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Cuando el silencio me ahoga, enciendo la radio y me llegan de un planeta lejano voces que apenas comprendo: ese mundo tiene su tiempo, sus horas, sus leyes, su lenguaje, preocupaciones, diversiones que me son radicalmente extraños.
Simone de Beauvoir.







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Gwendoline

                                                                                                                     
Hagamos lo que hagamos en ésta u otra vida, el peso del karma nos alcanzará.
                                                                              Dalai Lama

              Y Néstor se despertó ya de noche, se sacudió la ceniza de la solapa – deberías dejar de fumar- pensó- hoy por hoy es tan poco elegante... Una ducha rápida y segundos antes olerla a ella en los pliegues de su propia piel, y bajando las escaleras no explicarse como no conseguía sacarse de la cabeza a la chica rubia de bote y gordita, la voz gutural y extrañamente sensual que componían sus cuerdas vocales. Deberías pensar a lo grande- siguió diciéndose- no puede darte igual que tenga los pechos caídos, y aunque nunca viste a nadie cantar así, entregarse así...


            Néstor abrió las puertas del local y aunque ella no estaba a la vista, supo que estaba allí por un resto de su perfume que de nuevo le evocó la noche anterior: algo de alcohol, soledad, la casualidad de la primera fila. Tonterías- siguió- cómo voy a enamorarme así, de alguien tan inapropiado... Pidió una copa y la vió salir al escenario,esta vez desde la barra, una distancia prudencial. Manteníendose al margen esperaba arrepentirse de haber compartido con ella la cama, sintió un revoltijo extraño en su estómago, síntoma de quinceañero, nada de naúseas. Qué me pasa, debería irme a casa, mañana en la oficina estaré tan cansado... Alguna mujer que el no acertó a ver, imponente de veras, una de esas en las que normalmente se fijaba se acercó, trababa frases cortas y sencillas dirigidas a él que sólo sonreía estúpido y lloroso, sin quitar la vista de la enorme Gwendoline que cantaba y cantaba como una ballena perdida en un océano de pipas y cubatas... La esperó hasta el final, ya casi cerraban el local, se acercó nervioso y pálido. Él, el amante de las líneas sutiles y coleccionista de gemelos, con una casa en el centro de estanterías hasta el techo repletas de volúmenes caros. Él, que siempre pensó en casarse con una mujer perfecta, de labios perfilados e igualmente hermosa aún imaginándosela en el octavo mes de gestación, sin varices, inmune a los desperfectos que provoca el tiempo, cualquiera parecida a las esposas de sus colegas, una esperanza de elegancia y figura. Él, viéndose a si mismo como una tercera persona, como una imagen de sí absolutamente definida que se partía, se acercó a Gwendoline. Ella no era dulce, con los brazós algo flaccidos, la cintura ancha y algún signo en el rostro que haría estremecerse a sus parientes y amigos .Le dijo, mientras aspiraba el olor leve a axila y almizcle, que lo conmovía y excitaba a partes iguales - gracias por la noche de ayer – Él, que sin embargo y pese a los nervios siempre se había sentido seguro en la comparación, con su gran coche y su formación, su profesionalidad y sus corbatas finas, su ropero infinito tan a la moda, esperaba verla caer en sus brazos como algo entregado y fofo, a su manera hermoso. Y contra su pronóstico, el acercamiento fue inútil, ella le miró como se mira defecar a una paloma en una plaza, aproximó los labios a su oído y susurró unas palabras, y todavía más pálido la recordó claramente, un sudor frío que rayaba en la disculpa le recorrió la columna vertebral perfectamente alineada gracias a la educación postural y años de quiromasaje, recordó que una vez le rompió un zapato a la hora del recreo, ella se fue alejando, se tropezó cerca de la barra y se rió algo borracha, agarrada unos segundos del hombro de un hombre algo mayor que fumaba negro. Todo lo vio Néstor a cámara lenta, todo se fue mezclando, la redención que quería suplicar, las bolas de papel y saliva lanzadas contra sus pertenencias y contra ella misma, la pequeña niña gafuda de nulo talento que jamás lograba saltar el potro, la despreciable niña que lloraba en los servicios, que pintaba corazones con rotulador indeleble en los que confesaba su amor por el chico más popular del colegio, el torturador torturado, el suelo temblando bajo los pies. Ella que ahora desde lejos, se ríe y fuma mientras le dice, bajito, pero él puede leer en sus labios – cómo se da la vuelta la tortilla ¿eh?

Publicado en http://www.artesuburbano.com/ en la columna mensual "El traje reparado de la chica astronauta"

BBW (Segunda Parte)


Qué se lo digan a Edwin. Toda su vida con una gorda. Claro que cuando se casó con ella era sólo rellenita. Aún así le costaba excitarse. No sentía deseo hacia ella. La veía caminar arriba y abajo por la casa con unos calcetines morados por encima de la rodilla, las carnes apretaditas y las tetas que parecían crecerle un poco cada día, y no le decía nada. Pocas veces la miraba sin que ella se diera cuenta. Edwin sabía que los hombres en general, sus compañeros de trabajo por ejemplo, se pondrían realmente cachondos teniendo en cuenta que, por entonces, Aurora no era todavía una gorda por definición, pero él no sentía al mirarla que se la quería comer (esa era una expresión que utilizaba a menudo Brad para referirse a algunas de sus clientes) y nunca había querido penetrarla por el culo. Mientras tanto, ella, pobre, se exhibía como una gatita en celo por la casa, se masturbaba medio a escondidas, y su sexualidad iba estrellándose contra las puertas y las paredes. Todo eso y por extraño que pueda parecer, la amaba. Le gustaba dormir y pasear con ella, le gustaba ir al cine, charlar y ver programas de televisión absurdos. Fumaban y reían juntos, eran felices. Él la veía guapa, tal vez no lo suficiente, tal vez no de esa manera, y prefería ver porno en el canal de pago, pajearse con los cascos puestos mirando videos en internet. Y una cosa estaba clara, si Edwin se ponía, lo hacían algunas veces apasionadamente, pero para eso necesitaba empezar a practicar sexo, necesitaba el empujón, verse ya inmerso en fluidos y mamadas, cerrar los ojos y pensar en Rita Faltoyano o Carmen Luvana.


Aurora lo sabía y exigía su parte del pastel, pero estas cosas pasan. Uno exige y exige y al final se da cuenta de que no quiere exactamente lo que pide, quiere lo que no puede obtener, lo que de todas formas le será negado. Y pasaba muchas veces. Él se esforzaba en comenzar una relación sexual y ella se sentía colorada y mendiga, como si él le estuviera lanzando trozos de pan sin naturalidad, sin afán de alimentar, sólo sabiendo que hay que dar de comer de vez en cuando a los pájaros para que no se mueran. Ella ponía entonces la cabeza en otra parte, Edwin le abría las piernas y sumergía la lengua en el agujero, sus dedos le parecía torpes, poco cálidos. No lograba sentirse sexy, en absoluto deseada. Cuando Edwin la tocaba, y ponía, por ejemplo una mano en su muslo, era como si todos los complejos, los defectos grandes y pequeños que Aurora se atribuía, se hicieran más grandes, más palpables a las manos de él, fáciles de encontrar y reconocer. Ella se arrugaba. Llevaban una eternidad sin echar un polvo. Ella soñaba con penes gigantes de hombres negros, soñaba con frotarse en el portal con un desconocido, con acostarse con un hombre maduro que supiera apreciar su deseo por agradar y disfrutar al mismo tiempo. Había dejado de fantasear con Edwin.

Pero pasaron los años y nada de esto sucedió. Todo quedó igual, ella siguió creciendo, el deseo de él nunca apareció, tuvieron un par de hijos que se marcharon de casa, fueron felices, celebraron las navidades y los cumpleaños, salieron de vacaciones, Edwin ascendió en la empresa de suministros para el hogar, Aurora continuó de maestra en un colegio privado, se compraron un chalet en las afueras y un cortacésped, hasta que ella murió y entonces también hubo de comprar un nicho y en cierta manera todo se vino abajo.


Aurora sufrió un infarto. Algo inesperado, sólo 50 años. Mientras dormía y con un ronco adiós, dejó de existir. Él intentó reanimarla, llamó a los servicios de emergencia con gran celeridad, pero nada se podía hacer ya. Pensó algo así como de grandes cenas están las sepulturas llenas . Lloró y dio patadas, pensó en todo lo perdido, un futuro que ya no podría ser, lloró y pensó que nada le habría gustado más que envecejer junto a Aurora, seguir paseando con su mujer, seguir yendo de vacaciones los veranos, ir de visita a casa de sus hijos. Ahora todo había terminado.


El invierno dio paso a una primavera fría y hostil, y el verano cogió a Edwin desprevenido, sin mirar a las chicas de la urbanización que pasaban en bicicleta y llevaban pantalones cortos. concentrado de todas formas en el trabajo que era lo único que alejaba el recuerdo de Aurora. La semana anterior había empezado a masturbase pensando en ella, en los pezones naranjas, el cabello rizado y espeso, el coño grande y profundo, tan mojado algunas veces, pocas veces gracias a mí- se sintió triste y cansado, después de la paja se puso a llorar y a dormir, no supo cual de las dos cosas estuvo haciendo durante más tiempo. Penny Flame había dejado de gustarle, tampoco Carolina Parsons le volvía especialmente loco. Prefería cerrar los ojos y pensar en Aurora, sus ojos brillando en la oscuridad, sus mamadas magníficas, y su culo que ¡vaya culo! nunca lograba abarcar con las manos.

Continuará...

BBW (Primera parte)




Cerca ya de su casa Kimberly no pudo evitar sollozar. Dejó las bolsas de supermercado en el suelo, se puso las manos sobre la cara, varios objetos se movieron dentro de las bolsas, salió rodando un bote de tomate frito. Ella lo miró todo al escuchar el ruido del cristal girando sobre la acera, eso hizo que el sollozo se convirtiera en un llanto silencioso y lento, y con él como fuego en el rostro, como una careta debajo de la cual ya nada importa, se agachó con dificultad para recuperar el tarro, para poner en orden el interior de las bolsas. El reflejo en el cristal destinado a carteles publicitarios de la parada del autobús le devolvió una verdad tan densa como dolorosa. Sobre el vestido negro de una chica rubia y menuda, que entornaba los ojos perfectamente maquillados mirando hacia una puerta, se vio a si misma. La carne vieja pujando por salir, a la altura de las caderas por encima de la cinturilla del pantalón, el pelo como alambres finos y quebradizos escapándose de una coleta mal hecha, la sangre agolpándose alrededor de la nariz, pequeñas venitas explotando como fuegos de artificio, una fiesta para nadie. Se dio prisa, recogió torpemente las bolsas y se sintió ridícula, llorando y respirando con dificultad. Pasaron unas jóvenes en bicicleta, el aire se hizo más frío y veloz. Con paso inseguro, con el viento a la contra, logró llegar al portal del edificio.

Iba a dejar las bolsas de nuevo en el suelo para rebuscar en su bolso y sacar las llaves cuando la puerta se abrió desde dentro y ella recuperó la posición erguida. Una mujer salió de la oscuridad como una aparición mariana, retirándose luego unos pasos hacia adentro para sujetarle la puerta a Kimberly, que entró tan rápida, y dando las gracias. La mujer enarcó las cejas y sonrió. La puerta, pesada y negra, se cerró con un golpe metálico dejándola en el eco y la humedad del rellano.

En casa ordenó la compra en los estantes, sacó de la nevera los alimentos en mal estado, vació los bricks de sopa, abiertos desde hacía semanas, en el fregadero. Reprimió una arcada al ver el líquido cuarteado y percibir el olor que había liberado.

El lunes me pondré a régimen- pensaba mientras vertía generosamente varias cucharadas de manteca de cacao dentro de una baguette. Una forma de configurar la culpa antes de que pasara por su esófago hasta el estómago dado de si.

Se sentó frente al ordenador y buscó fotos de mujeres feas, de mujeres muy obesas y feas. Eso hacía que se sintiera un poco mejor. Ni tan gorda, ni tan fea, sólo un punto intermedio. Envidió, de todas formas a esas mujeres inmensas que posaban en ropa interior, que parecían haber aceptado cierto destino fatal. Esto no es sólo a base de donuts- pensó Kimberly. Leyó muchos mensajes que algunos hombres dejaban en los pie de foto. Le gustaba leerlos, recuperaba un poco la fe en si misma.

¿Donde la puedo localizar? esta wena para hacerlo esas gordas cojen bien rico ¿no hay un telefono?

Que delicia, se me hace agua la boca de tan solo verla e imaginarmela sin nada puesto, completamente desnuda. No necesitaria estar borracho para pensarlo, de hecho no lo pensaria, solo accederia de forma total e inmediata... ummmmm…..

Qué bonita está la gorda, me vuelvo loco con una mujer como esa, siempre prefiero una mujer con muchas libras...

las gordas son las mujeres mas sexy. en lo personal me exitan con solo verlas. que el todo poderoso las guarde.


Quién sabe si hoy- Kimberly fuma el cigarrillo de después, qué gran placer fumar después de comer- quién sabe si, mientras caminaba cargada y contra el viento, la ropa marcándose más por el efecto del aire, los ojos llorosos, algún hombre habrá pensado en deshacerse entre mis muslos o llorará esta noche sobre su almohada, castigándose por no haber sido valiente otra vez, por no haberse acercado a mí, por no haberme preguntado ¿qué te pasa? o ¿estás bien?. Mientras otro, otro hombre, daría un puñetazo a la pared, pensando en su estupidez, en su lentitud, porque, maldita sea, debería haber aprovechado que ella estaba llorando, hubiera bastado con un ¿puedo ayudarla? y recoger algunas de sus bolsas, acompañarla al portal, y ella le hubiera invitado a un café, esas cosas pasan, al tumbarse en el sofá sin jersey los pechos de ella se hubieran aplastado contra el torso, subiendo hacia el cuello corto y perfumado de sudor y...

La luz empieza a hacerse más tenue y suave en la calle. Kimberly apoya la frente el cristal de la ventana del salón. Recuerda que Dennis odiaba que ella hiciera eso, le repugnaban estas manías de su mujer, la grasilla que quedaba después impregnando el cristal, . Kimberly lo comprendía, limpiaba después con gran cuidado, pero de todas formas no quería evitar el placer del cristal frío sobre la piel, conseguía a través de este gesto una asepsia y aislamiento que recorrían su cuerpo como una caricia.

Ve a la mujer que se cruzó antes en el portal del edificio, la sigue con la mirada. La mujer mira hacia arriba, sus ojos se encuentran y Kimberly se despega del cristal muy rápido, es como si le quitaran un trozo de esparadrapo, se pone la mano en la frente, se echa hacia atrás. La mujer vuelve a sonreir, hace un gesto con la mano. Muy rápido se dirige a la cocina, saca del armario un producto de limpieza y un paño de fibra. Retira con delicadeza la mancha del vidrio, echa un vistazo disimulado a la calle, la mujer ya no está en su campo visual.

Al día siguiente decide utilizar la vieja cámara de fotos digital. Se enfrenta al espejo y ensaya diferentes poses en las que considera que está relativamente atractiva. Coloca después la cámara sobre un aparador, frente a la cama, estrena unas sábanas de colores vivos y dirige el enfoque. Se hace todas esas fotografías desnuda. Tumbada boca arriba, boca abajo, a cuatro patas y de perfil, dándole el culo a la cámara, abriendo las piernas todo lo que su antigua agilidad le permite, tocándose los enormes pechos, subiéndolos y sonriendo, sonriendo a la cámara, entornando los ojos con una mirada que quiere decir soy sexy, que lo suplica, que en realidad pide perdón, pide perdón por ser de esta manera, por no saber ser de otra, por no haber llegado a tiempo a salvarse.

Continuará...

La incertidumbre de un enema opaco y el cielo abisal en cuaresma sin estar en fechas. Perlita se hace una raya y a través del cristal todo está oscuro, se ha hecho de noche tan rápido, aspira fuerte mientras piensa en su madre y en el calor del sol. Piensa en tornillos de Palmer y amputaciones de miembros y dialéctica para espantar a las moscas. La cocaína se acaba y con el vestido rosa se siente fuera de lugar. Perlita ha sido diagnosticada de aprensión a las violetas y a la muerte, hay canciones que no quiere recordar, poetas amigos con los que no quiere hablar y cierta distancia y ciertas manos y cigarrillos sobre la mesa. Unos minutos más tarde Perlita se calienta los pies con el radiador, pega los calcetines sucios al metal hasta que se abrasa y estornuda y da vueltas en círculo por el salón enorme de la casa con tres cuartos de baño. Perlita está quemada, hoy piensa en su madre y en la guerra, no hay escuela y no hay fiesta, suspendido todo y en volandas en su pecho enfermo, va con diarrea hasta el baño y siente vergüenza del olor y la sangre. Perlita se hace otra raya y cuando tocan al timbre y sabe quién es decide no abrir la puerta, y lo decide sobre la marcha, y lo dice, por el telefonillo, no abriré por mucho que insistas.
El amigo se marcha, y aún se hace todo más oscuro, se dirige con las bragas húmedas de mierda hasta el baño y se inspecciona las costillas en el espejo, abre el agua y se ducha, tira la ropa a la basura. La cocaína se ha acabado y tiene enredos en el pelo, pero hace tanto frío, no voy a lavarme la cabeza, joder, no voy a hacerlo. Tienen que hacerle esas pruebas y el médico la mirará despacio para decirle que va a morirse, así que no importa demasiado el pelo, piensa, o tal vez sí, tal vez por eso importa más. De todas formas no se decide y tiene cada vez más frío, y vuelve a la sala, y se queda dormida en el sofá.
Se despierta y es de día, se oye escándalo en la calle, abre la boca para bostezar y vomita sobre la alfombra, corre al armario, se viste deprisa, llega tarde a la cita, al hospital.
- Si no ha tomado las papillas no podemos hacerle la prueba.
Le dan cita para la semana siguiente. Tiene miedo, Perlita, y pilla algo de farlopa, y se queda tumbada fumando cigarrillos, ha limpiado el vómito, ha abierto las ventanas.
Toda la casa huele tan mal.

Y sin ser Cruella de Vil.

Lo tienes en las manos, Marta. Qué jodida eres.
Saben, no hay canciones cuando uno se pone a odiar al otro, no hay banda sonora.. Fue de pronto, no sé. Una noche, al mirarnos.
Habla por ti, Marta.
Una noche al mirarle. Estaba ahí dormido. Odio venirme al tópico pero es que es así. La vida está llena de ellos. Un día te despiertas, te estás lavando los dientes frente al espejo y la luz de la bombilla hace que aparezca ante ti la verdad. Años, rojeces y lunes, todos parecidos. Te ahuecas el pelo, te pintas los labios.
Vuelvo a lo mío. Fue así, lo más fácil. Se durmió con el libro encima. Le miré y supe que todo había acabado. Nada, ningún camino hasta llegar allí. En serio. Esto suena raro pero es la verdad. Ningún detalle, nada distinto. Sólo eso, de pronto nada. Eso fue lo peor. Me senté en la cama y encendí un cigarrillo. Le miré con las piernas enroscadas, me desplacé desde la cama hasta la moqueta y sencillamente me quedé ahí hasta apurar el cigarro, con mala cara. No sé, debía tenerla. Nunca he sido muy guapa y tampoco muy lista. Joder, pero soy un ser vivo. Baste con eso. Con mala cara y deudas, pocos amigos y poco por delante. Siempre lo justo. Que él se enamorara de mi fue siempre algo sorprendente. Un tipo culto, con carrera. Con cientos de proyectos en marcha. Con aficiones como tocar la guitarra, pintar y hacer viajes con sólo una mochila y algo de dinero. Guapito, un tío cachas. Intelectual, nada cínico. Una perla. Oye. Estas cosas pasan así, el amor es así. Siempre me lo decía mi madre, eso lo dicen todas. Si eres feo tu madre te dirá que en el amor esas cosas importan bien poco en realidad, y no la crees pero al cabo de los años te das cuenta de que tiene razón. Las madres son así, están llenas de razones que la razón desconoce. Te llenan la vida de ropa limpia y te empujan a dar saltitos al vacío confiando en que la vida no ha de ser tan puta como para llevarnos a la soledad o al fracaso.
Ese rollo. Son así, no se preguntan si eres el mejor, sencillamente, lo eres.
Así que le miré y empecé a pensar en cómo llevarme todas mis cosas. Los libros y la ropa. Y todos los objetos pequeños e inútiles que cargamos como burros de un sitio a otro, esas cosas que nos confirman cierto paso por la vida, por algunos lugares, por algunas personas. Cómo llevármelo todo o no llevármelo.
Yo estaba ahí y no sentia rencor ni miedo, sólo un vacío preciso, esas cosas son las que hacen del ser humano esa cosa imprevisible, algo sin contenido ni aversión. Sólo una pequeña grieta por la que uno sabe que va a acabar cayendo todo. Hagas lo que hagas. Un vórtice de fuerza.
Yo normalmente he ignorado siempre estas cosas. Uno tiene que saber que la vida tiene más. Lo cotidiano alcanza la cima de lo ridiculo cuando ha perdido del todo el sentido. Y de entrada no lo tiene. Lo que a mi me hace persistir es cierto ambiente de film. Una suerte de película interesante. Melodrama poco práctico, basado todo en hechos reales. El ambiente adecuado, las palabras justas. Últimamente cuando hablamos me parece tener un guión fluyendo por mi garganta. Un guión poco inteligente, tal vez.
Un guión nada práctico, es posible.
Así que ahora le miro abrir los ojos y fijar la vista en mi, que estoy ahí delante, con cara de pasmo. Poco puede hacer, el pobre.
Pero él todavía no lo sabe.

Práctica habitual.

Te estás machacando tontamente.
En la esquina no hay nadie más, y no deja de ser una ventaja que él no pueda comentarlo con otros. Hay que pensar en positivo. Qué ridícula pareces con todas esas llaves en la mano, sin encontrar la que abre el pitón de la moto. Y él ahí, en la puerta de la tienda mirándote con media sonrisa. Mirándote como quien ve cagar un pájaro y se maravilla de la naturaleza y sus misterios. Empiezas a ponerte roja. Seguro que hay venas capilares que hasta hoy pasaban desapercibidas pero están viniendo para que parezcas aún más patética. Y él sigue sin quitar la vista de tus manos nerviosas que no logran, ahora que has encontrado la llave, abrir la cerradura. Quieres parecer grácil y resolutiva, y chica, estás quedando fatal. De lo más torpe, qué poco encanto. Preferirías desmayarte. Fíngelo te dices y ahí vas de pronto al suelo, no piensas demasiado, no importan los chicles masticados por vete a saber quien, recientes o no, ni el polvo negro de una ciudad sepultada. Te lanzas al suelo. Estás pirada te dices mientras tu cabeza golpea con precisión en el asfalto y al mismo tiempo él que se abalanza. No hay nadie más, eso ya lo sabes tú. Él te recoge a medias levanta tu cabeza te da un par de ostias. Las ostias te saben a jarabe celestial. Entreabres los ojos despacio, como si estuvieras volviendo al mundo después de una travesía imprecisa, los abres y miras extrañada, lo miras todo extrañada. Recuerdas cuando te desvaneciste de dolor sobre la cama, un dolor de muelas tan terrible que te tumbó. Recoges lo aprendido y lo aplicas. Él sonríe ahora que tú le miras fijamente como si no le conocieras de nada.
- Hay que ver Marta, te pasa cada cosa.
Te ayuda a incorporarte y tú le cantas las cuarenta. Que si encima de que te desmayas tendrá él que quejarse. Que qué lástima que no hubiera otra persona cerca, que sientes haber perturbado su paz de los miércoles a esta hora y que de todas formas la próxima vez, procurarás caer desfallecida fuera de su perímetro visual.
Él se ríe mientras te da las llaves que dejaste caer afectadamente en el momento del fatal desmayo. Después te mira raro mientras sacude tu ropa de polvo, entorna así los ojos que a ti te parecen como gigantes puertas que se abren y se cierran dejando paso por milésimas de segundo, a lo que intuyes es el más puro placer existente. Va a besarte. No te apartes, mujer. Te quedas quieta y se acerca, pero te dice al oído.
- Sé que lo has fingido, el desmayo, y por eso voy a hacerlo. Voy a besarte.
Tratas de apartarte tienes cara de estar muerta de vergüenza pero él se adelanta y te besa con lengua. Ahora sí que te flojean las rodillas. Sientes una mezcla de pánico y amor, una humedad en las axilas y las ingles.
Te desmayas con el manojo de llaves apretadas en un puño.

De repente hay un tío con una camiseta roja de Johnnie Walker en el salón, haciendo bricolage. Trata (con éxito y no gracias a mi) de poner unas baldas de madera en la pared, sobre los ángulos de un incierto metal.
Y además taladra. Yo siempre pensé que hacer agujeros en una casa es llenarla de huecos por los que va a morirse el sol. Apoyé siempre los espejos sobre el mismo suelo, y los cuadros están precariamente colgados por todas partes. Poner las cosas sobre los libros siempre fue una buena opción. Todo está ahora lleno de agujeros que esperan su taco, implorando por un tornillo lo bastante ancho, por sujetar, de todos modos, lo que sea.
Y además taladra. Tom Waits canta y bueno, yo mientras tanto voy ovulando, voy desquiciándome. Nunca he sido nerviosa, de verdad nunca lo he sido. Ahora sí y uno nunca sabe por qué se suceden estos cambios. Un día se rompe algo, un grifo gotea, las bombillas se funden, hay, por todas partes, electricidad estática. Quieres beber pero el alcohol te sienta mal, y el hachís te produce un sopor tal que crees que no vas a querer levantarte de la cama nunca más mientras haga frío. Este frío que no entiende de nada más que de helar las plantas de los pies y confinarnos a la ropa.
Y así andamos, ponemos baldas de madera para poner en orden los libros, para hacerlo todo más funcional. Yo ni siquiera soy capaz de sujetar una tabla de madera en alto sin protestar para que el chico de la camiseta roja de Johnnie Walker pueda hacer esos puntitos con el lápiz azul a través del agujero en la cosa de metal. Sufro de los nervios. Debería estar flaca y tener el cuello kilómetro y medio de largo, y también tener ojeras. Y ser aficionada a las infusiones y a las pastillas. Confinarme y toser a escondidas en los portales, llevar siempre pañuelos de papel en los bolsillos. Poco más o menos tener estética de histérica.
Si hasta unos niños que han venido cantando villancicos flamencos me han dado un susto de muerte al abrir la puerta, con sus panderetas y sus mofletes, todo para el caso es lo mismo.

Y él sigue taladrando. Creo que me odia. El bricolage es odio. Y cuídate de alguien que tenga todo un garaje dedicado a hacer marcos para cuadros o estanterías para cds o atriles o pretenda cambiar la tapicería de esas sillas.

Sábado por la tarde.

Palabras que no nos gustan.

Dicotomía. Realidad. Arritmia. Procesar. Ajenjo. Raquítica. Enclenque. Bótox. Enjundia. Idiosincrasia. Hiperventilar. Colación. Miedo, ansiedad, lexatín, bajón, sola, gorda, siempre, otra. Madrastra, hijastro, mujerzuela, epíteto, bofe, cachicamo, sarro. Reglosa. Hermenéutica, Diacrónico y sincrónico, epocal, epistémico/ca. Padre, Madre, Pescado. Instruir, pollito, anémona, libertinaje, zozobra. Pretension, desproposito,recelo, celos, posesión, cargo, despedidga, grande, dependencia, soledad, menosprecio, descompás, murmullo, barullo, .....ismo. Referente. Hagiografía. Solidario. Válido. Implementar. Proyecto. Orgánico. Felicidad. Zote. Crematístico. Cuchipanda. desilusion, desamor, rutina, hipocresia, maltrato, ansiedad, depresion, vacio, muchedumbre, hambre,























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