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Definamos la vaca

La vaca simboliza todo aquello que te mantiene atado a la mediocridad.


Una vaca puede ser una excusa.

Una vaca también puede ser un pensamiento irracional que te paraliza y no te deja actuar.

En ocasiones las vacas toman la forma de falsas creencias que no te permiten utilizar tu
potencial al máximo.

Las justificaciones, por lo general, son vacas. Éstas son explicaciones que has venido
utilizando para justificar por qué estás donde estás, a pesar de que no quisieras estar ahí.

Como ves, las vacas pueden adoptar diferentes formas y disfraces que las hacen
perceptibles en mayor o menor grado. En general, toda idea que te debilite, que o que te
dé una salida para eludir la responsabilidad por aquello que sabes que debes hacer, es
seguramente una vaca.

Las excusas son las vacas más comunes. Éstas no son más que maneras cómodas de eludir
nuestras responsabilidades y justificar nuestra mediocridad buscando culpables por aquello
que siempre estuvo bajo nuestro control.

Sólo tres cosas son ciertas acerca de las excusas:


Si verdaderamente quieres encontrar una excusa, ten la plena seguridad que la encontrarás.

Cuando comiences a utilizar esta excusa (vaca), ten la total certeza que encontrarás aliados.
¡Sí! Vas a encontrar personas que la crean y la compartan. Ellas te van a decir, “yo sé cómo
te sientes porque a mí me sucede exactamente lo mismo”.

La tercera verdad acerca de las excusas es que una vez las des, nada habrá cambiado en tu
vida. Nada habrá cambiado acerca de tu realidad. Tu mediocridad seguirá ahí, el problema
que estás evitando enfrentar mediante el uso de esa excusa permanecerá igual. No habrás
avanzado hacia su solución, por el contrario, habrás retrocedido.
Las excusas son una manera poco efectiva de lidiar con el peor enemigo del éxito: La
mediocridad.

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Cierto tipo de pensamientos se convierten en vacas porque no nos dejan actuar y nos
paralizan. Muchas veces son ideas que hemos venido repitiendo sin saber por qué.
Ideas que escuchas de otras personas y la repetición y el tiempo las han convertido en
dichos populares que no son más que mentiras revestidas de una fina capa de algo que se
asemeja a la verdad.

Un ejemplo de esto es la tan común idea de: “Yo soy una persona realista”. ¿Si ves? Si le
preguntas a una persona positiva si ella es optimista, con seguridad te dirá que sí. No
obstante, si le preguntas a una persona negativa si ella es pesimista, seguramente te
responderá algo así: “Yo no soy pesimista, yo simplemente soy realista”. Si te das cuenta,
éste es un pensamiento que no sólo te impide ver tu propio pesimismo, sino que programa
qué logras ver y no ver del mundo que te rodea.

El pesimista vive en un mundo negativo y deprimente, mientras que el optimista vive en un


mundo positivo y lleno de oportunidades. Sin embargo, los dos están viviendo en el mismo
mundo. Las diferencias que ellos observan son sólo el resultado de sus pensamientos
dominantes.

Los pesimistas, por ejemplo, tienden a reaccionar negativamente, ante todo, casi de manera
automática. Su visión de la vida y sus expectativas son casi siempre pobres. No obstante,
ningún bebé nace con una actitud negativa, éste es un comportamiento aprendido o
socialmente condicionado por el medio. Todos los días programamos nuestra mente para
el éxito o para el fracaso, muchas veces de manera inconsciente.
La buena noticia es que así en el pasado hayamos permitido que nuestro entorno, o aquellas
personas que se encuentran a nuestro alrededor, nos hayan condicionado para el fracaso,
hoy podemos cambiar de actitud y reprogramar nuestra mente para el éxito.

Los pensamientos negativos son vacas que no sólo te mantienen atado a la mediocridad,
sino que poco a poco destruyen tu vida. Generan fuerzas y sentimientos nocivos dentro de
ti, que suelen manifestarse en males y aflicciones en el cuerpo, tales como úlceras, males
del corazón, hipertensión, problemas digestivos, migrañas y otras aflicciones.

Sin embargo, nadie nace con estas emociones y sentimientos negativos; ellas son vacas que
inadvertidamente adoptamos a lo largo de nuestra vida. Los hemos aprendido y
programado en el subconsciente y las consecuencias son desastrosas. Los pensamientos
hostiles y de enojo, por ejemplo, suben la presión arterial, mientras que el resentimiento y
la tristeza debilitan el sistema inmune del cuerpo.

¿Te has dado cuenta cómo aquellas personas que constantemente se quejan por todo, son
las mismas que suelen enfermarse constantemente? Martín Seligman, profesor de la
Universidad de Pensilvania, asevera que el sistema inmunológico de la persona pesimista y
negativa no responde tan bien como el de la persona optimista y positiva.
Los pesimistas sufren de más infecciones y enfermedades crónicas.

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Un estudio realizado por la Universidad de Harvard demostró que aquellas personas que a
los 25 años de edad ya exhibían una actitud pesimista, habían sufrido en promedio un
mayor número de enfermedades serias a la edad de los 40 y 50 años.

En otro estudio realizado con 57 mujeres que sufrían de cáncer del seno y quienes habían
recibido una mastectomía, un grupo de investigadores del hospital King's College de
Londres, encontró que siete de cada diez mujeres de aquellas que poseían lo que los
doctores llamaban un "espíritu de lucha" diez años más tarde aún vivían vidas normales,
mientras que cuatro de cada cinco de aquellas mujeres que en opinión de los doctores
"habían perdido la esperanza y se habían resignado a lo peor"; poco tiempo después de
haber escuchado su diagnóstico, habían muerto.

Así que como ves, muchas de estas vacas nos pueden estar robando nuestra vida.
Otros ejemplos de vacas pueden ser ideas como: “no se puede confiar en nadie” o “con la
familia es mejor no hacer negocios”.

También hay vacas en los adagios populares que adoptamos como si fueran fórmulas
infalibles de sabiduría, pero que no son más que ideas erradas que no nos dejan avanzar.
Dichos como: “Perro viejo no aprende nuevos trucos”, que pretenden hacerte creer que
existe una edad después de la cual es imposible aprender algo nuevo, terminan por
enceguecernos ante la grandeza de nuestra propia capacidad de aprender.

Ahora bien, las vacas más recurrentes, y las que peores resultados traen a nuestras vidas,
son las falsas creencias. La razón es muy sencilla: estas limitaciones son falsas, pero tú las
crees verdaderas, y al creerlas ciertas, no ves la necesidad de cambiar nada en tu vida. ¿Te
das cuenta del peligro que representan estas vacas?

Por ejemplo, si en tu mente reposa la creencia de que no puedes triunfar porque no


contaste con la buena fortuna de haber asistido a la escuela, con seguridad esta idea regirá
tu vida, tus expectativas, decisiones, metas y manera de actuar. Esta falsa creencia se
convertirá en un programa mental que desde lo más profundo de tu subconsciente regirá
todas tus acciones.

¿Cómo llegan estas ideas (vacas) a convertirse en creencias limitantes? Observa la manera
tan sencilla como esto ocurre. La persona saca deducciones erradas a partir de premisas
equívocas que ha aceptado como ciertas. Algo como: “Mis padres nunca fueron a la
escuela... Mis padres no lograron mucho en la vida... Yo tampoco fui a la escuela... Yo
tampoco lograré mucho con mi vida”.

¿Ves los efectos tan devastadores que pueden tener estas generalizaciones que nosotros
mismos nos hemos encargado de crear con nuestro diálogo interno? Podemos crear uno de
los más autodestructivos círculos viciosos, ya que entre más incapaces nos veamos nosotros
mismos, más incapaces nos verán los demás. Nos tratarán como incapaces, lo cual sólo
confirmará lo que ya sabíamos de antemano: lo incapaces que somos.

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Lo cierto es que el hecho de que tus padres no hayan logrado mucho puede no tener nada
que ver con haber ido o no a la escuela. Inclusive, aunque así fuera, eso no significa que
contigo vaya a suceder lo mismo, o que tu no puedas cambiar esa situación.

Así que cuestiona toda creencia que exista en tu vida. No aceptes limitaciones sin cuestionar
si son ciertas o no. Recuerda que siempre serás lo que creas ser. Si crees que puedes
triunfar, seguramente lo harás. Si crees que no lo lograrás, ya has perdido. Es tu decisión.

Las justificaciones son otro tipo de vaca que te paralizan y no te dejan actuar. La razón es
muy sencilla: mientras puedas justificar algo, no te verás en la necesidad de remediarlo.
Mira cómo suena este tipo de vaca: “Yo sé que debería compartir más con mis hijos, pero
la verdad es que llego demasiado cansado del trabajo. Después de todo, con el trabajo les
estoy mostrando que los amo, así que no hay mucho que pueda hacer”.

A simple vista, esta vaca parece real y quizás algunos de los lectores que la están cargando
pueden estar pensando lo mismo. Pero lo cierto es que todos nosotros podemos emplear
más tiempo con nuestros hijos.

Si ésta es tu vaca, sé creativo e ingéniate la manera de involucrar tus hijos en algunas de tus
actividades; busca compartir el tiempo con ellos durante las comidas, pregúntales sobre su
día antes que se vayan a la cama, organiza actividades recreativas durante los fines de
semana que te permitan crecer cercan de ellos. No basta proveerle sus necesidades básicas
a costa de privarlos de tu afecto. Sin embargo, la justificación anterior hace que esta
situación no te parezca tan mal. Es más, es posible que comiences a sentirte como la víctima
de dicha situación. ¿Ves lo peligrosa que es esta vaca?

Otra excusa (vaca) que usualmente escucho para justificar esta misma situación es la
siguiente: “Lo importante no es la cantidad de tiempo que pase con ellos, sino la calidad.”
Esta es una vaca terrible, ya que justifica y hasta invita a pasar menos tiempo con ellos.
¿Ves lo peligroso de esta vaca? Porque lo cierto es que en nuestra relación con nuestros
hijos la cantidad de tiempo que pasemos con ellos es tan importante como la calidad. Es
más, si yo tuviese que elegir una de ellas, elegiría cantidad.

¿Por qué puede un ser humano mantener una vaca en su vida a pesar de saber que le está
privando de vivir una vida plena y feliz? Parece ilógico mantener algo que va en detrimento
de nuestra propia vida.

Muchas personas no son conscientes de las vacas que tienen; otras son conscientes de ellas,
pero, igual, las siguen cuidando y alimentando, ¿por qué? Por una sencilla razón, porque las
vacas nos proveen una zona de confort, una excusa.

Por lo general las vacas depositan la culpabilidad por nuestra situación fuera de nosotros
mismos. La culpa de nuestra mala suerte es de otras personas, de las circunstancias o del

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destino. Sin ninguna vaca que justifique nuestra mediocridad, no seríamos más que unos
incapaces de aceptar la responsabilidad por nuestro éxito. Sin embargo, la vaca nos
convierte en personas con buenas intenciones, a quienes infortunadamente la suerte no le
ha sonreído y nos convertimos en víctimas del destino.
Entonces, como ves, la mediocridad es peor que el fracaso total. Éste al menos te obliga a
evaluar otras opciones. Cuando has tocado fondo, y te encuentras en el punto más bajo de
tu vida la única opción es subir.

Con el conformismo sucede todo lo contrario, puesto que éste engendra mediocridad y a
su vez, la mediocridad perpetúa el conformismo. Es ciertamente un círculo vicioso
autodestructivo. El gran peligro de la mediocridad es que es aguantable, es vivible. La
absoluta miseria, el fracaso total, el fondo, te obliga a tomar cualquier tipo de acción, y
cuando estás en dicha situación, cualquier acción es mejor que no actuar.

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