—Tienes
altos niveles de plomo —declaró el hombre joven con gesto serio y preocupado—,
lo que justifica tu estado actual de debilidad y los dolores que padeces —dejó
las hojas que había leído en la mesa y cruzó los brazos sobre su cuerpo—. ¿Qué
vas a hacer?
El
hombre viejo se pasó la mano por los cabellos y negó con la cabeza.
—¿Nada? —el
joven se levantó—. ¡Tío Jorge, tienes que ir a la policía! —comenzó a caminar
por su consulta—. ¡Te está envenenando! ¡Esa cualquiera te va a matar, no lo
entiendes?
El viejo
se reclinó en la silla. Estaba cansado, extremadamente cansado.
—De
acuerdo, lo haré yo —el joven doctor volvió a sentarse y buscó el teléfono entre
la maraña de papeles que ocupaban su mesa—. Esto es de locos…
El viejo
cerró los ojos y lo maldijo en silencio. ¿Por qué no lo dejaba estar? ¡Maldita
sea!
—¿Policía?...
Sí, quería hacer… —guardó silencio. Se giró y sus ojos tropezaron con los de un
loco; soltó el teléfono y se llevó la mano a la garganta. Algo caliente se
deslizó entre sus dedos. Las piernas no aguantaban y se derrumbaron sobre la
moqueta, llevándoselo a él detrás. Y la sangre escapó a borbotones de su
cuerpo, por los agujeros que el viejo iba cavando con un abrecartas.
El viejo
sacó el abrecartas de su costado y se desplomó en el suelo junto a él. Estaba a
punto de perder la conciencia pero antes tenía que escribir la carta. Se
levantó, respirando trabajosamente, y alcanzó un folio de la mesa. Se dejó caer
en el suelo, buscó un bolígrafo en sus bolsillos y comenzó a escribir.
* * *
—¿Qué
tenemos? —el inspector de policía entra en la habitación y se dirige a la
forense.
—Dos fallecidos.
Hombre joven, unos treinta años, 16 heridas de arma blanca, en principio parece
que con ese abrecartas—y señala el objeto que un agente ha metido en una bolsa
de plástico y ha dejado sobre la mesa—. Ésta es su consulta, era médico. —La
forense señala con la cabeza el segundo cuerpo—. Anciano de unos ochenta años,
aparente suicidio.
El
inspector la mira con sorpresa.
—Hay una
carta —le dice la forense.
"La
ambición humana no conoce límites: él me ha matado.
El
amor tampoco conoce límites: yo lo mato a él.
Jorge."
—No
comprendo…
Un
agente se acerca al inspector.
—Hemos
encontrado unos análisis recientes en los que se indica que el viejo estaba
siendo envenenado con plomo. La carta parece indicar que el sobrino era el
culpable…
* * *
Antes de
morir, el viejo pensó en ella. Diez años juntos soñando que lo amaba. Quedaba
tan poco para el final, era tan anciano…
¿Por qué no pudo esperar?
Maldita
sea…
Ahora su
sobrino le arrebataba la vida con esos análisis.
¡No quería saber!
Él
prometió que siempre cuidaría de ella, nunca dejaría que le sucediese nada
malo. Se lo prometió un día de sol en Venecia, embriagado por el champán y su
sonrisa.
Y él era
un caballero: nunca dejó una promesa sin cumplir…
Que bonito...y triste...pero sobre todo bonito!
ResponderEliminarPepi
Pepi!!! Gracias, pequeña! Y no te parece intrigoso? :-)
EliminarMillones de besos!!!
las promesas se han de cumplir, sí o sí!
ResponderEliminarSandler, sabes qué? Ese final me pareció muy Toscanablues!
EliminarPara eso están las promesas :-) Besos!!!
Final, muy Toscanablues, sol, Venecia y champán!! increíble.
EliminarJajajajaja!!! En Venecia siempre hace sol y todo el mundo bebe champán en cualquier momento, eso es así de toda la vidadedios.
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