jueves, abril 14, 2016

'La habitación de Jacob', de Virginia Woolf


La Editorial Piel de Zapa recuperó en el 2012 en una cuidada edición “La habitación de Jacob” de Virginia Woolf, un regalo para lectores y amantes de esta obra de Miss Woolf que era imposible encontrar en librerías.

La novela se aleja de sus dos obras anteriores para mostrarnos un relato modernista que gira en torno a la figura de Jacob. Un joven tan apuesto como torpe, tímido como distante. Algo engreído. Adicto a la lectura, menos a Shakespeare, ya que no es capaz de terminar ninguna de sus obras. Amigo de sus amigos. Un retrato de Jacob que nos irán desgranando de manera imprecisa las diferentes miradas que durante su juventud se van posando en él.

El joven tenía los labios apretados. La mirada baja, puesto que estaba leyendo. Todo en él era firme, pero joven, indiferente, inconsciente…

Durante toda la lectura uno tiene la sensación de ver a Jacob a través de una ventana. A veces de manera más nítida, otras una simple figura que se asoma por ella un momento.
Y serán las miradas de diferentes mujeres, las que nos muestren sus percepciones sobre él. Estas miradas vienen intercaladas por unos magistrales y detallados cuadros de los diferentes escenarios por los que vive o circula Jacob. Narrados con una sensibilidad y sensación de vacío insondable que solo Virginia Woolf es capaz de plasmar.

Las farolas de Londres sostienen la oscuridad como puntas de bayonetas al rojo vivo. El toldo amarillo se hunde y se hincha en los cuatro postes. Los pasajeros del coche de correos que entraban a toda velocidad en el Londres del siglo dieciocho miraban a través de las ramas sin hojas y veían cómo llameaba tras ellas.




Solo hacia el final de la obra, Jacob, parece querer tomar parte en su propio retrato, relato y abre esa ventana. Pero incluso entonces lo hace de manera somera. Será durante su viaje a Italia y Grecia.


Hay un personaje latente y principal durante toda la obra: la ausencia. Una ausencia tan despiadada como la que deja una habitación vacía para siempre. Y más cuando se trata de una persona demasiado joven como fue el hermano de Virginia, como es Jacob. Habitación con ese doloroso desorden de alguien que piensa volver en cualquier momento. 

domingo, abril 10, 2016

Los perros. Nuestros superhéroes bajitos con abrigo


Cada día amo más a los perros, esos superhéroes bajitos con abrigo. Hace diez años que uno de ellos me salvó la vida: Jazz, una cocker tricolor de cejas pelirrojas, con las que me mira entre la cara de póquer y la dulzura más extrema, que ahora ronca bajo el escritorio. No voló entre rascacielos. Ni lleva capa. Solo lleva un abrigo lleno de pelos que va soltando por todas partes. Porque son superhéroes más lentos y sutiles, no por ello con menos mérito o poderes. Lo suyo es una labor de salvación constante.

Tienen la capacidad de encender un motorcito en nuestro interior que se activa cuando convives con ellos y te obliga a ser mejor. O al menos intentar parecerte a lo que reflejan sus ojos que ven cuando te miran. Si un perro te elige para ser salvado, no hay vuelta atrás. Se convierte en un pacto entre caballeros en el instante que sus pelos recorren tu casa y tus días. El pacto más noble y fácil de cumplir con los que tendrás que lidiar.

No siempre apetece escuchar lo que cuentan por alrededor, pero por esa magia y poder innato que solo ellos tienen, encontrarás los suficientes arrestos para coger el muñeco chupado, casi sin relleno, la pelota con infinitas marcas de dientes alrededor y lanzársela. Tirarte al suelo y luchar. Gritar, hacerte croqueta, empanadillas y reírte. Mucho. Despeinarte. Llenarte de más pelos. Pelos que ya han pasado a ser la valiosa insignia de lo que hay entre los dos.

“Deberían hablar”. He escuchado infinidad de veces. ¡No por favor! La mirada de un perro tiene una fuerza, una bondad y una pureza que no pueden hallarse por rebuscados y estúpidos términos con los que nos expresemos nosotros. Nunca.

Ellos, los dueños de la entrada al Paraíso. Esa puerta a la que llegas deseando contar las maravillas del día, lanzarte sobre los brazos de ese amante que, de momento, permanece detrás de la madera, desparramarte en el sofá, olvidar que existes... Él siempre va a estar ahí. Pendiente del giro de la llave, de que las luces den paso al mejor de los amigos, el más guapo de los seres entre los seres, para dar comienzo a una febril exhibición de claqué. Solo para ti. Un espectáculo que nada tiene que envidiar en pasión y constancia al número principal del Cotton Club.

Hasta que tu perro no se siente espalda con espalda contigo, no sabrás qué significa el apoyo incondicional. El amor más fiel. La amistad más surrealista y verdadera. No siempre entiendo por qué han decidido salvarnos. Solo ellos tienen la respuesta. Ellos son los héroes. 

lunes, marzo 14, 2016

El lado de la cama

Mi lado de la cama, en concreto el izquierdo, no se lo cedo ni a mis mejores sueños. Me lo robaron una vez y no vuelvo a perderlo. Nunca. Es más creo que los que lo ceden sin más, como si fuera el sitio en el metro no tienen ni idea de lo que están haciendo. Solo para quienes los sueños han pasado a ser nuestra vida más lúcida podemos entenderlo.

Él comenzó durmiendo en medio de la cama, para hacerlo junto a mí un tiempo después. Esas noches pude verlo en diferentes lugares, de lejos, en mis sueños. Sé que él también me vio y vivió lo mismo que yo, porque comenzó una lucha incansable entre sábanas y besos para quedarnos los dos en mi lado. Cada noche más apretados. Más juntos y a la vez más alejados. Hasta que logró tirarme de la cama.
Fue caer por un abismo. Pasaba las noches mirando a ese ladrón en la oscuridad, mientras se revolvía sonriente entre sábanas y vidas. La mía. Podía sentir como era feliz en esos mundos oníricos. Los míos.
Él en cambio dejó de mirarme por las mañanas. Temía que viera en sus ojos lo que me quitaba por las noches. Y supe que no pensaba devolvérmelo nunca.

Recuperé mi lado izquierdo de la cama. No importa cómo. Ahora vivo casi todo el día en él. Y por supuesto todas las noches.