasver que le había visto las orejas al lobo: Optimismo sí, pero con matices.

Teniendo en cuenta que es un buen mamotreto, de esos que hace cansar la muñeca al cabo de un rato, surge la pregunta: ¿es una buena lectura? Mi opinión es que sí, no necesariamente lineal (a pesar de que yo lo he hecho así y no me arrepiento), funciona tan bien como obra de consulta (y, porque no decirlo, argumentario para debates).

Algo que me hubiera gustado es que Pinker hubiese insistido más en la necesidad de mantener (seguir manteniendo) hábitos responsables de consumo y de vida: la sensación, al ir leyendo, es que como humanidad vamos sobrados, que ya está todo hecho, y sabemos de sobra que lamentablemente no es así; vamos por buen camino, pero hay que seguir trabajando. El apuro que pasó Pinker con la elección de Trump nos demuestra que un cambio de rumbo de un gobierno poderoso puede dar al traste con muchos de los avances conseguidos.

martes, 29 de marzo de 2022

Paul Davies: El universo desbocado

Idioma original: inglés
Título original: The Runaway Universe
Traducción: Robert Estalella
Año de publicación: 1978
Valoración: Decepcionante

Si alguien leyó en su día, y recuerda, la parte que me correspondía en aquellas biografías lectoras (no pongo el enlace porque me da un poco de vergüenza), quizá sea consciente de que estos temas siderales de segunda división científica siempre me han atraído. Ahora menos que en aquellos remotos tiempos de la adolescencia, claro, pero aun así el cuerpo me pide no dejar escapar, aunque muy de vez en cuando, alguna oportunidad que surja para volver a estas cosas del cosmos, las galaxias, u objetos inalcanzables y difícilmente comprensibles en nuestra escala doméstica del espacio-tiempo. Creo que la última vez que me asomé a ese mundillo fue también de la mano de Paul Davies, este científico (ya no sé si físico, matemático u otras esdrujuleces) tan amigo de divulgar conocimientos para que los atrapemos los mortales más corrientes.

Ahora me encuentro otra vez con él por pura casualidad (libro encontrado en casa, y que nadie había leído), y si antes se centró en el posible contacto con inteligencias extraterrestres, en esta ocasión parece que presenta un campo mucho más amplio: el Universo, su formación, expansión y previsible muerte, nada menos.

Y qué quieren que les diga ¿Qué el libro es antiguo (1978, más de cuarenta años) y que ya no sorprenden descubrimientos tantas veces relatados? ¿Que uno ya ha leído bastante al respecto y que esto es más de lo mismo? Pues siendo ciertas las dos cosas, el libro en sí tampoco despierta mayor interés, porque quizá por esa época Davies todavía no había pillado el punto a esa difícil combinación entre lo científico y lo divulgativo, es decir, contar cosas con rigor pero evitando que el lector, necesariamente profano, desconecte, quizá abrumado, quizá aburrido.

Desde luego no tiene que ser fácil contar, además con cierto detalle, cómo se produjo el Big Bang, cómo se expande el Universo y por qué lo sabemos (o creemos saberlo), cómo evolucionan y colapsan las estrellas, si el nacimiento de la vida fue un fenómeno peculiar o responde a un patrón que puede haberse repetido miles de veces, o por qué caminos avanza ese Universo hacia un fin que podría tener diversas variantes. Puede que uno de los aspectos decisivos en este tipo de libros es fijar la materia a tratar, porque si resulta demasiado extensa, la atención se diluye irremediablemente en un océano de informaciones en torno a partículas extrañas, fuerzas gravitatorias, procesos nucleares, gases que se transforman y radiaciones de fondo, cosas que, reconozcámoslo, son por completo ajenas a nuestras aburridas vidas y a nuestra pequeñez sideral.

Es muy llamativo leer sobre explosiones inimaginables o agujeros negros que devoran estrellas y planetas, pero tropezamos con un obstáculo fundamental: todo aquello de lo que se nos habla opera en unas escalas tan delirantes tanto en el espacio como en el tiempo (miles de millones de años, tal vez billones, no sé qué parte infinitesimal de un átomo, cantidades innombrables de años-luz) que al cabo de unas decenas de páginas la atención decae, y el lector, al menos el que esto escribe, cae en una especie de indiferencia. La Humanidad tiene poco que decir en toda esta historia, es un mínimo puntito irrelevante en esas descomunales distancias y épocas, todas ellas remotas tanto hacia el pasado como hacia el futuro. Así que todo eso que al científico, astrofísico o cosmólogo le parece tan apasionante, al humilde ciudadano ocupado en pagar su hipoteca, una vez pasada cierta sorpresa inicial, le resulta ajeno e incomprensible. Dicho rápidamente y por ceñirme al ejemplo más doméstico: es curioso saber que el Sol se apagará como consecuencia de no sé qué procesos dentro de tampoco sé cuántos miles de millones de años, pero ¿de verdad es algo que me toca en alguna fibra?

De manera que en el humilde lector aficionado crece la sospecha de que todo esto puede no ser más que un gran juego especulativo en el que matemáticos y físicos hacen despliegue de monstruosas ecuaciones o mediciones de cosas que, por muy grandes o muy pequeñas, están fuera de nuestra comprensión, y a fin de cuentas estas lecturas no nos reportan casi nada más que un dudoso poso de culturilla astrofísica y tal vez un rato de moderado entretenimiento. Si el libro además no tiene el gancho de una buena dosificación de los contenidos, el resultado de la experiencia lectora es más bien pobre.

Y añadiré algo más. Al final, estos trabajos en torno al origen y muerte del Universo siempre se quedan, necesariamente por supuesto, en el límite que separa la ciencia de la filosofía o la religión. Y bueno, tampoco vamos a pedir a Davies ni a ningún otro científico-divulgador que se moje, porque no es su negociado, pero sí resultaría digno de interés que alguien se atreviese a dar ese paso un poco más allá del horizonte, tan lejano, al que alcanzan los números, y fuera capaz de formular alguna teoría sobre el minuto anterior al Big Bang: ¿había una bola de fuego o una singularidad gravitacional? ¿de dónde surgió? ¿había algo alrededor? ¿la nada es un concepto científico? Esto, claro, desde la racionalidad, sin prejuicios ni payasadas. Qué difícil.

También de Paul Davies en ULAD: Un silencio inquietante

martes, 25 de enero de 2022

Jesús Briones Delgado: La humanización de la era digital. Cómo enfrentarnos a un mundo de algoritmos


 Idioma original: español

Año de publicación: 2020

Valoración: Está bien



El futuro ya está aquí. No lo digo yo, habrán escuchado esta frase a menudo en los últimos meses, incluso años. Es evidente que el futuro siempre llega, y en esta caso parece que lo tememos más que nunca pues conlleva, además de grandes esperanzas para algunos, una de nuestras peores pesadillas: el poder efectivo de la máquina. Dicho así quizá imaginemos un ente humanizado como uno de los personajes de la novela Máquinas como yo, pero, sin irnos tan lejos –aunque los robots con apariencia humana hace tiempo que llegaron para quedarse– piensen en esos algoritmos que afectan directamente a nuestras vidas sin que nadie los haya adquirido en una tienda, al menos conscientemente. Programas que han aprendido a aprender, que utilizan su experiencia para tomar decisiones sin intervención humana. El profano en la materia no puede (no podemos) imaginar qué se cuece tras las afirmaciones de una autonomía que, la verdad, da un poco de vértigo. O bastante.

Este ensayo trata de divulgar los aspectos más básicos de las actuales investigaciones a la vez que reflexiona sobre antecedentes y consecuencias futuras. Cualquiera que lea la prensa a diario no encontrará en él grandes novedades, pero tiene la virtud de condensar en unas pocas páginas tanto datos objetivos como eventualidades y pautas de actuación. También un sinfín de preguntas. ¿Estamos viviendo un auténtico cambio de paradigma o esto que nos parece tan relevante no es más que el principio de una serie de transformaciones que traerán una civilización nueva, tal como ocurrió, por ejemplo, con la implantación de la agricultura o con la revolución industrial, sin ir más lejos? Desde luego, lo digital ha introducido modificaciones en nuestra vida cotidiana y, con mayor o menor intensidad, afecta al planeta entero. Dicho esto, no hay más remedio que señalar lo obvio: lo positivo o negativo no son los avances en sí sino el uso que hagamos de ellos. O que hagan por nosotros, con nuestro consentimiento o sin él.

Llegamos al nudo de la cuestión, para funcionar como tal, la Inteligencia Artificial necesita datos. Y no pocos, datos en cantidades ingentes: “… su combustible son esos paquetes de información: la IA lo que hace es aprender de ellos, de modo que utilizándolos como patrones y aplicando la estadística es capaz de realizar predicciones de futuro. Debemos ser conscientes de que sin big data la IA no existiría”. Es obvio que quien suministra esa enorme cantidad de información que circula por la Red y alimenta algoritmos capaces de generar fortunas de escándalo somos nosotros, y lo hacemos voluntariamente pues la tecnología se ha instalado en nuestras vidas y ya no hay posibilidad de retorno.

Fijémonos en el lado negativo. La IA se alimenta de la información que le suministramos, con ella realiza tareas que hasta ahora eran exclusivamente nuestras. Y las máquinas no cobran, hacen gratis nuestro trabajo pero la materia gris seguimos aportándola nosotros. Esta realidad, que ya es un hecho, en un periodo relativamente corto adquirirá proporciones inimaginables. ¿Qué tal si reclamásemos la parte que nos toca de esa extraordinaria fuente de ingresos? Pero podríamos exigir algo más que la simple retribución económica: intervenir, controlar de alguna forma ese caudal informativo que en ningún caso es inocente. Por muy objetivo que nos parezca siempre tiene un sesgo ideológico que condiciona las decisiones de quienes ostentan el poder. Necesitamos, pues, un cuestionamiento ético. Y esto sí es exclusivamente humano y no podemos hacerlo sin una educación en humanidades. Ahora más que nunca necesitamos el pensamiento crítico, cuestionarnos lo que se nos presenta como incuestionable, mirar más allá de lo evidente. ¿O vamos a dejar en manos de las máquinas incluso las decisiones más polémicas?

En un mundo como el actual, tan saturado de datos, es fácil caer en la trampa y creer que controlamos lo que ocurre. Pero, paradójicamente, la saturación informativa produce desinformación. Si no somos capaces de gestionar todo lo que nos llega y muchas veces es prácticamente imposible distinguir lo verdadero de lo falso, si los contenidos que recibimos han sido seleccionados previamente, si nuestra atención cada vez está más dispersa, quizá lo que nos parece tan objetivo no lo sea tanto. 

“Nuestro acceso masivo a la tecnología responde a algo tan sencillo como el interés de otros: interés por vendernos algo, por convencernos de algo, por convertirnos en algo, por que nos embarquemos en algo…”

Es lógico desconfiar, pero aparte de nuestro propio criterio existen otras fuentes confiables, las de siempre, los auténticos expertos, muy distintos a esos nuevos expertos cuyas intenciones no están nada claras. Y cuidado con servir de portavoces de noticias de dudosa procedencia que las redes sociales multiplican hasta el infinito. Los problemas van en aumento: exceso de control social, facilidad de vulnerar la propiedad intelectual, caos legislativo, prioridad de las leyes del mercado… Quien piense que basta con el control individual para resolverlo se equivoca, cada uno por sí mismo no puede hacer nada, necesitamos que los gobiernos asuman su responsabilidad y legislen. Es cierto que se están dando pasos: códigos éticos, reglamentos de protección de datos etc.

Rebasados sus dos tercios, el ensayo se vuelve redundante, aún así no llega a las cien páginas y su lectura no es especialmente difícil: se trata de un estudio bastante elemental que cumplirá su función solo si encuentra los lectores adecuados a sus características.

lunes, 10 de febrero de 2020

Yuval Noah Harari: 21 lecciones para el siglo XXI

Idioma original: inglés
Título original: 21 Lessons for the 21st Century
Año de publicación: 2018
Valoración: Bastante recomendable



A veces un título es el peor enemigo del escritor. Así que aclaro, aunque este ensayo del historiador Yuval Harari tiene un carácter didáctico, tanto por su carácter divulgativo como por la claridad de exposición; no está aleccionando a los lectores y –en absoluto– contiene el discurso plomizo que podría esperarse del término lección. Al contrario, se trata de disquisiciones muy personales -en las que ideas y trayectoria del autor sobrevuelan cada frase y acaban enganchándonos- expuestas de forma muy amena y repletas de sugestivos ejemplos. Aunque no sea un texto de ficción, se lee casi como un relato de intriga, pues implica al lector en su propio futuro con una empatía nada frecuente en el género. En estos 21 capítulos –que es lo que son, realmente–Harari pretende (y consigue) condensar las preocupaciones del hombre contemporáneo. Empezando por el aspecto más aparatoso: la tecnología, que a pesar de algunas previsiones más que discutibles, tanto su audacia como el hecho de que se centre en los peligros potenciales, resulta apasionante y nos mete de cabeza en el texto.
Desde luego, parte de una ideología concreta e intenta cuestionarla planteando todos los factores que, a su entender, han quedado obsoletos. O sea, desde el principio, las cartas están boca arriba: escuchamos la voz de un amigo, con el que podemos o no estar de acuerdo, que ofrece su visión del mundo con total sinceridad, o eso parece. Quizá consideren que, por obvios, sobran algunos párrafos, pero como no serán los mismos para todos los lectores, deducimos que el autor ha intentado ponerse en la piel de un número lo más amplio posible de personas: de los que saben más y los que saben menos, de los que opinan una cosa y su contraria.
Se plantea, por ejemplo, que quizá no sea tan conveniente como parece el afán por globalizar a toda costa, reflexiona sobre el desempleo masivo o la disminución del libre albedrío con que amenazan los adelantos tecnológicos. Y, siempre que entendamos por humanos el grupo más hegemónico del planeta, no se puede negar que:
“En 1938 a los humanos se les ofrecían tres relatos globales entre los que elegir, en 1968 solo dos y en 1998 parecía que se imponía un único relato, en 2018 hemos bajado a cero”. 
O bien: “El sistema democrático todavía está esforzándose para comprender qué le ha golpeado”.
Eso sí, encuentro que todas esas reflexiones sobre nuestro futuro tecnológico simplifican demasiado. Harari habla de la Inteligencia Artificial, por un lado, y de los seres humanos, por otro, como si la primera procediera de algún germen extraterrestre que hubiese aterrizado aquí sin previo aviso. Además, se refiere a ciertas redes sociales o a generadores de algoritmos como si fueran eternos. Pero la IA –como todo– se construye progresivamente, y es, como sabemos, el resultado de objetivos, trabajo y talento exclusivamente humanos. Es decir, la deriva que tome no es inevitable. Las oportunidades laborales serán distintas, pero estarán ahí, es verdad que la IA expulsará a mucha gente no cualificada del mercado laboral, pero podría no ser así, depende de cómo se gestione. Si el reparto fuese más equitativo –algo poco probable pero no imposible– podría suponer mayor tiempo de ocio para todos. En conjunto, ese apartado resulta impactante, aunque demasiado centrado en las circunstancias actuales y bastante apocalíptico. Recordemos que estas predicciones suelen equivocarse porque no tienen en cuenta innumerables factores imposibles de predecir en su momento.
Sobre la cuestión de las identidades, Harari sostiene que, en estos tiempos cada vez más globales, los humanos nos parecemos más entre nosotros que a nuestros antepasados de una zona concreta, y es el famoso relato, es decir, la forma en que cada grupo se percibe a sí mismo, donde tenemos que buscar las diferencias. (“Insistimos en que nuestros valores son una herencia preciosa de antiguos antepasados. Pero eso solo podemos decirlo porque nuestros antepasados hace mucho que murieron y no pueden hablar por sí mismos”). Lo que nos acerca –siempre según el autor– es afrontar desafíos comunes y discrepar sobre ellos. Como en este momento, las tres grandes cuestiones del futuro son: el calentamiento global, la biotecnología y la inteligencia artificial, sobre ellas nos pelearemos y estableceremos consensos, ya que somos una gran familia. Sin olvidar la vieja amenaza nuclear, que nos obliga a no fragmentarnos demasiado y a mantener el equilibrio por la cuenta que nos tiene. Todo ello se ve afectado por terrorismo y contra-terrorismo, con el coste económico y humano que ambos suponen, así como por los movimientos migratorios, que plantean debates como la tolerancia y sus límites o el mito de la superioridad cultural.
Frente a las éticas religiosas, que pretenden mejorar la convivencia y acaban produciendo más perjuicios que bondades, sobre todo los monoteísmos, la ética laica se apoya en valores como compasión, igualdad, valentía,  libertad y responsabilidad, de modo que no necesitamos dioses. Aunque, cuidado, tampoco somos tan racionales como creemos, tendemos a mimetizarnos con el grupo, que es, en realidad, quien piensa por nosotros por medio de los mitos colectivos, que existen desde siempre, se transforman con el tiempo y son transmitidos por el poder de cada época y lugar. (“Cuando mil personas creen durante un mes algún cuento inventado, esto es una noticia falsa. Cuando mil millones de personas lo creen durante mil años, es una religión y se nos advierte que no lo llamemos “noticia falsa” para no herir los sentimientos de los fieles (o provocar su ira)”. ¿A qué es genial? Y, sin embargo, las religiones son un elemento de cohesión social, como las ideologías, las marcas comerciales o el dinero. Como necesitamos creer en algo, habitualmente mantenemos varios relatos entrecruzados que a veces son incompatibles, pero los guardamos en compartimentos cerrados y no nos damos cuenta. Cuando la religión ya no sirve y hay personas que sienten terror ante la incertidumbre, surgen los totalitarismos modernos.
Conclusión, no hay que buscar ningún sentido a la vida porque la vida es un conjunto accidental de elementos muy variados y no tiene sentido en sí misma. Por lo demás, esta búsqueda de sentido suele tener un fondo egoísta. Lo fundamental es conocernos, aprender a convivir y no dejar que piensen por nosotros. 
A pesar de cierta dispersión y de algunas reiteraciones casi obsesivas, este ensayo es un buen pretexto para replantearnos algunas certezas y abrir la mente a nuevos enfoques. Pero, muy especialmente, se lo recomendaría a los jóvenes y a todos los que se inician en el género ensayístico.

 Traducción: Joandomènec Ros

lunes, 28 de octubre de 2019

Maren Meinhardt: Alexander von Humboldt. El anhelo por lo desconocido

Idioma original: inglés
Título original: Alexander von Humboldt
Traducción: Julia Gómez
Año de publicación: 2018
Valoración: Bastante recomendable 

Sabemos que el ser humano escruta el Universo buscando exoplanetas, explora las profundidades catalogando especies abisales, y procesa extrañas partículas mediante ingenios electrónicos e informáticos. El mundo de la ciencia y el conocimiento está compartimentado en la forma más extrema, y no hay asunto que no deba ser tratado por equipos de especialistas cuyo trabajo se circunscribe a lo más concreto, con la pretensión de encontrar la verdad irrefutable. Qué diferente de aquellos tipos que hasta hace un siglo se aproximaban a la naturaleza sin reparar en qué parcela iban a intervenir, lanzados con pasión y medios rudimentarios a aventuras en que con frecuencia se jugaban la vida, impulsados por lo que tan espléndidamente resume el subtítulo de este libro: el anhelo por lo desconocido.

Alexander von Humboldt es un poco el paradigma de este tipo de personajes. Geólogo de formación, se le había diseñado un currículum adecuado para llegar alto en la administración prusiana, con la que estaba bien relacionado. Pero lo que ansiaba Alexander era descubrir mundo, conocer la naturaleza en lugares donde nadie la había estudiado antes. Igualmente interesado en la botánica, la electricidad, el vulcanismo o la mitología, venía a ser, como en algún lugar se le ha definido, un ‘hombre renacentista tardío’, a la vez científico, explorador y filósofo. Contrariamente a lo que ocurre en nuestro tiempo, para él, del todo impregnado de las convicciones del romanticismo, el saber no conoce parcelas, y una de sus pautas irrenunciables es la identificación entre el espíritu y la naturaleza.

Muy pronto Humboldt comienza a enredar a su entorno más próximo proponiendo viajes. Reside algunos periodos en Londres y París hasta que va tejiendo una red de relaciones con las personas adecuadas, científicos y exploradores con inquietudes semejantes a las suyas, incluidos algunos colaboradores del gran capitán Cook. No obstante, deja espacio suficiente a la improvisación: aunque su primer objetivo era África, circunstancias políticas y simples coincidencias le abren la posibilidad de viajar a Sudamérica, y no duda un minuto, embarcándose en su gran aventura en compañía del botánico francés Bonpland (quizá hasta estimulado por la fonética de su apellido, quién sabe). Ahí tenemos ese ansia ilimitada por conocer, da igual el qué o dónde, y sin importar demasiado métodos o planes de trabajo.

El viaje americano se fue desarrollando también de esta manera, por impulsos: comienza por explorar el Orinoco hasta el paso que comunica con la cuenca amazónica, pero se dirige después a Bogotá solo por conocer al botánico Mutis, y más adelante hacia Perú para enlazar con una expedición que planeaba visitar las Filipinas, aunque se detiene largo tiempo ascendiendo y examinando montañas y volcanes en el actual Ecuador. Por el camino, todo interesa: flora y fauna, mediciones de hemisferios y altitudes, los templos incas, muestras de aire, experimentos con animales y sobre el propio cuerpo del científico. Humboldt se afana por detectar ciertos rasgos universales en las culturas que va descubriendo y cree encontrar también nexos entre lo que descubre en América y lo ya conocido en Europa. Siempre se manifiesta la pretensión de abarcar el conocimiento como un todo, y de reflejar su pasión mediante textos y dibujos. 

Como prácticamente la totalidad del libro está escrito a partir de la abundantísima correspondencia del personaje, aparte del recuento de experimentos y descripciones se dejan ver con bastante claridad algunos rasgos que definen más al hombre que al científico: la sinceridad con que reconoce el limitado interés de sus algunos de sus descubrimientos (por ejemplo, en los citados volcanes de Ecuador), el recelo que, como buen protestante, le suscitan los misioneros españoles, o el evidente cansancio que en los años posteriores le disuade de acometer una nueva aventura de envergadura semejante.

A propósito me refería al material epistolar sobre el que se edifica el libro de Meinhardt. Como alguna vez hemos comentado en relación a otros personajes, el hecho de haberse conservado multitud de cartas de las que se escribían en otros tiempos ha permitido reconstruir datos, fechas o relaciones con mucha fidelidad (algo que tal vez ocurra también en el futuro con los mails o las redes sociales). Sin embargo, en este caso esa fidelidad representa en mi opinión un cierto lastre para el libro. La reconstrucción es desde luego tan minuciosa como escrupulosa, pero tiene algunas consecuencias negativas para el lector. El primer tercio del libro cuenta la vida de Humboldt antes de partir en su viaje, con una enorme cantidad de nombres, lugares y detalles que en su mayor parte entiendo que interesan poco al lector. Pero, más aún, en general da la impresión de un trabajo más de administrativo que de historiador, se echa de menos la elaboración, la obtención de conclusiones, trascender de lo que puede ser una recopilación, por rigurosa que sea, a un estudio algo más intelectual. Algo de esto asoma a veces, pero con demasiada timidez, y es una pena, porque el libro hubiera podido quedar mucho más atractivo. 

viernes, 9 de agosto de 2019

Laura Spinney: El jinete pálido

Idioma original: inglés
Título original: Pale Rider. The Spanish Flu of 1918 and How it Changed the World
Traducción: Yolanda Fontal
Año de publicación: 2018
Valoración: Recomendable


Hace justo un siglo que se extinguieron los últimos coletazos de la llamada gripe española, también conocida como gripe del 18. En mi casa oí hablar de ella por culpa de algún antepasado que tuvo el mal gusto de fotografiar a unos bebés muertos a causa de aquel terrible virus. Porque aquel episodio dejó huella en familias de todos los rincones del planeta. Lo cuento.

La gripe española azotó al mundo en tres oleadas: la primera, en la primavera de 1918; la segunda, la más mortífera, en otoño del mismo año; y la tercera, a inicios del 19. Fue una pandemia global que no conoció fronteras ni escenarios: desde Brasil hasta China, desde Sudáfrica a Canadá, desde Portugal hasta la India, grandes ciudades y aldeas remotas, la Europa en guerra y remotos pueblos de Manchuria, nada quedó libre del virus. La enfermedad, que en su primera fase no fue muy diferente de cualquier gripe estacional, mostró más adelante sus terribles peculiaridades: elevada tasa de mortandad, extrema facilidad para el contagio, efectos secundarios brutales (piel coriácea, visión borrosa, miembros agarrotados) y propensión a la complicación con otras dolencias más graves, en especial la neumonía. 

Otra de las características más insólitas fue su desconcertante aleatoriedad. La enfermedad golpeó con furia a los colectivos tradicionalmente más vulnerables (niños pequeños y ancianos), pero también al segmento de la mediana edad, por lo general el de mayor resistencia y vigor físico. Y al mismo tiempo, la gripe era capaz de acabar en pocos días con media familia, diezmar un barrio concreto o aniquilar una población, y tratar con mucha más benevolencia a entornos o vecinos muy próximos. Las dudas que aún existían sobre la forma de transmisión y las consiguientes medidas erróneas, junto con la sensación de indefensión, provocaron el caos e hicieron brotar las esperables ideas de castigo divino que florecieron en diversas culturas. Con todo ello, y pese a la dificultad de estimar correctamente las cifras, la autora considera que llegó a contagiarse un cuarto de la población mundial, y murieron al menos cincuenta millones de personas.

La autora desarrolla con agilidad el relato de la pandemia intentando subrayar la devastación causada y su carácter planetario, procurando no dejar fuera los escenarios más remotos, sean pequeñas islas del Pacífico, un pequeño pueblo de Alaska o el corazón de África. Más adelante se adentra en aspectos más científicos, las investigaciones, terapias, contagio recíproco con animales (recuérdense las mucho más recientes gripes aviar o porcina) o las distintas cepas y mutaciones. El texto es serio, claro y asequible, y da idea de la dimensión del problema.

Como creo que todo el mundo sabe, la españolidad de la gripe no tiene nada que ver con su origen real. El apelativo se debió, como tantas veces, a una confusión: al ser España país neutral en la I Guerra mundial, era el único donde se informaba libremente de los casos de gripe (los demás imponían la censura para no desmoralizar a su gente), por lo que en principio se pensó, o se quiso considerar, que había sido el origen del contagio. En realidad, se desconoce dónde se dio el primer caso, aunque algunos indicios apuntan a China, a un campamento militar americano, o a cierto destacamento británico en el norte de Francia. Este último dato da una pista sobre la posible relación entre la epidemia y la guerra de trincheras que llevaba años desarrollándose, con mayor intensidad precisamente en esa zona. Se especula con que el uso masivo de gas mostaza y otros agentes tóxicos en el frente franco-alemán pudo interactuar con el virus, favorecer su mutación e incrementar su potencia y facilidad de contagio. Es una teoría no probada, pero que pone en estrecha relación la enfermedad con la guerra, y da pie a abordar una de las reflexiones más interesantes del libro.

Si la gripe causó estragos en todos los rincones del planeta y acabó con la vida de mucha más gente que la propia Primera Guerra mundial (según algunas estimaciones, incluso más que la Segunda), ¿por qué la guerra llena libros de Historia, casi todo el mundo conoce al menos algunos de sus pormenores y se conmemoran sus efemérides, mientras la gripe española es algo de lo que apenas se habla y a lo que casi nadie, fuera del ámbito científico, presta atención un siglo después? Define Spinney algunos elementos clave: la guerra abarca un periodo bien determinado, con un principio y un final conocidos, incorpora la épica de la batalla y valores relacionados con el honor y la identidad nacional. Por el contrario, la pandemia es como una sombra que circula por el mundo entero, sin que se sepa dónde o cuándo empezó, ni tuvo final en un momento concreto, su efecto es aleatorio y silencioso, un fenómeno natural, como una pesadilla, que se sufre y se recuerda en privado, cada familia con sus cadáveres.

Aunque no desmerece el conjunto, que me parece equilibrado e instructivo, sí cabe detectar el deseo manifiesto de la autora por subrayar la importancia de lo que cuenta. Estará convencida de lo que dice, no lo dudo, pero con esa insistencia parece defender el valor de su propio trabajo, como si fuera necesario aclarar de vez en cuando que no ha escrito 400 páginas sobre algo banal. La cosa se le va un poquito de las manos en la parte final del libro, cuando intenta demostrar cómo la gripe fue determinante en los grandes cambios que el mundo experimentó por su causa. Aparte de que me parece discutible que los cambios registrados en 1918-19 tuviesen un carácter especialmente decisivo, sugerir por ejemplo que si Woodrow Wilson no hubiese enfermado el Tratado de Versailles hubiese resultado menos gravoso para Alemania y tal vez no se hubiesen dado las circunstancias que favorecieron el ascenso del nazismo, hay que considerarlo al menos un poco arriesgado.

Pero, oiga, que el libro es bueno, interesante y bien escrito, pero es que aquí somos así de puntillosos, y uno no se queda a gusto si no suelta una pizca de hiel.

viernes, 17 de mayo de 2019

Helen Pilcher: Que vuelva el rey

Idioma original: inglés
Título original: Bring Back the King
Traducción: Mariola Cortés-Cros
Año de publicación: 2017
Valoración: Recomendable (‘Muy’ para interesados en el tema)

Confieso que desde hace mucho ardo en deseos de utilizar esa fantástica etiqueta de Reseñas con las que me juego el cuello ¡Qué valentía! ¡Qué fortaleza de carácter! Bueno ¡y qué puntito de exhibicionismo tan encantador! Pues mira que me ha faltado poco para colocarla justamente en esta reseña, y es fácil de entender: fíjense en la cubierta, presten atención al título, y consideren el subtítulo La nueva ciencia de resucitar especies. O sea, todos los boletos para un artefacto pseudocientífico presentado seguramente por uno de esos divulgadores/as que escriben libritos para profanos, que acompañan al periódico dominical. Y encima, con un evidente tono relajado y bromista. ¿Todo eso merecía siquiera una reseña en ULAD, y además estaba tentado de ponerle un Muy recomendable? Pues sí.

Hace unas pocas semanas un estudio científico daba a conocer que en en los próximos años (no sé si era un siglo) habrán desaparecido de la Tierra un millón de especies. Bien, pues el término clave de este libro es precisamente desextinción, un palabro que bien hubiera podido servir de título, aunque pareciese una novela de ciencia-ficción serie B. La desextinción es obviamente la teórica posibilidad de retornar a la vida especies extinguidas por vía de la manipulación genética o la clonación de fósiles o ejemplares conservados de alguna forma. Es el concepto sobre el que gira todo el libro, y que Pilcher presenta mediante unos cuantos ejemplos, de forma amable y a veces entrando de lleno en lo humorístico, y siempre explicando, con el detalle posible en un texto divulgativo, las diferentes técnicas y sus dificultades.

Como, planteado el asunto, a todos nos viene de inmediato a la cabeza el Parque jurásico, Pilcher empieza justamente por ahí, por la posibilidad de desextinguir por ejemplo el T-rex. Pues bien, no era tan sencillo como sacarle la sangre deglutida al mosquito atrapado en el ámbar. Este primer supuesto sirve para exponer las que a grandes rasgos serían las dos vías para acometer la tarea: recuperar el ADN del bicho e implantarlo en un pariente cercano actual, o manipular el genoma de este último para crear algo con características parecidas al modelo (si alguien domina un poco estos temas, pido perdón por la explicación seguramente cutre). Estos dos son los caminos a seguir en todos los casos, y la autora descarta ambos de forma categórica en el caso de los dinosaurios, ya lo siento.

Se interna después el libro en casos digamos un poco menos extravagantes de especies extinguidas (o extintas?) más recientemente, algunas más reconocibles (el mamut lanudo, o el dodo), y otras de las que un servidor no había oído hablar jamás (la paloma pasajera americana, el tilacino de Tasmania o la rana de incubación gástrica. Bueno, esta última merece un comentario adicional, porque tiene la peculiaridad de vomitar a sus crías, a las que gesta en su sistema digestivo, que tiene guasa).  Y se detiene también en el único caso en que por lo visto llegó a prosperar uno de estos experimentos, el del bucardo, una especie de cabra de los Pirineos, que científicos españoles consiguieron reproducir… aunque su vida durase apenas unos minutos.

Pero el rey por cuyo regreso clama el título no era el emérito que todos conocemos, sino el del rock, Elvis, a quien Pilcher toma como sarcástico objeto de una posible ‘desextinción individual’ humana. O sea ¿se podría recuperar a un humano en concreto a partir de su ADN? Creo que esto ya se ha planteado en alguna otra obra de ficción, no recuerdo. Pero lo que parecería más chusco de todo el libro constituye en realidad su parte más interesante, porque por ahí se interna la autora en asuntos de mucho calado, no solo (o no tanto) científico, sino ético, y lo hace siempre de forma amena pero también muy clara y exponiendo opiniones de mucho peso.

La cuestión central es la individualidad genética. Cada ser humano se diferencia de cualquier otro sin parentesco directo en millones de variantes genéticas. Como el ADN de un ser sin vida siempre presenta errores o ‘huecos’ sin que se sepa cuáles de ellos son fundamentales, resultaría imposible clonar a un individuo concreto. Pero, aunque ese obstáculo fuese salvable, todavía sería necesario reproducir por entero el entorno (familia, educación, contexto social, etc.) y, aún así, sería completamente imposible evitar hechos fortuitos que alterasen el desarrollo del clon, y que de hecho van dejando huella en el propio ADN (epigenética). Explica Pilcher con detalle los bastante conocidos estudios realizados sobre gemelos genéticamente idénticos para ilustrar la importancia de lo adquirido, que no debe desconocerse frente a lo innato.

En mi opinión es, como decía, la parte más interesante del libro. Lo que importa no es ya el ejemplo humorístico de Elvis, ni siquiera la evidencia (tranquilizadora, creo yo) de que no se pueda copiar seres humanos determinados, sino cómo a lo largo de unas cuantas páginas vamos obteniendo información digamos autorizada sobre la individualidad, el carácter irrepetible de cada persona, con sus propios códigos, muchos heredados, de serie, y otros muchos grabados por el tiempo, por azar o por la interacción con otros. Impresiona un poco eso que podríamos llamar unicidad de cada ser humano, desde luego da que pensar y, coño, si ustedes me permiten, me parece hasta un poquito emocionante.

A lo largo del texto en distintas ocasiones se va preguntando la autora ‘si podemos hacerlo, ¿deberíamos hacerlo?‘ Es decir, volviendo al mundo animal, ¿se debería intervenir para recuperar a especies desaparecidas? ¿aún considerando los posibles riesgos, qué aportaría? Hay montones de argumentos, en mi opinión muy juiciosos, que se van desgranando respecto a cada una de las especies analizadas, y no se crea el lector que esta señora Pilcher defiende alegremente la aplicación de estos avances científicos. Al contrario, muestra mucha cautela y sentido común, y se puede decir que apenas se posiciona a favor en uno o dos de los casos expuestos (no, ni Elvis ni el T-rex). Aquí ya, por ir terminando, entran en juego por supuesto criterios científicos y ecológicos, pero también, entiendo yo, opiniones en el entorno de la ética o sobre la posición del ser humano en el planeta. Por mi parte, qué quieren que les diga: en general, creo que cuanto menos intervengamos en el trabajo de la naturaleza, mucho mejor. Pero eso ya que a la opinión de cada uno. Se puede discutir, si ustedes quieren.

jueves, 28 de marzo de 2019

Arthur Koestler: El Ártico desde la ventana de un zepelín

Idioma original: alemán
Título original: publicado dentro del libro Von weissen Nächten und roten Tagen
Año de publicación: 1931, como artículos en el diario Vossische Zeitung de Berlín; 1934, dentro del libro Von weissen Nächten und roten Tagen
Traducción: Francisco Uzcanga Meinecke
Valoración: está muy bien y, desde luego, de los más recomendable para amantes de las expediciones polares y /o los zepelines

Creo que no le estropearé a nadie la lectura de este libro si cuento de qué va, habida cuenta de que el spoiler, de haberlo, se encuentra ya en su propio título: en efecto, lo que cuenta este librito es una exploración del Ártico llevada a cabo desde un zepelín -en concreto el célebre y magnífico Graf Zeppelin LZ 127-, que tuvo lugar en 1931 y que contó entre sus miembros con el no menos célebre, al menos en tiempos posteriores periodista Arthur Koestler, como corresponsal del reputado diario berlinés Vossische Zeitung. La expedición, organizada por la asociación exploradora alemana Aeroartic, constituía un curioso ejemplo de acuerdo que quizá no pudiese darse en ninguna otra época: su principal financiadora era la Unión Soviética, pero también un millonario estadounidense aficionado a los vuelos polares y la Sociedad Filatélica Germana... (de todos modos, la idea original era aún más bizarra, pues fue cosa del magnate de la prensa Hearst, quien pretendía un encuentro en el Polo Norte entre el capitán Eckener, sucesor del conde Zeppelin, que comandaría el dirigible y un nieto de Julio Verne, que viajaría hasta allí en un submarino convenientemente rebautizado como Nautilus). Al final este curioso viaje -tampoco era el primero en este tipo de nave por el Círculo Polar Ártico- no llegaría más allá del paralelo 82 y su carácter sería eminentemente científico, sobre todo en los campos de la cartografía y la metereología, pero también contaría entre sus miembros con cameramen de cine y con el periodista Arthur Koestler, dispuesto a retransmitir a sus lectores las sensaciones y avatares de tan espectacular travesía. Koestler, a partir de sus artículos, recrearía el periplo en algunos capítulos de su libro De noches blancas y días rojos, los cuales ahora ha publicado en español Libros del K.O. como un volumen aparte.

Cabe decir que Koestler da cumplida cuenta de todo el viaje- en realidad, de poco más de una semana-, sobre todo teniendo en cuenta sus a la fuerza limitados conocimientos científicos. pero se defiende bastante bien con vívidas descripciones del paisaje y amenas explanaciones acerca de los progresos de la técnica y, de vez en cuando, sobre las ventajas y logros de la sociedad soviética, pues por entonces este periodista y escritor era un comunista convencido, igual que había sido un sionista entusiasta (luego dejaría de ser tanto una cosa como la otra). Al comienzo de su relato del viaje, de hecho, lanza algunas pullas ideológicas contra el doctor de la expedición, cuya querencia, al parecer iba más por la exaltación del volkgeist, la Heimat y esas cosas...(ya nos entendemos). Koestler, en origen Köstzler, era un húngaro de familia judía alemana.

Estas ironías, no obstante, son bastante inofensivas y hasta ingenuas, teniendo en cuenta el devenir político posterior en la vida de Koestler... De este libro queda sobre todo una imagen amable: un zeppelin sobrevolando en silencio la banquisa, llevando en su seno una variopinta tripulación de alemanes, rusos y norteamericanos, con un judío húngaro como testigo y cronista. Una imagen de un tiempo en apariencia más amable que el actual -enseguida se vería que aquella era sólo una apariencia-, que sugiere una suspensión del tiempo y la vulgaridad del mundo, como en una peli de Wes Anderson.

Para concluir este librito, y enlazando con el final de la crónica de Koestler, que hace unas sarcásticas observaciones sobre la "zepelinomanía" que acometió a la Alemania del periodo de entreguerras, que tomó a estos artefactos como uno de sus símbolos patrióticos -"El cigarro plateado se convirtió para el pequeñoburgués alemán en el cuerno mágico de la saga; lo hechizó para obligarle a elevar los ojos y la nariz hacia el cielo de tal modo que, en su ufana embriaguez, ni veía ni olía lo que pasaba abajo..."-, el traductor al castellano, Francisco Uzcanga Meinecke se extiende en un último y delicioso capítulo titulado justamente Zepelinada sobre la historia de los dirigibles rígidos en Alemania.

Porque  estos chismes serían en gran medida objeto de la propaganda nacionalista alemana e incluso quizás, aunque no fuera culpa suya, símbolos de la época del ascenso nazi al poder y su descenso hacia la locura bélica, lo sé, pero qué queréis que os diga: molan un montón, ¿o no? (aunque reconozco que siento una pizca de remordimiento: quizás debí dejar la reseña de este libro a mi compañero Koldo, que es a quien le pirra esto de expediciones polares y demás... Por otro lado, a mí me encantan los zepelines, así que la cosa está empatada. Y una reseña es una reseña... Lo siento, Koldo, pero #NoMercy!). Como decía uno de los poemas de un concurso convocado para exaltar la figura del conde Ferdinand von Zeppelin: "Cada niño, incluso el más pequeñín/ balbucea ya el nombre de Zeppelin". Pues eso.





Otros títulos de Mr. Koestler reseñados en Un Libro Al Día: El cero y el infinito, Llegada y salida

martes, 6 de noviembre de 2018

Andrea Barrett: La fiebre negra


Idioma original: inglés
Título original: Ship fever
Año de publicación: 1996
Traducción: Magdalena Palmer
Valoración: Entre recomendable y está bien

Curioso libro este, una compilación de relatos que en 1996 se llevó uno de esos premios molones que conceden los norteamericanos y que establece como nexo de unión de todos ellos el protagonismo o, al menos, la referencia a científicos, ya sean reales o ficticios, dedicados a la biología, desde naturalistas del siglo XVIII a modernos bioquímicos. También en casi todos hay un protagonismo o importante presencia de personajes femeninos (supongo que por estas razones se ha puesto en la cubierta de la edición española la foto de una científica... sólo que se trata de la física austríaca Lise Meitner, descubridora de la fisión nuclear y uno de los más escandalosos "olvidos" de posibles premiadas con el Nobel).

No son los únicos puntos en común de los relatos: todos ellos comparten un tono melancólico, un cierto desencanto sobre las vicisitudes y los resultados, rara vez en consonancia con las expectativas, de la existencia humana. Desde la esposa de un profesor universitario que acaba por despreciar a su marido en La carta de Mendel a la segunda mujer de un hombre de negocios que no encuentra su lugar ni en su nueva familia ni en la de origen, de Soroche; del prestigioso científico al que la vejez arrebata los éxitos que puede haber conseguido en su vida -El discípulo inglés- al joven naturalista que intuye que nunca triunfará, de Aves sin patas. Tanto los adúlteros a los que ni siquiera entregarse a una pasión , trastocando la vida de sus respectivas familias, logra salvar de la insatisfacción en La zona litoral, como las hermanas Malburg, del relato con ese mismo título, un par de bioquímicas a medio camino entre el rigor científico y lo inasible de lo arcano, cuyas relaciones familiares resultan bastante desconcertantes (reconozco que es el cuento que me ha gustado menos... demasiados ingredientes en la receta para un gusto tan deslavazado), son ejemplos de una sorda desdicha, más o menos resignada. En realidad, el único cuento que parece conceder algo de esperanza a sus personajes es Rara Avis, donde unas inglesas, en pleno siglo XVIII, deciden mandar al diablo las convenciones sociales y dedicarse a lo que más les gusta, el estudio de la naturaleza, algo en principio vetado para su sexo.

Dejo para el final el último relato, justamente, que da título a todo este volumen y que, en realidad, se trata casi de una novela corta; en mi opinión, es sin duda el mejor de todo el libro. La fiebre negra se refiere al tifus, en este caso a la epidemia de tal enfermedad que tuvo lugar en Canadá en 1847, desencadenada por la afluencia de miles de paupérrimos inmigrantes irlandeses que huían de la hambruna de la patata. La historia está contada desde el punto de vista del joven médico que Quebec Lauchlin Grant y de una de sus pacientes, Nora Kynd y resulta tanto muy lograda en ritmo y estilo como ajustada en intensidad y sensibilidad, sin adoptar, o poco, en el aire desasistido que caracteriza a otros de estos relatos. Una pequeña novela que, además, resulta muy interesante para reflexionar sobre las migraciones y las fronteras, de ahora y de tiempos pasados; su lectura me parece que sería de lo más conveniente para todos aquellos progenitores que han decidido seguir con sus hijos la moda antivacunas de los últimos tiempos. 

martes, 8 de agosto de 2017

Jared Diamond: Colapso. Por qué unas sociedades perduran y otras desaparecen

Resultado de imagen de colapso diamond amazonIdioma original: inglés
Título original: Collapse
Año de publicación: 2005
Valoración: Muy recomendable por lo menos



En lo que concierne al futuro del planeta, la disponibilidad de recursos, el cambio climático, la inevitable globalidad de los problemas medioambientales y cuestiones similares parece que la opinión esta polarizada. El sector concienciado manifiesta su preocupación constantemente e intenta sensibilizar al resto.
Necesitamos saber a qué atenernos. En absoluto considero una exageración esas alarmas, pues están bien documentadas y proceden de fuentes fiables, pero incluso los que piensan que apenas tienen fundamento deberían salir de dudas de una vez. Colapso no es un texto de ficción ni un ensayo literario, se trata de una obra científica, extensa, y exhaustivamente documentada, imprescindible –junto a otras– para todo administrador público o para cualquiera que desee opinar con conocimiento de causa.
Su propósito es investigar las causas del colapso de algunas sociedades antiguas –la mayor parte de las cuales desapareció sin dejar rastro– comparándolas con las pautas que impulsaban la gestión medioambiental de las diversas regiones del planeta a mediados de la década anterior.
Diamond es doctor en fisiología y biofísica, ornitólogo, geógrafo, gran viajero, profesor universitario, promotor y colaborador en un sinfín de proyectos sobre el terreno relacionados con biología y geología, tiene en su haber obras divulgativas tan relevantes como Armas, gérmenes y acero (reseñado en este blog) que obtuvo el Pulitzer en 1998, y otras, como El mundo hasta ayer y Sociedades comparadas, a las que merece la pena acercarse antes de que queden obsoletas. Desde luego, no se le puede reprochar falta de rigor, desconocimiento de los asuntos que trata, carecer de una formación científica sólida, capacidad comunicativa o falta de entusiasmo. Al contrario, estamos ante un estudio profundo que contiene una ingente cantidad de apoyaturas científicas y datos de toda índole. Esto, que en absoluto es un defecto, puede pillar desprevenido al lector que esté buscando algo más ligero, pero yo aconsejaría que no se desanimen, no es preciso asumir una lectura exhaustiva de sus casi ochocientas páginas, al menos antes de saber hasta qué punto van a interesarnos. Un análisis de estas características, tan bien estructurado y con clasificaciones tan claras, se puede leer de muchas formas, desde la simple consulta hasta la habitual de principio a fin, pasando por saltarse párrafos o capítulos enteros eligiendo aquellos que más nos interesen.
Variedad hay de sobra. Tras una introducción en la que se analiza la situación actual de una zona muy concreta del estado de Montana (región que el autor tiene en gran estima y cuyos vertiginosos cambios, el enfrentamiento de pareceres entre vecinos que estos provocan y el delicado equilibrio ecológico a que todo ello ha dado lugar se utiliza como término de comparación con datos observados en otros territorios), emprendemos un viaje en el tiempo en una primera parte que repasa algunas sociedades tradicionales desaparecidas por causas diversas, dejando, eso sí, rastros inconfundibles –unas más y otras menos– de los que podemos aprender mucho si somos capaces de descifrarlos. Y si alguien sabe leer las señales que dejaron los antiguos es precisamente el autor.
Esta primera sección consta de cuatro capítulos y, para variar, en lo que respecta a la antigua civilización de la isla de Pascua recurre a indicadores y llega a conclusiones que no tienen nada que ver con los extraterrestres. Otros pueblos cuyos indicios se rastrean son: los mayas, los extinguidos vikingos de Groenlandia –en oposición a los inuits, que subsistieron gracias a la sostenibilidad de sus prácticas– o el Japón de la dinastía Tokugawa (s. XV a XVII) y su triunfo frente a la adversidad.
La tercera parte se enfrenta a la complejidad de algunas sociedades actuales: Ruanda y las causas (evidentes y ocultas) de sus conocidas tragedias, el radicalmente distinto abordaje de los problemas medioambientales dentro una misma isla (ejemplificado por los estados de República Dominicana y Haití), los errores cometidos por China y la celeridad con que se resuelven a veces, sin olvidar las dificultades endémicas de Australia y sus tentativas de un cambio de óptica que anuncian una etapa con bastantes probabilidades de éxito. Comparadas con el grupo anterior, se caracterizan por aportar muchos más datos sobre el presente pero más incertidumbre en relación al futuro. Por fortuna, no todas las amenazas de desastre llegan a consumarse, las sociedades remontan a veces, y al contrario: territorios que, se diría, cuentan con todos los requisitos para llevar una vida próspera van decayendo y acaban por desaparecer por no haber previsto que los recursos se consumen con el tiempo a no ser que se adopten medidas drásticas.
En los capítulos finales, el autor repasa la causas, tanto del colapso final como de los desastres ecológicos parciales –unas son atemporales (como la destrucción de recursos naturales, la superpoblación y la producción o traslado de agentes perjudiciales para un hábitat), otras recientes (la energía, el techo fotosintético, los cambios atmosféricos y la toxicidad de los productos)–, explica su estrecha interrelación, se pregunta si proceden de las dificultades inherentes a una zona concreta o más bien radican en conductas erróneas, extrae conclusiones para afrontar el futuro que le espera al conjunto de los seres humanos y, significativamente, acaba con el epígrafe Razones para la esperanza.
Un trabajo impecable, reconocido por profanos y especialistas, aunque se le ha reprochado cierto sesgo ideológico. Y, efectivamente, no se puede negar que, en lo relativo al presente, Diamond es de alguna forma juez y parte. Siempre que vuelve la vista atrás se muestra objetivo y desapasionado, interesándose solo por las prácticas que resultan beneficiosas o nefastas para el medio, en cambio, cuando se refiere a la actualidad encontramos afirmaciones como mínimo discutibles. Por ejemplo, teniendo en cuenta que la sostenibilidad del planeta tiene unos límites muy precisos, considera el afán de progreso de los países tercermundistas –tanto en su propio terreno como en la tendencia a la inmigración– una amenaza para el bienestar de los más prósperos; ni siquiera plantea una solución justa en forma de decrecimiento de unas zonas a favor del avance de otras. A destacar también su énfasis en la inevitabilidad de que las empresas extractivas prioricen el ánimo de lucro, justificándolo tanto por la necesidad de obtener beneficios como por sus legislaciones auto-protectoras, pero no encontramos la misma indulgencia respecto al conservadurismo medioambiental de los noruegos que se instalaron en Groenlandia hace siglos o hacia las costumbres religiosas que extinguieron en Pascua las reservas de piedra y madera.
Este tipo de estudios se desfasa a gran velocidad, como es lógico. Quiero pensar que Colapso, en su mayor parte, todavía está vigente; aún así, el lector no podrá dejar de preguntarse qué cambios se han producido en los once años transcurridos, en qué sentido, cuál habrá sido la causa y quienes los responsables.


Más obras de Diamond: Armas, gérmenes y acero