− ¿Cuántos?
Miro al suelo, a mi espalda. El desasosiego me
sabe a sopa de letras. Esas que tú me preparabas entre sombras chinescas. Los
demás veían el abecedario completo, pero yo solo y siempre 4 letras: l, o, c, a.
Recuerdo el opio insensato del principio,
cuando afirmábamos riendo que éramos especiales, que nunca seríamos igual que
los demás. Había tantos espejos, ventanas, que ni nos percatamos que eran un
vulgar reflejo de nosotros mismos.
Llegaron las miradas que matan, pero no de amor
ni amando. Miradas de desprecio. Luego los gritos. Inútil. Mujer que no vale
para nada. Más odio. Porque si la línea entre el amor y el odio es fina, tú
fuiste el que la robó para siempre. Más gritos. Por si tus ojos no dejaran
claro el asco que te daban mis pasos por el pasillo de casa. Pasos lentos,
atemorizados camino de ningún sitio.
Llegó el temor al sonido de las llaves. A
marcharme. A quedarme.
Cuando me entraba el vértigo me subía al
armario. El pánico pasaba dentro del balón de Nivea que cayó del avión un
verano. Verano en el que mi cuerpo en bañador era como el de un dálmata. Blanco
y morado. La ansiedad pasaba encerrada en una sábana. El dolor de los golpes
desaparecía escondida dentro de una cápsula de Valium. Transitaba del armario,
a la cápsula, al balón, a la sábana, a la cápsula. Loca. Eso es lo que hacen
las locas. Y yo lo estaba. Eso repetías. Solo podía hacer cosas de locas. Un círculo
de terror, aturdimiento, nulidad. Miedo. Y yo solo quería irme. Pero no podía.
Me volví invisible. Nadie podía verme. Ni mi
familia. Ni mis amigos. Ni aquellos que más rozaban mi vida. Mis vecinos. No
logré encontrar sus ojos. A veces inventé excusas, pedir un maldito puñado de azúcar
para comprobar que no me había extinguido por completo. Que seguía ahí delante
de ellos. Iba de frente, para no perderme de perfil entre las sombras de las
paredes, con esos vaqueros ya diez tallas de más. Miraban al suelo. Al
infinito, a cualquier punto menos el desesperado centro de mis ojos, los únicos
que aún gritaban auxilio.
Hoy ya no te tengo miedo. Claro que sé que sigue
ahí dentro, tú te has encargado de esculpirlo a fuego como una obra de arte hecha
a mi medida. Pero se irá. Como yo. He cerrado la puerta. Sin esas llaves que
abren abismos que dan a ningún lugar.
− ¿Cuántos quiere?
− Un billete, solo de ida.
Relato #HistoriasdeSuperación para Zenda libros www.zendalibros.com
Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer
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