*La siguiente entrevista realizada por el ensayista Conrado Arranz apareció publicada el año pasado en el siguiente medio impreso:
Separata. Revista de pensamiento y ejercicio artístico, nº.25, Santiago de Querétaro, julio de 2011. (México)
1. Me gustaría, en primer lugar, saber cómo compatibilizas tu vida cotidiana con la escritura de poesía.
R: El desbordamiento de la cotidianidad a veces me produce un estado de indeterminación, una suerte de autismo existencial. Es como si la densidad de los días me fuera fosilizando y me maquillara con un halo de invulnerabilidad. Es entonces cuando la escritura se hace más necesaria, es entonces cuando uno se detiene, baja las armas y se predispone a una voluntad de contagio. En mi caso, la escritura no surge del trayecto sino de las pausas, esas pequeñas visiones en las que de pronto el entusiasmo y la vitalidad nos devuelven la capacidad de asombro. El asombro permite que uno no sea sombra. En mi día a día busco un estado contemplativo, ese pequeño hallazgo que puede surgir de una reflexión, un recuerdo o un contacto directo con la intemperie. Entre ese hallazgo y el acto de la aparición del poema atravieso por un proceso al que denomino "la sedimentación del lenguaje", un lento despeñarse en el que busco que el poema sea quien me escriba y no yo quien escriba el poema. En ese sentido escribir no es escribir sino desollar el silencio, desoír para escuchar lo que hasta ese momento se nos presenta como indecible. En mi vida cotidiana compatibilizo la escritura con esa alteridad entre el hombre seducido por el letargo de la rutina y el niño que se detiene boquiabierto a sentir cómo el mundo acaba de nacer.
2. ¿En qué proporción repartes la carga espiritual y la carga material dentro de un poema?
R: Siempre me ha cautivado -entre otras influencias filosóficas como el concepto de "sustancia divina" de Baruj Spinoza- la teoría del hilozoísmo de Tales de Mileto como ejercicio espiritual a lo largo de mi vida. El hilozoísmo abogaba por una animación psíquica de lo que a nuestros ojos se presenta como inanimado. Tales de Mileto confiaba en que las cosas estaban habitadas por pequeños dioses. Más allá de esta creencia, que me resulta peculiarmente afín con la religión del shintoismo –guardando, claro, las debidas proporciones- lo que me produjo cierta curiosidad fue llevar a cabo ese planteamiento indagatorio sobre las cosas que me rodeaban. Un ensayo imaginativo de despersonalización para intentar penetrar en el ser de las cosas y hablar desde ellas o siendo ellas. Por eso creo que la carga espiritual en mis poemas no está escindida de la carga material, intento más bien que confluyan y se vean sometidas a una simbiosis en la que se contengan simultáneamente. Trato que el poema contenga un aliento místico y sobre todo naïf. En ese sentido me cautiva mucho una idea del poeta mexicano Antonio Deltoro que dice que en “la infancia todo está animado, todo está almado”, es decir, que todo tiene alma. Lo que intento es que el poema sea una recreación del instante, una realidad poética en donde las cosas dejen de ser ellas mismas para convertirse en otras.
3. ¿Qué importancia tiene la forma respecto al contenido en tu poesía?, ¿qué función cumple cada una?
R: En algunos de mis poemas esta importancia es fundamental debido a que la distribución tipográfica del verso o la adecuación a una forma métrica convencional o inventada son el vehículo para que las palabras cuajen y fortalezcan el sentido de lo que en ese momento se está diciendo. El cuerpo del poema se nos presenta como una danza petrificada que cobra movimiento en la lectura. Busco que la forma cumpla la función de hacer visible la musicalidad interior que duerme en cada poema y, en otros casos, que alimente el significado que se desprende de esa musicalidad. El contenido en la forma se vuelve incontinencia, va más allá de ella, es una semilla que nace para transgredir sus límites y florecer en una imagen distinta a la que se proyecta. En mi poemario Bestimenta intenté que esta relación fuera por demás evidente, quise que fuera un bestiario del lenguaje. Así, por ejemplo, si el poema se refiere a una ardilla, un escarabajo o a una libélula, utilizo el haikú, el aforismo o la greguería; mientras que al hablar del hipopótamo, el mandril o de una cocodrila, recurro a un desbordamiento, una incontinencia del lenguaje que denote la pesadez o la violencia verbal que estos animales pudieran encausar a través de una voz imaginaria. La forma y el contenido son una unidad indisoluble que busca ser disuelta.
4. En tu poemario Bestimenta, la reflexión en torno al lenguaje termina por constituirse en un elemento esencial, ¿qué inquietud te genera este tema y cómo interactúa con el resto?
R: Mis dos grandes obsesiones son el lenguaje y la luz. Desde el Cratilo hasta nuestros días la idea de la palabra como portadora del ser ha sido un tema inagotable. En mi opinión, este cuestionamiento se reduce a una paradoja: el lenguaje no da vida pero es vida. “Hay que pensar -nos dice María Zambrano- que el primer lenguaje tuvo que ser delirio. Milagro verificado en el hombre, anunciación, en el hombre, de la palabra.” Si la palabra se anunció en nosotros estamos destinados a enunciarla. En mis poemas no busco explicar el lenguaje sino simplemente evidenciarlo, que el lenguaje se diga a sí mismo. La poesía está más cerca de la onomatopeya primitiva porque recurre a ese delirio para exorcizar un estado de lucidez. Esta esencia interactúa en mi poesía a modo de intermitencia: que el lenguaje poético diga y que también se diga.
5. ¿Cuáles piensas que son los ingredientes del lenguaje moderno?, ¿cómo se articula en relación con los hechos cotidianos?
R: Las redes sociales y la tecnología han convertido nuestra vida en un hipertexto colectivo. Las voces se entremezclan y dan por resultado una especie de multi-autobiografía mutilada. Este palimpsesto está marcado por la fugacidad, la concisión, la divulgación y la evidencia de lo íntimo. La hiperactividad de nuestras sociedades nos orillan a decir y a señalar, cuando en realidad debiéramos nombrar y descubrir. Esta es la ambivalencia que el lenguaje moderno y los hechos cotidianos nos están heredando.
6. ¿Qué sentimiento te produce escribir poesía?
R: Escribir poesía me produce una sensación de compañía y orfandad. Vivo la poesía como un duelo interior, una oración, un rezo. Siento una gran debilidad y empatía por Ícaro y Faetón. En ambas figuras me cautiva el riesgo del ascenso y la caída. Escribir poesía me produce ese vértigo inmóvil. El riesgo de estar vivo.
7. El hombre y la bestia forman el binomio esencial en tu reciente poemario (Bestimenta) ¿cómo se articula en torno a tu concepción poética?
R: Todo parte entorno a una reflexión de lo animal y lo poético. La naturaleza animal implica en sí misma un estado de permanencia poética. Pareciera que los movimientos naturales de ciertos animales poseen intrínsecamente una belleza singular. En contraste, los movimientos naturales del hombre resultan a veces anodinos. Creo que, entre otras muchas razones, inventamos el arte para llenar los vacíos poéticos de los que carece nuestra propia naturaleza. El arte, más allá de alejarnos de los animales, nos acerca más a ellos. Mi poemario Bestimenta es un acercamiento hacia esta concepción fraterna con lo animal.
8. Como en “Sueño manatí” [poema incluido en Bestimenta], en ocasiones resulta difícil expresar con el lenguaje lo que forma parte de nosotros. En tus poemas, la reflexión en torno al silencio, constituye un tema recurrente, ¿cómo planteas esa relación entre lo nombrado y lo no dicho?
R: La insinuación es una de las virtudes poéticas que más me seducen. Esta virtud la descubrí gracias al acercamiento a la poesía china, japonesa e hindú, que se lo debo en gran parte al libro Versiones y diversiones de Octavio Paz. La insinuación plantea que el poema está en lo no dicho. Entre lo nombrado y lo no dicho hay una inercia que se desprende y nos convida de una nueva incertidumbre que nace a partir de lo que el poema dice. El poema nace del silencio y regresa a él. Es una ablución que acaba por convertirse en un vapor más allá de su agua. Es ese vapor lo que busco al bautizar el poema.
9. ¿Si fueras un territorio?
R: Sería un paisaje nevado. La nieve es la escritura que borra lo dicho por el paisaje.
*Conrado Arranz (Madrid, 1979)
Es Licenciado en Derecho, Maestría en Formación e Investigación Literaria y Teatral, Doctorado en Literatura Hispanoamericana y actualmente goza de una beca de investigación en el Colegio de México. Es autor de diversos ensayos y reseñas. Gusta de viajar, preguntar, leer y, en determinadas ocasiones, guardar silencio ―es en esos momentos cuando escribe.
Pd. Agradezco la sensibilidad y la generosidad tanto de Conrado Arranz, como de la Revista Separata, al realizarme la entrevista y al permitirme difundirla en el blog.