Tajín y Los Siete Truenos
Tajín y Los Siete Truenos
Tajín y Los Siete Truenos
Felipe Garrido
Pedro Bayona (ilust.). La música es de H. Zimmer y de Carter Burwell.
Una mañana de verano llegó a las selvas de Totonacapan un muchacho llamado Tajín. Era
chamaco maldoso. No podía estar en paz con nadie. Apedreaba a los monos, zarandeaba los
árboles, saltaba encima de los hormigueros… Por eso el muchacho vivía solo. Nadie
soportaba su compañía.
Ese día se encontró en un recodo del camino con un extraño hombrecillo de barba cana,
grandes bigotes y cejas tan pobladas que casi cubrían los ojos.
-Buenos días, muchacho. Mis hermanos y yo andamos buscando alguien que nos ayude a
sembrar y a cosechar, a vigilar el fuego y a llevar la casa.
-¿Quiénes son tus hermanos?
-Somos los Siete Truenos. Nos encargamos de subir a las nubes y provocar la lluvia. Con
nuestras capas, botas y espadas marchamos por los aires hasta que desgranamos la lluvia.
Tajín, apenas escuchó aquello, se imaginó por los aires haciendo cabriolas entre las nubes y
dijo que iría con él a casa de los Siete Truenos.
Los Siete Truenos vivían en una casa de piedra, encima de una gran pirámide llena de
nichos.
Cuando se enteraron de quién era y a lo que venía, todos protestaron:
-¿Un extraño en nuestra casa?
-¡Ya no tendremos más secretos!
-¡Aprenderá nuestras mañas!
-Tiene cara de bribón.
-Calma, hermanos, por favor. Siempre hemos querido salir todos juntos de excursión, nos
peleamos por ver quién realiza las tareas de la casa. Él solucionará los problemas.
Después del mediodía unas nubes se asomaron por el lado del mar. Los Siete Truenos, entre
bromas y risas, abrieron el arcón de madera y sacaron sus trajes de faena. Se pusieron
capas, botas y se ciñeron espadas y salieron corriendo hacia las nubes. Sus capas agitadas
provocaron el viento, sus botas retumbaron contra las nubes y trajeron los truenos mientras
sus relumbrantes espadas desataron los relámpagos.
Y de esa manera, la lluvia comenzó a caer suave y tibia como una bendición.
Durante días Tajín fue un ayudante ejemplar. Pero cada vez que limpiaba las botas renacía
en él mismo pensamiento: “Tengo que subir.”
La soñada oportunidad llegó. Una mañana los Siete Truenos le dijeron que debían ir a
Papantla a comprar puros en el mercado. Ellos se fueron muy contentos. Pero, apenas se
quedó solo, Tajín tiró la escoba, corrió al arcón para vestirse con las ropas de los Siete
Truenos.
Tajín comenzó a subir por los aires. Comenzó a corretear las nubes, sacudía su capa para
juntarlas, y sacaba su espada y la hacía girar. Todo el cielo y la tierra, y aún el mar se
llenaron de una luz cegadora. Entre relámpagos y truenos desataron contra la selva un
chubasco violentísimo. No era la lluvia bendita de los Truenos, sino una tormenta
devastadora. El día se había oscurecido. La lluvia desgajaba ramas de los árboles y hacía
crecer los ríos.
Apenas observaron lo que sucedía los Siete Truenos se dieron cuenta de que aquello era
obra del muchacho. Regresaron a toda prisa y una vez puesta sus ropas salieron en su busca
para atraparlo.
Y allí estaba Tajín, brincoteando de un lado a otro. Cada impulso suyo daba más brío a la
tormenta: resoplaba el viento, crecía la lluvia y caían relámpagos y truenos.
Pasaron muchas horas antes de que los Siete Truenos lograran atrapar a Tajín. Cuando
finalmente los consiguieron, lo bajaron con tiento, lo ataron fuertemente y lo llevaron al
mar para tirarlo al agua.
Bien adentro lo tiraron. Y desde entonces allí vive Tajín. Ha crecido el muchacho. De vez
en cuando abandona las profundidades marinas y, cabalgando sobre el viento, desata a las
nubes en una lluvia incontenible, mientras los truenos y los relámpagos se suceden.
Entonces los Siete Truenos deben trepar de nuevo para capturar a Tajín –al Huracán, como
también le dicen al muchacho-, para lanzarlo una vez más al fondo del mar.
EL ENGAÑO DE LA MILPA
Cuento popular
Pues un día iba paseando el conejo por lo alto de la sierra cuando encontró en su camino
una plantita de maíz. Apenas era una pizquita, pero aun así era muy hermosa.
-¡Por fin tengo una milpa [1] para mí solito! -dijo el conejo con entusiasmo.
Y decidió que haría un buen negocio vendiéndosela a sus amigos.
Así que fue a buscar a la cucaracha, quien seguro se alegraría de tener un elote [2].
Enseguida la encontró.
-Amiga cucaracha, tengo una milpa buenísima, ¿no te gustaría comprármela?
-¿Seguro que la milpa es buena? -preguntó la cucaracha.
-¡Sí! Hace poco que sembré, pero las plantas ya tienen mi tamaño -contestó el farsante del
conejo.
-Entonces, te la compro -dijo la cucaracha. Y le pagó.
Contento con su dinero, el conejo fue después a buscar a la gallina. A ella también la
convenció para que le comprara la milpa.
Un poco más tarde se topó con el coyote y le ofreció su milpa prometiéndole que tendría
los mejores elotes. El coyote aceptó y le pagó.
Y así andaba de feliz el conejo con sus bolsillos llenos de monedas cuando se le apareció el
cazador con un rifle en la mano. Para convencerlo de que no le matara, le vendió también la
milpa.
Meses después, cuando la milpa ya estaba lista para la cosecha y los hombres recogían los
elotes, la cucaracha fue a ver al conejo para recoger su maíz.
El conejo, que ya se había gastado el dinero y no se acordaba ni de la milpa ni de la
cucaracha, estaba meciéndose en una hamaca.
-Aquí vengo a por mi maíz -gritó la cucaracha.
-¿Tu maíz? Pero claro, amiga cucaracha, lo tengo en mi casa –dijo el conejo un poco
nervioso.
Mientras pensaba en qué mentira le diría, vio a lo lejos a la gallina que también venía a por
su maíz.
-Amiga cucaracha, será mejor que te escondas, porque por ahí viene la gallina y te va a
comer -le dijo el conejo.
La cucaracha se metió debajo de una cacerola, y en esto estaban cuando la gallina cacareó:
-¡Aquí vengo a por mi maíz!
-Lo tengo dentro de mi casa, amiga gallina. Pero dime, ¿no te gustaría más comerte una
deliciosa cucaracha?
-¡Sí! ¿Dónde hay una? -preguntó la gallina impaciente.
El conejo señaló la cacerola y la gallina saltó sobre ella. De un solo picotazo se tragó a la
cucaracha que ni tiempo de correr tuvo.
Todavía estaba la gallina saboreando a la cucaracha, cuando el conejo vio al coyote venir.
-Gallina, amiga, escóndete rápido, que viene el coyote -le dijo el conejo y le indicó un
cajón para que se metiera debajo.
La gallina fue hasta la caja y se metió justo antes de que llegara el coyote.
-¡Aquí vengo a por mi maíz! -dijo el coyote.
-Sí, claro que tengo tu maíz, pero ¿no preferirías mejor una gallina fresca? -preguntó el
conejo señalando la caja.
El coyote se abalanzó sobre la caja sin decir una palabra y de una mordida se tragó la
gallina. Luego, se echó a reposar y, en estas estaba, cuando el conejo vio a lo lejos al
cazador.
-Amigo coyote, será mejor que dejes tu descanso porque por ahí viene el cazador con su
fusil -dijo el conejo.
El coyote se levantó de inmediato y entró en la casa del conejo. Poco después, llegó el
cazador.
-¡Aquí vengo a por mi maíz, conejo! Y será mejor que me lo entregues.
-Claro, cazador, lo tengo bien guardado para ti. Pero... ¿no te gustaría más cazar un coyote?
-¡Pues claro que sí!
Entonces, el conejo le indicó dónde estaba escondido el coyote. El cazador entró y de dos
tiros mató al animal.
Cuando salió con el coyote al hombro, el conejo le preguntó:
-¿Ya no quieres tu maíz, cazador?
Y el cazador dijo:
-¡Con cuero de coyote, quién quiere tener un elote!
El conejo se subió de nuevo a su hamaca y comenzó a mecerse, feliz de tener su planta de
maíz y sin nadie que se la reclamara.