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21 julio 2009

La carta

Muy señor mío,

Le escribo esta misiva desde su estudio en Orfordsheild para comunicarle que su divina señora ha caído en un estado neblinoso del que ningún doctor parece capaz de sacarla. Ninguno de los múltiples médicos (los mejores de este y todos los condados aledaños) que la han examinado han sabido decir qué le ocurre, ninguno se ha atrevido a administrarle tratamiento alguno, ya han venido incluso varios curanderos ofreciéndonos ayuda pero les he echado a patadas antes de darles tiempo siquiera a darse cuenta de ello.

Señor, permítame decirle lo que pienso. Su señora no tiene ningún mal que pueda curar la medicina moderna ni tampoco los ritos arcaicos, su enfermedad está alojada en el centro de su ser: en el corazón. Desde que se fue usted hace ya más de un año su salud no ha ido sino empeorando, su piel se volvió más pálida, apenas tenía apetito, dejó de dar su paseo de las tardes por los jardines y al final cayó enferma. Desde hace más de una semana su estado pasó a ser el actual, no reacciona ante nada y nadie, le tenemos que forzar para que beba algo de agua y sopa, jamás cierra los ojos, los cuales permanecen fijos en el techo de la alcoba.

Le pido, le ruego, que por favor vuelva lo antes posible, nada más leer estas líneas. La señora le necesita, le hace falta su calor y compañía para poder salir de la nada en la que está sumida.

Un sincero y afectuoso saludo,
Alfredo

24 febrero 2009

EL DESAFORTUNADO CASO DE Mr. PEPE LUI

Iba caminando por la calle Pepe Lui, que andaba que te andaba como cada día a esa misma hora minuto más minuto menos. Pues bien, que iba caminando Pepe Lui, con su sombrero de copa, su distinguido bastón (aunque bien sabía él que no lo necesitaba, le gustaba porque le daba un porte elegante -al menos eso pensaba-), su chaqueta negra a pesar del calor, su pantalón azul marino y sus zapatos de azabache recién engrasados, brillantes de tan limpios que estaban. Se cruzó en su camino el perro de Paco, el cual vivía a tres manzanas de allí, por lo que dedujo con su perspicaz intelecto que o Paco estaba cerca o se le había escapado su mascota, así que dio más de una vuelta alrededor del quiosco de doña Tecla, en busca del tal Paco, el cual le debía dos pesetas desde hacía más de un mes, pero no estaba por ningún lado. Por lo que optó por llamar al perro, que tenía el nombre de Clotildo, en honor al abuelo de Paco según decía el mismo. Una vez lo atrajo y capturó con sus fornidas manos lo cogió en brazos y fue en pos del dueño, el cual o estaba en su casa o, más probablemente, en el bar de la esquina, junto a la verdulería de Rafaela, que era prima hermana de Pepe Lui por parte de padre.

Pasado un rato llegó al bar del Bernardo, echó un vistazo fugaz, pues el hedor a tabaco le molestaba sobremanera, y comprobó que Paco no se encontraba allí, aunque sí que estaba el bueno de Gustavo, el cual vendía cupones desde hacia un par de años, que fue precisamente cuando comenzó a perder la vista; también estaba María, la mujer de don Eustaquio, el cual estaba sordo como una tapia, de ahí que siempre le acompañara su señora a todas partes. Siguió su camino Pepe Lui, con el pobre Clotildo a cuestas, el cual ya comenzaba a impacientarse, estando deseoso por bajar y caminar por su propio pie, cosa que no estaba dispuesto a dejar Pepe Lui.

Al fin llegó al portal de Paco (aunque antes se había cruzado con la viuda Jimena, con la que no tuvo más remedio que conversar durante más de media hora), el cual vivía en un séptimo y el ascensor estaba estropeado... Pepe Lui, que como ya he dicho era un tipo de perspicaz inteligencia, dedujo que Paco no saldría de su casa hasta que no arreglaran el ascensor, por lo que seguramente habría dejado que el perro saliera solo a la calle, a su infortunio. Pepe Lui, que también era un tanto suspicaz, no estaba dispuesto a perder sus dos pesetas, por lo que a pesar que subir escaleras no era su fuerte decidió hacerlo. Clotildo se removía, más Pepe Lui lo tenía aferrado fuertemente, y subió de uno en uno los escalones, y tras una eternidad llegó al séptimo izquierda y llamó a la puerta. ¿Está Paco?, le preguntó a un joven que había abierto, a lo que éste respondió: ¿Paco el manco?, con una cara un poco de circunstancia. No, Paco el Remolachero, dijo pepe Lui. No, hombre, ese Paco vive en el bloque de al lado. Pepe Lui maldijo a Paco y a todos sus parientes, así como a su perro, el cual salió pitando cuando vio la oportunidad.

Semanas más tarde Paco murió. En su testamento no ponía nada de dos pesetas a favor de un tal Pepe Lui.