LA DESAPARICIÓN DEL OTRO

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LA DESAPARICIÓN DEL OTRO

Francisco José Martinez . Profesor de Filosofia (UNED y FIM)


Todo principio/no es más que una continuación,/y el libro
de los acontecimientos/ se encuentra siempre abierto a la mitad (W.
Szymbborska)

Las críticas a las situaciones vigentes se suelen hacer desde un modelo


alternativo y a partir de una subjetividad antagónica. Las criticas socialista y
comunista clásicas se hacían desde un modelo de socialismo o comunismo
como modelos de sociedad alternativas al capitalismo y se basaban en un
sujeto colectivo: la clase obrera organizada en sus partidos y sus sindicatos.
Tras la Segunda Guerra Mundial y con el surgimiento del Estado de
Bienestar que supuso la integración política y social del proletariado en los
países capitalistas más avanzados y la crisis del socialismo como modelo
alternativo el antagonismo se buscó en otros sujetos como las mujeres, los
jóvenes, el Tercer Mundo, etc. Desde un punto de vista ontológico se
pensaba que las transformaciones de lo Uno se tendrían que realizar a partir
de un Otro exterior y completamente extraño al Uno. Pero actualmente una
alternativa basada en lo Otro no es ya factible, porque no hay Otro
alternativo. Todos los sujetos alternativos potenciales han sido incorporados
al ámbito de lo Uno, el Capitalismo Mundial Integrado como lo llamaba
Guattari, sujeto y ámbito de la actual Globalización. La caída de la URSS y la
de los países del Este junto con el paso al capitalismo de China y los demás
países comunistas del Extremo Oriente han hundido el llamado “socialismo
real” como modelo alternativo al capitalismo. Un modelo que fue visto hasta
los años setenta como “la corrección de la realidad en nombre de las cosas
como deberían ser, la instauración de la justicia y la igualdad, la imposición
del significado sobre la agitación del acaecer”, frente a un capitalismo
considerado como el poder de los procesos económicos y de las cosas tal
como son, como nos recuerda Claudio Magris en su espléndida obra sobre el
Danubio. Por otra parte, los posibles sujetos alternativos como las mujeres,
los jóvenes, el llamado Tercer Mundo, etc. han sido integrados también de
forma subalterna en la globalización capitalista.
Esta desaparición del Otro con mayúsculas junto con la pérdida de una
sociedad alternativa socialista como referente válido supone que los
posibles cambios en el capitalismo tienen que ser endógenos y no
exógenos. Ya no hay bárbaros del Norte o del Este o están ya aquí. Como
dijo Kavafis en su poema “Esperando a los bárbaros” esperamos en vano a
los bárbaros porque los bárbaros no existen, llega la noche y no vienen los
bárbaros, lo cual es un problema para nosotros porque al fin y al cabo los
barbaros podrían haber sido una solución. Ya no hay un Otro radicalmente
Otro, pero cada uno de nosotros conserva parte de su potencia, de su
deseo, no completamente dominado por el capitalismo. Como decía
Foucault, donde hay poder hay resistencia y se trata precisamente de
descubrir esas potenciales resistencias, esas líneas de fuga creativas, de
articularlas y de potenciarlas generando sujetos alternativos, otros
parciales, con minúscula, no idealizados, que no nos van a salvar del todo,
pero que pueden contribuir a hacer la vida un poco más soportable para
todos.
La actual crisis de civilización nos remite a la crisis que aquejó a Europa y
especialmente a Centro Europa, (Mitteleuropa), a finales del siglo XIX, la
crisis fin de siécle, o Finis Austriae. Una crisis del Estado liberal y de la
Kultur burguesa patricia que tuvo su culmen tras la Gran Guerra con la
desaparición de los tres imperios: el austrohúngaro habsbúrgico, el ruso
zarista y el turco. Analizando dicha crisis Robert Musil en su magna obra El
hombre sin atributos hace un análisis de las tendencias que se enfrentaban
en aquellos años y que no se distinguían demasiado de los actuales. Frente
a la crisis del Estado liberal surgen en primer lugar los fanáticos, los
entusiastas, los soñadores que buscan la redención del mundo, la
realización del deber ser, sin atenerse a la realidad, sin aceptar ningún
compromiso y para ello mueven las masas; son los extremistas, en aquella
época los fascistas y los bolcheviques, que lo único que comparten es su
radicalidad ya que sus objetivos son radicalmente opuestos, un objetivo
racial de pureza de sangre en beneficio del capitalismo y un proyecto de
liberación universal truncado por los condicionamientos políticos,
económicos y culturales en los que se desenvolvió el inicio de la revolución
rusa. En segundo lugar están los conservadores, reaccionarios que no ven la
necesidad de la innovación, ‘realistas’ pragmáticos que no quieren ir más
allá de la realidad presente intentando contener todas tendencias
disgregadoras del estatus quo, sin hacer ninguna concesión a los ideales;
estos conservadores son incapaces de ver, por un lado, la necesidad de
cambio y por otro tampoco son capaces de comprender los motivos y
razones de los fanáticos que quieren romper los equilibrios existentes; su
conservacionismo no es menos utópico en el sentido de irreal que el de los
fanáticos a los que se oponen, piensan que siguen viviendo en un mundo ya
desaparecido. En el centro los burgueses moderados que buscan la
conciliación, la mediación, la síntesis del capital y la cultura, capitalistas
cultos. Por último, los melancólicos resentidos, impotentes que se retiran a
la soledad porque piensan que no es posible hacer nada frente a una
realidad que ven solo como ruina, generando una solución gnóstica que,
ante el fracaso de la revolución total o su retraso continuo, considera el
mundo irreformable y se refugian en las soluciones individuales
abandonando el proceso colectivo. Para estos abstencionistas recluidos en
su pureza impotente, que tienen las manos limpias al precio de no usarlas
como decía Sartre, la historia, es decir el mundo real, no tiene salvación
posible , y la salvación ,individual, no se da por la historia.
Frente a todas estas tendencias, el desencanto desesperado del
protagonista que no encuentra su sitio en el tablero político y que en la
segunda parte de la novela se encierra en la mística, en la búsqueda del
paraíso a través del amor incestuoso con la hermana. Curiosamente la
mayor parte de las tendencias en liza carecen de sensibilidad para lo
posible, los conservadores porque niegan todo cambio, los fanáticos porque
no tienen en cuenta las condiciones que dichos cambios requieren, los
reformistas porque carecen de fuerza para hacer posibles sus reformas, los
melancólicos que se ausentan porque para ellos no existe ninguna
posibilidad. La solución del protagonista : un pensamiento conjetural,
experimental, ensayístico, abierto a la exploración de lo posible, no logra
una dimensión política por falta de una fuerza social capaz de encarnarlo.
Los paralelismos con la realidad actual son obvios: los conservadores y los
fanáticos de ultraderecha impiden el desarrollo de un reformismo capaz de
articular capitalismo y cultura, riqueza y valores, y se enfrentan con los
fanáticos de izquierda que son incapaces por su parte de arrastrar a su
campo a los melancólicos abstencionistas y de conectar con el centro
burgués reformista, siempre muy débil en la actualidad, para explorar con
prudencia y lucidez la variada gama de los posibles.
Un punto esencial de la situación política de nuestro tiempo es el olvido de
los intentos de desplegar una racionalidad alternativa a la capitalista y el
abandono a los aspectos emotivos y sentimentales, ‘irracionales’, en la
acción política. La pedagogía racionalista , base del proyecto ilustrado
liberal y del socialismo en tanto que sucesor suyo, se abandona en beneficio
de la seducción y la inducción como bases de la conducción de las masas y
de su reducción a la pasividad conformista. El viejo proyecto de Gramsci de
elaborar un nuevo sentido común combinando la ciencia y el socialismo
capaz de sustituir al viejo sentido común dominado por la religión y la
burguesía como base de una hegemonía alternativa se ha abandonado al
eliminar los aspectos racionales del mismo y hacer hincapié solo en los
aspectos emotivos y sentimentales. Los argumentos se ven sustituidos por
el insulto, la denigración y la agitación. Ya el vienés Hofmannsthal a fines
del siglo XIX veía el triunfo del irracionalismo en la política: ”La política es
magia. Quien sepa apropiarse de las fuerzas de lo profundo será seguido”.
Frase opuesta al credo liberal austriaco que decía: “Podemos esperar. El
saber hace libre”. Se produce el paso de la política de la razón a la política
de la fantasía. Los fanáticos de derecha, toda la amplia panoplia de las
derechas postfascistas y filofascistas actuales, han captado muy bien la
importancia de agitar los sentimientos profundos de las masas y de
prometer soluciones mágicas a los grandes problemas actuales, pero a su
vez han sido sensibles respecto de algunas realidades psicosociales que el
liberalismo no puede captar y que despliegan distintas rebeliones contra la
ley y la racionalidad dominantes y en su ideología han logrado combinar
fragmentos de modernidad, especialmente en el campo de la tecnología y
de la economía, destellos de futurismo maquinista y residuos de pasados
semiocultos que no acaban de desaparecer.
Respecto a los fanáticos de izquierda podemos decir que frente al
reformismo que pretende hacer lo que se puede enarbolan un concepto de
revolución entendida como la puesta en acto de lo que se debe. Estas
concepciones izquierdistas consideran que las obras no salvan, que lo
fundamental es el ideal, la centralidad del deber. Olvidando el proyecto
colectivo y amplio de la izquierda tradicional se articulan como una serie de
grupos de presión ,preocupado cada uno por un objetivo único, y despliegan
una política basada en una pluralidad de identidades fuertes y cerradas de
difícil articulación entre sí. Acudiendo a los títulos de los poemarios de Luis
Cernuda podemos decir de ellos que confunden la realidad con el deseo y
que en búsqueda de Los placeres prohibidos, se quedan como El que espera
el alba y corren el peligro de acabar recluidos Donde habita el olvido. El
resumen de su actuación responde a la Desolación de la Quimera en los dos
sentidos del genitivo : sus quimeras solo producen desolación y al final sus
quimeras se encuentran desoladas. Como los títulos de la genial trilogía de
Italo Calvino, estos fanáticos empezaron como El Barón rampante,
queriendo escalar los cielos y quedándose al final viviendo en los árboles sin
bajar nunca a tierra, continuaron como El Vizconde demediado,
radicalmente escindidos en una dispersión cainita, y han concluido como El
caballero inexistente, como una voz que resuena en una armadura vacía
que arrastra una vida tras la muerte (Nachleben) que los convierte en
muertos vivientes, en zombis, que sin embargo no se resisten a morir y
vuelven una y otra vez como espectros, revenants en francés, intentando
reinar después de morir, expandiendo una luz espectral como la de las
estrellas muertas hace tiempo pero cuya luz aún llega a nuestra galaxia.
Una izquierda no extrema, reformista, posibilista, al contrario, se mueve
también por el deber pero por un deber fundamentado en la realidad, no
voluntarista. Busca utopías efectuales, capaces de ser instauradas y para
ello se esfuerza en construir un sujeto político y social que dote de fuerza
efectiva al deber. Es preciso un sujeto que haga potente mi deber, que dote
de eficacia al deber. En ese sentido, y frente a los extremismos izquierdistas
en boga, hay que recordar y resaltar una vez más que los profetismos y
mesianismos no tienen nada que ver con la utopía concreta marxista, ya
que su sujeto es Dios, no el hombre, y además no se puede preparar,
simplemente sucede. El deber necesita una subjetividad que lo sostenga.
Frente a la centralidad del mito que los fanáticos, en la estela de Sorel,
defienden esta política transformadora es consciente de que hay que
conjugar lúcida y prudentemente el entendimiento y la voluntad basando
las decisiones en la deliberación colectiva y no en la seducción del líder
mesiánico. Se podrían rescatar como ideas rectoras de esa política los
cuatro valores que la Acción Paralela de Musil intentó en vano poner en pie
para, por un lado, celebrar la exaltación del Emperador y, por otro, poner
límite a la creciente crisis. Estos valores , paz, multinacionalidad, capital y
cultura, tomados en serio y no como meros eslóganes vacíos, pueden ser
relanzados como guías de una acción política consciente, realista y eficaz.
Se trata de construir una armonía, un orden justo, no como un ideal eterno y
universal sino como valores activos que a pesar de la conciencia de su
caducidad, su falibilidad y su contingencia, pueden servir en un intervalo de
tiempo suficiente para iluminar la acción , para componer, articular,
componer las diferencias en una unidad nunca cerrada, nunca clausurada,
siempre abierta y dinámica, fruto de tensión y articulación a la vez.
Una política transformadora coherente parte de la idea de que la jaula de
hierro weberiana que nos constriñe se puede abrir, dado que el ente no está
clausurado en lo que es sino que se abre a lo posible. Esa política reformista
fuerte, creadora de utopías concretas, parciales, se conjuga en subjuntivo,
el modo de la posibilidad, y no meramente en indicativo, el modo de lo
actualmente real. Habría que retomar un situacionismo activo
comprometido con la construcción de situaciones vitales, habitacionales,
productivas alternativas entendidas como utopías locales mediante las
técnicas de détournement, de desvío y de transgresión de elementos reales
dados que se cambian de uso subvirtiendo sus funciones habituales. No se
puede dar un teorema de clausura de la realidad que siempre está abierta.
La hierba crece, como decía Deleuze. La corriente por algún sitio surgirá y
se dirigirá al gran océano. La fantasía creadora, y no la imaginación
meramente reproductiva de lo actual, y el sueño diurno blochiano pueden
generar un deseo que mueva la voluntad y genere un poder capaz de domar
la realidad social refractaria a los cambios. Se trata de elaborar mapas
cognitivos capaces de reproducir la realidad y de dar pautas para
transformarla. Esa política reformista fuerte ha de intentar generar reformas
persistentes que se sedimenten y creen un nuevo suelo social capaz de
resistir los reflujos de la reacción, produciendo una irreversibilidad relativa
de las mismas, y superando la mera “política de entreacto” que decía
Ortega y que es aquella que pretende imponer, basándose en una exigua
mayoría política puramente coyuntural, medidas contra el sentir y los
intereses de la mayoría social. Ese sujeto político y social capaz de este
reformismo fuerte no puede constituirse solo a partir de los más militantes
sino que tiene que buscar el “apoyo de la parte quieta de la sociedad”, ya
que es un proyecto colectivo de amplias mayorías y no de reducidos grupos
de militantes convencidos. Este proyecto reformista fuerte articula y
combina de forma convergente devenires revolucionarios, líneas de fuga,
plurales y diferentes, en totalidades concretas parciales y contingentes que
no tienen nada que ver con una idea totalizadora y única de revolución ,
necesaria e irreversible. La revolución ya ha sucedido, se trata ahora de
construir devenires revolucionarios.

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