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Qué triste el aroma de los lirios en invierno

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Qué triste llega el aroma de los lirios
a los cristales del balcón en el invierno,
a horas en que la noche llora estrellas
y la memoria vuela –cual libélula-,
en sumida fatiga, a ras de una cansada brisa.

La penumbra se inunda de suspiros
y los muros de luminosas siluetas
que se estancan en el techo
como la luna, de pronto,
en las baldosas mojadas de la calle.

Silba el viento una absurda melodía
que apaga la vida en su vaivén
y funde, en solemne quietud,
pasión y languidez
en romántica y jaral armonía.

En los ramajes henchidos de sombras
se expande el rumor de  piel de los amantes
liberando un enjambre de libélulas
que portan en sus alas de cristal
el triste aroma de los lirios en invierno.




© Lissette Flores López. Derechos Reservados.

Amanece entre tu cuerpo y la lluvia

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Anoche,
con la llovizna que caía sobre Antigua
te amé,
incluso, te soñé sin conocerte;
eras ave de lluvia
amparado en la enramada de mis brazos,
y yo, partícula de fuego
diluida entre tu cuerpo y un turbión de miradas.

Amanece.
Te llamo en silencio
con la pasión eterna del bosque al invierno,
y la inquietud de la distancia a una estrella.

El viento arrastra tu nombre
al dintel de mi alma,
flota en mi pecho
como embrujo dormido de aurora,
serpentea por mi piel
como gotas de rocío en el cristal.

Amanece esta tarde de nubes grises
y llueven tus palabras de azul ternura
llenando un vacío de luz
con aroma a jazmín macerado
que desliza sus enigmas
en medio de la niebla de febrero.


© Lissette Flores López. Derechos Reservados.

Primavera

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Érase una vez una tierra muy colorida y llena de luz donde era agradable habitar. Un día, el invierno se estableció allí, y al parecer, por tiempo indefinido. Desde entonces todo se tornó gris y frío. Durante cuatro años hubo oscuridad, silencio… soledad. Los días traían monotonía y dolor.   Hasta que una tarde el invierno se marchó tal y como llegó otrora, sin avisar. A la mañana siguiente las aves gorjeaban en los árboles, el viento susurraba en las praderas y cientos de semillas volaban con una ilusión a cuestas. Había tanto sol que todo cuanto cabía bajo el firmamento, era hermoso.



© Lissette Flores López. Derechos Reservados.

Hambre de pecado

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El interminable invierno escarchaba su piel
deshojando los silencios del otoño
arrasando sus furtivas quimeras
al roce de febriles delirios y latidos
que cristalizan, a fuerza de hambre de pecado,
esa congoja de su vientre erial.

No puede apartar aquellos ojos
que, como la noche, llegaban puntual a sus gemidos,
sonrojando al silencio
con los susurros de sus manos tensas
estallando al enigma de su cuerpo,
dibujando bramidos de suspiros
en los pliegues de sus blancos lienzos.

El frío amenaza hacerse eterno entre sus cañaverales
y del grito ahogado que responde la desnuda mano
surge la súplica aliviada
-entre gozos y temblores mitigados-
de un cuerpo acosado de deseo
que sueña con la floración del alba
para cubrir de mieles las riveras de otra piel.


© Lissette Flores López. Derechos Reservados.

El Secreto

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Intento deshacer quimeras tejidas al viento
que hilvané en un lejano horizonte
una tarde de primavera,
cuando el brillo de sus ojos a media luz
se agolpó en mi mórbido pecho
penetrando, de nueva cuenta, razón y corazón.

Anhelaba cada amanecer, pues el nuevo día
me traía sus palabras susurrantes,
dulces, melodiosas, más bellas
de las que musita el sol a las flores,
o el musgo a la piedra, o el mar a la playa.

Ahora sé que inútilmente le venero,
pues el frío nunca me supo tan álgido,
ni el silencio había sido tan mudo;
y este invierno que aporrea el ventanal
con sus recios puños inclementes
indica que es momento de olvidar.

Desde mi ventana, en confidencia con la luna,
he lanzado este sentimiento al cielo
al momento que lo surcaba una estrella fugaz
llevándose en su estela un secreto que nunca sabrá...
l e   a m o . . .




© Lissette Flores López. Derechos Reservados.
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