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Treinta segundos más tarde, volvieron a tocar a la puerta con algo más de convicción, esta vez el ruido sirvió para despertarlo. O mejor, para abrirle las puertas del entresueño, ese territorio incalculable donde patina la consciencia entre la soledad en estado puro y la soledad a secas.

Iosi Havilio. Estocolmo

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Sintió un olor fuerte y dulzón, que además de entrarle por la nariz, parecía envolverlo, aupándolo, como si en ese lugar la gravedad se hubiera relajado un poco.

Iosi Havilio. Estocolmo

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Y aunque hace tiempo que René entiende, supone, que es un invento de la imaginación, la imagen, tan imposible como imborrable de su padre diminuto al pie de una ola monstruo, de leyenda, a punto de arrasar con todo, muelles, barcos, malecones, y gente, mucha gente, está menos en el recuerdo que impregnada, indeleble, junto a otras, como una pátina gelatinosa que cubre el cerebro. Si se le preguntara, René haría hoy un relato bastante más razonable del que pudiera haber hecho hace cuarenta años, pero si le pidieran que ilustrase la historia mediante un dibujo, sin dudarlo recurriría a esa imagen fabulosa. Hay otro detalle que exalta la impresión todavía un poco más y es que cada vez que su memoria la convoca y lo toma por sorpresa, la ola, en su máximo estado de despliegue, raspando el cielo, es una ola detenida, una ola en pausa, a lo sumo trepidante, pero irrevocablemente estática, no de veinte, ni de treinta, sino más bien de cien o doscientos metros de altura, una ola extraordinaria, como si, en lugar de duplicar o triplicar la superficie de la playa al retirarse, el mar se hubiera retraído hasta el límite del horizonte cargando toda el agua del planeta.

Iosi Havilio. Estocolmo

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(...) y esa molesta necesidad de cotejar pasado y presente segundo a segundo, algo a la vez melancólico y promisorio, principio y fin, algo que ahora empezaba a materializarse en una fuerte jaqueca. Algo, que lo enrarecía todo.

Iosi Havilio. Estocolmo

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Se emocionó, claro, sin lágrimas, pero se emocionó, se hubiera notado si en ese momento habría intentado pronunciar cualquier palabra, la más corta de todas, la más banal, un Sí, un Hola, un Bueno, cualquiera de esas palabras hubiera sonado desafinada.

Iosi Havilio. Estocolmo

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Tenía esa facilidad para borrar el costado incómodo de sus actos, los aniquilaba rápido, sin embargo, con el tiempo, siempre había algo, un residuo en principio inofensivo, que parecía no alterar nada, que se incorporaba a una capa viscosa y posterior de la memoria, igual a un cuerpo inocuo, ausente, y que cuando menos lo esperaba, se reavivaba por algún incidente banal, insignificante, volviéndose denso, oscuro, insoportable.

Iosi Havilio. Estocolmo