Bajo la sombra de los frondosos árboles, al arrullo del sonido del agua, avanzamos por el cauce. En ocasiones salíamos del refugio de las sombras y entonces reparábamos en el intenso calor que hacía ese día, pero al poco volvíamos al amparo del frescor del agua para contemplar los caideros, los detalles de la luz que se filtraba en los pequeños claros, avanzando sin prisas, para poder apreciar la belleza de las pequeñas cosas, la intensa vida contenida en una gota de agua, sentir el crujir de las hojas bajo nuestros pies, el olor a tierra mojada... Qué delicia.