Acuarela de Enrique Ochotorena, pintor español, creativo hasta la médula y amigo web. Su espacio amerita ser visitado. http://wwwsietetorena.blogspot.com/
“No se goza con alcanzar la cima si no se disfruta el trayecto hacia ella.”
Ezequiel Bustillo.
Perdida en el mundo de asfalto padecía sus horas detrás de un escritorio. Es sabido que la rutina, aunque sea deseada conlleva cierto hastío por la repetición de tareas. Después de tantos años de mentora académica necesitaba un cambio. Los cambios son periféricos respecto de los estados anímicos y cuando se hacen profundos se les nombra crisis. Y estar en crisis le daba pavura. Lo cierto era que los embates de la realidad erosionaban toda vocación. Era allí donde se abrían las puertas de una nueva posibilidad. Alguna vez alguien le había contado que el verdadero crecimiento se encontraba en viajar o leer. Simple. Osado y hasta impropio para su formación clásica de pensamientos. Aún cuando soportaba el tedio de las noches de calor y el vacío de la cama acostumbrada a la piel se sentía vacía. Estaba sola. Entre tanta gente yendo y viniendo. Entre tanto que entender se esfumaban las soluciones como globitos de jabón. Alguien cierta vez le preguntó que deseaba ser cuando niña. Ese fue el punto de inflexión. Amaba la vida de aventura. Escalar, dijo cierta vez entre algunos amigos que la miraron como si hubiera sido abducida por seres de otro planeta y devuelta a la tierra con el cerebro en los pies. Escalar había sido siempre su gran empresa. Lo había hecho con cierta estrella en su profesión de devoluciones mezquinas y jugadas políticas. En su vida cotidiana lo había hecho. Siempre hacia afuera. Recuerdo el día en que decidió ir al Fitz Roy. Recogió unas cartas de Andrés Mandsen escritas a su sobrino contándole peripecias y trastornos de la colonización de aquellos parajes. La obstinación de Saihueque e Inacayal. El amor por las tierras y su naturaleza pura. Algo le embriagó. Le dictó una premisa clave. Escalar. Si hacía falta algún motivo era precisamente la deuda con lo que quería ser. Se entrenó sola. Comenzó una rutina de gimnasio intenso. Corrió algunos kilómetros para hallarse en muchos otros corridos. Cambió su risa. Su piel. No existió edad para sentirse joven. La decisión lo pudo todo. Armó el itinerario con paciencia perezosa. Noche en El chaltén y una semana de provisiones ricas en hidratos y calorías. Revisó no menos de 15 veces el equipo. 3 pares de medias sintéticas.1 calza de lycra larga.1 pantalón de gimnasia sintético.1 cubre pantalón impermeable.1 campera gruesa de tiempo libre.1 campera rompevientos. 2 remeras de fibra (tipo camiseta de fútbol). 2 buzos de fibra polar (pile). Linterna chica con pilas de repuesto. Gorro, guantes, cuellos, crema protectora y anteojos con tira, para el sol. 2 cantimploras de 1 litro. Jarro, cuchillo, cuchara y plato. Protector solar con factor 20 . También protector labial con factor, pues su femineidad la llevaría consigo. Repelente para ser usado contra los tábanos. Alimentos tanto para la marcha como para consumir en el refugio. Recuerdo que lo revisaba cada hora. Recuerdo que al llegar al pié de la montaña rió. Recuerdo que demoró el doble de tiempo que cualquier otro. Recuerdo su sonrisa. Aquella que al bajar la hizo ser otra mujer.
Ezequiel Bustillo.
Perdida en el mundo de asfalto padecía sus horas detrás de un escritorio. Es sabido que la rutina, aunque sea deseada conlleva cierto hastío por la repetición de tareas. Después de tantos años de mentora académica necesitaba un cambio. Los cambios son periféricos respecto de los estados anímicos y cuando se hacen profundos se les nombra crisis. Y estar en crisis le daba pavura. Lo cierto era que los embates de la realidad erosionaban toda vocación. Era allí donde se abrían las puertas de una nueva posibilidad. Alguna vez alguien le había contado que el verdadero crecimiento se encontraba en viajar o leer. Simple. Osado y hasta impropio para su formación clásica de pensamientos. Aún cuando soportaba el tedio de las noches de calor y el vacío de la cama acostumbrada a la piel se sentía vacía. Estaba sola. Entre tanta gente yendo y viniendo. Entre tanto que entender se esfumaban las soluciones como globitos de jabón. Alguien cierta vez le preguntó que deseaba ser cuando niña. Ese fue el punto de inflexión. Amaba la vida de aventura. Escalar, dijo cierta vez entre algunos amigos que la miraron como si hubiera sido abducida por seres de otro planeta y devuelta a la tierra con el cerebro en los pies. Escalar había sido siempre su gran empresa. Lo había hecho con cierta estrella en su profesión de devoluciones mezquinas y jugadas políticas. En su vida cotidiana lo había hecho. Siempre hacia afuera. Recuerdo el día en que decidió ir al Fitz Roy. Recogió unas cartas de Andrés Mandsen escritas a su sobrino contándole peripecias y trastornos de la colonización de aquellos parajes. La obstinación de Saihueque e Inacayal. El amor por las tierras y su naturaleza pura. Algo le embriagó. Le dictó una premisa clave. Escalar. Si hacía falta algún motivo era precisamente la deuda con lo que quería ser. Se entrenó sola. Comenzó una rutina de gimnasio intenso. Corrió algunos kilómetros para hallarse en muchos otros corridos. Cambió su risa. Su piel. No existió edad para sentirse joven. La decisión lo pudo todo. Armó el itinerario con paciencia perezosa. Noche en El chaltén y una semana de provisiones ricas en hidratos y calorías. Revisó no menos de 15 veces el equipo. 3 pares de medias sintéticas.1 calza de lycra larga.1 pantalón de gimnasia sintético.1 cubre pantalón impermeable.1 campera gruesa de tiempo libre.1 campera rompevientos. 2 remeras de fibra (tipo camiseta de fútbol). 2 buzos de fibra polar (pile). Linterna chica con pilas de repuesto. Gorro, guantes, cuellos, crema protectora y anteojos con tira, para el sol. 2 cantimploras de 1 litro. Jarro, cuchillo, cuchara y plato. Protector solar con factor 20 . También protector labial con factor, pues su femineidad la llevaría consigo. Repelente para ser usado contra los tábanos. Alimentos tanto para la marcha como para consumir en el refugio. Recuerdo que lo revisaba cada hora. Recuerdo que al llegar al pié de la montaña rió. Recuerdo que demoró el doble de tiempo que cualquier otro. Recuerdo su sonrisa. Aquella que al bajar la hizo ser otra mujer.