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Aunque en un principio apenas era consciente de cambio de actitud y perspectiva, poco a poco adquirió una identidad nueva, la del extranjero, una de esas personas que nacieron en una parte del mundo y viven en otra. Es un contingente cada vez más numeroso y tiene tantos rasgos en común que podría optar a ser reconocido como nación, cuya población por cierto superaría a la de la mayoría de Estados. Son gentes que alternan el lugar en el que se instalan y están configurando el mundo del siglo XXI. Son el motor de los cambios históricos y, no obstante, todavía son, o se creen, forasteros. No se sabe adónde pertenecen ni si pertenecen a algún sitio.

Stephen Vizinczey. El hombre del toque mágico

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¡Cuidado con el hombre adulto que hace declaración de principios con el peinado!

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Le hacía sentirse capaz de obrar prodigios. A una edad en que los niños sueñan con ser bombero, Jim creía que podía hacer milagros.

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Después les dijo que, mientras escuchaba a Bach y a Händel, no se sentía “tan lejos de casa”, lo cual quizá no sea una mala definición de la gran música.

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Antes de dar el salto, quiere que Dios le garantice que va a caer de pie.

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Jim comprendió por primera vez que la persona más importante de la vida de Lesley siempre había sido el hijo que no llegó a tener. Se sintió tan solo como si la isla fuera un desierto.

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La música liberó al público de la soledad, del cansancio, de las penas y las frustraciones; les hizo percibir la grandeza de la vida, más allá de la vida que llevaban ellos.

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—¿Quién habla de matar a mansalva? Solo quiero librar a este mundo de la gente que lo convierte en un lugar que apesta.
—Hablas de millones de seres —dijo Lesley, que era buena persona, pero no una tonta.

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Pero la verdad completa sobre alguien solo puede ser contada en una novela.

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La juventud de Jim estaba iluminada por el futuro de gloria que brillaba en los ojos de su madre.

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Por sistema, los músicos aplauden con precaución para proteger sus muñecas y sus dedos, que han de comunicar sutiles mensajes a sus instrumentos. Pero en aquella ocasión, no se reservaron las manos.

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¿Cuánto tiempo transcurriría antes de que ella pudiera olvidarse de él? Mucho, si se medía en unidades de ira, odio, odio hacia uno mismo, desesperación. Y luego, el largo viaje por el Sahara del sombrío pesar, y la certeza creciente de que nunca se libraría de ello a menos de que ella hiciera algo impensable.

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—¿Aún somos amigos? —preguntó ella.
—Te conozco —susurró Luke—; pero no sé quién eres.

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Ningún tratado, ningún sermón medieval, ni Dante, ni el Bosco han pintado un infierno tan atroz como el de unos padres que ven morir a su hijo.

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Uno de los inconvenientes de la riqueza es que deja al individuo inerme ante su propia estupidez. El idiota pobre que tiene que trabajar no dispone de tiempo, energía ni dinero para hacer tonterías. La fatigosa lucha por la subsistencia le impide hacerse excesivo daño a sí mismo; los únicos medios de autodestrucción que están a su alcance son la bebida y las drogas baratas. Pero un millonario que puede hacer lo que se le antoje, encontrará mil y una maneras de destrozarse. Los que viven de un subsidio, con poco dinero y mucho tiempo, conocen los incovenientes de los ricos y de los pobres, desde luego, pero ésta es otra historia.

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Huelga decir que nadie prestaba atención a la joven pareja que la víspera tenía treinta años más, ni al adolescente pelirrojo y larguirucho llegado de una lejana galaxia. Lo que demuestra lo difícil que es acertar con qué hay que encandilarse.

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Se sentía dispuesta a desconcertar a cualquiera.

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Como solía decir mi pobre madre, la mitad de las cosas que más temes no llega a suceder.

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La desesperación, como cualquier pasión, se nutre de todo.

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Cada uno pensaba que el otro era inocente. Estaban enamorados.

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