Qué se lo digan a Edwin. Toda su vida con una gorda. Claro que cuando se casó con ella era sólo rellenita. Aún así le costaba excitarse. No sentía deseo hacia ella. La veía caminar arriba y abajo por la casa con unos calcetines morados por encima de la rodilla, las carnes apretaditas y las tetas que parecían crecerle un poco cada día, y no le decía nada. Pocas veces la miraba sin que ella se diera cuenta. Edwin sabía que los hombres en general, sus compañeros de trabajo por ejemplo, se pondrían realmente cachondos teniendo en cuenta que, por entonces, Aurora no era todavía una gorda por definición, pero él no sentía al mirarla que se la quería comer (esa era una expresión que utilizaba a menudo Brad para referirse a algunas de sus clientes) y nunca había querido penetrarla por el culo. Mientras tanto, ella, pobre, se exhibía como una gatita en celo por la casa, se masturbaba medio a escondidas, y su sexualidad iba estrellándose contra las puertas y las paredes. Todo eso y por extraño que pueda parecer, la amaba. Le gustaba dormir y pasear con ella, le gustaba ir al cine, charlar y ver programas de televisión absurdos. Fumaban y reían juntos, eran felices. Él la veía guapa, tal vez no lo suficiente, tal vez no de esa manera, y prefería ver porno en el canal de pago, pajearse con los cascos puestos mirando videos en internet. Y una cosa estaba clara, si Edwin se ponía, lo hacían algunas veces apasionadamente, pero para eso necesitaba empezar a practicar sexo, necesitaba el empujón, verse ya inmerso en fluidos y mamadas, cerrar los ojos y pensar en Rita Faltoyano o Carmen Luvana.
Aurora lo sabía y exigía su parte del pastel, pero estas cosas pasan. Uno exige y exige y al final se da cuenta de que no quiere exactamente lo que pide, quiere lo que no puede obtener, lo que de todas formas le será negado. Y pasaba muchas veces. Él se esforzaba en comenzar una relación sexual y ella se sentía colorada y mendiga, como si él le estuviera lanzando trozos de pan sin naturalidad, sin afán de alimentar, sólo sabiendo que hay que dar de comer de vez en cuando a los pájaros para que no se mueran. Ella ponía entonces la cabeza en otra parte, Edwin le abría las piernas y sumergía la lengua en el agujero, sus dedos le parecía torpes, poco cálidos. No lograba sentirse sexy, en absoluto deseada. Cuando Edwin la tocaba, y ponía, por ejemplo una mano en su muslo, era como si todos los complejos, los defectos grandes y pequeños que Aurora se atribuía, se hicieran más grandes, más palpables a las manos de él, fáciles de encontrar y reconocer. Ella se arrugaba. Llevaban una eternidad sin echar un polvo. Ella soñaba con penes gigantes de hombres negros, soñaba con frotarse en el portal con un desconocido, con acostarse con un hombre maduro que supiera apreciar su deseo por agradar y disfrutar al mismo tiempo. Había dejado de fantasear con Edwin.
Pero pasaron los años y nada de esto sucedió. Todo quedó igual, ella siguió creciendo, el deseo de él nunca apareció, tuvieron un par de hijos que se marcharon de casa, fueron felices, celebraron las navidades y los cumpleaños, salieron de vacaciones, Edwin ascendió en la empresa de suministros para el hogar, Aurora continuó de maestra en un colegio privado, se compraron un chalet en las afueras y un cortacésped, hasta que ella murió y entonces también hubo de comprar un nicho y en cierta manera todo se vino abajo.
Aurora sufrió un infarto. Algo inesperado, sólo 50 años. Mientras dormía y con un ronco adiós, dejó de existir. Él intentó reanimarla, llamó a los servicios de emergencia con gran celeridad, pero nada se podía hacer ya. Pensó algo así como de grandes cenas están las sepulturas llenas . Lloró y dio patadas, pensó en todo lo perdido, un futuro que ya no podría ser, lloró y pensó que nada le habría gustado más que envecejer junto a Aurora, seguir paseando con su mujer, seguir yendo de vacaciones los veranos, ir de visita a casa de sus hijos. Ahora todo había terminado.
El invierno dio paso a una primavera fría y hostil, y el verano cogió a Edwin desprevenido, sin mirar a las chicas de la urbanización que pasaban en bicicleta y llevaban pantalones cortos. concentrado de todas formas en el trabajo que era lo único que alejaba el recuerdo de Aurora. La semana anterior había empezado a masturbase pensando en ella, en los pezones naranjas, el cabello rizado y espeso, el coño grande y profundo, tan mojado algunas veces, pocas veces gracias a mí- se sintió triste y cansado, después de la paja se puso a llorar y a dormir, no supo cual de las dos cosas estuvo haciendo durante más tiempo. Penny Flame había dejado de gustarle, tampoco Carolina Parsons le volvía especialmente loco. Prefería cerrar los ojos y pensar en Aurora, sus ojos brillando en la oscuridad, sus mamadas magníficas, y su culo que ¡vaya culo! nunca lograba abarcar con las manos.
Continuará...
Cuando el silencio me ahoga, enciendo la radio y me llegan de un planeta lejano voces que apenas comprendo: ese mundo tiene su tiempo, sus horas, sus leyes, su lenguaje, preocupaciones, diversiones que me son radicalmente extraños.
Simone de Beauvoir.
BBW (Segunda Parte)
BBW (Primera parte)
Cerca ya de su casa Kimberly no pudo evitar sollozar. Dejó las bolsas de supermercado en el suelo, se puso las manos sobre la cara, varios objetos se movieron dentro de las bolsas, salió rodando un bote de tomate frito. Ella lo miró todo al escuchar el ruido del cristal girando sobre la acera, eso hizo que el sollozo se convirtiera en un llanto silencioso y lento, y con él como fuego en el rostro, como una careta debajo de la cual ya nada importa, se agachó con dificultad para recuperar el tarro, para poner en orden el interior de las bolsas. El reflejo en el cristal destinado a carteles publicitarios de la parada del autobús le devolvió una verdad tan densa como dolorosa. Sobre el vestido negro de una chica rubia y menuda, que entornaba los ojos perfectamente maquillados mirando hacia una puerta, se vio a si misma. La carne vieja pujando por salir, a la altura de las caderas por encima de la cinturilla del pantalón, el pelo como alambres finos y quebradizos escapándose de una coleta mal hecha, la sangre agolpándose alrededor de la nariz, pequeñas venitas explotando como fuegos de artificio, una fiesta para nadie. Se dio prisa, recogió torpemente las bolsas y se sintió ridícula, llorando y respirando con dificultad. Pasaron unas jóvenes en bicicleta, el aire se hizo más frío y veloz. Con paso inseguro, con el viento a la contra, logró llegar al portal del edificio.
Iba a dejar las bolsas de nuevo en el suelo para rebuscar en su bolso y sacar las llaves cuando la puerta se abrió desde dentro y ella recuperó la posición erguida. Una mujer salió de la oscuridad como una aparición mariana, retirándose luego unos pasos hacia adentro para sujetarle la puerta a Kimberly, que entró tan rápida, y dando las gracias. La mujer enarcó las cejas y sonrió. La puerta, pesada y negra, se cerró con un golpe metálico dejándola en el eco y la humedad del rellano.
En casa ordenó la compra en los estantes, sacó de la nevera los alimentos en mal estado, vació los bricks de sopa, abiertos desde hacía semanas, en el fregadero. Reprimió una arcada al ver el líquido cuarteado y percibir el olor que había liberado.
El lunes me pondré a régimen- pensaba mientras vertía generosamente varias cucharadas de manteca de cacao dentro de una baguette. Una forma de configurar la culpa antes de que pasara por su esófago hasta el estómago dado de si.
Se sentó frente al ordenador y buscó fotos de mujeres feas, de mujeres muy obesas y feas. Eso hacía que se sintiera un poco mejor. Ni tan gorda, ni tan fea, sólo un punto intermedio. Envidió, de todas formas a esas mujeres inmensas que posaban en ropa interior, que parecían haber aceptado cierto destino fatal. Esto no es sólo a base de donuts- pensó Kimberly. Leyó muchos mensajes que algunos hombres dejaban en los pie de foto. Le gustaba leerlos, recuperaba un poco la fe en si misma.
¿Donde la puedo localizar? esta wena para hacerlo esas gordas cojen bien rico ¿no hay un telefono?
Que delicia, se me hace agua la boca de tan solo verla e imaginarmela sin nada puesto, completamente desnuda. No necesitaria estar borracho para pensarlo, de hecho no lo pensaria, solo accederia de forma total e inmediata... ummmmm…..
Qué bonita está la gorda, me vuelvo loco con una mujer como esa, siempre prefiero una mujer con muchas libras...
las gordas son las mujeres mas sexy. en lo personal me exitan con solo verlas. que el todo poderoso las guarde.
Quién sabe si hoy- Kimberly fuma el cigarrillo de después, qué gran placer fumar después de comer- quién sabe si, mientras caminaba cargada y contra el viento, la ropa marcándose más por el efecto del aire, los ojos llorosos, algún hombre habrá pensado en deshacerse entre mis muslos o llorará esta noche sobre su almohada, castigándose por no haber sido valiente otra vez, por no haberse acercado a mí, por no haberme preguntado ¿qué te pasa? o ¿estás bien?. Mientras otro, otro hombre, daría un puñetazo a la pared, pensando en su estupidez, en su lentitud, porque, maldita sea, debería haber aprovechado que ella estaba llorando, hubiera bastado con un ¿puedo ayudarla? y recoger algunas de sus bolsas, acompañarla al portal, y ella le hubiera invitado a un café, esas cosas pasan, al tumbarse en el sofá sin jersey los pechos de ella se hubieran aplastado contra el torso, subiendo hacia el cuello corto y perfumado de sudor y...
La luz empieza a hacerse más tenue y suave en la calle. Kimberly apoya la frente el cristal de la ventana del salón. Recuerda que Dennis odiaba que ella hiciera eso, le repugnaban estas manías de su mujer, la grasilla que quedaba después impregnando el cristal, . Kimberly lo comprendía, limpiaba después con gran cuidado, pero de todas formas no quería evitar el placer del cristal frío sobre la piel, conseguía a través de este gesto una asepsia y aislamiento que recorrían su cuerpo como una caricia.
Ve a la mujer que se cruzó antes en el portal del edificio, la sigue con la mirada. La mujer mira hacia arriba, sus ojos se encuentran y Kimberly se despega del cristal muy rápido, es como si le quitaran un trozo de esparadrapo, se pone la mano en la frente, se echa hacia atrás. La mujer vuelve a sonreir, hace un gesto con la mano. Muy rápido se dirige a la cocina, saca del armario un producto de limpieza y un paño de fibra. Retira con delicadeza la mancha del vidrio, echa un vistazo disimulado a la calle, la mujer ya no está en su campo visual.
Al día siguiente decide utilizar la vieja cámara de fotos digital. Se enfrenta al espejo y ensaya diferentes poses en las que considera que está relativamente atractiva. Coloca después la cámara sobre un aparador, frente a la cama, estrena unas sábanas de colores vivos y dirige el enfoque. Se hace todas esas fotografías desnuda. Tumbada boca arriba, boca abajo, a cuatro patas y de perfil, dándole el culo a la cámara, abriendo las piernas todo lo que su antigua agilidad le permite, tocándose los enormes pechos, subiéndolos y sonriendo, sonriendo a la cámara, entornando los ojos con una mirada que quiere decir soy sexy, que lo suplica, que en realidad pide perdón, pide perdón por ser de esta manera, por no saber ser de otra, por no haber llegado a tiempo a salvarse.
Continuará...
domingo, 13 de diciembre de 2009 | Por safrika señorita a las 8:30 p. m. 6 pulsaciones
Etiquetas: Cuentos
Nada que escribir, ni la frustación ni la tristeza son suficientes, miles de
estrellas cantan su canción, hace frío y me envuelvo en esta bata extraña que me regaló
Gloria, mi abuela. No sé, he visto un reportaje de mujeres que nacen sin vagina,
me he lavado los dientes con precisión, he hojeado el periódico otra vez, la
programación televisiva, la crítica de cine de Boyero, esas cosas.
Me siento a escribir y nada, ni la frustración ni la tristeza sirven, ha de ser, digo yo porque
no es del todo tristeza, y la frustración escoge
también (algo inaudito)
la escritura (la carencia)
para manifestarse.
martes, 8 de diciembre de 2009 | Por safrika señorita a las 2:50 a. m. 6 pulsaciones
Etiquetas: A partir de hoy
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