Bloque 8 Historia de España

Descargar como odt, pdf o txt
Descargar como odt, pdf o txt
Está en la página 1de 4

BLOQUE 8 PERVIVENCIAS Y TRANSFORAMCIONES ECONÓMICAS EN EL SIGLO XIX: UN DESARROLLO

INSUFICIENTE.
8.1. Evolución demográfica y movimientos migratorios en el siglo XIX. El desarrollo urbano
El crecimiento demográfico en España no siempre fue paralelo a la modernización económica lo que generó
un desequilibrio entre recursos y población que impulsará a la emigración interior y exterior.
Evolución demográfica
Durante el siglo XIX la población española tuvo un aumento demográfico limitado. En 1800, la población
alcanzaba los diez millones de habitantes y el comportamiento demográfico estaba próximo al ritmo
tradicional del Antiguo Régimen. En 1860, se alcanzaron, los quince; y en 1900 superaba ya los dieciocho
millones de habitantes. El crecimiento de la población se hizo posible al entrar España, a partir de 1870, en el
“ciclo demográfico de transición” caracterizado por el mantenimiento de tasas de natalidad bastante altas
(36 por mil, en el útlimo cuarto de siglo) y paulatino descenso de las tasas de mortalidad (30 por mil). La
mortalidad infantil (uno de los indicadores que indican la persistencia del ciclo demográfico antiguo)
disminuyó, pero se mantuvo en niveles aún muy altos. El paulatino y todavía leve descenso de la mortalidad
fue fruto sobre todo de mejoras higiénicas y médicas, así como de unas mejores condiciones de vida debidas
a la recuperación económica. No obstante, esporádicamente la sociedad tuvo que sufrir crisis epidémicas y
hambrunas; durante el XIX se sucedieron hasta cuatro epidemias de cólera (1833, 1853, 1860 y 1885). La
esperanza de vida en 1900 era tan sólo de 34,8 años, cuando en Gran Bretaña o Francia superaba los 45
años.
Dos son las principales características de la demografía española en el XIX:
 La pervivencia del mundo rural (70 %). El ámbito rural era diferente según las zonas del país: pequeños
municipios formados por población dispersa de propietarios en el norte; municipios de entre quinientos
y mil habitantes en las líneas del Duero y Ebro. En las líneas del Tajo, Guadiana, Guadalquivir, grandes
pueblos con varios miles de habitantes y una mayoría de jornaleros. Por su parte en Levante y las islas
un considerable número de pueblos medianos de más de dos mil habitantes, pero de una variedad social
mayor que en los pueblos de Andalucía y Levante.
 Desarrollo de importantes movimientos migratorios:
- Interiores (éxodo rural), desde las zonas centrales e interiores a las periféricas debido a su mayor
crecimiento económico y su menor incidencia de las crisis de subsistencia. Las consecuencias
inmediatas fueron: el despoblamiento de las ciudades adormecidas del interior (Segovia, Toledo…)
cuya población emigró a las ciudades costeras y a las pocas ciudades emergentes del interior
(Madrid, Valladolid, Zaragoza). Barcelona y su entorno son una avanzada de la inmigración en la
primera mitad del XIX. Conforme se afianza la industria, Bilbao, Gijón, Oviedo, etc. se convirtieron
también en un foco de atracción.
- Exteriores. Éstas tuvieron una primera fase prohibicionista, (salvo a Cuba, Puerto Rico y Filipinas) y
otra liberal a partir de 1853. La mayoría de la emigración exterior se dirige a América, Argelia y
Francia.
Los levantinos y baleáricos emigraron al norte de África desde mediados del XIX, en un principio era
una emigración temporal y anual tipo golondrina, más tarde se fueron instalando. Los catalanes y
más tarde canarios (18% de su población) y gentes de las provincias costeras del norte (Galicia,
medio millón, Asturias, 70.000) se dirigieron fundamentalmente al continente americano también en
la segunda mitad de siglo. Una pequeña porción de estos emigrantes, consiguieron hacer las
Américas, es decir formar un patrimonio considerable; muchos de ellos, los denominados indianos,
colaboraron en el desarrollo económico, social y cultural de sus lugares de origen. Antes de 1900, la
emigración a Europa fue escasa y selectiva; aunque los exilios políticos fueron constantes, la
emigración laboral fue limitada y dirigida fundamentalmente a Francia que hacia 1900 contaba con
unos 100.00 españoles.
El desarrollo urbano
A lo largo del XIX, la ciudad se convirtió en el símbolo de la modernidad y en el epicentro de las
transformaciones sociales, políticas, culturales y económicas. El aumento de la urbanización en España fue
constante, aunque no alcanzó las cotas de los países industriales europeos. Entre 1850 y 1900 se duplicó el
nivel de urbanización en líneas similares al del resto de los países mediterráneos.
Habrá que esperar hasta principios del siglo XX para que se produzca el definitivo despegue urbano.
El crecimiento del mundo urbano estuvo íntimamente ligado a las transformaciones propiciadas por el nuevo
régimen liberal, por la industrialización y por las sucesivas desamortizaciones; situaciones que favorecieron
el trasvase de población del campo a la ciudad y proporcionaron nuevos espacios, antes ocupados por
edificios religiosos, para la construcción de viviendas, plazas, etc.
Los nuevos desarrollos urbanísticos, dieron lugar a la ciudad moderna. Se rompieron cercas y murallas y se
crearon nuevas infraestructuras: redes de abastecimiento de agua y alcantarillado, empedrado de calles,
sistemas de alumbrado (primero de petróleo y gas y más tarde por electricidad), transporte público, como
los tranvías. Estos cambios aumentaron la calidad de vida y mejoraron las condiciones de salubridad e
higiene reduciendo las elevadas tasas de mortalidad.
En el proceso de reordenación urbana, tuvo especial importancia la construcción de ensanches. Éste estaba
definido por un plano geométrico que pretendía diseñar un crecimiento equilibrado y consolidar la
especialización social y económica de las ciudades, segregando a la población en diferentes espacios según
su clase social.
Siguiendo el modelo de Haussman en París, se construyeron los ensanches de Barcelona, diseñado por I.
Cerdá y Madrid, diseñado por C. M de Castro. Mas tarde otras ciudades como Bilbao, San Sebastián, Valencia
o Zaragoza, realizaron proyectos similares.
El crecimiento urbano fue desigual: Madrid y Barcelona duplicaron su población en menos de 50 años (de
250.000 a 500.000 ente 1860 y 1900), otros avances destacados, se dieron en Bilbao, Valladolid, Santander
etc. Por el contrario, las llamadas ciudades adormecidas, (Toledo, Lugo, Ávila) conservan su antigua
morfología, prueba de su congelación y falta de vitalidad.
8.2 La revolución industrial en la España del siglo XIX. El sistema de comunicaciones: el ferrocarril.
Proteccionismo y librecambismo. La aparición de la banca moderna.
El siglo XIX supuso una profunda transformación económica en los países más desarrollados de Europa (Gran
Bretaña, Francia, Alemania y Bélgica), la industria desplazó a la agricultura como principal actividad
económica, al mismo tiempo que la producción y el comercio crecían en proporciones hasta entonces
desconocidas. España, como gran parte del este y sur de Europa, también conoció importantes cambios,
pero su industrialización no fue plena. La lentitud de los cambios provocó que a finales del XIX, España
mantuviese una economía predominantemente agraria, con un sector industrial limitado y poco capaz de
competir en el mercado exterior.
La Revolución Industrial en España
En la España del XIX, el proceso de industrialización sufrió un notable retraso con respecto a los países que
lideraron la Revolución Industrial. Además, su extensión fue muy limitada.
El mayor desarrollo se dio en Cataluña, donde la industria textil (con el sector algodonero como ámbito más
dinámico) actuó de palanca de la industrialización regional. Cataluña fue la única zona donde la
industrialización se originó a partir de capitales autóctonos y donde la burguesía mostró una verdadera
mentalidad emprendedora apostando por la mejora de la maquinaria y de las técnicas de producción
(Fábrica Bonaplata)
La industria siderúrgica tuvo un despegue muy tardío en España tanto por la falta de una demanda
importante de productos de hierro como por la necesidad de hierro y carbón en abundancia y de gran
calidad. Inicialmente tuvo un foco de expansión en Andalucía, hasta los años sesenta en torno a Málaga
(Industria Heredia, con carbón vegetal); más tarde una etapa asturiana, entre los años sesenta y ochenta, en
torno a Mieres y Langreo. Finalmente, el verdadero despegue de la siderurgia en España, se inició a finales
de siglo en torno a Bilbao, sobre todo por el éxito del eje comercial Bilbao-Cardiff (Gales): Bilbao exportaba
hierro y compraba carbón galés.
En cuanto a la minería alcanzó su apogeo en el último cuarto de siglo, gracias a la publicación de la Ley de
Minas de 1868, que liberalizó el sector e inició la explotación masiva de los yacimientos. La explotación
quedó mayoritariamente en manos de compañías extranjeras. Fueron importantes los yacimientos de plomo
en el sur (Linares y La Carolina), los de cobre en Riotinto (Huelva), los de mercurio en Almadén (Ciudad Real)
y los de cinc en Reocín (Cantabria).
Las razones principales para tan tardía y limitada industrialización se han buscado en la escasez de capital
nacional para invertir en las modernas industrias (los capitales españoles se dedicaron a la compra de tierras
desamortizadas o a la inversión en el ferrocarril); la desfavorable dotación de energía y materias primas (en
España, las minas eran abundantes, pero el producto era de mala calidad y de bajo poder calorífico. Además,
el agua es un recurso escaso y estacional en gran parte del país); y la inestabilidad política, que restó
coherencia a la política económica.
El sistema de comunicaciones: El ferrocarril
Durante el XIX la paulatina mejora de las infraestructuras permitió pasar de una economía local y
compartimentada a una economía nacional e internacional. Los cambios fueron muy lentos, especialmente
en la construcción de carreteras donde se mantuvo el proyecto de disposición radial ideado por los
ilustrados del XVIII. Mayores fueron los avances en la construcción de puertos, donde la utilización del
hormigón armado permitió desde 1850 ampliar diques y muelles.
En cualquier caso, la revolución de los transportes llegó con el ferrocarril. El primer ferrocarril español se
inauguró en Cuba en 1837; en la península, la línea Barcelona-Mataró comenzó a funcionar en 1848 y unos
años después se inauguró el trayecto Madrid-Aranjuez. La configuración de la red imitó el modelo radial de
carreteras con Madrid como centro. Posteriormente, aunque con lentitud, una serie de ramales permitiría el
acercamiento de las provincias entre sí. La fiebre constructora llegó con la Ley General de Ferrocarriles
(1855), que otorgaba todo tipo de facilidades a las compañías, con objeto de atraer inversiones. Hubo una
inversión extranjera masiva, especialmente de capital francés, aunque también aportaciones nacionales.
Todo ello provocó la aparición de dos grandes compañías: La C. M. Z. A. (Compañía de Ferrocarriles de
Madrid a Zaragoza y Alicante) y la Cía. del Norte (Compañía de los Caminos de Hierro del Norte). Lo esencial
de la red ferroviaria quedó establecido en los setenta (en 1874, 6.000 km; en 1900, 11.000 km).
Pese a que la construcción del ferrocarril impulsó escasamente la industria nacional en comparación con lo
ocurrido en otros países europeos, al depender del capital y material extranjero, su impacto fue
considerable: Vertebró definitivamente el mercado español, permitió movilizar mercancías de gran peso,
fomentó el comercio y la movilidad de la población, favoreciendo la integración social y cultural del país.
Proteccionismo y librecambismo
El proteccionismo es la teoría y práctica económica que establece que la producción nacional es prioritaria
frente a la de otros países, para lo cual deben establecerse aranceles aduaneros que dificulten la entrada de
productos foráneos, con el fin de que no sean competitivos, o prohibir la importación determinados artículos
En España fue la política seguida en casi todo el siglo XIX, con algunas excepciones y matices, como en el
primer liberalismo en las Cortes de Cádiz, ya que se establecieron medidas librecambistas motivadas por las
exigencias de las colonias americanas opuestas al monopolio comercial de la metrópoli.
En 1826 se promulgó el Real Arancel General de entrada de frutos, géneros y efectos del extranjero, que
establecía la prohibición expresa de entrada de más de seiscientos productos
El proteccionismo comenzó a ser defendido ya con fuerza en estos primeros momentos por los industriales
catalanes para preservar sus productos textiles de la competencia inglesa. Después de la pérdida de casi
todas las colonias se estableció que Cuba y Puerto Rico quedarían como monopolio exclusivo de los
productos agrícolas e industriales peninsulares.
La reforma de Mon-Santillán de 1845 y el Arancel de 1849 introdujeron algunos matices librecambistas. A
partir de entonces se dieron continuas modificaciones de aranceles en distinto sentido. Los matices
librecambistas estaban motivados por la necesidad de importar tecnología y capitales para la construcción
del ferrocarril, mientras que los cambios en sentido proteccionista se debían, en gran medida, a la presión de
los proteccionistas catalanes, fuertemente organizados en torno al Instituto Industrial de Cataluña.
El Arancel Figuerola de 1869, en pleno Sexenio Democrático, se inclinó más claramente hacia el
librecambismo, pero en la época de la Restauración la política económica volvió a tener un marcado carácter
proteccionista. Cánovas proclamó que el proteccionismo era un dogma fundamental del Partido
Conservador. El proteccionismo debía contentar a tres pilares fundamentales del sistema político: los
industriales catalanes, los grandes propietarios cerealistas castellanos y los empresarios siderúrgicos vascos.
La banca moderna
Una de las reformas básicas del Estado liberal en España es el control de la banca. Para ello hay un proceso
de centralización del capital contante y de reforma de la moneda.
El primer banco nacional es el Banco de San Carlos, que funciona entre 1782 y 1820 y fue creado,
fundamentalmente, para conceder préstamos a la corona. En 1820 los liberales crean un nuevo banco: el
Banco de San Fernando con capacidad para emitir billetes de banco que sólo sirven en Madrid. En 1844 se
crea el Banco de Isabel II que tendrá una capacidad emisora de billetes mayor que el Banco de San Fernando.
Además, el Banco de Isabel II tiene la prioridad para abrir sucursales en otras capitales de provincia.
En 1856 se crea un banco único en Madrid que será el Banco de España (surge de la fusión del Banco de San
Carlos y el de Isabel II). Esta institución tendrá prioridad para abrir sucursales en toda España, como las de
Valencia, Alicante, etc., y será, también, emisor de billetes. Su labor principal será la financiación del
ferrocarril y de la industria. En 1874 se concede el monopolio de emisión de billetes al Banco de España, con
lo que se unifica la moneda y se extiende su validez a todo el país. Previamente, en 1868 se crea la nueva
moneda oficial, la peseta de 100 céntimos, con validez en todo el territorio nacional.

También podría gustarte