Bloque 8 HE
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8.1 Evolución demográfica y movimientos migratorios en el siglo XIX. El desarrollo urbano.
Los movimientos migratorios, fueron una variable demográfica del siglo XIX, relacionados con los
cambios económicos y sociales del siglo XIX. Cabe diferenciar entre:
Migraciones internas. Sobre todo en la 2/2 de siglo, quizás por el asentamiento de la sociedad
liberal, la superpoblación rural provocada por el impacto del proceso desamortizador en el sector
agrario, la mejora de los transportes y la búsqueda de una vida mejor en las ciudades. Cabe
distinguir entre la migración estacional, sujeta a trabajos esporádicos, y la definitiva en un nuevo
espacio. Los destinos principales fueron Barcelona, País Vasco y Madrid. Núcleos relacionados con
la industria, que demandaban proletariado industrial.
La migración exterior. Se incrementó en este siglo, mayoritariamente en América. Esta migración
estaba relacionada con las malas condiciones internas, con la atracción de estos lugares y relación
con emigrantes anteriores. Galicia, Asturias y Canarias fueron las regiones con más tasa de
emigración. Algunos consiguieron hacer las Américas, formando un gran patrimonio económico.
Muchos retornaron, los denominados indianos, tras hacer fortuna y colaborar en el desarrollo de sus
lugares de origen.
2. El desarrollo urbano.
El crecimiento de la población urbana a principios del siglo XIX no estuvo sujeto a ninguna
planificación y se resolvió con el aumento del número de personas por vivienda. La ciudad no se
extendió, sino que se densificó, con los consiguientes problemas de hacinamiento y salubridad.
Pero ½ XIX, la inmigración rural (éxodo rural), la incipiente industria, las nuevas actividades
(industria, comercio…) y el desarrollo del ferrocarril fueron un incentivo para viajar a las ciudades.
De hecho, se vieron obligados a derribar las murallas para poder ampliar las ciudades. Surgieron
suburbios periféricos de barrios obreros, desordenados, sin servicios ni infraestructuras. En
contraste con estos barrios surgen las áreas burguesas de urbanismo planificado, que
presentaban un plano ortogonal (en cuadrícula) los denominados ensanches, entre los que destacan
los de Barcelona (1860), diseñado por Ildefonso Cerdá, y el de Madrid (1861), planificado por Carlos
María de Castro y financiado en parte por el marqués de Salamanca. También llegaron a España
proyectos que intentaron solucionar los nuevos problemas urbanos (relacionados con el socialismo
utópico), como la inacabada Ciudad Lineal de Arturo Soria en Madrid (1882). Además, a principios
del S. XX nacieron las primeras zonas de negocios y servicios (Gran Vía Madrileña). Otro cambio
relevante de las ciudades en este periodo fue la mejora de infraestructuras básicas, como el
abastecimiento de agua potable, la iluminación pública, la pavimentación o el alcantarillado.
Hay que tener en cuenta que antes de realizarse los ensanches la mortalidad en Madrid por
enfermedades infecciosas era 4 veces superior a la de Londres o Berlín y la de Sevilla. También
favoreció el crecimiento de las ciudades la implantación a principios de 1870 de un nuevo sistema de
transporte colectivo, el tranvía que permitió el desplazamiento entre de las diferentes áreas
urbanas (el tranvía empezó con tracción animal, pero que a finales de siglo ya se había
electrificado).
El mayor crecimiento urbano se concentró en las ciudades que conocieron cierto desarrollo industrial
y contaban con puerto de mar. Las ciudades que más crecieron fueron Bilbao y Santander en el
Cantábrico, La Coruña, Vigo y Cádiz en el Atlántico y Málaga, Valencia y Barcelona en el
Mediterráneo. La única ciudad no costera que ganó población en cantidad importante fue Madrid por
ser la capital de España y por tanto centro administrativo. Pero a pesar de este crecimiento a
principios del s. XX sólo vivía un 32% de la población en municipios de más de 10.000 habitantes.
Sólo Madrid y Barcelona superaron los 500.000 habitantes.
Por otro lado, el ferrocarril acortará distancias. Lo que conlleva una estandarización de las
costumbres, vestidos, diversiones, espectáculos… A pesar de este trasvase de población y
modernización de las ciudades, la España del siglo XIX continuaba siendo esencialmente rural, la
población campesina predominaba sobre la urbana, y la sociedad seguía dominada por una
tradicional mentalidad en las costumbres y las creencias, que en muchos aspectos coincidían con los
valores del Antiguo régimen.
3. Proteccionismo y librecambismo.
En España, el proteccionismo fue una política económica defendida por la industria textil catalana
(frente a la competencia británica), el cereal castellano (frente al cereal de Sicilia o Egipto) y el
carbón asturiano (frente al carbón inglés) y la siderurgia vasca (frente al hierro sueco). Por el
contrario, partidarios del librecambismo fueron los comerciantes y los consumidores, que se
beneficiaban con la competencia de productos más baratos.
Políticamente, los conservadores defendieron un proteccionismo más estricto que los progresistas.
Dado el predominio conservador a lo largo del siglo los aranceles fueron más altos en España que en
Europa: Ya Fernando VII aprobó un arancel que fijaba gravámenes muy elevados (Espartero lo
redujo). Pero fue en 1869, durante el Sexenio Democrático, cuando el ministro Figuerola, aprobó un
nuevo arancel de corte librecambista, que terminó con la prohibición de importar productos y redujo
todavía más los gravámenes. Sin embargo, los gobiernos conservadores de la Restauración
volvieron a la política proteccionista. En 1875 Cánovas suspendió la aplicación del arancel Figuerola
y en 1891 aprobó un nuevo arancel muy restrictivo por la presión de los sectores proteccionistas,
así como por la coyuntura internacional de crisis económica.
La aparición de la banca moderna. A principios del siglo XIX el único banco que había en España
era el Banco de San Carlos fundado durante el reinado de Carlos III. A finales del reinado de
Fernando VII se fundó el Banco de San Fernando (tras la quiebra del Banco de San Carlos) y en la
década moderada el Banco de Isabel II.
A ½ de siglo se hizo evidente que las necesidades de grandes inversiones tanto para el ferrocarril
como para la industrialización, precisaban de un sistema bancario que aportará créditos para
financiarlas por ello se aprobó la Ley de Sociedades Bancarias y Crediticias (1856). En este contexto
nació el Banco de España como banco de emisión (fusión del antiguo Banco de Isabel II y Banco de
San Fernando) y algunos bancos privados regionales (Banco de Santander y Bilbao).
También se establecieron en España poderosas sociedades crediticias con capital francés. Sin
embargo, no hubo grandes bancos nacionales españoles privados hasta principios del siglo XX
cuando se fundaron el Banco Hispanoamericano y el Español de Crédito tras la repatriación de
capitales que siguió al desastre colonial del 98.
Por otro lado, durante el ⅓ del siglo XIX, en el sistema monetario español se mantenían
características del Antiguo Régimen en cuanto que existía una variedad enorme de monedas, pesos
y medidas, lo que dificultaba el comercio interior. A lo largo del reinado de Isabel II se fueron
introduciendo reformas para introducir una moneda única (el real y el escudo) y en 1868, durante la
revolución, se introdujo la peseta como unidad monetaria.
El papel moneda se fue generalizando, lo mismo que el uso de la peseta, y poco a poco se fue
abandonando el uso del oro, pero no de la plata, que siguió usándose hasta bien entrado el siglo XX.