Tendría que estar pensando en el menú de Nochebuena, pero de alguna manera he quedado enganchada con las verduras de invierno y la familia de las coles... Atrapada también en el blanco azulado del paisaje. Eso no es un problema, pero para la cena navideña vamos a tener productos de verano nomás; en algún momento tengo que empezar a pensar en otros colores.
Otro cambio más de hemisferio, de estación, de temperaturas, de ritmo. Y dejamos acá la nieve, el hielo, el frío y el salir abrigados en capas como cebollas. Nada de Glühwein para calentarse las manos, ni más mercados navideños y días cortos. Todo tiene sus ventajas y desventajas. Hay por ejemplo algo muy relajante en la monotonía de colores en el paisaje invernal, una monotonía que se rompe con contadas cosas. La naturaleza descansa incluso en sus manifestaciones visuales. Los campos arados siempre tienen un atractivo muy especial, la tierra removida, húmeda, oscura... Acá se le suma el encanto de la nieve. Diciembre parece ser la época que dicta el calendario para esta tarea. Este año las nevadas llegaron temprano y los campos estaban cubiertos de blanco antes de que los trabajasen, preparándolos para la próxima temporada. Ahora vemos los tractores sobre la nieve. A su paso se alternan franjas de tierra oscura con franjas blancas. Blanco, negro, blanco, más nieve sobre los árboles pelados y los pájaros revoloteando sobre la tierra suelta. Los paseos por el bosque también tienen los mismos colores, formando un encaje de ramas y nieve. Todo suspendido en el silencio, roto quizás solamente por una corzuela que huye al vernos. Cómo volver a pensar en colores?
Haciendo unos pasos hacia atrás, lentamente vuelve el recuerdo del
paseo por Galicia, de las incontables huertas con plantas de
coles de Bruselas. Todavía no puedo creer que no viésemos una planta que tuviese repollitos, absolutamente todas cosechadas. Me encanta verlos en la planta, esas pequeñas yemas que se repiten en espiral alrededor del tronco. Preciosas minúsculas coles, con su centro amarillento o a veces de tonos rosado. La forma habitual de prepararlas en casa, una vez limpias, es cocinarlas en agua hirviendo hasta que estén apenas a punto, escurrirlas y luego saltearlas ligeramente con crema, sal, pimienta y mucha nuez moscada.
Pero esta variante en tarta nos ha gustado mucho, y ya la hemos repetido. De
envolver con hojas de repollo a envolver en masa los repollos.
QUICHE DE REPOLLITOS DE BRUSELAS
Ingredientes
disco de masa de hojaldre
medio kilo de repollitos de Bruselas
cubitos de emmenthaler
panceta o Speck
2 huevos
crema de leche
crema ácida
leche
sal
pimienta
kümmel
Preparación
Lavar los repollitos, retirar las hojas externas dañadas y hacer un cortecito en la base si son muy grandes. Cocinarlos unos 5 minutos desde que hierve el agua. Colar, dejar enfriar y partir un tercio por la mitad.
Cortar el queso en cubitos de un cm de lado. Cortar la panceta en tiritas.
En un bol batir ligeramente los huevos con la crema, la leche y salpimentar.
Forrar un molde de borde alto con la masa (26 cm diámetro). Pinchar, colocar encima parte de los cubitos de queso y el Speck. Luego distribuir los repollitos enteros. Verter la mezcla de huevos y finalizar colocando las mitades de repollitos y el resto del queso.
Llevar a horno medio a fuerte, 180°C-200°C, por unos 40 minutos o hasta que esté dorado. Retirar del horno, dejar enfriar unos minutos, cortar y servir acompañado de un vino blanco.
Etiquetas: Repollos, Tartas