Un samurai se enamoró de una doncella.
Ella le exigió lealtad de su amor y le dijo,
---Si vienes a visitarme durante 100 días seguidos a mi puerta creeré en tu amor como algo verdadero y seré para tí por los tiempos que me falten por vivir.---
El samurai fue a su puerta con una banqueta todas las noches. En sus esperas, por cada diez respiros brotaba un suspiro. Frente a sus sombras se atusaba los bigotes y se quedaba sentado más quieto por sus armaduras de gala que por su ansiedad. Desde ahí miraba a su ventana y velaba viendo las cortinas flamear con la brisa. Ella se asomaba y le saludaba meneando la cabeza de un modo reverente para poco después apagar las luces. Al terminar el ritual él partía sereno. Así pasaron las noches y los días como un gran volumen de tiempo.
Llegó a la nonagésima novena noche.
Recogió su banqueta. Ella le sonrió.
Y sólo murmuró bajito.
--- He callado tanto que ya me he cansado de hablarme.---
Y ya no volvió a verla más.
Ella le exigió lealtad de su amor y le dijo,
---Si vienes a visitarme durante 100 días seguidos a mi puerta creeré en tu amor como algo verdadero y seré para tí por los tiempos que me falten por vivir.---
El samurai fue a su puerta con una banqueta todas las noches. En sus esperas, por cada diez respiros brotaba un suspiro. Frente a sus sombras se atusaba los bigotes y se quedaba sentado más quieto por sus armaduras de gala que por su ansiedad. Desde ahí miraba a su ventana y velaba viendo las cortinas flamear con la brisa. Ella se asomaba y le saludaba meneando la cabeza de un modo reverente para poco después apagar las luces. Al terminar el ritual él partía sereno. Así pasaron las noches y los días como un gran volumen de tiempo.
Llegó a la nonagésima novena noche.
Recogió su banqueta. Ella le sonrió.
Y sólo murmuró bajito.
--- He callado tanto que ya me he cansado de hablarme.---
Y ya no volvió a verla más.