Caminaba por la calle cuando me la encontré de frente.
Era una mujer entrada en los ochenta, aseada y perfectamente maquillada que caminaba insegura a pesar del bastón.
Me acerqué para saludarla y cuando lo hice, me di cuenta de que no me recordaba. En realidad, no recordaba nada.
Me sentí incómoda, como si me hubiera equivocado, parando a una desconocida. Le di explicaciones de cómo y cuándo nos conocimos, le hablé de mi infancia y su madurez, pero los datos resbalaban por sus ojos. Le di dos besos apurados y seguí calle arriba.
La tristeza llegó como un golpe de calor, sentí que nuestros recuerdos habían sido devorados por su enfermedad, como si no me hubiera quedado nada.
La necesitaba, necesitaba que ella recordara que cuando era niña me amaba y que sorprendida y agradecida, yo la amaba.
Ella me acompañó cuando necesitaba que alguien me cogiera de la mano y me insuflara la energía precisa para cualquier viaje. Así que se agachó, se acercó a mi oído y dijo “te amo” y después soltó mi mano, confiada de que encontrara mi propia senda.
A veces me ocurre que encuentro la respuesta correcta cuando nadie pregunta, cuando ya no importa.
Me veo otra vez en aquella calle, ella se acerca caminando despacio, con sus labios rojos y el pelo de un rubio deslumbrante. “Está igual que siempre” me digo “salvo por el bastón”.
La saludo y no sabe quién soy. La mujer que la acompaña me hace gestos silenciosos negando con la cabeza y enseguida entiendo que no me recuerda.
Me acerco con delicadeza a su oído y después de besar su mejilla le digo “te amo”. Suelto su mano y sigo calle arriba, sin mirar atrás, porque confío en que su alma encontrará el camino de vuelta a casa.
Las Palmas, 2 de marzo de 2011
* Título extractado de la banda sonora original de la película "Tal como éramos".
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