Finalmente, como última característica que no hay que descuidar en
la espiritualidad de las Jornadas Mundiales de la Juventud, quisiera mencionar la alegría. ¿De dónde viene? ¿Cómo se
explica? Seguramente hay muchos factores que intervienen a la vez. Pero,
según mi parecer, lo decisivo es la certeza que proviene de la fe: yo soy
amado. Tengo un cometido en la historia. Soy aceptado, soy querido. Josef
Pieper, en su libro sobre el amor, ha mostrado que el hombre puede aceptarse a
sí mismo sólo si es aceptado por algún otro. Tiene necesidad de que haya otro
que le diga, y no sólo de palabra: «Es bueno que tú existas». Sólo a partir de
un «tú», el «yo» puede encontrarse a sí mismo. Sólo si es aceptado, el «yo»
puede aceptarse a sí mismo. Quien no es amado ni siquiera puede amarse a sí
mismo. Este ser acogido proviene sobre todo de otra persona. Pero toda acogida
humana es frágil. A fin de cuentas, tenemos necesidad de una acogida
incondicionada. Sólo si Dios me acoge, y estoy seguro de ello, sabré
definitivamente: «Es bueno que yo exista». Es bueno ser una persona humana.
Allí
donde falta la percepción del hombre de ser acogido por parte de Dios, de ser
amado por él, la pregunta sobre si es verdaderamente bueno existir como persona
humana, ya no encuentra respuesta alguna. La duda acerca de la existencia
humana se hace cada vez más insuperable.
Cuando llega a ser dominante la duda
sobre Dios, surge inevitablemente la duda sobre el mismo ser hombres. Hoy vemos
cómo esta duda se difunde. Lo vemos en la falta de alegría, en la tristeza
interior que se puede leer en tantos rostros humanos. Sólo la fe me da la
certeza: «Es bueno que yo exista». Es bueno existir como persona humana,
incluso en tiempos difíciles. La fe alegra desde dentro. Ésta es una de las
experiencias maravillosas de las Jornadas Mundiales de la Juventud.