Al final de La Herradura ( Granada ) hay una pequeña cala donde me he sentado a escribir. Mientras lo hacía, la mar, tras golpear las olas contra las rocas, ha llamado mi atención al derramar algunas gotas de agua salada sobre mi piel. Una de esas gotas se ha deslizado por mi rostro hasta mi boca. Por un momento el tiempo se ha detenido y...no he podido evitar saborearla. ¿Qué tontería no? Pues... Ese momento, ha sido uno de los más satisfactorio e intensos de mi vida. Por un instante todo tenía sentido. Mientras la sal se diluía, el imbécil de mi cerebro, seguramente, el hemisferio izquierdo, que es el que mete siempre la pata. Ha decidido avisarme diciéndome: ¡no flipes! Asegúrate que la ola de después no te vaya a arrastrar. No sé, puede ser que por eso, hagamos deportes de riesgo, Yoga, bebamos o nos droguemos. O nos enamoremos ( que es aún más peligroso que las drogas). Buscando eternizar ese momento.
Un instante en el que no existe el miedo.
Ni el dolor, ni la desdicha, ni el horror.
Ni el llanto, ni el añoro, ni la ira...
Solo amor...
Qué curioso, a mí en esta ocasión solo me ha bastado una gota de agua de mar.
Qué buen camello la naturaleza...
Aunque... con un buen ribera del Duero tampoco "te digo yo que..."